a. Enfurecidos porque Zeus había confinado a sus
hermanos, los Titanes, en el Tártaro, ciertos gigantes altos y terribles, con
cabellos y barbas largos y colas de serpiente en vez de pies, tramaron un
ataque al Cielo. Eran hijos de la Madre Tierra nacidos en la ática Flegras y su
número alcanzaba a veinticuatro[1].
b. Sin advertencia previa, tomaron rocas y teas y
las lanzaron hacia arriba desde las cumbres de sus montañas, poniendo en peligro
a los olímpicos. Hera profetizó tétricamente que los gigantes no podrían ser
muertos por ningún dios, sino sólo por un mortal particular con piel de león y
que incluso éste nada podría hacer a menos que se anticipase al enemigo en su
búsqueda de cierta hierba de invulnerabilidad que crecía en un lugar secreto de
la tierra. Inmediatamente Zeus consultó con Atenea y envió a ésta para que
advirtiera a Heracles, el mortal con piel de león a quien Hera se refería
evidentemente, cómo estaban exactamente las cosas; y prohibió a Eos, Selene y
Helio que relucieran durante un tiempo. A la débil luz de las estrellas, Zeus
recorrió a tientas la tierra, y en la región a la que le dirigió Atenea
encontró la hierba, que llevó felizmente al Cielo.
c. Los olímpicos podían ya luchar
contra los gigantes. Heracles lanzó su primera flecha contra Alcioneo, el
caudillo de los enemigos. Cayó a tierra, pero se levantó de ella vivificado,
porque aquella era su tierra natal de Flegras. «¡Rápido, noble Heracles! —gritó
Atenea— ¡Arrástralo a otra región!» Heracles tomó a Alcioneo a cuestas y lo
arrastró hasta el otro lado de la frontera tracia, donde lo mató con una maza.
d. Luego Porfirión saltó al Cielo desde la gran
pirámide de rocas que habían amontonado los gigantes, y ninguno de los dioses
logró mantenerse firme. Solamente Atenea adoptó una actitud defensiva. Pasando
a toda prisa por su lado, Porfirión se lanzó contra Hera, a la que trató de
estrangular, pero herido en el hígado por una flecha oportuna disparada por el
arco de Eros, cambió su ira por lujuria y rasgó la magnífica túnica de Hera.
Zeus, al ver que su esposa iba a ser ultrajada, corrió a la lucha con una ira celosa
y derribó a Porfirión con un rayo. Volvió a levantarse, pero Heracles, que
regresaba a Flegras en aquel preciso momento, lo hirió mortalmente con una
flecha. Entretanto, Efialtes había vencido a Ares, obligándolo a arrodillarse
ante él, pero Apolo hirió al desdichado en el ojo izquierdo y llamó a Heracles, quien inmediatamente le clavó otra flecha en el derecho. Así murió
Efialtes.
e. Y sucedió que, cada vez que un dios hería a un
gigante —como cuando Dioniso derribó a Éurito con su tirso, o Hécate chamuscó a
Cutio con sus antorchas, o Hefesto escaldó a Mimante con un caldero de metal
candente, o Atenea aplastó al lascivo Palante con una piedra— era Heracles
quien tenía que asestar el golpe mortal. Hestia y Deméter, las diosas amantes
de la paz, no intervinieron en la lucha, sino que permanecieron aterradas y retorciéndose
las manos; sin embargo, las Parcas manejaban las manos de mortero de bronce con
mucha eficacia[2].
f. Desanimados, los demás gigantes huyeron de vuelta
a la tierra perseguidos por los olímpicos. Atenea lanzó un gran proyectil
contra Encelado, quien quedó aplastado y se convirtió en la isla de Sicilia. Y
Posidón arrancó una parte de la isla de Cos con su tridente y la arrojó contra
Polibotes, esto se convirtió en la cercana islita de Nisiros, bajo la cual yace
enterrado el gigante[3].
g. Los demás gigantes hicieron una última
resistencia en Batos, cerca de la arcadia Trapezunte, donde la tierra todavía
abrasa y los labradores desentierran a veces huesos de gigantes. Hermes pidió
prestado a Hades el yelmo de la invisibilidad y derribó a Hipólito, y Artemis
atravesó a Gratión con una flecha, en tanto que las manos de mortero de las
Parcas rompían las cabezas de Agrio y Toante. Ares, con su lanza, y Zeus, con
su rayo, dieron cuenta del resto, aunque llamaban a Heracles para que rematara
a cada gigante cuando caía. Pero algunos dicen que la batalla se libró en los
Campos Flegreos, en las cercanías de Cumas, en Italia[4].
h. Sueno, el sátiro nacido de la tierra, pretende
haber tomado parte en esa batalla al lado de su discípulo Dioniso, matado a Encelado
y sembrado el pánico entre los gigantes con los
rebuznos de su asno de carga, pero Sueno está habitualmente borracho y no puede
distinguir la verdad de la mentira[5].
*
1. Esta es una fábula post-homérica, conservada en
una versión degenerada: Eros y Dioniso, que toman parte en la lucha, son recién
llegados al Olimpo (véase 15.1-2 y 27.5), y Heracles es admitido allí antes de
su apoteosis en el monte Eta (véase 147.h). Se propone explicar el hallazgo de
huesos de mamut en Trapezunte (donde todavía se exhiben en el museo local), así
como las erupciones volcánicas en la cercana Batos y también en la arcadia o
tracia Palene, en Cumas y en las islas de Sicilia y Nisiros, bajo las cuales se
dice que Atenea y Posidón enterraron a dos de los gigantes.
2. El episodio histórico en que se basa la Rebelión
de los Gigantes —y también la Rebelión de los Alóadas (véase 37.b), de la que
se considera habitualmente un duplicado— parece haber sido una tentativa
concertada de los montañeses macedonios para atacar ciertas fortalezas helenas
y su rechazo por los aliados súbditos de los helenos. Pero la impotencia y
cobardía de los dioses, en contraste con la invencibilidad de Heracles, y los
ridículos incidentes de la batalla son más característicos de una fábula
popular que de un mito.
3. Hay, no obstante, un elemento religioso oculto en
la fábula. Estos gigantes no son de carne y hueso, sino espíritus nacidos de la
tierra, como lo prueban sus colas de serpiente, y sólo se los puede vencer
mediante la posesión de una hierba mágica. Ningún mitógrafo menciona el nombre
de la hierba, pero era probablemente la ephialtion,
un específico contra las pesadillas. Efialtes, el nombre del caudillo de los
gigantes, significa literalmente «el que salta sobre» (incubus en latín); y la tentativa de Porfirión de estrangular y
violar a Hera, y de Palante de violar a Atenea, indican que la fábula se
refiere principalmente a la conveniencia de invocar a Heracles, el Salvador,
cuando uno se ve amenazado por pesadillas eróticas a cualquier hora del día.
4. Alcioneo («asno poderoso») es probablemente el
espíritu del siroco, «el aliento del onagro, o Tifón» (véase 36.1), que trae
malos sueños, inclinaciones asesinas y violaciones; y
esto hace que la pretensión de Sueno de haber derrotado a los gigantes con los
rebuznos de su asno sea todavía más ridícula (véase 20.b), Mimante («mímica»)
puede referirse a la engañosa verosimilitud de los sueños; e Hipólito
(«estampida de caballos») recuerda la antigua atribución de los sueños
terroríficos a la diosa con cabeza de yegua. En el norte era a Odín a quien
invocaban los que sufrían pesadillas, hasta que ocupó su lugar San Swithold.
5. El uso que hizo Heracles de la hierba puede
deducirse del mito babilonio sobre la lucha cósmica entre los dioses nuevos y
los viejos. Allí, Marduk, el equivalente de Heracles, se aplica una hierba a la
nariz para evitar el olor nocivo de la diosa Tiamat; aquí había que contrarrestar
el aliento de Alcioneo.
[1]
Apolodoro: i.6.1; Higinio:
Fábulas, Proemio
[2] Apolodoro:
i.6.2.
[3] Apolodoro: loc. cit.;
Estrabón: x.5.16.
[4]
Pausanias: viii.29.1-2; Apolodoro: loc.
cit.; Diodoro Sículo: iv.2.
[5] Eurípides: Cíclopes y ss.
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