jueves, 14 de diciembre de 2017

35. LA REBELIÓN DE LOS GIGANTES


a. Enfurecidos porque Zeus había confinado a sus hermanos, los Titanes, en el Tártaro, ciertos gigantes altos y terribles, con cabellos y barbas largos y colas de serpiente en vez de pies, tramaron un ataque al Cielo. Eran hijos de la Madre Tierra nacidos en la ática Flegras y su número alcanzaba a veinticuatro[1].
b. Sin advertencia previa, tomaron rocas y teas y las lanzaron hacia arriba desde las cumbres de sus montañas, poniendo en peligro a los olímpicos. Hera profetizó tétricamente que los gigantes no podrían ser muertos por ningún dios, sino sólo por un mortal particular con piel de león y que incluso éste nada podría hacer a menos que se anticipase al enemigo en su búsqueda de cierta hierba de invulnerabilidad que crecía en un lugar secreto de la tierra. Inmediatamente Zeus consultó con Atenea y envió a ésta para que advirtiera a Heracles, el mortal con piel de león a quien Hera se refería evidentemente, cómo estaban exactamente las cosas; y prohibió a Eos, Selene y Helio que relucieran durante un tiempo. A la débil luz de las estrellas, Zeus recorrió a tientas la tierra, y en la región a la que le dirigió Atenea encontró la hierba, que llevó felizmente al Cielo.
c. Los olímpicos podían ya luchar contra los gigantes. Heracles lanzó su primera flecha contra Alcioneo, el caudillo de los enemigos. Cayó a tierra, pero se levantó de ella vivificado, porque aquella era su tierra natal de Flegras. «¡Rápido, noble Heracles! —gritó Atenea— ¡Arrástralo a otra región!» Heracles tomó a Alcioneo a cuestas y lo arrastró hasta el otro lado de la frontera tracia, donde lo mató con una maza.
d. Luego Porfirión saltó al Cielo desde la gran pirámide de rocas que habían amontonado los gigantes, y ninguno de los dioses logró mantenerse firme. Solamente Atenea adoptó una actitud defensiva. Pasando a toda prisa por su lado, Porfirión se lanzó contra Hera, a la que trató de estrangular, pero herido en el hígado por una flecha oportuna disparada por el arco de Eros, cambió su ira por lujuria y rasgó la magnífica túnica de Hera. Zeus, al ver que su esposa iba a ser ultrajada, corrió a la lucha con una ira celosa y derribó a Porfirión con un rayo. Volvió a levantarse, pero Heracles, que regresaba a Flegras en aquel preciso momento, lo hirió mortalmente con una flecha. Entretanto, Efialtes había vencido a Ares, obligándolo a arrodillarse ante él, pero Apolo hirió al desdichado en el ojo izquierdo y llamó a Heracles, quien inmediatamente le clavó otra flecha en el derecho. Así murió Efialtes.
e. Y sucedió que, cada vez que un dios hería a un gigante —como cuando Dioniso derribó a Éurito con su tirso, o Hécate chamuscó a Cutio con sus antorchas, o Hefesto escaldó a Mimante con un caldero de metal candente, o Atenea aplastó al lascivo Palante con una piedra— era Heracles quien tenía que asestar el golpe mortal. Hestia y Deméter, las diosas amantes de la paz, no intervinieron en la lucha, sino que permanecieron aterradas y retorciéndose las manos; sin embargo, las Parcas manejaban las manos de mortero de bronce con mucha eficacia[2].
f. Desanimados, los demás gigantes huyeron de vuelta a la tierra perseguidos por los olímpicos. Atenea lanzó un gran proyectil contra Encelado, quien quedó aplastado y se convirtió en la isla de Sicilia. Y Posidón arrancó una parte de la isla de Cos con su tridente y la arrojó contra Polibotes, esto se convirtió en la cercana islita de Nisiros, bajo la cual yace enterrado el gigante[3].
g. Los demás gigantes hicieron una última resistencia en Batos, cerca de la arcadia Trapezunte, donde la tierra todavía abrasa y los labradores desentierran a veces huesos de gigantes. Hermes pidió prestado a Hades el yelmo de la invisibilidad y derribó a Hipólito, y Artemis atravesó a Gratión con una flecha, en tanto que las manos de mortero de las Parcas rompían las cabezas de Agrio y Toante. Ares, con su lanza, y Zeus, con su rayo, dieron cuenta del resto, aunque llamaban a Heracles para que rematara a cada gigante cuando caía. Pero algunos dicen que la batalla se libró en los Campos Flegreos, en las cercanías de Cumas, en Italia[4].
h. Sueno, el sátiro nacido de la tierra, pretende haber tomado parte en esa batalla al lado de su discípulo Dioniso, matado a Encelado y sembrado el pánico entre los gigantes con los rebuznos de su asno de carga, pero Sueno está habitualmente borracho y no puede distinguir la verdad de la mentira[5].

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1. Esta es una fábula post-homérica, conservada en una versión degenerada: Eros y Dioniso, que toman parte en la lucha, son recién llegados al Olimpo (véase 15.1-2 y 27.5), y Heracles es admitido allí antes de su apoteosis en el monte Eta (véase 147.h). Se propone explicar el hallazgo de huesos de mamut en Trapezunte (donde todavía se exhiben en el museo local), así como las erupciones volcánicas en la cercana Batos y también en la arcadia o tracia Palene, en Cumas y en las islas de Sicilia y Nisiros, bajo las cuales se dice que Atenea y Posidón enterraron a dos de los gigantes.
2. El episodio histórico en que se basa la Rebelión de los Gigantes —y también la Rebelión de los Alóadas (véase 37.b), de la que se considera habitualmente un duplicado— parece haber sido una tentativa concertada de los montañeses macedonios para atacar ciertas fortalezas helenas y su rechazo por los aliados súbditos de los helenos. Pero la impotencia y cobardía de los dioses, en contraste con la invencibilidad de Heracles, y los ridículos incidentes de la batalla son más característicos de una fábula popular que de un mito.
3. Hay, no obstante, un elemento religioso oculto en la fábula. Estos gigantes no son de carne y hueso, sino espíritus nacidos de la tierra, como lo prueban sus colas de serpiente, y sólo se los puede vencer mediante la posesión de una hierba mágica. Ningún mitógrafo menciona el nombre de la hierba, pero era probablemente la ephialtion, un específico contra las pesadillas. Efialtes, el nombre del caudillo de los gigantes, significa literalmente «el que salta sobre» (incubus en latín); y la tentativa de Porfirión de estrangular y violar a Hera, y de Palante de violar a Atenea, indican que la fábula se refiere principalmente a la conveniencia de invocar a Heracles, el Salvador, cuando uno se ve amenazado por pesadillas eróticas a cualquier hora del día.
4. Alcioneo («asno poderoso») es probablemente el espíritu del siroco, «el aliento del onagro, o Tifón» (véase 36.1), que trae malos sueños, inclinaciones asesinas y violaciones; y esto hace que la pretensión de Sueno de haber derrotado a los gigantes con los rebuznos de su asno sea todavía más ridícula (véase 20.b), Mimante («mímica») puede referirse a la engañosa verosimilitud de los sueños; e Hipólito («estampida de caballos») recuerda la antigua atribución de los sueños terroríficos a la diosa con cabeza de yegua. En el norte era a Odín a quien invocaban los que sufrían pesadillas, hasta que ocupó su lugar San Swithold.
5. El uso que hizo Heracles de la hierba puede deducirse del mito babilonio sobre la lucha cósmica entre los dioses nuevos y los viejos. Allí, Marduk, el equivalente de Heracles, se aplica una hierba a la nariz para evitar el olor nocivo de la diosa Tiamat; aquí había que contrarrestar el aliento de Alcioneo.



[1] Apolodoro: i.6.1; Higinio: Fábulas, Proemio

[2] Apolodoro: i.6.2.
[3] Apolodoro: loc. cit.; Estrabón: x.5.16.


[4] Pausanias: viii.29.1-2; Apolodoro: loc. cit.; Diodoro Sículo: iv.2.

[5] Eurípides: Cíclopes y ss.

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