EPIDAMNO
«Epidamno es una ciudad situada al este del mar
Jónico. Los taulantios, bárbaros de estirpe iliria, habitan en sus cercanías»
(I, 24, 1) (Véase mapa[8a]). Tucídides empieza la narración de los
acontecimientos que condujeron a la guerra con esta explicación porque pocos de
sus compatriotas griegos sabían dónde estaba Epidamno, e incluso es probable
que ni siquiera conociesen su existencia. En el año 436, una guerra civil había
expulsado de la población al partido aristocrático; sus integrantes unieron sus
fuerzas a las de los ilirios, bárbaros de descendencia no griega que vivían en
las montañas colindantes, y atacaron la ciudad. Durante el asedio, los
demócratas de Epidamno pidieron ayuda a Corcira, territorio fundador de la
ciudad, que a su vez había sido fundada por Corinto. Los corcireos, que habían
practicado una política de aislamiento respecto al grupo de colonos corintios,
así como del resto de ciudades-estado, se negaron. Entonces, los demócratas de
Epidamno se dirigieron a Corinto, a la que ofrecieron convertirse en una de sus
colonias a cambio de ayuda. Como era costumbre, el fundador del asentamiento
había sido impuesto por Corinto, y fue esta ciudad-estado la que otorgó ese
derecho a Corcira, una ciudad filial. Sin embargo, las relaciones entre Corinto
y Corcira eran excepcionalmente malas. Durante siglos, las dos ciudades se
habían enfrentado frecuentemente por el control de alguna colonia que ambas
reclamaban.
Así pues, los corintios, plenamente conscientes de que
su participación irritaría a los corcireos probablemente hasta el punto de
iniciar una guerra, aceptaron con entusiasmo la invitación de Epidamno.
Enviaron un contingente para apoyar a los demócratas de la ciudad, al que
acompañó un gran número de pobladores permanentes para restablecer la colonia.
Realizaron el viaje por la ruta terrestre, más complicada, «por temor a que, si
hacían la travesía por mar, los corcireos se lo impedirían» (I, 26, 2). Los
historiadores no han podido encontrar razón alguna que explique la decisión de
Corinto de entrar en la refriega, aunque Tucídides ofrece una explicación en
otros términos: al parecer, los corintios actuaron así por despecho, ante la
irreverente actitud de su colonia. «En las celebraciones comunes, no les
otorgaban los privilegios acostumbrados, ni comenzaban los sacrificios rituales
a la manera corintia como hacían otras colonias, sino que más bien los
despreciaban» (I, 25, 4).
No cabe duda de que la decisión corintia también se
debía a la disputa continuada que mantenían por ciertas colonias, una forma de
competición imperial también habitual entre los Estados europeos a finales del
siglo XIX. Hace tiempo que ha quedado claro que muchos de los imperios europeos
no eran rentables desde el punto de vista material, y que las razones prácticas
ofrecidas para su creación no son explicaciones probadas, sino excusas. Los
verdaderos motivos eran a menudo psicológicos e irracionales, más que
económicos o funcionales; es decir, emanaban de cuestiones de honor y
prestigio.
Éste fue el caso de los corintios, quienes estaban
decididos a consolidar un área de influencia en la Grecia noroccidental. Ello
les condujo a entrar en conflicto con Corcira, cuyo poder había aumentado a la
vez que disminuía el de Corinto. Los corcireos habían reunido una flota de
ciento veinte barcos de guerra, la segunda en importancia tras la de Atenas, y
durante años habían desafiado la hegemonía corintia en la región. Los insultos
públicos padecidos por los corintios fueron sin duda la última provocación que
pudieron aguantar, por lo que decidieron aprovechar la oportunidad que les
proporcionaba la invitación de Epidamno.
La intervención de Corinto puso fin a la indiferencia
de Corcira respecto a los sucesos de Epidamno. De inmediato, la armada corcirea
entregó con insolencia un ultimátum a la ciudad: los demócratas debían despedir
al contingente armado y a los colonos enviados por Corinto, y volver a admitir
a los aristócratas exiliados. Ni Corinto podía acatar tales términos sin caer
en la vergüenza, ni los demócratas de Epidamno aceptar la pérdida de refuerzos
sin poner en peligro su propia integridad.
La arrogancia y confianza de Corcira descansaban en su
poder naval, mientras que Corinto no contaba con naves de combate dignas de
mención. Los corcireos enviaron cuarenta embarcaciones a sitiar Epidamno, al
tiempo que los exiliados aristocráticos y sus aliados ilirios la cercaban por
tierra. Sin embargo, la confianza de los corcireos era injustificada, ya que
ignoraban el hecho de que Corinto era una ciudad próspera y enojada, y, como
miembro de la Liga del Peloponeso, aliada de Esparta. En el pasado, los
corintios habían sido capaces de utilizar esas alianzas en su propio beneficio,
y en estos momentos esperaban hacerlo de nuevo contra Corcira.
Así pues, Corinto anunció la fundación de una colonia
enteramente nueva en Epidamno, y atrajo a pobladores de toda Grecia. Éstos
fueron enviados a la región acompañados por treinta barcos corintios y tres mil
soldados. Otras ciudades ofrecieron fondos adicionales y naves, entre ellas,
los grandes estados de Megara y Tebas, también miembros de la alianza
espartana. Aunque el envío de una pequeña flota por parte de los espartanos
habría intimidado a los corcireos, Esparta no ofreció ayuda alguna, tal vez
consciente del peligro que la expedición corintia entrañaba.
Los corcireos, irritados por estas respuestas,
enviaron negociadores a Corinto «con embajadores de Esparta y de Sición
invitados por ellos» (I, 28, 1). La buena disposición espartana por tomar parte
en las conversaciones demostraba claramente su deseo de una solución pacífica.
En la conferencia, los corcireos expusieron de nuevo su petición de una
retirada de los corintios: si esto fallaba, Corcira estaba dispuesta a someter
la disputa al arbitraje de cualquier ciudad-estado del Peloponeso aceptada por
ambas partes o, en caso de preferirlo los corintios, al oráculo de Delfos. Los
corcireos buscaban sinceramente alcanzar un arreglo, sabedores de que habían
subestimado el poder latente de Corinto. A su vez, tenían poco que temer del
arbitraje, porque todas las partes sugeridas en el dictamen estarían bajo la
influencia de Esparta y, sin lugar a dudas, requerirían de los corintios que
ellos y sus pobladores dejaran el asentamiento, condición ésta que satisfaría a
los de Corcira. Si los corintios rechazaban una propuesta así e insistían en ir
a la guerra, Corcira se vería forzada a solicitar ayuda en otra parte. La
amenaza era inequívoca: si era necesario, buscarían una alianza con Atenas.
CORINTO
Un incidente menor en un remoto rincón del mundo
griego había producido una crisis que comenzaba ahora a sacudir su propia
estabilidad de conjunto. Mientras el asunto sólo implicó a Epidamno y Corcira,
el problema fue meramente local, puesto que no pertenecían a ninguna de las dos
alianzas internacionales que dominaban Grecia. Sin embargo, cuando Corinto se
inmiscuyó y comenzó a implicar a los miembros de la alianza espartana, Corcira
buscó el apoyo de Atenas, y empezó a perfilarse en el horizonte una guerra de
gran envergadura. La constatación de este peligro motivó que los espartanos
acordasen unirse a los negociadores de Corcira, y utilizar su influencia para
el apaciguamiento del conflicto.
Sin embargo, los corintios no pensaban dar su brazo a
torcer. Como un rechazo tajante habría sido de hecho un desafío a Esparta,
hicieron una contraoferta: si los corcireos retiraban sus naves de Epidamno y
los ilirios la abandonaban, ellos considerarían la propuesta de Corcira.
Una propuesta así habría permitido que las fuerzas
corintias cosecharan una ventaja estratégica en Epidamno al fortalecer su
control de la ciudad, abastecerla y reforzar sus defensas contra el asedio. La
proposición corintia no era aceptable, pero ni siquiera entonces se rompieron
las negociaciones; en vez de eso, los corcireos solicitaron una retirada común
de las tropas o una tregua, mientras ambas partes negociaban. Los corintios se
negaron de nuevo, y esta vez respondieron con una declaración de guerra y con
el envío a Epidamno de una flota de setenta y cinco barcos con dos mil
efectivos de infantería. Durante la travesía, los interceptó un contingente
corcireo de ochenta naves, y en la batalla de Leucimna los corintios fueron
completamente derrotados. Ese mismo día, Epidamno se rendía al asedio de los
corcireos. Ahora Corcira dominaba el mar y la ciudad en disputa.
Ardiendo en deseos de venganza, los corintios
invirtieron los dos años siguientes en la construcción de la mayor flota jamás
vista hasta entonces, y contrataron los servicios de remeros experimentados
llegados de toda Grecia, incluidas algunas ciudades-estado del Imperio
ateniense. Los atenienses, por el momento sin pretensiones de entrar en el
conflicto, no se opusieron, lo que debió de alentar la creencia corintia de que
los corcireos no obtendrían ayuda de Atenas.
Finalmente, a la vista de tal jactancia, los corcireos
enviaron una embajada a Atenas para tratar de lograr una alianza contra
Corinto. Cuando los corintios se enteraron, también enviaron a sus embajadores
a Atenas, «para evitar que la flota ateniense se sumara a la de Corcira, lo que
impediría su victoria» (I, 31, 3). La crisis original, un pequeño nubarrón en
el cielo azul del lejano noroeste, una disputa más en la larga serie habida
entre los colonos de Corcira y la ciudad-estado corintia, era ahora una amenaza
que se cernía sobre toda Grecia, al involucrar, al menos, a una de las máximas
potencias del mundo griego.
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