PARTE II
LA GUERRA DE PERICLES
Es costumbre referirse a los diez primeros años de la
contienda como la «Guerra de Arquidamo» o «Guerra arquidámica»; esto se debe al
nombre del monarca espartano que comandó las primeras invasiones del Ática. No
obstante, en lo referente a la génesis de la contienda y a las estrategias que
se adoptaron, Arquidamo no dejó de ser un actor de segunda fila. Una
denominación más certera sería la de «Guerra de los Diez Años», aunque su
primera parte también se podría bautizar como la «Guerra de Pericles», pues el
líder ateniense fue la figura dominante en sus inicios y su primer
protagonista. A pesar de que la diplomacia de Pericles aspiraba a evitar la
guerra contra Esparta y sus aliados, el estallido del conflicto en el año 431
bien merecería llevar su nombre. El fracaso de su plan de moderación y
disuasión desembocó en la guerra, mientras que las estrategias que él mismo
había formulado y apoyado modelarían el curso de sus primeras campañas. Los
atenienses no se apartarían de ellas ni buscarían alternativas hasta pasados
varios años de la muerte de Pericles. Incluso tras su desaparición, su
influyente sombra se proyectaría sobre su curso y sobre el comportamiento de
muchas de sus figuras principales.
Capítulo 5
Objetivos y recursos
bélicos (432-431)
ESPARTA
El lema de Esparta para entrar en guerra era: «La
libertad de los griegos» (II, 8, 4), lo que venía a significar la destrucción
del imperio ateniense y la liberación de las ciudades-estado sobre las que
gobernaba. Más allá del discurso propagandístico orientado hacia la opinión
pública, Tucídides relata que el verdadero motivo de Esparta era su temor hacia
el creciente poder de los atenienses; «así pues, los espartanos consideraron
que debían intentar quebrar el poder de Atenas si les era posible y emprender
la guerra» (I, 118, 2). Entre los espartanos, también había quienes buscaban la
restauración de su anterior posición como único Estado hegemónico dentro del
mundo griego, y el honor y la gloria que ello suponía.
Por lo tanto, la consecución de estas metas requería
la destrucción de los recursos clave de Atenas: sus murallas, que hacían a la
ciudad invulnerable frente al ejército de Esparta; su flota, que le otorgaba el
control de los mares; y su imperio, que proporcionaba el dinero necesario para
el mantenimiento de la armada. Una victoria que no consiguiera culminar estos
objetivos tendría un valor limitado; así pues, Esparta debía optar por una
estrategia ofensiva.
La Alianza espartana incluía a la gran mayoría de
ciudades-estado del Peloponeso, así como a los megareos en la frontera
nororiental, a los beocios, a los locros ozolos, a los focenses de la Grecia
central y, en el oeste, a las colonias corintias de Ambracia, Léucade y
Anactorio (Véase mapa[11a]). En Sicilia, los espartanos también se
habían aliado con los habitantes de Siracusa y con los de todas las ciudades
dorias, a excepción de Camarina; y en Italia, con Locros y su propia colonia de
Taras. Sin embargo, el corazón de la Alianza lo formaba su esplendida
infantería pesada, compuesta sobre todo por peloponesios y beocios, dos o tres
veces mayor que la falange hoplita ateniense y considerada en muchos aspectos
la mejor del mundo. La estrategia de los espartanos descansaba en su confianza,
en la imbatibilidad de un ejército tan formidable.
Al principio de la guerra, Pericles llegó a admitir
que en una única batalla el ejército peloponesio podía aplastar al resto de
Grecia. En el año 446, tras la invasión perpetrada por el ejército espartano
sobre el Ática, los atenienses habían elegido no combatir y sellar la paz
mediante el abandono de las posesiones imperiales en la Grecia central y la
concesión del dominio espartano sobre el territorio continental. Este
precedente ayuda a explicar por qué la facción belicista espartana no quedó
convencida con los argumentos planteados por el rey Arquidamo a favor de la
cautela. Para ellos, el enfoque tradicional era el único sinónimo de éxito:
sólo necesitaban invadir el Ática durante la estación de cultivo, y los
atenienses, o bien se rendirían como en el año 446 o, si el coraje se lo
permitía, saldrían a luchar y se les derrotaría. En cualquier caso, la guerra
sería breve y la victoria de Esparta, segura.
No obstante, la presunción espartana se apoyaba en
antiguas ideas y dejaba de lado el hecho de que la creación de un imperio por
parte de Atenas y sus subsiguientes rentas, su vasta armada bien entrenada y la
construcción de las murallas de la ciudad de Atenas y los Muros Largos, que la
conectaban con el puerto fortificado del Pireo, equivalían a lo que hoy
llamaríamos una revolución militar, lo que les permitía adoptar un nuevo estilo
de hacer la guerra contra el cual los métodos tradicionales se mostrarían
inútiles. Sin embargo, los espartanos no querían o no podían ajustarse a las
nuevas realidades bélicas.
Algunos creían que Atenas, a diferencia de cualquier
otra ciudad griega, no elegiría el enfrentamiento, aunque tampoco la rendición
inmediata, pero la gran mayoría confiaba en que ni siquiera los atenienses
podrían aguantar un asedio durante mucho tiempo. Cuando estalló la guerra, los
espartanos esperaban que «destruirían la hegemonía ateniense en pocos años si
arrasaban sus cultivos» (V, 14, 3). Muchos griegos se mostraron de acuerdo con
este planteamiento: si los peloponesios invadían el Ática, «algunos pensaron
que Atenas aguantaría un año; otros, dos; pero ninguno más de tres» (VII, 28,
3).
En cualquier caso, Arquidamo confiaba en que Atenas
podía resistir indefinidamente sin presentar batalla ni rendirse, por lo que la
superioridad de la infantería pesada peloponesa no era garantía de victoria. No
obstante, la estrategia alternativa de incitar a la rebelión a lo largo y ancho
del imperio necesitaba una flota capaz de derrotar a los atenienses en el mar,
y eso requería la financiación suficiente. Sin embargo, Arquidamo señaló que
los peloponesios no tenían «dinero en el tesoro público ni forma alguna de
recaudarlo a través de impuestos» (I, 80, 4). Cuando comenzó la guerra, los
peloponesios poseían un centenar de trirremes, pero carecían de remeros, de
timoneles y de capitanes diestros en las técnicas de la guerra naval moderna,
perfeccionadas por los atenienses. En cualquier combate marítimo, los
peloponesios serían inferiores en naves, tácticas y efectivos.
Los corintios intentaron plantear argumentos para
contrarrestar tales planteamientos, pero la mayoría de sus propuestas
resultaban imposibles de llevar a la práctica. Éstas se redujeron a meras
intenciones, ya que finalmente no hicieron sino confiar en que «existen otros
medios que ahora no se pueden prever» (I, 122, 1) y en el carácter imprevisible
de la guerra, «pues ella misma ingenia sus propios recursos de acuerdo con las
circunstancias» (I, 122, 1).
ATENAS
En la historia de Grecia jamás había tenido lugar una
guerra defensiva como la ideada por Pericles, sin duda porque no había habido
ningún Estado anterior a la democracia imperial ateniense que dispusiera de los
medios necesarios para llevarla a cabo. A pesar de todas las dificultades que
planteaba, era mejor que el método tradicional de hacer la guerra. Cualquier
plan de presentar al enemigo batalla por tierra habría sido una locura, debido
a la gran ventaja numérica de los peloponesios. En los inicios de la guerra,
los atenienses contaban con un ejército de trece mil hombres de infantería en
edad de ser llamados a filas (de los veinte a los cuarenta y cinco años) y en
condiciones de entrar en batalla, y otros dieciséis mil hombres por encima o
por debajo de la edad requerida para servir en las falanges, y que podían
encargarse de los fuertes fronterizos y de los muros que rodeaban Atenas y la
conectaban al Pireo. Plutarco cuenta que el ejército espartano que invadió el
Ática en el año 431 ascendía a sesenta mil hombres (Pericles, XXXIII, 4). Aunque esta cifra es a todas luces demasiado
alta, las fuerzas espartanas debieron de superar a los hoplitas atenienses en
proporción de dos o tres a uno.
Por parte de Atenas, su poder y sus esperanzas se
basaban en su magnífica armada. En los muelles de los astilleros descansaban al
menos trescientos barcos de guerra en condiciones de hacerse a la mar, así como
otros muchos que podían ser reparados y utilizarse en caso de necesidad. Sus
aliadas libres, Lesbos, Quíos y Corcira, podían también proporcionar naves,
quizá más de un centenar en total. Contra una flota de tal tamaño, los
peloponesios sólo tenían cien embarcaciones, y la pericia y la experiencia de
sus tripulaciones no era rival en comparación con las de los atenienses, como
quedaría probado una y otra vez durante la primera década de la contienda.
Pericles sabía que la clave de la guerra naval era
contar con el dinero suficiente para construir y mantener la flota y pagar a la
marinería. En esto, Atenas también disfrutaba de una amplia ventaja. Los
ingresos anuales de la ciudad en el año 431 ascendían a unos mil talentos de
plata, de los que cuatrocientos provenían de las rentas internas y seiscientos
de los tributos y demás recursos imperiales [6]. Aunque se disponía
de unos seiscientos talentos anuales para gastos bélicos, tal cantidad no sería
suficiente para sostener el plan de Pericles. Atenas también tendría que echar
mano de las reservas, y aquí, de nuevo, se hallaba excepcionalmente bien
dotada. En los albores de la guerra, el tesoro de Atenas albergaba seis mil
talentos en moneda acuñada en plata, alrededor de quinientos en oro y plata sin
acuñar, y otros cuarenta en el pan de oro que recubría la estatua de Atenea en
la Acrópolis, al cual se podía recurrir en caso necesario. Contra esta riqueza
sin par, los peloponesios no podían competir. Pericles tenía razón al afirmar
ante los atenienses que «los peloponesios carecen de dinero, ya sea público o
privado» (I, 141, 3). Esta máxima también podía aplicarse a sus aliados; y
aunque los corintios estaban mejor situados que los demás, tampoco poseían
fondos de reserva.
Para poder evaluar la viabilidad financiera del plan
de Pericles necesitamos conocer cuánto tiempo esperaba que aguantaran los
espartanos. Pocos han sido los estudiosos que han investigado esta cuestión,
suponiendo que una guerra de diez años entrara dentro de sus cálculos. Esta
idea se basa parcialmente en el discurso de Pericles a los atenienses en
vísperas de la guerra, en el que insistió en que los peloponesios «no tenían
experiencia en una guerra naval o en un conflicto tan largo en el tiempo; sólo
se atacan unos a otros durante cortos períodos de tiempo a causa de su pobreza»
(I, 141, 3). Aunque tenía motivos para argumentar que carecían de los recursos
necesarios para lanzar el tipo de campaña que podía poner en peligro al Imperio
ateniense, tampoco se podía evitar que invadieran anualmente el Ática. Esas
empresas no duraban más de un mes, y su único coste era el rancho de la
soldadesca.
Podemos llegar a estimar el gasto anual medio de la
estrategia de Pericles si examinamos el primer año de la contienda, cuando éste
controlaba el gobierno de la ciudad y su plan se aplicaba minuciosamente. Fue
un año con un gasto tan reducido como lo podía ser mientras Atenas estaba en
forma. Cuando los peloponesios invadieron el Ática en el año 431, los
atenienses enviaron cien naves a rodear el Peloponeso. Un escuadrón de treinta
embarcaciones fue enviado a proteger la isla de Eubea, enclave vital para los
planes de Atenas, junto con las setenta que ya se encontraban bloqueando
Potidea. En total, ese año entraron en servicio doscientos nuevos trirremes
atenienses. El mantenimiento mensual de una embarcación en activo equivalía a
un talento, y solían hacerse a la mar por un período de ocho meses; aunque, por
ejemplo, en el caso del bloqueo de Potidea, las naves tuvieron que permanecer
en servicio posiblemente a lo largo de todo un año. Estas estimaciones sumarían
un gasto bélico anual de la flota de mil seiscientos talentos. A esto se
debería añadir el gasto militar, cuya mayor parte se destinó a Potidea. En su
asedio, no se bajó nunca de los tres mil hombres en infantería, en algunos
momentos incluso más; un cálculo conservador ofrece un total de unos tres mil
quinientos efectivos. Los soldados recibían un dracma diario y otro para sus
criados, por lo que el coste del ejército era de siete mil dracmas, es decir un
talento y un sexto al día como mínimo. Si multiplicamos esta cantidad por
trescientos sesenta, un número redondo anual, se alcanzan los cuatrocientos
veinte talentos. Con toda seguridad, también había más gastos militares que no
necesitan reseñarse aquí en detalle, pero si sólo incluyéramos los costes
navales y los de las tropas de Potidea, llegaríamos a una cifra anual de dos
mil talentos (otros dos cálculos basados en datos diferentes arrojan cifras
similares).
Así pues, Pericles debió de calcular que, en una
guerra de tres años de duración, la ciudad debería desembolsar unos seis mil
talentos.
Durante el segundo año, los atenienses votaron por
apartar mil talentos de los seis mil de sus reservas para usarlos sólo en caso
de que «el enemigo realizase un ataque naval contra la ciudad y hubiera que
defenderla» (11, 24, 1), con castigo de pena de muerte contra aquel que
propusiera destinarlos a otro propósito. Esto nos deja con una reserva de
fondos disponibles en el tesoro de cinco mil talentos; si incluimos los tres
años de ingresos imperiales adicionales del período (unos mil ochocientos
talentos), se alcanza un presupuesto militar potencial de seis mil ochocientos
talentos. Así pues, la estrategia de Pericles podría mantenerse durante tres
años, pero no durante cuatro.
Pericles conocía estas limitaciones, por lo que no
pudo haber previsto una campaña que se extendiera durante diez años, ni mucho
menos los veintisiete que finalmente llegó a durar. Su objetivo ulterior era
empujar a Esparta, el Estado con auténtico poder de decisión dentro de la Liga
del Peloponeso, a un cambio de estrategia. El persuadir a los espartanos de que
consideraran la paz requería ganar para sí a tres de los cinco éforos. Para
conseguir que éstos y la Asamblea espartana aceptaran la paz, los atenienses
sólo necesitaban ayudar a restaurar la mayoría natural, conservadora y
pacífica, que mantenía el equilibrio de Esparta dentro de la Liga del
Peloponeso.
Bajo esta luz, el plan de Pericles parecía cobrar
sentido. El monarca espartano, Arquidamo, ya había advertido a sus gentes sin
éxito que las expectativas sobre el carácter de la guerra que se avecinaba
estaban equivocadas: los atenienses no se enzarzarían en una batalla cuerpo a
cuerpo y los espartanos no tenían otras opciones que les permitieran
enfrentarse al nuevo desafío ateniense. La táctica de Pericles tenía como
objetivo demostrar a los espartanos que su gobernante no se equivocaba.
El principal problema que Pericles tuvo que afrontar
entre sus conciudadanos fue el de tenerlos que controlar para que no llevaran a
cabo ataques en el Ática, pues cualquier acción ofensiva de envergadura habría
entrado en conflicto con su estrategia: una agresión así no sólo habría alejado
la posibilidad de la victoria, sino que también habría provocado al enemigo y
habría impedido que Arquidamo impusiera su política frente a la de sus rivales.
Sin embargo, una línea de contención en política interior y exterior
posiblemente llevaría al poder antes o después a los partidarios de la paz en
Esparta.
Pericles debió de esperar que el cambio de opinión en
Esparta se produjera relativamente pronto, con toda seguridad no en más de tres
campañas, ya que habría sido muy poco razonable que los espartanos hubieran
continuado estrellándose infructuosamente contra los muros de piedra de las
defensas atenienses. Pero rara vez predomina la razón cuando los Estados y sus
gentes han entrado en guerra, por lo que los cálculos objetivos de sus recursos
comparativos no suelen servir para predecir el curso de un conflicto que se
extiende en el tiempo.
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