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la obra en que Platón descorre por
vez primera el velo que cubre aún sus primeros diálogos es el Protágoras. Desde
él se nos ofrece una perspectiva más despejada de los problemas tratados en las
obras anteriores. A través de este diálogo, hasta el lector que no sea capaz de
percibir la línea de unidad implícita en aquéllos puede ver claramente cómo se
resumen en un problema único. La figura de Sócrates como educador se alza a
nuestros ojos ya desde la Apología. En los diálogos menores se
desarrolla a la luz de las distintas virtudes concretas el gran problema que
llena su vida: el problema de la relación entre la virtud y el saber.[1]
Este problema se saca ahora, en una obra de vastas proporciones y gran estilo,
al ancho terreno de la discusión pedagógica que llena toda la época de Sócrates
y de los sofistas. El Sócrates platónico se esfuerza por dominar en el nuevo
diálogo este estrépito de voces para analizar en el terreno de los principios
las pretensiones de la paideia sofística y contraponer a ésta como programa
pedagógico propio el criterio que ya conocemos.
El Protágoras no se desarrolla modestamente,
como los diálogos anteriores,[2]
dentro de un círculo muy estrecho, como se desarrollaba en realidad la acción
del Sócrates histórico. Platón enfrenta aquí con su maestro, en público duelo
discursivo, a las grandes celebridades intelectuales de su época, a los
sofistas Protágoras, Pródico e Hipias.
490
Elige como escena del diálogo la casa del riquísimo
ateniense Calías, adonde acuden como invitadas estas grandes figuras, en torno
a las cuales se agrupa, rindiéndose homenaje y admiración, todo lo que en la
sociedad de Atenas representa algo o demuestra algún interés por las cosas del
espíritu. No es importante para nosotros saber si Sócrates vivió o no realmente
el episodio que aquí se pinta; la finalidad perseguida por Platón al elegir
los interlocutores de su diálogo es clara. Para él Sócrates no es simplemente
un tipo original encuadrado dentro del marco local de Atenas, sino que, pese a
su indisoluble vinculación con su ciudad natal y a la conocida tendencia irónica
a empequeñecerse a sí mismo con que gusta de presentarse, descuella por su
fuerza espiritual y su originalidad sobre todas las figuras famosas y
consagradas de su tiempo. El duelo de Sócrates con la paideia de los
sofistas se presenta en este drama del espíritu que es el Protágoras platónico
como una verdadera batalla decisiva de aquel tiempo, como la lucha entre dos
mundos antagónicos en torno a la hegemonía sobre la educación. Pero, a pesar
del tono elevado del lenguaje y de la patética dignidad con que aparecen
pintados los sofistas y el séquito de sus discípulos y admiradores, subrayando
así la importancia del momento, el diálogo se halla envuelto por un brillo de
alegría juvenil, de ingenio y de finura espiritual, que no encontramos en
ninguna otra obra platónica. Otros diálogos se destacan por su mayor riqueza de
lenguaje o por conmover con mayor fuerza nuestros sentimientos y nuestras
ideas, pero ninguno de ellos gana al Protágoras en lo que se refiere al
rigor y a la elasticidad de la composición, a lo certero en la caracterización
ni a la fuerza de su efecto
De toda esta vida llena de colorido y de estas
impresiones artísticas directas apenas podremos recoger nada en nuestro
estudio. Esto se halla relacionado, al mismo tiempo, con el aspecto de la
pintura comparativa entre la educación socrática y la educación sofística que
se dirige directamente a nuestros sentimientos y que podemos percibir en todas
y cada una de las líneas de Platón. Pero el historiador no puede competir con
el artista ni pretender captar los efectos conseguidos por éste. Cualquier
reproducción, por ingeniosa y magistral, en cuanto al lenguaje, que ella fuese,
quedaría necesariamente muy por debajo del original tratándose de una obra de
una originalidad tan inimitable como ésta. Su contenido quedará así reducido a
unos cuantos contrastes y contornos oscuros. Un joven discípulo y amigo de
Sócrates, llamado Hipócrates, le despierta antes del amanecer, llamando
fuertemente a su puerta y rogando que le deje pasar. En la noche del día
anterior, al volver a Atenas, ha oído decir que Protágoras se encuentra en la
ciudad y este gran acontecimiento le conmueve. Está firmemente decidido a
recibir la enseñanza de Protágoras, como tantos otros atenienses de familias
distinguidas, que pagan por ello respetables cantidades, y viene a ver tan
temprano a Sócrates 491 para rogarle que le presente
al maestro.[3] Como preludio al diálogo
principal viene ahora, encuadrada en el patio de la casa en que los dos
personajes se pasean hasta el despuntar del día, una charla de puro estilo
socrático, en la que Sócrates trata de sondear la firmeza de la decisión
del joven Hipócrates y de hacerle comprender la aventura a que va a lanzarse.[4]
La modestia tan humana, la sencillez de Sócrates, hacen que el joven no se dé
cuenta de la talla de éste. No comprende ni por un momento que aquel hombre tan
sencillo que tiene delante es el verdadero maestro. En este diálogo Sócrates no
es un anciano venerable como el sofista Protágoras, sino un hombre en lo mejor
de su edad, y esto contribuye a acentuar la falta de respeto que inspira.
Hipócrates sólo ve en él al consejero y al amigo encargado de facilitarle el
acceso a Protágoras, a la figura a la que desde lejos se admira sin ninguna
reserva crítica. Sócrates le hace comprender con unas cuantas preguntas
certeras que no sabe quién es Protágoras ni sospecha siquiera lo que es
realmente un sofista y qué puede esperarse de sus enseñanzas. Con esto se toca
ya un punto que más adelante adquirirá cierta importancia en el diálogo
principal entre Sócrates y Protágoras: si el joven quisiera hacerse médico, debería,
le dice, recibir las enseñanzas del más importante de los médicos de su
tiempo, de su homónimo Hipócrates de Cos, y si desease llegar a ser escultor,
las de Policleto o Fidias. Por tanto, al dirigirse a Protágoras para hacerse su
discípulo parece mostrarse dispuesto a abrazar la carrera de sofista. Pero
Hipócrates rechaza resueltamente esta insinuación,[5]
y aquí se acusa una diferencia esencial entre la educación sofística y la
enseñanza de los profesionales: los discípulos especíales del sofista son los
únicos que estudian su arte con el designio de ejercerlo más tarde como una
profesión; [6] los muchachos atenienses
de familias distinguidas que se congregan en torno a él no persiguen —como
corresponde a quien no es especialista, sino un nombre libre— otra finalidad
que la de escucharle "para cultivarse". Lo que el joven del diálogo
no sabe decir es en qué consiste esta cultura (paideia), y saca uno la
sensación de que su actitud es típica de la juventud ávida de cultura de su
época. La confesión de esta ignorancia le sirve a Sócrates de punto de apoyo para
exhortarle. Exactamente del mismo modo que en la Apología platónica
exhorta a los hombres a velar por sus "almas",[7]
aquí recuerda a su joven amigo el peligro en que pone a su
"alma" al confiarla a un desconocido, de cuyas intenciones y de
cuyos fines está completamente ignorante.[8]
Es el primer rayo de luz que se derrama sobre la esencia de 492 la educación sofística. Protágoras llega a Atenas del extranjero y
ofrece, a cambio de una remuneración, toda clase de conocimientos; [9]
se asemeja, pues, considerado como fenómeno social, al mercader y al tendero
ambulantes que brindan al comprador por dinero las mercancías importadas. Hay,
sin embargo, entre éstos y aquél, una diferencia muy considerable en detrimento
del sofista; la siguiente: mientras que el mercader vende víveres que es
posible llevarse a casa en los recipientes que se traen para ello y que se
pueden probar antes de comerlos, el joven Hipócrates deberá consumir
inmediatamente, sobre el terreno, el alimento espiritual que Protágoras le
suministre y asimilárselo directamente "en su propia alma", sin saber
si le favorece o le perjudica.[10]
Por tanto, ya antes de que haya comenzado el verdadero diálogo, vemos
deslindarse ante nuestros ojos, aquí, dos tipos de educador: el sofista, que
embute en el espíritu humano, al buen tuntún, toda clase de conocimientos y
que, por tanto, representa el tipo de educación standard de todos los
tiempos, hasta de los actuales, y Sócrates, el médico de almas para quien el
saber es el "alimento del espíritu" [11]
y que se preocupa ante todo de conocer qué será provechoso para éste y qué será
perjudicial.[12] Claro está que Sócrates
no se presenta, ni mucho menos, como un médico de esta clase, pero puesto que
dice que para la alimentación del cuerpo, en caso de duda, se debe consultar
como experto al médico o al gimnasta, surge por sí misma la pregunta de quién
sea el experto llamado a dictaminar en caso de necesidad acerca del alimento
adecuado para el alma. Si lo hubiese, esta enérgica comparación sería una buena
pintura plástica de lo que es el verdadero educador tal como Sócrates lo
concibe.
Preocupados por el problema de lo que es el
verdadero educador, ambos personajes se ponen en camino hacia la residencia de
Calias, pues entretanto se ha hecho de día y deben apresurarse para visitar al
sofista, asediado por visitantes desde la mañana a la noche.[13]
El portero de aquella casa rica se halla ya en estado de irritabilidad, signo
de que Sócrates e Hipócrates no son los primeros que llegan. Cuando, por
último, consiguen entrar, se encuentran a Protágoras paseándose por el atrio,
con un gran séquito y en animada conversación. Ven a uno de sus lados a
Calias, el dueño de la casa, a su hermanastro Paralo, hijo de Pericles, y a
Cármides, hijo de Glaucón; al otro lado ven al otro hijo de Pericles, a Jantipo
y, junto al ateniense Filípides, a un discípulo especial de Protágoras y futuro
sofista Antimeros de Mende, la gran esperanza de la nueva generación
sofística.
493
En segunda fila, detrás de estos personajes, vienen
una serie de forasteros procedentes de diversas ciudades qae, como los coros
que seguían a Orfeo, embelesados por los sones de su lira, siguen a Protágoras
en su peregrinación a lo largo de toda Grecia. Se esfuerzan en oír la charla
que mantienen los personajes de la primera fila. Cuando Protágoras da la
vuelta, al llegar al final del atrio, el segundo grupo gira como en una
maniobra militar desplegándose detrás del primero para desandar el camino
andado.[14]
En el atrio de enfrente se ve a Hipias de Elis entronizado en un sillón,
rodeado de otros atenienses conocidos y de algunos forasteros sentados en
bancos alrededor de él como si fuesen sus discípulos; está poniendo cátedra
sobre problemas de astronomía.[15]
El tercero, Pródico de Ceos, instalado en un almacén convertido en cuarto de
huéspedes y que aún no se ha levantado, yace envuelto en mantas de lana y
alrededor de él aparecen sentados en sofás diversos visitantes de nombre
conocido; los que llegan no logran darse cuenta del tema de la lección que allí
se está explicando, pues la voz de bajo del sofista, resonando en el local
cerrado, produce un sordo rumor.[16]
Ahora Sócrates le presenta a Protágoras a su amigo y
le informa de su propósito de recibir las enseñanzas del sofista. Le dice que
Hipócrates piensa abrazar la carrera política en su ciudad natal, esperando
que las enseñanzas de Protágoras le serán muy útiles para ello. Se lo
recomienda como hijo de una familia rica y distinguida y como un joven de
ambición y talento. Protágoras explica el carácter de su enseñanza. Semejante epángelma
formaba parte de la misión del sofista ambulante y era, a falta de un
gremio de profesores sedentarios y con sueldo fijo, una especie de
autorreclamo necesario.[17]Existían
también otras profesiones ambulantes, como la de médico, que exigían, como
tendremos ocasión de ver, una propaganda de sus capacidades análogas a ésta,[18]
y a quien escuchaba esto en la Antigüedad no le parecía tan ridículo como al
lector de nuestros días, Hoy tenemos que acostumbrarnos a pensar que en tiempo
de los sofistas, antes de que se fundasen escuelas fijas como las de Platón e
Isócrates, el maestro tenía que acudir en cierto modo a buscar a los
discípulos, dando a la juventud, en las ciudades en que actuaban (e)pidhmi/a, e)pidhmei=n) ocasión de
escucharle. El epángelma constituye una de las pruebas más claras de la
aparición de una nueva clase de hombres consagrada profesionalmente a la alta
cultura de la juventud adulta. Hasta entonces, ésta había consistido
exclusivamente 494
en el trato
privado (συνουσία) de los jóvenes con hombree
maduros dentro del círculo de sus amistades, que es todavía el carácter que
presentan las relaciones de Sócrates con sus jóvenes amigos. Es, por lo por
tanto, manifiestamente pasada de moda y ajena a lo profesional, Por esta razón,
la sofística y su tipo de educación tienen la fuerza de atracción de lo nuevo,
que Platón encarna, con tanta ironía, en la figura del joven Hipócrates. Parece
contradictorio que Platón, que era a su vez fundador de una escuela, se
manifieste tan crudamente en contra del profesionalismo de los sofistas. Sin
embargo, su escuela se basaba sobre el principio socrático de la amistad (φιλία) y pretendía proseguir a través de su dialéctica la vieja forma de la
educación mediante el trato personal.
Protágoras no recomienda su arte por razones de
novedad y de actualidad, sino, por el contrario, presentándolo como antiguo y
acreditado desde hace ya largo tiempo.[19]
De este modo sale al paso de la desconfianza que el nuevo tipo del sofista y
sus manejos despiertan todavía con frecuencia en las ciudades y que mueve a
muchos sofistas a prescindir por entero de este nombre para designar sus actividades,
adoptando otra etiqueta cualquiera, por ejemplo la de médico, la de gimnasta o
la de músico.[20] Acostumbrado a apoyarse
en el prestigio educativo de los grandes poetas de la Antigüedad, desde Homero
hasta Simónides, y en la herencia de su sabiduría, que los sofistas se esforzaban
en trasformar en una sabiduría escolar sensata y moralizante, Protágoras
invierte los papeles y ve en aquellos héroes del espíritu los antecesores de
su arte, que bajo el manto de la poesía querían ocultar a la sociedad recelosa
de su tiempo el hecho de que todos y cada uno de ellos eran sofistas.[21]
En contraste con esto, Protágoras, que según se dice no tiene nada que temer
de la luz y entiende que semejantes disfraces sólo servirían para aumentar
los recelos contra la cultura por él representada, "confiesa"
públicamente, ante el mundo entero, que es un "sofista", un maestro
profesional de alta cultura y un "educador de hombres".[22]
Por eso aprovecha de buen grado la ocasión que se le brinda de exponer de cerca
ante quienes le escuchan la esencia de esta cultura. Sócrates se da cuenta de
que Protágoras se siente orgulloso de sus nuevos admiradores y sugiere que a la
conferencia sean invitados también Pródico e Hipias, lo que Protágoras acoge
con satisfacción.[23]
Después que sus servicíales admiradores se apresuran a juntar bancos y sillas
para formar un aula y una vez reunidos todos, comienza el espectáculo con el
anuncio, repetido una vez más y con toda solemnidad por Protágoras, de que,
con sus enseñanzas, Hipócrates hará progresos diarios e incesantes hacia lo
mejor.[24]
495
Al llegar aquí, interviene Sócrates para preguntar
en qué hace mejores a sus discípulos la educación de Protágoras. Con esto
vuelve al problema que se había dejado sin resolver en el diálogo preliminar:
el de la esencia y la finalidad de la educación sofística.[25]
Si un joven entrase de discípulo con Zeuxis y éste le prometiese hacerle mejor,
todo el mundo sabría en qué: en pintura. Si acudiese con el mismo propósito a
Ortágoras de Tebas, nadie ignoraría tampoco que el progreso en este caso se
referiría a su educación como tocador de flauta.[26]
Pues bien, ¿en qué terreno progresará hacia lo mejor quien reciba enseñanza de
Protágoras? La explicación de la pregunta formulada por Sócrates tiende
claramente a un arte (techné) y a una especialidad en una determinada
materia, que el sofista reclama para sí. Protágoras no puede contestar a la
pregunta que se le formula en nombre de todos los que ostentan el nombre de
sofista, pues tampoco entre ellos existe unanimidad de criterio acerca de este
punto. Por ejemplo, Hipias, allí presente, es famoso como representante de las
"artes liberales", sobre todo del que más tarde se llamaría quadrivium:
la aritmética, la geometría, la astronomía y la música. Estas ramas de la
enseñanza sofística podrían hacer justicia mejor que otras a la pregunta
apuntada por Sócrates, puesto que presentaban el deseado carácter técnico, pero
Protágoras da preferencia incondicional en su educación a las ramas sociales
del saber. Entiende que los jóvenes que han pasado por la acostumbrada
enseñanza de tipo elemental y que ahora aspiran a completarla mediante una
cultura superior que los prepare, no para una profesión determinada, sino para
la carrera política, no quieren entregarse a nuevos estudios técnicos determinados,[27]
porque necesitan otra cosa, y esto es lo que él quiere enseñarles: la capacidad
de orientarse certeramente a sí mismos y de orientar a los demás acerca del
mejor modo de administrar su casa y de dirigir con éxito, de palabra y de
hecho, los asuntos del estado.[28]
Aunque Protágoras no da a la trasmisión de esta
capacidad, por oposición a lo que ocurre con las matemáticas, el nombre de una
disciplina o de una techné, reconoce ante las preguntas de Sócrates que
con ello se erige en maestro del "arte político" y asume la pretensión
de educar a los hombres para que sean buenos ciudadanos.[29]Sócrates
reconoce qne ésta es una alta finalidad, pero muestra sus dudas acerca de la
posibilidad de estimular esta virtud por medio de la enseñanza, en apoyo de lo
cual aduce diferentes experiencias conocidas. En las asambleas del pueblo y en
la vida pública en general rige exclusivamente el consejo de los más destacados
expertos en materias de arquitectura, de construcción de buques, en todos aquellos
496 asuntos que son objeto de una
determinada especialidad o de un arte determinado, y si un profano se atreviese
a dar su opinión en estas cuestiones se le obligaría a descender de la tribuna
entre risas generales.[30]
En cambio, tratándose de materias en que nadie puede dárselas de experto,
porque no constituyen ninguna especialidad, cualquiera puede levantarse en la
asamblea del pueblo, lo mismo el zapatero que el carpintero o el herrero, el
mercader o el marino, el rico y el pobre, el noble o el plebeyo, a dar su
opinión en voz alta, y nadie le gritará que se retire de la tribuna porque esté
hablando de algo que no le ha enseñado ningún maestro, pues estas materias no
se consideran evidentemente susceptibles de ser enseñadas.[31]
Otro tanto acontece también en la vida privada. Los hombres que más descuellan
por sus cualidades espirituales y morales no disponen de medios para trasmitir
a otros las cualidades que les distinguen, su areté. Pericles, el padre
de los dos jóvenes aquí presentes, les dio una educación excelente en todo
aquello para que existen profesores, pero en aquello en que estriba su propia
grandeza no los educa él ni los entrega a otro para que los eduque, sino que
los deja que "campen por sus respetos", libremente, como si la areté
fuese a posarse sobre ellos por sí misma.[32]
Es el problema, sobre el que tantas veces insiste Sócrates, de por qué se da
con tanta frecuencia el caso de que los hijos de los grandes hombres no salgan
a sus padres. Además, en apoyo de esto hay otros ejemplos que brinda la
historia familiar de ciertas gentes conocidas en la época, entre los cuales se
destacan de un modo especial los que se refieren a los personajes aquí
presentes.[33] Todas estas experiencias
le sirven a Sócrates de base para establecer su tesis de que la virtud no es
susceptible de ser enseñada.[34]
Recoge con ello en forma filosófica una idea
fundamental de la aristocracia que Píndaro había representado y que la
pedagogía racionalista de los sofistas dejaban más bien a un lado en vez de
detenerse a refutarla.[35]
El optimismo pedagógico de los sofistas no parecía conocer límites; [36]
su fuerte concepción intelectual de la meta de la educación contribuía a
alentar ese optimismo, que parecía además responder a la tendencia general de
la época, sobre todo a la evolución de la mayoría de los estados hacia la
democracia.[37] Sin embargo, no debe
creerse que las antiguas dudas que en la paideia de la nobleza suscitaba
la omnipotencia de la educación obedeciesen exclusivamente a prejuicios de
cíase. No. Este punto de vista reflejaba muchas experiencias dolorosas de
aquella clase tan orgullosa de sus virtudes y tradiciones y de la que en otro
tiempo había arrancado todo el pensamiento educativo superior de la nación.[38]
El escepticismo de 497 Sócrates ante la educación
sofística afecta precisamente al punto en que ésta dejaba en pie, sin resolver,
el viejo problema pindárico de la educación del hombre. Sócrates no pone en
duda, ciertamente, los éxitos evidentes logrados por los sofistas en el campo
de la cultura intelectual,[39]
sino la posibilidad de trasmitir a otros por los mismos medios las virtudes
propias del ciudadano y del estadista. Por eso la figura adecuada para servir
de centro a este diálogo no era la de Hipias de Elis, representante de los
estudios matemáticos, o la de Pró-dico de Ceos, interesado en problemas de
gramática, sino sólo la de Protágoras, que era el verdadero jefe de la
tendencia para la que este problema de la formación ético-política constituía
el problema fundamental y creía poder resolverlo mediante el estudio de la
"ciencia social".
Es evidente que Protágoras, al intentar encontrar
así un medio moderno de suplir sobre una base racional la antigua y rigurosa
educación que se daba a la nobleza, acreditaba un sentido finísimo para
percibir las necesidades del presente y el cambio operado en la situación,
pero en este punto era precisamente donde mejor se manifestaba la falla de la paideia
sofística. Las palabras de Sócrates: "Hasta ahora siempre había
creído que si los buenos se hacen buenos no es por obra de los cuidados del
hombre" traslucen directamente la creencia pindárica de que la areté es
un don de los dioses,[40]
y esta concepción religiosa aparece mezclada en curiosa aleación con el sobrio
realismo que da la experiencia de la esterilidad de tantos esfuerzos humanos
bien intencionados.
La objeción de Sócrates tiene un carácter tan de
principio que obliga a Protágoras desde el primer momento a desplazar la conversación
del campo de lo meramente técnico-didáctico a un plano espiritual superior. No
todos los sofistas habrían sido capaces de seguir a este terreno al crítico de
su pedagogía, pero Protágoras era el hombre indicado para ello. En las
manifestaciones con que contesta detenidamente a Sócrates, Platón nos presenta
de mano maestra a un adversario nada despreciable. Habría sido un mal
representante de la época pedagógica si no hubiese tomado posición ante aquel
problema fundamental de toda educación o no hubiese estado en condiciones de
abogar por ella. La duda que suscitaba la posibilidad de educar al hombre
arrancaba de experiencias individuales contra las que no había nada que alegar.
Por eso Protágoras desplaza hábilmente el punto de partida y examina el
problema desde el punto de vista de sus nuevos conocimientos sociológicos,
intentando probar mediante el análisis de la vida social humana, de sus
instituciones y 498 necesidades, que sin tomar como premisa la
posibilidad de educar la naturaleza humana todas estas instituciones, que de
hecho existían, perderían su sentido y razón de ser. Así considerada, la
educación se presenta como un postulado social y político intangible, sobre
todo en una democracia moderna, donde tan importantes son el espíritu colectivo
del individuo y su participación activa en la vida del estado. Ya al exponer
las doctrinas de los sofistas hemos tenido ocasión de examinar estas teorías de
Protágoras sobre la fundamentación sociológica de la educación.[41]
Esta larga exposición de principios le permite a Platón hacer brillar al gran
sofista —que es al mismo tiempo un maestro de la forma— en todas las
modalidades de la retórica. Sócrates se confiesa arrollado y derrotado,[42]
pero su aparente asombro exento de crítica es más bien la expresión irónica
del hecho de que no piensa seguir a Protágoras a este terreno, en el que le sería
difícil darle alcance. La fuerza de Sócrates no radica en la gracia con que
cuenta mitos o hace largas disquisiciones doctrinales, sino en la atlética
dialéctica de sus preguntas certeras, a las que es necesario contestar. Este
arte dialéctico de Sócrates se revela triunfal-falmente en el siguiente intento
de atraer al adversario a su propio terreno. De este modo se completa el
contraste entre las dos partes empeñadas en el duelo, contraste que no alcanza
sólo a la posición de principio que cada una de ellas mantiene en punto a la
educación, sino que abarca también una comparación plástica de sus respectivos
métodos didácticos.
Sócrates parece sumarse al coro de alabanzas de
todos los presentes y sólo pide que se le aclare un punto concreto.[43]
En su intervención, Protágoras había expuesto su convicción fundamental acerca
de la posibilidad de educar al género humano, entre otras formas, bajo ι del mito de que Zeus confirió a los mortales, además del don
prometeico de la civilización técnica con la que amenazaban destruirse los unos
a los otros, el don divino del espíritu colectivo y de la virtud política, la
justicia, la prudencia, la piedad, etcétera. Este don mantenía a los estados
sobre la tierra; no era sólo una gracia concedida especialmente a ciertos
individuos, sino común a todos los seres humanos, y la educación del hombre en
la virtud política tenía únicamente la misión de desarrollar en él este don
natural y social.[44]
La mención de la virtud en general y de las virtudes especiales de la justicia,
la prudencia y la piedad, le sirve a Sócrates de asidero para concentrarse en
su problema peculiar: el problema de la esencia de estas distintas virtudes y
de su relación con la virtud pura y simple.[45]
Y le plantea a Protágoras este problema en la forma siguiente: ¿la virtud es
solamente una, y la justicia, la prudencia y la piedad partes de ella, o estas
virtudes son simplemente nombres distintos para expresar la 499 misma cosa? [46]
De pronto nos encontramos navegando en las aguas conocidas de los primeros
diálogos socráticos, del Laques, del Cár-mides y del Eutifrón.
Sócrates parece haberse olvidado por completo, en su entusiasmo por este su
tema favorito, del punto de partida del diálogo, o sea el problema de la
posibilidad o imposibilidad de educar al hombre y de iniciarle en la virtud.
Creyéndose seguro por el ruidoso y unánime aplauso que acaban de tributarle,
Protágoras le sigue al terreno poco familiar para él de estas sutiles
distinciones lógicas, cuyo sentido no percibe con claridad por el momento,
como tampoco lo percibirá seguramente el lector.
En cada uno de los diálogos menores Platón había
investigado una virtud concreta, haciendo que la disquisición desembocase luego
por algún punto en el problema de la "virtud en sí" y de su esencia.
El concepto de las distintas "partes" de la virtud aparece asimismo
en aquellos diálogos. En el Protágoras, Sócrates comienza también la
búsqueda tomando como punto de partida una virtud concreta. Pero aquí el
problema de las relaciones entre esta virtud concreta y la "virtud en
general" no surge en el apogeo al final del diálogo, sino que aparece ya
en el primer momento de plantear el problema como el verdadero objetivo de la
discusión.[47]
Sócrates procura poner esto en claro desde el principio al intentar precisar
inmediatamente el concepto de "partes" de la virtud, que Protágoras
le concede como expresión de las relaciones entre la justicia y la
"virtud en sí", con esta pregunta, "¿estas distintas virtudes
son partes de la virtud, al modo como la boca y la nariz son partes de la faz
humana con respecto a ésta, o las partes del oro en relación con él,[48]
es decir, partes cualitativamente distintas entre sí y con respecto al todo, o
partes cuantitativamente distintas nada más?" Protágoras, abrazando sin
duda el punto de vista del common sense, opina lo primero. Contesta en
un sentido resueltamente negativo a la pregunta de Sócrates de si cuando se
posee en realidad la virtud se poseen también todas sus partes, diciendo que
eso no es cierto, como lo demuestra el hecho de que haya muchos hombres
valientes que no son justos y muchos hombres justos que no son sabios. El
problema parece complicarse por el hecho de presentar ahora la sabiduría (σοφία) como una parte más de la virtud, añadiendo, por tanto, a las virtudes
morales una virtud o areté intelectual.[49]
Desde un punto de vista histórico, es lógico por completo que sea precisamente
el sofista quien subraye este aspecto intelectual de la areté. No
sospecha que con ello allana de un modo considerable el camino a su adversario,
ya que éste concibe la virtud como un saber. No obstante, ya desde ahora
entrevemos que a pesar de este aparente punto de contacto de ambos en su alta
apreciación 500 del saber, es precisamente aquí,
en su enorme discrepancia en cuanto a la concepción de lo que es el saber,
donde se revelará el abismo que los separa. Protágoras ignora la tesis de
Sócrates de que la virtud es un saber y no se le pasa siquiera por las mientes
la idea de que se orienta hacia semejante conclusión. En el curso ulterior del
diálogo, Sócrates le oculta cuidadosamente esta su intención final, que
nosotros conocemos por los diálogos anteriores. Como el estadista que se propone
alcanzar una meta lejana y recata sus móviles e intenciones finales a los ojos
de la ignorante multitud al dar los primeros pasos por este camino, vemos aquí
cómo aquella pregunta, que versa en torno al todo y a las partes de la virtud,
formulada como por un maestro de escuela y que Sócrates coloca en primer plano,
parece ser por el momento el fin último de la discusión.
El giro que toma la conversación sobre este tema en
el Protágoras se distingue del de los diálogos anteriores en que
Sócrates, aquí, no señala la relación entre la parte y el todo a la luz de una
virtud concreta, sino por medio de la comparación completa de todas las virtudes
entre sí, con lo cual se propone demostrar su unidad. El hecho de que, al hacer esto, proceda en ciertos aspectos
concretos de un modo más sumario
que en los diálogos menores no obedece sólo a la circunstancia de que su
propósito de establecer una comparación completa le obliga precisamente a recorrer un camino más largo y, por tanto, a
acortar las etapas, sino al hecho de que una mayor prolijidad le haría incurrir
en repeticiones que, por lo demás, son
ya de suyo inevitables. Se dan por
supuestas, evidentemente, las investigaciones sobre las distintas virtudes
hechas en diálogos anteriores, aunque el conocimiento de ellas no sea, por otra
parte, indispensable para la inteligencia del problema por parte de
Protágoras.[50] Sócrates divide en varios apartados la
cuestión de si poseyendo la virtud no se poseen necesariamente todas sus
partes. En primer lugar investiga si la
justicia lleva necesariamente aparejada la piedad, luego examina la relación
entre la prudencia y la sabiduría y, por fin, la que existe entre la prudencia
y la justicia.[51] Partiendo de aquellas virtudes entre las
que existe mayor analogía relativa,
Sócrates procura arrancar a su interlocutor la concesión de que la justicia y
la piedad son en esencia lo mismo o, por lo menos, cosas muy semejantes y
afines entre sí, lo que Protágoras reconoce,
aunque de mala gana.
Sócrates pretende aportar la
misma prueba con respecto a las otras parejas de virtudes mencionadas, dejando
para el final la valentía, por ser de todas las 501
virtudes la que
más se diferencia psicológicamente de las demás. Protágoras encuentra todo
esto muy extraño, pues él, como lo haría cualquier otro representante del
"sano sentido común", se inclina naturalmente, al comparar entre sí
distintas virtudes a las que el lenguaje da diferentes nombres, a hacer
hincapié no en lo que haya en ellas de sustancialmente afín, sino en sus
diferencias. Constantemente intenta afirmar y hacer que prevalezca este punto
de vista.[52] Pero no consigue nada de
Sócrates. Éste señala continuamente lo análogo, se esfuerza en poner de
relieve el fundamento común de lo aparentemente distinto, y hasta parece que en
su celo irresistible por avanzar en su camino, cuya meta es el acoplamiento de
las partes dentro del todo, de la variedad a la unidad, no le preocupa gran
cosa acusar unos cuantos fallos en sus conclusiones. El carácter
"sinóptico" de la dialéctica socrática, que conocemos ya de los
primeros diálogos de Platón,[53]
se manifiesta con gran belleza plástica en su dinámica interior en esta revista
conjunta que pasa a todas las virtudes concretas. Y los intérpretes modernos,
que reprochan a Platón como un defecto el hecho de pasar por alto con demasiada
ligereza las diferencias de las cosas comparadas entre sí, sólo demuestran con
ello que no han comprendido el sentido de su método.
La creciente desazón de Protágoras obliga a Platón a
interrumpir la conversación aquí, antes de que Sócrates haya alcanzado su meta.[54]La
tensión artística del diálogo descansa en gran parte en la consecuente
tenacidad con que Sócrates mantiene la vista fija en esta meta y se niega a
salirse del terreno de la disquisición dialéctica. Sin embargo, concede a
Protágoras un largo respiro, que éste emplea en desplazar la conversación sobre
la virtud y la posibilidad de enseñarla a otro terreno, el de la explicación
poética, que es una de las formas esenciales de la paideia sofística.[55]
Pero también aquí se encuentra en Sócrates con un maestro. Éste se apodera
inmediatamente de la interpretación dada a la famosa poesía de Simónides sobre
la verdadera virtud del hombre, que Protágoras había elegido como ejemplo para
ilustrar su arte[56] y, utilizándola para sus
fines, mediante una tergiversación hábil de su sentido, muestra con
transfigurada seriedad que por este camino se puede demostrar todo lo que se
quiera, pues él saca de los versos de Simónides un sentido congruente con su
conocida tesis de que ningún hombre practica voluntariamente el 502 mal.[57]
Tras este ingenioso episodio, del que Protágoras no sale muy bien parado,
Sócrates consigue llevarle con algún esfuerzo a la conversación inacabada
sobre la virtud y sus partes, defendiendo la tesis, muy osada al parecer, de
que la valentía y la sabiduría son una y la misma cosa.[58]
En vista de que Protágoras se niega a reconocer esto, y de que alega diversas
objeciones lógicas y psicológicas contra el modo como Sócrates llega a su
conclusión,[59] éste intenta alcanzar su
fin por medio de un rodeo. Para ello parte de la distinción existente entre
una vida feliz y una vida miserable y define la primera como una vida agradable
y placentera y la segunda como una vida llena de disgusto y de dolor.[60]
Seguramente que la multitud, dice, aceptará semejante definición, pero no así
Protágoras, quien no podrá menos que distinguir entre las sensaciones de placer
buenas y las malas.[61]
Sócrates examina a continuación su actitud ante la razón y la ciencia.[62]
Para Sócrates éstas constituyen "la fuerza suprema del hombre", pero
si Protágoras, en el terreno de la ética, no comparte el hedonismo de la
multitud, aquél teme que marche en cambio del brazo de ella en su valoración
del espíritu, que no reconozca al saber la fuerza necesaria para llevar las
riendas y la dirección de la vida, sino que considere más fuertes a los
instintos. La cuestión decisiva es ésta: ¿pueden el saber y el conocimiento
ayudar al hombre a obrar bien, y puede la conciencia de lo que es bueno
abroquelarle contra cualquier influencia que quiera moverle a obrar mal?[63]
Protágoras se avergüenza también aquí de profesar el criterio de la multitud,
esta vez movido por un cierto orgullo de hombre culto. Y en realidad ¿quién
mejor podría suscribir la alta estimación socrática del saber para la vida que
el representante del postulado de la formación superior del espíritu ? [64]
Ahora, Sócrates se objeta a sí mismo y objeta a
Protágoras, desde el punto de vista de la multitud, que el hombre conoce no
pocas 503 veces el bien, pero no lo
practica, a pesar de que podría hacerlo. Y cuando se le pregunta por qué obra
así, contesta que lo hace arrastrado por el placer o por el dolor.[65]
Quien esté convencido de que el conocimiento del bien encierra la fuerza
necesaria para realizarse no tiene más remedio que encontrar una explicación a
esta experiencia humana general. Sócrates y Protágoras pueden estar seguros de
que la multitud exigirá de ellos que les explique qué es eso que los demás
hombres llaman "ser arrastrados por el placer".[66]
Protágoras empieza a darse cuenta de que de su asentimiento a la alta
estimación socrática del saber como fuerza moral pueden derivarse consecuencias
no previstas por él. Presiente necesariamente que en el fondo piensa como la
"multitud", para la que entre el conocimiento del bien y su realización
media un gran trecho. Pero ya no puede retroceder, ya ha asentido a la tesis de
Sócrates, y, además, el papel asumido con ello está en completa consonancia con
la estimación que tiene de sí mismo como hombre de espíritu que no quiere verse
confundido con la masa. Sin embargo, no desea que se siga investigando este problema
y, con elegante gesto de su mano, quiere disuadir de ello a su interlocutor:
¿qué nos interesan las opiniones de la masa, que no dice sino lo que en cada
momento se le ocurre? [67]
Pero Sócrates insiste en que los campeones del conocimiento y de su valor para
la conducta humana están obligados a oponer a la concepción corriente acerca de
estas cosas su propia explicación, pues entiende que una posición acertada ante
este problema es de una importancia decisiva para determinar la relación
existente entre la valentía y las demás partes de la virtud. Protágoras no
tiene más remedio que escuchar a Sócrates, dejando que él debata en nombre de
ambos, por decirlo así, con la "multitud" y sus opiniones, para lo
cual Sócrates defiende al mismo tiempo el punto de vista de la masa y el suyo
propio y hace todo el gasto de la conversación, mientras que Protágoras, ya más
tranquilo, queda reducido al papel de simple oyente.[68]
Sócrates pone ahora de manifiesto que por
"dejarse arrastrar por el placer" la multitud entiende el proceso
psíquico de sentirse tentado por la satisfacción de un apetito sensual, aunque
lo reconozca como malo. Por ejemplo, opta por procurarse un placer momentáneo en
vez de abstenerse de él, a pesar de comprender que más tarde podrá derivarse de
ello algún mal. Sócrates interroga a fondo a la multitud para averiguar la
razón de por qué en este caso considera que el placer buscado es dañoso en
última instancia.[69]
Y la obliga a reconocer que no sabe dar otra razón sino la de que el placer
gozado 504 trae como consecuencia un disgusto mayor.[70] En otros términos: la meta final (τέλος) con respecto a la cual reconoce la multitud diferencias
valorativas entre unas y otras sensaciones de placer es, a su vez, el placer y
sólo éste.[71] El hecho de que considere siempre bueno lo
dulce y malo lo amargo obedece en último término a la razón de que lo dulce
produce placer y lo amargo dolor. De
ser esto cierto, el hecho de "dejarse arrastrar por el placer", que
la multitud invoca como una razón, no significa sino que se ha cometido un error de cálculo, eligiendo el menor placer en vez
del mayor, por la sencilla razón de que
era el que estaba más cerca en el momento de optar.[72]Sócrates
ilustra plásticamente esto presentando al hombre llamado a decidirse a obrar
con una balanza en la mano, en la que pesa uno y otro placer, uno y otro dolor
o un placer y un dolor.[73] Y explica, a su vez, de modo que no admite
equívocos, el sentido de esta imagen con otras dos comparaciones del campo de
lo cuantitativo. Si la salud y la salvación de nuestra vida dependiesen del hecho de elegir los
caminos más largos que fuese posible, todo dependería de descubrir un arte de
la medida que nos guardase de ilusiones en cuanto a la verdadera longitud del
camino y que eliminase de nuestras decisiones el factor de las apariencias
engañosas. Sin un arte así nuestra
opción sería siempre insegura,
vacilante, extraviada no pocas
veces por las simples apariencias y nos veríamos obligados con frecuencia a
arrepentimos de ella. Pero el arte de
la medida eliminaría esta fuente de errores y situaría nuestra vida sobre
fundamentos firmes.[74] En cambio, si nuestra salvación dependiese
de una opción acertada entre lo recto y lo no
recto en el sentido aritmético de
la palabra, la aritmética sería el arte sobre el que habría que erigir toda la
vida del hombre.[75] Pero como el fin de la existencia humana,
según el criterio de la masa, es conseguir un balance favorable de placer, lo
que habrá que hacer será eliminar los
errores de perspectiva que en este terreno extravían con tanta frecuencia
nuestras decisiones y las empujan en una falsa dirección, creando un arte de
la medida que nos permita distinguir la apariencia de la verdad.[76] En otra ocasión, continúa Sócrates, investigaremos cuál es este
arte de la medida y en qué consiste su esencia; pero lo que desde ahora
podemos asegurar es que son un saber y un conocimiento de los que nos pueden
dar la pauta para nuestra conducta, bastando esto para demostrar el punto 505 de vista mantenido por Protágoras y por mí.[77]
Nos preguntabas —dice dirigiéndose a la masa— en qué consistía según nuestra
opinión el proceso psíquico de lo que tú llamas "dejarse arrastrar por el
placer". Si te hubiéramos contestado: en la ignorancia, te habrías reído
de nosotros; ahora, sin embargo, queda bien demostrado que es la mayor
ignorancia lo que en esencia sirve de base a ese modo de obrar.[78]
Después de dar esta respuesta a la multitud, Sócrates
se dirige en su nombre y en el de Protágoras a los sofistas presentes, que se
muestran perfectamente convencidos. Sócrates subraya de modo expreso su
identificación con la tesis de que lo bueno es agradable y que esto es, por
tanto, la pauta de la voluntad y la conducta del hombre.[79]
El propio Protágoras, alentado por el asenso general, se adhiere también ahora,
tácitamente, a la tesis que antes miraba con cierto recelo.[80]
Con lo cual todos los criterios pedagógicos que se agrupaban bajo este techo se
armonizan unánimemente al fin sobre la idea de los polloi, de la que
Sócrates partiera. Sócrates los tiene a todos cogidos en la celada. Al lector
atento no se le habrá escapado una circunstancia, y es que Sócrates no ha
llegado a suscribir nunca el principio hedonístico: lo único que ha hecho ha
sido destacar que éste es el criterio general de la masa y el resultado
consecuente de su modo de pensar. Sin embargo, Sócrates deja que esto
sirva más bien para caracterizar indirectamente a los sofistas como educadores
y, sin detenerse ni un momento más en ello, pasa directamente a explotar en
todo su alcance la concesión que en punto a esta concepción ha logrado
arrancarles. En efecto, si lo agradable es precisamente, como cree la masa, el
criterio de todas las decisiones y de todos los actos humanos, es evidente que
nadie elegirá a sabiendas el camino de lo menos bueno, es decir, de lo menos
agradable, y que la pretendida debilidad moral de quien "se deja arrastrar
por el placer" no es, en realidad, otra cosa que ausencia de saber.[81]Nadie
se propone conscientemente como fin lo que considera un mal.[82]
Con esto, Sócrates obliga a los sofistas a reconocer su conocida paradoja de
que nadie "obra mal" voluntariamente,[83]
sin que por el momento le interese saber si el giro "obrar mal" tiene
en labios de ellos el mismo sentido que en los suyos. . . Partiendo de esta concepción
es cosa fácil para él resolver el problema todavía no resuelto 506 de las relaciones entre la valentía y el saber, añadiendo con ello el
eslabón último que faltaba a su cadena probatoria, aún incompleta, de la unidad
de la virtud. Su tesis era la de que la valentía y la sabiduría eran una y la
misma cosa. Protágoras había reconocido que todas las demás virtudes se
hallaban más o menos íntimamente relacionadas entre sí. Según él, la única
excepción era la valentía, y contra ella se estrellaba, al parecer, toda la
argumentación de Sócrates,[84]
desde el momento en que había hombres que, aun siendo impíos, desenfrenados y
espiritualmente incultos en grado extremo, eran, sin embargo,
extraordinariamente valientes. Y defendía al valiente como un hombre que no
retrocedía ante los peligros que llenaban a otros de pavor.[85]
Pues bien, si definimos el miedo como el presentimiento de un mal,[86]
resultará que Protágoras, al concebir la valentía como el hecho de no
retroceder ante aquello sobre que recae el temor, cae en contradicción con la
tesis que todos acaban de suscribir, según la cual nadie marcha conscientemente
hacia lo que considera un mal.[87]
Con arreglo a esta tesis, por el contrario, el valiente y el cobarde deberían
coincidir plenamente en no marchar por su voluntad hacia algo que desde su
punto de vista se debe temer.[88]La
diferencia entre ellos reside más bien en lo que temen: el valiente sólo teme a
la ignominia; el cobarde, en cambio, teme por ignorancia a la muerte.[89]
El sentido profundo del concepto socrático del saber se desprende aquí por
último, con una fuerza profética, de la visión de conjunto de lo
contradictorio. Es el conocimiento del verdadero valor el que determina
irremisiblemente la opción de nuestra voluntad. Por donde llegamos a la
conclusión de que la valentía es esencialmente lo mismo que la sabiduría: el
conocimiento de lo que en realidad se debe temer y de lo que no se debe temer.[90]
El movimiento dialéctico del pensamiento socrático,
que en los diálogos menores de Platón veíamos remontar el vuelo, pero sin que
llegase nunca a su meta, alcanza, por fin, el objetivo propuesto, con lo que
las palabras con que Sócrates formula en el Protágoras el resultado de
su disquisición expresan al mismo tiempo el sentido que orientaba a aquellas
otras conversaciones anteriores: "Pido que todo esto no se examine con
otro fin que el de investigar qué es la virtud y cuál es su esencia, pues sé
que una vez esclarecido esto quedará puesto en claro también, del mejor modo,
aquello sobre lo que ambos hemos estado conversando tan largamente, yo
sosteniendo que la virtud no puede enseñarse, tú que sí se puede
enseñar." [91] Y, en efecto, el problema
referente a la esencia de la virtud es la premisa necesaria para poder resolver
el que versa sobre la posibilidad o imposibilidad de enseñarla. Pero el
resultado a que Sócrates llega es éste: el hecho de que la virtud sea un saber,
y de que incluso la 507 valentía entre en esta
definición, no es la premisa para el problema de la posibilidad de enseñar la
virtud solamente en un sentido lógico formal, sino que parece situar este
problema por vez primera en el campo de lo posible, con lo que al final los
puntos de vista de ambas partes parecen sufrir una completa inversión:
Sócrates, que no consideraba la virtud susceptible de ser enseñada, se
esfuerza ahora por todos los medios en probar que la virtud es, en todas sus
formas, un saber, y Protágoras, que la había considerado materia apta de enseñanza,
hace, por el contrario, grandes esfuerzos para demostrar que es cualquier cosa
menos un saber, con lo cual la posibilidad de enseñarla se torna materialmente
discutible.[92] El drama termina con el
asombro que muestra Sócrates ante este resultado aparentemente contradictorio;
pero el asombro, en este caso como en todos, es para Platón, evidentemente, la
fuente de toda verdadera filosofía[93]
y el lector se queda con la certeza de que la tesis socrática que reduce la virtud
al conocimiento de los verdaderos valores[94]
debe constituir la piedra angular de toda educación.
Claro está que Platón, en el Protágoras, se
mantiene también fiel a su principio socrático de no enseñar nada
dogmáticamente, sino interesarnos interiormente en su problema, problema que
logra hacer nuestro, consiguiendo que, bajo la dirección de Sócrates, vaya surgiendo
poco a poco el conocimiento en nuestro propio interior. Puede que esta obra
concreta nos interese por este problema, pero si, partiendo de la etapa vencida
al final del Protágoras, nos remontamos a las investigaciones sobre las
distintas virtudes que figuran en los anteriores diálogos platónicos, vemos
claramente que el filósofo da por supuesto que tiene ante él un lector que
sigue sus ideas con la misma tenaz perseverancia con que él mismo va dando
vueltas en nuevas y nuevas obras al mismo problema y le arranca aspectos constantemente
nuevos. Al final del Protágoras vemos que, a pesar del arte asombroso de
Platón para retener y estimular nuestra atención por medio de constantes
cambios de escena y de iluminación, el problema tratado sigue siendo el mismo
que en otras obras anteriores. Pero al mismo tiempo nos sentimos aliviados por
la sensación de que a medida que subimos vamos abarcando más y más con la mirada
y con la comprensión, en sus conexiones, el paisaje que divisamos. Mientras que
la lectura de los diálogos anteriores de Platón acerca de las distintas
virtudes nos hacía al principio más bien vislumbrar que ver con claridad que
todos aquellos esfuerzos no eran más que a modo de líneas trazadas directamente
hacia un punto, pero con la sensación de que seguíamos moviéndonos en el mismo
plano, al 508 terminar la lectura del Protágoras nos sentimos
asombrados cuando miramos desde lo alto hacia ellos y vemos que todos aquellos
caminos conducen en efecto a la cumbre a que nos hemos remontado, a la
conciencia de que todas las virtudes humanas son esencialmente lo mismo y de
que esta esencia común reside en el conocimiento de lo que es verdaderamente
valioso. Pero todos los esfuerzos anteriores realizados para llegar a este
resultado adquieren un sentido y una importancia por el hecho de orientarse,
como ahora comprendemos igualmente, hacia el problema de la educación.
En la época de los sofistas la paideia se
convierte por vez primera en un problema consciente y se sitúa en el centro
del interés general bajo la presión de la vida misma y de la evolución del
espíritu, que siempre colaboran. Surge una "cultura superior" y
aparece y se desarrolla, como representante suya, una profesión especial: la
de los sofistas, que se asignan como misión el "enseñar la virtud".[95]
Pero ahora se pone de manifiesto que, a pesar de todas las meditaciones acerca
de los métodos pedagógicos y las formas de enseñanza y a pesar de la riqueza
vertiginosa de materia didáctica de que dispone esta cultura superior, nadie
tiene una idea clara acerca de las premisas de este comienzo. Sócrates no había
tenido la pretensión de educar a los hombres como Protágoras, que lo dice de
modo expreso, y nuestras fuentes destacan cuidadosamente este rasgo.[96]
Pero aunque estemos instintivamente convencidos desde el primer momento, como
lo estaban todos sus discípulos, de que Sócrates es el verdadero educador que
su época busca, Platón pone de relieve en el Protágoras que su pedagogía
no se basa sólo en otros métodos de naturaleza distinta o en el mero poder
misterioso de la personalidad, sino fundamentalmente en el hecho de que, al
reducir el problema moral a un problema de saber, sienta por vez primera aquella
premisa que a la pedagogía sofística le faltaba. El postulado de la primacía
de la formación del espíritu proclamado por los sofistas no puede justificarse
por el simple hecho de triunfar en la vida. Esta época vacilante en sus
fundamentos reclama el conocimiento de una norma suprema que obligue y vincule
a todos, por ser expresión de la naturaleza más íntima del hombre, y apoyándose
en la cual pueda la educación afrontar su tarea suprema: formar al hombre para
su verdadera areté. A este resultado no pueden conducir los
conocimientos y el training de los sofistas, sino solamente aquel saber
profundo sobre que versa el problema de Sócrates.
Pero aunque el movimiento dialéctico de los diálogos
anteriores sólo se aquiete en el Protágoras, plantea a su vez nuevos
problemas a los que no da solución y con cuyo planteamiento señala el camino 509 a otras obras futuras. Es
cierto que Sócrates no considera la virtud susceptible de ser enseñada ni
alega la pretensión de educar a los hombres, pero Platón da a entender que
detrás de esta actitud irónica sólo se esconde su profunda conciencia
de las verdaderas
dificultades que encierra
semejante misión. En realidad, Sócrates
está mucho más cerca de la solución de este problema que los sofistas. Sólo necesita, para ello, ahondar en su
planteamiento, investigándolo hasta el fin, y esto es lo que Platón pinta como
una perspectiva. Uno de los problemas
que necesitan ahora con más apremio discutirse es el de la posibilidad o
imposibilidad de enseñar la virtud, problema que parece haberse acercado ya a
su solución con la prueba socrática de que la virtud no es sino el saber.[97] Pero surge la necesidad de investigar a
fondo la esencia de este concepto socrático del saber, puesto que es evidente
que no coincide con lo que los sofistas y la mayoría de los hombres entienden
por tal. Esta investigación se contiene
en el Menón y, en parte, en el Gorgias. Pero hay también otros
aspectos en que el Protágoras apunta
reiteradas veces al futuro
desarrollo de los problemas esbozados en
él. Nos referimos
principalmente a la
disquisición sobre el mejor modo
de vida (eu)= ch=n), que Sócrates no señala en el Protágoras como un fin en sí,
sino simplemente como un medio para ilustrar la importancia del saber en cuanto a la conducta acertada del hombre, partiendo del supuesto de que sea cierta la opinión vulgar que considera lo agradable
como lo bueno. Sócrates hace ver a la
multitud que, dando por supuesta la exactitud de este criterio valorativo, el
hombre necesitaría, para elegir con acierto la mayor suma de placer, un arte
de la medida que le permitiese distinguir el placer mayor del menor, es decir,
que, en tal caso, no podría lograrse sin conocimiento el tipo de vida mejor.[98] Con esto, ha logrado probar lo que por el
momento se proponía, pero cabe preguntarse si la equiparación de lo bueno a lo agradable, que
sabe hacer plausible a los sofistas y a tantos modernos investigadores, refleja
en realidad el criterio propio de Sócrates.[99] Ha surgido el problema de la meta (τέλος) y ya no es posible sepultarlo en el olvido. Sospechamos que Sócrates, dado el desenfado con que se
manifiesta en el Protágoras, se está burlando 510
de todos los sofistas y de nosotros mismos. Y exigimos que, por fin, nos
hable seriamente acerca de un problema de tanta seriedad. Esto es lo que hace
en el Gorgias, que es, desde todos los puntos de vista, el perfecto
hermano gemelo del Protágoras y el complemento indispensable del
temperamento irónico vertido en éste.
[1] 1 Permítasenos que, por razones de brevedad,
conservemos la traducción tradicional de las palabras griegas areté y epistémé por
"virtud" y "saber",
respectivamente, aunque ambas
expresiones sean igualmente equívocas,
por tener las conocidas acepciones concomitantes modernas
que las palabras
griegas no tenían. Quien no tenga la suficiente independencia
de juicio para atribuir siempre a la
palabra "virtud" el sentido griego, después de todo lo
que desde el comienzo del primer
libro hemos venido exponiendo en el transcurso de nuestro estudio sobre la
esencia de la areté de los griegos, y para no dar a la palabra
"saber" el sentido que tiene en la actualidad la palabra
"ciencia", sino el significado espiritual de los valores, de lo que
los griegos llaman frónesis, no saldrá ganando nada tampoco porque
se empleen constantemente los
términos griegos en vez de los términos modernos más o menos equivalentes.
[2] 2 La opinión de que partimos, o sea la de que
el Protágoras presupone ya los diálogos menores de Platón, habrá de verse
confirmada en el transcurso de nuestra interpretación. Wilamowitz incluye este diálogo entre las
obras más antiguas de Platón y Arnim la considera incluso como la más antigua
de todas. Wilamowitz basa
este criterio en su
convencimiento de que los diálogos
socráticos más antiguos de Platón, incluyendo
el Protágoras, no tenían aún un
carácter filosófico (Cf. supra, p. 468). arnim,
en Platos Jugenddialoge und der Phaidros, pp. 24-35, fundamenta su tesis
en la prueba que pretende aportar de que el Laques presupone el Protágoras como
anterior a él. A mi juicio, ambos puntos
de vista son igualmente insostenibles.
[3] 3 Prot., 310 As.
[4] 4 Prot., 311 A
ss.
[5]
5 Prot. 312 A.
[6] 6 Estudiar para formarse en
una profesión es e)pi\
te/xnh manqa/nein; los kaloi\ ka)gaqoi/ con Protágoras estudian
sólo e)pi\ paidei/a|; (321 B), es decir, para su propia
educación.
[7] 7 Cf supra, pp. 414 ss.
[8] 8 Prot., 313 A. Son auténticamente socráticos los motivos
del peligro y del alma, que aparecen en este pasaje. Cf. también 314 A 1-2, 314 Β 1.
[9] 9
Cf. sobre este aspecto de la nueva cultura ver infra, pp. 493 s.
[10] 10 Prot., 313 A-314 B.
[11] 11 Prot., 313 D-E: postulado del médico de almas; 313 C 6: el
saber como alimento del alma. El motivo
del cuidado médico del alma (yuxh=j qerapei/a) aparece, sistemáticamente
elaborado, en el Gorgias. Cf. infra, pp. 516 s.
[12] 12 Prot., 313 D 2; 313 D 8; 313 E 3; 314 Β 3.
[13] 13 Prot., 314 C ss.
[14] 14
Prot., 314 E-315 B.
[15] 15 Prot., 315 C.
[16] 16 prot. 315 d.
[17] 17 Prot., 319 A.
[18] 18 En Prot., 319 A, e)pa/ggelma es la "promesa" que el maestro hace al discípulo de
enseñarle una determinada cosa. El verbo es e)pagge/llesqai y también u(pisxnei=sqai (Cf. nota 22), que en este caso significa "hacer saber". En
latín, la palabra equivalente a este e)pagge/llesqai, es profiteri, de donde se deriva el término de professor empleado en
el Imperio romano para designar al sofista dedicado a la enseñanza.
[19] 19 Prot., 316 D.
[20] 20 Prot., 316
D-E.
[21] 21 Prot., 316 D.
[22] 22 Prot., 317 Β: o(mologw~ te sofisth\j ei)=nai kai\ kaideu/ein
a)vqrw/pouj. Cf. la palabra o(mologei=n, que aparece también en 317 Β 6
y 317 C 1.
[23] 23 Prot., 317 C-D.
[24] 24 Prot., 318
A.
[25] 25 Prot, 312 E.
[26] 26 Prot, 318 C.
[27] 27 Prot, 318 E. Protágoras critica aquí, de pasada, a los sofistas del
tipo de Hipias, que se dedican a la enseñanza de las llamadas "artes
liberales", llamándolos corraptores de la juventud (lwbw=ntai tou\j ne/ouj).
[28] 28 Prot., 318 E, 5-319 A 2.
[29] 29 Prot, 319 A.
[30] 30 Prot., 319 B-C.
[31] 31 Prot., 319 D.
[32] 32 Prot., 319 E.
[33] 33 Prot., 320 A.
[34] 34 Prot., 320 B.
[35] 35 Cf. supra, pp. 207 s., 209, 264 ss.
[36] 36 Cf. supra., pp. 280 ss.
[37] 37 Cf. supra, p. 285.
[38] 38 Ya en Homero aparece expresada la duda en la omnipotencia de la
educación. Cf. supra, p. 42.
[39] 39 En Prot., 319 C 7, Sócrates llama ta\ e)n te/xnh
o)/nta al campo de lo asequible a la formación
intelectual. Cf. también Gorgias, 455 B, Laques, 185 B. La característica de
este tipo de saber y de cultura es la existencia de profesores y exámenes. Cf.
Gorgias, 313 E ss.
[40] 40 Es la objeción principal que Sócrates alega antes y después del
discurso de Protágoras: Prot., 319 B 2 y 328 E.
[41] 41 Cf. supra, pp. 282 ss.
[42] 42 Prot., 328 D-E.
[43] 43 Prot., 329 B.
[44] 44 Prot., 329
C. Cf. 322 B-323 A.
[45] 45 Cf. supra, pp. 471 ss.
[46] 46 Prot., 329 C 6.
[47] 47 Esto es característico en cuanto a la relación entre el Protágoras
y aquellos diálogos menores. En el Protágoras el autor se remonta de nuevo a
ellos y los desarrolla.
[48] 48 Prot., 329 D.
[49] 49
Prot., 329 E.
[50] 50 Por ejemplo, el apartado siguiente, Prot., 349 D ss., recuerda el
Laques y los intentos hechos en él para captar la esencia de la valentía. Si
aquí no se repiten de un modo pedantesco todos y cada uno de los matices de
las distinciones hechas en el Laques, ello no quiere decir que este último
diálogo represente una etapa más avanzada de investigación dialéctica y que,
por tanto, sea posterior al Protágoras. (En cuanto al pensamiento de arnim, ob. cit., Cf. nota 2 de este
capítulo.)
[51] 51 Prot., 330 Cs.; 332 As.; 333 D
s.
[52] 52 Prot., 331 Β 8, 322 A 1, 333 E, 350 C-351 B.
[53] 53 Cf. supra, p. 485.
[54] 54 Prot., 335 B-C.
[55] 55 Prot., 338 E. Aquí Protágoras declara que el conocimiento de los
poetas (peri\ e)pw~n
deino\n ei)=nai) constituye "la parte fundamental de la
paideia".
[56] 56 Elige esta poesía porque trata de la esencia de la areté, aunque no
aporte nada al problema, planteado por Sócrates, de las "partes" de
la areté y de su relación con el todo. Platón enlaza aquí directamente la
paideia sofística a aquel aspecto de la antigua poesía que traducía una
reflexión consciente sobre la areté y, por tanto, sobre la educación. Para
ilustrar esto, Simónides era un autor especialmente indicado.
[57] 57 Prot., 345 E. Sócrates llega a esta interpretación históricamente
falsa siguiendo menos el sentido de las palabras de Simónides que a través de
su consecuencia lógica. Lo que él busca, incluso en los poetas, es la verdad
absoluta, tal como él la ve.
[58] 58 Prot., 349 D ss. Sócrates vese obligado a
apelar a la fama de Protágoras como el más grande representante de la paideia
para convencerle de que siga tomando parte en la conversación.
[59] 59 Prot., 350 C ss.
[60] 60 Prot., 351 Β ss.
[61] 61 Prot., 351 D.
[62] 62 Prot., 352
B.
[63] 63 Prot., 352
C 3-7.
[64] 64 Prot., 352 D. Protágoras dice: "Si hay algún hombre en el
mundo para quien sería una deshonra (ai)sxro/n) no considerar la sabiduría y el saber como las más
poderosas de todas las fuerzas humanas, ese hombre soy yo." Pero se ve
claramente que lo que le mueve a asentir a las palabras de Sócrates no es tanto
una certeza interior como el miedo a la vergüenza que significaría para él, representante
de la paideia, el dudar de la fuerza del saber. Sócrates, que se da cuenta bien
de esto, lo utiliza para enredar a su adversario en contradicciones consigo
mismo. Cf. el miedo de éste ante el choque de la sociedad (ai)sxro/n) como medio
de refutación en Prot., 331 A 9, 333 C; Gorg., 461 Β y, sobre todo, 482 D ss., donde Calicles pone al descubierto este
"ardid" de Sócrates.
[65] 65 Prot., 352 D-E.
[66] 66 Prot., 353
A.
[67] 67 Prot., 353
A.
[68] 68 Está claro por qué Platón hace que Sócrates emplee aquí el ardid de
preguntar a la "masa" en vez de Protágoras. Así hace que le sea más
fácil a Protágoras asentir, pues de otro modo, por miedo al choque de la
sociedad, tendría, seguramente, reparo en contestar en su propio nombre. Cf. supra,
nota 64.
[69] 69 Prot., 353 C ss.
[70] 70 Prot., 353 D-E; 354 B.
[71] 71 Es en este pasaje donde el
concepto fundamental del fin (τέλος) aparece
por vez primera en Platón. Cf. 354 Β 7, 354 D 2, 354 D 8, así como también el
verbo correlativo a)poteleuta~n (ei)j h(dona/j) en 354 Β 6 y τελευτάν en 355 A 5. Sinónimo de τέλος: Cf. 355 A 1, "el bien" (a)gaqo/n). En
el Gorgias, 499 E, la misma idea está expresada por "la razón de por
qué" (ou)= e(/neka), que equipara al "bien".
[72] 72 Prot., 356 A.
[73] 73 Prot., 356 B.
[74] 74 Prot., 356 C-E.
[75] 75 Prot., 356 E-357 A.
[76] 76
Prot., 357 A-B
[77] 77 Prot., 357 B. El concepto de la medida y del arte de medir
(metretiké), que aquí se emplea repetidamente y con gran insistencia (Cf. 356 D
8; 356 E 4; 357 A 1; 357 B 2 y 357 B 4), tiene una importancia fundamental para
la concepción platónica de la paideia y del saber. Aquí aparece primeramente
como simple postulado y además aplicado para determinar el supremo bien, el
cual no se concibe, ni mucho menos, en sentido socrático. En obras posteriores
de Platón este concepto revelará su verdadera fuerza y su pleno contenido.
[78] 78 Prot., 357 C-D.
[79] 79 Prot., 358 A.
[80] 80 Quic tacet, consentire videtur.
[81] 81 Prot., 358 B 6.
[82] 82 Prot., 358 D.
[83] 83 Cf. supra, p. 501 y nota 57.
[84] 84 Prot., 349 D.
[85] 85 Prot., 349 E.
[86] 86 Prot., 358 D 6.
[87] 87 Prot., 358 E.
[88] 88 Prot., 359 D.
[89] 89 Prot., 360 B-C.
[90] 90 Prot., 360 D 5.
[91] 91 Prot., 360 E 6.
[92] 92 Prot., 361 A., supra, pp. 281
y 497.
[93] 92a Cf. Teeteto,
155 A.
[94] 93 Prot., 361 Β 2. Cf. 358 C 5, donde la "ignorancia" se
define, en sentido socrático, como error con respecto a los verdaderos valores (e)yeu=sqai peri\ tw~n pragma/twn tw~n pollou=
a)ci/wn).
[95] 94 Tal es la definición del sofista en Platón; Cf. Prot., 349 A: paideu/sewj kai\ a)reth=j
dida/skaloj. Los sofistas se comprometen a educar hombres: paideu/ein a)nqrw/pouj (Apol, 19 E; Prot., 317 B), lo que en Apol., 20 Β se equipara a "poseer conocimientos de la areté humana y
política".
[96] 95 Apol., 19 E-20 C. jenofonte, Mem., I, 2, 2.
Cf. supra,
p. 438.
[97] 96 Prot., 361 C. Hasta qué punto agitó este problema el
pensamiento de los contemporáneos de Sócrates nos lo revela no sólo el
testimonio de un sofista de la misma
época como el
autor de las
llamadas Dialexeis (Cf.
el cap. 6
de esa obra en diels, Vorsokratiker,
t. ii, 5a ed., pp. 405 ss.),
sino también, por ejemplo, una discusión como la prueba de Las suplicantes de
Eurípides (v. 911-917), según la cual la virtud de la valentía puede enseñarse
exactamente lo mismo que se enseñaba hablar a un niño y a escuchar y decir lo
que no sabe. Eurípides saca de aquí la
conclusión de que todo depende de que se emplee la paideia adecuada.
[98] 97 La investigación a fondo
sobre qué clase
de conocimiento y de
ciencia (te/xnh kai\
e)pisth/mh) sea este arte de la medida, la reserva Sócrates al final del
Protágoras (357 B) para otra ocasión.
[99] 98 Cf. supra, p. 504.
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