982
ante ninguna obra de Platón ha vacilado tanto el juicio de la posteridad
como ante el Fedro. Schleiermacher veía en este diálogo el programa de
la Academia y un trabajo primitivo de Platón, habiéndosele considerado durante
mucho tiempo como el punto natural de partida para comprender los últimos fines
a que se encaminaban la obra de Platón como escritor y sus métodos educativos.
Brindaba el compendio más breve de las ideas Platónicas acerca de la relación
entre el escrito, la palabra hablada y el pensamiento y era, por tanto, el
pórtico por el que todos entraban al templo de la filosofía de Platón. El
arranque ditirámbico por el que se deja llevar Sócrates en el Fedro, como
él mismo advierte irónicamente, en los discursos sobre el eros,[1] se
tenía por indicio seguro de los tempranos orígenes de este diálogo. Ya la
crítica antigua había caracterizado el estilo de estas conversaciones, en
parte, como malo o "juvenil", lo que equivalía, indudablemente, a
primitivo, no en un sentido biológico, sino en un sentido de valoración
artística, es decir, de censura de un estilo excesivamente redundante.[2]
Más tarde, se interpretaba esto como un signo de la falta de equilibrio o
ponderación, propio de la juventud efectiva del autor, sin caer en la cuenta de
que este estilo no caracteriza al diálogo en su totalidad, sino sólo a los
discursos sobre el eros, γ que el propio Platón lo caracteriza expresamente
como síntoma del estado excepcional de espíritu en que se halla Sócrates. Se
creía lógico que Platón diese, en los comienzos mismos de su carrera literaria,
una explicación sobre el modo como entendía él su actitud ante la obra del
escritor en general y sobre el valor de la palabra escrita para la filosofía,
tanto más cuanto que se tenía la conciencia de las especiales dificultades que
planteaba a la comprensión la forma de los escritos Platónicos y su
importancia en cuanto 983 al contenido de su
filosofía. Y fue precisamente con ayuda del Fedro como Schleiermacher
descubrió esta nueva interpretación formal, que había de dar la pauta para todo
lo demás.[3]
No tiene, pues, nada de extraño que también él creyese poder considerar este
diálogo, en el sentido de Platón, como introducción a sus obras. Pero a medida
que, en el transcurso del siglo XIX, las investigaciones sobre Platón fueron asimilándose
la idea del desarrollo histórico y procedieron a estudios más precisos sobre la
cronología de cada uno de los diálogos, se descubrieron signos que denotaban
un origen más tardío del Fedro. Al mismo tiempo inducía a error la idea
fundamental de Schleiermacher sobre los designios pedagógicos de todos los
diálogos escritos de Platón y de su proclamación programática.[4]
Se buscaba el verdadero sentido de este diálogo, bien en los discursos sobre el
eros de la primera parte, bien en la psicología y en la teoría de las
ideas del gran discurso de Sócrates y en las manifestaciones concluyentes de la
segunda parte sobre el método dialéctico. Finalmente, veíase que la riqueza del
lenguaje y la complejidad de la composición con que el pensamiento Platónico se
expone en esta obra denotaban que procedía de la época de su mayor madurez,
descubriéndose en ella relaciones cada vez mayores con los demás diálogos
Platónicos de las últimas décadas del autor. Después de situar el Fedro, durante
algún tiempo, en la época del Simposio, o sea en el periodo intermedio
(después de la fundación de la escuela Platónica), los intérpretes veíanse
ahora obligados a desplazar de nuevo este diálogo hasta la última fase de la
vida del filósofo.[5] El
interés por la descripción teórica del método dialéctico se consideraba ahora
como característica que justificaba la inclusión del Fedro en el grupo
de los llamados diálogos dialécticos, encuadrados entretanto, mediante pruebas
irrefutables, en los últimos años de la carrera de Platón.[6]
984
Uno de los
problemas más difíciles y más discutidos es el que plantea la composición del Fedro.
Los discursos sobre el eros que figuran en la primera parte del
diálogo y que se exaltan hasta la nota ditirámbica, no parecen fundirse en
unidad completa con la investigación abstracta y teórica de la segunda parte
sobre el carácter de la verdadera elocuencia. Es cierto que una gran parte de
las dificultades que la composición de la obra ofrece al lector proviene
simplemente del paralelo, explicable pero falso, con el Simposio. Comparado
con esta obra, que versa íntegramente sobre el problema del eros, es
fácil ver en el Fedro el segundo gran diálogo erótico de Platón. Esta
iluminación unilateral de la fachada hace que se pierda en la sombra por
completo el segundo cuerpo del edificio o que aparezca como algo puramente
accesorio. La distancia que lo separa del primero se agranda a medida que se
tiende a convertir en eje de la segunda parte del diálogo el método Platónico
de la dialéctica. Para salir de estas dificultades no hay más que un camino:
comprender la situación de espíritu de que surgió la obra y en que Platón
quiere expresamente situarla.
La unidad del Fedro
reside en sus relaciones con el problema de la retórica. A este problema se
consagran por igual las dos partes de la obra. El desconocimiento de este
vínculo que las une es lo que explica la mayor parte de las perplejidades en
que incurren los intérpretes. La llamada parte erótica, o sea la primera,
comienza con la lectura y la crítica de un discurso de Lisias, a quien se
presenta como el dirigente de la escuela retórica más influyente de Atenas, que
en tiempo de Sócrates se hallaba en el apogeo de su prestigio.[7]
Platón le enfrenta sucesivamente dos discursos de Sócrates sobre el mismo tema,
el valor del eros, para demostrar una de dos cosas; cómo, partiendo de
las falsas premisas de Lisias sobre el eros, se puede tratar el mismo
tema mejor que él lo hace o cómo se debe exponer este problema cuando se conoce
lo que verdaderamente es. En la segunda parte, a tono con lo anterior, se
empieza exponiendo de un modo más bien general los defectos de la retórica y de
los sistemas retóricos imperantes en tiempo de Sócrates, para luego esclarecer
los méritos de la dialéctica socrática como medio de una verdadera retórica. Al
final deja sin solución el problema de si este tipo de retórica llegará a
existir alguna vez. Sin embargo, Platón hace que Sócrates exprese grandes
esperanzas en el joven Isócrates. y el diálogo termina con las palabras
laudatorias del maestro sobre este nuevo retórico.[8]
985
Estas alabanzas
tributadas a Isócrates constituyen un contraste consciente con las censuras
dedicadas a Lisias, que encabezan tanto la primera como la segunda parte del Fedro.[9] Demuestran
que, en el momento en que redactó este diálogo, Platón volvía a debatirse vivamente
con el problema del valor de la cultura retórica, de que se había ocupado ya
desde muy temprano en el Gorgias, y que el gran viraje en los rumbos de
la retórica que lleva el nombre de Isócrates debía guardar alguna relación con
este interés, por grandes que sean las reservas con que se cojan los elogios
que Platón le tributa públicamente en este lugar. Suponiendo que los modernos
investigadores se hallen en lo cierto al situar en una época tardía los orígenes
del Fedro, vendrá a corroborar su teoría, con un argumento importante,
esta relación con la escuela de Isócrates. Aunque es difícil decir a priori a
qué época de la actuación de Isócrates puede corresponder este episodio, es
evidente que la profecía sobre la grandeza futura de este hombre no habría
tenido sentido alguno en los tiempos juveniles de Platón, cuando aún no existía
una escuela de Isócrates ni nada que permitiese distinguirle del resto de los
redactores de discursos. Fue necesario que la nueva retórica de Isócrates demostrase
en pruebas decisivas la potencia de espíritu de su autor, para que Platón
pudiese pensar en ceñir la frente del hombre que dirigía la más importante
escuela de Atenas, adversaria de la suya, con el laurel de aquella profecía
socrática.[10] El
primer periodo que sigue a la fundación de la escuela de Isócrates, que debió
de ocurrir en la década del ochenta o a fines de la del noventa, no era tampoco
el más adecuado para mover a Platón a semejante actitud, ya que en su obra
programática, el discurso Contra los sofistas, y en la Elena, Isócrates
daba una severa repulsa a la paideia Platónica. Pero en la curva
fluctuante de las relaciones espirituales entre las escuelas de Platón e
Isócrates debió de presentarse, más tarde, un punto de afinidad, probablemente
antes de que Aristóteles organizase en la Academia la enseñanza retórica,
haciendo a Isócrates una competencia que más tarde habría de convertirse en una
polémica literaria manifiesta.[11]
El Fedro sólo
puede comprenderse como una nueva fase en la actitud de Platón ante la
retórica. En el Gorgias esta actitud es todavía de franca repulsa; la
retórica es, para él, la suma y compendio de una cultura que no se basa en la
verdad, sino en la simple apariencia. Es cierto que ya en este diálogo, si se
fija uno bien, se descubren 986 de vez en cuando
ciertas referencias a lo que podríamos llamar la propia conciencia retórica de
Platón.[12]
El hombre que en el Simposio y en el Menexeno había acreditado
tan brillantemente sus dotes para imitar y sobrepujar todas las formas de la
oratoria de su tiempo, no podía adoptar una actitud pura y simple de
desinterés por la retórica.[13]
Había puesto desde el primer momento al servicio de la filosofía el don del
discurso, que poseía por naturaleza. Pero esto no significaba, para él, la
renuncia a moderar eficazmente la forma de expresión del pensamiento, sino que,
por el contrario, constituía el mayor acicate para este esfuerzo. Cuanto más
propendía Isócrates a subrayar la sutileza de la dialéctica y su inutilidad
como método educativo, oponiendo a ella el valor práctico de su retórica,[14]
más movido tenía que sentirse Platón a proclamar públicamente la importancia
de la educación dialéctica. Podía alegar con razón que la nitidez y la claridad
de las distinciones psicológicas y conceptuales constituyen premisas de toda
retórica. Era fácil, para él, demostrar que sin el desarrollo de estas
capacidades del espíritu, ni el orador ni el escritor pueden mostrar verdadera
fuerza de convicción y que los recursos técnicos que brindaban entonces, como
brindan hoy, los manuales didácticos de la retórica al uso no pueden suplir en
modo alguno esta formación espiritual. Platón escribió el Fedro para
esclarecer debidamente este aspecto de su paideia y dejar sentadas sus
exigencias en este sentido. Es perfectamente concebible que este manifiesto
constituyese el impulso directo que llevó al joven Aristóteles, encargado por
aquel entonces de enseñar en la Academia como discípulo de Platón, a introducir
de hecho la retórica como nueva disciplina de enseñanza en la escuela
Platónica. Trataba con ello, indudablemente, de establecer el ejemplo de una
nueva retórica sobre la base científica esbozada en el Fedro.[15]
El hecho de que
Platón, en el comienzo del Fedro, entre tan a fondo en la discusión del
problema del eros, no debe llevarnos a ver en ello la verdadera
finalidad del diálogo. Lo decisivo está en que el punto de partida de esta obra
es la lectura de un discurso modelo de Lisias, entregado por éste a sus
discípulos para que se lo aprendiesen de memoria.[16]
Esta ficción sorprendente sólo tiene un sentido si se ve la finalidad esencial
perseguida por Platón en la crítica del modo 987
retórico de tratar el tema. La elección del eros como materia del discurso
obedece a lo socorrido que este tema era en esta clase de ejercicios
escolásticos de los retóricos. Entre los títulos de las obras perdidas de
Aristóteles encontramos citada toda una colección de este tipo de tesis
retóricas sobre el eros.[17]
Era, seguramente, una práctica muy antigua en la escuela retórica, que
representaba, evidentemente, una concesión hecha al interés de los alumnos.
Este punto de vista contribuye también a esclarecer en cierto modo las obras de
Platón sobre el tema erótico.[18]
No era posible que ninguna escuela pasase por alto este problema que tanto
agitaba a la juventud, aun cuando Platón lo abordaba con mayor profundidad que
podían hacerlo todas aquellas declamaciones retóricas por el estilo de la de
Lisias. La discusión de este problema brindaba a Platón la posibilidad de
tratar, aparte de la forma, el contenido de verdad que era decisivo para los
filósofos. La escuela retórica limitábase a atraer la atención a través de un
tema tan sensacional como éste, sin llegar a dominarlo en su esencia; Platón,
en cambio, recoge el tema como jugando y, ahondando en la profundidad de su
propia especulación filosófica sobre la esencia del eros, enfrenta al
discurso de Lisias otro discurso en que se pone de manifiesto toda la
trivialidad y el carácter equívoco de la trama retórica.
Platón demuestra
que el discurso de Lisias está lleno de repeticiones y no aborda seriamente,
como es lógico, en su aspecto conceptual, el tema tratado.[19]
Vemos ya aquí demostrada a la luz de un ejemplo concreto la importancia
práctica que tiene la dialéctica Platónica para la cultura retórica, que constituye
el centro de la segunda parte del diálogo. Pero, al mismo tiempo, el intento de
Sócrates de dar una base mejor de argumentación lógica, en su réplica, a la
tesis sustentada por Lisias, pone de relieve el verdadero error en que se
basa. No es éste el lugar oportuno para entrar a examinar su contenido, pues lo
que aquí nos interesa es retener fijamente la línea fundamental del Fedro, o
sea el problema retórico. La juventud ateniense estaba muy preocupada con el
problema de saber si y en qué circunstancias era lícito ceder a los
requerimientos del amante, aludiendo con ello, fundamentalmente, a la entrega
física. Ya conocemos este problema por el discurso de Pausanias, que figura en
el Simposio.[20] Lisias desbanca
a quienes lo consideraban lícito con la tesis perversa de que era siempre mejor
para el amado entregarse a un amigo que no se hallase dominado por el eros, sino
que conservase su sangre fría.[21]
Este amigo no se dejaría arrastrar por las turbulencias sentimentales 988 del amor, ni perjudicaría a su joven amigo
aislándole egoístamente por la violencia de todos los demás hombres, para
encadenarlo exclusivamente a él. Sócrates, en su primer discurso, que
pronuncia con la cabeza descubierta, pues no se le oculta el carácter blasfemo
de la tesis, refuerza estos argumentos mediante una rigurosa clasificación y
determinación lógica de las distintas clases de apetitos. Coincide plenamente
con Lisias al considerar el eros como una modalidad del apetito sensual,
construyendo su argumentación sobre esta premisa.[22]
El amante es, según esta definición, el hombre que antepone el placer de
los sentidos al bien. Es un hombre egoísta, celoso, envidioso y despótico. No
le interesa, pues, en lo más mínimo la perfección física ni espiritual de su
amigo. Y lo mismo que supedita su bienestar físico a la satisfacción de sus
propios deseos, lo mantiene en lo espiritual lo más lejos de la
filosofía",[23] es
decir, no muestra un sincero interés en que se desarrolle interiormente por su
propia cuenta. Su conducta es en todo lo opuesto a lo que ordena el eros educativo,
que ilustra el Simposio.[24]
Esta
contradicción indica ya y pone fuera de toda duda que en este discurso Sócrates
no sostiene seriamente sus propias concepciones acerca del eros. Mejor
dicho, habla en serio, pero no habla de un eros que sea digno de este
nombre. Nada más contrario al alto concepto del carácter de un eros como
el proclamado en el discurso de Diótima que el punto de vista aquí mantenido
con todos los recursos de la dialéctica. En realidad, Sócrates se esfuerza en
destacarlo con esta nitidez simplemente para poner de relieve lo que Lisias,
sin decirlo, entiende por amor. Pero este modo forzado de abordar dialécticamente
el problema es lo que hace imprescindible que, por el imperio de una necesidad
interna, la discusión trascienda, se remonte sobre este tema concreto del eros
y se eleve a las verdaderas alturas de la consideración filosófica. Esto
empuja a Sócrates a su segundo discurso sobre el eros, a la
"palinodia" en que intenta hacer justicia de la locura divina y de
su distinción de las formas antidivinas y nocivas de la insensatez humana.[25]
El eros se sitúa aquí en el mismo plano que las dotes poéticas y
proféticas y se presenta la inspiración como su esencia común. Platón reconoce,
en este pasaje, que la emoción creadora del poeta constituye directamente y
con arreglo a su 989 naturaleza originaría un
fenómeno paidéutico en el más alto sentido,[26]
elemento que actúa también desde el primer momento en el auténtico eros. Esta
concepción tiene sus raíces profundas en la teoría Platónica sobre la esencia
del alma; [27] que
ilustra en cuanto a su dinámica con el mito del tiro desigual de caballos de
las diversas partes del alma y de su cochero, el espíritu.[28]
El discurso va ascendiendo en un vuelo cada vez más alto de entusiasmo hasta
remontarse a aquella región supracelestial en que el alma, impulsada por el eros,
siguiendo al dios afín a ella por su esencia, es ya digna de contemplar el
ser puro.[29]
Sócrates justifica el estilo poético del lenguaje de su discurso remitiéndose a
Fedro, en gracia al cual emplea este recurso.[30]
A un discípulo y admirador de la cultura retórica no se le puede hablar
de otro modo. Pero Sócrates le demuestra que el filósofo sabe sobrepujar
fácilmente su arte, si se lo propone. El vuelo ditirámbico de sus palabras no
es un frío artificio como lo es con tanta frecuencia el estilo sublime de los
retóricos, sino que fluye precisamente de la fuente interior del eros, de
cuya potencia espiritual arrolladora tenemos un testimonio en su discurso.
Partiendo de
este agón de oratoria entre el retórico y el filósofo, la marcha del
diálogo nos lleva fácil y espontáneamente al problema general de cómo
expresarse del mejor modo de palabra y por escrito,[31]
es decir, al problema fundamental de toda retórica. En este terreno, a Platón le
preocupa principalmente el saber si para expresar de palabra un pensamiento es
necesario el conocimiento de la verdad.[32]
Tal es la encrucijada en que se separan de una vez para siempre los
caminos de la educación retórica y de la educación filosófica. Aquí, como en el
Gorgias, Platón enlaza sus reflexiones al concepto de la techné. Niega
que la retórica sea un arte en el sentido estricto de la palabra y la considera
como una simple rutina, carente de toda base material.[33]
Sólo puede convertirse en un verdadero arte a condición de que se apoye en el
conocimiento de la verdad. La retórica suele definirse prácticamente como el
arte de convencer a los hombres ante los tribunales o en las asambleas del
pueblo.[34]
El medio empleado para ello es el discurso y la réplica. Pero en la realidad de
la vida, esta antilógica no se emplea sólo en aquellas dos ocasiones.
990
Se manifiesta en
todos los pensamientos y discursos humanos.[35]
Consiste, en última instancia, en la capacidad de compararlo todo con todo.[36]
La argumentación de los retóricos opera principalmente con los recursos de la
semejanza.[37]
Partiendo de este punto, en sus años posteriores, cuando el problema lógico del
método, y especialmente el de la argumentación, llegó a preocuparle más, se
interesó por la retórica y sus recursos de persuasión en un sentido totalmente
nuevo. Espeusipo, el discípulo de Platón, escribió, hacia la época en que fue
redactado el Fedro, una voluminosa obra sobre dialéctica bajo el título
de Semejanzas, que trataba de la clasificación de lo existente.[38]
El conocimiento de lo semejante y lo dispar sirve de base a toda definición
lógica de un objeto. Suponiendo que el fin de la retórica consista en engañar
al auditorio, es decir, en llevarle a conclusiones falsas partiendo de meras
apariencias, también ello presuponía un conocimiento exacto del método
dialéctico de clasificación, pues sólo así podría penetrarse en los diversos
grados de semejanza entre las cosas.[39]
No es fácil equivocarse cuando se trata de distinguir el hierro de la plata,
pero sí lo es cuando se trata de juzgar acerca de lo bueno y lo justo.[40]
No es posible llegar a ver claro en qué están de acuerdo los hombres y en qué
existe entre ellos la discrepancia, sin partir de una determinación exacta del eidos.
Por eso Sócrates, en su discurso sobre el eros, toma como punto de
partida de su argumentación la determinación conceptual del tema.[41]
Después de poner
fin a sus discursos, aborda de nuevo el comienzo del de Lisias y pone de
relieve parte de lo que debiera ser en realidad la conclusión.[42]
Esto conduce a una crítica general del discurso de Lisias. Se nota en él una
ausencia completa de construcción rigurosa. Todo discurso debe tener, al igual
que un ser vivo, un cuerpo orgánico. No debe carecer de cabeza ni de pies,
sino tener un verdadero tronco y verdaderas extremidades, y todos estos
miembros han de guardar una relación adecuada entre sí y con el todo. Desde
este punto de vista, el discurso de Lisias constituye un producto totalmente
defectuoso.[43]
Platón descubre aquí una visión profunda de lo 991
que debe ser la composición literaria, que más tarde habrá de incorporarse
como fuente de postulados fundamentales a la teoría antigua del arte poético y
de la retórica.[44] Es
importante para nosotros saber que la exigencia de la unidad orgánica de una
obra literaria partió de la filosofía y no de la teoría artística de la
retórica o de los poetas y hubo de ser proclamada por un artista-filósofo que
admiraba la integridad orgánica de la naturaleza y era, al mismo tiempo, un
genio de la lógica. La necesidad de la ordenación lógica del discurso surgía
ante él como problema partiendo de los grandes descubrimientos derivados de la
investigación sistemática de las relaciones mutuas entre los conceptos, como en
los llamados dialécticos de sus tiempos posteriores se expone "para fines
de adiestramiento", a la luz de ejemplos concretos. Lo que impulsó a
Platón a escribir el Fedro fue, de una parte, la claridad cada vez mayor
con que veía el entronque entre estos problemas teóricos aparentemente
abstractos y difíciles de su teoría posterior de las ideas y las más simples
exigencias planteadas a la capacidad de hablar y escribir, que constituía en
aquella época un tema muy ambicionado y muy discutido. Además, había para
Platón un encanto especial en desviar, con esta contribución positiva, la
crítica de los retóricos contra la filosofía como una cosa inútil. En vez de
dejarse llevar por el tono antipático o despectivo de la polémica que también
había gustado de emplear Isócrates en los comienzos de sus actividades contra
Platón, éste sabe combinar los elogios al adversario respetado por él con la
referencia a las profundas conexiones espirituales existentes entre los dos
terrenos.
Es el mismo
Platón quien dice que los tres discursos que figuran en la primera parte, el de
Lisias y los dos de Sócrates, deben servir de ejemplo para ilustrar las
relaciones entre la retórica y la dialéctica.[45]
Deja el discurso de Lisias confiado a su propia suerte, después de las
observaciones críticas antes apuntadas, y señala los dos discursos de
Sócrates, en que se pone de relieve aquella supeditación 992 fundamental de la retórica a la dialéctica.[46]
Da una orientación perfecta para que puedan comprenderse los designios que con
ellos persigue y las ideas que esos discursos pretenden exteriorizar.[47]
Dichos discursos constituyen, a pesar de su lenguaje poético, verdaderos
modelos de clasificación y síntesis conceptuales. Estos dos procesos, que Fe
condicionan mutuamente, forman en conjunto la unidad de la dialéctica.[48]
Platón pone esto en claro al recapitular brevemente en el segundo de los dos
discursos la marcha y el resultado de la distinciones conceptuales.[49]
Esta explicación de las funciones sinóptica y diairética del método dialéctico
es lo más claro y lo más profundo que haya dicho en parte alguna sobre este
tema. No podemos entrar aquí a valorarlo en lo que por sí mismo representa; lo
importante es que Platón lo presente aquí precisamente como la suma y compendio
de lo que la oratoria tiene de "técnico", en el elevado sentido de
esta palabra.[50] El
resto de la retórica, es decir, todo lo que Lisias y otros como él enseñan
a sus alumnos, no puede constituir jamás, de por sí, una técnica. Forma, por
decirlo así, la parte pretécnica de la retórica.[51]
Platón va enumerando de un modo deliberadamente cómico todos los nombres
terminológicos de las diversas partes del discurso que los retóricos distinguen
en sus manuales.[52] En
este cuadro aparecen los representantes de la antigua retórica, todos con sus
nombres, y algunos de ellos además con sus invenciones especiales, que muestran
cierta tendencia hacia una creciente complicación. Platón no desprecia estas
cosas, pero les asigna un lugar secundario. Todos estos hombres han elaborado recursos
valiosos para el discurso y su ordenación.[53]
Pero con ello no pueden enseñar a nadie el arte de convencer y de componer un
todo.
En sus discursos
programáticos sobre la retórica. Isócrates atribuye siempre e! más alto valor
a las dotes naturales y reserva un lugar relativamente modesto a la práctica y
al conocimiento.[54] También
Platón, en el Fedro, examina la relación entre estos tres factores que
los sofistas distinguían en la formación de una oratoria perfecta,[55]
y aboga con gran decisión en favor de la importancia de los dos factores menos
apreciados por Isócrates, sobre todo en favor de la episteme[56]
y también en favor de la práctica, refiriéndose visiblemente 993 la enseñanza de la Academia, donde se profesaba la
lógica, no sólo como teoría, sino también como ejercicio práctico. Isócrates
subraya siempre la parte que corresponde al artista creador y a su intuición.[57]
Indudablemente, la episterme o mathesis, de que habla y que
desdeña, no es sino la concepción formal de la enseñanza profesada por los
retóricos de la vieja escuela. Platón la sustituye por la formación lógica de
la filosofía, susceptible de ser enseñada y que es indispensable, sobre todo
cuando se pretende enseñar algo a otros. De este modo, su crítica de la
retórica anterior va transformándose bajo su mano en un ideal perfectamente
propio de este arte, cuya ejecución es lo único que en realidad le permite
convertirse en techné en el verdadero sentido de la palabra. Es la
articulación de la retórica con la filosofía, de la forma con el contenido
espiritual, de la fuerza expresiva con el conocimiento de la verdad. En la
medida en que las antiguas escuelas filosóficas se muestran asequibles a
la retórica, se apoyan siempre en este programa.[58]
La retórica lo abraza más tarde, y en un sentido lógico más general y menos
riguroso, como la unión del arte del lenguaje con la formación filosófica del
espíritu. La síntesis Platónica sirvió de acicate a Cicerón para el ideal de
cultura preconizado por él en los libros De Oratore[59]
y a través de él siguió influyendo en la Institutio oratoria de Quintiliano.
Platón busca en la historia de la elocuencia práctica el precedente de este
tipo de retórica y lo encuentra en Pericles. La grandeza de Pericles como
orador se debía a la profunda cultura de su espíritu. Era la concepción
filosófica del mundo de su amigo y protegido Anaxágoras la que informaba todo
su pensamiento y daba a sus discursos aquella altura no alcanzada por ningún
otro estadista.[60]
Platón esclarece aún desde otro punto de vista la necesidad de 994 que el orador adquiera también una cultura
material. El orador tiene que influir sobre el alma; su verdadero arte no
versa tanto sobre el simple ornato formal del discurso como sobre la psicagogia.[61] El
paralelo más al alcance de la mano que se ofrece es el del médico, al que ya en
el Gorgias había comparado Platón con el retórico.[62]
Platón cita al propio Hipócrates como personificación del verdadero arte
de la medicina.[63] La
característica esencial de esta actitud del espíritu consiste, según él, en que
el médico, al tratar el cuerpo humano, no pierda nunca de vista la naturaleza
en su conjunto, el cosmos (supra, pp. 804 ss.). Del mismo modo
debe el escritor o el orador, cuando quiera dirigir certeramente al lector o
al auditorio, conocer el mundo del alma humana en todas sus emociones y en
todas sus fuerzas.[64]
Y así como el médico debe saber también con exactitud si la naturaleza de una
cosa es simple o multiforme y cómo actúa o, en su caso, cómo actúan mutuamente
sus diversas formas, el orador debe conocer las formas del alma y su origen y
las formas de discurso a ella adecuadas.[65]
Estas formas del discurso o "ideas" del logos habían sido
enseñadas ya por la retórica.[66]
Pero lo que se contiene de nuevo en este proyecto de una retórica en sentido
Platónico parece ser la tendencia a reducir directamente las formas del
discurso a formas de la actitud del alma y a interpretarlas como la expresión
necesaria de éstas.[67]
Con lo cual todo el peso de la formación se hace descansar sobre el interior
del hombre.
Es notable cómo
Platón se da cuenta de la verdadera fuerza de su espíritu. Esta fuerza radica
aquí como siempre en el conocimiento de cuanto se refiere al alma. La
conciencia de que determinadas formas de expresión se hallan condicionadas por
determinadas funciones anímicas se convierte aquí, para él, en el postulado
práctico de que hombres con un determinado estado de espíritu o dotados de un
carácter firme sólo pueden ser movidos a obrar en un determinado sentido
mediante recursos oratorios elegidos de acuerdo con ello.[68]
Descubrir por medio del lenguaje estos cimientos psicológicos de toda
influencia sobre los hombres constituía una misión para la que Platón se
hallaba predeterminado como nadie por la naturaleza. Es significativo que no se
contente con el postulado teórico de elaborar
995 un sistema universal de categorías
psicológicas con vistas a su empleo retórico, sino que haga el mismo hincapié
en la contrastación de la aplicación práctica de estos conocimientos al caso
concreto y en un modo determinado.[69]
Y no podíamos esperar otra cosa después de ver cómo Platón, en la República,
atribuía a la experiencia práctica y a la formación del carácter tanto
valor y les concedía tanto tiempo como a la pura cultura del espíritu.[70]
La verdadera
innovación reside, sin embargo, en el camino que abraza para la educación del
espíritu. El Fedro incorpora al programa de la paideia Platónica
en la República una nueva zona, la de la retórica, pero sin salirse del
marco trazado en aquella obra. El objetivo perseguido en la República era
la educación del futuro regente; en el Fedro es la formación del orador
y del escritor.[71] Lo
característico es, en ambas obras, el postulado de una especie de formación
del espíritu, cuya necesidad no se le alcanza al simple práctico.[72]
En el programa de una formación filosófica del orador formulado en el Fedro
se repite literalmente la idea central de la República: que para
llegar a la meta se necesita dar un largo "rodeo".[73]
Con ello, Platón establece un enlace expreso con la teoría educativa de la República.
El "rodeo", aquí como allí, es el camino que pasa por la
dialéctica.[74] Quien
crea poder salir adelante con alguna rutina pensará que este camino es
desproporcionadamente largo y penoso. Pero la filosofía educativa de Platón se
encamina siempre a la meta más alta, no a la más baja y, vistas las cosas desde
allí, no hay otro camino más corto ni más cómodo para quien desee cumplir a conciencia
con la misión del orador. Esta misión es concebida por Platón, sin ningún
género de duda, en un sentido ético. Pero el rodeo filosófico sería
inevitable, como hemos visto, aunque se considerase esta meta demasiado alta.[75]
Los maestros de retórica se contentaban 996
fundamentalmente con lo evidente y lo probable, en vez de buscar la verdad.[76]
Platón no intenta, en el Fedro, convencerlos de que es necesario decir
la verdad. Se coloca más bien, como hace con tanta frecuencia aparentemente, en
el punto de vista del adversario, para demostrarle en este terreno que también
para él es indispensable el saber. Ya en el Protágoras había puesto de
relieve la importancia del saber, al decir que si bien la masa consideraba que
el bien supremo de la vida era el placer, sería necesario un saber como pauta
para distinguir el placer mayor del menor y el próximo del lejano.[77]
Y de modo semejante a éste demuestra en el Fedro la necesidad del saber
para el retórico, poniendo de relieve que el descubrimiento de lo evidente (εικός), en que se basa
casi siempre la argumentación retórica, presupone el conocimiento de la verdad,
pues lo evidente no es otra cosa que lo que parece ser la verdad.[78]
Claro está que la verdadera finalidad de la retórica, como Platón
reconoce al final, no consiste en hablar para complacer a los hombres, sino en
agradar a Dios.[79] Es
la teoría que conocemos de la República, del Teeteto y de las Leyes.
Todas las aporías de sus obras anteriores vienen a desembocar ahora en la
actitud rigurosamente teocéntrica que caracteriza la paideia de su
última etapa.
Platón se
muestra muy propicio a reconocer el arte de la escritura de los retóricos
profesionales. Pero no por el hecho de ser una invención genial debe
considerarse como grata a Dios. El mito de la invención del arte de la
escritura, es decir, de los signos escritos, por el dios egipcio Toth, sirve
para esclarecer esto.[80]
Cuando el dios acudió con su nuevo descubrimiento a Thamos de Tebas,
jactándose de brindar al hombre, con él. un recurso salvador para su memoria y,
por tanto, para su saber, Thamos le contestó que la invención de la escritura
serviría, por el contrario, para descuidar la memoria y llevar el olvido a las
almas, pues los hombres se confiarían a lo escrito, en vez de grabar el
recuerdo vivo en sus propias almas.[81]
Y de este modo se cultivaría una falsa sabiduría en vez de un verdadero saber.
Toda la grandeza de Platón se revela en esta posición soberana que adopta ante
la palabra escrita, posición que le afecta tanto a él, en sus actividades de
creación literaria, como a la 997 producción de
los retóricos. Si, después de conocer el texto del Fedro. pudiésemos
abrigar aún la menor duda de que, en esta parte final del diálogo, Platón se
debate tanto consigo mismo como con los demás, no tendríamos más que leer la Carta
séptima, la cual nos demuestra inequívocamente que su autor tiene la
conciencia plena de toda la problemática que supone siempre la plasmación del
pensamiento por medio de la palabra escrita. Ciertas exposiciones de su teoría
por personas incompetentes le dan motivo para formular la paradójica
declaración de que ni él mismo ha encontrado posible exponer su teoría, razón
por la cual no existe una filosofía Platónica escrita.[82]
La posición paralela adoptada en el Fedro se ha relacionado desde muy
pronto con la forma Platónica de los escritos filosóficos, o sea con el
diálogo socrático, viendo en ella una razón fundamental para considerar esta
obra como una manifestación programática (Cf. supra, p. 982). En realidad
es difícil imaginarse que el Platón de la primera época, con este escepticismo
ante la palabra escrita, pudiese acometer su gigantesca obra de escritor. En
cambio, a posteriori podría uno explicarse psicológicamente esa actitud
ante la obra ya realizada, como un medio para preservar su libertad aun frente
a la propia obra escrita.
Movido por este
estado de espíritu de sus años posteriores, Platón se inclina, en el Fedro, a
no reconocer más que un valor escaso al arte de la escritura, aun considerado
en su elevado sentido retórico. Sus productos caen en todas las manos, lo mismo
en manos de quienes los comprenden que en las de gente carente de comprensión,
y la palabra escrita es incapaz de explicarse o defenderse cuando es
injustamente atacada. Necesita de otro, como abogado.[83]
La verdadera escritura es la que se graba en el alma del que aprende, pues
ésta sí tiene la fuerza necesaria para acudir en su propio auxilio.[84]
El único provecho de lo escrito, de lo estampado con tinta, es que
recuerda lo que ya se sabe.[85]
Mientras que la retórica de la época se orienta cada vez más hacia el arte de
la escritura y el "discurso gráfico", Platón funda la superioridad
educativa de la dialéctica filosófica sobre ella en el hecho de que se dirige
directamente al espíritu y lo forma. Los sofistas habían comparado la cultura
con el cultivo de la tierra,[86]
símil que recoge Platón. Quien se interese por la verdadera simiente y quiera
verla convertida en fruto, no plantará un jardincillo de Adonis ni se alegrará
viendo brotar a los ocho días lo sembrado, sino que encontrará goce en el arte
de la verdadera agricultura y se alegrará al ver cómo su simiente da fruto a
los ocho meses de trabajo constante y esforzado.[87]
Las imágenes de la siembra y la plantación son aplicadas por Platón a la
formación dialéctica del espíritu. Quien se interese por la verdadera cultura
del 998 espíritu, no se contentará con los
escasos frutos tempranos, cultivados como jugando en el huerto retórico, sino
que tendrá la paciencia necesaria para dejar que maduren los frutos de la
auténtica cultura filosófica del espíritu. Conocemos esta defensa de la cultura
filosófica por la República y el Teeteto; su premisa es el
postulado del "largo rodeo", y tiene su importancia ver cómo Platón
retorna siempre de nuevo a él.[88]
La siembra de la paideia Platónica sólo puede brotar, como dice la Carta
séptima, en un régimen de larga convivencia y no en unos cuantos semestres
de enseñanza escolar.[89]
A demostrar que esta debilidad —pues así la consideraban los adversarios—
constituía en rigor su verdadera fuerza, se encaminaba aquí como siempre el
esfuerzo de Platón. Pero esta fuerza sólo podía desplegarse en unos pocos
hombres selectos.[90]
Para la masa de la gente "culta", el camino ancho y más cómodo era el
de la retórica.
[1] 1
Fedro, 238 D, 241 E.
[2] 2
Esto se ve muy claro en diógenes laercio, III, 38, quien cita al peripatético Dicearco como fuente del juicio reprobatorio sobre el estilo del diálogo.
Dicearco calificaba el estilo de Platón en el Fedro como φορτικόν, y como además la
fuente neoPlatónica de la biografía de
Platón por Olimpiodoro en su tercer capítulo se basa en el lenguaje
ditirámbico de los discursos sobre
el eros de Sócrates, en el Fedro, para
llegar a la conclusión de la juventud del autor, parece evidente que el
concepto de "juvenil" (meirakiw=dej), que Diógenes aplica rara vez a todo el
planteamiento del problema en el
diálogo, tenia originariamente el
sentido usual de
censura propio de la
crítica estilística de los retóricos, y no se refería para nada
al contenido. La reprobación intrínseca
del Fedro como un "problema juvenil" es, a mi juicio, una
improvisación digna de la ignorancia de Diógenes Laercio. Éste consideraba, evidentemente, que el
verdadero "problema" sobre que versaba el diálogo era el tema del
discurso de Lisias que figura al comienzo del Fedro y que es, sin duda,
un tema bastante pueril.
[3] 3
Cf. mis observaciones sobre la posición
que ocupa Schleiermacher en la
historia de las investigaciones Platónicas del siglo xix, en Platos Stellung
in Aufbau der griechischen Bildung (Berlín, 1928), p. 21 (reproduc. en Die Antike, t. iv, p.
86).
[4] 4
Este viraje lo diο sobre todo Karl
Friedrich hermann,
Geschichte und System
der platonischen Philosophie (Heidelberg,
1839). Cf. acerca de esto mi estudio
citado supra, n. 3, sobre las vicisitudes de la imagen de Platón a
través del siglo xix, p. 23. (Die
Antike, t. IV, p. 88.)
[5] 5
Hermann sitúa el Fedro, junto
con obras como el Menexeno, el Simposio
y el Fedón, en la época que él llama el tercer periodo de la obra
escrita de Platón, antes de la República,
el Timeo y las Leyes. Usener
y Wilamowitz defendían todavía la temprana cronología de Schleiermacher contra
Hermann, aunque Wilamowitz abandonó más tarde este punto de vista. H. von arnim
va todavía más allá que Hermann al situar el Fedro entre las
últimas obras de Platón, en su libro Platos
Jugenddialogue und die Entstehungszeit des
Phaidros (Leipzig, 1914).
[6] 6
Esta piedra de remate a la argumentación probatoria de Arnim, la añadió stenzel, Studien zur Entwicklung der platonischen Dialektik
(Breslau, 1917), pp. 105ss. [Plato's Method of Dialectic (Oxford, 1940), pp. 149ss.]. Esto
confirma el testimonio tomado de los
eruditos helenísticos, de cicerón, Or.,
c. 13, que califica al Fedro como una obra de la vejez de Platón.
[7] 7 La única base común pobre la que,
según Platón, sería posible establecer un paralelo entre su propia pedagogía y
el arte retórico de un Lisias es la reivindicación sostenida por ambas partes
de representar la auténtica paideia. También Isócrates, en su escrito
programático contra los sofistas, distingue como las tres formas fundamentales
de la paideia de su tiempo: 1) los socráticos: 2) los maestros de
elocuencia política del tipo de Alcidamas. y 3) los logógrafos y autores
de discursos del corte de Lisias (Cf. isócrates,
Sof. 1).
[8] 8 Fedro, 279 A.
[9] 9 Fedro, 228
A, 258 D.
[10] 9a Ya cicerón, Or.,
13, 42, dice acertadamente (y este juicio procede de fuente helenística) : haec
de adolescente Socrates auguratur, et ea de seniore scribit Plato et scribit
aequalis. Quien examine atentamente las relaciones literarias entre Platón
e Isócrates, como es de creer que lo hiciesen los filólogos de Alejandría,
tenía que llegar necesariamente a esta conclusión. Jamás se debió tomar el
llamado testimonio de Diógenes Laercio por otra cosa que por una simple
interpretación de este autor. Cf. supra, p. 982, n. 2.
[11] 10
Cf. supra, pp. 939 55. y mi obra Aristóteles, p. 50.
[12] 11
Si Sócrates es el verdadero estadista
(Gorg., 521 D), tiene que ser también, necesariamente, el verdadero retórico, pues
en la época de Platón ambas cosas
son una y la misma.
[13] 12
Cf. supra, p. 570.
[14] 13 Cf. supra, pp. 841, 940-945.
[15] 14
Lo que distingue
la retórica de Aristóteles, tal
como ha llegado
a nosotros, de la de los retóricos de esta escuela es precisamente el modo filosófico de abordar la
tarea. Cf. para la valoración de este
problema, F. solmsen, "Die
Entwicklung der aristotelischen Rhetorik
und Logik" (en Neue Philol.
Untersuchungen, ed. por W. Jaeger, t. iv), pp. 213 s.
[16] 15
Fedro, 228 B-E.
[17] 16
Relación de diógenes laercio, núm.
71: qe/seij e)rwtikai/; núm. 72, qe/seij filikai/.
[18] 17
También en el Simposio aparece
el problema del eros, concretamente al comienzo del duelo oral y en el discurso
de Fedro, como un tema marcadamente retórico.
Cf. supra, pp. 571 ss.
[19] 18 Fedro, 234 E ss., 237 C.
[20] 19 Cf. supra, pp. 571 ss.
[21] 20 Fedro, 231 ss.
[22] 21 Fedro, 237 D-238 C.
[23] 22 Fedro, 239 B.
[24] 23
La importancia decisiva que
aquel eros filosófico que
se describe en el Simposio tiene
para la paideia
es esclarecida a posteriori
por el modo como Sócrates, en su primer discurso,
pronunciado con la cabeza descubierta, previene al joven
contra el amante.
Éste es una
"persona de poco
fiar, que le
perjudica en la fortuna, en la salud de su cuerpo y sobre todo en
la formación de su alma (yuxh=j pai/deusij), lo más alto que ha habido ni habrá
nunca para los dioses y los
hombres" (Fedro, 241 C).
Claro está que, en realidad,
todo esto podría volverse del
revés sin atentar contra el espíritu de Platón: el verdadero amante es el que más estimula
la "formación del alma". Cf.
243 C.
[25] 24
Fedro, 244 A ss.
[26] 25 Fedro, 245 A ss. Este
pasaje ha sido citado ya por nosotros, supra, pp. 52 s. El conocimiento
imperecedero de la esencia y la acción del poeta que se trasluce en él
constituye, en realidad, la base de toda esta obra y de la actitud intelectual
aplicada en ella. Éste es el punto de vista auténticamente helénico.
[27] 26 Fedro, 245 C-246 A.
[28] 27 Fedro, 246
A 35.
[29] 28 Fedro, 247
C.
[30] 29 Fedro, 238
D, 242 B.
[31] 30
Fedro, 258 D.
[32] 31
Fedro, 259 E.
[33] 32
Fedro, 260 E sí. Platón
cita directamente aquí, sin mencionarlo,
su Gorgias.
[34] 33
Fedro, 261 A ss.
[35] 33a Los dos discursos de Sócrates sobre
el eros son ejemplos de esta antilógica que sirve de base al dicere in
utramque partem de los retóricos. Cf. acerca de esto el mismo platón, Fedro, 265 A.
[36] 34 Cf. Fedro, 261 A-B, donde se
pone de relieve que la psicapogia del arte del retórico no se aplica sólo en
la? asambleas públicas, sino también en el trato privado. El método del
retórico se hace extensivo a todas las modalidades de las expresiones humanas (pa/nta ta\ lego/mena). Fedro, 261 E.
[37] 35 Fedro, 261 D.
[38] 36 Los fragmentos de esta obra perdida,
pero conocida en la Antigüedad, han sido reunidos por Paul lang, en su tesis doctoral de la
Universidad de Bonn titulada De Speusippi vita et scriptis (1911).
[39] 37 Fedro, 262 A ss.
[40] 38 Fedro, 263 A.
[41] 39
Éste es el procedimiento que
sigue en ambos discursos. En Fedro,
263 B, se postula la división (diai/resij) del eidos.
Más abajo figuran numerosas referencias a ella. Cf. 263 C, 265 A D, 266 A.
[42] 40
Fedro, 263 E-264 B.
[43] 41 Fedro, 264 C-E.
[44] 42 Cf. el
postulado del ponere totum en horacio,
ars Poetica, 34.
De modo parecido se postula
también en la Ars
Poética, 23, la estricta
unidad de la fábula ( pra=cij
o(/lh kai\ telei/a) en
la epopeya y
en el drama.
En la primera parte de su
Ars Poética, Horacio
pone algunos ejemplos
de la transgresión
de esta ley de la unidad orgánica, pero no
formula la ley con carácter general (o sólo lo hace de pasada, como en 34), cosa
explicable, dado el estilo de sus Sermones. Pero detrás de esto está el profundo
conocimiento que Platón formula por vez primera en el pasaje del Fedro, cit.
supra, n. 40.
[45] 43
El discurso de Lisias, puesto naturalmente con el propósito de que
sirviese de modelo, contiene, según la sarcástica observación Platónica, numerosos ejemplos
de cómo no debe precederse, Fedro,
264 E. Que
los discursos de Sócrates deben ser considerados como
paradigmas se dice en 262 D y 265
A. La escuela de retórica procede exclusivamente a base
del método del
paradigma, Cf. supra, pp. 839, 850. Platón recoge este método, pero con distinto
propósito, para esclarecer desde el punto de vista dialéctico los defectos o
las ventajas de los discursos-modelos comparados entre sí.
[46] 44 Fedro, 264 E-265 A.
[47] 45 Fedro, 265 A
s.s.
[48] 46 Cf. Fedro, 266 B-C, donde Platón
resume el resultado de su precedente explicación del método dialéctico, a la
luz de un ejemplo plástico, sobre los dos conceptos de diairesis,
división, y sinagoge, combinación.
[49] 47 Fedro, 265 A-266 A.
[50] 48 Fedro, 269 D.
[51] 49 Fedro, 269 B-C.: ta\ pro\
th=j te/xnhj a)nagkai=a maqh/mata.
[52] 50 Fedro, 266 D-267 C.
[53] 51 La palabra griega correspondiente al
concepto de "método" en este sentido es ta\
a)nagkai=a. Cf. supra, n.
49.
[54] 52 Cf. supra, p. 849.
[55] 53 Fedro. 269 D.
[56] 54 El curso de toda la investipación
pone esto en claro, aunque no se formule de un modo expreso. También en el caso
de Pericles se pone de relieve, además de sus dotes naturales (ευφυία), sobre todo, su conocimiento filosófico, que le fue transmitido por Anaxágoras.
[57] 55 isócrates,
Sof., 16 ss. Cf. supra,
pp. 848 s.
[58] 56
Cf. H. von arnim, Leben
und Werke des Dion ton Prusa (Berlín,
1898), sobre todo la minuciosa introducción. Esta
obra da una ojeada histórica de conjunto muy completa sobre la ulterior
rivalidad entre la sofística, la retórica y la filosofía, en su lucha en torno
a la educación de la juventud.
[59] 57
El problema de
si el propio
Cicerón llega a esta
síntesis por su
conocimiento de Platón, es decir, del Fedro, o la debe a una
fuente académica posterior, ha sido
estudiado a fondo por arnim, oh.
cit., pp. 97 ss. En la nueva Academia
le había
precedido en esto Filón de Larisa, que
asignó a la retórica, como había hecho ya Aristóteles
en vida de Platón, el lugar que le correspondía en la enseñanza de la escuela
de los filósofos.
[60] 58
Fedro, 269 E-270 A.
También en 269 A le menciona Platón como modelo junto al legendario rey Adrasto, quien, al igual que Néstor, era para la poesía antigua la
personificación del discurso cautivador (glw=ssa
mailixogh=ruj). Cf. tirteo, frag.
9, 8. Estos héroes de la areté de
la verdadera elocuencia en el mito y en la historia patria no sólo se citan
como figuras paradigmáticas para apoyar
e ilustrar el concepto Platónico de la
retórica, sino además como contraste de la sequedad y la penuria de dómines de
los técnicos y especialistas modernos del arte oratorio.
[61] 59 Cf. ya en Fedro, 261 A,
desarrollado más en detalle en 271 C-D.
[62] 60 Fedro, 279 B. Cf. supra, p. 516.
[63] 61 Fedro, 270 C.
[64] 62 Fedro, 271 A.
[65] 63 Fedro, 271 D.
[66] 64
isócrates, Sof.,
16-17. Cf. supra, pp. 847 5.
[67] 65
Lo que Platón dice acerca de esto en el Fedro no es, como ocurre
siempre en él, más que el esbozo típico de esta teoría psicológica de las
ideas (yuxh=j ei)/dh) para uso de la
retórica. Renuncia a la aplicación
técnica del pensamiento, en una obra de forma artística como es el diálogo
Platónico, y quiere que sirvan de ejemplo, como ya hemos dicho más arriba, los
dos discursos de Sócrates sobre el eros, con su rico contenido
psicológico. Cf. supra, pp. 991 s.
[68] 66 Fedro, 271 D-E.
[69] 67 Fedro, 272 A-B.
[70] 68 Cf. supra, p. 719.
[71] 69 El sujeto de la cultura retórica se
designa como o( me/llwn (rhtorik\j e)/sesqai en Fedro, 271
D, y como o( me/llwn r(htoriko\j en 272 B. Pero como el arte oratorio
se consideraba como la capacidad específica del gobernante y del estadista, el
Fedro añade al cuadro de la cultura del regente trazado por Platón en la
República un nuevo aspecto, mejor dicho, descubre en la cultura dialéctica,
en que la República hacía culminar la formación cultural del regente, la
base en que debe descansar también la superioridad retórica, del gobernante
filosóficamente culto.
[72] 70
Cf. la crítica de la
dialéctica de los socráticos por
Isócrates como una sutileza inútil, en Elena, 4 ss. y sobre todo
su repulsa a la
pretensión de que aquélla es la
"cultura política", Elena, 6 y 8. Cf. supra, pp. 841, 855, 939 s.
[73] 71
No es posible adquirir la formación
cultural exigida por Platón sin un prolongado esfuerzo (a)/neu pollh=j pragmatei/aj), Fedro, 273 E. En 274 A habla de este esfuerzo como de una makra\ peri/odoj. Cf. sobre el
"largo rodeo" de la paideia Platónica, Rep., 504 B.
[74] 72
El pasaje del Fedro viene a corroborar, al emplear
por analogía esta expresión para
designar la misma cosa, la interpretación que más arriba dábamos con respecto a
Rep., 504 B. Cf. supra, p.
678.
[75] 73
Cf. supra, p. 989.
[76] 74 Fedro, 272 D (final).
[77] 75 Cf. supra, pp.
504 ss.
[78] 76Fedro, 272 E.
[79] 77 El hablar para dar gusto a los
hombres (xari/zesqai) no es considerado sólo por Platón,
sino también por Isócrates, por Demóstenes, etcétera, como el defecto
específico de la retórica. Platón trueca este concepto en el hablar y obrar
para dar gusto a Dios (qeoi=j xari/zesqai), Fedro, 273 E; lo mismo que dice en las Leyes
que no es el hombre, sino Dios, la medida de todas las cosas. Se apoya,
pues, en aquel punto de la retórica en que se trasluce la concepción del mundo
propia del relativismo de Protágoras y de los sofistas, un nuevo ideal del arte
oratorio cuya pauta es el bien eterno.
[80] 78 Fedro, 274 C ss.
[81] 79 Fedro, 275 A.
[82] 80 Carta
VII, 341 C-D, 344 D-E. Cf. infra,
p. 1010.
[83] 81 Fedro, 275
E.
[84] 82 Fedro, 276 A.
[85] 83 Fedro, 275 D.
[86] 84 Cf. supra, pp. 285 ss.
[87] 85 Fedro, 276 B.
[88] 86
Rep., 498 A ss.; Teet.,
186 C: e)n
xro/nw| dia\ pollw=n pragma/twn kai\ paidei/aj paragi/gnetai oi(=j a)\n kai\
paragignhtai. Cf. Fedro, 273 Ε: ou)... a)/neu pollh=j pragmatei/aj..
[89] 87
Carta VII, 341 C.
[90] 88
Cf. Teet., 186 C: oi)j a)\n
paragi/gnhtai, y Carta VII, .341 E.
Son aquellos que, con una
pequeña orientación, poseen la fuerza
necesaria para encontrar por sí mismos el conocimiento.
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