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entre la larga serie de las obras
platónicas hay un cierto número de escritos que se destaca por sus
características coincidentes como un grupo aparte que forma unidad y que
solemos designar como el grupo de los diálogos socráticos en el sentido
estricto de esta palabra, aunque no sean éstas las únicas obras de Platón que
giran en torno a la figura de Sócrates. Este grupo de escritos representa,
además, la forma primitiva del diálogo socrático en su estructura más simple,
calcada todavía íntegramente sobre la realidad. Las proporciones exteriores de
estas obras son muy reducidas, las que corresponden sobre poco más o menos a
una conversación anudada por casualidad. Por su punto de partida y por su mira,
por el método inductivo aplicado en ellos y por la selección de los ejemplos
aducidos, en una palabra, por toda su contextura, estos diálogos presentan
entre sí una semejanza típica, inspirada visiblemente en el prototipo real que
se esfuerzan en imitar. Su lenguaje se atiene estrictamente a ese tono fácil de
la verdadera conversación, y el idioma ático que en ellos se emplea no tiene
paralelo en la literatura griega, por su gracia natural, su espontaneidad y la
auténtica viveza de su colorido. Aunque no fuese más que por el contraste tan
marcado con otras obras de mayor riqueza de léxico y de contextura más
complicada, como el Simposio, el Fedón y el Fedro, estos
diálogos del tipo del. Laques, el Eutifrón y el Cármides se
revelarían de por sí, por su brillo y su frescura, como las obras juveniles de
Platón. Es natural que el arte del diálogo, en manos del poeta-filósofo que por
vez primera supo crearlo como forma de expresión, fuese desarrollándose con los
años hasta abarcar ideas y argumentos complicados, torneos discursivos y
cambios de escena. No cabe duda de que el deseo de representar a su maestro en
el manejo de su admirado arte dialéctico fue uno de los motivos esenciales que
impulsaron a Platón al trazar estos cuadros.[1]
A un dramaturgo innato como él tenían forzosamente que incitarle a plasmarlas
por escrito todas aquellas incidencias y peripecias que se producían en el
desarrollo lógico de la disputa. En el Eutifrón se habla ya del proceso
seguido contra Sócrates, y como la Apología y el Critón, que
versan ambos sobre el desenlace de la vida de Sócrates, encajan de por sí en el
mismo grupo, es probable que todas las obras reunidas en este grupo fuesen
escritas después de la muerte 468 del maestro. El hecho de que no en todas ellas se hable de este acontecimiento
no desmiente la hipótesis de que estas exquisitas muestras del arte del retrato
no son solamente productos fáciles de un deseo superficial de imitación, sino
obras creadas para perpetuar el ejemplo del maestro y nacidas bajo el acicate
de la conmoción dolorosa producida por su muerte.
En estos últimos tiempos se ha sostenido el criterio
de que en un principio la actividad de Platón como escritor de diálogos no
perseguía ninguna intención filosófica profunda, sino que tenía un carácter
puramente poético, es decir, en este caso, de mero pasatiempo.[2] Es también la razón que lleva a algunos
autores a situar estos "ensayos dramáticos" en la época anterior a
la muerte de Sócrates.[3] De ser ello cierto, estas obras
deberían ser consideradas simplemente
como productos de los ocios
juveniles y como bosquejos
impresionistas, en los que Platón aspiraba a plasmar el dinamismo
espiritual, la gracia y la ironía de las conversaciones socráticas. Al grupo
formado por los escritos tempranos que hacen referencia a la muerte o al
proceso de Sócrates, como la Apología y el Critón, el Eutifrón
y el Gorgias, se ha intentado contraponer otro grupo con las obras
en que no aparecen estas alusiones, creyendo
encontrar en la diáfana
alegría que irradia de ellas el
criterio para asignar a estas obras un
origen anterior a la muerte de
Sócrates.[4] Y con tanta amplitud se trazaba la línea
divisoria entre estos escritos, al
parecer puramente dramáticos y carentes
de todo contenido filosófico, y los demás, que se incluía entre los primeros
hasta una obra tan rica en ideas y en problemas como el Protágaras.[5] Aceptando esto, las obras de este
periodo se convertirían en importantes documentos para seguir la evolución de
Platón, no tanto la de su pensamiento filosófico como la de sus dotes de
escritor, con anterioridad al nacimiento de su filosofía. Este periodo de transición y las obras
correspondientes a él nos revelarían al poeta cautivado ya por el espectáculo
de las conversaciones socráticas y acicateado por el deseo de imitar al
maestro, pero más por el espectáculo mismo que por su alcance y su
significación.
Pero, aun prescindiendo de que esta interpretación
puramente estética de los primeros diálogos platónicos transfiere con demasiada
ligereza al periodo clásico de la literatura griega las ideas de la 469 moderna estética impresionista sobre el papel del
artista, resalta demasiado en ella la tendencia a destacar en Platón el poeta
por encima del pensador. Es cierto que los lectores filosóficos de Platón
propenden siempre a desdeñar la forma parra fijarse solamente en el contenido,
a pesar de que aquélla tiene, visiblemente, una importancia muy grande en las
obras de este autor. Solamente un gran poeta sería capaz de asignarle el lugar
tan alto que ocupa en la obra de Platón, como la verdadera e inmediata
revelación de la esencia de las cosas. Pero el ojo crítico no descubre en las
obras de Platón ningún pasaje en que no se entrelacen y compenetren plenamente
la forma poética y el contenido filosófico. Desde los primeros comienzos vemos
sus dotes artísticas entregadas a un objeto al que se mantiene fiel hasta sus
años más avanzados.[6]
Es difícil imaginarse que este objetivo, que era Sócrates y su acción agitadora
de almas, no dejase ya en sus primeros intentos de exposición la misma huella
profunda que se revela en todas las obras posteriores platónicas. Lejos de
ello, parece lógico que en estas obras primerizas aparezca ya potencialmente la
conciencia adquirida por Platón en Sócrates y en sus indagaciones y que en las
obras posteriores se despliega en toda su magnitud. Ya antes de acercarse a
Sócrates, es decir, en una edad muy temprana, había recibido Platón una
enseñanza filosófica, la de Cratilo, un partidario de Heráclito, y el tránsito
de su teoría del constante fluir a las investigaciones éticas de Sócrates,
preocupado por encontrar la verdad permanente, le situó, según los datos
verosímiles de Aristóteles, ante un dilema del cual sólo le sacó su distinción
fundamental entre el mundo sensible y el mundo inteligible, es decir, su teoría
de las ideas.[7]
Es imposible que un conflicto así, al que no había encontrado todavía una
solución, engendrase en Platón el deseo de dedicarse a trazar un retrato
puramente poético de Sócrates, sin intención filosófica alguna. Los primeros
diálogos platónicos no nacieron solamente de la duda. Que no es así lo indica
ya la seguridad soberana con que se traza la línea interior de estas
conversaciones, no sólo en cada obra de por sí, sino sobre todo en el conjunto
de ellas. En efecto, en todas ellas se ofrece, excluyendo la posibilidad de un
origen puramente fortuito y orientándose hacia la meta, una variante del mismo
problema fundamental, problema que a medida que vamos avanzando en 470 la lectura de estas obras se destaca con victoriosa
claridad como el problema por antonomasia: el problema de lo que es la areté.
A primera vista, los pequeños diálogos de la primera
época de Platón parecen exponernos una serie de investigaciones sueltas sobre
el concepto de la valentía, de la piedad y de la prudencia, en las que vemos a
Sócrates y a sus interlocutores esforzarse en determinar la esencia de cada una
de las virtudes. El proceder de Sócrates
en estos diálogos es siempre el mismo.
Arranca al interlocutor la manifestación de un criterio que hace
resaltar humorísticamente la torpeza y el desamparo del interrogado en esta
clase de investigaciones. Todos los
errores típicos que suelen cometerse en ocasiones semejantes se cometen aquí y
son pacientemente rectificados por Sócrates.
Cada nuevo intento encierra una cierta parte de verdad y responde a
alguna experiencia real que arroja cierta luz sobre la esencia de la virtud
analizada, pero ninguna de las respuestas satisface, porque ninguna abarca el
tema en su totalidad. Le parece a uno,
al principio, estar asistiendo a un curso práctico de lógica elemental dirigido
por una mente superior, y esta impresión no engaña, pues la reiteración de
análogos errores y de recursos metódicos da a entender claramente que se hace
especial hincapié en el aspecto metódico de estas conversaciones. Platón no se limita a pintarnos una trama de
preguntas y respuestas que va avanzando por tanteos y al buen tuntún, sino que
tiene una conciencia plena de las reglas del juego y procura, manifiestamente,
hacer que el lector les preste atención e iniciarlo en ellas a la luz del
ejemplo práctico. El autor de estos diálogos no es, ciertamente, un hombre que
acabe de comprender en aquel mismo instante que una definición cabal de la
valentía no puede comenzar precisamente con un "si se...". Aun sin
poder demostrarlo, presentimos que cada paso acertado o falso que dan los
interlocutores de sus diálogos es apuntado por él con plena conciencia de lo
que hace. Y es necesario ser muy ingenuo para sacar del hecho de que ninguno de
estos diálogos termine con una definición didáctica del tema discutido, la conclusión
de que estamos ante un principiante que aventura los primeros pasos fracasados
por un campo aún inexplorado teóricamente.
No. La explicación del resultado
al parecer negativo de estos diálogos "eléncticos" es muy
distinta. Es cierto que las charlas con
Sócrates dejan en nosotros, al final, la impresión de que, aunque creíamos
saber qué es la valentía o la prudencia, en realidad no lo sabemos; pero este
aparente fracaso del esfuerzo puesto en tensión no lleva, sin embargo,
aparejado el desaliento que entraña el mero hecho de reconocer nuestra propia
incapacidad, sino que es como un acicate que nos estimula a seguimos debatiendo
con el problema. El propio Sócrates
declara repetidas veces y de modo expreso que será necesario volver sobre el
mismo problema más adelante, como el Sócrates real debía de hacerlo, en efecto,
con harta frecuencia. No en un diálogo
solamente, sino de un modo normal, en todos estos diálogos cortos 471 falta el resultado final esperado y se alza al
final una interrogante, pero esta observación deja en el lector una tensión
filosófica de espíritu de una eficacia altamente educativa.
Platón había podido comprobar constantemente por sí
mismo, como oyente de sus conversaciones, la fuerza directora de almas de su
maestro, y tenía necesariamente que sentir como la misión más importante y más
difícil de su recreación poética de aquellos diálogos despertar en sus
lectores esta misma impresión vivida por él. Y eso no lo lograba, ni mucho
menos, con la mera imitación de la trama de preguntas y respuestas. Lejos de
ello, esto puede ser incluso algo extraordinariamente fatigoso, si le falta el
nervio dramático vivo. £1 gran descubrimiento poético de Platón es el de que la
pujanza propulsora de las auténticas investigaciones científicas, que marchan hacia
su meta a través de giros siempre nuevos y sorprendentes, encierra un altísimo
encanto dramático. En especial los diálogos de investigación, cuando están
dirigidos con seguridad metódica, superan en fuerza sugestiva y en estímulo
para espolear el pensamiento activo de quien los vive a toda otra forma de
trasmisión de pensamientos. Ya los reiterados intentos de los diálogos
socráticos de acercarse cada vez más al objetivo perseguido, en un esfuerzo
común, revelan la plena maestría de Platón en el arte pedagógico de despertar
en nosotros esta participación activa. Nuestro pensamiento, asociándose al de
los demás, procura adelantarse a la marcha de la discusión, y aunque Platón, no
una sola vez, sino repetidas veces, parezca poner punto final a la conversación
sin resultado positivo alguno, logra por este camino el efecto de que nosotros,
por nuestra cuenta, procuremos seguir avanzando con el pensamiento en la
dirección por la que el diálogo nos ha encarrilado. Si se tratase de una
conversación real a que hubiésemos asistido, podría achacarse este resultado
negativo al azar, pero el escritor y educador filosófico que nos conduce constantemente
a este resultado de ignorancia tiene que perseguir con ello necesariamente algo
más que el pintar con los colores de la verdad viva este proverbial no saber
socrático. Lo que pretende con ello es entregarnos un enigma, dejando que
nosotros lo resolvamos, puesto que entiende que su solución se halla de un modo
o de otro a nuestro alcance.
En el curso de estas conversaciones, que se inician
con una pregunta acerca de la esencia de una determinada virtud, nos vemos
llevados constantemente a la confesión de que ésta tiene que ser necesariamente
un saber que, al indagar su objeto, se revela como el conocimiento del bien.
En esta equiparación de la virtud al saber reconocemos la consabida paradoja
de Sócrates, pero al mismo tiempo presentimos que en los diálogos socráticos de
Platón palpita una fuerza nueva que no se propone solamente representar al
maestro, sino que hace suyo su problema y se esfuerza en desarrollarlo. El
lector atento advierte inmediatamente la presencia de esta fuerza en el hecho
de 472 que el Sócrates de Platón se preocupe exclusivamente del problema e la
virtud. Sabemos por la Apología de Platón que el verdadero Sócrates era
ante todo un gran amonestador a la virtud y al "cuidado del alma", y
que las investigaciones que seguían a la amonestación y convencían al
interlocutor de su ignorancia, se encaminaban también hacia esta protréptica. Su
finalidad era inquietar a los hombres y estimularles a hacer algo por su propia
cuenta. Sin embargo, en las demás obras platónicas de este periodo juvenil el
elemento protrép-tico de la socrática pasa visiblemente a segundo plano detrás
del elemento elénctico e investigador. Evidentemente, Platón sentía la necesidad
de penetrar en el conocimiento de lo que era la virtud, sin detenerse en el
resultado de la ignorancia. La falta de salida, que era para Sócrates un estado
permanente, se convierte para Platón en el acicate que le estimula a resolver
la aporía. Busca una respuesta positiva al problema de lo que es la
virtud. El carácter sistemático de su método se revela sobre todo en el hecho
de que va abordando en estos diálogos, como problema, una virtud tras otra. Aparentemente,
pero sólo aparentemente, en estos diálogos primerizos Platón no se remonta por
encima de la ignorancia socrática. En efecto, cuando a lo largo de sus intentos
de determinar lo que es cada virtud vemos cómo se revela constantemente, al
llegar al apogeo de la investigación, que aquélla tiene que consistir por
fuerza en el conocimiento del bien, este avance concéntrico nos hace percibir
claramente que el espíritu estratégico que lo dirige proyecta toda la fuerza de
su ataque sobre el problema de saber cuál es la naturaleza de ese conocimiento
que Sócrates buscaba en vano en el hombre y que, sin embargo, tiene que
hallarse escondido en algún lugar del alma, ya que sin él el hombre no podría
alcanzar su verdadera perfección, y cuál es la naturaleza del objeto sobre que
recae, la naturaleza del "bien".
De momento, no obtenemos respuesta ni a una ni a
otra pregunta. Pero a pesar de ello no nos sentimos desamparados en medio de
esta oscuridad, sino conducidos por una mano segura. Platón, con un instinto y
una mirada maravillosos para captar lo esencial, parece reducir el fenómeno
multiforme del espíritu socrático a unos pocos y claros rasgos fundamentales.
Al destacarlos, infunde a la imagen de Sócrates su recio estilo. Pero aunque en
estos trazos refulja la vida del auténtico Sócrates, no es menos cierto que se
concentran al mismo tiempo sobre un solo problema. Para Platón, lo mismo que
antes para Sócrates, el conocimiento de este problema viene impuesto ante todo
por su importancia vital. Pero el mero hecho de que los diálogos platónicos de
la primera época extraigan y destaquen las consecuencias teóricas que el
problema entraña, señala al mismo tiempo su enraizamiento con otros problemas
filosóficos más amplios, aunque éstos no aparezcan por el momento en primer
plano. Sólo se revelan a quien eche una mirada de conjunto sobre los diálogos
siguientes, desde el Protágoras y el Gorgias hasta la República.
Ya las primeras 473 obras de Platón nos plantean,
pues, el problema de fondo que viene preocupando constantemente a los
intérpretes de los escritos platónicos desde Schleiermacher, a saber: el de si
cada una de estas obras sueltas puede comprenderse por sí misma o sólo dentro
de su entronque filosófico con las demás obras del autor. Schleiermacher consideraba
evidente lo segundo. Daba por sentado que las obras de Platón, aunque no
desarrollen sus ideas bajo la forma de un sistema, sino a través de la forma
artística pedagógica del diálogo, presuponen no obstante, desde el primer
momento, una unidad espiritual que va desarrollándose gradualmente en ellas.
Pero estas etapas se interpretaban, situándose en el punto de vista de la
evolución histórica, como otras tantas fases históricas en el proceso del
pensamiento platónico y los diferentes grupos de obras como la expresión plena
de la visión alcanzada en cada fase. Los mantenedores de esta concepción están
firmemente convencidos de que es inadmisible querer interpretar una obra de
Platón, en que aparece formulado por primera vez un problema, con ayuda de
otras obras posteriores, en que el sentido y la mira del planteamiento de aquel
problema se encuadren y esclarezcan dentro de un marco más general.[8]
Esta cuestión litigiosa se agudiza en seguida con
respecto a los diálogos juveniles. De suyo se comprende que quienes tienden a
ver en estas obras simplemente el fruto de los ocios poéticos del Platón de la
juventud las separen rigurosamente de las de fecha posterior.[9]Y
aun aquellos críticos que reconocen en ellas un contenido filosófico suelen
considerarlas como documentos de un periodo puramente socrático del autor,
carente total o casi totalmente de un contenido propio.[10]
El Gorgias es, según estos intérpretes, la primera obra en que se
dibujan los rasgos generales de la ideología teórica personal de Platón. Es, al
mismo tiempo, aparentemente, la primera obra suya en que se toca el problema
político que la gran obra maestra, la República, habrá de desarrollar en
la tercera década del siglo iv. Los 474 diálogos socráticos menores son concebidos, desde este punto de
vista, como investigaciones éticas características de Sócrates. Y esta interpretación
lleva aparejada casi siempre la hipótesis —que de ser cierta daría una fuerza
especial a este punto de vista— de que en la época en que redactó sus primeros escritos
socráticos Platón no había llegado aún a establecer su teoría de las ideas. En
aquel grupo de escritos, se nos dice, no aparecen referencias claras a esta
teoría, que se considera como resultado de la orientación tardía de Platón
hacia la lógica y la teoría del conocimiento, orientación que se marca claramente
por primera vez en un diálogo del tipo del Menón. Según esto, las obras
del primer grupo tendrían, aparte de su encanto poético, un valor
primordialmente histórico, y su interés para nosotros residiría de modo
principal en su función de fuentes para el conocimiento de la figura histórica
de Sócrates.
Sin duda, la interpretación de las obras platónicas
con el criterio de la evolución histórica ha puesto de relieve por vez primera
una serie de hechos importantes que hasta entonces no habían sido debidamente
valorados. De otro modo este criterio no habría podido imponerse como se
impuso ni mantenerse victorioso durante varios decenios frente a todo otro
intento de interpretación. Platón escribió diálogos a lo largo de toda su vida,
pero el cambio que se observa en la forma de estos diálogos en cuanto al
lenguaje, el estilo y la composición, desde el Laques y el Eutifrón hasta
las Leyes, es enorme y no obedece solamente, como en seguida se ve, al
cambio de la finalidad perseguida en cada momento por el autor. Un estudio a
fondo del problema nos revela que en el desarrollo del estilo de Platón —en el
que se advierte un paralelismo maravillosamente exacto con las fases
fundamentales de su vida, que nos permite distinguir tres etapas, la de su
estilo juvenil, la de su estilo en el momento culminante de su vida y la de su
estilo característico de la vejez—, se conjugan dos factores: la intención
consciente y el cambio involuntario de la actitud artística del autor. Si
tenemos en cuenta que Platón, en dos obras formidables, la República y
las Leyes, trata el problema del estado y la educación, y que la
posición mantenida por él ante este problema en la obra de su última época
difiere fundamentalmente de la adoptada en los años de su madurez, tenemos que
llegar necesariamente a la conclusión de que no han cambiado sólo el escritor
y su forma, sino también el pensador y sus ideas. Por eso toda investigación
que verse de modo exclusivo sobre la unidad sistemática del pensamiento
platónico, sin preocuparse para nada del hecho histórico de la evolución del
filósofo, tropieza con dificultades en cuanto trata de valorar uniformemente
todos los escritos de Platón para exponer su personalidad. Zeller, que al
principio consideraba apócrifa la obra de las Leyes por encontrarla muy
divergente de las obras fundamentales del autor, en su Philosophie der
Griechen se ve obligado 475
ya a reconocer su autenticidad, pero reservando su
exposición para un apéndice, en la imposibilidad de conciliaria con la imagen
de la filosofía platónica deducida de las otras obras fundamentales.
Sin embargo, el reconocimiento de estos hechos no
significa de por sí la aceptación de todas y cada una de las conclusiones que
se han sacado del criterio evolutivo con respecto a las obras de Platón. Entre
ellas se halla especialmente expuesta a las más graves dudas, a pesar de lo muy
difundida que se halla desde hace largo tiempo, la interpretación
histórico-evolutiva de los diálogos socráticos menores que más arriba
esbozábamos. La concepción de estos escritos como simples ocios poéticos debe
ser descartada en absoluto, después de lo que dejamos expuesto.[11]
Y tampoco es sostenible la tesis de que sean la expresión de un periodo puramente
socrático del pensamiento platónico.[12]
Como reiteradamente hemos subrayado, la tendencia a caracterizarlos como
investigaciones de tipo ético y a considerar el primer periodo de Platón como
una fase puramente ética del pensamiento platónico constituye un error moderno,
que desaparece tan pronto como se enfocan estas investigaciones dentro del
marco más general en que el propio Platón las encuadra en sus obras
posteriores. Las virtudes analizadas en los escritos de la primera época son
idénticas a las que sirven de base de sustentación al edificio del estado platónico.
La valentía, la justicia, la prudencia y la piedad constituyen las antiguas
virtudes políticas del estado-ciudad griego y de sus ciudadanos.[13]
La valentía, la prudencia y la piedad son las virtudes examinadas en los
diálogos menores y forman el objeto de cada una de estas conversaciones. La
justicia, de todas las virtudes la que más íntimamente se relaciona con la
esencia del estado, que es en realidad el alma de éste, es investigada por
Platón en el libro primero de bu República.
Se ha dicho no pocas veces que este libro, que sirve de introducción a la
obra platónica fundamental, cuadra con la mayor precisión, con su forma aparte,
entre los diálogos socráticos del grupo más antiguo de las obras de Platón. Y
este criterio se ha llevado hasta el punto de considerar dicho libro como un
diálogo primitivamente independiente de aquel ciclo primero, incorporado más
tarde por Platón a su gran obra sobre el estado para desarrollar a base de él, es
decir, a base del problema de lo que es la justicia, la estructura de su estado
ideal. Claro está que este criterio, que hoy comparten muchos, no pasa de ser
una ingeniosa hipótesis. Pero, sea cierta o falsa, viene a arrojar cierta luz
sobre el nexo orgánico existente entre los primeros diálogos de Platón y la
órbita de ideas del estado, en la que el mundo espiritual de Platón se
despliega ante nosotros como un todo. En este nexo no tiene sus raíces
solamente el diálogo del libro primero de la República acerca de la
justicia, sino 476 que las tienen también el Laques, el Cármides y el Eutifrón,
en los que se investiga lo que son la valentía, la prudencia y la piedad,
aunque desde el punto de vista de su composición estos diálogos no guarden
relación alguna con el estado.
Ya en la Apología vemos cómo la acción de
Sócrates y su labor de educar a los ciudadanos para la verdadera areté se
enlaza "con la polis misma" y se imprime así a su misión el
sello de lo político.[14]Y
si nos fijamos bien, percibimos que el tono empleado aquí es mantenido por
Platón en todos los diálogos menores. No hace falta pararse a demostrarlo con
respecto al diálogo que Sócrates sostiene en la cárcel con su viejo amigo
Critón sobre el deber del ciudadano de perseverar y de prestar obediencia a la
ley.[15]
El Laques subraya la importancia política del problema que en él se
trata, o sea el de lo que es la verdadera valentía, por el hecho de entretejer
el examen de este problema en una charla que versa sobre la mejor educación de
dos jóvenes, hijos de ciudadanos, y en la que intervienen activamente dos
caudillos militares atenienses de nombre famoso, Nicias y Laques.[16]
Por lo demás, este diálogo nos revela con toda claridad en qué sentido quiere
Platón que se interprete el alcance "político" de sus investigaciones
sobre la esencia de las virtudes: su raíz está en el problema fundamental de
toda la vida de la polis: en el problema de la educación. Y esto se ve
con mayor claridad aún en el Protágo-ras, donde Platón esclarece, desde
el punto de vista de la educación, la importancia de los esfuerzos desplegados
por su Sócrates para llegar a conocer la existencia de la areté. El Cármides
se halla vinculado por más de un nexo al problema del estado y a sus
teorías fundamentales. En él aparece por vez primera como un
"enigma" el concepto tan difícil de traducir del τα εαυτού πράττειν, es decir, "el realizar su propia obra",
consagrándose a ella y a nada más;[17]
sobre él descansa la división de las funciones y de los estamentos en la República
de Platón.[18] Se destaca aquí
reiteradamente el alcance inmediato que para el legislador y para el gobierno
del estado tiene el problema de lo que es la prudencia y el dominio de sí
mismo, tema 477 de este diálogo.[19]
En el Cármides la ciencia política se presenta ya, como en el Gorgias,
en parangón con la ciencia médica.[20]
El entronque político abarca también la piedad, investigada en el Eutifrón, tanto
más cuanto que esta virtud se analiza directamente a la luz de un problema del
derecho religioso. Sin embargo, el concepto de la piedad es en absoluto, para
el pensamiento de la época clásica, un concepto político, pues los dioses cuyo
culto se preconiza son los dioses de la comunidad, llamados a velar por las
leyes y las ordenanzas de la polis.
Después de todo esto, apenas si es necesario
insistir en que todos esos trazos que han ido acusándose por separado vayan a
converger al Protágoras como a su punto de intersección: el Protágoras
caracteriza la tendencia teleológica de todas estas investigaciones al condensarlas
bajo el concepto del arte política (politikh\ te/xnh).[21] Este arte política, o sea un
saber concebido en funciones de fines prácticos, es aquella en torno a cuyos
elementos giran los primeros diálogos platónicos cuando tratan de definir la
esencia de las "virtudes cívicas" fundamentales y cuando presentan el
conocimiento del bien como la esencia de toda virtud. De aquí arranca la
fundamentación de la verdadera politeia sobre estas mismas virtudes. El
problema central de la República, que más tarde se revelará como el
punto culminante de la obra educativa de Platón: el conocimiento de la idea del
bien, proyecta sus resplandores hacia atrás, hasta las primeras obras de este
autor.
Sólo examinando las primeras obras de Platón dentro
de este marco descubrimos la significación que tienen para su autor dentro del
conjunto de su filosofía. Es así como reconocemos que el todo que tiene
presente desde el primer momento no es otro que el estado. En su obra política
esencial, Platón fundamenta la pretensión de los filósofos de imperar sobre el
estado en el hecho de que son ellos quienes poseen el conocimiento del bien y,
por tanto, el conocimiento fundamental de la norma suprema para la edificación
de la sociedad humana, hacia la que debe orientarse toda la vida del hombre. El
hecho de que ya sus primeros escritos, partiendo de diferentes puntos,
converjan todos con una precisión matemática hacia este centro, nos revela,
como en un rasgo fundamental de todo el pensamiento platónico, la proyección
arquitectónica hacia una meta que distingue en el plano de los principios la
obra de escritor del filósofo-poeta de la del 478
poeta no filosófico.[22]
La meta para Platón está clara y el conjunto del problema se alza ya en sus
contornos generales ante la vista del autor cuando éste empuña el estilo para
escribir el primero de sus diálogos socráticos. La entelequia de la República
platónica se dibuja ya con plena claridad en sus escritos más antiguos. La
forma con que el autor plasma sus pensamientos es algo absolutamente nuevo y
peculiar. Es una de las más grandes revelaciones de la capacidad orgánica de
modelación del espíritu griego. Aunque guiada por una inteligencia soberana
que, sin perder nunca de vista la meta suprema, parece abandonarse en la
plasmación de los detalles, como jugando, a la plena libertad de su capricho
creador, esta capacidad podría compararse en su conjunto al crecimiento seguro
de una planta. Ante esta forma de producción, nada sería más engañoso que
equiparar el aspecto de los primeros planos que en cada caso se ofrecen en
estas escenas cambiantes a la perspectiva que en conjunto se dibuja ya en esta
época como el horizonte platónico. El mayor reproche que puede hacerse a muchos
representantes del método histérico-evolutivo, tanto en lo que se refiere a su
defectuosa concepción artística como en lo tocante a su deficiente concepción
filosófica, es el de que parten del supuesto de que, en todas y cada una de sus
obras, Platón dice todo lo que sabe y piensa.[23]
El efecto incomparablemente profundo que ejerce sobre el lector hasta el más
pequeño diálogo obedece precisamente a que la investigación de un problema
aislado y delimitado, que en él se desarrolla en conceptos precisos y que parece
de por sí algo sobrio y modesto, señala siempre, por encima de ella, hacia el
amplio horizonte filosófico sobre el cual se proyecta.
Ya el propio Sócrates consideraba como una misión
política la educación en la areté que preconizaba, puesto que de lo que
él se preocupaba era de la "virtud cívica". En este sentido Platón no
necesitaba dar ningún nuevo giro a la dialéctica socrática, sino que cuando
desde la primera de sus obras enfoca su labor moral de educador como una labor
de edificación del estado mismo no hacía otra cosa que seguir directamente la
huella de la concepción del maestro. En la Apología esta labor se
presenta como un servicio prestado a la ciudad patria ateniense[24]
y en el Gorgias es también la grandeza de estadista y educador de
Sócrates la que nos da la pauta por la que deben medirse las realizaciones de
los políticos de Atenas.[25]
Sin embargo, ya en esta temprana fase había llegado Platón, según su propio
testimonio, estampado en su Carta séptima —la cual tiene en relación con
esto un valor inapreciable para nosotros—, a la conclusión radical 479 de que las aspiraciones de Sócrates no podían llegar
a realizarse plenamente en ninguno de los estados existentes.[26]
Platón y sus hermanos Glaucón y Adimanto, a quienes de un modo muy
significativo presenta precisamente en la República como discípulos e
interlocutores de Sócrates, figuraban evidentemente entre aquella juventud de
la antigua nobleza ática que, conforme a las tradiciones familiares heredadas,
se sentía llamada a dirigir el estado y buscaba en Sócrates al maestro de la
virtud política. Los jóvenes aristócratas, criados en un ambiente de severa
crítica de la forma de la democracia existente en Atenas, daban oídos de buen
grado a un mensaje como aquél, que pretendía mejorar moralmente la polis. Pero
mientras que para hombres como Alcibíades y Critias esta doctrina no hacía más
que atizar la hoguera de sus ambiciosos planes de golpes de estado, Platón, a
quien su tío Critias invitó, después de ser derrocada la constitución
democrática vigente, a colaborar en el nuevo estado autocrático, comprendió la
incompatibilidad de este régimen con las ideas de Sócrates y se negó a
colaborar con él.[27]
El conflicto planteado entre el propio Sócrates y el gobierno de los Treinta, y
la prohibición de que aquél prosiguiese su obra de enseñanza, eran, para
Platón, síntomas infalibles de la podredumbre moral del nuevo estado.[28]
Un segundo conato de participación en la vida política lo observamos en él
después de la restauración de la democracia y de la caída de los Treinta, y de
nuevo fue el conflicto entre Sócrates y el estado democrático, con su trágico
desenlace, el que retuvo a Platón, tras un breve periodo, de seguir este camino
y el que le llevó a abstenerse de toda actuación política[29]
La duplicidad de los acontecimientos le infundía la certeza de que no eran la
constitución democrática o la oligárquica como tales, sino pura y exclusivamente
la degeneración moral del estado existente en todas sus formas la que le
arrastraba a un conflicto mortal con el más justo de todos sus ciudadanos.
Platón creía darse cuenta ahora de que la visión de
un solo individuo, por profunda que fuese, no podía mejorar la situación si no
contaba con los amigos y camaradas identificados con él en ideas. En su Carta
séptima sitúa en la época de aquellas experiencias vividas por él el origen
de la profunda resignación que en adelante había de ser el estado de ánimo
fundamental y dominante de su vida ante el problema que consideraba supremo: el
problema del estado. Había llegado al convencimiento de que para un hombre
como él, entregado de lleno a la voluntad de Sócrates como educador, sería un
derroche absurdo de su propia persona el mezclarse activamente en la vida
política de Atenas, pues le parecía que el estado existente, y no sólo el
ateniense, sino todos, estaba condenado a perecer (¡visión 480 profética!) si no lo salvaba un milagro divino.[30]
Sócrates había vivido consagrado única y exclusivamente a su pasión de
educador, sin preocuparse para nada por el poder, que otros se disputaban, pues
el estado (la "polis misma") para el que él vivía y actuaba
era un orden ideal puramente ético.[31]
Y este orden sólo podía imponerse por sí mismo. A Platón le impulsaba el
auténtico instinto político que palpitaba en él mismo, y el nuevo giro que
Sócrates imprimió a su pensamiento y a su voluntad no fue nunca tal que
llegase a embotar su sentido político innato. Sócrates se abstuvo de actuar en
la vida política porque su capacidad para ayudar al estado radicaba en un
campo distinto.[32] Platón se retrajo del
estado porque comprendió que no disponía del poder legal necesario para llevar
a la práctica lo que su conciencia le dictaba como bueno.[33]
Pero su aspiración siguió proyectada siempre sobre la meta de realizar como
fuese el mejor de los estados y conjugar dos cosas que generalmente se hallan
divorciadas en la tierra: el poder y la sabiduría.[34]
Esto y su experiencia vivida del choque de Sócrates con el estado le inspiraron
ya muy pronto la idea política fundamental de toda su vida: la de que ni el
estado ni la existencia de la sociedad humana mejorarían mientras los filósofos
no se erigiesen en gobernantes o los gobernantes no se convirtiesen en
filósofos.
Según el testimonio de la Carta séptima, en
que Platón describe, ya en edad avanzada, su propia evolución
político-filosófica, se vio obligado a abrazar esta teoría y la proclamó ya
antes de emprender su primer viaje al sur de Italia y a Sicilia, es decir,
antes de comenzar la década de los ochentas del siglo iv.[35]
Sin embargo, este dato cronológico no debe interpretarse en el sentido de que
fuese precisamente entonces cuando Platón concibió aquellas ideas. Si se
señala el comienzo de aquel viaje como el momento en que había llegado a esta
convicción, ello responde a la finalidad que Platón persigue en este pasaje:
señalar por qué su llegada a Siracusa, a la corte del tirano cuyo sobrino Dión
abrazó con pasión esta teoría, pareció ser después obra de la providencia
divina, pues dio el primer impulso al derrocamiento posterior de la tiranía en
Sicilia. Platón pretende explicar cómo Dión se convirtió a la idea a la que se
mantuvo fiel durante toda su vida, como a un convencimiento, y que intentó
realizar: la idea de hacer del tirano un filósofo. Platón se presenta, por
tanto, como autor de la teoría del gobierno de los filósofos, a la que había 481 convertido a Dión, e informa de cómo surgió esta teoría en él. Sus
orígenes, según estos informes, no se hallan relacionados tanto con el viaje a
Sicilia como con la catástrofe de Sócrates,[36]
por cuya razón debieron de ser considerablemente anteriores. Coinciden con la
época de que datan los primeros diálogos platónicos. Es éste un hecho de gran
importancia para reconstruir el fondo filosófico de los diálogos socráticos
menores. Y viene a confirmar lo que nosotros mismos deducíamos de la
interpretación de estas obras: su relación directa con la construcción de una
ciencia política que tiene por misión la construcción filosófica del mejor
estado. Es la solución simple, pero convincente, de las dificultades que han
querido encontrarse en el testimonio del propio Platón sobre su evolución
durante el periodo inmediatamente posterior a la muerte de Sócrates y hasta
llegar a su primer viaje a Sicilia.
La pretensión de que los filósofos se conviertan en
reyes o los gobernantes se hagan filósofos, para que el estado pueda mejorarse,
aparece mantenida sobre todo en la República, en la que Platón inicia
su teoría de la educación filosófica de los futuros gobernantes. Su doctrina
aparece tan inseparablemente unida a este famoso pasaje por su paradoja tan
impresionante e inolvidable, que la posición que Platón marca ante ella en la Carta
séptima parece casi como una cita que hiciese de sí mismo. Mientras la Carta
séptima se consideró apócrifa, esto se tenía por un indicio evidente de su
falsedad; el falsificador del documento, se pensaba, había querido imprimir a
éste un sello de autenticidad reproduciendo una de las ideas más conocidas de
Platón, pero incurría en el descuido de presentar como existente ya en la
década del noventa la República, obra de que procede la frase y que,
según los resultados de la moderna investigación, no había sido escrita hasta
la década del setenta del siglo iv. A partir del momento en que se reconoce la
autenticidad de esta carta, nos sale al paso una nueva dificultad. No se dudaba
en lo más mínimo que se trataba de una cita que Platón hacía de sí mismo y,
naturalmente, que él no podía ignorar cuándo había escrito aquella obra. No
hubo, pues, más remedio que concluir de aquí, aunque de mala gana, que la República
estaba escrita ya en la década del noventa.[37]
Claro que se hace difícil pensar que esta obra, la más importante de todas, y
con ella las demás que da por supuestas y que estamos acostumbrados a
considerar como fruto de tres decenios de ininterrumpida actividad de escritor,
pudieron escribirse en el decenio anterior al primer viaje siciliano. Por eso
hubo quienes no emprendieron directamente este camino, sino que intentaron
salir del paso con la hipótesis de una edición anterior de la República, más
breve que la obra que hoy conocemos y de la que Aristófanes tomara la materia
para el gobierno de las mujeres expuesto en su comedia La asamblea de las
mujeres,482 escrita hacia fines de la
década del noventa.[38]
Tan inverosímil es una hipótesis como la otra. En su Carta séptima Platón
no habla de que haya expuesto ya por escrito esta teoría en ningún otro sitio,
sino que dice simplemente que la ha sostenido, y lo más verosímil es que las
ideas proclamadas en sus diálogos hubiesen sido expuestas y discutidas
repetidas veces en sus enseñanzas orales antes de darse a conocer por escrito
al mundo exterior para informar a éste de lo que eran la filosofía y la
educación platónicas.[39]
La exposición de las doctrinas esenciales de Platón en forma de diálogos supone
varios decenios de trabajo, pero es evidente que su enseñanza oral no pudo
aguardar tres decenios enteros para hablar de la meta perseguida en sus
investigaciones sobre la esencia de la areté. Y aunque este hecho no se
tenga en cuenta como se merece, no es necesario detenerse a demostrar que
Platón no empezó sus enseñanzas al llegar a la academia de Atenas, sino que ya
sus obras de la década del noventa, desde los diálogos menores hasta el Protágoras
y el Gorgias, se proponían hacer propaganda en favor de un programa
educativo desarrollado por él en forma oral, siguiendo la huella
auténticamente socrática.
Con esto queda ya esbozado el fondo sobre el que se
proyectan los diálogos socráticos menores de la década del noventa. A nuestro
modo de ver, este fondo sólo puede reconstruirse encuadrando estos diálogos
dentro del marco general que traza la República y mediante el testimonio
del propio Platón en su Carta séptima acerca de su evolución en esta
época a que nos referimos. Sin embargo, para las gentes de la época estos
escritos se hallaban sobre todo relacionados con la prosecución oral de los
análisis dialécticos de Sócrates,[40]
que Platón inició al regreso del viaje emprendido después de la muerte de su
maestro. Sus pequeños diálogos nos indican en qué sentido mantenía estas
conversaciones y sobre qué puntos se concentraba principalmente, en ellos, su
espíritu teórico. Tendía visiblemente, desde el primer momento, a esclarecer
las premisas de las operaciones lógicas aplicadas en aquellos análisis
dialécticos y las formas lógicas firmes que revestían. Dado el carácter de
nuestras fuentes, probablemente no será posible llegar a deslindar nunca hasta
dónde había llegado ya Sócrates en esta dirección, es decir, hasta dónde
debemos considerar a Platón, en cuanto teórico de la lógica, como un discípulo
suyo.[41]
Muchos tienden hoy demasiado a menospreciar los méritos
483 de Sócrates en este terreno para atribuírselos
todos a Platón, en cuya escuela se desarrollarían en el transcurso de dos
generaciones todos los progresos de que habrían de vivir los dos milenios
posteriores.[42]El hombre que desarrolló
los "diálogos contradictorios" hasta convertirlos en supremo arte y
que consagró a ellos su vida, tenía necesariamente que poseer ya ciertos
conocimientos de lógica y no podía ser un simple rutinario. Pero si
confrontamos lo que se conserva de las obras de los demás socráticos, vemos que
su interés teórico por el método lógico como tal es escaso, en los casos en que
denotan alguno. Y la breve referencia de Jenofonte al hecho de que Sócrates se
mostraba incansable en la determinación de los conceptos no nos ayuda tampoco
mucho a definir claramente la posición de Sócrates como lógico.[43]
Sin embargo, la exposición que Platón hace de la dialéctica socrática encierra
probablemente una gran verosimilitud, siempre y cuando no olvidemos que estamos
ante un genio formal descollante que toma en sus manos la cosa y la desarrolla
en todos y cada uno de sus aspectos.
La valoración de los primeros diálogos como
testimonios del estado de la dialéctica platónica de aquel entonces nos
plantea los mismos problemas que lo referente a su contenido ético-político. Es cierto que la concepción
histórico-evolutiva ve en ellos la prueba de que su autor concebía ya entonces
plenamente ciertos fundamentos de la lógica formal, tales como los de la
definición, la inducción y el concepto. Pero, como ya hemos dicho más arriba,
echa de menos en ellos todo testimonio claro e inequívoco de la teoría de las
ideas, que ha de ser lo característico de la dialéctica platónica en las obras
posteriores.[44] Desde este punto de
vista, constituye realmente un problema saber cómo Platón pudo llegar,
partiendo de estos conatos de abstracción lógica, a su teoría de las ideas como
entidades ontológicas. Según el modo de ver de Aristóteles, Platón concebía los
conceptos generales de la ética, que Sócrates indagara, como un campo distinto
del mundo visible del eterno fluir, como un mundo de realidades perdurables, y
por mucho que esto parezca diferir del pensamiento moderno y de su nominalismo,
es la explicación verdaderamente natural para todo el que se halle
familiarizado con las características del pensamiento griego.[45]
Basándose en toda la tradición de la antigua 484 filosofía griega, Platón tenia que inclinarse
necesariamente al supuesto de que allí donde existe un conocimiento debe
existir también un objeto, que es lo que se conoce. Cratilo, su primer maestro,
le había convencido, según la versión de Aristóteles, de que vivimos en un mundo
de incesante fluir, de nacimiento y caducidad eternos. Pero Sócrates le abrió
luego un mundo nuevo. Sócrates inquiría la esencia de la justicia, de la
piedad, de la valentía, etcétera, dando por supuesto que estas cosas que se
trataba de conocer tenían una existencia perdurable e inconmovible.[46]
Nosotros diríamos que la indagación socrática de lo justo, lo piadoso y
lo valiente tendía a lo general, al concepto. Pero esta noción, tan corriente
hoy día, no se había descubierto aún por aquel entonces. En los diálogos
posteriores vemos cómo Platón lucha por llegar a este conocimiento y penetrar
en él, hasta que ya Aristóteles se asimila con toda claridad teórica los métodos
lógicos de la abstracción. La pregunta socrática de "¿qué es bueno?"
o "¿qué es justo?" no implicaba, sin embargo, ni mucho menos, el
conocimiento teórico de lo que eran lógicamente los conceptos generales.
Cuando Aristóteles dice que Sócrates no había llegado todavía a hipostasiar,
como Platón, los conceptos generales que trataba de determinar como algo
distinto de la realidad sensible, esto no debe, pues, interpretarse en el
sentido de que Sócrates había llegado ya a la teoría aristotélica de lo general
y de que Platón cometió más tarde el error inconcebible de duplicar en cierto
modo estos conceptos generales conocidos en su naturaleza abstracta ya antes
por Sócrates, colocando al lado del concepto de lo justo una idea de lo justo
existente por sí mismo. Es exacto que las ideas platónicas, en la medida en que
Platón entiende por tales un mundo de entidades existente por sí mismo y
distinto del mundo de los fenómenos sensibles, representan para Aristóteles una
duplicación inútil del mundo sensible. Para Aristóteles, se trata de algo
superfluo, pues él se ha remontado ya a la naturaleza abstracta del concepto
general. Pero esto nos lleva con tanta mayor seguridad a la conclusión de que
Platón no había llegado todavía tan lejos, al crear la teoría de las ideas o de
las formas, ni mucho menos Sócrates. Platón fue el primero cuyo genio lógico se
planteó el problema del carácter de aquel algo a que tendían las indagaciones
de Sócrates en torno a lo bueno, a lo justo, etcétera. Para él, el camino
dialéctico hacia lo bueno, lo justo y lo bello, que Sócrates se esforzaba en
recorrer, era el camino del verdadero conocimiento. Si por este camino
Sócrates lograba remontarse sobre lo variable a lo perdurable, sobre la
diversidad a la unidad, esta unidad y esta perdurabilidad eran, según el modo
como Platón concebía la esencia de estos fenómenos, el verdadero ser.
485
Si nuestra interpretación no es errónea, Platón, con
su teoría de las ideas, creía captar el sentido y la esencia de la dialéctica
socrática y tendía a formular claramente sus premisas teóricas. Esta teoría eva
implícito un nuevo concepto del conocimiento, sustancialmente distinto de la
percepción sensorial, y un nuevo concepto del ser o de lo real, distinto del que
tenían los antiguos filósofos de la naturaleza. €uando Platón designa lo uno
dentro de lo múltiple, que el método dialéctico intenta captar como forma o,
dicho en griego, como idea o eidos, se apoya en la terminología de la
medicina de su tiempo, que tantas veces invoca como modelo en un sentido
metódico.[47]
Del mismo modo que el médico agrupa toda una serie de casos concretos
distintos, pero del mismo carácter esencial, en la categoría de una sola forma
o eidos de enfermedad, la investigación dialéctica de los problemas
éticos, de la valentía, por ejemplo, debe agrupar en una unidad los distintos
casos a que se aplique aquel predicado. Partiendo de aquí vemos cómo el
movimiento dialéctico sigue elevándose ya en los primeros diálogos hasta llegar
a la virtud en sí, en la que Sócrates sintetiza en una sola las distintas
virtudes concretas. La investigación de la virtud concreta conduce
constantemente, no a distinguirla de las demás virtudes, eomo al principio
podría parecer, sino a esta unidad superior de todo lo que es virtud, al bien
en sí y a su conocimiento. En un escrito posterior, Platón describe la esencia
del proceso dialéctico de conocimiento como una sinopsis,[48]
como la sintetización de lo diverso en la unidad de la idea. Y esto es precisamente
lo que se hace en los diálogos menores. La pregunta "¿qué es
valentía?", que se discute en el Laques, parece tender a la definición
de esta virtud concreta, pero lo que en realidad se hace no es definir la
valentía, sino llevarnos a la unidad de esta virtud con las demás, a la virtud
en general. Por tanto, el "resultado negativo" del diálogo se halla
relacionado con el carácter sinóptico de la investigación como tal. La
pregunta "¿qué es valentía?" no tiende en realidad a la definición
del "concepto" de la valentía, sino a la virtud en sí, es decir a la
idea de lo bueno. Y el carácter sinóptico de la dialéctica de los primeros
diálogos encaminados a sintetizar lo diverso en la idea, no se manifiesta
solamente en la argumentación metódica que se desarrolla dentro de cada
diálogo, sino que se acusa con mayor fuerza aún en el método concéntrico ya
aludido que Platón emplea en todo este grupo de diálogos. Partiendo de la
investigación de cada virtud por separado, Platón demuestra que todo intento de
definir cada una de éstas por sí misma conduce necesariamente a la sintetización
de todas ellas en una sola virtud, arrancando de la cual es posible conocerlas
todas.
486
A la vista de este hecho, tiene una importancia
puramente secundaria el que la palabra idea o eidos, con que Platón
designa técnicamente este punto de vista, aparezca o no empleada en los
diálogos a que nos estamos refiriendo[49].
Del mismo modo que en estas obras de iniciación Platón no da a entender que la
investigación de las diversas virtudes concretas que en ellas se examinan y el
descubrimiento de la nueva idea de un conocimiento del bien en sí tienden a
erigir sobre esta base el nuevo edificio del estado, no podemos tampoco esperar
que asuste ya desde el primer momento al lector con un dogma completo como el
de la teoría de las ideas, puesto que lo que ante todo persigue es ganar su
atención para el problema. En ninguna de sus obras se contiene una exposición
completa de la teoría de las ideas en este sentido, ni siquiera en la época en
que la existencia de esta teoría puede comprobarse por medio de reiteradas
referencias a ella. Aun en los diálogos del período intermedio, esta teoría se
expone simplemente a la luz de ejemplos concretos o se la da por supuesta, o
bien se apuntan sólo unas cuantas líneas fundamentales de ella, accesibles aun
a la inteligencia del lector no iniciado. Son pocos los pasajes en que Platón
entra a examinar los problemas más difíciles de la teoría de las ideas. Por
los informes detallados de Aristóteles sobre la llamada fase matemática de la
teoría de las ideas, en la que Platón intenta explicar las ideas con ayuda de
los números, nos enteramos con asombro de que en la Academia fue desarrollada
por él y sus discípulos una doctrina cuya existencia no nos permiten sospechar
siquiera los diálogos de aquella época, mientras que con ayuda de Aristóteles
estamos en condiciones de descubrir por lo menos algunos indicios sueltos de
su influencia sobre ellos.[50]
Sin embargo, aquí reconocemos la rigurosa línea divisoria entre una discusión
esotérica de la escuela y aquel aspecto de la filosofía platónica que se
mostraba ante el mundo exterior. El retraimiento de Platón con respecto a la
teoría de las ideas en sus primeros diálogos difiere de esto en cuanto que
Platón ya por aquel entonces tenía que comprender claramente que esta base de
su pensamiento ético-político, que por el momento era aún esotérica, debería
revelar ante el mundo sus rasgos fundamentales en otros escritos posteriores.
Por lo demás, no es cierto ni siquiera que las obras primeras de Platón no
contuviesen ninguna alusión a la existencia de la teoría de las ideas, pues ya
en el Eutífrón, que todos los autores clasifican entre los diálogos de
la primera época, se habla del objeto de la investigación dialéctica como de
una "idea", y referencias semejantes a ésta las encontramos también
en otros diálogos del mismo periodo.[51]
487
La imagen de la obra escrita de Platón en los años
siguientes a la muerte de Sócrates a que así llegamos nos revela con la mayor
claridad la unidad orgánica existente entre toda su producción y su pensamiento
filosófico. Los diálogos menores aparecen así como una introducción al problema
central del pensamiento platónico en sus dos aspectos, el intrínseco y el
formal. Este problema es el del mejor estado posible. Sobre él proyecta Platón
la convicción socrática de que la virtud consiste en el conocimiento de lo
bueno. Si esta convicción no es equivocada, de aquí se deduce que la
edificación de la comunidad humana sobre esta base, mediante la educación,
constituye un postulado necesario en el que deben concentrarse todas las fuerzas.
Ya antes de que Platón haga que sus lectores se fijen en esta meta, les inicia
en sus primeras obras en la formulación de aquel problema que constituye una premisa
para la consecución de este fin: en el problema socrático de la virtud y el
saber; aunque es cierto que sólo en los dos diálogos siguientes, el Protágoras
y el Gorgias, nos permite llegar al pleno conocimiento de la
importancia de este problema. Es aquí donde plantea y lo expone dentro de la
gran concatenación en que lo ve encuadrado. Por tanto, el lector que no pase de
los diálogos menores no llegará a ver del todo claro. Pero se sentirá
irremisiblemente empujado hacia adelante y procurará llegar, mediante un examen
de conjunto, a las conclusiones que aún le faltan. Esta concepción de la obra
platónica la veremos confirmada en los escritos posteriores. En la elaboración
de sus obras, desde la Apología hasta el Gorgias y desde éste
hasta la República, Platón tuvo que proponerse necesariamente como plan
el ir elevando al hombre de escalón en escalón hasta la atalaya más alta desde
la cual podría abarcar ya todo el horizonte de su historia. Sería demasiado
afirmar decir que cada una de sus obras estaba ya preconcebida en esta época y
tenía asignado de antemano su puesto dentro del plan de conjunto trazado por el
autor. Lo que sí puede asegurarse, pues es evidente, es que la tendencia
histórico-evolutiva del siglo xix tiene demasiado poco en cuenta las numerosas
líneas de enlace trazadas por Platón entre unas y otras, mediante las cuales
nos da a entender que todas ellas van cubriendo gradualmente un gran
problema de conjunto, forman una gran unidad en la que el primer paso sólo
resulta explicado plenamente por el último.[52]
Si echamos una ojeada de conjunto a esta obra
escrita y de ella 488 nos remontamos a su comienzo, vemos que se halla animada por la idea
fundamental, expuesta bajo la forma del diálogo socrático, que consiste en ir
haciendo que el lector ahonde más y más, paulatinamente, en la entraña de la
filosofía y que se dé cuenta del entrelazamiento de los distintos problemas
entre sí. La idea de semejante empresa responde a la concepción pedagógica de
la esencia del método filosófico cuya imagen nos presentan las obras de
Platón, que abogan en pro de ella. El factor pedagógico no reside solamente en
la fuerza del diálogo, encaminado a estimular al lector para que se adelante
con su pensamiento al autor o lo acompañe, alumbrando así su propia productividad.
El reiterado fracaso de los esfuerzos dirigidos a descubrir la verdad y de los
que sirve de testigo el lector, hace que éste comprenda poco a poco, cada vez
más claramente, la dificultad de llegar a un conocimiento real y adquiera la
conciencia de las premisas que hasta entonces admitía como evidentes y que
constituyen las bases de su misma existencia. Se da cuenta de cuáles son las
fuentes de error de su pensamiento y del carácter discutible de la opinión
imperante, y comprende que es un postulado supremo de limpieza intelectual el
razonar sus propios juicios y el exigir que los demás los razonen también. Y
estas verdades no las aplica solamente por el tiempo que duran los diálogos
filosóficos, pues reconoce la importancia que tienen para la vida y la conducta
del hombre en su conjunto. Así, tiene que ir madurando en él necesariamente el
deseo de cimentar su propia existencia sobre estas bases, dándole con ello una
trabazón interna y una orientación firme. El poder educativo de Sócrates, que Platón
había conocido por experiencia propia, debía tomar cuerpo en los diálogos de
éste y conquistar el mundo, haciéndole comprender claramente, a través de una
amplia reflexión, su propia esencia y su propio fin.
[1] 1
Sobre el problema de la importancia de la forma en Platón, Cf. J. stenzel, "Literarische Form und
philosophischer Gehalt des platonischen Dialogs", reproducido en Studien
zur Entwicklung der platonischen Dialektic (Breslau, 1917), apéndice, pp. 123
ss. [Hay trad. inglesa de D. J. Alian (Oxford, 1940), con el título Plato's
Method of Dialectic, Ed.]
[2] 2 Esta concepción ha sido sostenida
principalmente por wilamowitz, Platón,
vol. i, pp. 123 ss.
[3] 3 wilamowitz,
ob. cit., p. 150, sitúa el Ión, el Hipias menor y el Protágoras en los
años de 403 a 400, "la época en que Platón se estaba formando en el trato
con Sócrates, sin saber todavía bien hacia dónde orientaría su vida".
[4] 4 "Petulancia juvenil" es la rúbrica
bajo la que wilamowitz, ob. cit.,
p. 122, agrupa estas obras alegres, que considera las más antiguas de todas.
[5] 5 H. von
arnim, Platos Jugenddialoge und die Entstehungszeit des Phaidros
(Leipzig, 1914), p. 34, iba más allá todavía de lo que había de hacerlo más
tarde Wilamowitz en su libro, y
pretendía, aunque por razones distintas, presentar el Protágoras como la primera de
las obras de Platón. (Cf. en contra de
esto infra, nota 2 del cap. v.)
[6] 6
Ya en su vejez, Platón escribió un diálogo, el Filebo, en el que aparece Sócrates
como figura central, a pesar de que en las demás obras de su vejez en los llamados
diálogos dialécticos, el Parménides, el Sofista y el Político, y en el diálogo
sobre la filosofía de la naturaleza titulado Timeo, Sócrates desempeñaba un
papel secundario y en las Leyes era sustituido por la figura del intruso ateniense.
Platón pudo permitirse hacer esta excepción en el Filebo porque el tema ético
del diálogo era un tema socrático, aunque el método con que aparecía tratado se
alejase considerablemente de la manera dialéctica de Sócrates. Algo parecido
ocurre también con el Fedro, de cuyos orígenes se habla en infra, lib. iv, cap.
viii.
[7] 7 aristóteles, Metaf., A 6, 987 a 32.
[8] 8
Schleiermacher, el fundador de los modernos estudios sobre Platón, tomaba como
base de su interpretación platónica la convicción de que en sus obras se revela
la unidad interna de pensamiento del autor. Tras él, aparece C. F hermann, con su obra titulada Geschichte
und System der platonischen Philo-sophie (Heidelberg, 1839) como el iniciador
de la corriente a que se ha dado el nombre de histórico-evolutiva. Acerca de la
historia de la interpretación moderna de Platón Cf. el libro, ya anticuado,
pero todavía útil para ciertos pormenores, de F. ueberweg, Untersuchungen über die Echtheit und Zeitfolge
platoni-scher Schriften, etcétera (Viena, 1861), parte i, así como mi serie de
conferencias publicadas bajo el título de "Platos Stellung im Aufbau der
griechischen Bil-dung", principalmente la que sirve de introducción:
"Der Wandel des Platobildes im 19. Jahrhundert",
en Die Antike, vol. IV, pp. 85 s., publicadas también
como libro aparte (Berlín, 1928) y leisecanc,
Die Platondeutung der Gegenwart (Karlsruhe, 1929).
[9] 9
El principal representante de esta escuela es Wilamowitz, Cf. supra, p. 468.
[10] 10
Figuran en este grupo: H. raeder, Platons
philosophische Entwicklung (Leipzig, 1905); H. maier,
Sokrates (Tubinga, 1913), y M. pohlenz,
Aus Platos Werdezeit (Berlín, 1913).
[11]
11 Cf. supra, pp.
468 ss.
[12] 12 Cf. supra, p. 473.
[13] 13
Cf. las citas en supra, lib. i, p. 110.
[14] 14
Cf. Apol., 36 C, donde Sócrates resume de nuevo su actuación de conjunto en una
breve fórmula sintética. Dice en este pasaje, refiriéndose a sí mismo, que
procuraba convencer a todo el mundo de que no se preocupase de sus propios
asuntos antes de haber procurado ser lo mejor y lo más sabio que le fuese
posible, y que no velase antes por los asuntos del estado que por la polis
misma (au)th=j th=j po/lemwj). Con
esta distinción que se establece entre el cuidado por los asuntos de la polis y
el cuidado por la polis misma, para conseguir que sea lo mejor y lo más sabia
que fuese posible, se traza al mismo tiempo la diferencia fundamental existente
entre la política en sentido socrático y la política en sentido usual. La
referencia a la misión de Sócrates en cuanto a la polis la encontramos también
en platón, Apol., 30 E, 31 A,
etcétera. Cf. supra, p. 426.
[15] 15
Critón, 50 A.
[16] l6
Laques, 179 C ss. El tema y su relación con la paideia, en Laques, 180 C, 184
E, 185 A y E, 186 D, 187 C, 189 D, 200 C.
[17]
17 Cárm., 161 Β (Cf. 161 C).
[18] 18 Rep., iv, 433 Β (Cf.
infra, cap. ix).
[19] 19
Cárm., 171 D-E (Cf. 175 B).
[20] 20 Cárm., 170 B, 173 B, 174 C: la medicina y el
arte de la navegación citados conjuntamente, como en el Gorgias, la República
y el Político; la medicina comparada a la "ciencia del bien" (h( peri\ to\ a)gaqo\n e)pisth/mh), pero supeditada a ésta.
[21] 21 Prot., 319 A. El estudio
de la esencia de esta techné
política conduce también
directamente, en el Protágoras, a la investigación de las cuatro virtudes
cívicas.
[22] 22 Esto no ha sido tenido en cuenta por wilamowitz, vol i, pp. 122 ss., en su imagen de Platón como poeta.
[23] 23 Cf. acerca de esto mis manifestaciones en
"Platos Stellung im Aufbau det griechischen Bildung", en Die Antike
(1928) vol. iv, p. 92.
[24] 24 Cf. nota 198 del cap. ii.
[25] 25
Gorg., 517 C, 519 A, 521 D.
[26]
26 Carta VII, 326
A-B.
[27] 27
Carta VII, 325 D.
[28]
28 Carta VII, 324
D-E. Cf. lo que extensamente se
dice acerca de esto en jenofonte, Mem., i, 2, 31-37.
[29] 29
Carta VII, 325 A ss.
[30] 30
Carta VII, 325 E-326 B. Cf. el famoso pasaje en Rep., 473 D. Que esta
concepción no es precisamente resultado de su evolución posterior, sino que
vivía ya en él desde el comienzo, lo prueba la Apol., 31 E, y la recapitulación
de los mismos puntos en Apol., 36 B.
[31]
31 Apol., 36 C.
[32]
32 Apol., 36 B.
[33]
33 Carta VII, 325 E sí.
[34] 34
Carta VII, 325 E-326 A. En la República, 499 C. hace también hincapié en la
posibilidad de llegar a realizar el mejor estado posible, aunque por el momento
faltase el kairos para ello.
[35] 35 Carta VII, 326 B.
[36] 36
Carta VII, 325 C-E.
[37] 37
A esta conclusión llegaba A. E. taylor, en
su Plato, p. 20.
[38] 38
M. pohlenz, Aus Platos Werdezeit,
p. 227.
[39] 39 En mi nota critica sobre el libro de Taylor,
publicada en Gnomon, vol. iv, p. 9, he expuesto que estas palabras de la Cana
VII, 326 A, le/gein te h)nagxa/sqhn ktl, que
taylor, Plato, p. 20, aplica a
toda la República, deben interpretarse como
alusión a la enseñanza oral.
También se explica asi la coincidencia
de La asamblea de las mujeres de Aristófanes con las teorías de Platón en su República.
[40]
40 Ya en Apol., 39 C-D, se anuncia
programáticamente esta continuación.
[41] 41
Cf. A diés, Autour de Platón
(París, 1927), pp. 156 s.
[42] 42
Asi, especialmente H. maier, Sokrates,
p. 246. La reacción de Burnet y Taylor contra esta tendencia a privar de lógica
al espíritu socrático es razonable; pero estos autores van demasiado lejos y
simplifican excesivamente la solución del problema al atribuir al Sócrates real
todo lo que Platón dice acerca de Sócrates.
[43] 43
jenofonte, mem., iv, 6, 1.
[44] 44
Véase H. Raeder, Wilamowitz, Pohlenz y otros. (Cf. notas 2 y 10 de este
capitulo.)
[45] 45
Por ejemplo, a Ritter, Platón, t i, p. 557, le parece inconcebible que pueda
encontrarse en Platón algo semejante a la famosa interpretación aristotélica
de las ideas platónicas como verdades existentes por sí mismas. Ha sido J. stenzel, ob. cit. (Cf. nota 1, de este
capítulo), quien ha aportado explicaciones decisivas a este aspecto del
problema.
[46] 46
aristóteles, Metaf., A 6, 987 a 32
ss.
[47] 47 Cf. infra, lib. IV,
cap. I.
[48] 48 Rep., ii, 537 C: el verdadero dialéctico es el sinóptico, capaz de abarcar
las cosas en su
conjunto. La misma
descripción del dialéctico aparece en el Fedro, 265 D.
[49] 49
El cotejo del empleo de los conceptos
eidos e idea en los diálogos de Platón tendría que abarcar también, para
llegar a resultados concluyentes, otras palabras y giros usados para describir
lo uno en lo múltiple, tales como o(po/te e(sti/n, au)to\\ o(/ e)stin y otros por el estilo.
[50] 50
aristóteles, Metaf., Μ y N.
[51] 51
Eutifrón, 6 E. Cf. la lista de ejemplos
de las palabras eidos e idea que da C. ritter,
en Neue Untersuchungen über Platón (Munich,
1910), pp. 228-326.
[52] 52
Ésta es la verdad permanente de la interpretación de Platón por Schleier-macher
frente a la de todos los que vienen después de él. Hay que reconocer a Paul shorey, The Unity of Plato's Thought
(Chicago, 1904), el mérito de haber retenido firmemente este punto de vista en
una época en que la teoría de la evolución amenazaba con desintegrar por entero
esta unidad. El propio Shorey ha expuesto con toda claridad (p. 88) que la
unity does not preclude development.
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