LAS
CAUSAS DE LA DECADENCIA DEL ESTADO
El paso al
estudio del problema de los orígenes del estado, al final de este extenso
ensayo sobre la paideia y el espíritu del estado, que abarca los dos
primeros libros de la obra, parece brusco e incoherente, pero sólo lo es en
cuanto a la forma, pues es lógico que al problema de la legislación preceda el
establecimiento de las bases del estado, el cual, a su vez, presupone la
determinación del espíritu que ha de informarlo. El estado deberá encontrar su
consecuente proyección en sus instituciones, como lo ha puesto de relieve el
ejemplo de los estados dóricos, pero distinguiéndose radicalmente de su espíritu.
El nuevo estado tiene que ser, al igual que sus instituciones, un sistema
educativo de estilo grandioso. Y la forma que rija esta educación, la virtud
humana total, el pleno desarrollo de la personalidad del hombre.[1]
En la jerarquía de los valores de este estado, la virtud espartana de la
valentía no ocupará el primer lugar, sino el cuarto, o sea el último.[2]
El curso ulterior de la investigación demuestra que Platón no decreta esta
sustitución del ideal del poder por el del dominio de sí mismo y la justicia
como un rígido moralista, de fuera adentro, sin tener en cuenta la realidad de
la vida del estado, sino que su postulado se halla íntimamente entretejido con
su concepción de las condiciones que rigen la permanencia y conservación del
estado. Sobre esto hemos de volver muy pronto.
Por lo demás, su
teoría de los orígenes y los cambios de la vida del estado y la destrucción
periódica y renovada de la cultura por efecto de las tremendas catástrofes de
la naturaleza, revela la atención tan intensa y tan ingeniosa prestada por él
al problema de la historia de la humanidad.[3]
Lo que llamamos tradición histórica no 1039 es,
para Platón, mucho más antigua que el ayer o el anteayer, si se la compara con
las sombrías épocas prehistóricas en que la evolución de la raza humana
avanzaba a paso de caracol.[4]
De las grandes inundaciones de la superficie de la tierra, de las pestes y de
otras calamidades semejantes, sólo se salva cada vez, para entrar en el periodo
siguiente, una pequeña parte de los hombres de la época anterior, a base de los
cuales se iniciaba el nuevo ascenso gradual por encima de los rudimentos más
primitivos.[5] La
tierra no se hallaba aún densamente poblada; no se conocían el empleo de los
metales ni la guerra, que fue un producto del progreso de la civilización
técnica.[6]
La idea que Platón se forma de los albores de la humanidad es la de un estado
de vida especialmente pacífico, en el que aún no existían pobres ni ricos y en
el que la bondadosa sencillez del hombre se reflejaba en un elevado nivel de la
moral.[7]
Las leyes, en aquella situación, eran superfluas y no se conocía siquiera
la escritura.[8] Como
en aquel tiempo no existían aún excavaciones, Platón se atiene a la tradición
literaria y especialmente a Homero. Reconoce expresamente a la poesía más
antigua, al menos en parte, el valor de una fuente de verdad histórica. Relata,
de la mano de Homero, el paso del estado ciclópeo, carente de leyes, a la
sumisión sistemática a normas y al régimen patriarcal.[9]
La afluencia de distintas agrupaciones gentilicias para formar grandes asentamientos
urbanos obliga a establecer una transacción entre las diversas costumbres
jurídicas vigentes entre ellas. Es ésta, en realidad, la misión que se le
plantea a la primera legislación.[10]
Platón, como su coetáneo el historiador Eforo, enlaza con la era homérica, con
la época de los aqueos y sus expediciones al Asia Menor, el retorno a los
heráclidas y, con él, la historia más antigua de los estados del Peloponeso,
que surgen como creaciones de la migración de las tribus dóricas sobre las
ruinas de los antiguos reinos aqueos.[11]
Con esto llegamos en esta ojeada histórica retrospectiva al punto en que comienza
nuestro diálogo: las fundaciones de los estados y los legisladores dorios.[12]
En las décadas
cuarta o quinta del siglo IV, cuando Platón escribió las Leyes, el destino
de los pueblos dóricos, la imagen de su pasada grandeza y del alto nivel
espiritual que en otro tiempo alcanzaran, 1040
seguidos por la tragedia de su decadencia, sellada por la destrucción de
Esparta en Leuctra, se alzaba como un problema inmenso ante la mirada de la
gente reflexiva del mundo helénico.[13]
Después de la derrota de los espartanos, Epaminondas arrancó a los mesenios de
su situación secular de ilotas y los incorporó a la libertad, para de este modo
provocar en el Peloponeso una discordia interior que rematase la obra de la
destrucción guerrera del enemigo. Estos acontecimientos debían encender
necesariamente, en el corazón de los partidarios del espíritu dórico en toda
Grecia, la duda de lo que habría sido de la historia griega si los estados
dóricos del Peloponeso, Esparta, Argos y Mesenia, en vez de dividirse en
querellas interiores, se hubiesen fundido en una unidad política.[14]
Se repetía frente a los dorios del Peloponeso en el pasado el mismo problema
que el presente parecía plantear a los estados griegos en su conjunto; más aún,
era, en rigor, el mismo problema del presente proyectado sobre el pasado. Las
condiciones de desarrollo de lo que Platón llama el "sistema" [15]
de los estados dóricos, la triple alianza de los heráclidas inmediatamente
después de tomar posesión del territorio, fueron condiciones verdaderamente
ideales. No fue necesario, como lo proponían en tiempo de Platón modernos
revolucionarios y reformadores sociales, acometer, a costa de los mayores
peligros para el estado, nuevos repartos de tierras y nuevas extinciones de
deudas, sino que comenzaron desde el principio, y pudieron dividir el
territorio reconquistado en lotes iguales, erigiendo así el estado sobre la
base de un principio social justo.[16]
Y Platón tomaba esto muy en serio, como se demostrará más adelante en su modo
de tratar el problema de la distribución de la propiedad territorial, donde se
remonta de un modo práctico al precedente de los heráclidas y de su
establecimiento en el Peloponeso.[17]
Pero ¿qué había determinado la ruina de los reinos dóricos, a pesar de ser,
como piensa Platón, mucho más fuertes, más unidos y de estar mejor dirigidos
que los de Grecia antes de Troya?[18]
1041
Unidos, habrían
podido dominar a la Hélade y al mundo,[19]
pero se dejaron llevar por una discordia intestina irremediable. La fantasía
histórica de Platón ve en estos acontecimientos de los siglos viii y vii, que
en su tiempo eran ya casi míticos, la verdadera e irreparable tragedia, la
gran coyuntura de "dominar el mundo", desperdiciada por la nación
griega en la historia universal.[20]
Y ve en Esparta la mejor prueba de la capacidad de los dorios para crear
estados, pero entiende que los mesenios y los argivos no estaban a la misma
altura.[21]
La causa de su
decadencia no era, como podría pensar un espartano, la falta de valentía o de
arte guerrero, sino su incultura (a)maqi/a) en las materias humanas más
importantes.[22] Es
esta profunda incultura la que, lo mismo entonces que hoy, destruye los estados
y la que, según Platón, seguirá destruyéndose también en el porvenir.[23]
A quien pregunte en qué consiste esa incultura, le remitirá a lo que ha sido
expuesto en las largas investigaciones sobre la esencia de la paideia. Esta
se basa en la verdadera armonía entre los apetitos y la razón.[24]
Aquellos poderosos estados dóricos cayeron por seguir el camino de sus
apetitos en vez de marchar por el 1042 que les
marcaba la razón.[25]
Por donde el reconocimiento de los errores políticos que revela la historia de
los pueblos dóricos nos vuelve al punto de partida del diálogo, al problema del
verdadero ethos del estado, cuyas raíces se hallan en una sana
estructura del alma individual. La crítica filosófica a que Platón sometiera
ya en la República el espíritu del estado espartano y la educación
profesada en Esparta, es confirmada en las Leyes por la aplastante
bancarrota de aquella rama de pueblos, vista a la luz del presente, en su pugna
histórica por el más alto premio, la hegemonía sobre los griegos, para la que
parecía destinada. Parece como si, en estas páginas, Platón pusiese remate a la
pugna de toda su vida con el problema de la idea dórica del estado. Es un
desenlace trágico, y no podía ser de otro modo. Durante su juventud había oído
cómo en los círculos de la oposición ateniense se ensalzaba a Esparta como
ideal absoluto. En sus años maduros pudo aprender mucho de aquel modelo, pero
mientras que el éxito de Esparta, situada por aquel entonces en la cima de su
poder, parecía dar la razón a sus admiradores exentos de espíritu crítico,
Platón señalaba ya en la República, proféticamente, las raíces de sus
fallas.[26]
Cuando se puso a escribir las Leyes, estos defectos estaban ya a la
vista de todo el mundo.[27]
A Platón no le restaba ahora sino reconocer que el "segundo estado"
de la República tenía que sucumbir precisamente por no ser el mejor, es
decir, por carecer de la verdadera paideia y del mejor ethos. Aquellos
llamados "reyes" se habían dejado llevar por el plethos de sus
almas, por el afán de poder y de honores, por la pleonexia, en vez de
obedecer al verdadero guía, o sea al espíritu. La primacía Platónica de la paideia
sobre la política realista se revela también aquí, en la madurez e
ingeniosa antítesis entre la forma externa y la esencia interior del estado.
Al exterior el estado se hallaba dirigido unitariamente por una persona, pero
en el interior estaba dominado espiritualmente por la masa de afanes y apetitos
que gobernaban el alma de este individuo.[28]
Ya en el Gorgias comparaba Platón, en términos parecidos a éstos, la
forma de la democracia en que imperaba la arbitrariedad de la multitud con la
tiranía, a la que era afín por su esencia.[29]
Para decirlo en términos de la República, la desintegración 1043 del estado
en el interior del alma[30]
del regente venía a sellar la ruina exterior de su poder. Pues el estado, para
Platón, no es nunca el simple poder, sino que es siempre la estructura
espiritual del hombre que lo representa.
Si, por tanto,
la causa de la decadencia de los estados hay que buscarla en la incultura, es
decir, en la falta de sinfonía entre los apetitos y la razón en el alma del
regente —lo mismo si es uno o son varios—, la conclusión es que se le debe
arrebatar al hombre inculto toda influencia en la dirección del estado. Y puede
muy bien ocurrir que haya que considerar inculto en este sentido profundo
incluso a quien la opinión general tiene por típicamente culto: al hábil
calculador, al hombre de rápida percepción espiritual, al que sabe expresarse
ingeniosamente. Más aún, Platón ve en estas cualidades incluso un cierto
síntoma de que en quien las posee predomina lo instintivo.[31]
Esto coloca en el centro de la atención el problema de quién debe gobernar.
Platón había contestado a esto, en la República, en el sentido de que
debe gobernar siempre lo mejor sobre lo peor, lo más elevado sobre lo más bajo.[32]
Pero en las Leyes hace un nuevo intento de definición, guiado
evidentemente por la conciencia de que este problema es realmente decisivo
para la política, lo mismo en cuanto ciencia que en cuanto arte práctico. Si la
política se concibe como la ciencia de gobernar, deberá hallarse informada por
un principio a base del cual puedan regularse todas las cuestiones concretas,
y será este principio el que tendrá que darnos, con carácter general y de un
modo evidente e irrefutable para cualquier mente racional, la solución al
problema de quién debe gobernar.
Platón sienta,
en este pasaje de las Leyes, siete "axiomas" de gobierno, a
los que se atiene repetidamente, tanto para hacer la crítica de los estados de
la realidad histórica como para estructurar su propio estado.[33]
La palabra "axioma" tiene, por una parte, la acepción de un postulado
de derecho o de gobierno en sentido jurídico, y así la conciben aquí todos los
intérpretes, teniendo en cuenta que se trata precisamente del problema de
gobernar. Pero en la ciencia de los últimos tiempos de Platón presenta ya
también el sentido hoy usual de una premisa no susceptible de demostración,
pero que tampoco necesita ser probada, de la que partimos en una deducción
científica, principalmente en las matemáticas, campo en el que, según el
testimonio de Aristóteles, aparece por vez primera esta terminología.[34]
Es conocida la
tendencia de Platón a convertir las matemáticas 1044 en modelo de todo el método científico y
filosófico; esta tendencia se acentuó, sobre todo, en sus años posteriores y es
considerada por Aristóteles como característica de toda la escuela Platónica.[35]
Por eso es inexcusable interpretar en este sentido el concepto de
"axioma", tratándose justo de la fundamentación general de la política,
lo que no excluye necesariamente su primera acepción de "postulado de
gobierno".[36]
También en la terminología matemática se concibe el axioma como un postulado
comprensible por sí mismo; el primitivo sentido jurídico de la palabra sigue
vivo en ella. Y este sentido "axiomático" lo pone de relieve también
el número fijo de estas reglas fundamentales que Platón va enumerando (desde
el uno hasta el siete), con lo que señala su carácter limitado,[37]
como hace también la geometría de Euclides. Estas reglas axiomáticas indican
que, por mandato de la naturaleza, 1) los padres deben gobernar a los
hijos; 2) los nobles a los innobles; 3) los viejos a los jóvenes;
4) los señores a los esclavos; 5) los mejores a los peores, y 6)
los hombres cultos y razonables a los incultos; el séptimo postulado es el
principio democrático según el cual, 7) el elegido por la suerte debe
gobernar sobre aquel en quien no haya recaído la elección. En este pasaje, como
en las Leyes en general, Platón reconoce la suerte como decisión divina
y no ve en ella, como hace con frecuencia al criticar la democracia en sus
obras anteriores, un mecanismo carente de sentido.[38]
Con arreglo a
estos axiomas, se llega a la conclusión de que los reyes de Mesenia y Argos
debían perder sus reinos, porque éstos depositaban un poder demasiado grande e
irresponsable en manos de un individuo que distaba mucho de ajustarse a dichos
postulados.[39]
Y aunque ciertos giros de la República y del Político podrían
inducir a la creencia de que Platón se mostraba partidario de esta forma de
vida política, en las Leyes se manifiesta decididamente contrario a esta
unificación del poder y la considera como una degeneración del afán de dominio,
de la pleonexia,[40] en
la que también Isócrates, interpretándola en el sentido usual, ve la raíz de
todos los males. El ejemplo de Esparta demuestra que una constitución mixta es
la más duradera. En Esparta, la institución de la monarquía se halla restringida
tanto por el régimen de dos reyes como por la intervención de los gerontes y
los aforos.[41] No
es a Mesenia y Argos, sino a Esparta, a quien Grecia debe que los pueblos
griegos no se hallen mezclados hoy entre sí y con los bárbaros, revueltos unos
con otros 1045 como las masas de pueblos del
imperio persa, sino que hayan conservado su pureza. Ésta reside, según Platón,
en la suma y compendio de la libertad, conquistada en las guerras contra los
persas.[42]
La meta del legislador no debe ser la acumulación de grandes atribuciones
de poder, íntegras, en manos de un individuo, sino la libertad, la razón, la
armonía interior de la polis.[43] Persia
y Atenas son los estados que revelan en su exaltación unilateral los dos elementos
fundamentales en la vida de todo estado.[44]
En realidad, ambos elementos son indispensables y el valor de Esparta estriba
en que aspira a esta mezcla, gracias a la cual pudo mantenerse en pie durante
más tiempo.[45]
Platón interpola aquí una extensa crítica del reino persa, basada por entero en
la idea de que los pocos hombres realmente descollantes que crearon este
imperio, Ciro y Darío, no supieron educar a sus hijos.[46]
La paideia de los príncipes persas estaba en manos de reinas ambiciosas,
de nuevas ricas.[47] Así
se explica que Cambises y Jerjes dilapidasen en tan poco tiempo todo lo
conquistado por sus padres.[48]
Estos no comprendieron la importancia fundamental de su misión de formar a
quienes habían de sucederles en el trono, ni le consagraron tiempo alguno.[49]
La exhortación que Darío dirige a los persas, según Esquilo, después de su derrota,
fue demasiado tardía, a juicio de Platón.[50]
En realidad, ni Darío ni Ciro podían educar a sus hijos, por la sencilla razón
de que ellos mismos no poseían una paideia.[51] De este modo, Platón borra también
de un plumazo la Ciropedia de Jenofonte. No encuentra en Persia nada
que pueda servir de modelo para los griegos.[52]
1046
Pero lo que más
profundamente interesa a Platón es su ciudad patria, Atenas.[53]
El elogio tributado a su participación en la obra de liberar a Grecia[54]
parece hallarse en contradicción con la censura dirigida a la excesiva libertad
desarrollada allí.[55]
Sin embargo, el cuadro que Platón traza de la historia ateniense no es un
cuadro hecho de una unidad de luz o de sombras. En esto, Platón no se aleja
mucho del viejo Isócrates, quien critica el estado de cosas presente, pero
encuentra muchas cualidades excelentes que ensalzar en la antigua Atenas del
tiempo de la guerra contra los persas.[56]
Platón descubre en los primitivos tiempos heroicos de la democracia ateniense
mucho todavía de aquel espíritu de la antigua e inveterada veneración por la
ley que más tarde desapareció.[57]
En la descripción de este aidos, que en realidad mantenía la cohesión
interna del edificio social, coincide con el Areopagítico de Isócrates,
obra escrita por la misma época que las Leyes.[58] Y desde el punto
de vista del educador político, esto tocaba en efecto el problema fundamental.
Por eso pueden coincidir en este punto dos espíritus de contextura tan
diferente como Isócrates y Platón. Platón enfoca la degeneración de la
democracia ateniense exclusivamente desde este punto de vista educativo, de la
misma manera que explica la decadencia del imperio persa por la exclusiva
razón de no haber tenido una paideia. Esto se revela sobre todo en el
modo como deriva esta evolución de Atenas de la decadencia de la música y la
poesía y de su degeneración en un desenfreno amusical.[59]
Esta imagen de la degeneración constituye uno de los conocimientos históricos
más grandiosos de nuestro filósofo. De él la tomó la escuela peripatética, a
través de la cual pasó a la política y a la literatura musical del periodo
helenístico y de la época del imperio.[60]
Sus detalles ilustran la tesis de la 1047 República
según la cual la educación musical es la ciudadela del estado perfecto.[61]
La conservación
en toda su pureza de los distintos géneros y de su carácter, de los himnos, las
trenodias, los peanes, los ditirambos y los nomos, garantizó
durante largo tiempo la fidelidad de la rigurosa tradición musical de los
pasados siglos,[62] sin
que ni los silbidos ni los gritos ni el aplauso de la multitud influyesen para
nada en el arte. Los peritos en la paideusis podían escuchar sin
interrupciones hasta el final y la masa manteníase disciplinada bajo la batuta
del guardador del orden.[63]
Pero luego vino otra época, en la que gentes con grandes dotes poéticas, pero
sin discernimiento alguno en cuanto al contenido normativo del arte, impulsadas
por un éxtasis báquico y arrastradas por los simples sentidos, confundían los
ditirambos con los peanes y los himnos con los trenos, intentando imitar
con la cítara los efectos ruidosos de la música de flauta.[64]
Borraban todas las fronteras y se creían con derecho a todo lo que excitaba de
algún modo los goces de los sentidos, pues, llevadas por su ignorancia, no creían
que en el campo de lo musical rigiese ninguna clase de normas para distinguir
lo verdadero de lo falso.[65]
De este modo, se imponía la ausencia de leyes en el reino de las musas y se
incitaba a la masa a la locura de juzgar estas cosas y de exteriorizar sus
juicios con estrepitosas manifestaciones.[66]
El silencioso sosiego del teatro se trocó en algarabía y la distinción que
hasta entonces había reinado en este campo fue sustituida por la teatrocracia,
por el imperio del público inculto. Si realmente se hubiese tratado de una
democracia de hombres libres, nada habría habido que objetar. Pero era, simplemente,
la petulancia y el desenfreno de todos y en todo, un desenfreno 1048 y una petulancia que no se detenía ante nada.[67]
El destino reservado a esta libertad es, según Platón, el descenso gradual y
progresivo del estado de vinculación interior, que primitivamente reinara, hasta
terminar en la ausencia pura y simple de todo vínculo y en el retroceso final y
completo al caos titánico.[68]
[1] 119 Leyes, 630 Β 3, E 2.
[2] 120 Leyes, 630 C 8.
[3] 121 La actitud de Platón ante la
historia, lo mismo que la de Aristóteles, sólo se estudió durante mucho tiempo
desde el punto de vista de lo que enseñaba para la historia de la filosofía.
Ültimamente se han ocupado de este problema desde un punto de vista más amplio
C. roehr, Platons Stellung zur
Ge-schichte (Berlín, 1932) y K. vourveris,
Ai( i(storikai\ gnw/seij tou= Pla/twnoj (Atenas, 1938).
Pero mi modo de tratar a Platón va todavía fundamentalmente más allá, puesto
que no tiene en cuenta sólo sus manifestaciones expresas acerca de problemas
históricos, sino que además se esfuerza en comprender toda su mentalidad y su
exposición, partiendo de una conciencia clara de su propia época y de su
situación histórica. Esta conciencia es perfectamente natural tratándose de un
filósofo que parte del problema de la estructura del mundo moral y político y
se enfrenta con el hecho de la decadencia y la vejez de un orden histórico
dado, como era el de la polis griega.
[4] 122 Leyes, 677 D.
[5] 123 Leyes, 677 A s.
[6] 124 Leyes, 678 C-E.
[7] 125 Leyes, 679 A-D.
[8] 126 Leyes, 680 A.
[9] 127 Leyes, 680 Β s. Aquí Platón
utiliza expresamente a Homero sólo como fuente de la antigua cultura jónica. En
Creta se le consideraba todavía en tiempo de Platón como un poeta extranjero,
aunque muy ingenioso (680 C 4). Sobre el valor de verdad histórica de la
poesía antigua, Cf. 682 A.
[10] 128 Leyes, 680 E 6-681 C.
[11] 129 Leyes, 682 Es.
[12] 130 Leyes, 682 E 8-683 A.
[13] 131
Sobre la repercusión de la decadencia del poder espartano sobre la mentalidad
política y pedagógica de las gentes de la época, Cf. supra, p. 734.
[14] 132
En Leyes, 683 C 8 s., plantea Platón este problema y
procura contestarlo en detalle. Hace
resaltar que para
ello hace falta
acudir a la
imaginación histórica; su intento
no era posible
sin una construcción
audaz y la
finalidad educativa del paralelo con el presente influye en su
imagen del pasado.
Pero el modo como
presenta los tiempos
primitivos dóricos tiene
gran interés para cualquier historiador,
puesto que revela
la clara conciencia
de que el
mundo se disponía precisamente
por aquel entonces
a hacer desaparecer
para siempre bajo la
superficie del cuadro
la posibilidad histórica
que en otro tiempo
había tenido el pueblo dórico
y su importancia espiritual dentro de una imagen histórica unilateral
jónico-ateniense.
[15] 133 Leyes, 686 Β 7.
Cf. también 687 A 6.
[16] 134 Leyes, 684 D-E.
[17] 135 Esto ocurre con motivo de la
fundación del nuevo estado en el libro quinto de las Leyes (736 C 5),
donde se citan expresamente las consideraciones histórica del libro tercero
sobre los reinos dóricos del Peloponeso.
[18] 136 Leyes, 685 D.
[19] 137
Leyes, 687 A 6-B. Platón
dice aquí, refiriéndose
a los estados dóricos de la época
posterior al retorno de los heráclidas,
lo mismo que aristóteles, Pol., vii, 7, 1327 b 29-33, de los
griegos de su tiempo que habrían podido dominar el mundo si hubiesen estado
unidos dentro de un estado. Es difícil
no ver en esto la influencia
de la idea
panhelénica de Isócrates.
Para Isócrates, la primera
campaña de los
griegos en Asia,
la guerra contra
Troya, había brindado la gran ocasión para la unificación
nacional (Cf. el final de Elena), pero
Platón dice, apoyándose
manifiestamente en este
punto de vista,
que había sido una ocasión más
favorable para ello la campaña de los dorios al ocupar el Peloponeso.
[20] 138
Cf. Leyes, 687 A 5,
sobre la ocasión
(καιρός) desaprovechada
por los estados dóricos.
Cf. también 666 A
7. Platón parece burlarse aquí, como
de un anacronismo, de los planes
de Isócrates para la unificación de los
griegos contra los bárbaros. Cuando Platón escribió las Leyes, Isócrates no había
pensado aún en Filipo de Macedonia como el jefe potencial de los
estados griegos contra Persia. Su Filipo
fue escrito en realidad después de la muerte de Platón. En su Filipo (12), Isócrates ridiculiza como utópicos
los planes de los que han escrito "repúblicas" y
"leyes". Las Leyes debían
haber aparecido ya cuando Isócrates publicó su Filipo (346).
[21] 139 Leyes, 690
D. Esta crítica presentaba,
naturalmente, una especial actualidad por la época en que Platón trabajaba en
su obra de las Leyes, es decir, poco después de la restauración
de la independencia estatal
de Mesenia, que
desde el siglo vn había estado constantemente bajo
la dominación de los espartanos. También Isócrates, en el Arquidamo, toma
partido a favor de Esparta y en contra de Mesenia.
[22] 140
Leyes, 688 D, E; 689 A 1 y 8; 689 C. La ignorancia de las cosas humanas más
importantes a que
Platón atribuye la
caída de aquel
poderoso reino (688 D) recuerda el pasaje del Protágoras, 357
D-E, donde el hecho de "sucumbir al placer" se imputa también a la
"más grande ignorancia".
[23] 141 Leyes, 688 D.
[24] 142 Leyes, 643 C 8 s., 653 A s.
y especialmente 653 Β 5, donde la areté, fruto de la o)rqh\ paidei/a se define como συμφωνία de los apetitos
con el logos.
[25] 143 Leyes, 690 F-691 A.
[26] 144 Cf. supra, pp. 729-7.54.
[27] 145 Entre la época en que se redactó la República
V la época en que
se terminaron las Leyes se produjeron hechos como las batallas de
Leuctra y Mantinea y la decadencia del poder espartano.
[28] 146 Leyes, 689 A-B.
[29] 147 Los líderes del pueblo en las
democracias son equiparados a los tiranos en Gorg., 466 D y 467 A. El demos
es un tirano al que deben acomodarse todos los ciudadanos y especialmente
los políticos todos, lo mismo que en los estados despóticamente gobernados por
un déspota: Cf. Gorg., 510 C 7 s. y 513 A. Es evidente, sin embargo, que
Platón habla aquí de una democracia que ha de-peñerado en un gobierno por el
populacho. En el Político distingue entre una forma de democracia buena
y una forma de democracia mala (degenerada), lo mismo que cualquier otra forma
de gobierno puede ser buena o mala.
[30] 148 Rep., 591 E, 592 B.
[31] 149 Leyes, 698 C-D.
[32] 150 Rep., 412 C.
[33] 151 Leyes, 690
A: a)ciw/mata tou= te a)/rxesqai poi=a/ e)sti kai\ po/sa.
Reclama para
estos axiomas una
validez absoluta: rigen
lo mismo en los estados generales que en
los pequeños y hasta en el gobierno de
la familia y de la casa. Cf. la
aplicación de estos axiomas en Leyes, 690 D y 714 D.
[34] 152
aristóteles, Metal., Γ 3, 1005 a 20.
[35] 153 aristóteles,
Metaf., A 9, 992 a 32; Ética eudemia, i, 6, 1216 b 40. Cf.
también mi obra Aristóteles, p. 266.
[36] l54 A. E. taylok, The Laws of Plato (Londres,
1943) traduce a)ciw/mata por "titles"
to government and obedience.
[37] 155 Cf. Leyes, 690 A-C.
[38] 156 Leyes, 690 C.
[39] 157 Leyes, 691 C-D.
[40] 158 Leyes, 691 A. Cf. 690 E.
[41] 159 Leyes, 691 D 8-692 A.
[42] 160 Leyes, 692 D-693 A.
[43] 161 Leyes, 693 D-E.
[44] 162 Leyes, 693 D.
[45] 163 Leyes, 693 D-E.
[46] 164
Sobre Ciro, Cf. Leyes, 694
A; sobre Darío, 695 C
6; desde entonces,
ya no hubo en Persia ningún gran rey; 695 E.
[47] 165
Leyes, 694 E. La paideia
persa se corrompió por el
régimen de mujeres y de eunucos reinante
en la corte de Ciro: 695 A.
[48] 166 Leyes, 695 E. Cf. 694 C.
[49] 167 Leyes, 694 E,
695 A.
[50] 168 esquilo, Pers.,
739 s.
[51] 169 Ciro no
había disfrutado de una
verdadera educación ( o)rqh\ paidei/a) y Darío no procedió con su hijo Jerjes mejor que Ciro con Cambises: 695 D
7-E. La misma educación dio los mismos frutos: 695 E
2.
[52] 170
Es evidente que la existencia
de una obra en que
se alababa la paideia de los
persas dio pie a Platón para detenerse tan prolijamente en ella. Su autor no era otro que Jenofonte. Asi se reconoció ya en la
Antigüedad: Cf. diógenes laercio, iii, 34.
Jenofonte había querido contraponer
en la Ciropedia la disciplina
persa al desenfreno ateniense,
del mismo modo
que Tácito escribió
su Germania para proyectar su
cruda luz sobre
las sombras que
esta comparación revelaba en la
inmoralidad y la decadencia de Roma.
Platón enfrenta a Persia y Atenas, los dos estados más antitéticos
politicamente, y demuestra que
ambos se hundieron por
el mismo vicio,
por la ausencia
de una verdadera
paideia. Con esto le
quita a la
crítica su punta
política partidista. supra,
p. 976, he intentado
demostrar que una
crítica semejante es
también la que
hace recaer sobre el escrito de
Jenofonte acerca de la caza. Pero tal
vez debamos ir todavía más allá y en
cuanto al debate
sostenido sistemáticamente en las
Leyes contra la tesis
de que la paideia y
la politeia espartanas son
las mejores, ponerlo
en relación con los escritos de Jenofonte en que se glorificaban las
instituciones espartanas. Estos escritos vieron la luz a comienzos de la
quinta década del siglo iv. Esto
conduciría a situar la redacción de las Leyes de Platón, esencialmente,
en la última década de su vida.
[53] 171 Leyes, 698 A 9.
[54] 172 Leyes, 698 B-699 A.
[55] 173 Leyes, 700 A.
[56] 174
Cf. supra, pp.
900 ss. Platón rinde
un homenaje literario
indirecto a Isócrates en
relación con esto, en Leyes, 699 A, donde describe los preparativos del
rey Jerjes para atacar a Atenas exactamente con las palabras del Panegírico.
Cf. la frase
de Platón: kai\
a)kou/ontej )/Aqwn te diorutto/menon
kai\ (Ellh/sponton zeugnu/menon con isócrates, Paneg., 89-90: to\n me\n (Ellh/sponton zeu/caj to\n d'
)/Aqw dioru/caj.
[57] 175
Sobre el aidos en la antigua Atenas, Cf. Leyes, 698 Β 5-6 y 699 C 4.
[58] 176 Cf. supra, p. 911. Esta
referencia a Isócrates se trasluce también claramente a través de otros
indicios, como hemos puesto de manifiesto más arriba. Si el Areopagítico no
fue redactado después de terminar la guerra de la confederación, sino ya en el
año 357, como he intentado probar, supra, p. 898, es aproximadamente
coetáneo de las obras de Jenofonte, contra las que Platón polemiza en las Leyes
(Cf. supra, n. 170). Todo esto nos remite a comienzos de la quinta
década del siglo iv.
[59] l77 Leyes, 700 A 7 s.
[60] 178 La imagen
que traza Platón sobre la evolución de la
música griega se enfoca totalmente desde el punto de vista de su concepción
de la paideia. Cabría pensar que los teóricos de la música posteriores a
él se emanciparon de este punto de vista para exponer la evolución de este arte
con arreglo a ideas puramente artísticas, pero la obra del Seudo Plutarco
sobre la música se halla informada plenamente por el punto de vista de Platón.
Según el Seudo Plutarco, c. 27, la evolución histórica de la música sigue una
trayectoria que parte de su primitivo carácter propedéutico ( paideutiko\j
pro/poj) para acercarse
cada vez más a lo teatral (qeatrikh\
mou=sa), hasta entregarse
por fin enteramente a esto. Para apoyar la tesis se invoca varias veces el
testimonio de este filósofo. Examinando la cosa con cuidado se ye que la
imagen que él traza de la historia de la música está tomada del historiador
peripatético de la música Aristoxeno. El Seudo Plutarco cita su obra sobre la
música (c. 15) y la parte histórica de la Harmónica (c. 16) ; en el
libro segundo de su obra Sobre la música, Aristoxeno trataba
precisamente de la teoría Platónica del ethos en la música (Cf. c. 17).
[61] 179 Rep., 424 C: to\... fulath/rion...
e)ntau=qa/ pou oi)kodomhte/on toi=j
fu/lacin e)n mousikh=|.
[62] 180 Leyes, 700 Α 9-Β.
[63] 181 Leyes, 700 C.
[64] 182 Leyes, 700 D. Sobre el
contenido normativo de la música, Cf. 700 D 4; a)gnw/monej...
peri\ to\ di/kaion th=j Mou/shj kai\ to\ no/mimon. Gnw/mh significa
"norma" también en teognis, v, 60.
[65] 183 Leyes, 700 E.
[66] 184 Leyes, 700 E 4.
[67] 185 Leyes, 701 A.
[68] 186 Leyes, 701 B-C.
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