la última voz
que se dejó sentir en el concierto espiritual de los linajes helénicos fue, en
el año 600, Ática. Al principio pareció aceptar o modificar dócilmente los
temas de los demás y. ante todo, los de la estirpe afín de los jonios. Pero pronto
los entretejió con independencia en una más alta unidad y dominó su propia
melodía con creciente claridad y plenitud. El poderío ático sólo alcanzó su
culminación un siglo más tarde, con la tragedia de Esquilo. Y poco hubiera
faltado para que fuera lo primero que conociéramos de ella. Del siglo VI no
tenemos más que los fragmentos, no insignificantes, de la poesía de Solón. Pero
su conservación no es evidentemente una pura casualidad. Mientras subsistió un
estado ático y su vida espiritual independiente, fue Solón una columna
fundamental del edificio de su cultura y de su educación. Sus versos se
imprimieron en el alma de la juventud y eran evocados por los oradores ante los
tribunales de justicia y en las asambleas públicas, como expresión clásica del
espíritu de la ciudadanía ática.[1] Su influjo vivo persistió
hasta el tiempo en que, con la decadencia del poder y del esplendor del imperio
ático, despertó la añoranza de la grandeza del pasado y los gramáticos y los
historiadores de una nueva edad se consagraron a la conservación de sus restos.
Aun entonces, se conservaron los testimonios poéticos de Solón como documentos
históricos del más alto valor. No hace mucho tiempo que aún los considerábamos
predominantemente desde este punto de vista.
Pensemos por un momento que se hubiera perdido todo vestigio de los
poemas de Solón. Sin ellos, no nos hallaríamos en condiciones de comprender lo
que hay de más grandioso y memorable en la poesía ática de la época de la
tragedia ni aun en la vida espiritual entera de Atenas: la perfecta
compenetración de la producción griega con la idea del estado. En esta
conciencia viva de la dependencia y la vinculación a la comunidad de toda
creación espiritual del individuo, se muestra el dominio del estado en la vida
de sus ciudadanos hasta un punto que sólo tiene su parangón en Esparta. Pero el
ethos del estado espartano, con toda la grandiosidad y perfección de su
estilo de vida, impide la promoción de todo movimiento espiritual y se muestra
cada día más incapaz de adoptar una nueva estructura interna. Así cae
gradualmente en el anquilosamiento. Por otra parte, la polis jónica, con
su idea del derecho, trajo el principio organizador de una nueva estructura
social y creó, al mismo tiempo, mediante la (138) destrucción de los
derechos de clase, la libertad ciudadana que confirió al individuo el ámbito
necesario para su pleno desarrollo personal. Pero la amplitud que otorgó a la
expresión de lo humano —demasiado humano— le impidió desarrollar las fuerzas
capaces de unir las actividades nacientes de la individualidad en un designio
más alto para la estructuración de la comunidad. Faltaba un lazo de unión entre
la fuerza educadora que llevaba implícito el nuevo orden legal que regía la
vida política y la libertad sin freno, de pensamiento y de palabra de los
poetas jónicos. Por primera vez, la cultura ática equilibra ambas fuerzas: el
impulso creador de la individualidad y la energía unificadora de la comunidad
estatal. A pesar del íntimo parentesco con los jonios, a los cuales tanto debe
Ática desde el punto de vista espiritual y desde el punto de vista político,
resulta claramente comprensible esta diferencia fundamental entre el movimiento
centrífugo de libertad de los jonios y la fuerza centrípeta y constructiva de
los áticos. Así se explica que las estructuras decisivas de lo griego, en el
reino de la educación y de la cultura, se hayan desarrollado en tierra ática.
Los monumentos clásicos de la cultura política griega, desde Solón hasta
Platón, Tucídides y Demóstenes, son, en su totalidad, creación de la estirpe
ática. Sólo era posible que surgieran donde un poderoso sentido de las
exigencias de la vida de la comunidad subordinaba a ellas cualesquiera otras
formas de la vida espiritual y pudiera, sin embargo, vincularlas a la propia
intimidad.
Solón es el primer representante del auténtico espíritu ático y al
mismo tiempo su creador más eminente. Pues, aunque el pueblo entero estuviera
predestinado, por la armonía de su constitución espiritual, a la realización
de algo extraordinario, fue decisiva para el desarrollo posterior la
aparición, en sus comienzos, de una personalidad capaz de dar forma a aquella
constitución. Los historiadores políticos, que acostumbraban juzgar a los
personajes históricos por sus obras palpables, estiman principalmente a Solón
por el aspecto de su obra que mira a la realidad política, es decir, la
creación de la seisachteia. Lo que importa, ante todo, para la historia
de la educación griega, es que Solón, como maestro político de su pueblo, sobrepasa
enormemente la esfera de su influencia temporal e histórica y esto es lo que le
otorga una importancia perenne para la posteridad. Solón se nos manifiesta, en
primer término, como poeta. Su poesía nos revela los motivos de sus hechos
políticos que, por la elevación de su conciencia ética, se levanta muy por
encima del nivel de los partidos políticos. Hablamos antes de la importancia de
la legislación para la formación del nuevo hombre político. La poesía de Solón
constituye la explicación más palpable de esta verdad. Tiene para nosotros el
valor excepcional de mostrarnos, tras la universalidad impersonal de la ley,
la figura espiritual del legislador, en el cual se encarna de un modo visible
la fuerza educadora de la ley, tan vivamente sentida por los griegos.
(139) La antigua sociedad
ática, en la cual nación Solón, se hallaba todavía gobernada por una nobleza
de terratenientes cuyo dominio en otros sitios había sido ya en parte destruido
o había tocado a su fin. El primer paso para la codificación del derecho de
sangre, las proverbiales "leyes draconianas", significaron más bien
una consolidación de las relaciones recibidas que un rompimiento con la
tradición. Tampoco las leyes de Solón quisieron suprimir el dominio de los
nobles como tal. Sólo la reforma de Clístenes. tras la caída de la tiranía de
los Pisistrátidas, acabó violentamente con él. Cuando pensamos en la Atenas
posterior y en su insaciable afán de novedades, parece un milagro que las olas
de la tormenta social y política, que inundaron el mundo de aquellos tiempos,
se hayan quebrado en las abiertas costas de Ática. Pero sus moradores no eran
entonces los navegantes de los siglos posteriores, accesibles a todos los
influjos, tal como Platón los pinta. Ática es todavía un país puramente
agrario. El pueblo, vinculado a la tierra, nada fácil en sus movimientos, se
hallaba arraigado en la moralidad y la religión tradicionales. No por ello es
preciso pensar que las capas inferiores de la sociedad permanecían ajenas a
las nuevas ideas sociales. Piénsese en el ejemplo de los beocios que ya un
siglo antes de Solón tuvieron su Hesíodo y, a pesar de todo, su sistema feudal
permaneció intacto hasta los tiempos del florecimiento de la democracia griega.
Las reclamaciones y exigencias formuladas por la sorda masa no se
transformaban tan fácilmente en una acción política orientada por un claro
designio. Esto ocurría sólo cuando las nuevas ideas fructificaban en el suelo
propicio de las clases superiores formadas en una educación más alta, y un
noble, por ambición o por una comprensión más profunda de las cosas, se ponía
al servicio de la masa y tomaba su dirección. Los propietarios prominentes,
amantes de los caballos, que vemos pintados en los vasos arcaicos conduciendo
sus ligeros cochecillos con motivo de una fiesta o, sobre todo, para acudir a
los funerales de alguno de sus camaradas, dominaban a los siervos que
trabajaban el campo, como una masa compacta. El espíritu de casta más egoísta y
la separación altanera de los superiores y terratenientes frente a las clases
inferiores oponía un dique inquebrantable a las exigencias de la población
oprimida, cuya desesperada situación pinta conmovido Solón en su gran yambo.
La cultura de la nobleza ática era totalmente jónica. Lo mismo en el
arte que en la poesía dominaba el gusto y el estilo superior de aquellos
pueblos. Es natural que este influjo se extendiera también a las maneras y a
los ideales de la vida. El hecho de que las leyes de Solón prohibieran el
fausto asiático y las lamentaciones de las mujeres que eran hasta entonces
usuales en las ceremonias funerarias de los señores prominentes, era una
concesión al sentimiento popular. Sólo la sangrienta crisis de la guerra con
los persas rompió definitivamente cien años más tarde el predominio del modelo
jónico — la (140) a)rxai/a xlidh/ — en los vestidos, los
peinados y los usos sociales. Las esculturas arcaicas, que han sobrevivido a la
destrucción de la Acrópolis por los persas, nos dan una viva representación de
la riqueza y la afectación de las modas asiáticas. Por lo que se refiere al
tiempo de Solón, la diosa sentada del museo de Berlín es la perfecta representación
de la altanería femenina en esta antigua aristocracia ática. La penetración de
la cultura jonia en la metrópoli debió de introducir muchas novedades que
fueron consideradas como perjudiciales. Pero ello no nos debe impedir ver que
la fecundación de la existencia ática por el espíritu jónico debió de despertar
en el Ática arcaica el impulso que la llevó a la estructuración de su propia
forma espiritual. Especialmente el movimiento político que surgió de la masa
económicamente débil, con la figura de su caudillo prominente, Solón, en la
cual lo ático y lo jónico se compenetran de un modo inseparable, sería
inconcebible sin el estímulo del Oriente jónico. Solón junto con unos pocos
recuerdos históricos que la posteridad ha conservado y los restos del arte
ático contemporáneo, es el testimonio clásico de aquel fenómeno de la historia
de la cultura, tan rico en consecuencias. Sus formas poéticas, elegía y yambo,
son de origen jónico. Sus estrechas relaciones con la poesía jónica
contemporánea se hallan expresamente acreditadas por el poema dirigido a
Mimnermo de Colofón. Su lenguaje poético es el jónico mezclado con formas áticas,
pues el ático no era en aquel tiempo apto para ser empleado en la alta poesía.
Las ideas expresadas en sus poemas son también, en parte, jónicas. Pero aquí
confluye lo propio y lo ajeno y se reúnen, mediante el lenguaje, en una nueva
creación grandiosa. La forma jónica tradicional le confiere la íntima libertad
y un dominio de la expresión no exento de alguna dificultad.
En los poemas políticos[2] —que se extienden a lo
largo de medio siglo, es decir, desde antes de su legislación hasta la tiranía
de Pisístrato y la conquista de la isla de Salamina— la poesía de Solón adquiere
de nuevo la grandeza educadora que tuvo ya en Hesíodo y en Tirteo. Las
exhortaciones a sus conciudadanos, que constituyen su forma constante, brotan
de un grave y apasionado sentido de responsabilidad en relación con la
comunidad. En momento alguno adquirió este tono la poesía de los jonios, desde
Arquíloco hasta Mimnermo. con excepción de un poema de Calinos en el que se
hace apelación al amor patrio y al sentimiento del honor de sus conciudadanos
efesios. en un momento de grave peligro militar. La poesía política de Solón no
nace de este espíritu de heroísmo homérico. Aparece en ella un pathos completamente
nuevo. Toda edad auténticamente nueva ofrece al poeta nuevas riquezas insospechadas
en el alma humana.
Hemos visto cómo en aquellos tiempos de cambios violentos en el (141) orden social y en el
orden económico, para llegar a la mayor participación posible en los bienes
del mundo, la idea del derecho ofreció al pensamiento anhelante del hombre un
punto de apoyo firme. Hesíodo fue el primero en apelar a la divina protección
de Diké en su lucha contra la codicia de su hermano. La ensalza como protectora
de la comunidad contra la maldición de la hybris y le asigna un lugar
al lado del trono del altísimo Zeus. Con todo, el crudo realismo de su piadosa
fantasía pinta los efectos de la maldición de la injusticia proyectada por la
culpa de un individuo sobre la comunidad entera: malas cosechas, hambre,
pestilencia, abortos, guerras y muerte. Por el contrario, la imagen del estado
justo brilla con los claros y brillantes colores de la bendición divina: los
campos producen grano, las mujeres paren hijos, que son imágenes de sus padres,
los navios acarrean seguras ganancias, la paz y la riqueza dominan en la ciudad
entera.
También Solón funda su fe política en la fuerza de Diké, y la imagen
que traza de ella conserva visiblemente los colores de Hesíodo. Es de creer que
la fe inquebrantable de Hesíodo en el ideal del derecho haya jugado ya un papel
en la lucha de clases de las ciudades jónicas y haya sido para la clase en
lucha por sus derechos una fuente de íntima resistencia. Solón no descubrió de
nuevo las ideas de Hesíodo. No necesitaba hacerlo. No hizo más que
desarrollarlas. Se halla también convencido de que el derecho tiene un lugar
ineludible en el orden divino del mundo. No se cansa de proclamar que es imposible
pasar por encima del derecho porque, en definitiva, éste sale siempre
triunfante. Pronto o tarde viene el castigo y sobreviene la necesaria
compensación, cuando la hybris humana ha traspasado los límites.
Esta convicción obliga a Solón a intervenir con sus advertencias en
las ciegas luchas de intereses en que se consumen sus conciudadanos. Ve a la
ciudad caminar con pasos precipitados hacia el abismo y trata de detener la
ruina que la amenaza.[3] Movidos por la avaricia,
los caudillos del pueblo se enriquecen injustamente; no ahorran los bienes del
estado ni los del templo ni guardan los venerables fundamentos de Diké que contempla
silenciosa el pasado y el presente todo y acaba infaliblemente por castigar.
Pero si consideramos la idea que se forma Solón del castigo, veremos hasta qué
punto se separa del realismo religioso en que se funda la fe de Hesíodo en la
justicia. El castigo divino no consiste ya, como en Hesíodo, en las malas cosechas
o la peste, sino que se realiza de un modo inmanente por el desorden en el
organismo social que origina toda violación de la justicia.[4] En semejante estado,
surgen disensiones de partido y guerras civiles, los hombres se reúnen en
pandillas que sólo conocen la violencia y la injusticia, grandes bandadas de
indigentes se ven obligados a abandonar su patria y a peregrinar en
servidumbre. Y (142) aun si alguien quiere escapar a esta
desventura y encerrarse en el más íntimo rincón de su casa, la desventura
general "salta sus altos muros" y se abre paso en ella.
Jamás se ha pintado de un modo tan preciso y tan vigoroso la íntima
interdependencia del individuo y su destino en relación con la vida del todo,
como en estas palabras del gran poema, escrito evidentemente antes del tiempo
en que Solón fue proclamado "pacificador". El mal social es como una
enfermedad contagiosa que se extiende a la ciudad entera. Y sobreviene
indefectiblemente a toda ciudad, dice Solón, en la cual surgen disensiones
entre los ciudadanos. No se trata de una visión profética, sino de un
conocimiento político. Por primera vez es enunciada, de un modo objetivo, la
dependencia causal entre la violación del derecho y la perturbación de la vida
social. Tal es el descubrimiento que proclama Solón. "Esto me ordena mi
espíritu enseñar a los atenienses." Así concluye la descripción de la
injusticia y de sus consecuencias para el estado. Y con inspiración religiosa y
en recuerdo de la contraposición de Hesíodo. entre la ciudad justa y la ciudad
injusta, acaba su mensaje lleno de promesas, con una luminosa descripción de la
eunomía. La Eunomía, como Diké, es también una divinidad —la Teogonía
de Hesíodo las denomina hermanas—[5] y su acción es también
inmanente. No se manifiesta mediante dones y bendiciones exteriores del cielo,
en la fertilidad de los campos y en la abundancia material, como en Hesíodo,
sino en la paz y la armonía del cosmos social.
Aquí y en otros lugares concibe Solón con perfecta claridad la idea de
una íntima legalidad de la vida social. Es preciso recordar que al mismo tiempo
en Jonia los filósofos naturales milesios, Tales y Anaximandro, dieron el
primer paso en el osado camino del conocimiento de una ley permanente en el
devenir eterno de la naturaleza. Aquí como allí, se trata del mismo impulso
hacia una concepción intuitiva de un orden inmanente en el curso de la
naturaleza y de la vida humana y, por tanto, de un sentido y una norma íntima
de la realidad. Solón presupone evidentemente una conexión legal de causa a
efecto entre los fenómenos de la naturaleza y establece, de un modo expreso,
una legalidad paralela en los acontecimientos sociales, cuando dice en otro
lugar:[6] "De las nubes provienen la lluvia y el granizo, del relámpago se
sigue necesariamente el trueno y la ciudad sucumbe ante los hombres poderosos y
la democracia cae en las manos de un autócrata." La tiranía, es decir, el
dominio de una estirpe noble y de su jefe, apoyada en la masa del pueblo sobre
el resto de la aristocracia, era el peligro más temible que podía pintar Solón
ante la sociedad ática de los eupátridas, puesto que en aquel momento acababa
su secular dominio del estado. Altamente significativo es que no hable del
peligro de la democracia. Por la falta de madurez de las masas este peligro se
hallaba todavía lejano. Los tiranos, mediante (143)
el derrumbamiento de la aristocracia, le abrieron por primera vez el camino.
El conocimiento de una legalidad determinada de la vida política era
fácil para un ateniense con auxilio del pensamiento jónico. Poseía la
experiencia del desarrollo político de más de cien años de múltiples ciudades
de la metrópoli y de las colonias, en las cuales se había realizado el mismo
proceso con notable regularidad. Atenas entró posteriormente en este
desarrollo. De ahí que fuera la creadora de un conocimiento político previsor.
Su enseñanza es el honor perenne de Solón. Pero es característico de la
naturaleza humana que, a pesar de esta temprana previsión, también Atenas se
viera obligada a pasar por el dominio de los tiranos.
Todavía hoy podemos perseguir en los poemas conservados de Solón el
desarrollo de este conocimiento desde sus primeras advertencias hasta el
momento en que los acaecimientos políticos confirmaron sus claras previsiones
y se realizó, con Pisístrato, la tiranía de uno solo y su familia.[7] "Si por vuestra
debilidad habéis sufrido el mal no echéis el peso de la culpa a los dioses.
Vosotros mismos habéis permitido a esta gente llegar a ser grande cuando le
habéis dado la fuerza cayendo en vergonzosa servidumbre." Estas palabras
se enlazan evidentemente con el comienzo de la elegía admonitoria de que hemos
hablado antes. También allí dice: "Nuestra ciudad no sucumbirá a los
decretos de Zeus y el consejo de los dioses bienaventurados, pues Palas
Atenea, su alta protectora, ha extendido sobre ella sus manos. Los ciudadanos
mismos quieren arruinarla por su codicia y su estupidez." [8] La amenaza aquí
predicha se halla cumplida en el poema posterior. Solón se descarga ante sus
ciudadanos al referir a su temprana previsión su juicio posterior y plantea el
problema de la responsabilidad. Al hacerlo en ambos lugares con las mismas palabras,
demuestra que en ambos se trata de la misma idea fundamental de su política. En
lenguaje moderno, es el problema de la responsabilidad. Desde el punto de
vista griego, el de la participación del hombre en su propio destino.
Este problema se halla por primera vez planteado en la epopeya
homérica, al comienzo de la Odisea. El soberano Zeus, en la asamblea de
los dioses, rechaza las injustificadas quejas de los mortales que atribuyen
todas las desdichas de la vida humana a la culpa de los dioses. Casi con las
mismas palabras que Solón, afirma que no los dioses, sino los hombres mismos,
aumentan sus males por su propia imprudencia.[9] Solón se halla
conscientemente vinculado a esta teodicea homérica. La religión más antigua de
los griegos ve en todas las desdichas humanas, lo mismo si proceden del
exterior que si tienen su raíz en la propia voluntad y en los impulsos del
hombre, un designio inflexible de las altas fuerzas de Até. Por el contrario,
la reflexión (144) filosófica que pone el poeta de la Odisea
en boca de Zeus, el más alto sostén del gobierno del mundo, representa ya
un grado ulterior en el desarrollo ético. En ella se distingue claramente entre
una Até en el sentido de una distinción divina, imprevisible, poderosa e inevitable,
que interviene en el destino del hombre, y una culpabilidad de la acción humana
que aumenta su desdicha en una medida superior a lo previsto por el destino. Es
esencial para la segunda, la previsión, la acción injusta con voluntad
consciente. En este punto confluye el pensamiento propio de Solón, sobre la
significación del derecho para una sana vida de la sociedad humana, con la
teodicea homérica, y le confiere un contenido nuevo.
El conocimiento universal de una legalidad política entre los hombres
lleva consigo un deber para la acción. El mundo en que vive Solón no deja ya al
arbitrio de los dioses la misma amplitud que las creencias de la Ilíada. En
este mundo domina un estricto orden jurídico. Así, una buena parte del destino
que el hombre homérico recibía pasivamente de las manos de los dioses, debe ser
atribuido por Solón a las culpas de los hombres. De este modo los dioses son
meros ejecutores del orden moral que, a su vez, es considerado como idéntico a
la voluntad de los dioses. Así como los líricos jónicos de su tiempo, que
sintieron con no menos profundidad el problema de los sufrimientos de la vida
en el mundo, se limitaron a formular resignados lamentos sobre el destino del
hombre y su carácter inexorable, apela Solón a los hombres para que adquieran
conciencia de la responsabilidad en la acción, y ofrece en su conducta
política y moral un modelo de este tipo de acción, vigoroso testimonio de la
inagotable fuerza vital, así como de la seriedad ética del carácter ático.
No falta tampoco en Solón el elemento contemplativo. Precisamente en
la gran elegía que se conserva completa, la plegaria a las musas plantea de
nuevo el problema de la culpa personal y confirma su importancia para el
pensamiento de Solón en su totalidad.[10] Aparece aquí en conexión
con una consideración general relativa a la aspiración y al destino humanos, en
la cual se revela, todavía de un modo más claro que en los poemas políticos,
hasta qué punto este hombre de estado fundaba su acción en una convicción de
carácter religioso. La poesía se halla inspirada en la antigua ética aristocrática,
conocida especialmente a través de Teognis y Píndaro, así como de la Odisea,
con su alta estimación tradicional por los bienes materiales y el prestigio
social, pero se halla profundamente penetrada por la concepción jurídica y la
teodicea de Solón. En la primera parte de la elegía limita Solón el deseo
natural de la riqueza mediante la exigencia de que debe ser adquirida de un
modo justo. Sólo los bienes que otorgan los dioses son permanentes; los
obtenidos por la injusticia y la violencia no hacen otra cosa que alimentar a
Até, cuya presencia no se hace esperar.
(145) Aquí, como en
general en Solón, aparece la idea de que la injusticia sólo puede ser
mantenida por breve tiempo. Pronto o tarde viene la diké. La concepción
social inmanente del "castigo de los dioses", que hallamos en los
poemas políticos, se halla reemplazada por la imagen religiosa de la
"retribución de Zeus" que irrumpe súbitamente, como la tempestad de
verano. De pronto se extienden las nubes, se agitan las profundidades
del mar, se precipita sobre los campos y devasta la laboriosa obra de los
afanes humanos; se eleva entonces de nuevo al cielo, los rayos del sol lucen de
nuevo sobre la rica tierra y no es posible ya ver nube alguna en torno. Así
también la retribución de Zeus, de la cual nadie escapa. Unos expían pronto,
otros más tarde, y, si el culpable escapa a la pena, la pagan en su lugar sus
inocentes hijos y los hijos de sus hijos. Estamos ya en la esfera del pensamiento
religioso de la cual surgió cien años más tarde la tragedia ática. Ahora el
poeta dirige sus consideraciones a la otra Até, a aquella que no pueden evitar
el pensamiento ni el esfuerzo humanos. Resulta claro que, a pesar del proceso
de racionalización y moralización en la esfera de la acción y el destino
humanos en tiempo de Solón, queda un residuo que no se compadece con este
intento de considerar los casos individuales como un ejemplo del orden divino
del mundo. "Nosotros, mortales, buenos y malos, pensamos que alcanzamos lo
que esperamos; pero viene la desdicha y nos lamentamos.[11] El enfermo espera llegar
a sano, el pobre a rico. Cada cual se esfuerza en alcanzar dinero y bienes,
cada cual a su manera: el comerciante y el marino, el campesino, el artesano,
el cantante o el vidente. Por muchas que sean sus previsiones, no puede éste
apartar la desventura." Aparece aquí claro, a través de la simplicidad
arcaica del poema, el punto de vista de su segunda parte: Moira hace
fundamentalmente inseguros todos los esfuerzos humanos, por muy serios y
consecuentes que parezcan ser, y ésta Moira no puede ser evitada mediante la
previsión, como lo era la desventura ocasionada por la culpa personal, en la
primera parte del poema. Alcanza a los buenos y a los malos sin distinción. La
relación entre nuestro éxito y nuestro esfuerzo es enteramente irracional. El
que mejor se esfuerza en hacer bien cosecha a menudo descalabros, y la
divinidad permite al que empieza mal escapar a las consecuencias de su necedad.
Toda acción humana va acompañada de riesgo.
El reconocimiento de esta irracionalidad del éxito en las cosas humanas
no anula la responsabilidad del agente en relación con las consecuencias de sus
malas acciones. Así, en el pensamiento de Solón la segunda parte de la elegía
no contradice a la primera. La inseguridad en el éxito de los mejores esfuerzos
no lleva consigo la resignación y la renuncia al propio esfuerzo. Ésta era la
conclusión a que llegaba el poeta jónico Semónides de Amorgos, que se (146) lamenta de que los mortales derrochen tantos esfuerzos inútiles por
alcanzar fines ilusorios y permanezcan en el dolor y la inquietud en lugar de
resignarse y abandonar, en sus ciegas esperanzas, la persecución de su propia
desdicha.[12]
Contra ello se vuelve claramente Solón en la conclusión de su elegía. En lugar
de considerar el curso del mundo desde el punto de vista sentimental y humano,
se coloca objetivamente en el punto de vista de la divinidad y se pregunta a sí
mismo y pregunta a sus oyentes si lo que no tiene razón alguna para el
pensamiento humano no puede aparecer inteligible y justificado desde aquel
elevado punto de vista. La esencia de la riqueza, que constituye el objeto de
todas las aspiraciones humanas, es que no tiene medida ni fin. Precisamente los
más ricos entre nosotros demuestran esta afirmación, exclama Solón, puesto que
aspiran constantemente a doblar sus riquezas. ¿Quién podría satisfacer los
deseos de todos? Sólo hay una solución y ésta se halla más allá de nuestro
alcance. Cuando el demonio de la ceguera nos invade, crea, al mismo tiempo, un
nuevo equilibrio y nuestros bienes pasan a otras manos.
Era necesario analizar en detalle este poema, puesto que contiene la
concepción social y ética de Solón. Los poemas en los cuales justifica
retrospectivamente su obra de legislador, muestran con claridad la íntima conexión
de su voluntad política y práctica con su pensamiento religioso. La
interpretación de la divina Moira como fuerza de equilibrio necesario entre las
diferencias económicas inevitables entre los hombres, prescribe una línea de
conducta a su acción política. Todas sus manifestaciones y todos sus actos
revelan un esfuerzo para llegar a un justo equilibrio entre la abundancia y la
deficiencia, el exceso y la falta de poder, la preeminencia y la servidumbre.
Tales son los motivos dominantes de sus reformas. A ninguno de los partidos da
plena razón. Ambos le deben, empero, ricos y pobres, cuanto poseen y cuanto
mantienen. En esta difícil posición entre ambos partidos halla siempre las
fórmulas adecuadas. Es plenamente consciente de que su fuerza reside únicamente
en la impalpable autoridad moral de su desinteresada y recta personalidad. Al
comparar la ambición egoísta de los caudillos políticos con el espumar de la
nata de la leche o el cobrar de las redes henchidas[13] —imágenes de poderosa
fuerza intuitiva para los campesinos y los pescadores áticos—, toma para su
propia actitud la más alta estilización homérica, lo cual demuestra claramente
hasta qué punto sintió su misión heroica de campeón. Tan pronto mantiene firme
su escudo frente a ambos partidos e impide que ninguno de ellos salga
triunfante, como avanza sin miedo, entre ambos frentes, en mitad del campo,
donde vuelan las flechas, o muerde como un lobo, acosado por la agitada y
furiosa jauría.[14] El
efecto más profundo se logra en los poemas en (147) que habla en nombre
propio, pues su yo irradia constantemente la fuerza triunfal de la personalidad
y, todavía de un modo más brillante, en el gran yambo[15] en que rinde cuentas ante
el tribunal del tiempo. La abundante fluencia de las imágenes que cruzan ante
nuestros ojos, el bello arranque de su sensibilidad fraternal para todas las
criaturas humanas, la fuerza de su piedad, hacen de este poema el documento más
personal entre todos los fragmentos políticos que se conservan.
Jamás hombre alguno de estado se ha elevado tan por encima del puro
afán de poder como Solón. Una vez terminada su obra legislativa abandonó el
país y salió para un largo viaje. No se cansa de acentuar que no ha aprovechado
su situación para enriquecerse o convertirse en un tirano, como lo hubiera
hecho la mayoría en su lugar y gusta de ser tachado de necedad por no haber
aprovechado la ocasión. En la historia novelesca de Solón y Creso ha trazado
Herodóto la figura de este hombre independiente. Aparece Solón, el sabio, entre
la opulencia impresionante del déspota asiático, sin que ni por un solo momento
vacile su convicción de que el más simple de los campesinos áticos, en su casa
de campo, ganando con el sudor de su frente el pan de cada día para sí y para
sus hijos y que tras una larga vida consagrada al cumplimiento de sus deberes
de padre y de ciudadano, en el umbral de la vejez, sabe morir dignamente en la
defensa de la patria, es más feliz que todos los reyes de la tierra. La
historia se halla impregnada de una mezcla peculiarísima del espíritu libre y
aventurero de los jónicos que dan la vuelta al mundo sólo "por el afán de
ver" y del apego a la tierra del hombre ático. Es del mayor encanto
perseguir esta mezcla, producto de la interacción de la naturaleza ática con la
cultura jónica, a través de los fragmentos conservados de los poemas no
políticos. Son la expresión de una madurez de espíritu, que impresionó de tal
modo a los contemporáneos que contaron a Solón entre los siete sabios.
Son de recordar los famosos versos en los cuales contesta a las
lamentaciones del poeta jónico Mimnermo sobre las calamidades de la vejez y a
su deseo vehemente de morir a los sesenta, sin haber conocido la enfermedad ni
el dolor. "Si quieres seguir mi consejo, borra esto y no te enojes conmigo
si he hallado algo mejor; rehaz tu poema, jónico ruiseñor, y canta así: quiera
la Moira de la muerte alcanzarme octogenario." [16] La reflexión de Mimnermo
era una expansión de aquella libre actitud del espíritu jónico que se cierne
sobre la vida y es capaz de estimarla de acuerdo con determinado sentimiento
subjetivo y de desear su destrucción desde el momento en que ha perdido su
valor. Solón no se halla de acuerdo con la estimación de la vida de los
jónicos. Su sana energía ática y su inquebrantable
(148) alegría de vivir, le defienden contra el
refinado cansancio melancólico que desea poner el límite de la vida en los
sesenta años, para librarse de los dolores y las molestias de una existencia
humana desamparada. Para Solón no es la vejez una muerte gradual y penosa. Su
fuerza juvenil inextinguible permite al árbol perennemente verde de su vida
feliz y gozosa echar todos los años nuevas flores. No quiere saber de una
muerte no llorada. Desea, por el contrario, que a su muerte los suyos le
ofrezcan quejas, dolores y lamentaciones. También aquí se opone a un famoso
poeta jónico: Semónides de Amorgos. Semónides enseñó que la vida es tan breve y
tan rica en fatigas y dolores que no debemos apresurarnos más allá de un día
por la muerte.[17]
Solón no piensa que sea más favorable el balance de placeres en la vida humana.
En un fragmento dice: "Ningún hombre es dichoso. Todos los mortales sobre
los cuales luce el sol, se hallan abrumados de fatigas." [18] Como Arquíloco y todos
los poetas jónicos lamenta la inseguridad de la vida humana. "El sentido
de los dioses inmortales se halla oculto para los hombres." [19] Pero, frente a
todo esto, se halla el júbilo de los dones de la existencia, el crecimiento de
los niños, los vigorosos placeres del deporte, la equitación y la caza, las
delicias del vino y del canto, la amistad con los hombres y la felicidad
sensual del amor.[20] La íntima capacidad de
goce es para Solón una riqueza no inferior al oro y la plata, las propiedades y
los caballos. Cuando un hombre desciende al Hades no importa cuánto ha poseído,
sino los bienes que le ha otorgado la vida. El poema de los hebdómadas, que se
ha conservado entero, divide la vida humana entera en diez periodos de siete
años.[21] Cada edad le confiere un
lugar específico dentro del todo. En él se manifiesta el sentido
auténticamente griego del ritmo de la vida. No es posible trocar un estadio por
otro puesto que cada cual lleva implícito su propio sentido y se halla de
acuerdo con el sentido de cada uno de los demás. La totalidad crece, culmina y
decae de acuerdo con el movimiento general de la naturaleza.
El mismo nuevo sentido de la última legalidad de las cosas determina
la actitud de Solón en los problemas de la vida puramente humana y en los de
la vida política. Cuanto dice tiene la simplicidad de la sabiduría griega. Todo
lo natural es simple, una vez conocido. "Pero lo más difícil es llegar a
la percepción inteligente de la invisible medida, al hecho de que todas las
cosas llevan consigo límites." También éstas son palabras de Solón.
Parecen sernos dadas para alcanzar la justa medida de su propia grandeza.[22] El concepto de medida y
de límite, que alcanzará una importancia tan fundamental para la ética griega,
revela claramente el problema que se halla en el centro del pensamiento de
Solón y de su tiempo: la adquisición de una nueva norma de vida mediante la
fuerza del conocimiento íntimo.
(149) Sólo puede ser
comprendida en su esencia mediante la penetración en la totalidad de las
manifestaciones de su personalidad y de su vida. No se presta a la definición.
Para la masa es suficiente someterse a las leyes que le son prescritas. Pero
aquel que las prescribe necesita poseer una alta medida, que no se halla
escrita en parte alguna. La rara cualidad esencial que se halla en esta medida
es denominada por Solón gnomosyne, puesto que se inspira constantemente
en la gnomé y comprende a la vez la justa intelección y la firme
voluntad de llevarla a la plena validez.
Éste es el punto desde el cual podemos llegar a la clara intelección
del mundo íntimo de Solón. Esta unidad no le fue dada. Vimos que en Jonia
prevalecían ya en la vida pública las ideas relativas al derecho y a la ley que
dominan el pensamiento religioso y político de Solón. Pero, como vimos también,
no parecen haber hallado su formulación en ninguno de los poetas. El otro
aspecto de la vida espiritual jónica, expresado con el mayor vigor por la
poesía jónica, es el goce individual y la sabiduría personal de la vida. Solón
se halla también profundamente compenetrado con él. Lo nuevo en sus poemas es
la íntima alianza de ambos hemisferios. Se compenetran en la imagen de una vida
humana integral, de rara perfección y armonía, que halla su encarnación más
perfecta en la personalidad de su propio creador. El individualismo es
superado, pero se reconocen los derechos de la individualidad. Es más, estos
derechos hallan, por primera vez, fundamento ético. Por su unión del estado y
el espíritu, la comunidad y el individuo, es Solón el primer ateniense.
Mediante ello acuñó el tipo perenne del hombre ático que prevaleció en la totalidad
de su desarrollo ulterior.
[1] 1 Cf. mi tratado Solons Eunomie, Sitz.
Berl. Akad., 1926, pp. 67-71. en el cual trato de fundamentar las ideas
expuestas en este capítulo.
[2] 2 Para la relación con Homero, Hesíodo y la tragedia, así como para la
interpretación de la poesía política de Solón, cf. Solons Eunomie, Sitz.
Berl. Akad., pp. 71 ss.
[3] 3 Frag. 3.
[4] 4 Cf. Solons Eunomie, ob.
cit., p. 79.
[5] 5 hesíodo, Teog., 902.
[6] 6 Frag. 10.
[7] 7 Frag. 8.
[8] 8 Frag. 3
[9] 9 α 32 ss. Para lo que sigue véanse mis desarrollos en Solons Eunomie, p.
73.
[10] 10 Frag. 1.
[11] 11 Frag. 1, 34.
Aunque el texto en este lugar se halla deteriorado, he tratado de
completar su sentido de manera aproximada.
[12] 12 Cf. supra, p. 130.
[13] 13 Frags. 23 y 25.
[14] 14 Frags. 5;
24, 27 y 25, 8. Para el establecimiento del texto, cf. mi trabajo Hermes 64 (1929), pp. 30 ss.
[15] 15 Frag. 24.
[16] 16 La ingeniosa expresión liguasta/dh es intraducibie. La sustitución que he intentado es,
naturalmente, un juego. Cf. mimnermo, frag.
6.
[17] 17 semónides,
frag. 2.
[18] 18 Frag. 15.
[19] 19 Frag. 17
[20] 20 Frags.
12-14.
[21] 21 Frag. 19.
[22] 22 Frag. 16
No hay comentarios:
Publicar un comentario