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la retórica es de suyo un medio de actuación política, pero para
que pueda convertirse en factor de cultura política es necesario que acredite
capacidad para señalar a la política fines. Isócrates llegó a este
convencimiento en su debate con la filosofía. Lo que la crítica Platónica ataca
con mayor dureza es, en efecto, la indiferencia moral de la retórica y su puro
formalismo, que hace de ella un mero instrumento para la lucha sin escrúpulos
de la vida pública. Por eso Platón sostiene que la única retórica verdadera es
la filosofía. Isócrates ve que la superioridad educativa de la filosofía
radica en la posesión de una suprema meta moral, pero como él no cree ni en la
legitimidad exclusiva de esta meta ni en la idoneidad de los medios con que los
filósofos procuran alcanzarla, se propone como objetivo convertir la retórica
en verdadera educación, dándole por contenido las "cosas supremas".[1]
Que toda educación que pretenda ser algo más que la formación puramente
especializada para el ejercicio de una profesión tiene que ser necesariamente
una cultura política es cosa que a él le ofrece tan pocas dudas como a sus
predecesores sofísticos y retóricos o a Platón y Aristóteles. Lo que ocurre es
que el arte de la retórica no se ha propuesto aún la gran misión capaz de
desatar las fuerzas educativas que yacen en su seno. La culpa de que hasta
ahora toda la retórica parezca algo artificiosamente amanerado y vacuo la tiene
en particular el falso punto de apoyo que se le ha dado. Los progresos del
estilo y de la forma del lenguaje no son materia técnica pura y simplemente. La
tendencia de l'art pour l'art en ninguna parte tiene menos razón de ser
que en el arte de la expresión espiritual. Isócrates insiste constantemente en
que todo depende de la grandeza de los problemas humanos a que se trate de dar
expresión.
El tema de la
retórica debía ser, mejor dicho, debía seguir siendo, la "política";
pero este término se hallaba precisamente por aquel entonces en trance de
alterar su antiguo y sencillo sentido. Su significado etimológico era el de
aquello que afecta, beneficia o daña a la polis. Y aunque ésta siguiese
siendo el marco dentro del cual se desarrolla toda la vida pública, es
indudable que la evolución histórica del siglo V había creado nuevas formas y sacado a
luz nuevas necesidades. La bancarrota del estado de Pericles planteaba el problema
de saber si Atenas, después de su lenta recuperación, debía abrazar de nuevo el
mismo camino de expansión imperialista que ya una vez la había llevado al borde
del abismo o si entre la reina 858 vencida de
los mares y el poder de Esparta, el único imperante en la actualidad, se
ofrecía una posibilidad de arreglo que dejase a ambos estados margen para
existir y les brindase una misión común por encima de sus particulares
intereses. Mientras que la mentalidad de los políticos profesionales seguía
moviéndose por los derroteros tradicionales del pugilato maquiavélico en torno
al poder y la guerra de Corinto dejaba ya entrever, en la década del noventa,
una naciente reagrupación de los estados-ciudades griegos, cuyo frente
defensivo iba dirigido unánimemente contra Esparta, Isócrates esforzábase en
buscar a las fuerzas rebosantes de los griegos una salida hacia el exterior.
Esforzábase en encontrar una posibilidad de expansión política y económica que
fuese, al mismo tiempo, capaz de superar las contradicciones existentes en el
interior de Grecia. Hallábase muy lejos de comulgar en la fe en una paz eterna.
Pero los efectos desastrosos de la guerra en la vida de todos los estados
griegos, vencedores y vencidos, hacía que toda la gente culta considerase como
un absurdo la continuación ilimitada de este desgarramiento interior de la
noble nación y parecía imponer a su buena voluntad y a su esclarecida
conciencia la necesidad de encontrar la solución que redimiese a Grecia de
esta pesadilla. Que el imperialismo, caso de que fuera inevitable, se
dirigiese contra otros pueblos que ocupasen un nivel inferior de cultura y que
eran enemigos naturales de los griegos; su perpetuación entre los griegos
constituía un agobio insoportable para la sensibilidad moral de la época, pues
a la larga amenazaba con destruir no sólo el estado vencido, sino la raza en su
conjunto.
Mucho tiempo
hacía ya que poetas y sofistas venían ensalzando la concordia como el supremo
bien. Pero desde el día en que Esquilo, en Las euménides, proclamara la
concordia entre los vecinos de una sola ciudad como la meta divina de toda la
vida política, el círculo se había ampliado y el problema se había
multiplicado.[2] Ahora
sólo podía servir de algo una concordia cuyos vínculos enlazasen a todos los
helenos. Agitábase además el sentimiento de que todas las estirpes que hablaban
la misma lengua, aunque fuese con variantes distintas, eran miembros de una
misma comunidad política invisible y se debían mutuamente respeto y ayuda.[3]
No faltaban, ciertamente, las mentes ilustradas que no acertaban a comprender
por qué este sentimiento de solidaridad había de detenerse en las fronteras de
la raza helénica. Para ellas, el vínculo de la mera existencia humana era un
vínculo general y más fuerte por naturaleza que el de la nación. Así 859 hace
hablar Platón al sofista Hipias en el Protágoras, y Antifón expresa en La
verdad puntos de vista semejantes a éstos.[4]
Pero esta idea tenía que parecer necesariamente abstracta en una época como
aquélla, en que los griegos sufrían mucho más los unos de los otros que los
demás pueblos y en que el problema más inmediato era el de reconciliar a los
hermanos enemigos. Durante la gran guerra se habían escuchado reiteradamente
las voces de los poetas trágicos y cómicos y al lado de las del odio pasional
de la tribu no faltaban las de la sabia exhortación patriótica recordando la
ascendencia común.[5] Esta
idea debió de ganar mucho terreno después de la guerra. Aunque originariamente
se hallase muy lejos del espíritu de los griegos encerrados mentalmente en el
estrecho círculo de la polis, el antagonismo consciente une a los
hombres más que una existencia paralela pacífica, pero aislada. En la República,
Platón se muestra también influido por la nueva mentalidad, que se trasluce
a través de los principios expuestos por él en cuanto a la ética de la guerra
entre los griegos,[6] y en
sus cartas el interés común de los griegos de Sicilia se considera como razón
suficiente para justificar la concentración de todo el poder del estado en
manos del tirano Dionisio, siempre y cuando que éste estuviese dispuesto a dar
a su estado una constitución y a renunciar a la despótica arbitrariedad de su
gobierno.[7]
Por su parte, Aristóteles, a pesar de que su teoría política no rebasa los
límites del antiguo estado-ciudad, sostiene que los griegos podrían llegar a
dominar el mundo si estuviesen unidos.[8]
Como vemos, la idea de una acción común, si no de una federación estable de
todos los griegos, fue un problema que llegó a preocupar seriamente al siglo IV. Es cierto que la
creación de un estado nacional unitario no cabía dentro de su concepto del
estado y que las condiciones de aquella existencia al mismo tiempo libre y
activa al servicio de la colectividad, que los griegos llamaban política, se
hallaban demasiado vinculadas a la estrecha comunidad de vida de los
ciudadanos dentro del estado-ciudad para poder transferirse sin más a la vida
dispersa sobre un extenso territorio. Sin embargo, la creciente conciencia de
una solidaridad nacional creaba al mismo en cierto modo una órbita de vínculos
éticos que trascendía de las fronteras del estado-ciudad y oponía ciertos
límites a la política egoísta de poder de estos estados sueltos. Las raíces de
esta conciencia se hallaban profundamente adentradas en la comunidad de sangre,
de religión, de costumbres y de historia. Pero estas fuerzas superracionales
no habían actuado antes en el mismo sentido consciente. La nueva sensibilidad
griega es un fruto de la educación y la cultura. A su 860
vez, la paideia griega recibió un impulso poderoso gracias a esta corriente
panhelénica de la época.
El Panegírico
de Isócrates es la forma clásica en que se manifiesta esta nueva e íntima
vinculación de la cultura con el naciente pensamiento nacional. Es simbólico
el hecho de que ya en el comienzo mismo de la obra se establezca un paralelo
entre el desdén por la cultura del espíritu y la tradicional glorificación de
los torneos agonales gimnásticos.[9]
Viene a interpolarse aquí de un modo natural el viejo tema de Jenófanes, pues
Isócrates, ateniéndose a la ficción literaria, presenta este discurso como
pieza de exhibición retórica en una de las grandes y solemnes asambleas
panhelénicas.[10] El
estilo epidíctico, solemne y ricamente adornado, es el género indicado para un
orador como Isócrates que no sube, por razones de principio, a la tribuna
política de la lucha de las asambleas populares y para quien, por tanto, la
sede espiritual adecuada de actuación es la panegyris.[11]
En las fiestas olímpicas y píticas se interrumpía el estrépito de las
armas esgrimidas entre griegos, bajo la imposición de la paz divina: ¿qué mejor
atmósfera podía apetecer Isócrates para lanzar sus propuestas sobre la
concordia entre los griegos? Los juegos gimnásticos venían siendo desde tiempos
inmemoriales la expresión más visible de la armonía ideal entre los helenos,
pero ¿acaso los dones del espíritu no valen más para la comunidad que toda la
atlética? Era la pregunta que se había formulado ya Jenófanes, planteando así
el problema de la utilidad del saber y de la atlética para cada polis.[12]
Isócrates repite la pregunta de su predecesor, pero pensando ya en la
comunidad de todos los griegos.[13]
Se propone instruir a quienes le escuchan acerca de la concordia de los estados
griegos entre sí y de la guerra contra los bárbaros, tema igualmente grandioso
por el estilo que reviste y por su interés práctico para la colectividad.[14]
Como auténtico griego, no sale a la tribuna pidiendo excusa, sino retando
a quienes crean poder hacerlo mejor, seguro de su causa, 861 convencido no de la novedad del tema, pero sí de
la perfección con que lo trata.[15]
Isócrates aborda
el tema allí donde radica
el problema práctico. En el momento en que él habla no parece que su
requerimiento tenga la menor perspectiva de realización. Hay que empezar por sentar las bases para
ello. Se trata de reconciliar a Esparta
y Atenas, para que luego estos dos estados, los más fuertes, compartan la
hegemonía sobre Grecia. Esto es lo que
quiere lograr Isócrates con su discurso.[16]
Pero, si esto fuese
imposible, quiere al
menos poner en claro mediante él ante todo el mundo
quién es el que se interpone ante
la dicha de los griegos y demostrar irrefutablemente el derecho de Atenas al
dominio sobre los mares antes, ahora y siempre.[17] Éste es, en efecto, el verdadero punto
litigioso. Isócrates se propone estudiar
la dominación de Atenas en el pasado para demostrar su continuidad y ahogar en
germen la objeción de que toda dominación cambia con el transcurso del tiempo.[18] Atenas conquistó la hegemonía antes que
nadie y se hizo más acreedora que nadie
a ella por los beneficios que confirió a
Grecia.[19]
Es un tema digno de un Tucídides, y sin el ejemplo de éste jamás habría podido
tratarlo Isócrates como lo hace. Las obras de Atenas culminan aquí, lo mismo
que en el historiador, en el papel de campeón de la unidad griega que le
correspondió desempeñar en las guerras contra los persas. Pero Tucídides, a la luz plena de los tiempos presentes, ve crecer la
supremacía de Atenas en el periodo relativamente corto de
la novísima evolución del mundo de los estados griegos después de la batalla de
Salamina.[20] Isócrates traza en
vez de eso
un cuadro de
la grandeza de
Atenas que se remonta hasta la prehistoria mítica. Se refleja en él la posición que asigna a
la Atenas de los tiempos modernos: su misión como asilo
de fugitivos políticos
injustamente perseguidos en su patria,
como baluarte contra las irrupciones de los bárbaros sedientos de
conquistas y como auxiliares y protectores de los estados débiles avasallados
por tiranos poderosos. Este cuadro
histórico se basa por entero sobre los principios con arreglo a los cuales se
interpreta a sí misma la política 862 ateniense.
Es una ideología intrínsecamente semejante, muy semejante, a la que inspira la
política exterior inglesa de los tiempos modernos. Por otra parte, este proceso
de interpretación retroactiva de la historia antigua de Atenas a la luz de las
pretensiones políticas actuales tiene un paralelo cercano en la interpretación
que Treitschke da a la historia antigua de Brandeburgo-Prusia desde el punto de
vista del papel nacional de dirección asumido más tarde por este estado. Los tiempos
primitivos seudo-históricos son siempre más apropiados que cualesquiera otros
posteriores y mejor conocidos para dejarse modelar en este tipo de
construcciones. El tono maleable del mito se había plegado siempre a la mano
modeladora del artista para expresar sus ideas, y la trasformación por la
retórica de la antigua leyenda ática para ilustrar el papel nacional de
campeona y liberadora desempeñado por Atenas desde los tiempos más remotos no
era más que la última fase de esta metamorfosis política. Este mito del estado
había tomado cuerpo ya durante el nacimiento de la hegemonía de Atenas, en el
siglo v, en los discursos públicos sobre las tumbas de los héroes y en otras
ocasiones semejantes. Se le ofrecía a Isócrates por sí mismo, al tratar de
demostrar la necesidad de proceder a una restauración de la supremacía de
Atenas.[21]
Con esta
interpretación consecuente de toda la historia y la leyenda de Atenas como
preparación gradual para la misión nacional de dirección de este estado,
Isócrates no hacía más que proyectar retroactivamente sobre el pasado un tema
auténticamente tucídico y manejarlo a la manera de Tucídides. Y otro tanto
hace con otra idea del gran historiador, que él enlaza estrechamente al tema de
la dirección nacional: nos referimos a la misión de Atenas como creadora de
cultura. En el discurso funerario a Pericles, cuando se hallaba en el apogeo de
su poder exterior y de su magnificencia, Tucídides había presentado a Atenas
como la paideusis de toda Grecia.[22]
Este punto de vista añadía a los méritos políticos de Atenas para con Grecia el
mérito espiritual. En Tucídides la dirección espiritual de Atenas es ya la
verdadera razón que justifica el desarrollo de su poder en el exterior.[23]
Pero Isócrates va también en este respecto más allá que su modelo, al proyectar
sobre los tiempos primitivos de la leyenda ateniense esta misión cultural de la
Atenas de la época de Pericles, que en tiempos de aquél se mantenían aún y se
acentuaban de un modo constante. Surge así un cuadro histórico estático,
armonizado 863 todo él sobre este tono. Teniendo
presente sin duda el paralelo sofistico entre la paideia y el cultivo
de la tierra, considerando como la forma fundamental de toda cultura aquella en
que por primera vez se supera el estado de salvajismo animal,[24]
Isócrates arranca en su historia de la cultura del nacimiento de la agricultura
y de la fundación de los misterios eleusinos.[25]
El origen de todas las costumbres superiores del género humano, orientado ya
hacia la vida sedentaria y pacífica, coincide así con los orígenes de una forma
superior y más personal de religión, pues en el siglo iv se concedía una
atención especial al culto de los misterios, considerado como tal.[26]
Pero al mismo tiempo, este recuerdo legendario permitía situar los comienzos
de toda cultura en el suelo de Atenas, donde más tarde, según la concepción de
Isócrates, habría de escalar como paideia la fase suprema de su
desarrollo y espiritualización. Todo mito nacional y cultural lleva consigo
esta estrechez de horizontes y esta exaltación absolutista de su propia
modalidad. Quiere ser aceptado más como artículo de fe que como fría verdad
científica. Por eso no se pueden alegar ante él hechos históricos. Es
perfectamente compatible con el conocimiento de los pueblos extranjeros y sus
méritos, y sería un error creer que Isócrates no sabía nada de Egipto, de
Fenicia o de Babilonia. Lo que triunfa en su filosofía de la historia y sobre
todo en su construcción de la historia primitiva de Atenas es su fe en la
misión peculiar de la cultura ateniense. Esta ideología nacional que atribuye
a Atenas la creación de toda la cultura fue transferida más tarde a la
concepción histórica del humanismo, en unión de todas las demás ideas que
forman el arsenal de la paideia de Isócrates.
La idea de la
cultura ateniense que traza el Panegírico es una variante del relato de
Pericles en el discurso fúnebre. Las rígidas líneas de éste se disuelven allí
en el juego ampuloso de formas de una exuberante fronda retórica, pero de tal
modo que el tema fundamental de Tucídides se trasluce por todas partes de un
modo muy sugestivo. Isócrates desarrolla libremente algunos rasgos que considera
importantes o añade otros nuevos, que toma de los poetas áticos. Así, vemos que
es en Atenas donde se crea el estado de derecho que habrá de servir de modelo a
otros países, y la abolición de la venganza privada de la sangre y su
sustitución por la justicia del estado se presenta inspirándose visiblemente en
Las euménides de Esquilo.[27]
El auge de las artes (τέχναι) remontándose desde la fase primitiva de la invención
de las cosas necesarias para la vida a la de las cosas que producen goce, de la
técnica al arte, como hoy diríamos, es una idea favorita de los griegos, con la
que nos encontramos repetidas veces en el siglo iv.[28]
Isócrates desplaza a Atenas este proceso de 864
alta evolución del espíritu, decisivo para los orígenes de la paideia.[29]
Por donde la ciudad que había sido siempre el asilo de todos los desgraciados
se convierte al mismo tiempo en regazo preferido de quienes ¡buscan lo
agradable de la vida. La cultura ateniense se caracteriza por oposición
al carácter exclusivista
de Esparta por
atraer a los extranjeros en vez de repudiarlos.[30] El intercambio de bienes económicos por
medio de la exportación y la importación no es más que la expresión material
del mismo principio espiritual. Éste
convierte al Pireo en centro de todo el comercio y de los negocios. Del mismo modo, las fiestas atenienses son
las grandes reuniones del mundo helénico.
En la afluencia
inmensa de extranjeros y en
el intercambio espiritual que en
ellas se desarrolla se despliegan la riqueza y la representación artística,
armónicamente entrelazadas.[31] A los pugilatos de fuerza física y destreza
característicos de toda Grecia desde antiguo vienen a unirse, en Atenas, los
torneos agonales de la oratoria y del espíritu. Estos torneos han convertido las fugaces
fiestas nacionales olímpicas y pitias en
una gran panegyris ininterrumpida.[32] Tiene un interés profundo ver cómo en el
pensamiento de Isócrates la esencia de la cultura es concebida como una función
espiritual ajena a todo fin y se refleja constantemente en la imagen ideal de
los torneos gimnásticos agonales. La
retórica no define, sino que expone por medio de comparaciones y de antítesis,
por donde, pese a todo el empeño en
destacar la utilidad de esta cultura para la colectividad, la epideixis, es
decir, la propia representación
espiritual, constituye su verdadero sentido y una necesidad interior que escapa
a los bárbaros de todos los tiempos.
La
"filosofía", o sea el amor por la cultura, es obra característica y
peculiar de Atenas.[33]
Esto no quiere decir que todas las creaciones del espíritu hayan surgido en
esta ciudad, sino que se concentran en ella como en un punto focal, del que
irradian con fuerza redoblada. Va formándose un sentimiento cada vez más
acentuado en favor de esta atmósfera, necesaria para que pueda florecer la rara
y delicada planta de la cultura. El relato poético de esto lo tenemos en la Medea
de Eurípides y su análisis filosófico en la República de Platón.[34]
La imagen esplendorosa que Isócrates tiene ante sus ojos no deja margen para la
problemática trágica en que Platón penetra con gran agudeza los peligros del
medio. Fue esta aspiración general de lograr riqueza espiritual, saber y
cultura, la que formó a los atenienses y les infundió aquel tono
característico de suavidad y moderación en el que se reconoce la civilización.
Esta fuerza supo eliminar 865 poco a poco del número de los dolores humanos
aquellos que no nacen de la necesidad, sino simplemente de la ignorancia,
enseñándonos al mismo tiempo a sobrellevar dignamente los males inevitables.
Esto es lo que Atenas ha "revelado" a la humanidad; Isócrates emplea
aquí una palabra (κατέδειξε) que suele usarse
para hablar de los fundadores de misterios.[35]
La capacidad que eleva a los hombres sobre las bestias es la de la palabra
henchida de razón.[36]
No es la valentía ni son la riqueza o la comodidad u otros bienes de esta
clase, que son los que trazan de modo predominante la fisonomía de otros estados
los que distinguen al hombre formado libremente desde su juventud del hombre
informe, al hombre dotado de saber del hombre tosco e inconsciente, sino que es
sólo la cultura del espíritu, que se manifiesta en el lenguaje. El logos, en
su doble sentido de lenguaje y espíritu, se convierte para Isócrates en el symbolon
de la paideusis. Este concepto felizmente acuñado garantiza a la
retórica su rango y convierte al representante de este poder en verdadero
representante de la cultura.[37]
La idea
isocrática de la cultura es nacional y se basa de un modo auténticamente
helénico en la existencia del hombre como un ser político libre dentro del
conjunto de la comunidad civilizada. Pero en Isócrates el concepto de cultura
toma un giro orientado hacia lo universal: Atenas ha adquirido, gracias a su
cultura espiritual, una superioridad tal sobre el resto de la humanidad, que
sus discípulos se han convertido en los maestros del mundo entero.[38]
Con esto, Isócrates se remonta muy por encima de la idea de su modelo,
Tucídides. Éste había llamado a Atenas "la paideusis de toda
Grecia". En cambio, según la tesis de Isócrates, la obra espiritual de
Atenas ha traído como resultado que el nombre de los griegos no designe ya en
lo sucesivo una raza, sino la suprema fase del espíritu. "Quien comparta
nuestra paideia —dice— es griego en un sentido más elevado que quien
sólo comparta con nosotros la ascendencia común."[39]
No es que Isócrates niegue los lazos de sangre, que considera más importantes
que la mayoría de sus conciudadanos, puesto que erige sobre la conciencia de la
comunidad de sangre una ética panhelénica que pone límites incluso al egoísmo
de poder de los distintos estados griegos. Pero la conciencia nacional del
espíritu representa para él una fase más alta que la de la sangre y proclama su
tesis sintiendo plenamente lo que significa para la posición política del
helenismo en el mundo. Los planes de expansión a que Isócrates anima a los
griegos se basan mucho más en este sentimiento de superioridad espiritual sobre
otros pueblos que en un poder material cualquiera de los estados helénicos. A
primera vista, parece una inmensa paradoja que Isócrates proclame esta misión
supernacional de cultura de 866 su pueblo movido
precisamente por un sentimiento insuperable de orgullo nacional, pero esta
aparente contradicción se despeja tan pronto como ponemos en relación la idea
supernacional del helenismo, su paideia de ámbito universal, con la meta
política práctica de la conquista y colonización de Asia por los griegos.
Aquella idea encierra la alta legitimación de este nuevo imperialismo de base
nacional, al equiparar lo específicamente griego a lo humano general. No se
pronuncia la palabra a que podamos aferramos, pero el único sentido que puede
tener la cruzada triunfal general de la paideia griega que llena el
pensamiento de Isócrates es el de que los griegos, a través precisamente de ese
logos cuya fuerza les es peculiar, han revelado al mismo tiempo a los demás
hombres y pueblos un principio que también ellos tienen que reconocer y asumir,
puesto que su vigencia es independiente de la raza: el ideal de la paideia, de
la cultura. Hay una forma de sentimiento nacional que se manifiesta como
exclusión de los demás pueblos; es un producto de la debilidad y el separatismo,
pues nace de la conciencia de que sólo podrá afirmarse por medio del
aislamiento artificial. El sentimiento nacional de Isócrates, por el contrario,
es el de un pueblo culturalmente superior que comprende que la aspiración a
una norma universal en todas las manifestaciones de su espíritu es la mayor
ventaja de que puede disfrutar en su pugilato con las otras razas. Esto hace
que las demás asuman la forma griega como expresión de la cultura por
antonomasia. Basándonos en analogías actuales podríamos sentirnos tentados a
designar esto con el nombre de propaganda cultural y a comparar la retórica
con la prensa y la publicidad modernas, precursoras de la conquista económica y
militar. Sin embargo, la fórmula de Isócrates nace de una profunda visión de
la estructura real del espíritu griego y de la paideia griega, y la
historia demuestra que era algo más que simple propaganda política. En sus
palabras sentimos flotar el aire del helenismo. El advenimiento de la nueva era
se produjo precisamente en aquellas formas que Isócrates había presentido y preconcebido.
Sin la vigencia universal de la paideia griega que él proclama aquí por
primera vez, no habría sido posible la existencia de un imperio universal
greco-macedonio ni la de una cultura helenística universal.
Isócrates no
toma como materia fundamental de su Panegírico las heroicas hazañas
guerreras de Atenas, como era práctica usual hacerlo en los discursos de
elogio pronunciados sobre las tumbas de los caldos, sino que coloca estos
hechos a la sombra de la grandeza espiritual de la ciudad.[40]
Lo coloca a continuación de la pintura de aquella grandeza espiritual, para
mantener el equilibrio entre lo exterior 867 y
lo interior.[41] Pero
la tradición de las oraciones fúnebres le daba abundante materia para esta
parte de su discurso. Se le ve aquí pendiente de estos modelos y no se eleva al
mismo plano de libertad que en el elogio de la cultura ateniense, en que se
expresa con un entusiasmo personal y una profunda convicción interior. Claro
está que de su imagen no podía faltar la nota de la gloria guerrera, entre
otras razones porque sin ella no podía alcanzarse el ideal de Tucídides del filosofei=n a)/neu palaki/aj. Esta frase tenía que aparecer ante
los ojos de una época de sentido guerrero disminuido y de supremacía de los
intereses espirituales como expresión concluyente de una armonía que la propia
generación se hallaba en trance de perder. Esta conciencia se extiende como una
queja a lo largo de todas las obras de Isócrates, por cuya razón tenía que
preocuparle el dotar también al verdadero espíritu de Atenas con las cualidades
que se admiraban en los espartanos. Ya Tucídides veía la superioridad de Atenas
no en la mera antítesis con Esparta, sino en la síntesis de los rasgos jónicos
y espartanos.[42] Y
para el fin perseguido en el Panegírico, el lado heroico del espíritu
ateniense era tanto más indispensable cuanto que proponía a los atenienses
como copartícipes con igualdad de derechos de los espartanos en la dirección de
la guerra predicada por él contra los bárbaros.
Esta parte del
discurso termina con una defensa contra la crítica de los métodos del
imperialismo ateniense en la época de la primera liga marítima[43]
que Esparta utilizó, después de perdida la guerra, para mantener en una
sujeción permanente a Atenas y que constituyó un obstáculo moral en el camino
de la restauración del poder marítimo ateniense. Isócrates intenta demostrar
con un ingenioso juego de palabras que la dominación marítima (a)rxh\ th=j qala/tthj) de Atenas fue más bien el principio (a)rxh/) de todo lo bueno para el resto de Grecia. Con su
bancarrota comenzó también la decadencia del prestigio griego en el mundo y la
era de los abusos de los bárbaros, que ahora empezaron a atreverse a intervenir
en la Hélade como los fundadores de la paz y convirtieron a los espartanos en
su policía.[44]
La relación de los actos de violencia cometidos en los últimos años por
los espartanos y que se conservaban aún vivos en el recuerdo de todos hacía que
fuese muy dudoso el derecho de los espartanos a criticar a Atenas.[45]
De este modo, el retorno al estado de cosas anterior, basado como premisa en
la existencia de una Atenas fuerte, convertíase directamente en un postulado.
Se ha caracterizado el Panegírico 868
como el programa de la segunda liga marítima de Atenas.[46]
Esta concepción exagera las relaciones existentes entre esta obra y la
política real y no valora con exactitud el elemento ideológico contenido en
ella.[47]
Sin embargo, es exacta en el sentido de que Isócrates postula la restauración
del poder de Atenas como medio indispensable para la consecución de su fin, que
es el sometimiento del reino de Persia, lo que lo convierte en vocero del
derecho de una segunda liga marítima. Ésta debía recibir incluso, en sus
orígenes, a la luz del sueño nacional bajo la que la colocaba Isócrates, una
especie de consagración superior, aunque en realidad no llegó a colmar las esperanzas
que pusieron en ella.[48]
Pero aunque la
ejecución política realista de la idea obedeciese más al antagonismo común
contra Esparta que a los ideales nacionales de Isócrates, lo cierto es que
esto no menoscababa en lo más mínimo la nueva dignidad de que había revestido
la retórica en el Panegírico. Isócrates se había erigido de golpe en
portavoz de un nuevo tipo de crítica de la situación y de las aspiraciones
políticas de Grecia. Es cierto que la plataforma desde la que hablaba a los
griegos de todas las ciudades y estirpes no descansaba en ningún poder real.
Pero basábase en normas que estaban seguras de ser acatadas en amplios círculos
de su pueblo y que tenían que atraer a su escuela los mejores elementos del
campo de los idealistas prácticos. El postulado de la sumisión de la política
a valores eternos, que formulaba la educación filosófica, tenía que parecerles
a algunos exagerado, pero la exigencia de que estuviese informada por un principio
superior era general y la ética nacional de Isócrates tenía que parecerles a
muchos de sus discípulos una salida feliz y oportuna entre los dos extremos del
escepticismo moral y del retraimiento filosófico a lo absoluto. Es un signo
importante el que el antiguo estado de policía, al que hasta un Sócrates se
había sacrificado íntegramente, no tenga ya en la generación siguiente la
fuerza necesaria para hacer brotar por su propio impulso esta nueva ética
política.[49] Por
donde 869 la paideia de la retórica,
concebida en un sentido isocrático, tiene de común con la educación filosófica
de Platón la característica de que su meta trasciende de la forma
históricamente dada del estado para entrar en el reino de lo ideal. Esto
entrañaba, a la par, la confesión de su desdoblamiento de la realidad política
circundante. Pero, consideradas como paideia, ambas sacaban de esta
falta de adaptación al sistema imperante una nueva fuerza de tensión
desconocida de la antigua paideia griega. De una cultura basada en el
conjunto de la colectividad surge un ideal de cultura sostenido por
importantes personalidades individuales. Detrás de él no está ya una alta clase
noble o todo un pueblo, sino un círculo selecto de un movimiento espiritual o
una escuela cerrada, que sólo puede confiar en adquirir una influencia directa
sobre la vida de la colectividad, formando algunos individuos dirigentes que
sean capaces o a quienes otros consideren capaces de transformarla.
[1] 1 Paneg., 4. Cf. Elena, 12-13; Antíd., 3.
[2] 2 esquilo, Euménides, 980-987.
[3] 3
Responde a una necesidad el exponer
de un modo sintético
las tendencias panhelénieas
manifestadas antes de
Isócrates; las investigaciones de
detalle no escasean. El
estudio de J. kessler,
"Isokrates und die
panhellenische Idee",
en Studien zur Geschichte und Kultur
des Altertums, t. IV, cuad. 3, Paderborn, 1911. se limita a
Isócrates. Más a fondo trata este punto G. mathieu,
Les idées politiques d'lsocrate (París, 1925).
[4] 4 Cf. supra, pp. 298 ss.
[5] 5 Cf. ahora H. dunkel, Panhellenism in Greek Tragedy (tesis doctoral
de la Universidad de Chicago, 1937).
[6] 6 Cf. supra, pp. 648 y 651.
[7] 7
Cf. infra, cap. IX.
[8] 8 aristóteles, Pol., vii, 7, 1327 b
29-33.
[9] 9 Paneg., 1.
[10] 10
Cf. sobre la elegía en que Jenófanes compara la areté de los
vencedores de los agones olímpicos con los méritos espirituales del
sabio, que él mismo representa, supra, pp. 170 s.
[11] 11
La concepción que Isócrates tiene de su misión y que se expresa
en la elección de este marco espiritual
para sus propuestas se enlaza, naturalmente, con el precedente de Gorgias y de
su Olímpico: el representante de la areté espiritual tiene que
rivalizar públicamente con los representantes de la areté física, con
los atletas y los corredores, ante el foro de toda la Hélade. El cambio profundo sufrido por Isócrates en
cuanto al concepto que tiene de sí mismo se trasluce en Antíd., 1 y Fil.,
12, donde se desvía de su antigua elocuencia panegírica, porque en la Grecia
de aquel entonces ya no daría resultado alguno. En el Filipo ya sólo habla a un
individuo, en el que ve el futuro dominador de todos los griegos.
[12] 12
jenófa.nes, frag. 2, 15-22.
[13] 13 Paneg., 2.
[14] 14 Paneg., 3.
[15] 15
Paneg., 10-14.
[16] 16
Cf. Paneg., 17,
donde usa ίσομοιρήσαι y τάς ηγεμονίας
διελεσθαι con
referencia al reparto
de la hegemonía
entre Esparta y
Atenas. Expresiones como άμφισβητεϊν της ηγεμονίας y την ήγεμονίαν άπολαβείν deben ser interpretadas en este sentido. Estas expresiones tienden a
la restauración de
la dominación marítima de
Atenas. kessler,
ob. cit., p. 9, intenta en vano demostrar que Isócrates, en el Panegírico,
establece como meta la domipación exclusiva
de Atenas sobre Grecia.
[17] 17 Paneg., 20.
[18] 18 Paneg., 22.
[19] 19
Esto no quiere
decir que Atenas
reclame la dominación
exclusiva sobre Grecia. Pero
si alguien intentase
basar la pretensión
de hegemonía en
un derecho de prioridad histórica o en
los beneficios conferidos a los priegos, como lo hacen ahora los espartanos,
habría que darle preferencia a Atenas. Cf. Paneg.,
23 ss.
[20] 20
tucídides, i, 73-76.
[21] 21 Éste es el
tono regularmente adoptado
en los epitafios
o discursos funerales.
Un ejemplo mas antiguo
todavía de este
cambio de interpretación de los
mitos prehistóricos en
el sentido de
las tendencias de
unidad y de
poder de los tiempos presentes
lo tenemos en
el renacimiento de las
legendarias tradiciones áticas del rey Teseo como unificador de
Ática, con que por vez
primera nos encontramos en
la época de la tiranía de
Pisistrato. expresadas plásticamente en
los vasos del siglo iv y que luego
pasan a la
poesía. Cf. el
completo estudio de Hans Herter, en Rheinisches Museum, 1939,
pp. 244 s. y 289 s.
[22] 22 Tucídides.
II. 41, 1.
[23] 23 Cf. supra, pp.
367 ss.
[24] 24
Cf. supra, pp. 285 s.
[25] 25 Paneg., 28.
[26] 26 Cf., mi obra Aristóteles, pp. 186-7.
[27] 27 Paneg., 40.
[28] 28
Paneg., 40. Cf. aristóteles, Metaf., A 1, 981 b
17.
[29] 29
aristóteles, loc. cit., sitúa
en Egipto los orígenes de la cultura científica.
[30] 30
Paneg., 42.
[31] 31 Paneg., 42-45.
[32] 32 Paneg., 46.
[33] 33 Paneg., 47. El amor por la
cultura o "filosofía" fue, según Isócrates, el gran auxiliar en la
invención de todas las artes y en la estructuración de la vida humana, en la
forma descrita más arriba.
[34] 34 Cf. supra, pp. 320 s. y 622.
[35] 35 Paneg., 47. Cf. mi obra Aristóteles, pp. 130, nota
11.
[36] 36 Paneg., 48.
[37] 37 Paneg., 49: σύμβολον th=j παιδεύσεως.
[38] 38 Paneg., 50.
[39] 39 Paneg., 51.
[40] 40 Ya Tucídides, en la oración fúnebre
de Pericles (ii, 36, 4), trataba este punto con bastante mayor brevedad de lo
que solían hacerlo los oradores en esta ocasión, destacando en primer plano la
importancia cultural de Atenas.
[41] 41 Paneg., 51
ss.
[42] 42 Cf. supra,
pp. 367 ss., sobre este ideal de síntesis en la descripción de Atenas, según Tucídides.
[43] 43 El capítulo
sobre los méritos guerreros de Atenas abarca Paneg., 51-99. Con él
se relaciona, 100 ss., la defensa
de la
primera dominación marítima ateniense
[44] 44 Paneg., 119.
[45] 45 Paneg., 122 ss.
[46] 46 Así piensan Wilamowitz y Drerup. Cf.
también G. mathieu, Les idees
politiques d' Isocrate (París, 1925).
[47] 47 El mismo Isócrates dice más tarde,
en Filipo, 12, en que pretende desarrollar una política realista,
aludiendo claramente a su propia posición anterior, que los "discursos
panegíricos" no guardan más relación con la política real que "las Repúblicas
y las Leyes" de los teóricos del estado. Entre éstos debe
incluirse, evidentemente, a Platón.
[48] 48
Ya en el Plataico de Isócrates vemos que la dominación marítima
ateniense presenta un aspecto
mucho menos panhelenístico y
mucho más particularista. Acerca de la fecha de que
data este opúsculo, Cf. mi obra Demóstenes (Berkeley, 1938; trad.
esp. FCE, México,
1945; citamos de
acuerdo con esta
edición), pp. 247-252.
[49] 49
Es digno de notarse que en la última lucha sostenida por el estado-polis
contra su opresión por los enemigos de fuera, lucha que se libró bajo la
dirección de Demóstenes, fue también la idea panhelénica la que sirvió cada vez
más marcadamente de base ideológica.
Cf. mi obra Demóstenes, pp. 211-4.
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