la obra postuma de los últimos años de Platón, las Leyes, no encontró
apenas intérpretes y tuvo muy pocos lectores ya en los tiempos de la baja
Antigüedad. Un hombre tan erudito como Plutarco sentíase orgulloso de figurar
entre este reducido grupo de conocedores de las Leyes,[1] y
la tradición de la obra en la época bizantina estuvo pendiente de un pelo, como
lo revela el hecho de que todos los manuscritos que han llegado a nosotros
procedan de un solo ejemplar.[2]
Ya en pleno siglo xix, los autores
no sabían qué hacer con las Leyes, y el más representativo de los
historiadores de la filosofía durante este periodo, Eduard Zeller, llegó
incluso a declarar, en un trabajo de su primera época, que se trataba de una
obra apócrifa.[3] Más
tarde, en el estudio que dedica a Platón en su Historia de la filosofía
griega, las Leyes aparecen tratadas en un "apéndice",[4]
con lo que daba a entender que, aunque ahora considerase la obra
auténtica, no acertaba aún a encuadrarla dentro del marco general de la
filosofía Platónica que formaban, a su modo de ver, los demás diálogos. Y como
las Leyes representan más de la quinta parte de la obra escrita de
Platón y son, con mucho, su estudio más extenso, este estado de cosas indica lo
poco en serio que se tomaba todavía la necesidad de abordar una comprensión
realmente histórica y fiel de la filosofía Platónica.[5]
Los autores se formaban, a su modo, una imagen de ella a tono con la idea
preconcebida de lo que entendían por filosofía. Y como las Leyes no
eran, por su contenido, lógica ni ontología, esta obra era considerada por los
filósofos como secundaria. Para Platón, sin embargo, su contenido representaba
algo muy fundamental, pues se halla formado por consideraciones muy profundas
sobre el estado y las leyes, las costumbres y la cultura. Manifestaciones todas
que el autor supedita al punto de vista general de la paideia. Por
tanto, en una historia de la paideia griega 1016
las Leyes representan, desde luego, un pilar fundamental. La paideia es, en Platón, la última
palabra y la primera.
Como la República,
obra en que culmina la primera etapa literaria de Platón, las Leyes son
una exposición universal del bíos humano. Es curioso, sin embargo, que
el filósofo, después de poner fin a aquella obra, haya sentido la necesidad de
trazar de nuevo y bajo otra forma esta imagen de conjunto, erigiendo un segundo
estado junto al estado perfecto de su República. Se trata, como dicen
las Leyes, de un estado solamente para dioses e hijos de dioses.[6]
En el estado ideal, Platón no reconocía para nada la existencia de una
legislación especial. Las leyes, de que están sobrecargados la mayoría de los
estados de su tiempo, acabarían siendo superfluas por la acción de una
educación perfecta, sobre la que él erigía su estado ideal.[7]
También en el Político asume Platón una actitud crítica ante la
tendencia griega tradicional a exagerar la importancia de la ley: el monarca
perfecto sería preferible, para él, a la mejor legislación, puesto que la
rígida ley escrita no puede acoplarse con bastante rapidez a los cambios
constantes de las situaciones, razón por la cual no consiente hacer lo que
realmente exige un caso apurado.[8]
El hecho de que la última de las obras de Platón sobre el estado lleve por
título las Leyes y regule legislativamente todos los detalles de la vida
de los ciudadanos, indica ya un cambio de criterio.[9]
Y este cambio se trasluce también en la importancia mayor que ahora se concede
a la experiencia. Esta nueva actitud se revela, dentro del campo de lo ético y
lo educativo, en la tendencia a posponer el interés por el puro conocimiento de
la norma a la historia y la psicología.[10]
En la República ocupaban el lugar central la teoría de las 1017 ideas y la idea del bien. En las Leyes, la
idea del bien sólo se menciona de pasada al final, postulándose como contenido
de la cultura para el regente,[11]
y el problema de la estructuración de esta educación suprema, que en la República
era el verdadero eje de la atención del autor y ocupaba el mayor espacio,
cede el puesto en las Leyes al problema de la formación de una extensa
capa de hombres, lo que lleva implícito el problema de la educación elemental.
Filipo de Opunte, secretario y confidente de Platón, que editó y dividió en
doce libros las Leyes después de la muerte del maestro, a base de su
manuscrito inacabado, se dio cuenta de la laguna que representaba la falta de
la parte referente a la educación del regente e intentó suplirla concretando a
posteriori el carácter de la sabiduría especial que el gobernante necesita.
Puso por escrito estas ideas en el estudio que hoy figura como Epinomis o
complemento a las Leyes, al final de la obra.[12]
No creemos que haya razones para inclinarse a creer que se trata de una
falsificación, si se tiene en cuenta que Filipo desempeñó esta tarea, al
parecer, por encargo oficial de la Academia, por considerársele como el mejor
conocedor de los papeles postumos de Platón y de sus últimos planes. Debemos
ver en ella más bien un complemento de la obra, surgido, por tanto, de la idea
predominante en la escuela Platónica de que había quedado incompleta.
No es posible
tratar aquí por igual de todas y cada una de las partes de una obra tan
gigantesca como las Leyes. Ni siquiera resultaría fácil ir trazando,
como hicimos con la República, las líneas generales de este voluminoso
estudio, pues la composición de las Leyes y su unidad plantean un
problema dificilísimo, y el encanto 1018 especial que la obra presenta reside justo
en la originalidad con que el viejo Platón aborda aquí de un modo completamente
nuevo una serie de importantes problemas concretos. También es difícil decir
en términos generales, aunque con frecuencia se haya intentado, la relación que
guardan las Leyes con la República. Se dirá, por ejemplo, que la República
representa la fase de la idea y de la verdad basada en el ser, medidas por
la pauta dialéctica, mientras que las Leyes se mueven en el plano de la
mera opinión. El propio Platón no nos da otra clave para resolver el enigma que
la que antes mencionábamos.[13]
Desde el punto de vista de la historia de la filosofía, las Leyes se
hallan metódicamente, en muchos respectos, más cerca de Aristóteles. El viejo
Platón intenta ahondar con sus principios en una materia cada vez más extensa,
en vez de hacer lo más insondable posible, como en años anteriores, el abismo
entre la idea y el fenómeno. En las Leyes ocupan mayor lugar las
disquisiciones sobre problemas de educación. Los dos primeros libros y el
séptimo versan exclusivamente sobre este tema. No se reduce a esto, ni mucho
menos, sin embargo, la importancia de las Leyes para la paideia. Desde
el punto de vista de Platón, la finalidad de la obra, en su conjunto, es
construir un sistema formidable de educación. Su actitud ante el problema de
la paideia aparece expuesta con la mayor claridad de principio en un
pasaje del libro nueve, que recoge, a su vez, con variaciones, un motivo
tratado ya en el libro cuarto.[14]
Nos referimos al paralelo que Platón establece entre el mal legislador y el
médico de esclavos, que corre de un enfermo a otro y, sin molestarse en aducir
razones ni en investigar a fondo cada caso, formula rápida y dictatorialmente
sus órdenes, deduciéndolas por costumbre de la tradición ajena y de la
experiencia propia. Comparado con él, el médico dedicado a tratar ciudadanos
libres parece un filósofo. Habla con los enfermos como con discípulos a
quienes hay que llevar conscientemente al conocimiento de un fenómeno. El
médico de esclavos jamás comprendería este modo prolijo de instruir al paciente
y diría a su colega, si éste le escuchase: tú no tratas a tus enfermos, sino
que los educas, como si te propusieses hacerles también médicos y no curarlos.[15]
Pues bien, los
legisladores actuales, dice Platón, se hallan todos a la altura del médico de
esclavos. No son verdaderos médicos,
porque no son educadores. Y a eso es a lo que tienden los esfuerzos Platón en
las Leyes: a conseguir un legislador en el más alto de los sentidos, es
decir, un verdadero educador de los ciudadanos. La diferencia entre este modo
de concebir su misión y la del legislador corriente, se manifiesta en su desdén
por los preceptos legales de tipo usual, los cuales no hacen otra cosa que
prever determinadas 1019 penas para determinados
hechos. La acción del legislador interviene, así, demasiado tarde, pues su
misión más importante no consiste precisamente en castigar los desafueros
cometidos, sino en prevenir que se cometan desafueros. Platón sigue, al decir
esto, el ejemplo de la ciencia médica, cuya tendencia cada vez más marcada por
aquel entonces era la de considerar como el verdadero objeto de su atención, no
el hombre enfermo, sino el hombre sano. De aquí la importancia tan grande,
incluso decisiva, que la medicina de la época concedía a la dietética. Ésta era
el arte de conservar a los hombres sanos, prescribiéndoles un régimen adecuado
de vida. La medicina griega no entiende por diaita solamente lo que hoy
llamamos "dieta", es decir, un régimen de comidas para el enfermo,
sino el tipo de vida general de todo hombre sano. Ya dijimos más arriba que el
interés cada vez mayor de los médicos griegos por la dietética se acusa en la
influencia ejercida por la idea educativa sobre la medicina.[16]
Platón, en las Leyes, se propone sacar la consecuencia del paralelo
establecido ya por él en el Gorgias entre el cuidado del cuerpo y el del
alma,[17]
entre la acción del médico y la del político, haciendo triunfar en el campo
legislativo la idea de la paideia. En la República se había
esforzado en hacer superflua toda obra legislativa mediante una educación
perfecta; [18] en
las Leyes, arranca de la hipótesis de que éstas son, normalmente,
indispensables para la vida del estado. Aquí trata de someter la misma
legislación al principio educativo y a su instrumento, del mismo modo que en la
República erigía el estado como un todo en institución educativa.
El medio de que
se vale para alcanzar este fin son los preámbulos de las leyes, a cuyas
determinaciones conceptuales y a cuya elaboración detallada consagra una
atención muy especial. En un pasaje fundamental del libro cuarto distingue
entre las manifestaciones persuasivas y las normas imperativas del legislador.[19]
Considera como misión de la parte persuasiva, contenida en los preámbulos de
las leyes, la formulación y fundamentación de las normas del buen obrar.[20]
Esta parte debe desarrollarse muy por extenso y no destinarse solamente al
empleo del juez, sino dirigirse a todos los ciudadanos. Ya el sofista
Protágoras, en el diálogo Platónico que lleva su nombre, expresa la idea de
que, al salir de la escuela para entrar en la vida, la juventud pasa a una
nueva fase de su educación; a partir de ahora, su maestro para todos los actos
y omisiones de la vida práctica es la ley del estado.[21]
La ley es, pues, el verdadero 1020 vehículo de
la educación de los adultos en las virtudes cívicas: con ello, Protágoras no
pretende decir nada nuevo; no hace más que describir la situación efectiva de
cualquier polis griega. Platón parte de este hecho como de algo dado,
aunque quiere que las leyes se pongan conscientemente a tono de su misión como
educadoras mediante su reforma del estilo legislativo. Por el modo grandioso
como aborda desde el primer momento su obra de educador, hace de la filosofía
el centro de convergencia de todas las fuerzas positivas de la educación y,
además de incorporar en esta estructura espiritual la dialéctica socrática al eros,
el Simposio a la República, se presenta ante nosotros, al
final de su vida, en el papel de legislador, como la última de aquella
grandiosa serie de figuras históricas en las que figuran Licurgo y Solón y
proclama sus normas en un lenguaje solemnemente arcaico, adecuado a esta
finalidad.[22] La
legislación en el verdadero sentido de la palabra ha sido siempre, para la mentalidad
griega, la obra de la sabiduría superior de una personalidad divina individual.
De este modo, la suprema "virtud" del estado Platónico, la sophía,
se revela por último en la formulación de leyes y encuentra así su posición
productiva en la vida de la comunidad humana, de la que al principio parecía
aislar a quien la poseía. El filósofo se convierte en legislador. Puede
parangonarse en todo con aquellos grandes representantes de la legislación griega;
sólo difiere de ellos en que se eleva a principio fundamental modelador lo que
potencialmente se contenía en sus obras: la idea de que el legislador es el
prototipo del educador. Como tal aparece ya en el Simposio, donde
Platón, como habían hecho antes otros escritores griegos, coloca al legislador
desde este punto de vista al lado del poeta.[23]
Es lógico, pues, que Platón acabase su carrera como legislador, si tenemos en
cuenta que su filosofía era desde el principio hasta el fin una obra de
educación y que este concepto adquiría para él su sentido más profundo.
Así como la República
empieza con el problema general de la justicia, en la obra que estarnos
comentando Platón parte del espíritu de las leyes, que en un verdadero estado
infunde su ethos hasta el último detalle. De esta idea Platónica del "ethos
de las leyes" tomó 1021 su origen el
famoso ensayo de Montesquieu sobre l'esprit des lois, que tanta
importancia estaba llamado a adquirir para la vida del estado moderno. Platón
elige para ilustrar su concepto del espíritu del estado un determinado tipo de
vida política que había atraído desde siempre su atención: la del estado dorio.
Por eso presenta como interlocutores de su diálogo a dos representantes de esta
rama griega: un espartano y un cretense. Era una ocurrencia feliz, no sólo
porque con ello se aducía un buen ejemplo de cómo una fuerte fisonomía
política puede influir en los detalles materiales de la legislación, sino
además porque así se ponía a debate al mismo tiempo el problema filosófico del
"mejor" ethos del estado. La teoría política de la época de
Platón solía reputar, en efecto, a Esparta y Creta como los estados griegos de
mejor régimen político.[24]
Pero junto a estos dos típicos personajes dóricos que obran en lo espiritual
como hermanos gemelos, Platón introduce en su diálogo como tercer personaje y
principal interlocutor al "extranjero ateniense", una personalidad
misteriosa y soberanamente superior que las otras dos reconocen y acatan de
buena gana, a pesar de su marcada aversión contra todo ateniense medio. Megilo
está firmemente convencido, en efecto, de que todo ateniense que por acaso
resulte bueno es casi siempre una personalidad verdaderamente excepcional.[25]
Platón procura expresamente hacer plausible en él, un espartano, este grado de
objetividad presentando a Megilo como cónsul o proxenos ateniense en su
ciudad natal, lo que le da ocasión a ocuparse con cierta simpatía, desde hace
tiempo, de este problema.[26]
Es un espartano atenizado, como el extranjero es, a su vez, un ateniense amigo
de Esparta. La elección de los personajes tiene un carácter simbólico. Las Leyes
revelan en una forma más concreta que cualquier otra obra suya la tendencia
de Platón, en la que se inspira desde el primer momento, a fundir en una unidad
superior lo dórico y lo ateniense. Algo comparable a los intentos de los
humanistas que, siglos más tarde, pretendieron aunar el espíritu de Grecia y
el de Roma en una armonía de contrarios. Este espíritu histórico-filosófico es
el mismo que preside la síntesis Platónica de las Leyes y que, partiendo
de lo históricamente dado y defectuoso, pretende remontarse a lo perfecto y
absoluto. Por eso esta obra se atrae el interés de todos los humanistas, aun
prescindiendo del problema de la educación ideal, desarrollado en ella. Las
distintas ramas de Grecia encarnan en forma unilateral, pero firme y vigorosa
por su naturaleza, las fuerzas fundamentales de la nación griega. Platón
procura contrarrestar, con la invocación de su origen común, su pugna por
lograr la hegemonía y por su mutua destrucción. Pero este panhelenismo no
representa 1022 para él el ideal de la nivelación
de todas las diferencias y de su disolución en un vago e insulso helenismo
medio, para hacerlas de este modo más manejables. Lo peor que podría ocurrir,
según Platón, sería que todas las ramas griegas se mezclasen y confundiesen
entre sí.[27] Esto
representaría para él un mal comparable a lo que sería la mezcla de griegos y
de bárbaros.
El extranjero
ateniense se halla de paso en Creta y se ve arrastrado por los dos
interlocutores dóricos a un diálogo sobre las mejores leyes, problema que
adquiere para ellos caracteres de gran actualidad ante la inminencia de la
fundación de una colonia. Se trata de que la polis cretense que se va a
fundar obtenga, dentro de las circunstancias, la mejor constitución. Es, pues,
natural que se parta de la esencia del estado y de la areté humana y que
ambas cosas empiecen definiéndose, a tono con el ambiente dórico, en el sentido
del régimen de este estado. Este punto de partida del diálogo tiene que
resultar especialmente grato al lector de la República, en cuya obra era
ya tan sensible la nota espartana que una definición pública de Platón ante la
idea de Esparta habría de resultar bien acogida. Es cierto que en la República
apenas si se menciona a propósito de la construcción del estado perfecto a
la Esparta histórica, pues allí Platón se mueve totalmente en el reino de lo
ideal. Pero la timocracia espartana figura en la serie de las constituciones
degeneradas como el tipo de constitución de la realidad empírica que más se
acerca al ideal.[28] Y
muchos rasgos del estado Platónico están tomados directamente del modelo
espartano o se revelan como instituciones espartanas traducidas por el
filósofo a una forma espiritualizada y superior. Por este procedimiento podría
pensarse fácilmente que el paso que va de la idea espartana a la idea Platónica
del estado es un paso relativamente corto. La Esparta idealizada de la República
Platónica proyecta un rayo de transfiguración sobre el modelo terrenal.
Este cuadro
cambia en las Leyes, pues si bien todo lo que Platón dice acerca de la
concepción y las tradiciones dóricas sobre el estado se halla inspirado en el
respeto, su posición es ahora, fundamentalmente, de oposición. Y era obligado
que fuese así, puesto que se trataba ya de aquilatar filosóficamente el
espíritu de la Esparta histórica concreta, en su conjunto. Ningún aspecto de
la obra Platónica ofrece base para que se hable de un espartanismo unilateral;
en esto, las Leyes constituyen el mejor comentario a la República. Nadie,
en efecto, podía estar más convencido que Platón del valor de lo aportado por
los dóricos a la cultura ética y política de Grecia y de la humanidad. Pero, al
abordar el fenómeno histórico individual de por sí, tenía que verlo
necesariamente como una simple etapa en el conjunto de su cosmos filosófico de
los valores y su derecho 1023 limitado no podía
medirse sino partiendo de un principio más alto. La simple contraposición entre
el fenómeno histórico y la norma absoluta con que nos encontramos en la República,
es sustituida en las Leyes por una imagen de la verdadera perfección
humana, estructurada en varias fases, cada una de las cuales corresponde a
determinados fenómenos históricos y que guardan entre sí una relación de
progreso dialéctico que va desde lo inferior hasta lo superior. Las Leyes nos
brindan así los elementos para una filosofía de la historia, aunque la
esquemática de las contraposiciones Platónicas diste mucho de satisfacer, naturalmente,
la refinada necesidad que la conciencia histórica moderna siente de comprender
los diversos fenómenos. En todo caso, se percibe en ellos la tendencia a lo
históricamente concreto, asociado con la actitud normativa en una unidad
superior. Es el fruto de un punto de vista desde el cual, como ocurre con el
que Platón adopta en las Leyes, las manifestaciones históricas del
espíritu en la literatura y en la poesía son presentadas como expresiones de la
areté humana y se determinan o procuran determinarse en su valor relativo
dentro del mundo general de la paideia.[29]
El espíritu
espartano se halla representado, para la paideia griega de la época de
Platón, por las poesías de Tirteo. Éstas son su expresión decisiva, tanto para
los propios espartanos, que aprendían de memoria desde la infancia los versos
de este poeta y se hallaban totalmente "saturados" de ellos,[30]
como para los demás griegos, que veían en esta poesía todo lo que caracterizaba
a la areté de los espartanos.[31]
Así había sucedido durante varios siglos y así siguió sucediendo también en
adelante, mientras el elemento espartano se conservó dentro de la cultura total
de Grecia, como lo demuestra del modo más hermoso una poesía helenística
recientemente descubierta entre las inscripciones. En ella se dice, como elogio
grabado sobre la tumba de un maestro y educador muerto por su patria, que demostró
con hechos "su paideia", como se canta en las poesías de Tirteo.[32]
Del mismo modo exactamente concibe Platón las obras del poeta dórico: como
testimonios y leyes de la areté humana. Pero, 1024
aunque se identifique claramente con la asimilación del precepto espartano que
impone a todo ciudadano como supremo deber el de la defensa de la patria, las Leyes
persiguen un objetivo más grandioso y más fundamental: el de encontrar la
pauta final de la virtud y la perfección humanas en que se inspiran las
exhortaciones de Tirteo sobre la bravura.[33]
En los dos primeros libros de esta obra, Platón toma la interpretación de
Tirteo como base de todo su análisis del ethos del estado y de la idea
de la areté de Esparta, que luego informa su actitud práctica ante las
instituciones espartanas y cretenses. Dicho en otros términos: la idea primaria
de la areté humana, con la que el legislador quiere penetrar en la vida
de los ciudadanos hasta en sus últimos detalles, debe buscarse en el poeta,
supremo legislador de la vida humana. En Platón, el ideal educativo va
alumbrándose directamente de la sustancia histórica, y aquí es donde reside la
actitud verdaderamente humanista del filósofo. Los poetas aparecen siempre
como los representantes clásicos de los valores vigentes. Pero de este modo se
los refiere, al mismo tiempo, a una pauta suprema. Y la contrastación
dialéctica de esta pauta constituye la contribución de la filosofía a la obra
de la paideia.
El pensamiento
en que las poesías de Tirteo y las instituciones imperantes en la comunidad
espartana y en la cretense permiten sintetizar la concepción dórica de la areté
humana, podría expresarse en estas palabras: la esencia de la vida es la
lucha. Todas las formas de convivencia y todas las concepciones morales que
las presiden se acomodan a esta finalidad.[34]
El estudio filosófico de Esparta empieza investigando y descubriendo
conscientemente este rasgo general en todos y cada uno de los detalles de la
vida espartana. El testimonio del poeta se acoge solamente a título de
confirmación y sirve, al mismo tiempo, para esclarecer el carácter unilateral
de este ideal. Para quien considera la victoria como único sentido de la
existencia, la valentía constituye, necesariamente, la sola virtud.[35]
Más arriba hemos seguido la polémica sostenida en torno a la recepción de las
virtudes desde los días en que Tirteo proclamó ante el mundo la primacía del
ideal varonil espartano, como uno de los temas más grandiosos que resuenan a
través de la poesía griega. Platón recoge de nuevo este problema filosófico y
falla en favor del segundo el viejo litigio entre Tirteo, que ensalzaba la
valentía, y Teognis, para quien toda areté se resume en la justicia.[36]
El paso decisivo que supera 1025 pera el
antiguo ideal dórico es la fundación del estado de derecho. Era necesario saber
distinguir entre la valentía en una lucha justa y en una lucha injusta y
comprender que la valentía asociada a las demás virtudes, la justicia, la
templanza y el temor de Dios, vale más que la valentía a secas.[37]
Era necesario, por tanto, corregir a Tirteo con Teognis. La meta de nuestra
legislación sólo puede ser la virtud en su totalidad ( pa=sa
a)reth/).[38]
Pero lo que sí nos
enseñan los legisladores dóricos es que hay que partir conscientemente de un
determinado concepto de la areté. En esto deben estos legisladores,
realmente, servir de modelo a toda futura legislación.[39]
A las cuatro virtudes del alma que Platón presenta aquí como bienes divinos,[40]
deben supeditarse los bienes humanos: la salud, la fuerza, la belleza y
la riqueza.[41] Allí
donde el hombre se preocupa de los bienes divinos sirve también de por sí a los
bienes humanos. Pero donde sólo atiende a los segundos, pierde unos y otros a
la vez.[42]
Los bienes superiores llevan siempre implícitos, como ya decía Teognis de la
justicia, los bienes o virtudes inferiores.[43]
Y la verdadera unidad que los abarca todos, los divinos y los humanos, es la frónesis,
la areté del espíritu.[44]
Con esta declaración, Platón supera todos los conceptos de virtud
establecidos, uno tras otro, por los primeros poetas griegos.
Hasta qué punto
la legislación puede cultivar una determinada virtud lo pone Platón de
manifiesto en el modo como los espartanos y los cretenses estimulan la valentía
mediante la institución de las sisitias o comidas colectivas de hombres
y por medio de un sistema de ejercicios físicos guerreros, de la caza y de toda
clase de prácticas encaminadas a endurecer el cuerpo.[45]
Pero el ideal espartano de la valentía no conoce más educación que la
consagrada a desarrollar en el hombre la firmeza frente al miedo y al dolor,
pero no la encaminada a resistir las tentaciones del placer.[46]
Es ésta una falta de consecuencia que se traduce en la debilidad del hombre
frente a los apetitos. En efecto, el sistema dórico carece en absoluto de
instituciones adecuadas para disciplinar sistemáticamente la templanza y la
propia disciplina,[47]
pues la acción ejercida por las sisitias y los ejercicios físicos es
bastante dudosa en este aspecto.[48]
El ateniense combate la pederastia de los dorios como una degeneración
antinatural de la vida sexual sana y censura el desenfreno sexual de las
mujeres 1026 de Esparta.[49]
El prejuicio espartano contra los simposios y el disfrute del vino no es, según
Platón, el medio más adecuado para educar al hombre en la sofrosyne, sino
por el contrario una fuga ante la propia falta de disciplina. El beber alcohol
no es, en realidad, lo mismo que tantos otros llamados bienes de la vida, ni
bueno ni malo en sí.[50]
Platón exige que en los simposios reine una severa disciplina, a la que debe
servir de órgano un buen presidente de la mesa, que refrene los elementos
caóticos y salvajes, encauzándolos hacia un verdadero cosmos.[51]
La extensión de
la polémica Platónica contra el prejuicio espartano del antialcoholismo parece
indicar la existencia en Atenas de grandes núcleos de secuaces y admiradores de
la educación espartana, partidarios de la abstinencia de la juventud
lacedemonia en tales ocasiones. En la literatura filolacónica de los oligarcas
atenienses sabemos que el tío de Platón, el tirano Critias, cantó loa de
aquella juventud abstemia en un poema elegiaco sobre la constitución de los
lacedemonios, leído tal vez por Platón en sus años mozos.[52]
El poema difiere del libro en prosa de Critias sobre el estado espartano,
de que Platón se sirvió en otros pasajes de las Leyes. En esta elegía,
Critias aprueba la costumbre espartana de no beber a la salud de tales o cuales
individuos, mencionándolos por su nombre en el simposio. Y describe
prolijamente el favorable efecto que esta tradición ejerce sobre los jóvenes,
su salud y su carácter. Según él, los espartanos distan mucho de ser gentes
puritanas y representan más bien el justo medio entre este extremo y el
desenfreno ateniense. Platón intenta demostrar, frente a este juicio, su punto
de vista según el cual el simposio es útil, siempre y cuando que en él reine un
fino sentido académico.
¿Qué utilidad
encierra para el individuo o para la polis un "simposio basado en
una buena educación"? [53]
Las leyes de Esparta no contienen nada acerca de esto, puesto que no existía
allí ninguna experiencia en este sentido.[54]
Platón hace del problema del antialcoholismo tema de una larga investigación
especial que discurre a lo largo de los primeros libros de las Leyes y
le sirve de base, no sólo para exponer su crítica de la ley espartana, sino
también para desarrollar sus propias ideas sobre la paideia y
especialmente sobre la educación de los instintos. El estilo de su vejez se
caracteriza por 1027 su tendencia casi
filológica a dar importancia a un determinado problema especial, partiendo del
cual el autor se abre luego camino hacia consideraciones más generales. El
valor del simposio es el mismo que el de toda paideia, por ejemplo la
formación de un coro.[55]
La formación del individuo por sí solo no encierra un valor considerable para
la totalidad; en cambio, la educación de los educandos[56]
en conjunto tiene la mayor importancia para la polis, pues los convierte
en hombres verdaderamente virtuosos, aptos para hacerlo todo bien. Aptos
también para derrotar al enemigo, cosa que en Esparta constituye el criterio
supremo de la areté.[57] La
cultura (παιδεία) trae consigo la
victoria, pero no siempre la victoria engendra la cultura; no pocas veces
ocurre precisamente lo contrario, que acarrea corno consecuencia la incultura (a)paideusi/a).[58]
Una victoria que
estimule lo que hay de híbrido en el hombre es una victoria cádmica. En cambio,
una "paideia cádmica" no ha existido jamás.[59]
Para poner de relieve el poder educativo del simposio se hace necesario encuadrarlo
dentro del marco de la paideia en su conjunto y ponerlo en relación con
la cultura "música".[60]
Por eso Platón se ve obligado a determinar qué es y cómo actúa la paideia, añadiendo:
"Éste es el camino que debe seguir nuestra reflexión, hasta llegar a
Dios."[61]
Este entronque de la filosofía de la educación con el ser supremo nos
recuerda cómo en la República de Platón la paideia tiene su raíz
en la idea del bien.[62]
Pero así como en
la República se daba la mayor importancia a la fase suprema de la paideia
γ Platón procuraba
desligar lo más posible el concepto de la paideia del concepto de pais,
en las Leyes se parte, por el contrario, de la temprana infancia.[63]
Lo que aquí interesa cada vez más al autor es captar en la capa prerracional,
inconsciente 1028 o semiconsciente de la vida,
la capa consciente, racional de la paideia, lo que podríamos llamar su
elemento verdaderamente filosófico. En el fondo, la conciencia de estas
concatenaciones existía ya en la República, como al ocuparnos de aquella
obra tuvimos ocasión de ver; [64]
lo curioso es que en las Leyes Platón se concentre de un modo tan tenaz
en el cómo psicológico. Lo fundamental de la paideia, se nos dice ahora,
es una buena educación del niño.[65]
Ésta deberá despertar en el alma infantil, como jugando, el deseo de lo que
mañana habrá de desarrollarse y llevarse a feliz término en el alma del hombre.
También la idea de la trophé aparece en la República como algo
característico de Platón. El punto de vista según el cual la perfecta areté
se halla condicionada en todos los órdenes por el modo como crece y se
desarrolla el hombre o el ser vivo, por lo vegetativo en toda su perfección
ética y biológica, aparece expresado allí con absoluta claridad.[66]
Este punto de vista tenía necesariamente que llevar a Platón a la
investigación del desarrollo de la vida de los instintos en la infancia y al
problema de cómo poner al servicio de la educación las reacciones de lo
agradable y lo desagradable, que tan fuertes son en los niños.
Es frecuente
ahora, nos dice Platón, llamar paideia a la formación en cualquier clase
de actividades, y así hablamos de la formación o la falta de formación en la
profesión de tendero o de navegante o en cualesquiera otras manifestaciones de
este tipo.[67]
Pero, si consideramos la paideia desde nuestro punto de vista, es
decir, desde el punto de vista del educador que aspira a infundir al estado un
determinado ethos, un espíritu colectivo que lo informe todo, debemos
entender por cultura, por el contrario, la educación para la areté iniciada
desde la infancia y que estimula en el hombre el deseo de llegar a ser un
ciudadano perfecto, apto para ordenar y obedecer con arreglo a los dictados de
lo justo.[68]
Ninguna otra clase de formación, referida solamente a lo especial, puede
ostentar en rigor el nombre de cultura, de paideia. Todas ellas son
manifestaciones banales, encaminadas al lucro o a cualquier capacidad o
conocimiento concretos, carentes de un principio espiritual y de una finalidad
legítima que 1029 los guíen, o simples medios o
instrumentos.[69] Pero
Platón no quiere discutir con nadie acerca de la palabra paideia; lo que
le interesa es, pura y simplemente, que la acción legislativa tenga como fundamento
la concepción certera de lo que la paideia es. Pues para él constituye
algo inconmovible el que las personas que reciben una buena educación llegan a
ser, por lo general, hombres excelentes. La auténtica cultura no debe
desdeñarse en modo alguno, pues constituye precisamente para los mejores de
los hombres el valor ideal supremo (prw=ton
tw=n kalli/stwn). Υ si por acaso esa
educación ha faltado y puede suplirse, todo hombre deberá consagrar su vida entera
y todas sus energías a conseguir este resultado.[70]
Con estas
palabras, Platón se caracteriza a sí mismo y caracteriza la obra de su vida.
Nos dice claramente aquí cómo veía la situación con que se encontró. La
auténtica paideia, que había sido siempre la formación del hombre para
la "areté total", aparecía desintegrada en toda una serie de
capacidades especiales sin una meta que las informase.[71]
La filosofía Platónica se propone restituir a la vida de los hombres esta meta,
dando con ello de nuevo sentido y unidad a todos los campos concretos
desarticulados de la existencia. Tenía que darse cuenta necesariamente de que
su época, pese a la asombrosa riqueza de capacidades y conocimientos
especiales que acumulaba en su seno, acusaba en realidad un
"descenso" de la cultura. Qué entiende por restablecimiento[72]
de la paideia lo pone en claro él mismo al contraponer la verdadera
formación del hombre, hacia la 1030 que se
encaminan sus esfuerzos, a la mera formación especial y profesional. Recobrar
para su época esta totalidad de la areté, que vale tanto como decir la
totalidad del hombre y de la vida, era la más difícil de las misiones,
incomparable por su importancia con cualquier contribución especial de
conocimientos que el espíritu filosófico pudiera aportar. Donde mejor se ve
cómo concebía él esta solución es en la República, pues toda la
estructura de esta obra descansa sobre el criterio de que la idea del bien, el
principio primario de todos los valores, ocupa un lugar predominante en el
centro del cosmos. La conciencia decisiva de la educación es la de que debe
tomar como punto de partida esta imagen del cosmos. Debe girar en torno a la
idea del bien como el centro de su sistema solar. He aquí por qué en este
pasaje de las Leyes la verdadera paideia aparece referida a lo
divino, según la expresión que Platón emplea aquí.[73]
Lo
característico de esta obra, como de todas las posteriores a la República, es
que en ella se habla mucho de lo divino o de Dios, ya sea porque Platón
abandonase más tarde su prevención primitiva contra el empleo de esta palabra
para designar su principio, o porque su aplicación exenta de reservas indique
aquí otra fase de conocimiento más cercana a la doxa. Sin embargo, en
este pasaje, como en toda la obra en general, Platón se muestra muy interesado
por la concatenación psicológica a través de la cual actúa el principio
supremo sobre el alma del hombre. Y la ilustra por medio de la imagen (eikon)
del teatro de muñecos, en que el hombre es el muñeco que actúa en el
escenario de la vida.[74]
Pero, ya hayamos sido creados como un simple juguete de Dios o para una elevada
finalidad —pues esto no podemos saberlo nosotros mismos—, lo cierto es que los
impulsos y las representaciones de nuestra alma constituyen los hilos que tiran
de nosotros en diversas direcciones.[75]
Mientras que la perspectiva de gozar un placer o sentir un dolor mueve nuestra
vida instintiva en forma de sentimientos de valor y de miedo, la reflexión (λογισμός) valorativa nos
indica cuál de estas sensaciones es mejor o peor. Cuando esta reflexión
constituye un acuerdo común de la polis, la llamamos ley.[76]
El alma sólo debe dejarse llevar por el hilo suave y dorado con que tira de
ella el logos, no por los hilos rudos y férreos de los instintos. Cuanto
más suave y menos violenta sea la acción con que la reflexión guía nuestra
alma, más necesita de la cooperación interior.[77]
Pues bien, el hilo del logos no 1031 es, como
hemos visto, sino lo que en el estado gobierna como ley. Dios o quien conoce da
a la polis el logos y lo eleva a ley, la cual rige luego las
relaciones de la polis con ella misma y con otros estados.[78]
La obediencia de alma al logos es lo que llamamos dominio de sí mismo. Con esto
queda esclarecido también qué es la paideia. Es la dirección de la vida
humana bajo el hilo del logos, manejado por la mano de Dios.[79]
Pero, al llegar aquí, salta a la vista una diferencia esencial entre las Leyes
y la República. En la República la idea del bien se concebía
como el paradigma que lleva en su propia alma el regente y filósofo.[80]
En las Leyes, el autor se siente acuciado por la necesidad de concretar
más. Esta obra presupone una humanidad que quiere saber exactamente el cómo y
el qué. Una humanidad que necesita leyes para todos y cada uno de los detalles
de su conducta. En este momento surge el problema de saber cómo aquel logos
divino encontrará el camino para descender al hombre y convertirse en
institución política. Indudablemente, Platón parece pensar en alguna forma de
asentimiento de la colectividad,[81]
pero lo decisivo para él es que se erija en legislador de la polis un
individuo que conozca lo divino. En esto no hace sino seguir el ejemplo de los
grandes legisladores del pasado. Los griegos solían llamarlos "hombres
divinos", título que fue adjudicado pronto a Platón mismo. En los días de
éste, más de una ciudad griega requirió a algún filósofo famoso para que
trazara leyes al estado. El prototipo de estos legisladores, intermediarios
entre los dioses y los hombres, es Minos, "que hablaba con Dios". La
"sabiduría de los legisladores griegos está muy cerca de la 'revelación'
".[82]
1032
Ahora sabemos ya
a qué se refiere Platón cuando habla de la acción educativa del simposio, cuya
ausencia censura en el sistema espartano.[83]
Su ideal de la paideia es, si nos fijamos en lo más íntimo de su
esencia, el dominio de sí mismo y no el dominio sobre otros por medio de la
violencia exterior, como para los espartanos.[84]
Como educador, busca un medio de contrastación de la cualidad que él
tiene en más alta estima, y lo encuentra en la embriaguez producida por el
alcohol. Este estado hace que sean más intensos los sentimientos de placer y
debilita las energías espirituales. Es como si el hombre volviese a la
infancia.[85] Este
estado se convierte en piedra de toque para contrastar la fuerza de los
factores inhibitorios del pudor y la timidez, que actúan inconscientemente. Y
del mismo modo que sólo podemos educar al hombre en la impavidez poniéndole en
contacto con impresiones pavorosas, el alma debe exponerse también a la
tentación del placer para endurecerse contra él.[86]
Platón no llega a desarrollar la casuística de las clases de placer para las
que está concebido este medio de contrastación. No hace más que apuntarlas.[87]
En cambio, le interesa mucho que se grabe lo más profundamente que sea posible
la conexión de la paideia con el pais, con la edad infantil.[88]
En la República había ido siguiendo su desarrollo hacia arriba, hasta
llegar a la corona de la suprema cultura espiritual; en las Leyes desciende
hasta sus raíces, hasta el refrenamiento de la vida de los instintos por medio
del lógos. En la temprana infancia la educación tiene que ocuparse
exclusivamente de las sensaciones de placer y dolor y de su encauzamiento.
Éstas son el verdadero material sobre el que versa en esa edad la educación.
Concebida así, la paideia se convierte en pedagogía.[89]
1033
Huelga decir que
este giro no excluye la alta idea primitiva de la paideia ni pretende
desplazarla. Pero es un retoño accesorio y muy prometedor del árbol de la
filosofía Platónica de la paideia, que brota directamente de la raíz al
lado del tronco. A la suerte que corra este temprano tratamiento del ethos en
el alma del niño va supeditando ahora Platón, cada vez más, toda la educación
posterior. Era un descubrimiento inevitable para quien, como él, había tomado
por punto de partida de su paideia la ecuación socrática entre la
voluntad y el saber.[90]
Platón no pierde de vista, como podría pensarse, esta teoría, sino que desplaza
los comienzos de la acción educativa hacia fases cada vez más tempranas. Ya la República
había iniciado este camino, aunque allí lo que le preocupaba y le impulsaba
a remontarse a la fase infantil era aún la necesidad de comenzar desde muy
pronto la propaideia espiritual.[91]
Ahora, en cambio, son los instintos, que pretende captar lo antes posible con
su formación, para que el niño se acostumbre desde el primer momento, como
jugando, a amar lo justo y aborrecer lo malo.[92]
La acción del propio logos puede prevalecer en una fase posterior a condición
de que le haya abierto el camino en la fase inconsciente el logos de otro, del
educador o de los padres. Toda areté, cuando es una areté, es
decir, una formación moral en el sentido actual de la palabra, descansa en la
sinfonía de la razón y el hábito. La paideia es la educación de los sentimientos
de lo agradable y lo desagradable que sirve de base a esa sinfonía.[93]
Platón alcanza aquí el punto del que parte la Ética de Aristóteles, que
versa también primordialmente sobre el ethos.[94]
1034
La evolución
desde el postulado socrático del conocimiento de la virtud hasta la teoría
posterior platónico-aristotélica del ethos, perfilada hasta en sus
últimos detalles y que habrá de convertirse en la raíz de toda la "ética"
moderna, se halla determinada por el hecho de que esta teoría se proponía ser
una paideia. Su camino va del puro conocimiento de la norma a la visión
de lo que es y cómo debe ser tratada el alma. Tras un periodo en que
consideraba como meta suprema ahondar cada vez más en la visión y el
conocimiento consciente movido por la fe en la acción que esta exaltación y
este ahondamiento ejercerían necesariamente sobre toda la cultura moral de la
personalidad, la obra de Platón vuelve a colocar en primer plano, al final de
su vida, la antigua idea helénica de la formación del hombre, y el filósofo ve
ahora su verdad bajo una luz nueva. Este retorno aparente de lo ideal a lo
histórico nos parecería a nosotros perfectamente natural. Después de alcanzar
el punto máximo en su marcha hacia el ideal puro, siente la necesidad de
realizar en la medida de lo posible ese ideal y de plasmarlo en la vida,
necesidad que le lleva de nuevo al mundo y le convierte en un forjador de
hombres.[95] Es
evidente que este anhelo tenía que imponerse con mucha más intensidad
tratándose, como se trata en las Leyes, del problema de modelar las
fuerzas irracionales del alma. Aquí sí se trata de formación en el sentido más
estricto de la palabra, del modo de moverse y de comportarse y de todas las
manifestaciones del ethos interior del alma. Si Platón, aparentemente,
empieza dirigiéndose al intelecto, en plan protestante, ahora descubre la
importancia de aquellos elementos de expresión cuya temprana plasmación en
forma fija constituye uno de los rasgos esenciales de la educación católica.
Con esto pasan a
situarse de nuevo en el centro del interés, de un modo significativo, ciertos
factores culturales de la antigua Grecia con los que desde hace mucho tiempo nos
hallamos familiarizados. La cultura musical de la antigua Hélade eran las
danzas y los cantos corales. Es cierto que habían perdido esta función en un
mundo intelectualizado y sólo perduraban, sobre todo en Atenas, como modos de
producción artística bajo una forma enormemente complicada. Sin embargo, Platón
echa de menos en la educación de su tiempo algo que las supla realmente, tan
pronto como se pone a pensar en su problema de la temprana formación del ethos.
De este modo, llega en las Leyes al postulado del renacimiento de
las antiguas danzas helénicas en corro, como elemento fundamental para la
formación infantil. La infancia no conoce el descanso, desarrolla un
movimiento 1035
incesante, que no se puede sujetar a un sitio determinado, y sólo puede encauzarse
en una determinada dirección.[96]
El hombre, a diferencia de otros animales, posee el sentido del orden y el
desorden en los movimientos que llamamos ritmo y armonía. He aquí un ejemplo
clásico de aquella alegría, que debe ser desarrollada desde muy pronto en el
juego, por las manifestaciones certeras y hermosas, la cual constituye el
impulso más poderoso para el desarrollo del sentido moral y artístico.[97]
Quien no haya pasado por la escuela del gozo en los movimientos rítmicos y en
la armonía de las canciones corales, es un hombre inculto. El hombre cultivado
es el que posee el sentido de las bellas danzas.[98]
Éste lleva en su alma una pauta certera que le da el sentimiento infalible para
lo hermoso y lo feo, en cuyo aspecto Platón concibe como una unidad inseparable
lo ética y estéticamente hermoso.[99]
Esta unidad de lo ético y lo estético apenas existía ya en el arte de su
tiempo. El filósofo se propone restaurarla con la coréutica, que tiene
presente como modelo. Esto presupone una norma absoluta de lo bello.[100]
Constituye el más grande de los problemas para el educador, que pretende
edificarlo todo sobre esta base artística. Quien vea en la asimilación del ethos
de toda la polis y de su juventud a las melodías escuchadas y los
ritmos danzados la fuente de toda cultura y de toda educación no puede
confiarlo todo, como "hoy" se hace, al capricho individual.[101]
Platón tiende la vista buscando un país en que existan formas hieráticas y
fijas del arte, sustraídas a todo afán de innovación y a toda arbitrariedad. Y
sólo las encuentra en Egipto, donde el arte carece aparentemente de evolución
y conserva con todo rigor un inmenso sentido para la tradición de lo ya
consagrado. Desde su punto de vista, el filósofo cree adquirir una nueva
comprensión de este estado de cosas. del mismo modo que en otro respecto se
entusiasma con la situación de Esparta.[102]
1036
El destino del
arte depende, según él, del hecho de que sea capaz de mantenerse libre del
gusto hedonístico y materialista del público. Cicerón dice en un pasaje que el
refinado gusto del público de Atenas daba la pauta para juzgar de la elevación
del nivel artístico en aquel pueblo y atribuye el envilecimiento del arte en
otros países a la ausencia de semejante criterio.[103]
Platón ve este problema con ojos muy diferentes, a pesar de vivir en medio de
la época y del ambiente que Cicerón ensalza como clásicos. Le parece que el
público de su tiempo, preocupado sólo por el goce, es el que echa a perder todo
el arte.[104] El
verdadero juez en materia de arte —y al decir esto, Platón piensa,
indudablemente, en la comisión instituida por el estado ateniense para
adjudicar los premios a las mejores obras de arte ejecutadas en público— no
debe dejarse guiar por el auditorio, pues esto echaría a perder tanto a los
poetas como al público. No debe ser discípulo de éste, sino su maestro. El
estruendo de los aplausos de la multitud va asociado a su propia incultura
frente al juicio certero y al buen gusto.[105]
Ya hemos visto que el único criterio del público para juzgar de una obra de
arte es la sensación de goce que le produce. Y si fuese posible definir
realmente lo que cada edad de la vida entiende por goce y el género de arte que
prefiere, veríamos que cada una elige un tipo de arte distinto. Los niños
pondrían por encima de todos los artistas a los encantadores y los adultos no
darían tampoco pruebas de poseer un discernimiento más refinado en materia de
arte.[106]
Dentro de Grecia
sólo existe una tradición firme respecto a la poesía en Creta y en Esparta,
donde se reverencia al viejo Tirteo.[107]
Sin embargo, como más arriba hemos visto, Platón sostiene que, para poder
difundir esta poesía en Atenas, sería necesario modificarla, sustituyendo la
valentía como supremo valor por la justicia.[108]
Queriendo ilustrar esto con un ejemplo, Platón elige entre todas las poesías
de Tirteo aquella en que se compara la valentía a las demás virtudes del hombre
y se le entrega la palma.[109]
Y demuestra que, 1037 en realidad, no es la
bravura heroica, sino la justicia, la virtud que convierte las demás cualidades
positivas del hombre en verdaderos bienes y sin la cual éstos carecen de todo
valor.[110] Una
concepción certera acerca del rango jerárquico entre los distintos bienes humanos
constituye la premisa de toda verdadera poesía, puesto que es misión del poeta
educar a la juventud.[111]
La poesía y la música son manifestaciones de auténtica paideia, siempre
y cuando que se ajusten a este postulado.[112]
Este punto de vista encierra, realmente, aun siendo unilateral, una buena
parte de la verdad, con tal de que se aplique a la poesía y la música antiguas
de Grecia. Al lector de nuestra exposición no le será difícil comprender lo que
Platón quiere decir. El pleito en torno a la suprema areté y el debate
sobre los bienes supremos de la vida discurren a lo largo de los siglos a
través de la poesía antigua. Con ellos se enlaza, conscientemente, la posición adoptada
en las Leyes por Platón. Las odas de los poetas son para él epodos, exhortaciones
dirigidas al alma del que las escucha para que, bajo el dulce encanto de la
forma, se asimile dócilmente el contenido serio que encierra, como una medicina
azucarada.[113]
Platón querría infundir a su ciudad un hambre ardorosa e insaciable de esta
clase de alimento.[114]
Al fundir en una nueva unidad el goce innato por lo bello con el apetito de lo
bueno, no hace, en el fondo, más que demostrar su carácter helénico. Sólo esta
unidad puede forjar en una forma permanente las almas de los griegos bajo el
fuego de la juventud y del entusiasmo,[115]
y hasta los viejos pierden su dureza y su resistencia a ser modelados cuando su
ánimo se ve previamente y en la medida necesaria ablandado, derretido y
calentado por los dones de Dionisos.[116]
Es así como el legislador se convierte en forjador y modelador (πλάστης) de almas.[117]
Al final, aunque
manifiestamente sólo por una razón de forma, Platón añade la gimnasia,[118]
pero no se detiene en ella, del mismo modo que en la República le
dedicaba un espacio bastante menor que a la música. El problema del simposio y
de su valor educativo, que le había servido de punto de partida, y que luego
parecía haber perdido de vista, es tratado de nuevo y llevado a término al 1038 final de este primer gran estudio sobre la paideia,
mediante largas consideraciones acerca de la dosis de vino que debe
administrarse según las diferentes edades y acerca de su importancia especial
para cada una de ellas.[119]
[1] 1
plutarco, De Alex. fortuna, 328 E: tou\j... Pla/twnoj o)li/goi no/mouj a)naginw/skomen.
[2] 2
Cf., sobre la transmisión documental de las Leyes, L. A. post, The Vatican Plato and its
Relations (Middletown, 1934).
[3] 3 Eduard zeller, Platonische Studien (Tubinga,
1839), p. 117.
[4] 4 Philosophie der Griechen, t, II (3a edición), p.
805.
[5] 5 Algunas obras modernas sobre Platón,
como las de U. von Wilamowitz, P. Shorey, A. E. Taylor, E. Barker y P.
Friedlander, se ocupan más del contenido de las Leyes. Pero, para hacer
justicia a esta obra, es necesario examinarla desde muy diferentes puntos de
vista. J. stenzel, Platón der
Erzieher (Leipzig, 1928) no la toma en consideración. Está todavía dentro
de la antigua tradición, consistente en dejar de lado la obra.
[6] 6 Leyes, 739 D. El estado de
las Leyes se califica aquí como el mejor después de la eternidad, es
decir, de lo divino y perfecto, a lo que se acerca, pero sin coincidir
plenamente con ello. Platón admite, además, la existencia de un tercer estado
(739 E) que se propone estudiar más tarde, si Dios lo permite. Este propósito
no llegó a desarrollarse. De lo dicho se deduce claramente que la existencia de
las Leyes al lado de la República no significa, ni mucho menos,
para Platón, el abandono de su anterior ideal de estado. Por el contrario, este
ideal sigue conservando una validez absoluta para las Leyes, al menos en
lo que se refiere a la idea fundamental: la de que el mejor estado es aquel que
en más alto grado forma una unidad consigo mismo. El estado de las Leyes debe
acercarse a esta meta tanto como lo permita el bajo nivel de la paideia (cultura).
Cf. 740 A. La diferencia entre ambas obras sobre el estado no estriba, pues, en
su ideal filosófico, sino en el distinto grado de paideia que una y otra
presuponen.
[7] 7 Rep., 425 A-C.
[8] 8 Político, 294 A-297 C.
[9] 9 No ha cambiado la meta absoluta,
sino sólo la pauta aplicada a la consecución de la meta. Cf. supra, n.
6. El bajo nivel de paideia (Leyes, 740 A) con que se enfrenta el
diálogo Platónico hace necesaria la vigencia de leyes, mientras que el de la República
permite prescindir de ellas.
[10] 10 Podría objetarse que no se trata, ni
mucho menos, de una nueva actitud de Platón y que sólo ha cambiado el punto de
vista. Pero precisamente el hecho de que Platón consagre tanto interés a este
punto de vista, que antes no tenía en cuenta para nada, denota un cambio
efectivo de su actitud filosófica.
[11] 11 La cultura
más exacta (a)kribeste/ra paidei/a) que en Leyes, 965 B, se exige
concisamente para los
futuros gobernantes, se
caracteriza en 965
C, es indiscutible, como
dialéctica de la idea en la
multiplicidad de sus
manifestaciones.
[12] 12
Cf. diógenes laercio, iii, 37, y suidas,
i. ν., φιλόσοφος. La tradición
sobre la redacción
de la Epinomis por
Filipo no debe
separarse de la
noticia según la cual fue él quien editó las Leyes a base de las
tablas de cera legadas por Platón dividiendo
la gigantesca obra en doce
libros. Y esta noticia debía de proceder de una fuente antigua muy
buena, probablemente de la primitiva Academia. El estilo de la Epinomis confirma de
manera cabal el tenor de la noticia. A.
E. tayi.or, "Plato and
the Authorship of the Epinomis" (en
Proceed. Brit. Acad., vol. xv) y H. raeder,
"Platons Epinomis" (en Danske Videnskab. Selskab.,
Hist.-phil. Medd., 26, 1) han
tratado de defender recientemente
la autenticidad de esta
parte de la obra, en el
afán de salvar para Platón
su contenido matemático, pero
éste cuadra todavía
mejor con un
matemático y astrónomo
de la Academia tan erudito
en estas materias como
Filipo de Opunte.
Cf. en contra de
esto F. mueller. Stilistische Unterschung
der Epinomis (Berlín, 1927)
y en Gnomon, xvi,
p. 289, y
además W. τηειler, en Gnomon,
vii, p. 337
y B. einarson en American
Journal of Philology,
t. 61, 1940.
Mi investigación sobre la Epinomis (premiada en 1913 por la
Academia de Berlín)
se baila inédita.
[13] 13 Cf. supra, p. 1016, n. 6.
[14] 14 Leyes, 720 As. y 957 D-E.
[15] 15 Cf. supra, p. 794. Leyes, 857 D: ou)k i)atreu/eij to\n nosou=nta, a)lla\ sxedo\n paideu/eij.
[16] 16 Cf. supra, pp. 815 ss.
[17] 17 Cf. supra, p. 516.
[18] 18 Cf. supra, p. 1016, n. 7.
[19] 19 Leyes, 718 B.
[20] 20 Deben consultarse todas las extensas
consideraciones de Platón en las Leyes, parte final del libro cuarto
(718 Ds.), sobre todo el paralelo que establece entre el legislador y el médico
en 719 E s. y sobre el concepto del preámbulo en general, 722 D s.; todas
las leyes deben llevar preámbulo, 722 B.
[21] 21 Prot., 326 C.
[22] 22
El propio Platón
nos hace diversas indicaciones para la
comprensión del estilo solemne y
lento, a veces retorcido. Nada le
repugna tanto como esos hombres incultos y seguros de si (a)maqai/nontej), a quienes se conoce por su veloz
ritmo espiritual (ta/xoj th=j yuxh=j) : los intelectuales. (Cf. también, acerca de ellos, Rep., 500
B.) El lenguaje de Platón en las Leyes
lleva, entre otros, el propósito de situarlo por encima de este tipo de
cultura. Acerca de su carácter poético,
Cf. infra, p. 1068.
[23] 23
Cf. supra, p. 573.
[24] 24 Véase, acerca de esto, platón, Rep., 544 C 2; además, aristóteles en en Protréptico
(diálog. frag., p. 54, ed. Walzer). Cf. la prueba del origen aristotélico
de los extractos en jaecer, Aristóteles,
p. 95.
[25] 25 Leyes, 642 C.
[26] 26 Leyes, 642 B.
[27] 27 Cf. Leyes, 692 E-693 A.
[28] 28 Rep., 544 C; Cf. 545 Β 6.
[29] 29 El autor de la presente obra apenas
necesita decir que ve en este modo de proceder de Platón en las Leyes algo
que puede servir de modelo para todos los tiempos.
[30] 30
Leyes, 629 B.
[31] 31
Así se desprende
del modo como
Platón utiliza a
Tirteo, en las Leyes,
como representante de la idea espartana
de la areté (629 A;
Cf. acerca de esto 660 E, donde refunde los versos de Tirteo sobre la
verdadera areté).
[32] 32
Cf. la larga serie de testigos de la persistencia viva de Tirteo en el
pensamiento y en la poesía griegos de la posteridad, que figura en mi ensayo Tyrtaios
Über die wahre arete (Ber. Berl.
Alead., 1932), pp. 559-568. A esta
lista puede añadirse ahora la
poesía citada en el texto y
recientemente descubierta en una inscripción, publicada por G. Klaffenbach
en el informe sobre su viaje a Etolia y Acarniana (Ber. Berl.
Akad., 1935, p. 719). Esta poesía documenta la persistencia de Tirteo como representante de
un determinado tipo de paideia hasta
el siglo iii a. c.
[33] 33
Cf. supra, p. 100, donde se trata a Tirteo, siguiendo el ejemplo
de Platón, tanto desde el punto de vista espartano como desde el punto de vista
universal.
[34] 34
Leyes, 625 D-626 A.
[35] 35
El triunfo en la guerra sobre todos
los demás estados es, según la concepción espartana, característica y
norma (o(/roj) esenciales
del estado bien gobernado. Cf. Leyes, 626 B-C.
[36] 36 Tirteo es examinado en Leyes, 629
A (Cf. supra, pp. 91 y 100s.) ; Teognis en Leyes, 630 A-C (Cf. supra, pp. 109 s. y 195).
[37] 37
Leyes, 630 B. Cf. supra,
pp. 103 ss., el capítulo titulado "El estado jurídico y su
ideal ciudadano", donde se estudia su significación en la historia de la areté
humana.
[38] 38 Leyes, 630
E.
[39] 39 Leyes, 631 A.
[40] 40 Leyes, 631 B.
[41] 41 Leyes, 631 C.
[42] 42 Leyes, 631 Β.
[43] 43 Cf. teognis, 147.
[44] 44 Leyes, 631 C 6, 632 C 4.
[45] 45 Leyes, 633 A s.
[46] 46 Leyes, 633 C-D, 634 A-C.
[47] 47 Leyes, 635 B-D.
[48] 48 Leyes, 636 A-B.
[49] 49
Leyes, 636 C, contra la pederastía; 637 C, crítica de la
licenciosidad de las mujeres espartanas.
[50] 50
Leyes, 638 D-639 A.
[51] 51
Leyes, 639 A-640 D.
Detrás de la
prolija investigación acerca del
valor de los simposios en las Leyes de Platón está la costumbre
de la celebración de simposios en la Academia Platónica. Cf. supra, pp. 568 55.
[52] 51a critias,
frag. 6 (ed. Diels).
[53] 52
Leyes, 640 Β; sumposi/ou de\ o)rqw=j paidagwghqe/ntoj ti/
me/ga i)diw/taij h)\ th= po/lei gi/gnoit' a)/n.
[54] 53 Leyes 639
Ε 5.
[55] 54 Leyes, 641 Β 3: xorou=
paidagwghqe/ntoj. La utilidad para
el coro en su conjunto se compara con la que reporta para cada uno de sus
componentes. La elección de esta comparación se desprende de la definición del
simposio dada en Leyes, 639 D, como una forma de la comunidad humana (tw=n pollw=n koinwniw=n mi/a). Platón, como otros muchos escritores
de aquel tiempo, considera aquí el coro como prototipo de educación y
disciplina. Cf. jenofonte, Mem.,
iii, 5, 18; demóstenes, Fil.,
i, 35.
[56] 55 Leyes, 641 Β 6: paidei/an tw=n paideuqe/twn.
[57] 56 Leyes, 641 C 1.
[58] 57 Leyes, 641
C 2: paidei/a me\n ou)=n fe/rei kai\ ni/khn, ni/kh d' e)ni/ote kai\
a)paideusi/an.
[59] 58 Leyes, 641
C 5.
[60] 59 Leyes, 641 C 8. El espartano de las Leyes
manifiesta su asombro acerca de este modo de concebir la esencia del
simposio como una forma de la paideia, pues en Esparta existe la paideia, pero no existen
los simposios. Sobre su enlace con la paideia ( mousikh\
paidei/a) Cf. Leyes, 642
A.
[61] 60 Cf. Leyes, 643 A.
[62] 61 Cf. supra, pp. 677 ss. También
en las Leyes, hasta podría decirse que en ellas de un modo todavía más
marcado, el sistema de la paideia culmina en la nueva creación
espiritual Platónica, en la teología (Cf. infra, p. 1074). A la teología
está consagrado todo el libro décimo de las Leyes.
[63] 62 Leyes, 643 Β 5.
[64] 63 Cf. supra,
p. 623.
[65] 64
Leyes, 646 C 8: kefa/laion dh\ paidei/aj le/gomen th\n o)rqh\n trofh/n. Aquí se designa
esta fase como κεφάλαιον de la paideia. También se presenta como la verdadera paideia
en el libro segundo, 653 B-C.
[66] 65
Cf. supra, p. 622.
[67] 66 Leyes, 643 D 7-E
2.
[68] 67 Leyes, 643 E 3. Platón
intenta, en varios otros pasajes de las Leyes, definir conceptualmente
la esencia de la paideia, por ejemplo en 655 B, 654 Β y 659 D. Es
digno de tenerse en cuenta que la definición de la paideia dada por él
en este pasaje tiende mucho más a la misión social del hombre que la larga
definición descriptiva, por ejemplo, que da isócrates,
Panatenaico, 30-2. Isócrates se esfuerza principalmente en
describir el modo interior de ser el hombre culto y la armonía de su
personalidad, tal como corresponde al ideal de su tiempo. Platón, en cambio,
encuadra al hombre dentro del estado y traduce todo el valor de su educación en
su capacidad para cooperar con otros.
[69] 68
Leyes, 644 A 1-5.
[70] 69
Leyes, 644 A 6-B 4. England, en
su comentario a las Leyes de
Platón, explica la palabra εξέρχεται, que Platón emplea en este pasaje con referencia a la
paideia o cultura, por "exceder sus límites". Y lo
mismo el diccionario de Liddell y
Scott, en su edición más reciente. Esta
acepción de dicha palabra apenas si encuentra
ningún otro punto
de apoyo en las fuentes. En
realidad, debe querer decirse que la cultura "expira", como se
dice del periodo de sesiones del Senado o
del cargo de un
funcionario público, de
un mes o
un año, y también de ciertas enfermedades de
determinada duración, que "expiran, terminan". Esto
presupone la idea de que también
en la vida de
la cultura existen periodos y,
por tanto, una atrofia de la cultura, idea que armoniza muy bien con la
concepción general acerca de la periodicidad de la historia, que profesa
Platón, y con la reanudación del desarrollo de la cultura (Leyes, libro iii). Semejante estado de conciencia sólo podía
formarse en tiempos de violentos cambios, como aquellos en que vivía
Platón. El problema de la decadencia de
la cultura ocupa enteramente su espíritu
desde el primer momento. La decadencia de los estados, de que habla con
frecuencia, y que fue lo que sirvió de punto de partida, no es más que una
parte de este problema.
[71] 70
Llama a la verdadera paideia, que
contrapone a la simple formación profesional, h( pro\j
a)reth\n paidei/a, es decir, el
cultivo de la perfección humana. Por areté
debe entenderse aquí "la areté total", de que
tanto se habla en los primeros diálogos de Platón y que en Leyes,
630 D, opone a las virtudes puramente
guerreras de los espartanos.
Esta areté es la
única pauta verdadera
de toda legislación: 630 E. La
valentía ocupa el cuarto lugar en la jerarquía de las cuatro virtudes cívicas
de Platón. Cf. Leyes, 630 C 8.
[72] 71
e)panorqou=sqai: Leyes, 644 Β 3.
[73] 72
Cf. Leves, 643 A 5-7, sobre el camino de la paideia para
llegar a su meta: Dios.
[74] 73
Leyes, 644 C s.
[75] 74
Leyes, 644 D 7-E 3.
La idea de que el hombre es un juguete en manos de Dios (ποίγνιον) se
repite en el
libro séptimo (803
C), como también
la idea de la muñeca movida por un hilo
(qau/mata), 804 Β 3.
Ambas ideas guardan una íntima relación con la concepción Platónica de
la paideia mantenida en las Leyes, siendo, por tanto, esenciales
para su pensamiento.
[76] 75 Leyes, 645 A.
[77] 76 Leyes, 645 A 4-7.
[78] 77
Leyes, 645 B. En este pasaje se manifiesta claramente la conciencia
legislativa que Platón
tiene de sí mismo.
El legislador es, en última instancia, Dios mismo. Sus leyes reciben de
él su autoridad.
Tal era la base sobre la que había
erigido su legislación
la antigua polis griega.
Platón restaura este principio, pero su idea de Dios es nueva
y el espíritu de la nueva idea informa la totalidad de sus leyes.
[79] 78
Leyes, 645 Β 8-C 3. Platón
no desarrolla por sí mismo
en detalle estas conclusiones derivadas
de sus premisas, sino que se limita a decir que el lector podrá ver claramente
ahora qué son la areté y la maldad y qué es la paideia.
[80] 79
Rep., 540 A 9; Cf. 484 C 8.
[81] 80
Cf. Leyes, 645, Β 7: po/lin de\. ..
lo/gon paralabou=san, no/mon
qeme/nhn. En el Político, 293 A, había dicho que no era
esencial el asentimiento de los gobernados
para la forma absolutamente mejor de gobierno, que él se representa como una monarquía o una
aristocracia. Sin embargo, en las Leyes
prevé la necesidad de ese requisito, puesto que va implícito en el
concepto de una dominación vinculada a la ley.
[82] 81
Queda en pie,
naturalmente, la distinción
de que el
órgano a través del
cual recibe el conocimiento
de lo divino no es otro
que su razón
(nou=j, fro/nhsij), Cf. 631 C 6, 632 C, 645 A-B. Su visión no nace del éxtasis, y los
conceptos religiosos de
la inspiración y
del entusiasmo, que
Platón emplea en otras obras
para describir el estado de espíritu del filósofo, son modificados por él en
el sentido de
una visión espiritual, que constituye
la meta última de la trayectoria dialéctica. Sin embargo, desde el
punto de vista de aquellos
que deben aceptar
como ley el conocimiento del regente filosófico
sin ser filósofos a su vez, esta clase de
argumentación apenas si se distingue de la revelación divina.
[83] 82
platón, en Leyes, 645
C 3-D, aplica inmediatamente la visión obtenida al problema de la significación
educativa que tiene el disfrute del vino en el simposio (μέθη). Con ello se
remonta al examen del
problema planteado por el
ateniense de qué instituciones
fueron creadas por Esparta para inculcar
la virtud de la sofrosyne (635
D), paralelamente a lo que se sabe que ocurría con la educación de la valentía. Cf. 637 As. y 638 C-E.
[84] 83
El problema de qué se hacía en
Esparta para educar
al hombre en la sofrosyne (Leyes, 635 E)
se encaminaba, por tanto, a la concepción
Platónica de la paideia, divergente de la espartana, debiendo por
tanto desembocar en el problema general de la esencia de la paideia (643 A-644 B). El problema concreto de la actitud adoptada
por la disciplina espartana ante el uso del alcohol sirve ahora para ilustrar
psicológicamente a la luz de un ejemplo concreto este concepto Platónico de la paideia.
[85] 84 Leyes, 645 D-E.
[86] 85 Para la embriaguez como cura del
espíritu, Cf. Leyes, 645 C-D. En 646 E al final del libro II, Platón
explica cómo ha de educarse a los hombres jóvenes en el miedo a la falta de
resortes inhibitorios (el miedo es llamado aidos) por medio del
desencadenamiento artificial de los impulsos en la embriaguez.
[87] 86 Leyes, 649 D.
[88] 87
Platón insiste expresamente
en esto, al comienzo
del libro ii de
las Leyes, 653 A s.
[89] 88
Platón, en las Leyes, muestra
también cierta predilección
por la palabra paidagwgei=n. Así como antes toda aspiración del hombre a la areté
se convertía para él en paideia, ahora la παιδαγωγία se convierte
también en la médula de la paideia del adulto. La embriaguez tiene tanto
valor educativo porque lleva al adulto a la infancia, le convierte de
nuevo en niño (pai=j), Leyes, 646 A 4. De este modo permite que se
reanude en la edad madura lo que es función fundamental de toda educación: el
establecer una relación adecuada con esta vida instintiva de la edad temprana.
[90] 89 Cf. supra, pp. 445, 471 ss., 509,
549.
[91] 90 Cf. supra, pp. 716 s.
[92] 91
En Leyes, 653 A,
se dice que
la primera sensación
(prw/th ai)sqhsij) del niño es la
de lo agradable y lo desagradable. Y se debe considerar como una evolución muy
afortunada el que la frónesis (el
conocimiento socrático del "bien",
que es al
mismo tiempo bondad)
y el "verdadero criterio" (a)lhqh\j
do/ca) se
produzca en edad
avanzada (pro\j to\ gh=raj).
El hombre
sólo es completo (τέλεος) cuando ha conseguido esto. Pero
Platón se muestra ahora
perfectamente dispuesto a
dar el nombre
de paideia a la
primera fase de la areté formada ya en el niño (653 Β 1).
[93] 92 Leyes, 653
B.
[94] 93
Es cierto que Aristóteles distingue todavía
en su Ética entre la areté del espíritu (dianohtikh\ a)reth/) y la areté del carácter
(h)qikh\ a)reth/), siguiendo con
ello a Platón y a la línea procedente de la valoración
socrática del saber para la areté. Pero
en la Ética
nicomaquea ocupa ya
la parte principal
la investigación de las virtudes éticas, que en
adelante dan el nombre a esta
obra y a toda la disciplina. En la llamada Ética magna, surgida de la antigua escuela peripatética y que
la tradición atribuía falsamente al
propio Aristóteles, esta evolución
hace que se
ponga por completo en
duda el enlace
esencial de la ética con el
espíritu y su cultura y que no se le reconozca ya más misión que la de educar
los impulsos (όρμαί). Cf. jaecer, "Ursprung und Kreislauf des
philosophischen Lebensideals", en Ber. Berl Akademie, 1928, p. 407,
y R. walzer, "Magna
Moralia und aristotelische Ethik",
en Neue Philol. Unten., edits. por W. Jaeger, t. vii, pp. 182-189.
[95] 94 Cf. supra, pp. 629, 656.
[96] 95 Leyes, 653 D.
[97] 96 Leyes, 653 E-654 A.
[98] 97 Leyes, 654 B: o( me/n
a)pai/deutoj, a)xo/reutoj h(mi=n e)/stai, to\n de\
pepai-deume/non i(kanw=j kexoreuko/ta qete/on.
[99] 98 Leyes, 654 Β 6-Ε.
[100] 99 Leyes, 654 Ε 9-655 Β 6: "son bellos todo movimiento y
todo ritmo que expresen la areté del alma o del cuerpo"
(literalmente: que se atengan con firmeza a ella).
[101] 100 Leyes, 655
D, 656 D 1.
[102] 101
En Leyes, 656 D s.
Platón se explica la persistencia de los tipos en el arte
egipcio, tanto en
las artes plásticas como
en la música, como
efecto de un acto
legislativo, comparable al
que él propone ahora
en las Leyes,
en una época primitiva.
El arte egipcio
tenía necesariamente que producir
a los griegos del siglo IV, gentes de
despierta sensibilidad y vida fugaz, la
impresión de que no había en él
ninguna evolución ni cambio alguno. Cf.
656 E 4: skopw=n de\ eu(rh/seij au)to/qi ta\ muriosto\n e)/toj
gegramme/na h)/ tetupwme/na h)/ tetupwm/ena tw=n nu=n de-dhmiougeme/nwn
ou)te ti kalli/on ou)/t ai)sxi/w, th\n au)th\n de\ te/xnhn a)peir-gasme/na. Las obras de la
época antigua no eran ni más hermosas ni más feas que las creaciones artísticas de los
tiempos actuales. A
Platón lo único
que le interesa es la constancia
del ideal de belleza.
Cierto que en sus palabras apenas se percibe ninguna
admiración especial por este ideal egipcio de belleza como tal.
[103] 102 cicerón. Or.,
8, 24 s., en especial, 9, 28.
[104] 103 Leyes, 657 E-658 D. Platón no
discute, naturalmente, que el arte existe para gozar de él, pero no toma como
pauta de su valor el grado de goce que procura a cualquiera, sino el que
procura a los mejores, es decir, a los hombres suficientemente cultos ( i(kanw=j
pepaideume/noi) y mejor aún, al
que se destaca por su perfección ( a)reth/) y su cultura (paidei/a ).
[105] 104 Leyes, 659 A-C.
[106] 105 Leyes, 658 A-D.
[107] 106 Leyes, 660 B; Cf. 629 B.
[108] 107 leyes, 629 E-630 C.
[109] 108 Es la elegía que comienza con las
palabras: ou)/t' a)\n mnhsa/mhn ou)/t' e)n lo/gw| a)/ndra
tiqeihn. Cf. Leyes, 660
E 7 s. Cf. mi estudio de esta poesía en Tyrtaios Uber die wahre Arete (Ber.
Berl. Akad., 1932). Platón elige esta poesía porque no se limita a cantar la
valentía espartana y a mostrarla plásticamente en la lucha, como hacen otras
poesías del mismo Tirteo, sino que examina bajo una forma general el problema
de lo que es la verdadera virtud varonil. Cf. supra, pp. 96 ss.
[110] 109 Leyes, 661 B 5.
[111] 110 Leyes, 661
D s.
[112] 111 Leyes, 660 E y 661 C 5-8, es decir, al
comienzo y al final del comentario sobre la elegía de Tirteo se subraya
expresamente esta identidad entre la poesía y la paideia.
[113] 112 Leyes, 659 E-660 A. La w)idh/ es paideia porque es e)pw|dh/. Pues como Platón dice a modo de introducción (659
D), la paideia es h( pai/dwn o(lkh/ te kai\ a)gwgh\ pro\j to\n
u(po\ no/mou lo/gon a)rqo\n ei)rhme/non. Esta fuerza de atracción arranca de la belleza de
la forma. Sobre la definición de la ley como el o)rqo\j
lo/goj (expresado en
palabras), Cf. Leyes, 645 B. La ética aristotélica se enlaza con este
concepto.
[114] 113 Leyes, 665 C.
[115] 114 Leyes, 666 A.
[116] 115 Leyes, 666 B, 671 B.
[117] 116 Leyes, 671 C.
[118] 117 Leyes, 673 A .s.
[119] l18 Leyes, 673 D 10, al final
del segundo libro. La digresión sobre el empleo del vino (μέθη) y su importancia para la paideia encuentra
aquí su "colofón" (673 D 10 y 674 C 5).
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