lunes, 25 de diciembre de 2017

Werner Jaeger Paideia : Los ideales de la cultura griega Libro tercero: En busca del centro divino: eL Gorgias el educador como estadista.



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para comprender la relación existente entre las dos obras citadas, lo primero es sobreponerse a ese equívoco tan extendido que, por la falsa aplicación del concepto de lo "poético" a los diálogos plató­nicos, ve en cada una de estas obras una confesión al modo de Goethe y un descargo por parte de Platón de los sentimientos y de las emo­ciones que le oprimían, por cuya razón sitúa el Gorgias, con su serio patetismo, en otro periodo de la vida del autor que el alegre Protá­garas. Esto conduce a considerar el Protágoras como la obra más antigua de Platón, escrita antes de la muerte de Sócrates, y el Gor­gias, en cambio, como una obra escrita bajo la impresión de amar­gura de esta catástrofe, con lo cual se desconoce el carácter absoluta­mente objetivo que tiene la forma artística de los diálogos platónicos.[1]La fórmula de "vida y poesía", tomada de la lírica moderna, no sirve para interpretar los diálogos de Platón.[2] Es cierto que todo el género artístico de los diálogos platónicos brota de una sola y grande experiencia vivida, la de la personalidad de Sócrates. Pero no puede hacerse extensivo a las distintas obras en el sentido de buscar en cada una de ellas la expresión de una nueva situación de vida y de los sentimientos subjetivos de su autor. Lo impide precisamente el carácter de la experiencia vivida que sirve de base a la forma dia­logada, su vinculación a la persona de otro hombre, es decir, a algo objetivo. Sin duda, la actitud personal del autor ante la vida se mezcla también en ello y tiñe la pintura que aquél traza de la figura de Sócrates, pero la seriedad del Gorgias no se debe precisamente a que en él se refleja un estado de ánimo momentáneamente ensom­brecido, y la proximidad en el tiempo de la muerte de Sócrates no es necesaria para explicar el pathos grandioso que transpira esta obra, como no lo es para explicar el fúnebre dramatismo del Fedón, que los mismos intérpretes sitúan en el plano del tiempo muy lejos de la muerte de Sócrates y muy cerca del alegre Simposio. Y sobre todo, colocar el Protágoras en los comienzos de toda la obra escrita de Platón resulta imposible para quien haya seguido el curso de nues­tra interpretación y se haya convencido de que en esta obra se re­sumen y culminan en un plano superior y dentro de un marco más 512 amplio los problemas de los diálogos socráticos menores, pertenecien­tes a la primera época, apareciendo iluminados o posteriori desde aquí, con arreglo al método empleado constantemente por Platón. Más adelante veremos que esta tendencia a situar el Protágoras en un pe­riodo anterior, desglosándolo del Gorgias, tan íntimamente unido a él, se debe también en gran parte al desconocimiento de su contenido filosófico.

El paralelismo entre el Gorgias y el Protágoras salta a la vista. Gorgias de Leontini, creador de la retórica en la forma que había de dar la pauta a los últimos decenios del siglo v,[3] es para Platón la personificación de este arte, como Protágoras lo es de la sofística en el diálogo que lleva su nombre. Como el Protágoras, el Gorgias per­sigue la finalidad de proyectar hacia el exterior y de hacer que se debata con las grandes potencias espirituales de su época la socrática, que en los últimos diálogos menores se había expuesto más bien en su estructura interior. Al lado de la sofística, que constituye un fenó­meno puramente pedagógico, la retórica representa el aspecto de la nueva cultura orientado prácticamente hacia el estado. Todavía en la época clásica, rhetor sigue siendo el nombre para designar al es­tadista, que en un régimen democrático necesita ser ante todo orador. La retórica de Gorgias se propone formar retóricos en este sentido de la palabra. Esta pretensión le sirve a Sócrates de punto de partida para hilvanar una conversación sobre la esencia de la retórica, aná­loga a la del Protágoras sobre la educación. Sin embargo, la disqui­sición sigue aquí un rumbo un poco distinto. Gorgias no pronuncia, como Protágoras, una larga conferencia acerca de su arte y de su necesidad social, ya que este tema no ofrece margen para tantas con­sideraciones teóricas como el otro. No se siente capaz de definir su retórica más que por medio de sus efectos. La tentativa de determi­narla partiendo de un contenido material, como puede hacerse con respecto a otras disciplinas que se valen también de la palabra como medio, fracasa porque la retórica es exclusivamente palabra y arte de la palabra, que tiende a persuadir por medio de la forma oratoria.

Sócrates ponía en duda en el Protágoras la posibilidad de enseñar la virtud política, porque no existían especialistas de ella que hiciesen de su conocimiento una profesión.[4] Pero lo que para Sócrates repre­senta un defecto en la enseñanza política dada por los sofistas y también en la retórica,[5] constituye para Gorgias la ventaja principal de ésta. Considera como prueba de la grandeza de su arte el hecho de elevar la fuerza de la simple palabra a instancia decisiva en el más importante de todos los campos de la vida, en el de política.[6] Platón caracteriza la esencia de la retórica diciendo que su representante no 513 se siente capaz de definirla, sino que considera como lo fundamental en ella el hecho de que confiere un poder a quien la domina.[7] Gorgias refiere incluso casos en que la palabra del retórico convenció a un enfermo de la necesidad de tomar la medicina o de someterse a una operación después de que el médico competente había fracasado en el empeño.[8] En los debates librados en la asamblea del pueblo, o en otra asamblea cualquiera de masas, para dirigir determinada fun­ción, no será el experto quien se imponga, sino el retórico.[9] Es su arte quien traza a toda clase de expertos y especialistas el objetivo en que deben colaborar y al que deben someter su saber. No fueron los arquitectos ni los ingenieros navales, cuyo saber ensalza Sócrates como modelo, los que crearon las fortificaciones y los puertos de Atenas, sino Temístocles y Pericles, quienes, ayudados por el poder de la retórica, convencieron al pueblo de la necesidad de acometer estas obras.[10] Son los hechos visibles a que Gorgias apunta con el dedo cuado Sócrates pretende medir la retórica por el rasero de su severo concepto del saber y la define como la capacidad de sugerir a los oyentes por medio de palabras una mera certeza aparente en vez de convencerle por medio de la verdad y de sugestionar a la masa igno­rante con el encanto de aquella apariencia tentadora.[11] Sócrates, con esta caracterización, pretende señalar el peligro de que se abuse del arte de la oratoria, pero Gorgias, como maestro de retórica, le sale al paso con la afirmación de que el hecho de semejante abuso, aun siendo posible, no obligaría a repudiar el recurso de que se abusa.[12]No hay ningún medio destinado a la lucha que no se halle expuesto a los mismos abusos. Si un atleta utiliza su fuerza para estrangular a su padre y a su madre no habrá razón para hacer responsable de ello a su maestro, pues éste le trasmitió su arte para que hiciese buen uso de él. Es a quien lo emplea abusivamente a quien hay que censurar o castigar.

Sin embargo, con esto se cubre más bien que se resuelve el pro­blema que más interesa a Sócrates esclarecer. Cuando Gorgias dice que el retórico trasmite su arte a los discípulos para que hagan "buen uso" de él,[13] da por supuesto al parecer que el maestro en este arte sabe lo que es bueno y justo y que sus discípulos abrigan ya de por sí o reciben de su maestro un saber igual.[14] Gorgias aparece caracterizado como un hombre de edad, tan pagado de la respetabi­lidad burguesa como Protágoras. Y así como éste, al principio, no quería conceder a Sócrates la identidad entre lo bueno y lo agradable, Gorgias cree poder sustraerse al incómodo problema de los fundamen­tos morales de su enseñanza mediante la concesión de que en caso necesario puede iniciar en el conocimiento de lo que es justo y lo que 514 no lo es a quien de por sí no lo posea.[15] Con lo cual cae, natural­mente, en contradicción con lo que se había dicho acerca del abuso predominante de la retórica.[16] Sin embargo, de este atolladero le saca la intervención de su discípulo Polo, que pertenece a una gene­ración posterior y no se recata para proclamar en voz alta lo que todo el mundo sabe: que a la retórica le son indiferentes los proble­mas, y además le dice a Sócrates, con la energía necesaria, que es de mal gusto colocar a un viejo maestro como Gorgias en aquella situación de perplejidad. Según esta concepción realista, la retórica presupone tácitamente que la llamada moral de la sociedad huma­na es una cuestión convencional que evidentemente hay que guar­dar sin dejarse arrastrar en los casos serios al empleo carente de escrúpulos de los recursos de poder del arte retórico.[17] Este anta­gonismo que se pinta entre el sentimiento de poder todavía medio pudoroso y orlado de moral de la antigua generación inventora de la retórica y el consciente y cínico amoralismo de la joven genera­ción, revela el gran arte de Platón para desarrollar dialécticamente un tipo espiritual por medio de una gradación de cambios y a tra­vés de todas sus formas características. Este desarrollo del tipo del retórico en tres formas fundamentales hace que el drama del diálo­go del Gorgias se desenvuelva en tres actos, y la aparición de cada nuevo tipo agudiza la lucha y da a ésta una importancia de principio cada vez mayor. A las figuras de Gorgias y de su discípulo Polo viene a unirse más tarde, como tercero y más consecuente represen­tante del "hombre retórico", el estadista Calícles,[18] quien proclama abiertamente el derecho del fuerte como la más alta moral. Estos tres tipos juntos conducen, pues, al punto culminante del drama que nos revela a través de un proceso gradual la verdadera esencia de la retó­rica. El criterio que distingue entre sí a estos tres tipos es su distinta actitud ante el problema del poder, pero éste —ya se lo callen o lo proclamen abiertamente, ya lo admiren teóricamente nada más o as­piren prácticamente a él— es para los tres el verdadero "objeto" de este arte.

La crítica de la segunda parte del Gorgias arranca de la tesis según la cual la retórica constituye una techné.[19] Nuestro concepto del arte no refleja de un modo adecuado el sentido de la palabra grie­ga. Ésta tiene de común con el arte la tendencia a la aplicación y el aspecto práctico. Por otra parte acentúa, en oposición a la tenden­cia creadora individual, no sometida a ninguna regla, que lleva im­plícita hoy día para muchos la palabra arte, el factor concreto del saber y de la capacidad, que para nosotros van unidos más bien al  515 concepto de una especialidad. La palabra techné tiene, en griego, un radio de acción mucho más extenso que nuestra palabra arte. Hace referencia a toda profesión práctica basada en determinados conoci­mientos especiales y, por tanto, no sólo a la pintura y a la escultura, a la arquitectura y a la música, sino también, y acaso con mayor razón aún, a la medicina, a la estrategia de guerra o al arte de la navegación. Dicha palabra trata de expresar que estas labores prác­ticas o estas actividades profesionales no responden a una simple rutina, sino a reglas generales y a conocimientos seguros; en este sentido, el griego techné corresponde frecuentemente en la terminolo­gía filosófica de Platón y Aristóteles a la palabra teoría en su sentido moderno, sobre todo allí donde se la contrapone a la mera experien­cia.[20] A su vez, la techné como teoría se distingue de la "teoría" en el sentido platónico de la "ciencia pura", ya que aquella teoría (la techné) se concibe siempre en función a una práctica.[21]

Cuando Sócrates pregunta a Polo qué es la retórica aplica a ésta, como en seguida veremos, el criterio del concepto de la techné. Sa­bemos ya por el Protágoras que éste constituye el saber ideal que el propio Sócrates platónico tiene presente en sus indagaciones en torno al conocimiento de las normas de la conducta humana, pues allí con­dicionaba el concepto del mejor tipo de vida y la posibilidad de su realización a la existencia de un "arte de la medida" y la contraponía a la educación política de Protágoras, con lo cual denegaba a ésta el carácter estricto de una techné.[22] En otros diálogos socráticos de Platón la techné aparece también como el modelo decisivo para la aspiración de saber de Sócrates, cosa que se explicará perfectamente quien tenga presente que el objetivo final de esta aspiración a la exactitud del saber es para Platón, en última instancia, un objetivo práctico, a saber: el arte "político".[23] Puede ocurrir, según el con­texto, que en Platón aparezca la palabra episteme en vez de la palabra techné, cuando se trata de destacar el hecho de que este "arte" polí­tico tiene como base un verdadero "saber". En el caso presente, en que se tiende a esclarecer el arte del estado postulado por Platón en contraste con la retórica política, es el concepto de la techné el que se ofrece de suyo como punto de comparación.

Sócrates niega que la retórica política constituya un arte riguroso de ninguna clase y la define como una simple rutina y una simple 516 capacidad basadas en la experiencia y encaminadas a obtener el aplauso de las masas y a suscitar en ellas emociones de placer. Pero ¿en qué se distingue entonces del "arte" culinario, que tiende también a obtener el aplauso de la gente mediante la incitación al placer? [24]Sócrates declara al asombrado Polo que en realidad ambas son ramas de la misma actividad. Tampoco el "arte" culinario es en rigor tal arte, sino simplemente una capacidad basada en la rutina. La comedia llega a su apogeo cuando Sócrates enuncia, como concepto superior y común de aquellas dos actividades tan distintas aparentemente en cuanto a importancia y dignidad, el talento de la lisonja, para llegar a la siguiente ramificación sistemática de este importantísimo concepto general. Distingue la lisonja con arreglo a su objeto en cuatro clases, la sofística, la retórica, el "arte" cosmético y el "arte" culinario.[25]Y la relación de interdependencia entre estas cuatro clases de lisonja se ve fulminantemente clara en el momento en que Sócrates presenta la retórica política como la imagen engañosa de un verdadero arte, que forma a su vez una parte del verdadero arte del estado.[26] Las otras tres clases de lisonja quedan también desenmascaradas como imágenes engañosas del verdadero arte, vitalmente necesario para el hombre. La vida del hombre se divide en la del alma y la del cuerpo, y ambas requieren un arte especial para velar por ellas. Los cuidados del alma incumben a la política o arte del estado (y esta correlación, sorprendente para nosotros, derrama una luz esplendorosa sobre la mira final de Platón, o sea sobre el arte del estado, y sobre el sentido totalmente nuevo que él asigna a este concepto), mientras que el arte destinado a velar por el cuerpo carece de un nombre especial. Y ambas artes, la que consiste en velar por el alma y la que versa sobre los cuidados del cuerpo, se subdividen a su vez en dos especies, de las cuales una corresponde al alma sana o al cuerpo sano y la otra vela por el cuerpo o el alma enfermos. La rama de la política llamada a velar por el alma sana es la legislación, mientras que el alma enferma reclama los cuidados de la administración práctica de justi­cia. Los cuidados del cuerpo sano corren a cargo de la gimnasia; los del cuerpo enfermo son materia de la medicina. Las cuatro artes se encaminan al logro de lo mejor y a la conservación del alma y del cuerpo.[27] A ellas corresponden como variantes de la lisonja cuatro imágenes engañosas: a la legislación, la sofística; a la justicia, la retórica; a la gimnasia, el "arte" cosmético, y a la medicina, el "arte" culinario. Éstas no se encaminan ya al logro de lo mejor en el hom­bre, sino que aspiran simplemente a agradarle. Proceden para ello a base de la mera experiencia y no, como las verdaderas artes, a base de un principio fijo y del conocimiento de lo que es saludable para la naturaleza humana.[28] Con esto queda señalado el lugar que ocupa la retórica: es al alma humana lo que el llamado "arte" 517 culinario es al cuerpo humano. Y de la comparación establecida entre las imágenes engañosas y las verdaderas artes se desprende inmedia­tamente la conclusión de que la retórica no constituye una verdadera techné.[29] Las características esenciales del concepto de la techné son: primero, que es un saber, basado en el conocimiento de la verdadera naturaleza de su objeto; segundo, que es capaz de dar cuenta de sus actividades, toda vez que tiene conciencia de las razones con arreglo a las cuales procede; finalmente, que tiene por misión servir a lo mejor del objeto sobre que recae.[30] Ninguna de estas notas caracte­rísticas se dan en la retórica política.

Después que el juego paradójico de la dialéctica socrática nos ha mostrado en el Protágoras su lado alegre, nos pone de manifiesto cuanto en ella se encierra de serio. No es esa dialéctica una paradoja puramente ingeniosa que quiere fascinarnos con afirmaciones sorpren­dentes y que resplandece como un cohete luminoso, para extinguirse inmediatamente después de una rápida ascensión en el espacio. Aunque Sócrates no desconoce el efecto psicológico incitante, provocador e contradicciones, que producen las afirmaciones inesperadas, con­trapuestas a la experiencia usual, el verdadero móvil de sus paradojas es más profundo. Su propósito es estimular las reflexiones filosóficas de quienes le escuchan.[31] Al compararla con el llamado "arte" culi­nario, ha hecho descender de su trono a la retórica, tirana absoluta de la vida política de su tiempo, degradándola a un papel subalterno y poco honroso; con ello no ha hecho cambiar ninguno de los hechos conocidos que parecen contradecir a su tesis, pero nuestro modo de apreciar estos hechos ha sufrido un golpe, y este golpe sigue 518 repercutiendo y trasciende a todo el mundo de nuestras ideas. La com­paración de Sócrates no nace de la voluntad de zaherir. Es una comparación verdadera y observada sinceramente con la mirada vi­sionaria de un ojo ante el cual el orden jerárquico de las cosas aparece de modo distinto que ante el ojo puramente sensorial de la multitud. Es como si la realidad y la apariencia se desdoblasen y como si, partiendo de este punto, se impusiese una nueva valoración de todos los bienes humanos. La misma relación que guardan el "arte" cos­mético y sus afeites con la sana belleza de un cuerpo formado por los ejercicios gimnásticos, guarda la cultura política aprendida de los so­fistas con la educación del verdadero legislador. Es la relación que existe entre las salsas y las recetas culinarias de un cocinero refinado y los preceptos del médico, paralela a la que guardan entre sí la re­tórica, afanándose por presentar la injusticia como derecho, y las acti­vidades del verdadero juez o del verdadero estadista.[32] De este modo aparece ante nosotros un arte del estado que difiere como el día de la noche de todo lo que el mundo califica de tal. La estructura del estado y la legislación que Platón se propone como empresa en sus dos obras más importantes se revelan ya aquí como las dos grandes tareas positivas del cuidado socrático del alma,[33] al modo como Platón lo concibe. Aún no nos damos cuenta de las consecuencias conmo-cionadoras que la nueva visión trae consigo, pero presentimos que los rasgos por los que las reconocemos están llamados a operar una com­pleta trasformación de la concepción de la vida imperante. En un pasaje posterior, Cálleles designa y repudia como una "revolución de toda nuestra vida" este trastrueque socrático de todos los valores.[34] La explosión pasional de Calícles al comienzo de la tercera parte es provo­cada por los pensamientos que Sócrates desarrolla en la precedente conversación con Polo.

La objeción más poderosa y más al alcance de la mano que Polo opone a la poca estimación en que Sócrates tiene a la retórica es la enorme influencia que realmente ejerce en la vida política.[35] La aspi­ración de poder es una tendencia arraigada demasiado profundamente en la naturaleza humana para que podamos descartarla con facilidad. Pues bien, si el poder es algo grande, habrá que reconocer que también tiene una importancia suma la fuerza que nos ayuda a lo­grarlo. Por donde el problema que parecía un problema científico puramente interior de saber si la retórica posee o no un saber exacto y especializado nos empuja a decisiones de gran alcance. Nos obliga a fijar una posición ante el problema de la esencia y el valor del poder.

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Polo no adopta ante este problema una actitud distinta de la que adopta la masa. Aquí, lo mismo que en el Protágoras, Platón aspira a demostrar que los sofistas y los retóricos, aunque hayan perfeccio­nado hasta el refinamiento los medios técnicos de cultura y de in­fluencia sobre los hombres, siguen abrigando las ideas más primitivas en cuanto a la finalidad que esos medios persiguen.[36] La concepción que acerca de ella se tenga dependerá, según Platón, de cómo se piense en cuanto a la naturaleza humana. Platón opone un nuevo humanismo al humanismo de los sofistas y los retóricos. Los grandes retóricos parten prácticamente de una concepción de la naturaleza humana basada en los simples instintos. Su gran ilusión es poder hacer con sus semejantes lo que se les antoje. Aunque la mayoría de ellos actúan políticamente en estados democráticos, su ideal coincide con el de los tiranos, y es el de disponer de un poder omnímodo sobre la vida y la muerte dentro del estado.[37] Hasta el más modesto ciudadano lleva dentro algo de esta necesidad de poder y siente en su fuero interno una gran admiración por quien logra alcanzarlo en este grado supremo.[38] El carpintero filósofo de Arquíloco, que con la mano puesta en el corazón exclama: "Yo no aspiro al poder de los tiranos", constituye sin duda la excepción que presupone la regla.[39]Cuando Solón, después de poner fin a su obra de legislador, restituyó al pueblo su poder absoluto e ilimitado, él mismo nos dice en su defensa que todo el mundo le tenía por necio al no erigirse en tirano, y no sólo sus compañeros de nobleza, ávidos de poder, sino también el pueblo ansioso de "libertad".[40] Y así piensa también Polo, quien no acierta a comprender cómo Sócrates puede no considerar apete­cible el poder del tirano.[41] Y aún le queda el último triunfo, que juega al preguntar si acaso no debe reputarse dichoso al rey de los persas. Y como Sócrates conteste: "No lo sé, pues desconozco cuál es su paideia y cuál es su justicia", Polo, sin poderse contener, le formula esta sorprendente pregunta: "¿Cómo? ¿Es en eso en lo que se basa toda la dicha?"[42]

Si en este deslinde de dos concepciones del mundo diametralmente opuestas se enfrentan con tanta nitidez los conceptos del poder y de la paideia, no es por motivos caprichosos. Aunque en apariencia estos dos conceptos no guardan ninguna relación entre sí, representan 520 para Platón, como revela precisamente este pasaje, dos concepciones antagónicas de la dicha humana, que vale tanto como decir de la naturaleza humana. Tenemos que optar entre la filosofía del poder y la filosofía de la educación. Es éste un pasaje muy indicado para que a propósito de él expliquemos qué entiende Platón por paideia. No se trata de una simple estación de tránsito en la evolución del hombre, en la que se desarrollan determinadas dotes de su espíritu,[43]sino que tiene una importancia mucho mayor, pues expresa el per­feccionamiento del hombre en general, conforme al destino de su pro­pia naturaleza. La filosofía del poder es una doctrina basada en la violencia. Ve por todas partes, en la naturaleza y en la vida del hom­bre, lucha y opresión, con lo cual considera sancionada la violencia. Su sentido y razón de ser sólo puede estribar en la consecución del mayor poder que sea asequible.[44] La filosofía de la educación, por el contrario, asigna al hombre otro objetivo, el de la kalokagathía. La esencia de esta filosofía es definida por Platón por oposición a la injusticia y a la maldad; la concibe, por tanto, en un sentido esen­cialmente ético.[45] Sin embargo, la formación humana a base de la kalokagathía no es para él, en modo alguno, algo contrapuesto a la na­turaleza, sino que responde a una concepción distinta de la naturaleza humana, que Sócrates desarrolla minuciosamente. Es aquí donde se revela el fundamento de su crítica de la retórica. Según esta con­cepción, lo que constituye el verdadero sentido de la naturaleza hu­mana no es la violencia, sino la cultura, la paideia.

Al calificar de "naturalismo" la filosofía del poder (como desde el punto de vista cristiano se siente uno inclinado a hacer) otorgamos demasiado honor, según el criterio de Platón, a esta filosofía.[46] Para el pensador griego sería algo inconcebible el pensar que se le pre­tendiese enfrentar con la naturaleza, que es para él la pauta y la norma suprema. Pero aun sosteniendo que, según la alta concepción griega, la misión del educador es no quebrantar la naturaleza, sino ennoble­cerla, este punto de vista no respondería tampoco, ni mucho menos, al modo de ver de Platón. Para él, la naturaleza no es, como para la pedagogía de los sofistas, la materia concreta sobre la que el edu­cador tiene que modelar la obra de arte,[47] sino que es el nombre dado a la misma areté en su grado más alto, la cual sólo de un modo 521 imperfecto se manifiesta en el hombre individual.[48] La posición que Platón adopta ante el poder no es tampoco, pura y simplemente, la de condenarlo sin más como algo reprobable. En este terreno, como en los demás, la dialéctica platónica enfoca el concepto analizado críticamente por ella en su aspecto interior y lo trasforma. Polo entiende por poder la capacidad del retórico o del gobernante de hacer en el estado lo que mejor le parezca.[49] Sócrates, en cambio, parte del criterio de que el poder, para que el hombre deba aspirar a él, tiene que constituir un bien real, y el obrar como a uno mejor le parezca, lo mismo si se trata de un retórico que si se trata de un tirano, no constituye ningún bien, puesto que no se basa en la razón.[50]Sócrates distingue, por tanto, entre los antojos arbitrarios y la vo­luntad. Quien sólo hace lo que se le antoja corre simplemente detrás de un bien aparente, sobre el cual recae su antojo. Nuestra voluntad, por el contrario, sólo puede tener como objeto un verdadero bien, pues, mientras que el concepto del antojo deja perfectamente margen a que quien lo abrigue se engañe en cuanto al valor de lo que apetece, nadie puede "querer" a sabiendas lo malo y lo pernicioso. Sócrates distingue, además, entre el fin y los medios.[51] Quien obra no quiere precisamente lo que hace, sino aquello por lo que lo hace. Y este fin es, por naturaleza, lo bueno y lo saludable, no lo malo y pernicio­so. La ejecución, el destierro y la confiscación de la fortuna, mani­festaciones principales del poder del tirano, no pueden constituir un fin, sino simplemente medios, y no podemos "quererlos" en el ver­dadero sentido de esta palabra si no representan un bien, sino que son perjudiciales. Por tanto, quien ejecute, destierre y confisque fortunas arbitrariamente y a su antojo, no hará lo que quiere, sino simple­mente lo que considera apetecible. Por tanto, si el poder es un bien para quien lo posee, quien impera por la violencia no ejerce un verdadero poder.[52] Lejos de ello, será absolutamente desdichado, siempre y cuando que la eudemonía se considere como la verdadera perfección de la naturaleza humana y de su genuino valor. Y sin duda será más desdichado todavía el que falte a la justicia, si su injusticia no es castigada.[53] La injusticia es, en efecto, un estado patológico 522 del alma y la justicia la salud de ésta. La justicia penal, que hace rendir cuentas al delincuente, guarda con la legislación, según el cri­terio absolutamente médico que Platón tiene del arte del estado, la misma relación que la terapéutica del hombre enfermo con la dieta del hombre sano. La pena es curación y no, como pretendía la antigua concepción jurídica de los griegos, expiación.[54] El único mal verda­dero es la injusticia. Pero este mal sólo afecta al alma de quien la comete, no a la de quien la sufre.[55] Y si pretende justificarse la ne­cesidad del poder diciendo que sirve para "protegernos contra los des­afueros", Sócrates opone a esto, en el Gorgias, el criterio inaudito entre los griegos de que sufrir un desafuero constituye un mal menor que cometerlo.

La derrota de Polo debe considerarse como una derrota represen­tativa, ya que había saltado al palenque en defensa de su maestro Gorgias, por cuya causa aboga con mayor desembarazo de lo que éste parecía hacerlo en un principio. No es posible seguir aquí en todos sus detalles la argumentación dialéctica de Platón; tenemos que limi­tarnos a dibujar sólo los contornos del razonamiento que hace desarro­llar a Sócrates con tanta elasticidad de espíritu como pasión moral. Ya durante su discusión con Polo expresa Sócrates la impresión, que Platón quiere grabar en el espíritu del lector, de que si bien está sufi­cientemente formado en retórica, falla por completo en cuanto a dia­léctica.[56] Este arte socrático es considerado aquí como la forma su­perior de la paideia. La estrategia retórica, embotada en cuanto al pensar y habituada a triunfar ante la multitud, no resiste al ataque concéntrico del arma dialéctica. No sólo porque carece de la agudeza lógica y de la capacidad metódica de maniobra necesaria para ello, sino porque adolece de un defecto fundamental, que es el de que detrás de sus palabras no aparece ningún saber objetivo, una filosofía sólida ni una concepción firme de la vida; además, no la anima ningún ethos, sino que sus móviles son la codicia, la voluntad de éxito y la falta de escrúpulos. Pero antes de dar por definitivamente vencida la retórica, es necesario que su Causa sea defendida por un represen­tante de mayor capacidad; sólo así podremos convencernos realmente de su derrota. Por eso sale ahora al palenque Calicles, un retórico consumado, que además dispone de cierta cultura filosófica y tiene alguna experiencia práctica como político. Desde el punto de vista personal, descuella también sobre los dos representantes de la escuela retórica, el maestro y el discípulo, cuyas figuras hemos caracterizado anteriormente. Calicles sale a escena decidido a convencer a Sócrates de la importancia de su sutil oficio. Abandonando la defensiva, a la 523 que no se habían atrevido a sobreponerse los dos personajes anterio­res de su bando, pasa a la ofensiva. Intenta apartar o desgarrar por la fuerza la red de razones dialécticas tendida sobre ellas por Só­crates, pues de otro modo correría el peligro de enredarse también en ella. Se apodera de la palabra y hace largamente uso de ella, considerándose seguro.[57] Su fuerza radica en su vitalidad, no en su capacidad espiritual de diferenciación. Al observar con terror cómo Sócrates, en rápida sucesión, esgrime una tras otra sus pasmosas paradojas, las cuales no son, a los ojos de Calicles, más que puro fuego de artificio, abandona su papel de oyente para pulverizar a su adversario con un golpe fulminante.

Al imperioso ethos interior con que Sócrates paraliza moral-mente a los defensores de la retórica, no opone sólo simples ar­gumentos, como lo habían hecho Gorgias y Polo, sino que como hombre de la vida enfoca por vez primera toda la personalidad de su adversario. Ve —cosa que no habían hecho los defenso­res de su causa que le habían precedido—, que la fuerza de Só­crates reside en la actitud interior que personifica, una actitud cerrada y sin contradicción alguna consigo misma. Sócrates ha empleado su vida entera en construir la fortaleza espiritual en que ahora se para­peta para sus ataques. Pero esto, que representa una ventaja en el terreno lógico, le llevará a la ruina, según el criterio de Calicles, tan pronto como su pensamiento aparentemente lógico choque con las experiencias de la realidad. Sócrates ha rehuido ésta durante su vida entera para acogerse a la quietud blanda y retraída de un rincón tran­quilo, y allí, charlando en voz baja con un puñado de admiradores ansiosos de aprender,[58] seguir laborando en la trama de sus quimeras cerebrales, con las que aspira a envolver el mundo entero. Pero esta red se desgarrará tan pronto como se la saque a la luz del día y se la toque con mano ruda. Al atacar la gran potencia espiritual mo­derna de la retórica, Platón tiene la conciencia clara de que no se trata simplemente de una lucha contra los profesores interesados en ella; se da cuenta de la hostilidad que el profundo realismo ático abriga contra la hipertrofia y los excesos de la nueva cultura.[59] Es cierto que de ella formaba también parte la misma retórica, pero ésta se había impuesto más aprisa que el elemento teórico, que tenía sus exponentes principales en la sofística y la socrática, y se había compenetrado antes que éstas con la práctica de la vida política. La actitud de Calicles revela que la retórica podía contar ya con el apoyo de los estadistas y de todos los ciudadanos, para quienes el 524 verdadero peligro residía en la creciente tendencia de la cultura superior del espíritu a divorciarse de la realidad. Ya Eurípides, en su Antíope, había llevado a la escena como problema trágico el conflicto entre el hombre de acción y el hombre de pensamiento. En su discurso, Calicles cita repetidamente versos tomados de este drama,[60] recono­ciendo con ello el carácter trágico del conflicto que abre un abismo entre Sócrates y él. Ve su antepasado en el Zeto de la obra de Eurí­pides, en el hombre de acción, que exhorta a su hermano Anfión, el amigo de las musas, a dejar su existencia de soñador ocioso para en­tregarse a una vida vigilante y activa.

Platón hace que esta hostilidad tan extendida contra la filosofía cobre carne y hueso en la figura de Calicles. Sócrates apunta que "ya antes", en un círculo de atenienses conocidos, oyó a Calicles dis­cutir la cuestión de hasta cuándo se iba a tolerar esta cultura filosófica moderna.[61] Es un problema que se trasluce también en la oración fúnebre a Pericles, donde ensalza el amor del estado ateniense por la cultura, pero poniendo prudentemente ciertos límites conceptuales a este amor, con lo cual es evidente que trata de hacer justicia a la oposición, según la cual la desgracia política de Atenas se debía a su exceso de espíritu.[62] Este problema, provocado en aquel entonces por la sofística, reaparece ahora frente a Sócrates de un modo tanto más apremiante cuanto con mayor claridad se ve que éste influye en la juventud de una manera más directa que los sofistas, con sus teorías políticas. En vida de Platón, y después de la muerte de Sócrates, esta reacción realista con el supuesto divorcio de la filosofía socrática y la vida la vemos representada por Isócrates y su ideal de cultura, y conduce incluso a la fundación de una escuela propia.[63] Sin em­bargo, nadie llega a prestar a esta reacción palabras tan eficaces como el propio Platón. Aquel hombre tenía que haber ahondado mucho en sus razonamientos para poder pintarla con un realismo tan convincente, con una fuerza tan pujante como los que pone en la figura del Calicles de su Gorgias. No cabe duda de que Platón tuvo ocasión de escuchar estas críticas desde los años de su juventud, en el círculo íntimo de sus parientes y amigos. Siempre se ha sospechado que detrás de Calicles se ocultaba un determinado personaje histórico 525 de la alta sociedad ateniense de aquel tiempo. Esta hipótesis es muy verosímil y encierra incluso cierta probabilidad psicológica.[64] Basta, sin embargo, con que nos demos cuenta de que Platón pinta con cierto cariño la figura del adversario a quien combate con tanta pa­sión, y de que se tomó la fatiga de comprenderle antes de aplastarlo. Tal vez no se haya pensado lo bastante en la posibilidad de que el propio Platón sintiese en su misma naturaleza lo bastante de esta voluntad irrefrenable de poder para disparar en Calicles contra una parte de su yo. Si no volvemos a encontrarlo en otras obras suyas es porque queda vencido y enterrado bajo los cimientos del estado platónico. Si Platón sólo hubiese sido por naturaleza un segundo Só­crates, éste no habría podido impresionarle de un modo tan profundo como lo hizo. Las imágenes congeniales que Platón traza de los grandes sofistas, retóricos y hombres de poder revelan con innegable claridad que sentía vibrar dentro de su propia alma todas sus fuerzas, con sus ventajas fascinantes y sus inmensos peligros, pero refrenadas por Sócrates y fundidas en su obra, al igual que el impulso poético de Platón, con el espíritu socrático y al servicio de él, en una unidad superior.

Calicles es el primero de los defensores de la retórica que opone al ataque ético de Sócrates contra ésta un pathos de verdad propio. Con ello reanuda la discusión sobre la retórica concebida como ins­trumento de la voluntad de poder, discusión que Sócrates había hecho derivar en favor suyo hacia lo ético, con su inversión dialéctica del concepto del poder.[65] Calicles no considera simplistamente la tenden­cia al poder y a la influencia, al modo que lo había hecho Polo, como la finalidad evidente de todo hombre, sino que procura encontrarle una explicación profunda, derivándola de la misma naturaleza, que para el pensamiento griego es siempre la fuente de todas las normas que rigen la conducta humana.[66] Calicles parte de la distinción so­fística de lo que es justo en un sentido convencional o con arreglo a la ley y lo que es justo con arreglo a la naturaleza.[67] Le reprocha a Sócrates el confundir y barajar a su antojo estas dos acepciones del concepto de lo justo, induciendo con ello a sus interlocutores a con­tradecirse consigo mismos. Según Calicles, es pernicioso por natura­leza todo lo que constituye un gran mal, y lo es, por tanto, el sufrir 526 un desafuero, mientras que el cometerlo es pernicioso con arreglo a la ley. Rechaza la resignación ante el desafuero sufrido como poco viril y servil, ya que el esclavo no puede defenderse a sí mismo. En la concepción de Calicles, el poder defenderse a sí mismo constituye el criterio del verdadero hombre y una especie de justificación ética de la tendencia al poder, como si el estado primitivo se prolongase has­ta los tiempos presentes.[68] Pero mientras que el fuerte emplea su fuerza por naturaleza y se hace valer, la ley crea un estado de cosas artificial que le embaraza en el empleo espontáneo de su fuerza. Las leyes las hace la masa, es decir, los débiles, que son los que otorgan alabanzas y censuras con el patrón de sus conveniencias. Ejercen mediante las leyes del estado y la moral imperante una política de intimidación contra los fuertes, que quieren tener, por naturaleza, más que los débiles, y declaran esta pleonexia injusta y perniciosa. El ideal de la igualdad es el ideal de la masa, la cual se da por satis­fecha con que nadie tenga más que el otro.[69] E invocando los ejem­plos de la naturaleza y de la historia, Calicles declara como la ley de la naturaleza que el fuerte use de su poder para con los débiles.[70]Pero la ley de los hombres se lo impide; le pone trabas al fuerte, se las infunde por medio de la cultura y la domesticación ya desde su infancia y, para mantenerle a raya, le inculca los ideales que bene­fician al débil. Pero cuando aparece en escena un hombre verdade­ramente fuerte, pisotea toda esa pacotilla hecha de letras que son nuestras leyes y nuestras instituciones contrarias a la naturaleza y vuelve a resplandecer de pronto la chispa del derecho de la natura­leza. Calicles cita la frase de Píndaro sobre el nomos, rey de todos los mortales y los inmortales, que con puño enérgico eleva a dere­cho la violencia suma, como Heracles que al robar los bueyes de Gerión demostró que los bienes del débil son por naturaleza el botín del fuerte. Interpreta, pues, el nomos de la poesía pindárica en el sen­tido de su "ley de la naturaleza".[71]

En este bosquejo de una doctrina de la sociedad basada en la teo­ría de la lucha por la existencia se asigna a la educación un papel inferior. Sócrates oponía la filosofía de la educación a la filosofía del poder. El criterio de la dicha humana, cifrada en la kaloka-gathía del justo, era para él la paideia.[72] Calicles sólo reconoce la educación como la domesticación encaminada a extraviar y engañar 527 sistemáticamente a las naturalezas fuertes y a mantener en pie el poder de los débiles.   La formación  (πλάττειν) arranca de la infancia, como en las bestias salvajes a las que se quiere domesticar.   Y es precisa­mente la naturaleza moral la que exige que el hombre fuerte se pro­ponga como fin el desprenderse de ella, tan pronto como recobre la conciencia de que es contraria a la naturaleza.[73]   Pero son los menos los que lo consiguen.   En vista de este odio contra la ley y la edu­cación, las dos aliadas al servicio de los orgánicamente débiles, pode­mos calificar de pasable, e incluso hasta de benévolo, el trato dado por Calicles a la filosofía.   Ve en ella algo distinguido, que llega a ser hermoso cuando se maneja con moderación.   Pero si rebasa este límite se convierte en la ruina del hombre.[74]   Al decir esto, Calicles piensa evidentemente en la enseñanza sofística, por la que él mismo pasó,  y en la fuerza   formal, modeladora   del espíritu,  que  de  ella irradia.   No se arrepiente nunca del tiempo dedicado por él a estos estudios.   Pero quien  se consagre a ellos  después de  remontar una cierta edad, aunque disponga de la mejor naturaleza, no hará  más que reblandecerse y perder su virilidad.   No conocerá las leyes del es­tado en que vive, no se sentirá a gusto dentro de las relaciones pú­blicas y privadas de esta sociedad ni con su lenguaje, no se asimilará los afanes ni los placeres de los hombres; en  una palabra:  aborre­cerá  la vida.   Y como  quedará  en ridículo  cada vez  que pretenda actuar en privado o en público, se irá retrayendo cada vez más a sus estudios, pues sólo en ellos se sentirá seguro.[75]   De todo lo cual se desprende que es conveniente no dedicarse a la filosofía, para fines de formación, de paideia, más que durante cierto tiempo, pues si se alarga el plazo este estudio se convierte de liberal en servil, en un estudio que encadena el espíritu y que quita el nervio al hombre en su totalidad.[76]   En esta manera de interpretar el concepto de la paideia como una simple etapa de formación que sólo requiere unos cuantos años, se manifiesta un completo antagonismo respecto al alto concepto de Platón, según el cual abarca toda la vida del hombre.   Sin  em­bargo, allí donde la paideia se erige en filosofía debe mostrar aquella tendencia  interior  que Calicles reprocha a la  filosofía, o sea la de reclamar su imperio sobre la vida toda del hombre.[77]

Calicles pone  fin  a  su   discurso   con  una  apelación personal   a Sócrates para que no siga entregado a la filosofía, pues su entrega 528 desmedida a ella destruye las grandes dotes de su espíritu, y combina con esta exhortación la amenaza, apenas embozada, del poder público. ¿De qué serviría su filosofía de la resignación ante la injusticia —le dice— si un buen día le sepultasen en la prisión y le acusasen in­justamente de cualquier delito? Podría ocurrir que se le acusase de muerte sin que "pudiese defenderse a sí mismo". Podría ocurrir que le abofeteasen y que el autor del desafuero se retirase impune.[78] La alusión a la muerte de Sócrates realza la fuerza de las palabras del crudo realista para el lector de esta escena, que se supone ocurrida mucho antes de que Sócrates fuese condenado a morir.

Sócrates está contento de haber encontrado por fin un adversario que dice abiertamente lo que piensa. Si logra inducirle también a él a contradicciones consigo mismo nadie podrá ya objetar que Cali-cles no ha expresado su verdadera opinión, como Gorgias y Polo. No carece tampoco de benevolencia, como lo prueba su amistosa exhortación final. Por último, se le puede considerar como legítimo representante de una buena cultura,[79] "como dirían muchos atenien­ses". Por estas tres razones, el resultado final a que llegue en su defensa de la retórica podrá considerarse definitivo. La amarga ironía de este enjuiciamiento previo de lo obtenido por Calicles den­tro de la economía dramática de todo el diálogo permite descubrir el designio de Platón de hacer aparecer a Sócrates frente a él, des­pués de la derrota segura que le espera, como la imagen, 1) de la verdadera franqueza, 2) de la verdadera benevolencia y 3) de la ver­dadera paideia.

La concepción de Calicles acerca de la naturaleza del hombre, que sirve de base a su teoría del derecho del más fuerte, radica en la equiparación de lo bueno con lo agradable y lo placentero. Aunque esto no se destaca especialmente en su propia argumentación, Sócra­tes lo reconoce y lo prueba dialécticamente como su premisa esencial. Pueden citarse además otros representantes de esta teoría como prue­ba de que este firme rasgo forma parte, en efecto, de su imagen. El sofista Antifón, que en su Aletheia establece la misma distinción entre lo que es justo en sentido de la naturaleza y lo que es justo con arreglo a la ley, apunta como característica de lo justo conforme a la naturaleza su coincidencia con lo que procura al hombre placer.[80]

529

Y con el mismo criterio nos encontramos en Tucídides, en su diálogo entre los atenienses y los melios, en el que el historiador hace que aquéllos mantengan la teoría del derecho del más fuerte.[81] Por el mo­mento no se ve claro cómo concibe Calicles el derecho del más fuerte, pero Sócrates le obliga a definirlo con mayor precisión. Después de hacer que renuncie una tras otra a varias definiciones, Calicles se afe-rra a la opinión de que el más fuerte es el más sabio políticamente y al mismo tiempo el más viril, aquel cuya alma no se halla reblan­decida y el que, por tanto, debe dominar.[82] El problema en que se dividen definitivamente los cambios es el de saber si también este hombre nacido para dominar deberá dominarse a sí mismo.[83] La ima­gen del tirano y del hombre de poder, tal como lo conciben los grie­gos, requiere que pueda dejar rienda suelta a sus antojos, por bru­tales que ellos sean, sin necesidad de ocultarlos temerosamente, como la muchedumbre servil. Su libertad consiste en poder ser como el hombre es en realidad. Frente a la insinuación de Sócrates de que el verdadero dominador debe ante todo dominarse a sí mismo, Calicles, desafiando abiertamente a la moral burguesa, profesa su ideal de li­bertad: el ideal de hacer o dejar de hacer cuanto se le antoje, y recibe de Sócrates una irónica alabanza para esta "franqueza nada innoble",[84]Con esto, la investigación ha llegado de nuevo a un punto que conocemos ya de antes, al pasaje aquel del Protágoras en que Sócrates ponía a debate el concepto del tipo mejor de vida y formulaba al sofista la pregunta tentadora de si conocía otro criterio acerca de esto que el de lo agradable y lo placentero.[85] Pero el aire fácil de come­dia que allí flotaba se ha disipado en el Gorgias ante el fatalismo de la tragedia. La exagerada pretensión formulada por los sofistas era inocentemente ridicula nada más, y como tal podía tratarse, pero la actitud brutalmente amenazadora de Calicles revela la gravedad de la situación y la irreductibilidad de los principios que aquí se deba­ten. Después de aquel gracioso juego de escondite del Protágoras, que encubre más que revela la verdadera magnitud del antagonismo entre el ethos moral de Sócrates y los sofistas, el Sócrates del Gor­gias desgarra por completo el velo que cubre el abismo abierto entre él y el hedonismo. Recurre a imágenes y símbolos religiosos y nos hace sentir por vez primera que detrás de aquellas sutiles distincio­nes dialécticas que envuelven sus principios morales se esconde una 530 distinta interpretación metafísica de la vida misma. "¿Sabe alguien, acaso, si nuestra vida no será la muerte y ésta la vida?"[86] Recuerda el lenguaje metafórico de la religión órfica, que llama a los tontos los "no iniciados" y habla de la "criba" como símbolo del alma del hombre insaciable en el goce. Calicles desprecia una vida sin alegría y la llama la vida de una piedra.[87] Pero Sócrates no defiende aquí, como no lo defiende más tarde en el Filebo de Platón, el ideal de una vida exenta de sentimientos: como allí, exige que las sensaciones de placer se dividan en buenas y malas. Mediante un concienzudo aná­lisis de las sensaciones de placer y de disgusto del sediento le arranca por fin a su adversario la concesión de que lo bueno no es igual a lo agradable ni lo malo a lo desagradable, y le obliga a aceptar su distinción de las sensaciones placenteras en buenas y malas.[88] Y tomando pie de esto se desarrolla el concepto de la opción de la vo­luntad y de la meta final de ésta, presentándose como tal el bien.[89]Los modernos intérpretes de Platón han hecho muchas veces de la contradicción entre esta manera de determinar el telos y la definición hedonística que de él se da en el Protágoras, el punto de partida para toda su concepción de la evolución platónica, dando por sentado que hasta llegar al Gorgias Platón no se remontó a la altura moral del Fedón,[90] con cuya tendencia al ascetismo y a la valoración moral positiva de la "muerte" coincide también aquél.[91] Se tiende a con­siderar al Protágoras como una de las obras más antiguas de Platón, entre otras razones por el hecho de que en él el autor aparece abra­zando todavía el punto de vista de la masa, para la cual lo bueno coincide con lo agradable desde el punto de vista de los sentidos.[92]Sería difícil imaginarse una tergiversación más completa del verda­dero sentido en que se inspira la argumentación platónica del Pro-tágoras. En esta obra, Sócrates se propone demostrar al sofista que precisamente partiendo de la premisa de considerar acertada la opi­nión vulgar según la cual lo bueno es sencillamente lo agradable, es como resulta más fácil demostrar la tesis socrática de la importancia fundamental que tiene el saber para trazar una conducta certera, tesis que tan extraña le parece al sentido común.[93] Sólo se tratará, en efecto, de elegir siempre el mayor placer en vez del menor y de no incurrir en errores de cálculo, considerando el placer más cercano como el mayor. Según esto, toda la salvación dependería de la in­vención de un arte de la medida, del que Sócrates, sin embargo, no se detiene a hablarnos en el Protágoras.[94] Ni necesitaba tampoco 531 hacerlo, pues ya había alcanzado plenamente lo que se proponía pro­bar, poniendo además en evidencia a los sofistas, los cuales acaban todos aplaudiéndole con gran entusiasmo y dejando al desnudo toda la pobreza de sus concepciones morales. Pues ¿quién no caerá en la cuenta de que Sócrates, y no por una sola vez, sino repetidamente y con una insistencia un tanto sospechosa, procura llevar a la conciencia del lector de esta escena del Protágoras que la equiparación de lo bueno a lo agradable no es precisamente su propio criterio, sino el de la multitud? Lo que Sócrates dice es que la masa, si se la examinase a fondo, sería incapaz de alegar otro móvil de sus actos y sus omisiones que el de lo agradable y lo desagradable y la invita repetidas veces, con espíritu amplio y generoso, a que se le señale otro lelos si es que en realidad tiene conciencia de él. Pero no —corrobora con aire de triunfo—, es evidente que no podrá hacerlo.[95]La idea de que Platón se fustiga a sí mismo en el Fedón, al rechazar con escarnio esta concepción de la conducta humana como un true­que con sensaciones de placer de diversa magnitud, no puede ser tomada en serio.[96] Por otra parte, aquel "arte de la medida", que en el Protágoras se había descubierto como el conocimiento de la norma, no debe considerarse en modo alguno como una broma; basta susti­tuir al placer, como pauta, el bien, el cual es considerado como la más exacta de todas las medidas por Platón en el Filebo y por el jo­ven Aristóteles en el Político, obra juvenil todavía marcadamente platonizante. No se trata, cabalmente, de una medida cuantitativa, sino cualitativa. Y esto es lo que desde el primer momento distingue a Platón de la masa y de su conciencia valorativa. Es éste el telos que proclama el Gorgias y que presupone el Protágoras. Ya desde los primeros escritos de Platón, desde los diálogos socráticos meno­res, aparece ese criterio detrás de sus investigaciones en torno a la areté como el conocimiento de lo bueno. Y esto es, como nos enseña inequívocamente el Gorgias, "aquello cuya parusía hace que los bue­nos sean buenos": [97] es decir, es la Idea, el prototipo de todo lo bueno.[98]

La conversación con Calicles ha conducido a un resultado dia-metralmente opuesto a su punto de partida, que era la teoría del derecho del más fuerte. Si el placer y el disgusto no pueden servir de pauta para nuestra conducta, la retórica tiene que abandonar el puesto dirigente que sus representantes le asignaban en los asuntos más importantes de la vida del hombre,[99] y con ella todas las demás 532 clases de lisonja, que sólo se proponen como fin el agradar al hombre y no el fomentar lo mejor de él.[100] La selección acertada de lo agra­dable y lo desagradable, que sólo se preocupa de saber si es bueno o malo: he aquí la misión decisiva de la vida humana. Pero esto, como el propio Calicles concede lacónicamente a Sócrates, no es incumbencia de cualquiera.[101] Con lo cual se proclama del modo más conciso un principio que es fundamental en la ética y en la peda­gogía platónicas. En este pasaje, Platón no remite al hombre a su sentimiento ético personal como supremo juez, sino que reclama un saber, una techné, cuyos conocimientos obliguen al individuo.[102] De este modo, la conversación se remonta de nuevo a sus inicios. Es ahora cuando cobra su plena significación la pregunta de Sócrates sobre el carácter de la retórica como saber, con que comienza el Gorgias. Pueden distinguirse dos tipos diferentes de vida (bioi).[103] Uno de ellos descansa sobre las artes de la lisonja, que no son en realidad tales artes, sino simples imágenes engañosas de ellas. Fijándonos en la modalidad principal de este género, lo llamaremos el ideal retó­rico de vida. Su meta es el logro de placer y de aplauso. Frente a éste aparece el tipo de vida filosófico, basado en el conocimiento de la naturaleza del hombre y de lo que constituye lo mejor para ella; se trata, por tanto, de una verdadera techné, encaminada a la terapéutica del hombre en el pleno sentido de la palabra, tanto la del cuerpo como la del alma.[104] Esta terapéutica no existe solamente para el individuo, sino también para la colectividad. En consecuen­cia, la lisonja puede recaer también sobre el individuo y sobre la masa. Platón aduce como ejemplos de la segunda diversos géneros de poesía y de música, la música de flauta, la poesía coral y diti-rámbica y la tragedia. Todos ellos persiguen exclusivamente el pla­cer, y, si descontamos de ellos el ritmo, el metro y la melodía, sólo quedará la pura demegoria y la elocuencia pública.[105] Esta concep­ción de la poesía como parte de la elocuencia, que había de genera­lizarse más tarde, ya avanzada la Antigüedad, se presenta por primera vez aquí y tiene en Platón un sentido francamente peyorativo. Ya aquí aparece como parte esencial de la filosofía platónica la crítica radical de la poesía considerada como una potencia educativa. Su verdadero lugar se halla, sin embargo, en la República y en las Leyes, pues forma parte del conjunto de la paideia platónica expuesta en estas obras. El análisis de la poesía sigue la misma línea que el de  533 la sofística y la retórica en el Protágoras y en el Gorgias, respectiva­mente. El demos ante el que aparece como retórico el poeta no es la parte masculina de la ciudadanía solamente, sino una masa mixta de niños, mujeres y hombres, de libres y esclavos. Sin embargo, la retórica de primer rango, la que se dirige a los hombres de las ciu­dades, o sea la retórica política, no es tampoco mejor que el género a que damos el nombre de poesía, pues tampoco ella tiende a lo bueno, sino simplemente al aplauso de la masa, sin preocuparse de si hace a ésta mejor o peor.[106]

Calicles aprovecha esta ocasión para hacer una última tentativa encaminada a salvar la dignidad espiritual de la retórica. Abandona los modernos oradores políticos a la crítica demoledora de Sócrates, para presentar en cambio la elocuencia de los grandes estadistas del pasado ateniense como modelo del arte educativo en el verdadero sentido de la palabra, con lo que tácitamente acepta, al mismo tiem­po, la pauta dada por Sócrates para su valoración.[107] Parece que los mismos nombres de los estadistas citados, los nombres de un Temís-tocles, de un Cimón, de un Milcíades, de un Pericles, debieran salir al paso de toda posible contradicción. Pero Platón emite, sin pes­tañear, el juicio que le merece su política. Si la grandeza de un estadista consiste realmente en satisfacer los apetitos de la masa y los suyos propios, es indudable que esos políticos merecen la fama que les confiere la historia. Pero si la misión del estadista es infun­dir a sus obras una determinada forma, un eidos lo más perfecto posible, para luego orientarse por él, lo mismo que hace todo pintor, todo arquitecto, todo constructor naval y todo técnico cualquiera, or­denando las partes del todo de un modo lógico para que ajusten bien, entonces llegaremos a la conclusión de que aquellos estadistas fueron simples chapuceros. Lo mismo que todo producto de arte tiene su forma y su orden, de cuya realización depende su perfección, y que el cuerpo humano posee su propio cosmos, que llamamos sa­lud, también en el alma existen un cosmos y un orden. Los llamamos ley y descansan en la justicia, en el dominio de sí mismo y en lo que denominamos virtudes. El verdadero estadista y el verdadero retó­rico deberán elegir sus palabras, ejecutar sus hechos y repartir sus dotes con vistas a este orden supremo del reino espiritual.[108] Su aten­ción deberá dirigirse constantemente a lograr que entre la justicia en las almas de los ciudadanos y salga de ellas la injusticia, que reine en ellas la prudencia y la moderación y desaparezca de ellas el des­enfreno, que se estimulen todas las virtudes y se desarraiguen todos los vicios. Y así como el médico no atiborra el organismo enfermo con los manjares y las bebidas más escogidos, puesto que no le 534 aprovechan, el verdadero estadista somete a estricta vigilancia el alma en­ferma y no le satisface sus caprichos.

Calicles cae en un estado de apatía, en el que apenas parece es­cuchar lo que dice Sócrates, aunque se siente también impotente para replicarle.[109] No puede sustraerse a la consecuencia lógica de aquél, pero en su fuero interno no se halla convencido, como lo confiesa en un pasaje posterior, y "como les sucede a los más", añade Platón.[110]Después de hacer enmudecer al adversario, Sócrates saca por sí solo sus últimas conclusiones, dando respuesta a sus propias preguntas. Abarcando rápidamente con la mirada los resultados obtenidos, com­prueba que el fundamento de todas las reflexiones sobre la conducta acertada del hombre debe ser el reconocimiento de que lo agradable no coincide siempre con lo bueno y lo saludable. Lo agradable debe hacerse pura y simplemente por el bien, no a la inversa. El hombre, como cualquier otro ser, es bueno porque en él reside o de él nace una areté, una excelencia o una virtud.[111] Pero esta areté o excelen­cia, sea la de un objeto útil, la de un cuerpo, la de un alma o la de un ser vivo en su totalidad, no surge por casualidad, sino a fuerza de guardar un orden acertado y de seguir un arte ajustado a un fin. Todo ser es bueno cuando en él se impone y se realiza el tipo de orden que corresponde a su esencia, su "propio cosmos".[112]Es cierto que antes de Platón la lengua griega no emplea la palabra cosmos en este sentido de un orden legal interior del alma, pero sí conoce el adjetivo kosmios para designar una conducta reflexiva y disciplinada. La ley de Solón hablaba también de la eukosmia de la conducta pública de los ciudadanos y principalmente de la juven­tud.

Platón arranca de aquí y declara que el alma reflexiva y dis­ciplinada es el alma "buena",[113] debiendo recordarse que la palabra "bueno" en griego (αγαθός) no tiene solamente el sentido "ético" estricto que hoy se le da, sino que es el adjetivo correspondiente al sustantivo areté, designando, por tanto, toda clase de virtud o exce­lencia. Lo ético sólo constituye, desde el punto de vista de los grie­gos, una modalidad de la tendencia de todas las cosas a la perfec­ción. Sócrates demuestra que con la verdadera sofrosyne aparecen necesariamente todos los tipos de virtud, tales como la piedad, la valentía y la justicia.[114] Empalma, pues, a este pasaje el problema de los diálogos menores y del Protágoras, el problema de la unidad de las virtudes.[115] Lo que los griegos llaman eudemonía, prosperidad feliz, depende por entero de esta excelencia del hombre, y cuando la lengua griega expresa el bienestar con el giro de "hacer bien" (eu)= pra/ttein) este giro encierra, según Platón, una sabiduría más profunda de la que advierten quienes lo expresan: el "hacer bien"  535 en el sentido de la dicha y el bienestar descansa pura y exclusiva­mente en el "obrar bien".[116]

Alcanzar esta areté y evitar lo contrario debe ser el propósito concreto de nuestras vidas. Deberían dedicarse a alcanzarlas todas las energías del individuo y del estado, y no a la satisfacción de deseos.[117] Esto último sólo puede conducir a una vida deshonrosa y el hombre que vive así suscita el odio de los hombres y de los dioses, pues no hay comunidad posible sobre esa base, y donde no hay comunidad no puede haber amistad. Pero los sabios nos dicen que el cielo y la tierra, los hombres y los dioses se mantienen unidos por la comunidad y la amistad y el orden y la moderación y la jus­ticia, y por eso el universo se llama Orden, Cosmos.[118] Lo que tiene fuerza entre los dioses y los hombres no es la pleonexia, la ambición de más; es la proporción geométrica. Pero a Calicles le tiene sin cuidado la geometría.[119] Así, lo que parecía ser una paradoja: que es menos malo ser engañado que engañar, es perfectamente cierto. El verdadero orador y estadista debe ser justo y poseer el conoci­miento de la justicia. La mayor desgracia no es la de ser incapaz de "valerse por sí" contra el mal y la violencia del exterior, como afirma Calicles,[120] sino no poder valerse contra el mayor daño posible, el daño que padece el alma cuando se apodera de ella la injusticia.[121]Para evitar sufrir ese daño, no sólo necesita uno buena voluntad, sino capacidad y poder (δύναμις). Así como el político y el orador se esfuerzan por obtener poder externo, para protegerse contra el su­frimiento de la injusticia, Sócrates dice que debemos protegernos contra el peligro de cometerla. Esa protección sólo puede ofrecerla el conocimiento y la comprensión del bien, la "techné política", pues como nadie hace el mal voluntariamente, todo depende de esa techné.[122]

Si se tratase de protegerse contra las injusticias sufridas, no habría más camino que el de plegarse incondicionalmente al sistema político imperante en su época.[123] Cuando un rabioso tirano carente de pai-deia domina el estado, no tiene más remedio que temer a todo el que se halla espiritualmente por encima de él.[124] Por tanto, jamás podrá llegar a ser su amigo, al mismo tiempo que despreciará a quienes sean peores que él. Por consiguiente, el tirano no podrá tener por amigos más que a quienes sean afines a él, a los que alaben lo mismo y censuren lo mismo que él alaba y censura, estan-

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do además dispuestos a dejarse dominar por él. Éstos serán los hom­bres más influyentes de ese estado, y ninguno se alegrará de ver que se comete con él una injusticia.[125] La juventud ambiciosa de este estado deberá ver claro a su debido tiempo que el único camino que tiene para llegar a ser algo es el de asemejarse a él lo más posi­ble y alegrarse o indignarse con las mismas cosas con que él se alegra o se indigna.[126] Pero si esta adaptación protege a quien a ella se somete del peligro de sufrir injusticias, no le protege, en cambio del peligro de cometerlas. Por donde quien se adapte a semejante situación albergará en su alma el mayor de los males. La imitación del tirano le corromperá y desencajará.[127] Existirá, ciertamente, el peligro contra el que Calicles prevenía a Sócrates, de que quienes se dedican a imitar a su tirano y señor den muerte un día a quien no lo haga. Sócrates se siente abroquelado contra este peligro por la conciencia de que la vida no es el supremo bien.[128] Pero recomienda a Calicles, ya que no quiere seguir la senda solitaria socrática, que en vez de abrazar su moral señorial, que es inadecuada para Atenas y con la que se complace dentro de un círculo íntimo, se adapte más bien a las normas y a los caprichos de su señor, el demos ateniense, y no le imite tan sólo en lo externo, sino que procure parecerse a él todo lo posible interiormente, pues cualquiera otra cosa será peligro­sa.[129] De pronto, Calicles, que acaba de prevenir a Sócrates contra el peligro de chocar con los titulares del poder político, aparece colo­cado en una situación muy parecida a la de Sócrates. Ambos apa­recen enfrentados con el mismo problema: el de cómo comportarse con el "tirano" de su estado, que exige que sean respetados incon-dicionalmente sus deseos: el demos ateniense. Sócrates ha demostrado que no ignora las consecuencias que su franqueza puede acarrearle y que está dispuesto a afrontarlas por el bien de su patria. Sócrates, el representante de la virtud, es, de los dos, el heroico. Calicles, el defensor de la moral señorial, del derecho del más fuerte, es en rea­lidad el hombre débil, que se adapta exteriormente para dominar por medio de la hábil flexibilidad del hombre de palabras.

Al llegar a este punto del camino, Sócrates recuerda en el mo­mento propicio aquella distinción fundamental trazada por él en el comienzo mismo del diálogo entre los dos tipos de tratamientos del cuerpo y del alma, uno encaminado al placer y al aplauso, el otro orientado hacia lo mejor del hombre; uno dirigido a adular los lados bajos de su naturaleza, otro a luchar contra ellos.[130] Calicles y Só-

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crates aparecen en este momento como la más perfecta personifica­ción de estos dos tipos de hombre: el adulador y el luchador. Te­nemos que optar entre ambos. No podemos desear al estado las artes engañosas de la mentira, sino la terapéutica severa de la verdad, que es la que puede hacer mejores a los ciudadanos. Ni la posesión de dinero o de fortuna ni el aumento del poder pueden constituir un valor para quien no se halle formado, por su espíritu y su intención, en la verdadera kalokagathía.[131] El educador filósofo que lleva el es­tado hacia ella es su único benefactor real, como dice Sócrates, aludiendo a los hombres de estado cuyos servicios se reconocen pú­blicamente en resoluciones laudatorias y se inmortalizan en inscrip­ciones.[132] El empeño de elevar la ciudadanía a este nivel debe co­menzar por la selección de los dirigentes políticos. El procedimiento de selección reviste la forma de un examen en toda regla, como corresponde al carácter técnico del arte político de Sócrates.[133] Si se tratase de un examen para la admisión de maestros de obras en la construcción de fortificaciones, de astilleros o de santuarios públicos, observaríamos si los candidatos conocían o no su profesión, con qué maestro habían hecho sus estudios y si habían realizado ya alguna obra importante en su profesión que pudiera servirles de mérito. Al mismo examen someteríamos a quien solicitase trabajar como médi­co.[134] Y si la política es en realidad un arte, el futuro estadista deberá probar asimismo lo que ha realizado anteriormente en este campo de actividad. Puesto que se trata del arte de hacer a los hombres mejores, Sócrates le pregunta a Calicles, por ser el único estadista que se halla presente, a qué hombres ha hecho mejores en su vida privada, antes de abrazar la carrera política.[135] Sin embargo, apar­tándose de esta pregunta dirigida medio en broma a una persona de su tiempo, Sócrates pasa a examinar las figuras de los grandes es­tadistas de la historia de Atenas: a Pericles, Cimón, Milcíades y Te-

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místocles. Según dicen de él sus críticos, Pericles, al introducir el pago de dietas, hizo a los atenienses ociosos, cobardes, charlatanes y codiciosos. Los recibió relativamente mansos de manos de sus ante­cesores, para convertirlos, como demuestra su propia suerte, en gentes soliviantadas. Cimón y Temístocles fueron enviados por ellos al des­tierro y a Milcíades pretendieron arrojarlo al báratro. Todos ellos semejan a esos aurigas que, recibiendo un tronco de bestias de tiro manso y dócil, lo tratan de tal modo que acaban saliendo despedidos del carro.[136]

No ha existido aún un estadista en el sentido socrático de la pala­bra.[137] Los estadistas famosos de Atenas fueron simples servidores del estado, en vez de ser educadores del pueblo.[138] Se convirtieron en instrumento de las flaquezas de la naturaleza humana y procu­raron explotarlas, en vez de superarlas mediante la persuasión y la coacción. No eran gimnastas y médicos, sino confiteros que hincharon a fuerza de grasa el cuerpo del pueblo, embotando sus músculos en otro tiempo recios. Claro está que las consecuencias de este atibo-rramiento no se pondrán de manifiesto hasta más tarde. Entretanto, ensalzamos a los hombres que nos han servido esta comida y decimos que han hecho grande el estado, sin fijarnos en que lo que han hecho ha sido hincharlo y debilitarlo.[139] Sin darle prudencia y jus­ticia, lo han llenado de puertos y astilleros, de fortificaciones e impuestos y de otras pacotillas semejantes. Y cuando se declare la enfermedad, no se exigirán cuentas a los culpables, sino a quienes en aquel momento se hallen al frente del estado, los cuales no serán más que cómplices de los otros.[140] Pero que nadie hable de la in­gratitud del pueblo que derribe y arroje del poder a sus gobernantes. Es el viejo subterfugio de los sofistas que pretenden educar a los hombres en la virtud y que se quejan de ingratitud cuando sus dis­cípulos se portan mal con ellos y se resisten a pagarles sus honora­rios.[141] Entre el sofista y el retórico no hay ninguna diferencia esencial, a no ser que entendamos que el retórico, que de manera tan despectiva mira al sofista, es en realidad tan inferior a él, exacta­mente como el juez lo es con respecto al legislador y el médico con respecto al gimnasta. El retórico o el sofista que acusa a quien dice haber "educado" se acusa en realidad a sí mismo y acusa a su propia educación.[142]

Por tanto, puesto en el caso de optar por uno de los dos modos de tratar a los hombres: el que trata de servir al pueblo ateniense 539 adulándolo y el que consiste en luchar contra él para hacerlo mejor, Sócrates sólo puede elegir el segundo, aunque sin desconocer en lo más mínimo el peligro a que con ello se expone su vida.[143] Si alguien le acusa, tendrá que ser necesariamente un hombre malo. Tampoco tendría nada de extraño el que le matasen. Sócrates espera que su obra de educador tenga un desenlace parecido, por la razón siguiente: "Creo —le hace decir Platón solemnemente— que somos muy pocos los atenienses (por no decir que soy yo el único), que nos esforza­mos en practicar el verdadero arte del estado; tal vez sea yo el único que defiende la causa del estado entre las gentes de esta época." Si se le acusa, le condenarán como al médico a quien hubiese de juzgar un tropel de niños bajo la acusación de un cocinero. El cocinero les diría: "Este hombre os ha atormentado... con medicinas amargas, con hambre y con sed, mientras que yo os he dado a comer muchos manjares apetitosos." Y nadie haría caso al médico, cuando éste re­plicase: "Todo lo que yo hice, ¡oh, niños!, lo hice porque así lo exigía vuestra salud." Por eso tampoco se le haría caso a Sócrates cuando éste dijese a sus jueces: "Todo esto lo digo —¡oh, jueces!—, porque es justo, y todo lo que yo hago lo hago por vosotros."[144]Pero a Sócrates no le aterra la expectativa de este fin. Para él no hay más que un camino de salvarse, y es el de mantenerse libre de toda injusticia. Pues el mal mayor, el único que debe temerse, es el de "aparecer en el más allá" con un alma cargada de injusticias.[145]

En el Gorgias, Platón abandona por vez primera la actitud de sim­ple examen e investigación que predomina en los diálogos anteriores y en él revela el filósofo en el punto en que esta indagación pura­mente intelectual al parecer, a la que él atribuye un valor tan alto para una conducta acertada, descubre toda su profundidad, donde el juego que ha venido siguiendo de un modo inexplicablemente apa­sionado se trueca de pronto en lucha con el mundo entero, en una lucha que reclama el sacrificio de la propia vida. En los primeros diálogos de Platón, a partir del Critón, resuenan más bien los tonos 540 claros y alegres de esta música filosófica, que atraen a todos los amantes de las musas. Pero ¿quién no tiembla cuando, en el Gorgias, oye resonar de pronto las voces profundas y broncíneas de la sin­fonía socrática y percibe detrás de aquella alegría consumada el tema de la resignación ante la muerte? La vida y la doctrina de Sócrates aparecen fundidas aquí como un todo, por vez primera desde la Apo­logía. Por entre la aparente indecisión lógica de los diálogos de Sócrates resplandece aquí la decisión incondicional de la existencia socrática, segura de su meta final, una existencia que debe, por tanto, poseer ya de algún modo aquel saber tan ardientemente deseado, que excluye toda posibilidad de una opción errónea de la voluntad. Con­templada desde este punto de vista, la concentración de la investiga­ción socrática en la idea del bien y en su concepción adquiere un nuevo contenido. Los esfuerzos del logos por captar la meta se con­vierten en expresión inmediata de esta existencia que todo lo consagra a ella. Lo que para los otros no son más que palabras que escuchan sin llegar a sentirse plenamente convencidos por ellas,[146] es la reve­lación del verdadero ser de Sócrates. Platón lo expone con la certeza, adquirida por la unidad de la palabra y la realidad en la figura del maestro, de que esto es pura y simplemente el verdadero ser. El Gor­gias descubre ante nosotros una nueva valoración de la vida, una ontología que radica en el conocimiento socrático de la esencia del alma.[147]

Es este contenido metafísico de la lucha de Sócrates contra la injusticia el que Platón expone ante la capacidad plástica de percep­ción de nuestro ojo espiritual con los medios sensibles del poeta, en el mito que figura al final del Gorgias.[148] Procura por todos los medios hacer asequible al sentimiento vivo lo demostrado por la lógi­ca. La forma del mito no significa que Platón apele a una fuerza irracional en nosotros como fuente especial, o incluso como la verda­dera fuente de conocimiento, pero nos hace reconocer como una ima­gen completa, a través de figuras físicas y de sucesos de bulto, como en una pantalla, las líneas trazadas antes por el análisis racional. Por lo tanto, el mito tiene una función de resumen y de síntesis dentro de la obra de arte. Platón se apropia así una de las formas de la enseñanza sofística, pero trasformándola e incorporándola orgánica­mente al diálogo socrático. Sin embargo, lo esencial del mito plató­nico reside en que colabora con el logos al mismo fin. Cuando el complicado desarrollo del pensamiento lógico ha desaparecido desde hace ya mucho tiempo del recuerdo del lector, sigue viviendo en él la imagen del mito, que se convierte así en símbolo del contenido filosófico de toda la obra, más aún, de toda la doctrina y de toda la vida de Platón.

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El mito del Gorgias se enlaza a ciertas ideas religiosas sobre la vida después de la muerte, que Platón modela, evidentemente, con cierta libertad poética para adaptarlas al fin por él perseguido. No es fácil considerar al Sócrates histórico como autor de estas adapta­ciones literarias libres de los mitos religiosos, aunque de vez en cuan­do parase su atención en ellos. Pero tampoco se puede aceptar, porque responde a una concepción demasiado burda de la verdad espiritual, la hipótesis tan extendida de que Platón se asimiló en sus viajes o de otro modo la influencia de los misterios órficos o de otros mitos se­mejantes, enlazándolos luego en sus ideas con la ética socrática. Los mitos platónicos sobre el destino del alma después de la muerte no son productos dogmáticos de ningún sincretismo histórico-religioso.[149]Interpretarlos así sería menospreciar completamente la capacidad poé­tica creadora de un Platón, que alcanza en ellos uno de sus puntos culminantes. Es indudable, sin embargo, que ideas sobre el más allá como las que suelen agruparse bajo el nombre de ideas órficas, le sirvieron de materia prima. Dejaron su huella en él, porque su sentido artístico necesitaba un fondo metafísico como complemento para la soledad heroica del alma socrática y de su lucha.

Sin semejante punto de apoyo en un mundo invisible, perdería su equilibrio la existencia del hombre que vive y piensa como Sócra­tes, al menos mirándola con los ojos de seres limitados al mundo de los sentidos. La verdad de la valoración socrática de la vida sólo podía comprenderse refiriéndola a un "más allá", tal como lo pintaba el lenguaje enérgico y sensible de las representaciones órficas de la vida después de la muerte: como una morada en que podía emitirse un juicio definitivo acerca del valor y de la inutilidad, de la dicha y la perdición del hombre, donde "el alma misma" era juzgada por "el alma misma" sin la envoltura protectora y engañosa de la belle­za, la posición social, la riqueza y el poder.[150] Este "juicio", que la imaginación religiosa desplaza a una segunda vida, situada después de la muerte, se convierte para Platón en una verdad superior cuando intenta llevar a su término el concepto socrático de la personalidad humana como un valor puramente interior, basado en sí mismo. Si la pureza del alma de toda injusticia constituye su salud y la mancha de la culpa, en cambio, su perdición y su enfermedad, el juicio del más allá equivaldría a un examen médico del alma. El alma desnuda comparece ante el juez, que es a su vez un alma desnuda, y éste ex­plora en ella todas las cicatrices, todas las heridas y todas las man­chas que han dejado en ella los sufrimientos de la propia injusticia 542 que en vida padeció.[151] Platón no toma este rasgo de los mitos órfi-cos. Con él no hace más que expresar una idea fundamental de Sócrates, a saber: que las injusticias pasadas perduran en el alma y forman la esencia de ésta. Las almas que aparezcan sanas —que serán en su mayoría aquellas que perteneciesen en vida a hombres simples, sin poder y sin posición pública y entregados al deseo de conocer y realizar el bien (φιλόσοφοι ψυχαί)— se dejarán en libertad en las islas de los bienaventurados. Las otras serán enviadas al Tártaro. La distinción entre enfermos curables e incurables que se establece con respecto a las almas que no aparecen sanas, deja abierto un camino de curación mediante largos sufrimientos y dolorosas cu­ras.[152] Las incurables —que serán en su mayoría almas de tiranos y de hombres de poder, a las que ya no es posible salvar con ninguna terapéutica—, se erigen en ejemplos eternos, paradeigmata, para be­neficio de las otras.[153] Por tanto, el mundo posterior a la muerte se convierte en continuación y perfeccionamiento de la paideia de la vida terrenal: los mal educados, pero capaces todavía de corrección, obtienen una última posibilidad de alcanzar todavía la meta, a fuerza de duros sufrimientos y castigos. Los incapaces de corrección, los que ya no pueden ser salvados, sirven por lo menos de medio para la educación de los demás.

El Gorgias termina con la exhortación ante la apaideusia,[154] o sea la ignorancia con respecto a los bienes supremos de la vida, y aplaza toda discusión en torno al estado y a la política hasta el mo­mento en que nos liberemos de esta ignorancia. De este modo Platón recuerda una vez más la tendencia pedagógica fundamental de todo el diálogo y de la filosofía socrática como tal y graba indeleblemente en nuestra memoria su concepción acerca de la esencia de la paideia, divergente de cualquier otra. Se trata de la lucha a lo largo de toda la vida del alma por liberarse de la ignorancia acerca de los bienes supremos, ignorancia que se apodera de ella y le cierra el camino hacia la verdadera salvación.[155] Estas palabras nos remontan de nue­vo al final del Protágoras, donde ya se hablaba de esta ignorancia, de "la falsa opinión y el error con respecto a las cosas que tienen un valor supremo, como de la fuente de todo mal." [156] Allí se decía que no era propio de la naturaleza humana el optar voluntariamente por 543 el mal. No se indicaba con precisión el carácter de este saber, sino que el autor se remitía para ello a una investigación posterior.[157] El Gorgias nos aporta la primera revelación completa del programa de la paideia socrática que iba implícito en aquella referencia, de su ética y de su fondo metafísico. Esta obra representa, por tanto, una etapa de importancia decisiva en el gran debate socrático que se des­arrolla en los diálogos de Platón y que hemos caracterizado como el proceso de la conciencia progresiva de las premisas filosóficas que determinan la vida y el pensamiento socráticos.[158] Este proceso en­cierra muchos aspectos, pues recae tanto sobre el lado lógico y me­tódico de Sócrates como sobre su ethos y su bíos. En el Gorgias todos éstos aparecen reunidos por vez primera, aunque haciendo hin­capié, realmente, en el contenido ético. Esto es lo que determina también su importancia como documento de la paideia platónica.

En los primeros diálogos de Platón el aspecto pedagógico del tipo de conversación de Sócrates se reflejaba sobre todo en lo metódico, así como también en su mismo objeto, o sea en el problema de la virtud. El Protágoras pone luego de relieve toda la tendencia de in­vestigación de Sócrates, encaminada al conocimiento de los supremos valores, como fundamental para el problema de la educación del hom­bre, aun cuando no nos informe todavía acerca del modo como debe estructurarse una educación sobre esta base. Lo único que nos da a conocer es la nueva valoración del saber como camino hacia la areté y el postulado de una techné que sirva de base a una conducta acer­tada. Si se admite la posibilidad de esta techné, se habrá superado en el plano de los principios la educación sofística, o se la habrá reducido a una posición secundaria por lo menos. El Gorgias recoge de nuevo el problema en este punto y desarrolla las características y premisas esenciales de la techné en cuestión. Lo hace bajo la for­ma de un debate con la retórica, la cual es considerada aquí, según lo demuestra al final del diálogo, como sustancialmente idéntica a la sofística. Sin embargo, si la retórica se elige ahora como blanco de crítica no es sólo por razones de variación, sino porque, siendo como es el poder que dirige el estado, hace que nuestra mirada recaiga sobre el problema de las relaciones entre éste y la educación. Esta unidad que nos había servido ya para ordenar, por razones interiores, los primeros diálogos platónicos, y que había sido subrayada con claridad por el Protágoras, se confirma expresamente y se perfila con más detalle en el Gorgias. Como demuestra el Protágoras, tam­bién la cultura sofística intentaba preparar a los ciudadanos para vivir en el estado. No ilustraba sólo acerca del estado, sino que seña­laba también teóricamente la condicionalidad sociológica de la edu­cación por el estado. Pero su objetivo era preparar con éxito diri­gentes para la vida pública, que supiesen adaptarse prácticamente a 544 las condiciones existentes y operar a base de ellas. En consecuencia, la relación entre el estado y la educación, al modo como la concebían los sofistas, era completamente unilateral desde el punto de vista de Sócrates, ya que aceptaban sin más examen el estado tal como existía, tomando así como pauta para su educación los postulados de una vida política ya por completo degenerada.

Frente a esto, el Gorgias desarrolla el punto de vista decisivo de Platón de que el problema fundamental de toda educación es el pro­blema de la norma suprema a que ha de ajustarse y del conocimiento de esta meta. Sócrates aparece en el Gorgias como el verdadero edu­cador, como el único hombre que posee el conocimiento del telos. En la Apología y en las demás obras anteriores al Protágoras, así como en esta misma, el Sócrates platónico, coincidiendo evidentemente con el Sócrates histórico, rechaza todavía con ironía la pretensión de educar a los hombres, aunque ya Platón lo caracterice como el ver­dadero educador. En cambio, en el Gorgias se presenta la paideia en su sentido ético como el bien supremo y el compendio de la dicha humana y nos encontramos ya con un Sócrates que reivindica para sí la posesión de tal paideia. Platón pone ahora en la persona de su maestro su propia convicción pasional de que Sócrates es el verdadero educador que el estado necesita y hace que Sócrates, con un senti­miento de su propia personalidad y un pathos que no es socrático, sino enteramente platónico, se llame, fundándose en su pedagogía, "el único estadista de su tiempo".[159] La verdadera misión del esta­dista no consiste en adaptarse a la masa, como lo entiende la falsa paideia de los retóricos y los sofistas,[160] sino que es de suyo una misión educativa, pues estriba en hacer mejores a los hombres. El Gorgias no nos dice todavía qué tipo de estado se obtendría consa­grando todas las fuerzas a la consecución de este objetivo. Esto se pondrá de manifiesto más tarde, en la República platónica. El Gor­gias se limita a proclamar con emoción verdaderamente profética la meta como tal, la reducción del estado a su misión educativa. En este tipo de estado, aunque sólo en él naturalmente, se justifica el pos­tulado de una educación que, como la socrática, se traza como objetivo la norma absoluta de la perfección humana, de considerarse como el nervio de todo el arte del estado.

En esta obra, la primera en que Platón desarrolla expresamente la paideia socrática como una techné política, la contrapone ya del modo más marcado al estado existente. Este antagonismo tiene un carácter completamente distinto a lo que sabemos acerca de la opo­sición existente entre la educación sofística y los representantes de la política. Los sofistas eran una manifestación nueva, puesta de moda, y provocaban la curiosidad y el recelo de los círculos conservadores; 545 se hallaban, por tanto, en este sentido, completamente a la defensiva. Aun en los casos en que, con teorías como la del derecho del más fuerte, o la crítica del principio igualitario en la democracia, daban armas a la oposición, sabían, como lo demuestra el ejemplo de Ca-licles, combinar estas doctrinas expuestas en círculos reducidos con la mayor adaptabilidad. Sin duda, Sócrates no había tomado tales precauciones y Platón hace hincapié en su franqueza, que mueve a Calicles a prevenirle.[161] Pero el Gorgias de Platón va más allá al glorificar esta franqueza en una obra literaria sensacional, sacando plenamente a la luz pública el antagonismo existente entre la peda­gogía socrática y la realidad política. Ya la Apología, al presentar a Sócrates en conflicto con el poder del estado, hubo de colocar en el lugar central este problema, y lo hizo sin atenuar en nada su dureza y su gravedad. El conflicto entre Sócrates y el estado no aparece en ella, según veíamos, como algo casual, sino como una necesidad ineluctable.[162] En los primeros diálogos de Platón la forma y el contenido de la investigación socrática aparecen más en primer plano y la tensión entre esta nueva ciencia política y el estado parece relegada al olvido. Pero el Gorgias nos revela que esta pretendida quietud no era más que una apariencia. En esta obra, en la que Platón expone por primera vez la paideia socrática como un pro­grama cerrado, considera tan esencial su antagonismo con el arte del estado existente y con el espíritu que impera en la vida pública, que desarrolla por entero su carácter a la luz de un debate crítico con la retórica, en la que ve, con su apariencia tornasolada, la auténtica representante de los manejos políticos de su tiempo. Más aún: señala a las nubes amenazadoras que se apelotonan y anuncian el estallido inminente de la tormenta.

Sin embargo, lo nuevo en el Gorgias es que aquí el acusado no es Sócrates, sino el estado. Al desarrollarse el mensaje de Sócrates a sus conciudadanos para que velen por su alma sacando de él un sistema filosófico de educación, Platón carga en la cuenta de esta filosofía el grave conflicto con el estado que había de poner fin a la vida de Sócrates. Mientras que en la Apología este conflicto podía aparecer todavía a los ojos de ciertos lectores como una catástrofe aislada, el Gorgias pone de manifiesto que el pensamiento de Platón gira sin cesar en torno al hecho de tal conflicto. Su filosofía se despliega plenamente al poner de manifiesto las premisas de la vida y el pensa­miento socráticos, y así sucede también en este punto importantísimo; 546 se esfuerza en comprender en su necesidad el conflicto que condujo a "la muerte del más justo de los ciudadanos",[163] y el conflicto se convierte de esta manera en punto de partida de toda su filosofía de la educación. La Carta séptima esclarece con precisión esta expe­riencia vivida, en la importancia filosófica permanente que encierra para Platón, y lo hace con tal resplandor, que la obra y el testimonio propio se complementan del modo más perfecto. La ruptura con el estado de su tiempo, que Platón, según el testimonio de la Carta séptima, abandona como irremediable después del desenlace de la vida de Sócrates, sale a luz en el Gorgias.[164] Pero al mismo tiempo se revela de qué modo tan concreto y tan político tuvo que haber comprendido Platón desde el primer momento, entre todos los discí­pulos de Sócrates, la misión educativa del maestro. La repudiación del estado que Sócrates había declarado insostenible no significa, para Platón, el abandono del estado como tal. Por el contrario, el fracaso de Sócrates, del "único verdadero estadista de su tiempo", lo que hace es esclarecer por vez primera el problema planteado: de lo que se trata es de armonizar el estado con los postulados de la doctrina socrática. No es la educación lo que hay que reformar, como creían los que acusaron y ejecutaron a Sócrates, sino que es el estado el que tiene que renovarse desde sus cimientos. ¿Y qué significa esto para Platón? La crítica del Gorgias se endereza de un modo tan exclusivo contra los estadistas atenienses del presente y del pasado, que parece como si la voluntad reformadora de Platón ad­mitiese todavía la posibilidad de una trasformación política en su propia patria. Sin embargo, la Carta séptima demuestra que ya en aquella época Platón no admitía semejante posibilidad.[165] ¿Cómo podía el espíritu socrático penetrar en un estado "retórico" hasta la médula como era el ateniense? Detrás del Gorgias se alza ya la idea del estado de los filósofos. La crítica demoledora del estado histórico que se contiene en esta obra no tiende a la revolución violenta[166]ni es tampoco la explosión de un sombrío fatalismo, de un estado de espíritu catastrófico, que habría sido comprensible después de la ban­carrota exterior e interior de Atenas que siguió a la guerra del Pelo-poneso. Con la brusca negación de lo existente, Platón se abre paso en el Gorgias hacia la construcción del "mejor tipo de estado" que tiene presente como meta y que esbozará sin preocuparse para nada, ni ahora ni más tarde, de la posibilidad de su realización. El hecho de que inicie este camino exponiendo en el Gorgias la paideia socrá­tica y su meta, señala claramente el punto interior de partida de la nueva voluntad hacia el estado, pues ésta es para Platón el polo firme en medio de un mundo de decadencia social.

El postulado paradójico de   un arte basado en un conocimiento 547 inquebrantable  de   los  supremos   bienes   humanos   y   que  tenga   por única meta hacer a los ciudadanos buenos y felices surge manifiesta­mente de la síntesis de la propia voluntad de estadista  de Platón y su fe en la misión política de Sócrates.   Pero esta explicación perso­nal, psicológica, no  basta  para  hacernos comprender plenamente   la idea platónica de una techné política que es al mismo tiempo cons­trucción de estado y cuidado del alma.   Para el modo de sentir mo­derno se confunden aquí  dos  misiones distintas que, por  lo menos hasta hace poco, solíamos separar con rigor.   Nuestra política es polí­tica  realista;   nuestra  ética  individual,  idealista.    Aunque  el  estado moderno ha tomado en sus manos en muchos aspectos la educación de la  infancia y la juventud y reivindica de   nuevo, con ello,  una parte de la misión del estado antiguo, nos resulta difícil admitir por un momento la concepción de los griegos antiguos según la cual la ley del estado era al propio tiempo la fuente de todas las normas de la vida humana y la virtud del hombre se identificaba con la virtud del ciudadano.   Esta  unidad  sufrió   la primera conmoción seria   en tiempo de Sócrates.   La razón de estado y el sentimiento moral de los individuos  empezaron  a  divorciarse   cada  vez  más  abiertamente,   a medida   que se embrutecía la  vida política y   el sentimiento moral individual de los mejores se hacía independiente y se afinaba.   Esta ruptura  —ya expuesta más arriba por nosotros—,   de la  primitiva armonía entre la virtud humana y la virtud ciudadana constituye la premisa histórica  del pensamiento platónico en lo tocante  a la filo­sofía del estado.   Ahora   se  ponía   de manifiesto  que el   poder  del estado de someter a su imperio los espíritus —poder evidente en el antiguo  estado-ciudad—,   tenía   su  reverso  peligroso.    Debía   condu­cir a la postre, necesariamente, a que los individuos de cultura superior abrazasen caminos  desviados y se retrajesen del estado o aplicasen a éste su pauta ética ideal, abriendo con ello un conflicto insoluble entre su modo de ver y el estado real.   Platón es absolutamente con­trario, en principio, a la tendencia individualista a huir del estado. Se había formado dentro de una tradición de familia y de clase en la que se consideraba evidente que los mejores consagrasen su vida al estado.   Es difícil que la crítica socrática le hubiera producido una impresión tan profunda como la que atestiguan sus obras si no hu­biese compartido  de   por  sí  aquella  elevada concepción  del  estado que veía en éste el legislador moral de sus ciudadanos.   Por eso Pla­tón no interpreta tampoco el conflicto de Sócrates con el estado en el sentido de que haya llegado el momento de dar al estado lo que es del estado y a Dios lo que es de Dios.   No se le pasa por las mientes el sustraer a la órbita de acción del estado la parte mejor del hom­bre.   Individuo y comunidad forman un todo y la norma que preside esta relación tiene que representarla el estado, y sólo él.   Pero esta pretensión del estado de imperar sobre el alma indivisa y entera del hombre plantea el más difícil de los problemas, a partir del momento 548 en que esta alma descubre en la entraña de su propia conciencia mo­ral la única pauta del valor y la dicha humanos. En estas condicio­nes, el estado no puede quedarse rezagado detrás de esta evolución moral y tiene que emprender, según el modo de ver de Platón, el camino de convertirse en educador y médico de almas o resignarse, si no quiere asumir esta misión, a que se le considere como un orga­nismo degenerado e indigno de su autoridad. En el Gorgias de Pla­tón se pone de manifiesto la decisión de sacrificar todas las demás funciones que forman la vida del estado a esta misión de educador moral.

Pero, además de la elevada concepción tradicional de la impor­tancia de la polis para la vida del individuo, había otro motivo que determinaba este giro nuevo y peculiar de Platón ante el estado. Este segundo motivo radicaba en la misma teoría socrática de la virtud. Desde el momento en que Platón, coincidiendo con Sócrates, basa la conducta acertada del hombre en el conocimiento de los valores su­premos, la realización de estos valores se convierte de algo que afecta a las meras opiniones y a los sentimientos subjetivos en misión del supremo conocimiento a que puede elevarse el espíritu humano. El mismo Sócrates había hecho patente con la confesión irónica de su propia ignorancia que el conocimiento del bien a que aspiraba no estaba al alcance de cualquiera. Por consiguiente, no se hace honor a la importancia de la libertad frente a toda tradición que Sócrates personifica si se la interpreta en sentido moderno como la indepen­dencia recién conquistada de la conciencia personal. Platón, al enfo­car el concepto de este saber socrático en el sentido estricto de su "techné política" acentúa del modo más enérgico su carácter objeti­vo. Lejos de contraponerse al saber profesional, toma su ideal de éste. No es un saber asequible a la masa, sino material del conoci­miento filosófico supremo. Precisamente al llegar al punto de la evolución en que esperamos encontrarnos con el concepto moderno de la conciencia personal y de la libre decisión moral del individuo, vemos que este concepto se elimina de nuevo y que en su lugar se instaura la autoridad de una verdad filosófica objetiva que reivin­dica para sí el derecho a dominar toda la vida de la comunidad humana y, por tanto, también la del individuo. Si existe la ciencia socrática, sólo puede desplegar su plena eficacia, según Platón, den­tro del marco de la vida de una comunidad que él representa, al modo tradicional, como una nueva civitas.



[1] 1  El punto de vista extremo  en  esto es el aplicado por wilamowitz en  su Platón, t.  i,  a los distintos diálogos.   Una  obra  como el Fedro, por ejemplo, en la que se  investigan las  relaciones entre la retórica y la dialéctica, es  expuesta por este autor bajo el título lírico de "Un venturoso día de verano".
[2] 2  La frase es de Wordsworth.   No puede pasarse por alto la relación entre el punto de vista de Wilamowitz y el libro de Dilthey titulado Vida y poesía.
[3] 3  John finley   (Harvard  classical studies, 1939)   ha señalado  acertadamente que Gorgias no puede ser considerado como el creador exclusivo del arte retórico ni como su único representante en Atenas.
[4] 4  Prot., 319 A-D.                        
[5] 5 Gorg., 449 D, 451 A.
[6] 6 Gorg., 450 A, 451 D, 454 B.
[7] 7 Gorg., 456 A ss.              
[8] 8 Gorg., 456 B.
[9] 9 Gorg., 456 B 6 C.        
[10] 10 Gorg., 455 D-E. (Cf. 455 B.)
[11] 11 Gorg., 454 E-455 A.                     
[12] 12 Gorg., 456 D-457 C.
[13] 13 Gorg., 456 E, 457 C. 
[14] 14 Gorg., 459 D-E.
[15] 15  Gorg.,  460 A.   Cf.  sobre la caracterización de la  respetabilidad  burguesa de Protágoras, cap. v, nota 64.
[16] 16  Gorg., 460 D.
[17] 17 Gorg., 461 B-C.   Cf. cap. v, nota 64.
[18] 18 Gorg., 481 Β ss.
[19] 19 Gorg., 462 B.
[20] 20  aristóteles,  Metaf.,  A   1,981  a   5,  entiende  por   techné  la hipótesis  ge­neral  (u(po/lhyij)   sobre casos análogos formada  después  de numerosas observa­ciones de la experiencia.
[21] 21  La techné comparte con la empeiria ("experiencia")  el carácter práctico. Cf. aristóteles, loc. cit., 981 a 12.
[22] 22  El "arte de la medida" se encuentra en Prot., 356 D-357 B.   Esto viene a limitar el postulado mantenido en Prot., 319 A, de que la paideia de Protágoras es la "techné política".
[23] 23  Cf. la tesis doctoral, sugerida por mí, de F. jeffré, Der Begriff der Techné bel Plato  (1922).   La tesis está inédita, pero el manuscrito obra en poder de la biblioteca de la Universidad de Kiel.
[24] 24 Gorg., 462 B-D.
[25] 25 Gorg., 463 B.
[26] 26 Gorg., 463 D.
[27] 27 Gorg., 464 A-C 5.
[28] 28 Gorg., 464 C 5-D.
[29] 29 Gorg., 464 D, 465 B-D.
[30] 30  Gorg., 465 A.   Platón resume concisamente en este pasaje los resultados de todo su análisis del concepto de la techné.   No hay ningún a)\logon pra=gma que merezca  ser  llamado   techné.   En   esta   definición   de  los  rasgos   fundamentales que determinan la estructura de una techné es importante no perder de vista el rasgo de  que toda techné tiende a lo mejor;   dice, por tanto, su relación a un valor y, en última instancia, el más alto de todos los valores.   Sirve a la reali­zación del valor supremo en el campo de la realidad sobre que versan sus activi­dades.   El  modelo   que  Platón  presenta en   este   análisis de  la  esencia de  una verdadera techné es la medicina.   Cf. 464 A y D.    De ella arranca el concepto de la terapéutica o  "cuidado" del alma y  el cuerpo, la imagen de apuntar al blanco   (stoxa/zesqai)   de lo mejor, así como  las denominaciones de esto como bienestar o constitución  adecuada  (eu)eci/a).   Cf. infra, lib. iv, el  capítulo  rela­tivo a la medicina griega.   El "arte político", que es la meta de la filosofía y la cultura nuevas que se trata de fundar, se concibe a modo de una medicina del alma.
[31] 31  Para Platón la paradoja es el medio fundamental de expresión filosófica, como había comprendido ya claramente su contemporáneo Isócrates con su fina percepción para captar la peculiaridad y la fuerza de la forma artística.   Que en su   Elena,   caps.   1-3,   piensa   sobre   todo   en   Platón,   creo   dejarlo   demostrado infra,  lib.  IV, y  ha sido  puesto  de  manifiesto  ya  por otros.    Es  interesante  ver cómo  Isócrates intenta  comprender este  fenómeno  sobre el  fondo  de la filosofía griega  anterior y,   al  mismo  tiempo,   presentarlo  como   el  fallo  general  de  toda la filosofía.   Naturalmente, no logra ver clara la esencia del problema.
[32] 32 Gorg., 465 C.  
[33] 33 Cf. supra, pp. 415 s
[34] 34  Gorg., 481 C.   "Si tú [Sócrates] hablas en serio, y lo que dices es verdad, ¿no habría que llegar a la conclusión de que nuestra vida humana se ha venido a tierra, y de que somos en  todo visiblemente lo contrario de lo que debiéramos ser?"
[35] 35   Gorg., 466 Β ss.   La capacidad de  la retórica de conferir poder se  hacía resaltar ya en el discurso de Gorpias: 451 D, 452 D, 456 A ss.
[36] 36  Cf. supra, p. 508.
[37] 37   En Gorg., 466 Β 11 ss., se toma como base esta definición del concepto del poder por Polo, que Sócrates refuta.   La palabra griega para expresar el concepto de poder en este sentido era du/namij, me/ga du/nasqai. Cf. 466 Β 4, 466  D 6, 467 A 8, 469 D 2.   Platón contrapone en la República el poder y el espíritu, la dynamis y la frónesis.   Dynamis es poder en sentido físico; kratos, poder en sen­tido legal, jurídico-estatal.
[38] 38  Platón se manifiesta constantemente en este sentido.   Cf. Gorg., 466 Β 11, 466 D 7, 467 A 8, 469 C 3, 469 D 2, etcétera.
[39] 39  arquíloco, frag.  22  (Diehl).   Cf. supra, pp.  126 s.
[40] 40 solón, frag. 23 (Diehl).
[41] 41 Gorg., 469 C.            
[42] 42 Gorg., 470 E.
[43] 43  Esto se destaca de un modo expreso en Rep., 498 A 1 s.
[44] 44  Esto se expone con cruda franqueza en el discurso del enviado ateniense en las negociaciones con la pequeña isla de Melos, a la que se trata de obligar a un  abandono de su neutralidad. tucídides, v,  104-105. Cf.  supra, pp. 360 ss. Y de modo semejante, en el  discurso del embajador  en  Esparta, tucídides,  i, 75-76.   Cf. supra, p. 357.
[45] 45 Gorg., 470 E 9.
[46] 46  Seria históricamente falso  equiparar sencillamente a esta baja  concepción de la "naturaleza" del hombre en general el punto de vista cristiano, que aparece plasmado en tantas formas y modalidades distintas.
[47] 47  Cf. supra, p. 285.
[48] 48 Nos llevaría muy lejos citar todos los pasajes que existen en apoyo de esto. El pasaje principal en lo que se refiere a la equiparación de la areté con lo que corresponde a la naturaleza humana (kata\ fu/sin) y de lo malo con lo contrario a la naturaleza (para\ fu/sin), en Rep., 444 C-E. La areté es la salud del alma; es, por tanto, el estado normal, la verdadera naturaleza del hombre. Es decisiva en este punto la concepción médica que Platón tiene de la naturaleza como una realidad que lleva en sí misma su propia norma.
[49] 49 Gorg., 466 C.
[50] 50 Cf. sobre lo que sigue Gorg., 466 Β ss., especialmente 467 A.
[51] 51 Gorg., 467 C 5-468 C.
[52] 51a Una trasmutación semejante del concepto del poder y de la tendencia al poder (πλεονεξία) en sentido moral la encontramos en Isócrates, en el dis­curso de la paz, 33. Cf. infra, lib. iv. Y está tomada del Gorgias y la República de Platón, con toda la argumentación de la parte 31-35 de este discurso.
[53] 52 Gorg., 472 E.
[54] 53  Cf. Prot., 324 A-B.   Aquí se dice que ya en tiempo de los sofistas se había abandonado  la  vieja  concepción   de la   pena como  retribución   (to\n dra/santa paqei=ny se la consideraba como un medio de educación  (teoría teleológica, no causal, de la pena).   Platón lo interpreta en el sentido de su concepción médica del arte del estado y concibe la pena como curación.
[55] 54  Gorg., 477 A ss.   
[56] 55 Gorg., 471 D 4.
[57] 56 Gorg., 481 B-C.
[58] 57 Gorg., 485 D-E.
[59] 58 Una figura característica de la hostilidad de la parte de la ciudadanía pasada de moda contra la cultura sofística, que se refleja también en la come­dia, es la figura de Anito que aparece al final del Menón platónico. Anito figura también entre los acusadores de Sócrates, quien en la Apología se defiende de los que lo confunden con los sofistas.
[60] 59  Gorg., 484 E, 485 E-486 C.
[61] 60  Gorg., 487 C.   Sócrates localiza esta adquisición  altamente  política  sobre la paideia  en un círculo  que considera indicado caracterizar mediante la indi­cación de otros tres nombres de ciudadanos atenienses conocidos.   Andrón, hijo de Androcio, era miembro del grupo político de los Cuatrocientos que en el año 411 dieron el golpe de estado oligárquico.   Platón lo menciona como oyente de Protágoras en Prot., 315 C.   Su hijo Androcio es el conocido estadista e histo­riador oligárquico contra el que se dirige el discurso de Demóstenes.   De Nausí-quides de Colargos y de Teisandro de Afidna no tenemos ninguna otra informa­ción; únicamente hay noticias de los descendientes del primero como ciudadanos ricos.   (Cf. kirchner-klebs, Prosop. Att., ii, 113-114.)
[62] 61  tucídides, ii, 40, 1.   Cf. supra, p. 291.
[63] 62  Acerca  de  su escrito   programático  contra los  sofistas,  Cf.  infra,  lib.  iv.
[64] 63  Platón se esforzó en individualizar su Calicles, no sólo con su arte realista del retrato, sino además presentándolo como miembro de aquel círculo de ciuda­danos atenienses distinguidos a que nos hemos referido más arriba  (en la nota 60).    Es,   indudablemente,   una   figura   tan   histórica   como   Anito,  enemigo   de Sócrates y adversario de los sofistas, que aparece en el Menón, siendo indiferente para estos efectos el que Calicles fuese  el nombre real del personaje o simple­mente un seudónimo.
[65] 64  Cf. supra, p. 520.
[66] 65  La naturaleza y su ley ocupan  en este caso el lugar de la divinidad, de la que originariamente solían derivarse el poder humano y la ley humana.   Cf. supra, pp. 295 ss.
[67] 66  Gorg., 482 E.
[68] 67 A quien no pueda defenderse a sí mismo (au)to\j au(tw~| bohqhi=n) cuando sufra una injusticia, más le valdría morirse. Cf. Gorg., 483 B. Más adelante, 485 C 5, se ve que la capacidad del fuerte para defenderse a sí mismo es la suma y compendio de la libertad para Calicles (Cf. infra, nota 77).
[69] 68 Gorg., 483 B-C.
[70] 69  Gorg., 483  C  8-D.   En esta época racional, el ejemplo de la experiencia aparece ocupando el lugar del paradigma mítico de la antigua poesía parenética.
[71] 70  Gorg., 483 E-484 C.   Cf. acerca de la teoría sofística del derecho del más fuerte, A. menzel, Kallikles (1923).
[72] 71   Gorg., 470 E.  Cf. supra, p. 520.
[73] 72  En  la concepción de la ley como una traba  (δεσμός)  contraria a la na­turaleza   Calicles coincide con  el sofista Antifón y con su  teoría  del  nomos y la physis.   El sofista Hipias, en platón, Prot., 337 C, dice también que la ley es el tirano del hombre.   Es cierto que ninguno de estos dos sofistas deriva  de aquí el derecho del más fuerte, como Calicles, sino que ambos se orientan en la dirección contraria.   Cf. supra, 298 s.
[74] 73  Gorg., 484 C.                        
[75] 74 Gorg., 484 C 4-485 A.
[76] 75  Gorg., 485 A.
[77] 76  Cf.   Gorg.,   484   C,    el   reproche   de   Calicles:   peraite/rw tou= de/ontoj  e)ndiatri/bein y po/rrw th=j h(liki/aj filosofei=n.   Cf. Rep., 498 A-C.
[78] 77  Para Calicles (Gorg., 485 C), de este peligro constante de perder la posi­ción de ciudadanía a que se halla expuesto el débil, se deduce que los adeptos a la filosofía de Sócrates "carecen de libertad".   Es un reproche que sólo puede comprender  bien quien recuerde que los griegos designan siempre la verdadera paideia  como   la  "paideia  de  los  hombres  libres".    Calicles  procura  demostrar que posee  plenamente una  alta cultura por medio de abundantes citas poéticas de Eurípides y Píndaro, entretejidas según la moda de la época con su argumen­tación (486 B-C).
[79] 78   Gorg., 487 Β 6.
[80] 79  antifón, frag. 44  A  1-6,  especialmente A  4  y 4.   diels,  Vorsokratiker, 5a ed., t ii, pp. 346 ss.
[81] 80 tucídides, v, 105, 4, presenta a los atenienses, en sus negociaciones con los de la isla de Melos, exponiendo el principio del natural egoísmo de poder del estado bajo la fórmula de que lo agradable es lo moralmente bueno (ta\ h(de/a kala\), lo que responde precisamente al criterio de la masa y de los sofis­tas en el Protágoras de Platón (Cf. pp. 504 ss.). Es, dicen, un principio que no reconocemos solamente nosotros, sino que reconocen también los espartanos.
[82] 81 Gorg., 488 Β 3-489 A, 491 B.
[83] 82  Gorg., 491 D.   Es el problema fundamental de toda la "política" socrática. Cf. supra, p. 433.
[84] 83  Gorg., 491 E-492 D.
[85] 84 Prot., 354 D, 355 A.   Cf. supra, p. 504.
[86] 85 Gorg., 492 E.         
[87] 86 Gorg., 494 A.
[88] 87 Gorg., 494 B-499 C.                   
[89] 88 Gorg., 499 D-500 A.
[90] 89 Así, Wilamowitz y Pohlenz.   Interpretación acertada es la de Raeder, Ar-nim, Shorey y Taylor.
[91] 90 Fedón, 68 C.  Cf. Gorg., 495 A, 499 C.
[92] 91  Amim sostiene  también  el  punto  de  vista de la  anterioridad  del  Protágo­ras, pero por una razón distinta.   Cf. cap. V, nota 50.
[93] 92  Cf. supra, p. 503.                        
[94] 93 Prot., 356 D-357 B.
[95] 94  Prot., 354 Β 6 ss., 354 D 1-3, 354 D 7-E 2, 354 E 8-355 A 5.
[96] 95  Fedón, 69 A.          
[97] 96 Gorg., 498 D.
[98] 97 Ya en Prot., 349 B, había planteado el problema de si las distintas vir­tudes (a)retai/) poseían cada una una esencia propia (i)/dioj ou)si/a) ο designa­ban una única cosa (e)pi\ e(ni\ pra/gmati/ e)stin). Este e(/n pra~gma, ou)si/a común es (como se señala en Gorg., 499 A) el Bien (to\ a)gaqo/n) que constituye el telos de toda la voluntad y la conducta humanas.
[99] 98 Gorg., 451 D.
[100] 99 Gorg., 462 C, 463 B.
[101] loo Gorg., 500 A.
[102] 101 Gorg., 500 A 6.    
[103] l02 Gorg., 500 B.
[104] 103  Platón  vuelve  a presentar  aquí  el paralelismo  con el arte médico, que tiene siempre presente en su techné política.   Cf. supra, p. 517.
[105] 104  Gorg., 501 D-502 D.   Platón invoca la poesía coral y ditirámbica contem­poránea y pone como ejemplo a Cinesias, de quien se burla también Aristófanes. Tampoco Calicles acierta a encontrar ningún  calor educativo en  su arte.   A la actitud negativa mantenida por Platón contribuye, pues, la degeneración virtuo­sista del arte en su época.
[106] 105 Gorg., 502 E.   
[107] 106 Gorg., 503 B.
[108] 107 Gorg., 503 E-505 B. El eidos, que sirve al estadista de punto de mira para poner orden (τάξις) en su objeto, o sea en el alma humana, es el bien, que en Gorg., 499 E, se presenta como el telos de toda conducta.
[109] 108 Gorg., 505 D.                  
[110] 109 Gorg., 513 C.                   
[111] 110 Gorg., 506 D.
[112] 111 Gorg., 506 E.               
[113] 112 Gorg., 506 D-507 A.         
[114] 113 Gorg., 507 A-C.
[115] 114 Cf. supra, pp. 485, 498 s.
[116] 115 Gorg., 507 C.
[117] 116 Gorg., 507 D 6. En este pasaje, Platón introduce el concepto del blanco como el punto hacia el cual debemos apuntar en la vida, en griego, σκοπός. Es idéntico al τέλος ο "fin", que constituye, según 499 E, el Bien.
[118] 117 Gorg., 507 E ss.
[119] 118 Gorg., 508 A.
[120] 119 Gorg., 483 B, 486 B.                  
[121] 120 Gorg., 509 B-D.
[122] 121 Gorg., 509 D 7-510 A.                    
[123] 122 Gorg., 510 A.
[124] 123 Gorg., 510 B. La paideia se había establecido, en 470 E, como criterio del gobernante bueno y dichoso.
[125] 124 Gorg., 510 C.      
[126] l25 Gorg., 510 D.
[127] 126 Gorg., 510 E-511 A. Esa imitación del déspota se convierte para él en el mayor obstáculo de la educación, como Platón expone más a fondo en la República, donde desarrolla sistemáticamente la teoría de que la educación se adapta en todas sus partes al espíritu de las condiciones políticas existentes.
[128] 127 Gorg., 511 A-B.
[129] 128 Gorg., 513 A-C.
[130] 129 Gorg., 513 D: mh\ ka/taxarizo/menon, a)lla\ diamaxo/menon. Cf. 521 A, don­de la palabra "luchar" reaparece con este sentido: diama/xesqai   )Aqhnai/oij, o(/pwj w(j be/ltistoi e)/sontai, w(j i)atro/n. Se alude, por tanto, a la lucha que el médico tiene que sostener con el paciente frivolo y reacio. También en este punto volvemos a encontrarnos con el parelelo de la medicina.
[131] 130  Gorg., 513 E.   También  aquí, como  en el  pasaje decisivo, Gorg., 470  E, es la   posesión  de  la  paideia  el  único  criterio   decisivo  para  juzgar   del  valor tanto del dinero como de todo poder en general.   En efecto, que la kalokagathia, en 541 A  1, no versa sino sobre el concepto de la paideia lo demuestra el em­pleo   simultáneo   de   ambos   términos   sinónimos   en   el   pasaje   paralelo   470   E 6 y 9.
[132] 130a Es a este empleo concreto, que conocemos de las inscripciones honorí­ficas, al que alude el concepto de ευεργεσία en Gorg,., 513 E, pues se trata de los méritos contraídos respecto a la polis por el educador.
[133] 131   Gorg., 514 Β ss.   Es Platón  quien,  siguiendo consecuentemente el  hábito socrático de la indagación dialéctica, introduce el concepto del examen en la edu­cación superior.   En la República erige totalmente sobre esta base la cultura del gobernante.   Trátase  de  un  concepto  tomado  de  las  technai de  los  especialistas: del médico, del arquitecto, etcétera, como el propio Platón nos da a entender con sus ejemplos.
[134] 132  Gorg., 514 A-E.
[135] 133 Gorg., 515 A-B.
[136] 134  Gorg., 515 C-516 E.
[137] 135  Gorg., 517 A.
[138] 136 Gorg., 517 B.
[139] 137  Gorg.,  517  C-518 E.   La  concepción  médica y pedagógica del estado  se aplica aquí  por  primera vez como  pauta  crítica al estado  histórico y contempo­ráneo.
[140] 138  Gorg., 519 A.   
[141] 139 Gorg., 519 B-C.
[142] 140 Gorg., 519 E-520 B.
[143] 141 Gorg., 521 A. Lo que Sócrates expresa aquí es la "opción de la vida" (bi/ou ai(/resij), que constituye, según su filosofía, el verdadero sentido de la existencia humana y la meta de su búsqueda de la verdad. La opción preexis-tencial de la suerte de la vida en el más allá, que Platón pinta en el mito final de la República (617 B-620 D), sirve de fondo metafísico a esta opción terrenal. El pasaje del Gorgias es, a su vez, el desarrollo del motivo de la Apología (29 D) en que Sócrates opta también, ante el peligro inminente que amenaza su vida, por la conservación de su bíos filosófico.
[144] 142 Gorg., 521 C-522 A.
[145] 143 Gorg., 522 D. Este bohqei=n e(autw~|, la conservación de la salud del pro­pio yo, es lo contrario a lo que Calicles entiende por la fuerza mediante la cual se salva el yo físico; Cf. supra p. 528. Si el saber de Sócrates, idéntico a la propia areté, constituye un medio de defenderse a sí mismo (en un sentido ele­vado del yo), comprendemos en seguida por qué Sócrates insiste ya en el Pro­tágoras (352 C) en que esa filosofía es "capaz de venir en ayuda del hombre". El sentido de este bohqei=n es el mismo que tiene esta palabra en la medicina: el de curar al hombre y devolverle la salud. Cf. infra, lib. iv, cap. i, nota 11.
[146] 144 Gorg.,  513  C.   Platón  llama a  esto   el  "efecto usual"   (to\ tw~n pollw~n pa/qoj) del mensaje socrático.
[147] 145 Cf. supra, p. 415.                        
[148] 146 Gorg., 523 a ss.
[149] 147  En  este  error incurre  la  mayoría de  los investigadores que   abordan  a Platón movidos por el interés del historiador de la religión en la órfica.   El que llega más lejos en este sentido es Macchioro, que pura y simplemente deriva de la órfica la filosofía de Platón en su mayor parte.
[150] 148  Gorg. 523 E:  au)th=| th= yuxh= au)th\n th\n yuxh\n qewrou=nta.   Las envol­turas engañosas, en 523 B-D.
[151] 149  Gorg., 524 B-D.
[152] 150  Las islas de los bienaventurados, en 523 B, 524 A, 526 C; los pecadores curables e incurables, en 525 B-C, 526 Β 7.
[153] 151  Gorg.,  525  C-D.    Entre   ellos   figuran   también  Arquelao,  rey  de  Mace-donia, y los  demás  tiranos cuya bienaventuranza pone Sócrates en  tela  de juicio (470 D-E)   por no saber en qué condiciones se encontraba su paideia y su "justi­cia".   En el examen médico del más allá se pone de manifiesto que las almas de quienes han sido "educados sin verdad"   (525 A)  ya no encierran nada, sino que son almas raquíticas y amputadas.
[154] 152  Gorg., 527 E.
[155] 153  Gorg., 527 D 7.
[156] 154  Prot., 358 C.
[157] 155 Prot., 357 Β 5.
[158] 156 Cf. supra, pp. 448, 485.
[159] 157 Gorg., 521 D.
[160] 158 Esta crítica de la paideia existente se desarrolla más en detalle en la República, 492 Β ss., sobre todo en 493 A-C. Cf. infra, pp. 667 s.
[161] 159  Calicles confunde la critica del estado ateniense por Sócrates con la opo­sición espartana de la minoría oligárquica de Atenas,  Gorg., 515 E.   Considera a  Sócrates sometido  espiritualmente   a  este   círculo  de opinión.    Pero  Sócrates hace  hincapié en  que sólo enjuicia aquello   que  él como  cualquier  otro ve  y oye  en  torno   suyo.    Con  esto,  Platón   quiere,   evidentemente,  poner  de  relieve que se abstiene de toda política de  partido y que pretende elevar su crítica a otro nivel.
[162] 160  Cf. supra, p. 452.
[163] 161 Carta VII, 324 E, y final del Fedón.
[164]  162 Carta VII, 324 E, 325 B-326 B.
[165] 163 Cana VII, 325 C ss.
[166] 164 Carta VII, 331 D.

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