(325) ninguna exposición de
la cultura en el último tercio del siglo ν puede pasar por alto un fenómeno tan alejado de
nosotros como atractivo: la comedia ática. Verdad es que los antiguos la denominaron
"espejo de la vida", en la eterna naturaleza humana y en sus
debilidades. Pero la comedia es al mismo tiempo la más completa pintura
histórica de su tiempo. Ningún género de arte o de literatura puede, en este
sentido, serle comparada. Si tratamos de estudiar las actividades y afanes
exteriores de los atenienses, no podremos aprender menos de las pinturas de
los vasos. Pero las maravillosas representaciones de este género, cuya
abigarrada galería de estampas puede considerarse como la epopeya de la existencia
burguesa, no alcanza a expresar la vibración de los movimientos espirituales
que brotan de las más prominentes creaciones de la antigua comedia que se han
conservado hasta nosotros. Uno de sus valores inapreciables consiste en
presentarnos conjuntamente el estado, las ideas filosóficas y las creaciones
poéticas, en la corriente viva de aquellos movimientos. Así, dejan de aparecer
como fenómenos aislados y sin relación entre sí y se ofrecen en la dinámica de
su influjo inmediato dentro de la situación de su tiempo. Sólo en el periodo
que conocemos mediante la comedia nos hallamos en condiciones de observar la
formación de la vida espiritual, considerada como un proceso social. En
cualquier otro momento nos aparece sólo como un conjunto de obras completas y
acabadas. Aparece aquí claro que el método arqueológico de la historia de la
cultura que trata de alcanzar este fin mediante un proceso de reconstrucción,
es una empresa fundamentalmente estéril, incluso cuando las tradiciones
documentales son mucho más numerosas que en la Antigüedad. Sólo la poesía nos
permite aprehender la vida de una época con toda la riqueza de sus formas y
coloridos y en la eternidad de su esencia humana. De ahí la paradoja, por otra
parte perfectamente natural, de que acaso ningún periodo histórico, ni aun los
del pasado más inmediato, pueda sernos representado y comprendido en su
intimidad de un modo tan perfecto como el de la comedia ática.
Tratamos de
comprender aquí su fuerza artística, que ha inspirado a un número increíble de
personalidades de las más diversas tendencias, no sólo como fuente para llegar
a la intuición de un mundo desaparecido, sino también como una de las más
originales y grandiosas manifestaciones del genio poético de Grecia. La
comedia, más que otro arte alguno, se dirige a las realidades de su tiempo. Por
mucho que esto la vincule a una realidad temporal e histórica, es preciso no
perder de vista que su propósito fundamental es ofrecer, (326) tras lo efímero de sus representaciones, ciertos
aspectos eternos del hombre que escapan a la elevación poética de la epopeya y
de la tragedia. Ya la filosofía del arte que se desarrolló en el siglo
siguiente considera la polaridad fundamental de la comedia y la tragedia como
manifestaciones complementarias de la misma tendencia originaria humana a la
imitación. Para ella, la tragedia, así como toda la poesía elevada que se
desarrolla a partir de la epopeya, se halla en conexión con la inclinación de
las naturalezas nobles a imitar a los grandes hombres y a los hechos y destinos
preeminentes. El origen de la comedia se halla en el impulso incoercible de
las naturalezas ordinarias,[1]
o aun podríamos decir, en la tendencia popular, realista, observadora y
crítica, que elige con predilección la imitación de lo malo, reprobable e
indigno. La escena de Tersites de la Ilíada, que expone a la risa
pública al repugnante y odioso agitador, es una escena auténticamente popular,
una pequeña comedia entre las múltiples tragedias que contiene la epopeya
homérica. Y en la farsa divina que representan, contra su voluntad, el par de
enamorados Ares y Afrodita, los dioses olímpicos mismos se convierten en objeto
de regocijada risa para los espectadores.
El hecho de que
hasta los altos dioses sean aptos para ser sujeto y objeto de risa cómica,
demuestra que, en el sentir de los griegos, en todos los hombres y en todos los
seres de forma humana reside, al lado de la fuerza que conduce al pathos heroico
y a la grave dignidad, la aptitud y la necesidad de la risa. Algunos filósofos
posteriores definieron al hombre como el único animal capaz de reír[2]
—aunque la mayoría de las veces se le define como el animal que habla y
piensa—; con lo cual colocan a la risa en el mismo plano que el lenguaje y el
pensamiento, como expresión de la libertad espiritual. Si ponemos en conexión
la risa de los dioses de Homero con esta idea filosófica del hombre, no podemos
negar el alto origen de la comedia a pesar de la menor dignidad de este género
y de sus motivos espirituales. La cultura ática no puede manifestar de modo
más claro la amplitud y la profundidad de su humanidad que con la
diferenciación y la integración de lo trágico y de lo cómico que se realiza en
el drama ático. Platón fue el primero en expresarlo cuando hace decir a Sócrates,
al final del Simposio, que el verdadero poeta debe ser, al mismo tiempo,
trágico y cómico,[3] una
exigencia que el mismo Platón cumple al escribir uno tras otro el Fedón y
el Simposio. En la cultura ática todo se hallaba dispuesto para su
realización. No sólo representaba, en el teatro, la tragedia frente a la
comedia, sino que enseñaba también, por boca de Platón, que es preciso
considerar a la vida humana, al mismo tiempo, como una tragedia y como una
comedía.[4]
(327) Esta plenitud humana es, precisamente, el
signo de su perfección clásica.
El espíritu
moderno sólo alcanzará a comprender el encanto único de la comedia aristofánica
desde el momento en que se libre del prejuicio histórico según el cual no es
más que un primer estadio genial, pero todavía tosco e informe, de la comedia
burguesa. Es preciso considerarla más bien en sus orígenes religiosos, como la
primera manifestación de la alegría vital contenida en el entusiasmo
dionisiaco. Pero es necesario también retornar a sus fuentes espirituales si
queremos superar el racionalismo estético que no sabe ver las fuerzas creadoras
de la naturaleza que participan en él. Es preciso que vayamos un poco más allá
para alcanzar la pura elevación cultural que ennoblece aquellas fuerzas
dionisiacas originarias en la comedia de Aristófanes.
No hay ejemplo
alguno tan expresivo del desarrollo de las formas más altas del espíritu a
partir de las raíces naturales y terrenas que la historia de la comedia. Sus
orígenes eran oscuros, a diferencia del desarrollo de los más antiguos coros y
danzas ditirámbicas hasta la cumbre del arte de Sófocles, perfectamente
conocido por los contemporáneos. Las razones de ello no son puramente
técnicas. Esta forma del arte estuvo desde un comienzo en el centro del interés
público. Fue desde siempre el órgano de expresión de las ideas más altas. El komos
y la borrachera de las fiestas dionisiacas rurales, con sus rudas canciones
fálicas, no pertenecían a la esfera de la creación espiritual, a la poiésis propiamente
dicha. Los más diversos elementos originarios de las más antiguas fiestas
dionisiacas se funden en la comedia literaria, tal como la conocemos en
Aristófanes. Al lado de la alegría festiva del komos, del cual tomó el
nombre, se halla la parábasis, la procesión del coro que ante el público que
originariamente lo rodeaba, da libre curso a mofas mordaces y personales y
aun, en su forma más antigua, señala con el dedo a alguno de los espectadores.
Los vestidos fálicos de los actores y los disfraces del coro especialmente
mediante máscaras animales —ranas, avispas, pájaros—, nacen de una tradición
muy antigua, puesto que ya se hallan presentes en viejos autores cómicos, en
los cuales esta memoria se mantiene de una manera viva, mientras que su
espíritu propio es débil todavía.
La fusión
artística de tantos elementos diversos en la comedia ática, tan característica
del espíritu de aquel pueblo y tan cercana, en este respecto, a la tragedia,
compuesta también de danza, cantos corales y recitaciones orales, le da una
enorme superioridad, en la riqueza y en el interés escénico, sobre cualquier
manifestación análoga nacida en Grecia independientemente de ella, como la
comedia de Epicarmo originaria de la Sicilia dórica y los mimos de Sofrón. El
elemento dramático más apto para desarrollarse en la forma de la comedia era (328) el yambo jonio,
también de origen dionisiaco y al cual ya dos siglos antes había dado Arquíloco
forma poética. El trímetro de la comedia revela, sin embargo, en su libre
estructura métrica, que no procede de este yambo literariamente elaborado, sino
directamente del ritmo popular, y probablemente improvisado, que utilizó la
sátira desde un comienzo. Sólo la segunda generación de poetas cómicos tomó de
la sátira de Arquíloco no precisamente la severa estructura de sus versos,
sino el elevado arte del ataque personal dirigido incluso a las personas de más
alto rango en la jerarquía del estado.
No adquirió
verdadera importancia hasta el momento en que la comedia hizo carrera política
y el estado consideró como un deber de honor de los ciudadanos ricos el
sostenimiento de sus representaciones corales. Desde aquel momento, la
representación cómica se convirtió en una institución del estado y le fue
posible competir con la tragedia. Aunque el "coro" cómico distaba
mucho de poderse comparar con el alto rango de la tragedia, pudieron sus
poetas inspirarse en el ejemplo de la más alta poesía dramática. La influencia
se muestra no sólo en la adopción de algunas formas particulares, sino también
en el esfuerzo de la comedia para llegar a la estructuración de una acción
dramática cerrada, aunque la exuberante riqueza de sus intrigas y episodios
aislados hiciera difícil someterla al rigor de la nueva forma. La introducción
de un "héroe" se debe también al influjo de la tragedia, así como la
adopción de algunas formas líricas. Finalmente, la comedia, en el momento
culminante de su evolución adquirió, inspirándose en la tragedia, clara
conciencia de su alta misión educadora. La concepción entera de Aristófanes
sobre la esencia de su arte se halla impregnada de esta convicción y permite
colocar sus creaciones, por dignidad artística y espiritual, al lado de la
tragedia de su tiempo.
Esto es lo que
explica el rango único y preeminente que ha atribuido la tradición a
Aristófanes entre los representantes de la comedia ática y el hecho de que
sólo de él haya conservado obras originales en abundancia. Difícilmente puede
ser obra de la pura casualidad el hecho de que sólo él haya sobrevivido de la
tríada de poetas cómicos, Cratino, Eupolis y Aristófanes, establecida como
clásica por los filólogos alejandrinos. Este canon, procedente sin duda del
paralelismo con la tríada de los poetas trágicos, era una simple sutileza de
la historia literaria y no reflejaba el valor efectivo de aquellos poetas ni
aun para los tiempos helenísticos. Esto se desprende, sin discusión, del
descubrimiento de los papiros. Tuvo razón Platón al introducir en su Simposio
a Aristófanes como representante de la comedia, sin más. Incluso en el
tiempo en que poetas de importancia como el disoluto genio de Cratino y la rica
inventiva dramática de Crates salieron a la escena, no fue la comedia muy allá
del servicio de una alta misión cultural. No se proponía otra cosa que provocar
la risa de sus oyentes. Cuando con la edad perdían la agudeza y el (329) ingenio que era la fuente elemental de su éxito,
incluso los poetas predilectos eran silbados sin compasión. Tal es el destino
de todos los payasos. Particularmente Wilamowitz ha protestado enérgicamente
contra la concepción según la cual la comedia se propone el mejoramiento moral
de los hombres. Nada aparece más alejado de ella que toda aspiración didáctica
y nada nos dice que afecte a la moralidad. Pero esta objeción no es suficiente
ni puede referirse para nada a la comedia en el periodo de su desarrollo
conocido para nosotros.
Parece
indudable que aun el viejo beodo Cratino, que Aristófanes en la parábasis de Los
caballeros propone que sea retirado con urgencia de la escena y mantenido
hasta su muerte en el Pritaneo en estado de honorable borrachera,[5]
fundaba toda su fuerza y todo su prestigio en su sátira regocijada contra
personajes políticos de notoria impopularidad. Éste es el auténtico yambo
antiguo, nacido de la sátira política. Aun Eupolis y Aristófanes, los
brillantes Dióscuros de la joven generación, que comenzaron como amigos escribiendo
sus piezas en colaboración y acabaron en violentos enemigos acusándose
mutuamente de plagiarios, son, en sus invectivas personales contra Cleón e
Hipérbolo, sucesores de Cratino. Sin embargo, Aristófanes tiene desde un
comienzo plena conciencia de representar un nivel más alto del arte. Ya en la
primera de sus piezas que se han conservado, Los acarnienses, la sátira
política es elaborada mediante una fantasía genial, en la cual se reúnen la ruda
farsa burlesca tradicional y el ingenioso simbolismo de una ambiciosa utopía
política, enriqueciendo así la parodia cómica y literaria de Eurípides. Este
enlace de la fantasía grotesca y el realismo vigoroso, elementos originarios
de las orgías dionisiacas, dio nacimiento a aquella atmósfera de sensualidad y
de irrealidad que era la presuposición necesaria para el nacimiento de una alta
forma de poesía cómica. Ya en Los acarnienses alude irónicamente a las
toscas e ingenuas combinaciones mediante las cuales las farsas megáricas
suscitan la risa de la multitud y a las cuales recurren todavía los poetas
cómicos de entonces. Verdad es que es preciso conceder algo a la masa, y
Aristófanes sabía emplear a tiempo los requisitos indispensables de la antigua
comedia: la consabida sátira sobre la calva de algunos espectadores, el ritmo
ordinario de la danza del córdax, y las regocijadas escenas de los azotes,
mediante las cuales el actor disimulaba la necedad de sus chistes. De este
tipo eran —según el insolente e ingenuo juicio de Los caballeros[6]—
las agudezas que empleaba Crates, acostumbrado al gusto primitivo y rudo de los
antiguos atenienses. En Las nubes confiesa claramente hasta qué punto
se siente superior a sus predecesores (y no solamente a ellos) y en qué medida
confía en el poder de su arte y de su palabra.[7]
Se siente orgulloso de introducir todos los años (330) una nueva "idea" poniendo al mismo tiempo
la fuerza inventiva de la nueva poesía cómica, no sólo frente a la antigua,
sino también frente a la tragedia, que trabaja constantemente sobre un material
dado. La originalidad y la novedad pesarán cada vez más en las gigantescas
competencias de los anuales agones dramáticos. Su atractivo debió crecer
considerablemente con la osadía inaudita de un ataque político de Aristófanes
contra el omnipotente Cleón. Con semejante desafío, podía un poeta cómico
conmover el interés general, del mismo modo que un joven político podía debutar
brillantemente encargándose de la acusación en un gran proceso político de
escándalo. Para ello sólo era necesario valor. Y Aristófanes presumía de haber
"pateado el vientre" del gran Cleón por una sola vez[8]
mejor que entretenerse año tras año, como sus colegas, en machacar al inofensivo
demagogo Hipérbolo y a su madre.
Nada de eso
tiene que ver con el mejoramiento de la moral humana. La metamorfosis
espiritual de la comedia procede de otra parte. Su origen se halla en el cambio
gradual de la concepción de su vocación crítica.
Ya el yambo de
Arquíloco, en parte tan personal, tomó muchas veces sobre sí, en medio de la
libertad ilimitada de la ciudad jónica, la tarea de la crítica pública. Este
concepto penetró en un sentido más propio y más alto en su sucesora, la comedia
ática. También ésta nació de la burla más o menos inofensiva contra individuos
particulares. Pero sólo alcanzó su verdadera naturaleza con la entrada en la
arena pública de la política. Tal como la conocemos en la plenitud de su
florecimiento, es el producto más auténtico de la libertad de palabra democrática.
Ya los historiadores de la literatura del helenismo reconocieron que el
crecimiento y la caída de la comedia política coinciden con los del estado
ático. No floreció ya más, por lo menos en la Antigüedad, desde que Grecia
cayó, según la expresión de Platón, del exceso de libertad al exceso de la
falta de libertad.[9] En
la comedia halló el exceso de libertad, por decirlo así, su antídoto. Se superó
a sí misma y extendió la libertad de palabra, la parrhesia aun a las
cosas e instancias que incluso en las constituciones más libres son
consideradas como tabú.
La tarea de la
comedia se convirtió cada día más en el punto de convergencia de toda crítica
pública. No se limitó a los "asuntos políticos" en el sentido actual
y limitado de la palabra, sino que abrazó todo el dominio de lo público en el
sentido griego originario, es decir, todos los problemas que en una u otra
forma afectan a la comunidad. Censuraba, cuando lo consideraba justo, no sólo a
los individuos, no sólo esta o aquella actividad política, sino la orientación
general del estado o el carácter del pueblo y sus debilidades. Controlaba el
espíritu del pueblo y tendía la mano a la educación, a la filosofía, a la
poesía y a la música. Por primera vez eran consideradas (331) estas fuerzas, en su totalidad, como expresión de la
formación del pueblo y de su salud interna. Todas ellas eran representadas en
el teatro y puestas a la consideración de la comunidad ateniense. La idea de la
responsabilidad, inseparable de la libertad, a que servía en la administración
del estado la institución de la euthynia, es trasportada a estas
fuerzas sobrepersonales, que se hallan o debieran hallarse al servicio del bien
común. Así, con íntima necesidad, precisamente la democracia, que ha promovido
la libertad, se halla precisada a establecer los límites de la libertad
espiritual.
Por otra parte,
era esencial a aquel estado el hecho de que esta limitación no fuera cosa de
las instituciones oficiales, sino de las interferencias de la opinión pública.
La función censora pertenecía, en Atenas, a la comedia. Esto es lo que otorga
al ingenio de Aristófanes la inaudita seriedad que se oculta tras sus alegres
máscaras. Platón considera como elemento fundamental de lo cómico la censura
maliciosa y regocijada de las debilidades inofensivas y de los errores de
nuestros semejantes.[10]
Esta definición se compadece acaso mejor con la comedia del tiempo de Platón
que con la comedia aristofánica, donde, por ejemplo en Las ranas, la
alegría se halla muy cerca de lo trágico. Más tarde hablaremos de esto. El
hecho de que, a pesar de la agitación de aquellos tiempos de guerra, la
educación ocupara en la comedia un lugar tan amplio y aun predominante, al lado
de la política, demuestra la enorme importancia que alcanzó en aquellos momentos.
Sólo a través de la comedia podemos llegar a conocer el violento apasionamiento
a que dio lugar la lucha por la educación y las causas de donde procede. Y el
hecho de que la comedia tratara de emplear su fuerza para convertirse en guía
de aquel proceso, la convierte, a su vez, en una de las grandes fuerzas
educadoras de su tiempo. Es preciso demostrar esto en las tres esferas
fundamentales de la vida pública: la política, la educación y el arte. No es
éste el lugar de realizar un análisis completo de las piezas de Aristófanes.
Pero es preciso considerar cada una de aquellas esferas en relación con las
obras más características en este respecto.
La sátira
política, que todavía predomina en las primeras piezas de Aristófanes, no
tiene, como vimos, en los primeros tiempos, finalidad alguna más alta. Con
frecuencia era difícil distinguir su libertad de la insolencia. Incluso en la
democracia ática entró repetidamente en conflicto con el poder del estado.
Repetidamente intentaron las autoridades amparar a personas de prestigio ante
las injustas injurias de la comedia. Pero las prohibiciones no eran de larga
duración. Eran impopulares y ni aun la moderna conciencia del estado jurídico
fue bastante para reprimir esta supervivencia de los sentimientos sociales primitivos.
Cuando la caricatura afectaba a los hombres de estado con una despreocupación
artística análoga a la imagen de Sócrates (332) que
nos ofrecen Las nubes, era humano que los afectados emplearan la fuerza
para defenderse, mientras que las personas particulares, como Sócrates, se
hallaban desamparadas, según el testimonio de Platón, frente a las burlas
populares de la comedia. Las burlas de Cratino no se detuvieron ni ante la
persona del gran Pericles. En Las tracianas lo denomina con el honroso
título de "Zeus el de la cabeza de cebolla". Aludía con ello a la
singular forma de su cabeza, que ordinariamente disimulaba con el casco. Sin
embargo, estas inofensivas burlas revelaban el íntimo respeto ante la persona
escarnecida, el olímpico tonante y relampagueante que "revolvió toda la
Hélade".
La ofensiva
política de Aristófanes contra Cleón era de tipo muy distinto. Sus burlas no
eran las de la franca sinceridad. No daba a su víctima ningún mote afectuoso.
Su lucha era una lucha de principios. Cratino sentía la superioridad de
Pericles y es frente a él como un bufón bondadoso. El ingenio ático no
confundía torpemente lo grande con lo pequeño ni aludía familiarmente a lo
inaccesible. Conservaba siempre un seguro sentido de la distancia. La crítica
de Aristófanes a Cleón viene de lo alto. Era preciso descender a él, tras la
caída que representó la súbita, prematura y desventurada muerte de Pericles,
para sentirlo como un síntoma de la situación general del estado. Acostumbrado
al caudillaje, distinguido y preeminente de aquél, se dirigía violentamente
contra el ordinario curtidor cuyas maneras plebeyas se extendían a la totalidad
del estado.
No era la falta
de valor cívico lo que acallaba las voces de crítica en las asambleas
populares. Triunfaba allí su indiscutible conocimiento de los negocios y la
fuerza emotiva de sus hábitos de orador. Sin embargo, mostraba debilidades
vergonzosas no sólo para él, sino para Atenas y para la nación entera. Era una
osadía inaudita para el joven poeta atacar, como lo hizo en su segunda pieza
—no conservada—, Los babilonios, al favorito omnipotente del demos y
presentar en la escena su brutal actitud relativa a la política de la confederación,
en presencia de los representantes de los estados afectados. El mejor comentario
a aquella política son los discursos que pone Tucídides en boca de Cleón en
tiempo de la revuelta de Mitilene,[11]
donde discute el método adecuado en la política de la confederación. Aristófanes
representa a los miembros de la alianza como esclavos en la noria. Consecuencia
de ello fue que Cleón levantara una acusación política contra él. El poeta da
su réplica en Los caballeros. Se apoya en la oposición política de los
pocos, pero muy influyentes caballeros feudales, que después de la guerra de invasión
habían obtenido nuevamente importancia y que odiaban a Cleón. El coro de los
caballeros representa la alianza de la distinción y el espíritu contra la
progresiva proletarización del estado.
(333)
Es
preciso darse cuenta de que este género de crítica es algo completamente nuevo
en la historia de la comedia, completamente distinto de las bufonadas políticas
de Cratino, del mismo modo que la "lucha por la cultura" emprendida
por Aristófanes contra los sofistas y Eurípides es distinta de las parodias de
la Odisea del mismo autor. Su novedad procedía del cambio de la
situación espiritual. En el mismo momento en que por la aparición de un poeta
de la más alta genialidad el espíritu tomaba posesión de la comedia, el
espíritu es expulsado del estado. El equilibrio que mantuvo Pericles entre la
política y la nueva cultura espiritual, y que se encarnaba en su persona, es
ahora destruido. Si este hecho era definitivo, la cultura se apartaba
definitivamente del estado. Pero, entretanto, el espíritu se había convertido
en una fuerza política. No se hallaba sólo mantenido por hombres de ciencia
recluidos en su vida privada, como en la época alejandrina, sino que actuaba
con vivacidad en una poesía cuya voz se hacía oír públicamente. De ahí que
aceptara la lucha. No era para Aristófanes una lucha contra el estado, sino por
el estado contra los que detentaban el poder. La creación de una comedia no
constituía acto político organizado alguno, y el poeta no tenía muchos deseos
de ayudar a nadie a encaramarse al poder. Pero podía contribuir a despejar la
pesadez de la atmósfera y poner límites al poder omnipotente de la brutalidad
exenta de espíritu. No se propone en Los caballeros actuar en pro o en
contra de una opinión política determinada como en Los babilonios o en Los
acarnienses. Se limita a fustigar al pueblo y a su caudillo y a ponerlos en
la picota como indignos del estado ateniense y de su ilustre pasado.
Representa las
relaciones del pueblo y la demagogia mediante una alegoría grotesca que en nada
se parece a la vacía y pálida apariencia usual en el género, sino que trata de
incorporar lo invisible en una forma sensible. Para representar las amplias y
abstractas dimensiones del estado pone al espectador en presencia de los
estrechos límites de una casa burguesa en la cual ocurren cosas intolerables.
El propietario de la casa, el señor Demos, eternamente insatisfecho y duro de
oído, mantenido por todos en la oscuridad, símbolo del soberano de múltiples
cabezas que gobierna a la democracia ática, es conducido por su nuevo esclavo,
un paflagonio, bárbaro y brutal, y ninguno de los dos esclavos que fueran sus
predecesores en el poder tiene un momento de tranquilidad. Bajo la máscara del
paflagonio se oculta el temido Cleón. Los dos desventurados esclavos, que se
lamentan de su destino, deben ser los generales Nicias y Demóstenes. El héroe
de la comedia no es, sin embargo, Cleón, sino su adversario, el salchichero.
Pertenece todavía a una capa más ínfima de la sociedad, y a pesar de su falta
de cultura y de freno, su insolencia le permite situarse siempre en lo más
alto. En su competencia para ver cuál de los dos es el más grande bienhechor de
su señor, el pueblo, Cleón es vencido por el salchichero, pues éste
confecciona un (334) almohadón para sentarse en
la asamblea popular, un par de botas y una cálida camisa para el viejo. Cleón
se desploma trágicamente. El coro vitorea al vencedor y le pide que le dé
gracias por el vigoroso auxilio que le ha prestado para ascender a un empleo
más alto. La escena siguiente es de estilo solemne. El primer acto del vencedor
consiste en decretar el rejuvenecimiento simbólico del anciano señor Demos.
Éste es cocido en una gran olla para salchichas y tras este procedimiento
mágico es presentado al regocijado público rejuvenecido y coronado. Aparece
Demos de nuevo como en los gloriosos tiempos de Milcíades y de la guerra por la
libertad: es la encarnación de la antigua Atenas, coronada de violetas y
rodeada de himnos, ataviada a la usanza de los primeros antepasados; y es
proclamado rey de los helenos. Se halla también íntimamente renovado y vivificado
y confiesa arrepentido la vergüenza de sus antiguos pecados. Su seductor Cleón
es condenado a vender, como comerciante callejero, las salchichas de perro
mezcladas con estiércol de burro que su sucesor actual ofrecía al público.
Con esto
alcanza su culminación la apoteosis de la Atenas renovada y se cumple la obra
de la justicia divina. Lo que para la política real era la cuadratura del
círculo, castigar los vicios de Cleón con la mayor infamia, no era ningún
problema para la fantasía del poeta. Pocos de los espectadores se formularían
la pregunta de si el salchichero sería un sucesor más digno de Pericles que el
curtidor. Aristófanes dejaba a los políticos determinar cuál era capaz de
lograr el renacimiento del estado. Quería sólo poner ante el espejo a ambos: al
pueblo y al caudillo. Apenas si tenía la esperanza de modificarlos. Cleón era
una figura magnífica para encarnar el heroísmo cómico, este heroísmo de signo
inverso, que reúne en sí todas las debilidades y las imperfecciones humanas. Es
un ingenioso hallazgo la idea de oponerle como su "ideal" adecuado al
vendedor de salchichas, sin que pueda lograr aproximarse a este héroe por mucho
que se esfuerce. La desconsideración con que trata a la figura de Cleón
contrasta con la indulgente y amable dulzura y aun el mimo que prodiga a la
debilidad del señor Demos. Sería un grave error pensar que creía seriamente en
la posibilidad de volver a aquellos viejos tiempos cuya imagen describe con tan
melancólico humor y tan puro amor patriótico. Las palabras de Goethe en Poesía
y verdad describen perfectamente los efectos de este género de añoranzas
retrospectivas en la poesía. "Produce un placer universal recordar con
ingenio la historia de una nación; nos complacemos en las virtudes de nuestros
antepasados y sonreímos ante las faltas que creemos haber superado desde largo
tiempo." Cuanto menos tratemos de interpretar la magia de la fantasía
poética en la cual se compenetra maravillosamente la realidad con la leyenda,
desde el punto de vista de una pedantesca y vulgar enseñanza política, mayor
será la profundidad con que penetrará en nuestros oídos la voz del poeta.
(335) ¿Cuál es la
razón por la cual esta poesía consagrada por entero al instante fugitivo y que
pone toda su fuerza en el instante, ha alcanzado la inmortalidad que le han
reconocido, cada día con mayor energía, los siglos posteriores? En Alemania se
despertó el interés por la comedia política de Aristófanes con el despertar de
la vida política. Pero sólo en los últimos decenios han llegado a alcanzar los
problemas políticos la agudeza que tuvieron en Atenas al finalizar el siglo V.
Los hechos fundamentales son los mismos: se hallan en juego las fuerzas
contrapuestas de la comunidad y el individuo, la masa y el intelecto, los
pobres y los ricos, la libertad y la opresión, la tradición y la ilustración.
Pero a ellos se añade algo nuevo. A pesar de su íntimo y apasionado interés por
la política, la comedia de Aristófanes se sitúa en lo alto y con una libertad
de espíritu que le permite considerar como efímeros los acaecimientos de la
vida cotidiana. Cuanto el poeta describe pertenece a un capítulo imperecedero:
lo humano, demasiado humano. Sin aquella íntima distancia no sería posible
semejante descripción. Constantemente lo real se disuelve en una alta realidad
intemporal, fantástica o alegórica. Ello alcanza su mayor profundidad donde,
como en Las aves, se liberta, con despreocupada jovialidad, de las
preocupaciones apremiantes de la vida actual y construye, con alegre corazón,
un estado ilusorio, una casa de cucos en las nubes, en la cual, desvanecido
todo lastre terrestre, todo es alado y libre y sólo quedan las locuras y las
debilidades humanas en su plena libertad, para que no falte la belleza de la
risa, eterna, sin la cual no podríamos vivir.
Al lado de la
política hallamos en Aristófanes la crítica de la cultura, empezando por su
primera pieza Los comilones. El tema de la comedia, la lucha entre la
vieja y la nueva educación, aparece de nuevo en Las nubes y reaparece
en otras muchas comedias. El punto de vista relativamente externo de la crítica
son las maneras perversas e inusitadas de los representantes de la nueva
educación. Ésas suscitaban la risa de los atenienses porque sus debilidades
enriquecían el inventario de las excentricidades humanas y contribuían a su
regocijo. Eupolis, en Los aduladores, se burla también del parasitismo
de los sofistas que rodean las casas de los ricos. Su conexión con las clases
poseedoras se halla también en el centro de Los asadores de Aristófanes,
donde se burla del sofista Pródico. Este motivo de la comedia reaparece en el Protágoras
de Platón. Pero en comedia alguna existe la profunda penetración en la
esencia de la educación sofística que hallamos en él. En Los comilones pinta
Aristófanes la acción deformadora de la enseñanza sofística sobre la juventud
y penetra con ello ya mucho más hondo. Un campesino ático ha educado a uno de
sus hijos en su casa, a la manera antigua, y ha enviado al otro a la ciudad
para gozar de las ventajas de la nueva educación. Éste vuelve tranformado,
moralmente corrompido e inútil para las faenas campesinas. Para esto le ha
servido su educación (336) superior. El padre se
halla consternado al ver que no puede ya cantar en los festines las antiguas
canciones de los poetas Alceo y Ana-creonte. En lugar de las antiguas palabras
de Homero comprende sólo las glosas a las leyes de Solón, pues la educación
política se halla ahora por encima de todo. El nombre del retórico Trasímaco
aparece en un verso en que se trata de una disputa sobre el uso de las palabras.
Pero, en conjunto, la pieza no parece haber traspasado los límites de la burla
inofensiva.
Sin embargo,
pocos años más tarde, se revela en Las nubes cuan profunda era la
aversión del poeta contra la nueva orientación del espíritu. Pronto aquel
primer ensayo no le pareció ya suficiente. Ahora había descubierto el modelo
que parecía estar predestinado a ser el héroe de una comedia sobre la moderna
educación filosófica. Era Sócrates de Alopeké, el hijo de un picapedrero y de
una comadrona. Tenía la gran ventaja sobre los sofistas, que sólo raramente
visitaban Atenas, de ser un original más eficaz en la escena, por ser conocido
de toda la ciudad. El capricho de la naturaleza había cuidado incluso de su
máscara cómica dándole aquel aspecto de sileno, con la nariz arremangada, los
labios protuberantes y los ojos saltones. Sólo había que exagerar lo grotesco
de su figura. Aristófanes amontonó sobre su víctima todas las características
de la clase a que evidentemente pertenecía: sofistas, retóricos y filósofos de
la naturaleza, o, como se decía entonces, meteorólogos. Aunque en realidad se
pasaba casi todo el día en el mercado, colocó misteriosamente a su fantástico
Sócrates en una estrecha tienda de pensador, donde, suspendido en un columpio
en lo alto del patio, "investigaba el sol" con el cuello torcido,
mientras sus discípulos, sentados en el suelo, hundían en la arena sus pálidos
semblantes para sondear el mundo subterráneo. Se suele considerar a Las
nubes desde el punto de vista de la historia de la filosofía y, en el mejor
de los casos, se le disculpa. Summum ius, summa iniuria. Es una
iniquidad hacer comparecer al burlesco Sócrates de la comedia ante el tribunal
de la estricta justicia histórica. Ni aun Platón, que revela la fatal participación
de aquella caricatura en la muerte de su maestro, aplica semejante medida.
Reúne en el Simposio la luminosa figura del sabio con la del poeta y no
cree ultrajar los manes de Sócrates atribuyéndole un papel de tanta
importancia en aquel círculo. El Sócrates de la comedia no tiene nada de
aquella energía moral que le atribuyeran Platón y otros socráticos. Si
Aristófanes lo hubiera conocido en aquel aspecto, no lo hubiera utilizado para
sus designios. Su héroe es un ilustrador alejado del pueblo y un hombre de
ciencia ateo. En esta figura se personifica lo cómico típico del sabio vanidoso
y pagado de sí mismo mediante algunos rasgos tomados de Sócrates.
Para aquel que
tenga en la mente la imagen de Sócrates que nos ofrece Platón, esta caricatura
carece de gracia. La verdadera gracia reside en el descubrimiento de ocultas
semejanzas y aquí no vemos (337) semejanza alguna.
Sin embargo, Aristófanes
no entraba ni
en la forma ni en el contenido
de las conversaciones socráticas, y las características diferenciales entre el
espíritu socrático y el sofístico, señaladas por Platón,
se desvanecían para el poeta
cómico ante sus fundamentales
semejanzas: para ambos era preciso analizarlo todo y no había nada tan grande y
santo que estuviera fuera de toda discusión y no necesitara una fundamentación racional. El
afán por los conceptos de Sócrates parecía superar incluso al de los
sofistas. No es posible exigir del
poeta, para el cual el racionalismo de
moda, en cualquier forma
que fuese, le parecía
igualmente demoledor, finas matizaciones entre uno y otro. Muchos se lamentaban de ciertos efectos
perjudiciales derivados de la nueva educación.
Por primera vez aquí se ofrece de un modo total la imagen espiritual del
gran peligro que es preciso conjurar.
Aristófanes ve con mirada clarividente
la disolución de toda la herencia espiritual del pasado y no es
capaz de mirarlo impasiblemente.
Verdad es que se hubiera visto en la mayor perplejidad si alguien le
hubiera preguntado su "íntima convicción" relativa a los antiguos
dioses. Pero como poeta cómico encontraba risible
que los meteorólogos
calificaran el éter
de divino y trataba de representarlo de un modo vivaz
en la plegaria de Sócrates al Torbellino que, como se decía, había formado la
sustancia primera, o a las Nubes, cuyas formas inmateriales suspendidas en el
aire ofrecían una semejanza tan evidente
con las nebulosas doctrinas de los filósofos.
Después de dos siglos de las más atrevidas especulaciones de la
filosofía natural, durante los cuales los sistemas se destruían entre sí, la
atmósfera se hallaba demasiado llena de escepticismo ante los resultados del
pensamiento humano para aceptar, sin más, la seguridad con que se presentaba ante la
masa inculta la educación intelectual de los
partidarios de la
ilustración. El único resultado indudable era el mal uso
que los discípulos de la nueva sabiduría hacían de ella en la
vida práctica y la falta de escrúpulos con que empleaban el arte de la
argumentación verbal. Así, Aristófanes
tuvo la idea de traer a la escena, como personajes alegóricos, el logos justo
e injusto que distinguían los sofistas en cada caso, para ofrecer ante los
espectadores el cuadro cómico de la
moderna educación con el triunfo del discurso injusto sobre el justo.
Tras una
escaramuza en la que ambos oradores se echan recíprocamente en cara las
groserías habituales, exige el coro un torneo formal entre la antigua y la
nueva educación. Es significativo el hecho de que no se enumeren los diferentes
métodos, en virtud de los cuales cada una de ellas cree ser superior a la otra.
Por el contrario, la educación antigua representa intuitivamente al logos justo
en la figura de un tipo humano. Una educación sólo puede recomendarse por el
tipo acabado que produce, jamás por consideraciones puramente teóricas. En el
tiempo en que florecía el justo logos y se exigía una conducta virtuosa,
jamás se oía a un niño resollar. Todos (338)
andaban ordenadamente en la calle, camino de la escuela y no llevaban capa,
aunque cayeran copos de nieve como granos de cebada perlada. Se les enseña con
rigor a cantar antiguas canciones, con melodías de los antepasados. Si alguno
hubiera cantado con adornos y fiorituras, al estilo de los músicos modernos,
hubiera sido azotado. De este modo se educaba una generación como la de los
vencedores de Maratón. Hoy se debilita a los niños, envolviéndolos en mantas y
uno se ahoga de rabia al ver la manera torpe y desmañada con que los jóvenes
tienen los escudos sobre el vientre en las danzas de armas de las Panateneas.
El justo logos promete a los muchachos que se confían a él y a su
educación, enseñarles a odiar el mercado y los baños, a avergonzarse de toda
conducta deshonrosa, a indignarse cuando hacen burla de ellos, a levantarse
ante los mayores y a cederles el lugar, a honrar a los dioses y a venerar la
imagen de la Vergüenza, a no ir con danzarinas y a no contradecir a su padre.
Deben ejercitarse en el gimnasio, untando con aceite el vigoroso cuerpo, en
lugar de discursear en el mercado o dejarse arrastrar ante los tribunales para
discutir sobre bagatelas. Bajo los olivos de la Academia, coronados de
carrizos, correrán en las carreras con camaradas bellos y decentes, respirando
los aromas de las madreselvas y de los álamos y luego, en delicioso ocio,
gozarán de la plenitud de la primavera, bajo el murmullo de los chopos y de los
plátanos. El coro ensalza a los hombres dichosos que vivieron en los bellos
tiempos antiguos, donde dominaba esta educación, y goza del dulce aroma de la sofrosyne
que se desprende de las palabras del justo logos.
Contra él se
levanta el logos injusto, pronto a estallar en cólera y ansioso de
confundirlo todo con su dialéctica. Se vanagloria de su ominoso nombre que ha
conquistado por ser el primero en haber hallado el arte de contradecir las
leyes ante los tribunales. Es una aptitud que no se puede comprar con oro la de
defender las peores causas y salir vencedor. Contradice a su adversario en la
nueva forma de moda, de la pregunta y la respuesta. Y se sirve, a la manera de
la novísima retórica, de los nobles ejemplos de la mitología, como de un medio
ilusorio de prueba. Los oradores de la epopeya dieron un sentido ejemplar a las
normas ideales y este uso fue seguido por la poesía más antigua. Los sofistas
aprovechan esta tradición, coleccionando ejemplos mitológicos, que, para su
relativismo naturalista y disolvente, podían servir para todos los objetos. Así
como antes la defensa ante los tribunales se dirigía a demostrar que el caso se
hallaba de acuerdo con la ley, actualmente ataca las leyes y las costumbres y
trata de demostrar que son deficientes. Para combatir la afirmación de que los
baños calientes debilitan el cuerpo, el logos injusto se refiere al
héroe nacional Heracles que, para recrearse, hizo que Atenea hiciera brotar de
la tierra fuentes calientes en las Termópilas. Elogia la costumbre de
permanecer y discursear en el mercado, que había denostado el logos justo,
e invoca para ello la (339) elocuencia de Néstor y de
otros héroes homéricos. El logos justo adopta el mismo procedimiento
cuando es cínicamente interrogado sobre si la sofrosyne ha servido
alguna vez de algo y pone el ejemplo de Peleo. Una vez que se halló en un grave
peligro, los dioses, en premio a su virtud, le mandaron una espada de fuerza
maravillosa para que pudiera defenderse. Este "gracioso presente" no
hace impresión alguna en el logos injusto. Para ilustrar cuan lejos
puede ir con la ruindad, abandona por un instante la esfera mitológica y pone
un ejemplo de la experiencia actual, la del demagogo Hipérbolo que adquirió
"más que muchos talentos" sirviéndose de aquella cualidad. Responde
el otro diciendo que los dioses otorgaron todavía a Peleo un premio mucho
mayor, puesto que le dieron por esposa a Tetis. Replica el injusto que ésta le
abandonó pronto porque no le parecía bastante agradable. Y volviéndose al
joven, por cuya alma luchan la vieja y la nueva educación, le ruega que
considere que si se decide por la sofrosyne renuncia a todos los goces
de la vida. No sólo esto; si por las "necesidades de la naturaleza"
cae alguna vez en falta, es incapaz de defenderse. "Si quieres seguir mi
consejo, deja libre curso a la naturaleza, salta y ríe, no te detengas ante lo
vergonzoso. Si eres acusado de adulterio, niega tu falta e invoca a Zeus, que
no era tampoco bastante fuerte para resistir a Eros y a las mujeres. No es
posible que tú, simple mortal, seas más fuerte que un dios." Es la misma
demostración de la Helena de Eurípides o de la nodriza de Hipólito. La
discusión culmina en el punto en que el elogio que hace el logos injusto
de su moral laxa provoca la risa del público. Y entonces explica que la
práctica seguida por la inmensa mayoría de un pueblo honorable es imposible
que sea un vicio.
La refutación
de los ideales de la educación antigua pone de relieve, con suficiente
claridad, el tipo de hombre que resulta de la práctica de la nueva educación.
No puede ser tenido por un testimonio auténtico de los ideales educativos de
los sofistas. Pero para muchos contemporáneos aparecía así o de un modo
análogo. Y no faltaban ejemplares aptos para suscitar semejantes
generalizaciones. ¿Cuál era la posición del poeta en la lucha entre la vieja y
la nueva educación? Sería un error considerarlo como partidario unilateral de
una de ambas tendencias. Él mismo fue usufructuario de la educación moderna y
no sería posible concebir la comedia en los buenos tiempos antiguos a que
pertenecía su corazón y que, sin embargo, lo hubieran silbado. El encanto
primaveral de la imagen que evoca con añoranza tiene el mismo tipo de
melancolía cómica que la fantasmagoría del Demos rejuvenecido en su antiguo
esplendor, que aparece al final de Los caballeros. La evocación de la
antigua paideia no significa una invitación a volver al pasado.
Aristófanes no es un reaccionario dogmático y rígido. Pero el sentimiento de
hallarse arrastrado por la corriente del tiempo y de ver desaparecer todo lo
valioso del pasado, antes de verlo reemplazado por algo nuevo, igualmente (340) valioso, se suscitaba vigorosamente en esta
época de transición y llenaba de miedo a los espíritus videntes. No tenía nada
que ver con el conocimiento moderno de los caminos históricos, ni mucho menos
con la creencia general en la evolución y el "progreso". La
experiencia de la realidad histórica sólo podía ser sentida como la demolición
del firme edificio de los valores tradicionales en que habían vivido tan
seguros.
La imagen ideal
de la antigua educación tiene la tarea de mostrar lo que el nuevo ideal no
es. En la exposición del último cambia
el tono cómico inofensivo y bondadoso, que es característico de la imagen de
la antigua educación, y se convierte en una sátira mordaz: es todo lo contrario de lo justo y
sano. En esta crítica negativa se halla
la seriedad de la pieza, que nadie puede discutir. La falta de escrúpulos morales del nuevo
poder intelectual, que no se somete a norma
alguna, se destaca
vigorosamente en primer término.
Para nosotros, resulta paradójico que este aspecto de la nueva educación
sea escarnecido en una pieza cuyo héroe es Sócrates. Incluso en la composición de la comedia, por
lo menos tal como ha llegado a nosotros, la escena de la disputa entre el logos
justo y el injusto tiene poco que ver con Sócrates que, por otra parte, no
se halla presente Pero el final de Los ranas demuestra que Sócrates es
también, para el poeta, el prototipo de un nuevo espíritu que mataba el tiempo
con abstrusas, sofísticas y minuciosas
sutilezas, desdeñando los valores insustituibles de la música y de
la tragedia. Con la segura intuición
del hombre que debe a aquellos valores toda la sustancia de su vida y su más
alta formación y que los ve en peligro, se vuelve vigorosamente contra una
educación cuya mayor fuerza es el intelecto.
Y esta hostilidad no es algo meramente personal: tiene una significación
histórica y sintomática.
Pero este
espíritu había invadido ya incluso la poesía. Cuando Aristófanes defiende la
tragedia contra Sócrates y la ilustración racional, tiene a Eurípides, como
enemigo, a su espalda. Con Eurípides se ha consumado la entrada de las nuevas
corrientes espirituales en la alta poesía. Así la lucha en torno a la educación
culminó en Aristófanes en la lucha en torno a la tragedia. Hallamos aquí la misma
obstinación de Aristófanes que en su lucha contra la educación moderna. La
crítica de Eurípides se dirige contra toda su creación poética y se convierte
finalmente casi en una persecución. Su actitud ante la política era mucho más
circunstancial. Incluso la lucha contra Cleón o para la conclusión de la paz,
que tenía para Aristófanes una importancia fundamental, duró pocos años. Cada
día dirigía más su atención hacia el lado de la crítica de la cultura. En todo
caso era el más candente de los problemas que se podían poner a la discusión
pública. Acaso se explique el silencio de la comedia política por el hecho de
que al finalizar la guerra del Peloponeso la situación era desesperada. La
libertad ilimitada en la discusión de las opiniones (341)
políticas supone una superabundancia de fuerza, que el estado no poseía ya. El
escepticismo político creciente hallaba su expansión en los círculos privados y
en los clubes. No mucho antes del desastre de Atenas murieron, uno tras otro,
Eurípides y Sófocles. La escena trágica quedó huérfana. Se ha llegado
evidentemente a una encrucijada histórica. Los tristes epígonos, el trágico
Meleto, el ditirámbico Cinesias y el cómico Sanirio aparecen más tarde en la
comedia de Aristófanes Gerytadés, como enviados al mundo subterráneo
para tomar allí consejo de los grandes poetas. Así se ironizaba la época a sí
misma. Muy distinto y más trágico es el tono de Las ranas, escrita en el
breve intervalo entre la muerte de ambos trágicos y la caída de Atenas. Cuanto
mayor era la indigencia del estado, más insoportable se hacía la opresión de
los espíritus y con mayor anhelo se buscaba un consuelo y un apoyo espiritual.
Por primera vez se veía claro lo que había tenido el pueblo ateniense con la
tragedia. Sólo la comedia era capaz de expresar esto para todos. Y era apta
para ello precisamente por la objetividad que le otorgaba la enorme distancia
a que se hallaba la musa cómica de su opuesta contradictoria, la tragedia. Y
la comedia sólo tenía un poeta digno de tal nombre. Con los años alcanzó una
altura desde la cual podía atreverse a tomar sobre sí la función aleccionadora
de la tragedia en el estado y a levantar los corazones. Fue su momento
histórico supremo.
En Las ranas
conjura Aristófanes a las sombras de la tragedia muerta, con Sófocles y
Eurípides. Nada como este recuerdo podía unir a los espíritus divididos por las
feroces luchas de partido. Renovar este recuerdo era incluso un acto propio de
un hombre de estado. Dionisos en persona baja al mundo subterráneo para traer
de nuevo a Eurípides. Incluso el mayor adversario del muerto debía reconocer
que éste era el deseo más ardiente del público. Su dios Dionisos es la
simbólica personificación del público del teatro con todas sus cómicas
debilidades, grandes y pequeñas. Pero este anhelo general fue para Aristófanes
la ocasión para su último y más comprensivo ataque contra el arte de
Eurípides. Abandona sus anteriores burlas, en su mayoría ocasionales, y que
hubieran sido inadecuadas para aquel momento, para penetrar en lo más profundo
del problema. Eurípides no es considerado en sí mismo, aunque un artista de
tal magnitud hubiera podido aspirar a ello, ni mucho menos como medida de su
tiempo, sino contrapuesto a Esquilo, como el más alto representante de la
dignidad religiosa y moral de la tragedia. En la estructura de Las ranas, esta
simple pero altamente importante contraposición, toma la forma de un agón
entre el arte poético antiguo y el moderno, de un modo análogo al que se
desenvuelve en Las nubes entre la antigua y la nueva educación. Pero así
como en Las nubes el agón no tiene una importancia decisiva para la
marcha de la acción, en Las ranas constituye el edificio entero de la
comedia. El descenso al mundo subterráneo era un tema predilecto de la comedia.
Esta (342) disposición pone en contacto Las
ranas con los Demoi de Eupolis, donde los viejos hombres de estado y
estrategas de Atenas son llamados del Hades para ayudar al estado mal aconsejado.
Mediante la unión de esta idea con la del agón de los poetas, llega Aristófanes
a una sorprendente solución: Dionisos, que ha descendido al Hades para traer a
Eurípides, tras el triunfo de Esquilo, trae al fin al viejo poeta en lugar de
su adversario, para salvar a la patria.
No es nuestro
propósito juzgar la pieza como obra de arte.
Hemos de considerarla tan sólo como el testimonio más importante del
siglo ν sobre la
posición de la poesía trágica en la vida de la comunidad política. La parte más importante del agón de Las
ranas es para nosotros aquella en que Esquilo pregunta a Eurípides, que
acaba de ponderar sus
propios servicios: "Respóndeme, ¿qué
es lo que realmente debemos admirar en un
poeta?" [12] El resto, la crítica más bien estética de
los detalles de la estructuración de los prólogos, de las canciones y de las
demás partes de la tragedia, a pesar de su espíritu y de su agudeza y del color
y la riqueza intuitiva que prestan a la totalidad del diálogo, no pueden ser considerados
por sí mismos y aun pueden ser dejados
aparte. Es de la mayor importancia,
para el efecto cómico de la pieza, pues sirve de contrapeso a la disputa
anterior sobre el sentido ético de toda verdadera poesía,
donde la gravedad trágica que alcanza en ocasiones la discusión exige
aquella compensación. Estas
revelaciones contemporáneas sobre la esencia y la función de la poesía tienen
mayor importancia para nosotros en tanto que carecemos casi en absoluto de
manifestaciones directas de las grandes personalidades del tiempo. Incluso si pensamos que las concepciones
sobre la esencia de la poesía que pone Aristófanes en boca de Esquilo y de
Eurípides procedían de las teorías de los sofistas contemporáneos y que les
deben esta o aquella fórmula concreta, conserva el
diálogo, para nosotros,
el valor inapreciable
de ser una corroboración auténtica de la impresión
que produce en nosotros la tragedia.
Respóndeme,
¿qué es lo que realmente debemos admirar en un poeta? Eurípides coincide en la
respuesta con Esquilo, aunque sus palabras admiten una interpretación peculiar:
"Por su propia excelencia y por su aptitud de enseñar a los demás y
porque hacemos mejores a los hombres en el estado." ¿Y si no has hecho
esto, si has hecho malvados a los justos y nobles, de qué serás realmente
digno? "De la muerte —interrumpe Dionisos—, no tienes necesidad de preguntarlo."
Y entonces describe Aristófanes, parodiando cómicamente la emoción, cuan nobles
y marciales eran los hombres antes de que Eurípides se hubiese hecho cargo de
ellos. No tenían otro anhelo que vencer al enemigo. La sola función que han
ejercitado, desde un comienzo, los poetas nobles, ha sido enseñar lo que podía
salvar a los hombres. Orfeo nos ha revelado los misterios y nos ha enseñado a (343) preservarnos del homicidio;
Museo la curación de las enfermedades y la predicción del futuro; Hesíodo el
cultivo del campo y los tiempos de las siembras y de las cosechas; y el divino
Homero ha alcanzado honor y gloria porque ha enseñado virtudes tales como el
arte de la guerra, la bravura y los armamentos de los héroes. De acuerdo con
este modelo ha moldeado Esquilo muchos verdaderos héroes, figuras como Teucro
y Patroclo, de corazón de león, con el objeto de enardecer a los ciudadanos,
cuando oigan sonar la trompeta:
No he hecho
ramera alguna como Fedra y Estenobea,
y nadie puede decir que haya creado jamás la
figura
[de una mujer
enamorada.
La maravillosa
objetividad cómica de Aristófanes sabe restablecer el equilibrio amenazado,
mediante estos aflojamientos del pathos. Eurípides invoca que los
asuntos de sus dramas femeninos se hallan ya en el mito. Pero Esquilo exige que
el poeta no exhiba en público ni enseñe lo malo encubierto.
Lo que el
maestro es para los muchachos,
al mostrarles
el recto camino,
somos nosotros los poetas para los mayores.
Por eso debemos
siempre decirles lo más noble.
Eurípides echa
de menos esta nobleza en las altisonantes palabras de Esquilo, pues su lenguaje
ha dejado de ser humano. Su adversario replica que aquel que tiene grandes
pensamientos y emociones debe expresarlos en un lenguaje elevado y que el
lenguaje elevado pertenecía a los semidioses del mismo modo que los vestidos
solemnes. "Tú has destruido todo esto. Has disfrazado a los reyes de
mendigos andrajosos y enseñando a los ricos atenienses a callejear,
quejándose de que no tienen dinero para pertrechar los navíos de guerra tal
como el estado exige de ellos. Los has enseñado a disputar y charlar, has
despoblado los gimnasios..., has inducido a los marineros a sublevarse contra
sus superiores." Estas palabras nos llevan a las miserias de la actualidad
política, de las cuales, así como de otros muchos males, se hace responsable a
Eurípides.
El
extraordinario efecto cómico de este homenaje negativo sólo adquiere toda su
fuerza si pensamos que estas palabras no se dirigen a un teatro lleno de
filólogos clásicos, que todo lo toman al pie de la letra para indignarse con
ello, sino al público ateniense cuyo dios era Eurípides. En un crescendo imperceptible
pasamos de las críticas más finas a la caricatura deformada, y la caricatura
se acrecienta en el espantajo cómico, hasta que el "Dios" se
convierte finalmente en la encarnación de todos los males de aquellos
desventurados tiempos, de aquellos tiempos calamitosos a los cuales se dirigen
en la patriótica parábasis palabras reconfortantes y libertadoras. Tras el
juego ingenioso podemos adivinar, en cada línea, la vigorosa inspiración (344) que las anima:
la dolorosa inquietud por el destino de Atenas. A él se refiere siempre que
habla de los verdaderos y falsos poetas. Y aunque Aristófanes sabe bien que
Eurípides no es un espantajo, sino un artista inmortal al cual su propio arte
debe infinitas cosas, y aunque sus sentimientos se hallen, en verdad, mucho
más cerca de él que de su ideal Esquilo, no puede desconocer que este nuevo
arte no se halla en condiciones de dar a la ciudad lo que dio Esquilo a los
ciudadanos de su tiempo, y que ninguna otra cosa podía salvar a su patria en la
amarga necesidad del momento. De ahí que Dionisos se vea por fin obligado a
escoger a Esquilo, y el rey del mundo subterráneo despide al poeta trágico,
cuando sale para la luz del sol, con las siguientes palabras:
Adiós, Esquilo,
sal ya de aquí
y salva a la
ciudad con sanos consejos
y educa a los
necios que son infinitos.[13]
Hacía mucho
tiempo que la tragedia no era ya capaz de tomar la actitud y emplear el
lenguaje que osa tomar aquí la comedia. Su ámbito vital es todavía vida pública
y lo que se mueve en ella, mientras que la tragedia ha abandonado desde largo
tiempo sus profundos problemas y se ha refugiado en la intimidad humana. Pero
jamás el destino espiritual de la totalidad había conmovido tan profundamente
al público, jamás se había sentido tan vigorosamente su trascendencia política
como en el momento del dolor por la pérdida de la tragedia. Cuando la comedia,
en aquellos instantes, mostró una vez más la íntima conexión de la polis con
el destino espiritual y la responsabilidad del espíritu creador frente a la
totalidad del pueblo, alcanzó el punto culminante de su misión educadora.
[1] 1 aristóteles, Poét., I, 1448 a 1 y
IV, 1448 b 24.
[2] 2 aristóteles,
Part, an., Γ 10,
673 a 8, 28.
[3] 3 platón, Simp. 223 D.
[4] 4 platón,
Filebo, 50 B.
[5] 5 Caballeros, 535.
[6] 6 Caballeros, 539.
[7] 7 Nubes, 537.
[8] 8 Nubes, 549.
[9] 9 platón,
Rep., 563 E.
[10] 10 platón,
Filebo, 49 C.
[11] 11
TUCÍDIDES, III, 37 ss.
[12] 12 Ranas, 1008.
[13] 13 Ranas, 1500.
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