Los espartanos tuvieron conocimiento de la amenaza que
se cernía sobre Tegea a finales de agosto del año 418, y dieron aviso a sus
aliados de Arcadia inmediatamente para que fueran a su encuentro. También
solicitaron a sus aliados de Corinto, Beocia, de la Fócide y Lócride que se
dirigieran a Mantinea tan rápido como les fuera posible; pero la capacidad de
reacción de estas tropas era más bien incierta, porque la caída de Orcómeno
había puesto en manos enemigas las rutas más transitables del sur. Para poder
atravesarlas sin grandes riesgos, esos aliados del norte tendrían primero que
reunirse, presumiblemente, en Corinto, para poder después intimidar mediante su
fuerza numérica a cualquier oponente. Aun así, una vez llegadas las noticias de
Esparta, el ejército del norte no podría alcanzar Mantinea en menos de doce o
catorce días. Además, el discurso de Tucídides refleja que algunos consideraban
improcedente el llamamiento, como los beocios y los corintios, que
probablemente todavía estaban molestos por el resultado de su última incursión
en el Peloponeso, por lo que una posible combinación de renuencia y
resentimiento podría hacer retrasar su llegada.
AGIS MARCHA SOBRE TEGEA
En Mantinea, Agis esperaba encontrarse con un ejército
enemigo de las mismas proporciones que aquél al que se había enfrentado en
Argos: unos doce mil hombres. En esa ciudad, sus propias fuerzas habían sumado
unos ocho mil efectivos, a los que ahora había que añadir algunos neodamodes; con el ejército tegeata al
completo en su propia ciudad, el total del conjunto ascendería a diez mil
hoplitas. Aun así, el contingente enemigo sería todavía mayor.
Además, se enfrentaba a otro problema: los espartanos
habían acabado perdiendo la confianza en su persona. Había participado en la
invasión del Ática al mando de los ejércitos por dos veces; en la primera, la
incursión se vio truncada a causa de un terremoto; mientras que al año
siguiente, el trigo ático, aún demasiado verde, no había servido para alimentar
a los soldados, a lo que hubo que sumar grandes tormentas que aumentaron el
malestar de la hambrienta tropa. Tras sólo dos semanas —la incursión más breve
de la guerra—, las noticias de la fortificación de Pilos obligaron a Agis a
conducir a sus tropas de vuelta a Esparta con las manos vacías después tantas
molestias. Ninguna de las dos campañas le había conferido experiencia en el
campo de batalla, y en las dos habían sufrido un grado inusual de mala fortuna.
De la misma forma, la expedición del 418 a Argos tampoco había hecho crecer la
popularidad del joven monarca. Al parecer, por dos veces tuvo que volver de la
frontera por tener a los hados en su contra, y cuando finalmente pudo batir al
enemigo, rodeado e inferior en número, no había querido hacerlo. Cualquier
simpatía que hubiera podido cosechar por haber antepuesto la diplomacia al
enfrentamiento se esfumó cuando los argivos y sus aliados tomaron Orcómeno. Las
malas noticias que llegaron de Tegea sin duda debieron avivar el descontento
espartano; sólo el hecho de que su otro gobernante, Plistoanacte, hubiera caído
en el descrédito puede explicar que permitieran que Agis liderara sus ejércitos
de nuevo; aun así, se tomó una medida humillante por lo inusual: Agis tenía que
someterse a la guía de diez consejeros. Mantinea era la última oportunidad que
tenía para probarse a sí mismo; el éxito traería la redención; la derrota
significaría su desgracia.
Para llevar a cabo esta campaña, Agis se enfrentaba
con un problema de estrategia delicado: debía llegar a Tegea lo más pronto
posible para prevenir el alzamiento; pero, tras su llegada, tendría que esperar
al contingente del norte una semana más como mínimo, y contener mientras tanto
a un ejército mayor que el suyo. Cualquier otro dirigente espartano hubiera
optado por permanecer dentro de las murallas de Tegea y rehusar la batalla
hasta la aparición de los aliados; con esta acción se habría permitido que el
enemigo saqueara los campos tegeatas, destruyera las cosechas y se aproximara a
la ciudad para lanzar acusaciones de cobardía contra los espartanos y su
comandante; pero Agis no podía permitirse ni la más pequeña insinuación
relacionada con su miedo a lanzarse a la lucha. Al tener que combatir a un
enemigo superior en número, se había visto obligado a correr el riesgo de
llevarse a todo el ejército espartano; con ello había dejado Esparta sin
protección en un momento en que los mesenios se pertrechaban en Pilos y
amenazaban con promover una rebelión entre los ilotas.
Camino de Tegea, Agis recibió la buena noticia de que
los eleos no se habían reunido con sus aliados en Mantinea. Los habitantes de
esta ciudad querían atacar Tegea, población vecina y vieja enemiga, mientras
que los eleos preferían ir en contra de Lépreo; los atenienses y los argivos,
por su parte, reconocían la importancia estratégica de Tegea, y compartían el
punto de vista de los mantineos. Los eleos se habían tomado la negativa como
una ofensa, y decidieron retirar a sus tres mil hoplitas. Agis aprovechó las
fisuras entre los miembros de la Alianza, e hizo regresar a una sexta parte de
sus tropas para proteger Esparta. No obstante, incluso sin estos quinientos o
setecientos hombres, sus ejércitos superaban al del enemigo con nueve mil
efectivos del bando espartano por los ocho mil pertenecientes a la Liga de
Argos.
UNA BATALLA FORZADA
Aunque el abandono de los eleos había resuelto en
parte la difícil situación estratégica de Agis, éstos pronto se dieron cuenta
de lo insensato de su retirada, y decidieron volver para engrosar las filas del
ejército de la Liga de Argos; probablemente llegarían antes incluso de que los
aliados septentrionales de Esparta alcanzaran la zona. La situación exigía que
Agis forzara la batalla antes de que los eleos reaparecieran. Tras reunirse con
sus aliados en Tegea, marchó hacia el santuario de Heracles (el Heracleo), a
poco más de dos kilómetros de la ciudad de Mantinea en dirección sudeste (Véase
mapa[40a]). La llanura elevada donde se situaban las antiguas
ciudades de Tegea y Mantinea se encuentra rodeada por montañas de una altitud
de unos setecientos metros. En su parte más larga, de norte a sur, el altiplano
tiene una extensión de unos treinta kilómetros, y en la más ancha, de este a
oeste, alcanza los diecisiete. La llanura va en descenso de sur a norte, y
Mantinea está emplazada a unos treinta metros por debajo de Tegea, a unos
dieciséis kilómetros.
A un poco menos de cinco kilómetros al sur de
Mantinea, la llanura se estrecha de nuevo hasta formar un desfiladero de unos
tres kilómetros de anchura entre dos altos, el Miticas al oeste y el Kapnistra
en el este. La frontera entre estas dos ciudades-estado probablemente estaba
allí o un poco más al sur. No lejos de Tegea, el Zanovistas, como se conoce en
la actualidad a este río, nace y discurre hacia el norte hasta desaparecer bajo
tierra en los límites occidentales de la llanura de Mantinea, al norte del
Miticas. Otra corriente, la del Sarandapótamos, pasa por Tegea en su camino
hacia el norte, hace una curva brusca hacia el este a través de una garganta y
concluye desaguando en tres sumideros, cerca de la moderna población de Versova,
todavía en territorio tegeata. Mantinea tenía dos salidas al sur, una se
dirigía al sudoeste hasta Palantio, y la otra, situada cerca del confín este
del desfiladero, iba hacia el sur, hasta Tegea. Al este de Mantinea, se hallaba
una montaña que los antiguos conocían como el Alesio. El camino de Tegea pasaba
por allí, y donde las montañas se convertían en una llanura se alzaba el templo
de Poseidón Hipios. Al sur del monte Alesio, existía en la época un bosque de
robles, llamado el Pélagos, que llegaba casi hasta Kapnistra y Miticas. El
camino de Tegea atravesaba el bosque, mientras que la ruta de Palantio lo
bordeaba por el oeste. El santuario de Heracles, lugar donde acamparon los
espartanos, estaba emplazado en la parte oriental de la llanura, al sur del
monte Alesio.
Agis dio comienzo a la ofensiva y devastó los campos
del enemigo para forzar su defensa en campo abierto, pero los espartanos habían
llegado con la estación recolectora demasiado avanzada como para que esta
táctica ejerciera su habitual presión. El grano de Mantinea se había recogido a
finales de junio y julio, por lo que las cosechas, y todo aquello de valor que
pudiese transportarse, ya se habían puesto a buen recaudo. Entretanto, los
miembros de la coalición argiva habían ocupado una buena posición defensiva en
las estribaciones del Alesio, «abrupta y de difícil acceso» (V, 61, 1). Por
ahora, habían pedido a los eleos que se uniesen de nuevo a los aliados, y éstos
ya venían de camino; los refuerzos atenienses también estaban cerca, un factor
del que posiblemente eran conscientes los generales de la Liga de Argos. Cuando
llegasen, los argivos dispondrían de superioridad numérica y podrían escoger el
momento de iniciar la batalla, siempre y cuando ésta tuviera lugar antes de que
arribaran los aliados espartanos del norte. Hasta la llegada de los refuerzos
atenienses, los de Argos no tenían motivos para buscar el combate, a no ser que
Agis fuera tan insensato como para ir en su contra.
Y eso fue exactamente lo que intentó hacer el monarca:
que sus hombres subieran al Alesio. Era un acto irresponsable, fruto de un
hombre desesperado, porque cualquier ataque colina arriba contra una falange de
hoplitas estaba condenado de antemano, incluso contando con una ventaja
numérica. Los espartanos se acercaban «a tiro de las piedras y las jabalinas»,
cuando repentinamente el avance quedó interrumpido. «Uno de los ancianos», al
evaluar lo imposible de la situación, le gritó a Agis que lo que planeaba hacer
«sería tapar un mal con otro mucho peor» (V, 65, 2). El anciano pudo ser uno de
los symbouloi (consejeros), que
alcanzó a ver que el joven rey trataba de borrar con su actuación el mal
recuerdo de su comportamiento en Argos. Agis tomó en consideración la
advertencia y dirigió una rápida retirada sin llegar a entrar en contacto con
el enemigo, aunque sólo la falta de disposición de los aliados para
perseguirlos evitó un desastre mayor.
En esos momentos, Agis tenía que sentirse más
desesperado que nunca, porque quedaba patente que el ejército enemigo no abandonaría
su posición elevada hasta que no se les uniesen los refuerzos. Así pues, al
comprender que tendría que hacer frente a una batalla adversa en el momento y
lugar elegidos por el enemigo, solicitó que los hombres que había enviado de
regreso a Esparta volvieran de nuevo a Tegea. Para poder aumentar sus
posibilidades, debería correr el riesgo de dejar a Esparta sin protección
durante algunos días.
Mientras el rey Plistoanacte se colocaba a la cabeza
de las fuerzas requeridas camino de Tegea, Agis ideó un plan para obligar al
enemigo a desplazarse a la llanura y forzar la batalla antes de que apareciesen
los refuerzos. Durante años, los tegeatas y los mantineos se habían enfrentado
por el control de las vías fluviales que atravesaban el valle. Los arroyos y
los torrentes montañosos de la región desaguaban en sumideros en la piedra
caliza subterránea. Cada vez que las lluvias torrenciales desbordaban los
sumideros, Mantinea corría el peligro de quedar inundada por el desnivel en el
que estaba emplazada. Durante la estación pluvial, los tegeatas taponaban los
sumideros o desviaban el cauce de los arroyos por medio de zanjas para conducir
las corrientes hasta el territorio mantineo. Otro de sus recursos era hacer
converger el curso del Sarandapótamos con el del Zanovistas, con lo que la
llanura quedaba inundada en perjuicio de los campos y la ciudad. Esto se
lograba cavando un canal de unos tres kilómetros entre los ríos en su punto más
próximo. Posiblemente, esta práctica ya la venían ejecutando desde hacía algún
tiempo, y sólo tenía que aprovechar la antigua construcción; cuando querían
hacer que el Sarandapótamos volviera a su curso normal, simplemente elevaban un
dique en el canal. En sus repetidos conflictos con Mantinea, los tegeatas
siempre podían derribar la barrera con facilidad y volver a inundar las tierras
de la ciudad vecina.
Agis se dirigió a Tegea, probablemente para desviar el
curso del Sarandapótamos hacia el del Zanovistas; también es posible que
enviara hombres para obturar los sumideros fronterizos o para cavar zanjas que
hicieran fluir el agua. Sin embargo, estas obras no bastaban por sí solas para
lograr el objetivo de Agis, ya que «su intención era que los hombres
desplazados en la colina bajasen a impedir el desvío de las aguas en cuanto se
enteraran, y así entablar una batalla en la llanura» (V, 65, 4). Sin embargo,
los sumideros se encontraban a cierta distancia del monte Alesio, donde Agis
había dejado el ejército, y todavía más lejos de Mantinea, donde los argivos
esperaban refugiarse cuando las tropas espartanas se hubieran retirado, por lo
que, con el bosque Pélagos en medio, probablemente los argivos no descubrieron
las tácticas de los espartanos de manera inmediata. No obstante, pasado un día,
los mantineos descubrirían que pasaba agua por el cauce seco que corría por su
territorio y, por experiencia, se darían cuenta con amargura de lo que los
tegeatas y sus aliados estaban intentando hacer. A no ser que los mantineos
hicieran que el Sarandapótamos retomara su curso antes de la llegada de las
lluvias, lo que sucedería en cuestión de semanas, su territorio quedaría
inundado.
LA MOVILIZACIÓN DEL EJÉRCITO ALIADO
El plan de Agis —la mejor apuesta con la que podía
contar en su desesperación— daba por supuesto que la ira y el miedo harían que
el enemigo buscara de inmediato un enfrentamiento que sería mejor postergar.
Tras un día en las cercanías de Tegea, Agis se dirigió de nuevo al santuario de
Heracles, deseoso de ordenar la batalla en el mejor emplazamiento para combatir
y aguardar a la vanguardia argiva. Sin embargo, jamás llegó allí, porque el
enemigo no se comportó según lo esperado; las sospechas políticas y la
desconfianza que imperaba en el ejército de la coalición argiva jugaron
directamente en contra del propio Agis.
Después de la retirada espartana del monte Alesio, las
tropas argivas comenzaron a impacientarse por la falta de acción de sus
generales: «La vez anterior, los espartanos, aún atrapados en Argos, habían
podido escapar; ahora no sólo huían sin que nadie les persiguiera, sino que
conseguían ponerse a salvo tranquilamente, mientras a nosotros nos traicionan»
(V, 65, 5). Esta última palabra es de lo más aclaradora: la soldadesca
descontenta no acusaba a sus mandos de cobardía, sino de traición (prodidontai). Los generales argivos
probablemente pertenecían al clan aristocrático de los Mil, y como sus acciones
previas habían levantado las sospechas de los demócratas de Argos, ahora se
veían obligados a dar la orden de descender de las alturas y prepararse para
presentar batalla.
Fuera lo que fuera lo que le esperase a su salida de
Tegea, Agis tenía que cruzar al lado norte del desfiladero. Si las tropas
enemigas estaban en Mantinea, se vería forzado a esperar hasta que la visión de
las aguas del cauce del Zanovistas les hiciesen salir. Si ya habían alcanzado
la llanura, la batalla se iniciaría de inmediato. Conforme sus tropas dejaban
atrás el bosque en formación de columnas, el encuentro con el enemigo desde tan
cerca, lejos de las colinas y preparado en formación de batalla les pilló por
sorpresa. Los aliados habían acampado en la llanura para pasar la noche y,
desde lo alto, los vigías debían de haber informado a los generales argivos de
la maniobra de aproximación de Agis. Como resultado, habían podido formar cerca
del sitio donde los espartanos abandonarían la espesura, y ahora tenían la
oportunidad de esperarlos con la disposición táctica elegida por ellos. Agis
había caído en la trampa.
LA BATALLA
La primera tarea del monarca espartano era salir del
bosque en columnas y emplazar al ejército, alineado y en orden de batalla,
antes de que el enemigo pudiera sacar partido de su momentánea desorganización
y se lanzara al ataque. En ese momento, la disciplina y el entrenamiento
inigualables del ejército espartano debían entrar en juego, porque Agis sólo
necesitaba dar órdenes a los oficiales de sus siete divisiones para que la
cadena de mandos hiciera el resto. A diferencia de otros ejércitos griegos, el
ejército de Esparta «estaba compuesto por oficiales de distintos rangos, y la
responsabilidad a la hora de cumplir ordenes está en manos de muchos» (V, 66,
4). En apariencia, los generales argivos optaron por no golpear al enemigo
mientras abandonaba el bosque, o bien decidieron no cargar contra las tropas
antes de que se colocaran en formación. Cualquiera de estas tácticas habría
forzado la retirada espartana, por lo que la batalla habría quedado pospuesta;
los generales, presionados por las quejas de sus soldados, tomaron la
determinación de entrar en batalla ese día.
Los aliados emplazaron el contingente mayor —el de los
mantineos, que además luchaban por su territorio— en el flanco derecho,
mientras que cerca de ellos se colocó a los demás arcadios, cuyas motivaciones
eran similares; a su lado, se situó la aristocracia argiva de los Mil,
especialmente adiestrados. Se esperaba que el ala derecha llevase el peso de la
ofensiva y se mostrase como decisiva en el transcurso de la batalla. Junto a
ellos, se dispusieron los habituales hoplitas argivos y, a su lado, los hombres
de Orneas y Cleonas. En el flanco izquierdo, se encontraban unos mil
atenienses, asistidos por sus tropas de caballería. Este lado tenía intención
de quedarse a la defensiva, evitar el cerco e impedir la huida hasta que el
flanco derecho asestase el ataque decisivo.
La manera de alinearse de los espartanos no da
muestras de un plan de batalla concreto. Los esciritas, arcadios que servían
como exploradores o en conexión con la caballería, se colocaron en el flanco
izquierdo, su lugar habitual. Después, estaban las tropas que habían combatido
con Brásidas en Tracia, junto con algunos neodamodes.
El grueso del ejército espartano ocupaba el centro, cerca de los aliados
arcadios provenientes de Herea y Menalia. Los tegeatas tomaron posiciones a la
derecha, apoyados por unos pocos espartanos que cerraban la columna. La
caballería se dividió para proteger ambos flancos. Esta disposición era
convencional y defensiva, como era de prever en un general cogido por sorpresa.
La iniciativa quedaba, pues, en manos de los argivos.
El ejército aliado, con unos ocho mil hoplitas, se
extendía a lo largo de un frente de un kilómetro, mientras que los nueve mil
soldados peloponesios formaban una línea unos cien metros más larga. En el
flanco derecho, los tegeatas y el pequeño grupo de espartanos que iba con ellos
sobrepasaba el flanco izquierdo aliado, pero éstos decidieron no enviar
refuerzos para compensar el déficit numérico. Por el contrario, extendieron su
posición por la derecha, más allá de la de los esciritas enemigos, situados en
su lado izquierdo. Los espartanos marchaban con su paso lento habitual,
mientras escuchaban el ritmo de las flautas con las que se imponía el orden de
sus falanges, pero lo aliados «avanzaron con arrojo y vehemencia» (V, 70). Los
generales aliados querían que sus mejores tropas golpearan con ímpetu por la
derecha e hicieran retirarse al enemigo antes de que su propio centro o su
izquierda se vinieran abajo.
Agis, al ver que su flanco izquierdo quedaba en
peligro de ser rodeado, mandó que los esciritas y los veteranos del ejército de
Brásidas de ese lado se separaran del resto del ejército y se desplazaran
todavía más a la izquierda para igualar la posición de los mantineos. Como esto
creó una peligrosa fractura de la línea peloponesia, también ordenó a Hiponoidas
y Aristocles, oficiales ambos, que sacaran sus compañías —tal vez unos mil
espartanos en conjunto— del extremo derecho del grueso del ejército para cubrir
el hueco formado.
No existe ninguna maniobra comparable en toda la
historia bélica griega. Cambiar la línea de batalla cuando dos ejércitos
estaban a punto de entrar en combate, abrir una fisura en una de las líneas
propias a propósito y romper otra para tapar la primera eran maniobras de las
que no se había oído hablar nunca. Sin embargo, el cambio por la derecha que
había asustado a Agis era muy habitual en todos los ejércitos, porque la
tendencia natural de las falanges hoplitas era inclinarse hacia el flanco sin
protección, y por lo tanto el rey espartano debió haberla previsto: de nuevo
actuaba así por su falta de experiencia.
Para Agis, el mejor plan de actuación habría
consistido en mantener la formación, enviar al flanco derecho para que
sobrepasase y envolviese el lateral izquierdo del enemigo, golpear el centro
del mediocre contingente argivo con el potente ejército espartano y esperar a
que el ala izquierda, que soportaba el peso de la arremetida enemiga, aguantara
hasta que pudiese enviar refuerzos. El riesgo que se corría con una estrategia
así era que el flanco izquierdo de los peloponesios se viera sobrepasado y
rodeado demasiado pronto. Sin embargo, en la situación sorpresiva que envolvía
a los espartanos, todas las alternativas entrañaban riesgos aún mayores. En
estas circunstancias, Agis necesitaba el juicio, la seguridad y la determinación
de un comandante experimentado; pero, como confirman sus actuaciones
precedentes, éstas eran cualidades que todavía estaba por alcanzar. Por el
contrario, se atrevió a dar unas órdenes tan fuera de lo común como las
relatadas anteriormente.
Jamás sabremos cómo habría resultado la maniobra de
Agis en caso de que se hubieran obedecido sus órdenes. El flanco izquierdo se
desplazó conforme había ordenado para evitar la maniobra envolvente del
enemigo, con lo que se creó un hueco entre ellos y el centro de la línea
espartana; sin embargo, los soldados de su derecha no llegaron a cubrir la
brecha, porque sus capitanes, Aristocles e Hiponoidas, simplemente rechazaron
cumplir las órdenes. Una insubordinación así no se había producido nunca jamás
durante el mandato de Agis, y a ambos mandos se les acusó de cobardía y fueron
condenados al destierro; por lo que parece, los tribunales de Esparta creyeron
que la estrategia de Agis era realmente viable. Aun así, la verdad de la
cuestión subyace en que, aunque los dos capitanes rehusaron cumplir las órdenes
de su comandante en jefe, también se mantuvieron firmes en su posición central
dentro de la falange; además, tampoco huyeron ni se pusieron a salvo, sino que
volvieron a Esparta para enfrentarse al juicio. Éstas no son acciones propias
de cobardes.
No obstante, el incumplimiento por parte de los
oficiales espartanos de una orden directa en el campo de batalla requiere una
explicación afirmativa, que podemos encontrar parcialmente en su creencia de
que, como soldados de carrera, el ejército estaba liderado por un incompetente.
Desde los primeros enfrentamientos con el enemigo, Agis había guiado a sus
hombres a una carga cuesta arriba, insensata y sin futuro, para finalmente
ordenar la retirada cuando se encontraban expuestos, a una distancia de tiro de
lanza; y como colofón, se había dejado sorprender en campo abierto y había
quedado a merced de la elección estratégica del enemigo. Otra explicación
plausible de la acción de los capitanes es que Aristocles era hermano de
Plistoanacte, con quien Agis compartía las tareas reales, y posiblemente
contagió con su seguridad a Hiponoidas, a la espera de obtener la protección
fraterna. En cualquier caso, sin duda reaccionaron así simplemente porque la
orden les pareció una auténtica locura, e intentaron prevenir el gran riesgo en
que ésta colocaría al ejército espartano.
Aún a pesar de que dos de sus capitanes habían
desobedecido las órdenes de Agis, o quizá justo por eso mismo, los espartanos
resultaron vencedores en la batalla. Al no desplazarse de su posición, no se
crearon huecos en la parte derecha del centro sino que, por el contrario, la
fortalecieron. Ahí fue donde se ganó la batalla. La victoria espartana también
se fraguó gracias a los errores enemigos. Cuando Agis supo que no podría
utilizar las tropas del flanco derecho para cubrir el vacío que había creado en
el izquierdo, dio marcha atrás y quiso que el ala izquierda cerrara las líneas
de nuevo, aunque llegó demasiado tarde. Los mantineos aplastaron con fuerza el
flanco izquierdo espartano, y después, ayudados por las tropas de élite
argivas, se dirigieron al hueco creado entre el centro y la izquierda de los
espartanos.
Para los argivos y sus aliados, éste fue el momento
decisivo de la batalla; su gran oportunidad de erigirse como vencedores. Si
hubieran hecho caso omiso de los esciritas, los neodamodes y los brasideos del flanco izquierdo, o bien hubieran
enviado un pequeño contingente para ocuparse de ellos y se hubieran centrado en
el otro flanco y en la retaguardia del cuerpo central del ejército espartano,
que combatía muy cerca del enemigo, probablemente se habrían alzado con la
victoria. En cambio, las tropas aliadas se dirigieron a la derecha y
destruyeron el flanco izquierdo espartano, con lo que perdieron su gran
ocasión, y con ella, la batalla. Los mantineos y las tropas de élite de Argos,
al cargar a través de la brecha de las líneas espartanas, escogieron la salida
más fácil y natural: optaron por la derecha, y no por la izquierda, porque a su
derecha el flanco enemigo estaba desguarnecido, lo que significaba un objetivo
más tentador y seguro que la parte izquierda, mucho más protegida. Además, los
aliados se vieron sin duda sorprendidos por el hueco creado conforme se
aproximaban a la falange enemiga, porque en un principio no empezaron su avance
en esa dirección. Los generales aliados posiblemente dieron orden de que su
flanco derecho se concentrara en la izquierda del enemigo para destruirla por
completo, pues sólo así se podría esperar asestar un nuevo ataque contra el
centro. La apertura repentina de la parte central izquierda requería un cambio
de estrategia, pero se hacía difícil, por no decir imposible, revisar el plan
de batalla una vez que la falange hoplita se había puesto en marcha, como ya el
mismo Agis había tenido tiempo de descubrir. Tal vez un gran oficial al mando
de un ejército conocido, homogéneo y con mucha instrucción hubiera podido
alcanzar el éxito con una maniobra de tal calibre, pero la identidad del
comandante aliado nos es desconocida y su ejército estaba formado por hombres
que pertenecían a distintas ciudades. La fuerza aliada había actuado de manera
previsible y, como consecuencia, había perdido la batalla.
Mientras los aliados perseguían en vano a los
esciritas y a los ilotas liberados, Agis y la formación espartana emplazada en
el centro repelía la insignificante acometida de las tropas que tenían
enfrente: las «cinco compañías» de veteranos argivos y los hoplitas de (leonas
y Orneas. De hecho, «muchos no pudieron siquiera mantenerse y luchar, sino que
huían conforme los espartanos se les acercaban; algunos incluso tropezaban en
su prisa por alejarse antes de que el enemigo les alcanzara» (V, 72, 4).
En esos momentos, el flanco derecho espartano
comenzaba a rodear a los atenienses, situados en la parte izquierda de las
líneas aliadas. La caballería logró evitar una huida en desbandada, pero el
desastre se avecinaba, pues el error de los aliados para explotar su ventaja en
el flanco derecho había decidido ya la contienda.
Cuando la suerte de la batalla cambió de bando, Agis
dio una serie de órdenes determinantes para la victoria. En vez de permitir que
su ala derecha acabara con los atenienses que se retiraban, ordenó que el
ejército al completo apoyara su flanco izquierdo, vencido y mal emplazado, lo
que permitió huir a los soldados atenienses y argivos. La decisión del monarca
espartano es totalmente comprensible desde un punto de vista militar: con toda
seguridad, Agis quería evitar pérdidas mayores en su contra y destruir la flor y
nata de las tropas enemigas —los mantineos y las fuerzas especiales argivas—,
aunque también contaba a su vez con motivaciones políticas. Por muy extraño que
parezca, Atenas y Esparta todavía estaban técnicamente en paz. La destrucción
del ejército ateniense en Mantinea habría aumentado la fuerza de los enemigos
de Esparta en Atenas, mientras que la contención espartana podría convencer a
Atenas de que adoptase una política moderada y mantuviera la paz, a pesar de
que Esparta recuperase su fuerza y su prestigio.
Al otro lado del campo de batalla, los mantineos y la
élite militar argiva se dieron a la fuga al contemplar el colapso de sus
propias fuerzas. Las bajas fueron muy altas entre las filas mantineas, pero «la
mayoría de las tropas de élite de Argos pudieron ponerse a salvo» (V, 73, 3).
Es difícil entender por qué, entre dos contingentes del mismo bando, uno quedó
casi exterminado, mientras el otro no llegó a sufrir prácticamente daño alguno.
Tucídides informa de que en la huida no se les persiguió muy lejos ni con
muchas ganas, «porque los espartanos son capaces de luchar durante mucho tiempo
y guardar el terreno hasta que derrotan al enemigo, pero, una vez vencido, las
persecuciones son breves y en distancias cortas» (V, 73, 4). Sin embargo, esto
no explica por qué murieron todos los mantineos, mientras que los de Argos
conseguían ponerse a salvo. Para ello, debemos recurrir a Diodoro, un
historiador muy posterior, que ofrece una interpretación distinta:
Después de que lo espartanos acabaran con las otras
secciones del ejército y dieran muerte a muchos, le tocó el turno a la élite de
los Mil de Argos. Al ser más numerosos, los rodearon con la esperanza de acabar
con todos ellos. Este cuerpo de élite, aunque inferior en número, sobresalía
por su coraje. El rey espartano, que combatía a la cabeza, continuó el ataque
contra todo peligro. Hubiera querido matarlos a todos —pues estaba deseoso de
cumplir la promesa hecha a sus compatriotas, con la que quería enmendar su
descrédito anterior por medio de actos extraordinarios—, pero no se le permitió
hacerlo. El espartano Farax, que era uno de los consejeros y gozaba de una gran
reputación en Esparta, le ordenó que ofreciera una escapatoria a las tropas
argivas sin aprovecharse de aquellos que habían perdido cualquier esperanza de
vida, para no dejar al descubierto el valor de unos hombres abandonados a su
suerte. Así pues, el rey se vio obligado a obedecer las órdenes y permitir su
huida conforme al consejo de Farax (XII, 79, 6-7).
Sin lugar a dudas, el symboulos Farax estaba pensando en el futuro y tenía en mente las
repercusiones políticas que la batalla tendría. Aniquilar a la élite
aristocrática de Argos, mientras la gran mayoría de sus ciudadanos, gentes
amigas de la democracia, habían escapado, garantizaría la continuidad de la
Liga de Argos junto a las demás democracias; por el contrario, si éstos volvían
a casa tras una gran derrota de la política antiespartana, podrían hacerse con
el control de la ciudad y arrastrarla a una alianza con Esparta, lo que significaría
un golpe letal a la coalición enemiga. Vengativo e inmaduro, Agis, que estaba
determinado a recuperar su honor, no podía prever las consecuencias en el
fragor de la batalla. Sin ninguna duda, la decisión espartana de nombrar
consejeros que lo acompañasen no fue una idea tan descabellada.
LAS CONSECUENCIAS DE MANTINEA
Aunque la batalla de Mantinea no alcanzó a destruir
completamente al ejército perdedor, sí tuvo, sin embargo, una tremenda
importancia. Para los espartanos, el resultado más significativo fue el mero
hecho de que no habían resultado vencidos. Si la fuerza selecta de los argivos
hubiera sacado partido de la ruptura de las líneas espartanas como era debido y
hubiera derrotado a los espartanos y a sus aliados, el control de Esparta en el
Peloponeso hubiera tocado a su fin. La pérdida de Tegea, que con toda seguridad
hubiera llegado tras la hipotética victoria aliada en Mantinea, hubiera dado al
traste con la posición estratégica de Esparta al haberla aislado de sus aliados
y de Mesenia. Más aún, el golpe al prestigio espartano habría resultado fatal
para su hegemonía. Un triunfo aliado en Mantinea habría significado una
victoria para Atenas y sus aliados en el encuadre mayor de este gran conflicto
bélico. En cambio, con el triunfo espartano la confianza y la fama de la ciudad
se recuperaban, y con ellas, sus habitantes: «Aquellas antiguas acusaciones por
parte de los griegos de cobardía por la catástrofe de la isla de Esfacteria, y
de titubeo y lentitud a la hora de valorar otros casos, quedaron eliminadas con
esta única acción. Se creyó que entonces habían sufrido un revés de la fortuna,
pero que, en lo tocante a su valor, seguían siendo los mismos» (V, 75, 3).
El éxito de los espartanos también trajo consigo el
triunfo de la oligarquía, mientras que una victoria aliada habría fortalecido
el gobierno democrático en Argos, Élide y Mantinea, y habría servido de
estímulo para el resto de las democracias del Peloponeso. Por el contrario,
esta derrota debilitaba el alcance de los demócratas en sus propios Estados y
dañaba la tendencia democrática general. Esta batalla cambió la balanza a favor
de la oligarquía a través de toda Grecia.
Los refuerzos de los tres mil eleos y los mil
atenienses llegaron a Mantinea finalmente con la batalla ya concluida; si
hubieran llegado antes para engrosar la formación central de las tropas
aliadas, el final habría sido seguramente muy diferente. Ahora, todo lo que
podían hacer era dirigirse contra Epidauro, para servir de relevo en el ataque
que su ejército había lanzado contra Argos durante el choque de Mantinea,
contentarse con construir un muro alrededor de la ciudad y dejar allí un
destacamento para mantenerlo.
La alianza democrática sobrevivió, aunque de manera
frágil y con la moral muy mermada. En noviembre, tras la retirada de las
fuerzas aliadas, los espartanos trasladaron su ejército a Tegea con la
intención de explotar su victoria por el lado diplomático, no por medio de la
guerra. Enviaron a Argos a Licas, el proxenos
argivo en Esparta, con una oferta de paz. Con anterioridad, ya había habido
argivos proclives a Esparta que «deseaban acabar con la democracia»; la fuerza
selecta de los Mil debió de contarse entre ellos. Tras su huida de Mantinea,
eran la única milicia importante de Argos y su valor en la batalla había
incrementado su reputación, mientras que la actuación poco entusiasta de los
atenienses tenía avergonzados y desesperanzados a los demócratas. «Tras la
batalla, los partidarios de Esparta encontraron más fácil convencer a la
mayoría para que cerraran un acuerdo con Lacedemonia» (V, 76, 2).
Cuando Licas llegó a la asamblea de Argos para exponer
los términos de la paz, se encontró con que Alcibíades, todavía un civil sin
mando oficial, había acudido para defender la continuidad de la alianza con
Atenas. Sin embargo, su habilidad no se podía comparar con las nuevas
realidades creadas por el resultado de Mantinea y con el ejército espartano
desplazado a Tegea, que no tenía rival. Los argivos aceptaron el tratado con
Esparta; en él se solicitaba la liberación de todos los prisioneros, la
devolución de Orcómeno, la evacuación de Epidauro y la unión con Esparta para
obligar a hacer lo mismo a Atenas. Más allá de esto, los oligarcas, seguros de
sí mismos, convencieron a los argivos para que renunciaran a sus alianzas con
Élide, Mantinea y Atenas, y coronaran su victoria con el acuerdo de un tratado
con Esparta.
La defección de los argivos fue un golpe mortal para
la liga democrática, y cuando pidieron que los atenienses se retiraran de
Epidauro, éstos no tuvieron más remedio que acceder. Mantinea estaba tan
debilitada que también llegó a alcanzar un acuerdo con Esparta por el que
renunciaba a controlar un gran número de ciudades en Arcadia. El escuadrón
argivo de los Mil se unió a otros tantos soldados espartanos en la expedición a
Sición, donde promovieron el desarrollo de una oligarquía leal. Finalmente, el
ejército mixto volvió a casa, donde depuso la democracia argiva para establecer
un régimen oligárquico.
Hacia el mes de marzo del 417, los espartanos lograron
hacer pedazos la liga democrática por medio del enfrentamiento y la subversión.
No obstante, aunque el éxito en Mantinea había conseguido librar del desastre a
Esparta, tampoco garantizaba plenamente su seguridad en el futuro. Los
atenienses eran todavía muy poderosos, y Alcibíades continuaba favoreciendo una
política de corte agresivo. Pilos seguía en poder de Atenas, lo que era una
constante invitación para la defección o la rebelión ilota. También Élide se
hallaba fuera del control espartano; además, los acontecimientos pronto
demostrarían que la oligarquía de Argos quedaba lejos de estar afianzada. Por
último, las diferencias de opinión sobre el tipo de política que debía seguirse
continuaban fomentando la división entre los propios espartanos. El significado
ulterior de la batalla de Mantinea quedaba todavía por ver.
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