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PRÓLOGO
(VII) Doy a la
publicidad una obra de investigación histórica relativa a un asunto no
explorado hasta hoy: paideia, la formación
del hombre griego, como base para una nueva consideración del helenismo en su
totalidad. Aunque se ha tratado con frecuencia de describir el desarrollo del
estado y de la sociedad, y la literatura, la religión y la filosofía de los
griegos, nadie ha intentado, hasta hoy, exponer la acción recíproca entre el
proceso histórico mediante el cual se ha llegado a la formación del hombre
griego y el proceso espiritual mediante el cual llegaron los griegos a la
construcción de su ideal de humanidad. Sin embargo, no me he consagrado a esta
tarea simplemente porque no haya hallado hasta ahora cultivadores, sino porque
he creído ver que de la solución de este profundo problema histórico y
espiritual, dependía la inteligencia de aquella peculiar creación educadora de
la cual irradia la acción imperecedera de lo griego sobre todos los siglos.
Los dos primeros libros comprenden la fundación, crecimiento y crisis
de la cultura griega en los tiempos del hombre heroico y político, es decir,
durante el periodo primitivo y clásico. Terminan con la ruina del imperio
ático. El tercero tratará de la restauración espiritual del siglo de Platón,
de su lucha para llegar al dominio del estado y de la educación y de la
transformación de la cultura griega en un imperio universal.
Esta exposición no se dirige sólo a un público especializado, sino a
todos aquellos que, en las luchas de nuestros tiempos, buscan en el contacto
con lo griego la salvación y el mantenimiento de nuestra cultura milenaria. Me
ha sido con frecuencia difícil mantener el equilibrio entre el afán de llegar
a una amplia visión histórica del conjunto y la necesidad imprescindible de
una reelaboración profunda del complejo material de cada una de las secciones
de este libro, mediante una investigación minuciosa y exacta. La consideración
de la Antigüedad desde el punto de vista de esta obra pone de relieve una serie
de nuevos problemas que se han hallado en el centro de mis enseñanzas y de mis
investigaciones durante los diez últimos años. He renunciado, empero, a la
publicación de todos y cada uno de sus resultados en forma de volúmenes
particulares, porque hubieran aumentado su tamaño de una manera informe. En lo
esencial, el fundamento de mis puntos de vista se desprenderá de la exposición
misma, puesto que surge inmediatamente de la interpretación de los textos
originales y pone a los hechos en una conexión tal que éstos se explican por sí
mismos. Notas al pie del texto dan cuenta de los pasajes citados de los autores
antiguos, así como de lo más importante de la bibliografía moderna,
especialmente de aquello que concierne (VIII) a los problemas de la historia de la cultura
γ de la educación. Raramente
era posible dar en forma de observaciones marginales lo que requería una fundamentación
más amplia. He publicado una parte de ello en investigaciones particulares a
las cuales me refiero aquí brevemente. El resto será objeto de nuevas
publicaciones. Las monografías y el libro forman un todo y se sostienen
mutuamente.
En la introducción he tratado de esbozar, mediante una consideración
más general de lo típico, la posición de la paideia
griega en la historia. He puesto de relieve, también, lo que resulta de
nuestro conocimiento de las formas griegas de educación humana en lo que
concierne a nuestra relación con el humanismo de los primeros tiempos. Este
problema es más candente y más discutido que nunca. Su solución no puede
naturalmente resultar de una investigación histórica como la nuestra, puesto
que no se trata en ella de los griegos, sino de nosotros mismos. Pero el
conocimiento esencial de la educación griega constituye un fundamento
indispensable para todo conocimiento o propósito de la educación actual. Esta
convicción ha sido el origen de mi interés científico por el problema y, por
consiguiente, de este libro.
Berlín-Westend, octubre, 1933.
werner jaeger
PRÓLOGO
A LA SEGUNDA EDICIÓN ALEMANA
(IX) El hecho de que al
cabo de año y medio haya sido necesaria una segunda edición de los dos primeros
libros de Paideia es para, mí un signo alentador de
que la obra ha conquistado rápidamente amigos. La brevedad del tiempo
transcurrido desde la primera aparición no permite introducir grandes
modificaciones en el texto. Sin embargo, ello me ha dado la oportunidad de
corregir algunos errores.
Por lo demás, resulta de la naturaleza de este libro el hecho de que
las discusiones que ha provocado sean, en buena parte, el reflejo de una
interpretación definida de la historia sobre el espejo de diferentes
concepciones del mundo. Así se ha iniciado una discusión sobre el fin y los
métodos del conocimiento histórico en la cual no puedo entrar aquí. La
fundamentación teórica rigurosa de mi actitud y de mi método requeriría una
obra aparte.
Prefiero que halle su confirmación en los hechos mismos que me han
conducido a adoptarlos. Apenas es necesario decir que el aspecto de la historia
que este libro ofrece no reemplaza ni pretende reemplazar a la historia en el
sentido tradicional, es decir, a la historia de los acontecimientos. Pero no es
menos necesario y justificado considerar la historia del ser del hombre tal
como resulta de su acuñación en las obras creadoras del espíritu. Aparte el
hecho de que varios siglos de la historia griega nos han sido trasmitidos
exclusivamente en esta forma —así todo el
helenismo arcaico—, aun en los tiempos que nos son conocidos mediante
otros testimonios, sigue siendo éste el acceso más directo a la vida íntima
del pasado. Por esta razón, el objeto de este libro es la exposición de la paideia
de los griegos y, al mismo tiempo, de los griegos considerados como paideia.
Berlín, julio, 1935.
werner jaeger
PRÓLOGO
A LA PRIMERA EDICIÓN EN ESPAÑOL
(X) Es para mí motivo de la mayor satisfacción que el Fondo de Cultura
Económica saque a la luz la edición en español de mi obra Paideia, sólo un año después de asumir la responsabilidad de
emprender una labor tan ardua. Una traducción española que ponga el libro más
al alcance del gran sector hispanoamericano del mundo parece muy deseable,
pues ya ha tenido ediciones alemana, italiana, inglesa y norteamericana. Una
vez que el editor se decidió a correr el riesgo de la empresa, me sentí
obligado a cooperar con él para llevarla a feliz término con el fin de ofrecer
al lector una edición nítida que le diera un texto todo lo fiel que fuera
posible al significado auténtico del original. El traductor, profesor Joaquín
Xirau, antiguo decano de la Facultad de Filosofía de la Universidad de
Barcelona y hoy miembro de El Colegio de México, es hombre conocido en el mundo
académico por sus obras filosóficas (la más reciente es su libro La
filosofía de Husserl. Una introducción a la fenomenología, Buenos Aires,
1942). He encontrado en él un intérprete que no se limitó a traducir palabras,
sino que ha movilizado las ideas de mi libro, y me complace disponer de esta
oportunidad para rendir tributo a la calidad de su trabajo. He leído
cuidadosamente por mí mismo cada página de las pruebas de imprenta, y no sólo
pude contribuir de vez en cuando a la interpretación correcta del original,
sino que también he mejorado una serie de pasajes del texto de la segunda
edición alemana que sirvió de base para la traducción.
Este libro se escribió durante el periodo de paz que siguió a la
primera Guerra Mundial. Ya no existe el "mundo" que pretendía ayudar
a reconstruir. Pero la Acrópolis del espíritu griego se alza como un símbolo de
fe sobre el valle de muerte y destrucción que por segunda vez en la misma
generación atraviesa la humanidad doliente. En este libro esa fe de un humanista
se ha convertido en contemplación histórica. Observa el gradual desarrollo del
ideal cultural griego, que es la raíz de todo humanismo. Ni que decir tiene
que para quien elige este método de abordar el tema ya ha pasado la época en
que los humanistas de la vieja escuela acostumbraban elegir de entre la
multitud de la antigua literatura unos cuantos autores favoritos y los
identificaban ingenuamente con sus ideales. En este libro se ha estudiado con
el mismo detenimiento y espíritu de objetividad histórica cada uno de los
fenómenos que han determinado el desarrollo de la paideia griega. Como consecuencia, no he adoptado para esta
morfología cultural un punto de vista dogmático. La realidad es que la
filosofía comprensiva de la paideia en Platón constituye el climax
natural e incuestionable del proceso histórico de que se ocupa esta obra. (XI) Por consiguiente, en estos libros he hecho
hincapié en aquellos aspectos de la civilización griega primitiva que tienen
importancia primordial para la comprensión del estudio final de los problemas
de cultura y educación durante el siglo platónico. Pero, desde luego, he
procurado, antes que nada, hacer justicia a todos los autores y periodos en lo
que valen por sí mismos. En consecuencia, el libro se puede leer como una
historia del espíritu griego en su fase primitiva y clásica, y como una
introducción al estudio de la filosofía de Platón, que constituirá el tema
central de un próximo volumen.
Harvard University, julio, 1942.
werner
jaeger
INTRODUCCIÓN
(2) Paideia, la palabra
que sirve de título a esta obra, no es simplemente un nombre simbólico, sino la
única designación exacta del tema histórico estudiado en ella. Este tema es,
en realidad, difícil de definir; como otros conceptos muy amplios (por ejemplo,
los de filosofía o cultura), se resiste a ser encerrado en una
fórmula abstracta. Su contenido γ su significado sólo se revelan plenamente ante nosotros cuando leemos
su historia y seguimos sus esfuerzos por llegar a plasmarse en la realidad. Al
emplear un término griego para expresar una cosa griega, quiero dar a entender
que esta cosa se contempla, no con los ojos del hombre moderno, sino con los
del hombre griego. Es imposible rehuir el empleo de expresiones modernas tales
como civilización, cultura, tradición, literatura o
educación. Pero ninguna de ellas coincide realmente con lo que los
griegos entendían por paideia. Cada uno de estos términos se reduce a
expresar un aspecto de aquel concepto general, y para abarcar el campo de
conjunto del concepto griego sería necesario emplearlos todos a la vez. Sin embargo,
la verdadera esencia del estudio y de las actividades del estudioso se basa en
la unidad originaria de todos estos aspectos —unidad expresada por la
palabra griega— y no en la diversidad subrayada y completada por los
giros modernos. Los antiguos tenían la convicción de que la educación y la
cultura no constituyen un arte formal o una teoría abstracta, distintos de la
estructura histórica objetiva de la vida espiritual de una nación. Esos valores
tomaban cuerpo, según ellos, en la literatura, que es la expresión real de toda
cultura superior. Así es como debemos interpretar la definición del hombre
culto que encontramos en Frínico (s. ν. φιλόλογος, ρ. 483 Rutherford):
Filo/logoj o( filw~n lo/gouj kai\ spouda\zwn peri\ paidei/an.
Nota de la versión digital: si ud. no puede ver correctamente el texto
griego inmediato superior, es porque
no ha instalado la fuente SPIonic.
POSICIÓN
DE LOS GRIEGOS EN LA HISTORIA DE LA EDUCACIÓN HUMANA
(3) todo pueblo que alcanza
un cierto grado de desarrollo se halla naturalmente inclinado a practicar la
educación. La educación es el principio mediante el cual la comunidad humana
conserva y trasmite su peculiaridad física y espiritual. Con el cambio de las
cosas cambian los individuos. El tipo permanece idéntico. Animales y hombres,
en su calidad de criaturas físicas, afirman su especie mediante la procreación
natural. El hombre sólo puede propagar y conservar su forma de existencia
social y espiritual mediante las fuerzas por las cuales la ha creado, es decir,
mediante la voluntad consciente y la razón. Mediante ellas adquiere su
desarrollo un determinado juego libre, del cual carecen el resto de los seres
vivos, si prescindimos de la hipótesis de cambios prehistóricos de las especies
y nos atenemos al mundo de la experiencia dada. Incluso la naturaleza corporal
del hombre y sus cualidades pueden cambiar mediante una educación consciente y
elevar sus capacidades a un rango superior. Pero el espíritu humano lleva
progresivamente al descubrimiento de sí mismo, crea, mediante el conocimiento
del mundo exterior e interior, formas mejores de la existencia humana. La
naturaleza del hombre, en su doble estructura corporal y espiritual, crea
condiciones especiales para el mantenimiento y la trasmisión de su forma
peculiar y exige organizaciones físicas y espirituales cuyo conjunto
denominamos educación. En la educación, tal como la practica el hombre, actúa
la misma fuerza vital, creadora y plástica, que impulsa espontáneamente a toda
especie viva al mantenimiento y propagación de su tipo. Pero adquiere en ella
el más alto grado de su intensidad, mediante el esfuerzo consciente del
conocimiento y de la voluntad dirigida a la consecución de un fin.
De ahí se siguen algunas conclusiones generales. En primer lugar, la
educación no es una propiedad individual, sino que pertenece, por su esencia, a
la comunidad. El carácter de la comunidad se imprime en sus miembros
individuales y es, en el hombre, el zw|~on politiko/n, en una medida muy superior que en los
animales, fuente de toda acción y de toda conducta. En parte alguna adquiere
mayor fuerza el influjo de la comunidad sobre sus miembros que en el esfuerzo
constante para educar a cada nueva generación de acuerdo con su propio sentido.
La estructura de toda sociedad descansa en las leyes y normas escritas o no
escritas que la unen y ligan a sus miembros. Así, toda educación es el producto
de la conciencia viva de una norma que rige una comunidad humana, lo mismo si
se trata de la familia, de una (4) clase social
o de una profesión, que de una asociación más amplia, como una estirpe o un
estado.
La educación participa en la vida y el crecimiento de la sociedad, así
en su destino exterior como en su estructuración interna y en su desarrollo
espiritual. Y puesto que el desarrollo social depende de la conciencia de los
valores que rigen la vida humana, la historia de la educación se halla
esencialmente condicionada por el cambio de los valores válidos para cada
sociedad. A la estabilidad de las normas válidas corresponde la solidez de los
fundamentos de la educación. De la disolución y la destrucción de las normas
resulta la debilidad, la falta de seguridad y aun la imposibilidad absoluta de
toda acción educadora. Esto ocurre cuando la tradición es violentamente
destruida o sufre una íntima decadencia. Sin embargo, la estabilidad no es
signo seguro de salud. Reina también en los estados de rigidez senil, en los
días postreros de una cultura; así, por ejemplo, en la China confuciana
prerrevolucionaria, en los últimos tiempos de la Antigüedad, en los últimos
tiempos del judaismo, en ciertos periodos de la historia de las iglesias, del
arte y de las escuelas científicas. Monstruosa es la impresión que produce la
rigidez casi intemporal de la historia del antiguo Egipto a través de milenios.
Pero entre los romanos la estabilidad de las relaciones sociales y políticas
fue considerada también como el valor más alto y se concedió tan sólo una
justificación limitada a los deseos e ideales innovadores.
El helenismo ocupa una posición singular. Grecia representa, frente a
los grandes pueblos de Oriente, un "progreso" fundamental, un nuevo
"estadio" en todo cuanto hace referencia a la vida de los hombres en
la comunidad. Ésta se funda en principios totalmente nuevos. Por muy alto que
estimemos las realizaciones artísticas, religiosas y políticas de los pueblos
anteriores, la historia de aquello que, con plena conciencia, podemos denominar
nosotros cultura, no comienza antes de los griegos.
La investigación moderna, en el último siglo, ha ensanchado enormemente
el horizonte de la historia. La oicumene de los "clásicos"
griegos y romanos, que durante dos mil años ha coincidido con los límites del
mundo, ha sido traspasada en todos los sentidos del espacio y han sido
abiertos ante nuestra mirada mundos espirituales antes insospechados. Sin
embargo, reconocemos hoy con la mayor claridad que esta ampliación de nuestro
campo visual en nada ha cambiado el hecho de que nuestra historia —en su más
profunda unidad—, en tanto que sale de los límites de un pueblo particular y
nos inscribe como miembros en un amplio círculo de pueblos, "comienza"
con la aparición de los griegos. Por esta razón he denominado a este grupo de
pueblos helenocéntrico.[1] "Comienzo" no
significa aquí tan sólo comienzo temporal, sino también a)rxh~, origen o fuente espiritual, (5) al cual en todo grado de desarrollo hay que volver
para hallar una orientación. Éste es el motivo por el cual, en el curso de
nuestra historia, volvemos constantemente a Grecia. Este retorno a Grecia, esta
espontánea renovación de su influencia, no significa que le hayamos conferido,
por su grandeza espiritual, una autoridad inmutable, rígida e independiente de
nuestro destino.
El fundamento de nuestro retorno se halla en nuestras propias necesidades
vitales, por muy distintas que éstas sean a través de la historia. Claro es
que para nosotros y para cada uno de los pueblos de este círculo, aparecen
Grecia y Roma como algo originalmente extraño. Esta separación se funda, en
parte, en la sangre y en el sentimiento; en parte, en la estructura del
espíritu y de las instituciones; en parte, en la diferencia de la respectiva
situación histórica. Pero media una diferencia gigantesca entre esta separación
y la que experimentamos ante los pueblos orientales, distintos de nosotros,
por la raza y por el espíritu. Y es, sin duda alguna, un error y una falta de
perspectiva histórica separar, como lo hacen algunos escritores, a los pueblos
occidentales de la Antigüedad clásica mediante una barrera comparable a aquella
que los separa de China, de la India o de Egipto.
No se trata sólo del sentimiento de un parentesco racial, por muy
importante que este factor sea para la íntima inteligencia de otro pueblo.
Cuando decimos que nuestra historia comienza en Grecia, es preciso que
alcancemos clara conciencia del sentido en que en este caso empleamos la
palabra "historia". Historia significa, por ejemplo, la exploración
de mundos extraños, singulares y misteriosos. Así la concibe Heródoto. Con
aguda percepción de la morfología de la vida humana, en todas sus formas, nos
acercamos también hoy a los pueblos más remotos y tratamos de penetrar en su
propio espíritu. Pero es preciso distinguir la historia en este sentido casi
antropológico, de la historia que se funda en una unión espiritual viva y
activa y en la comunidad de un destino, ya la del propio pueblo o la de un
grupo de pueblos estrechamente unidos. Sólo en esta clase de historia se da una
íntima inteligencia y un contacto creador entre unos y otros. Sólo en ella
existe una comunidad de ideales y formas sociales y espirituales que se
desarrollan y crecen independientemente de las múltiples interrupciones y
variaciones a través de las cuales una familia de pueblos de distintas razas y
estirpes varía, se entrecruza, choca, desaparece y se renueva. Esta comunidad
existe entre la totalidad de los pueblos occidentales y entre éstos y la
Antigüedad clásica. Si consideramos la historia en este sentido profundo, en el
sentido de una comunidad radical, no podemos considerar el planeta entero como
su escenario y, por mucho que ensanchemos nuestros horizontes geográficos, los
límites de "nuestra" historia no podrán traspasar nunca la antigüedad
de aquellos que hace algunos milenios trazaron nuestro destino. No es posible
decir hasta cuándo, en el futuro, continuará (6)
la humanidad creciendo en la unidad de sentido que aquel destino le prescribe,
ni importa para nuestro objeto.
No es posible describir en breves palabras la posición revolucionaria
y señera de Grecia en la historia de la educación humana. El objeto de este
libro entero es exponer la formación del hombre griego, la paideia, en
su carácter peculiar y en su desarrollo histórico. No se trata de un conjunto
de ideas abstractas, sino de la historia misma de Grecia en la realidad
concreta de su destino vital. Pero esa historia vivida hubiera desaparecido
hace largo tiempo si el hombre griego no la hubiera creado en su forma
permanente. La creó como expresión de una voluntad altísima mediante la cual
esculpió su destino. En los primitivos estadios de su desarrollo no tuvo idea
clara de esa voluntad. Pero, a medida que avanzó en su camino, se inscribió con
claridad creciente en su conciencia el fin, siempre presente, en que
descansaba su vida: la formación de un alto tipo de hombre. Para él la idea de
la educación representaba el sentido de todo humano esfuerzo. Era la
justificación última de la existencia de la comunidad y de la individualidad
humana. El conocimiento de sí mismos, la clara inteligencia de lo griego, se
hallaba en la cima de su desarrollo. No hay razón alguna para pensar que pudiéramos
entenderlos mejor mediante algún género de consideración psicológica,
histórica o social. Incluso los majestuosos monumentos de la Grecia arcaica son
a esta luz totalmente inteligibles, puesto que fueron creados con el mismo
espíritu. Y en forma de paideia, de "cultura", consideraron
los griegos la totalidad de su obra creadora en relación con otros pueblos de la
Antigüedad de los cuales fueron herederos. Augusto concibió la misión del
Imperio romano en función de la idea de la cultura griega. Sin la idea griega
de la cultura no hubiera existido la "Antigüedad" como unidad
histórica ni "el mundo de la cultura" occidental.
Hoy estamos acostumbrados a usar la palabra cultura, no en el sentido
de un ideal inherente a la humanidad heredera de Grecia, sino en una acepción
mucho más trivial que la extiende a todos los pueblos de la tierra, incluso los
primitivos. Así, entendemos por cultura la totalidad de manifestaciones y
formas de vida que caracterizan un pueblo.[2] La palabra se ha
convertido en un simple concepto antropológico descriptivo. No significa ya un
alto concepto de valor, un ideal consciente. Con este vago sentimiento
analógico nos es permitido hablar de una cultura china, india, babilonia,
judía o egipcia, a pesar de que ninguno de aquellos pueblos tenga una palabra o
un concepto que la designe de un modo consciente. Claro es que todo pueblo
altamente organizado tiene una organización educadora. Pero "la Ley y los
Profetas" de los israelitas, el sistema confuciano de los (7) chinos, el "dharma" de los indios, son,
en su esencia y en su estructura espiritual, algo fundamentalmente distinto
del ideal griego de la formación humana. La costumbre de hablar de una
multiplicidad de culturas prehelénicas tiene, en último término, su origen en
el afán igualador del positivismo, que trata las cosas ajenas mediante conceptos
de estirpe europea, sin tener en cuenta que el solo hecho de someter los
mundos ajenos a un sistema de conceptos que les es esencialmente inadecuado es
ya una falsificación histórica. En ella tiene su raíz el círculo vicioso en que
se debate el pensamiento histórico en casi su totalidad. No es posible evitarlo
de un modo completo porque no podemos salir fuera de nuestra propia piel. Pero
es preciso, por lo menos, hacerlo en el problema fundamental de la división de
la historia, empezando por la distinción cardinal entre el mundo prehelénico y
el que empieza con los griegos, en el cual por primera vez se establece, de una
manera consciente, un ideal de cultura como principio formativo.
No hemos ganado acaso mucho diciendo que los griegos fueron los
creadores de la idea de cultura en unos tiempos cansados de cultura, en que
puede considerarse esta paternidad como una carga. Pero lo que llamamos hoy
cultura es sólo un producto avellanado, una última metamorfosis del concepto
griego originario. No es para los griegos la paideia un "aspecto
externo de la vida", kataskeuh\ tou~ bi/ou, inabarcable, fluyente y anárquico. Tanto más
conveniente parece ser iluminar su verdadera forma para asegurarnos de su
auténtico sentido y de su valor originario. El conocimiento del fenómeno
originario presupone una estructura espiritual análoga a la de los griegos,
una actitud parecida a la que adopta Goethe en la consideración de la
naturaleza —aunque probablemente sin vincularse a una tradición histórica
directa. Precisamente, en un momento histórico en que por razón misma de su
carácter postrimero, la vida humana se ha recluido en la rigidez de su costra,
en que el complicado mecanismo de la cultura deviene hostil a las cualidades
heroicas del hombre, es preciso, por una necesidad histórica profunda, volver
la mirada anhelante a las fuentes de donde brota el impulso creador de nuestro
pueblo, penetrar en las capas profundas del ser histórico en que el espíritu
del pueblo griego, estrechamente vinculado al nuestro, dio forma a la vida
palpitante que se conserva hasta nuestros días y eternizó el instante creador
de su irrupción. El mundo griego no es sólo el espejo que refleja el mundo
moderno en su dimensión cultural e histórica o un símbolo de su autoconciencia
racional. El misterio y la maravilla de lo originario rodea a la primera
creación de alicientes y estímulos eternamente renovados. Cuanto mayor es el
peligro de que aun la más alta posesión se degrade por el uso diario, con mayor
fuerza resalta el profundo valor de las fuerzas conscientes del espíritu que se
destacaron de la oscuridad del pecho humano y estructuraron, (8) con
el frescor matinal y el genio creador de los pueblos jóvenes, las formas más
altas de la cultura.
Como hemos dicho, la importancia universal de los griegos, como
educadores, deriva de su nueva concepción de la posición del individuo en la
sociedad. Si consideramos el pueblo griego sobre el fondo histórico del antiguo
Oriente, la diferencia es tan profunda que los griegos parecen fundirse en una
unidad con el mundo europeo de los tiempos modernos. Hasta tal punto que no es
difícil interpretarlo en el sentido de la libertad del individualismo moderno.
En verdad no puede haber contraste más agudo que el que existe entre la conciencia
individual del hombre actual y el estilo de vida del Oriente prehelénico, tal
como se manifiesta en la sombría majestad de las pirámides de Egipto o en las
tumbas reales y los monumentos orientales. Frente a la exaltación oriental de
los hombres-dioses, solitarios, sobre toda la medida natural, en la cual se
expresa una concepción metafísica totalmente extraña a nosotros, y la opresión
de la masa de los hombres, sin la cual sería inconcebible la exaltación de los
soberanos y su significación religiosa, aparece el comienzo de la historia
griega como el principio de una nueva estimación del hombre que no se aleja
mucho de la idea difundida por el cristianismo sobre el valor infinito del
alma individual humana ni del ideal de la autonomía espiritual del individuo
proclamado a partir del Renacimiento. ¿Y cómo hubiera sido posible la
aspiración del individuo al más alto valor y su reconocimiento por los tiempos
modernos sin el sentimiento griego de la dignidad humana?
Históricamente no es posible discutir que desde el momento en que los
griegos situaron el problema de la individualidad en lo más alto de su
desenvolvimiento filosófico comenzó la historia de la personalidad europea.
Roma y el cristianismo actuaron sobre ella. Y de la intersección de estos
factores surgió el fenómeno del yo individualizado. Pero no podemos entender,
de un modo fundamental y preciso, la posición del espíritu griego en la
historia de la educación y de la cultura desde el punto de vista moderno. Mejor
es partir de la constitución racial del espíritu griego. La espontánea
vivacidad, ágil movilidad e íntima libertad, que parecen haber sido la
condición para el rápido desenvolvimiento de aquel pueblo en una riqueza inagotable
de formas que nos sorprende y nos admira al contacto con todo escritor griego
desde los tiempos primitivos hasta los más modernos, no tienen su raíz en el
cultivo de la subjetividad, como en los tiempos modernos, sino que pertenecen a
su naturaleza. Y cuando alcanza conciencia de sí mismo, llega por el camino del
espíritu al descubrimiento de leyes y normas objetivas cuyo conocimiento otorga
al pensamiento y a la acción una seguridad antes desconocida. Desde el punto
de vista oriental no es posible comprender cómo los artistas griegos llegaron
a representar el cuerpo humano, libre y desligado, fundándose no en la
imitación de actitudes y movimientos (9)
individuales escogidos al azar, sino mediante la intuición de las leyes que
gobiernan la estructura, el equilibrio y el movimiento del cuerpo. Del mismo
modo, la libertad sofrenada sin esfuerzo, que caracteriza al espíritu griego y
es desconocida de los pueblos anteriores, descansa en la clara conciencia de
una legalidad inmanente a las cosas. Los griegos tienen un sentido innato de lo
que significa "naturaleza". El concepto de naturaleza, que elaboraron
por primera vez, tiene indudablemente su origen en su constitución espiritual.
Mucho antes de que su espíritu perfilara esta idea, consideraron ya las cosas
del mundo desde una perspectiva tal, que ninguna de ellas les pareció como una
parte separada y aislada del resto, sino siempre como un todo ordenado en una
conexión viva, en la cual y por la cual cada cosa alcanzaba su posición y su
sentido. Denominamos a esta concepción orgánica, porque en ella las partes son
consideradas como miembros de un todo. La tendencia del espíritu griego hacia
la clara aprehensión de las leyes de la realidad, que se manifiesta en todas
las esferas de la vida —en el pensamiento, en el lenguaje, en la acción y en
todas las formas del arte— tiene su fundamento en esta concepción del ser como
una estructura natural, madura, original y orgánica.
El estilo y la visión artística de los griegos aparecen en primer
lugar como un talento estético. Descansan en un instinto y en un simple acto de
visión, no en la deliberada transferencia de una idea al reino de la creación
artística. La idealización del arte aparece más tarde, en el periodo clásico.
Claro es que con la acentuación de esta disposición natural y de la
inconsciencia de esta intuición, no queda explicado por qué ocurren los mismos
fenómenos en la literatura, cuyas creaciones no dependen ya de la visión de los
ojos, sino de la acción recíproca del sentido del lenguaje y de las emociones
del alma. Aun en la oratoria de los griegos hallamos los mismos principios
formales que en la escultura o la arquitectura. Hablamos del carácter plástico
o arquitectónico de un poema o de una obra en prosa. Cuando hablamos así, no
nos referimos a valores formales imitados de las artes plásticas, sino a normas
análogas del lenguaje humano y de su estructura. Empleamos tan sólo estas
metáforas porque la articulación de los valores de las artes plásticas es más
intuitiva y más rápidamente aprehendida. Las formas literarias de los griegos,
con su múltiple variedad y elaborada estructura, surgen orgánicamente de las
formas naturales e ingenuas mediante las cuales el hombre expresa su vida y se
elevan a la esfera ideal del arte y del estilo. También en el arte oratoria, su
aptitud para dar forma a un plan complejo y articulado lúcidamente, procede
simplemente del natural y maduro sentido de las leyes que gobiernan el
sentimiento, el pensamiento y el lenguaje, el cual lleva finalmente a la
creación abstracta y técnica de la lógica, la gramática y la retórica. En este
respecto hemos aprendido mucho de los griegos. Hemos aprendido las formas
férreas, válidas todavía para la oratoria, el pensamiento y el estilo.
(10) Esto se aplica también a
la creación más maravillosa del espíritu griego, el más elocuente testimonio de
su estructura única: la filosofía. En ella se despliega de la manera más
evidente la fuerza que se halla en la raíz del pensamiento y el arte griegos,
la clara percepción del orden permanente que se halla en el fondo de todos los
acaecimientos y cambios de la naturaleza y de la vida humanas. Todo pueblo ha
producido su código legal. Pero los griegos buscaron la "ley" que
actúa en las cosas mismas y trataron de regir por ella la vida y el pensamiento
del hombre. El pueblo griego es el pueblo filosófico por excelencia. La
"teoría" de la filosofía griega se halla profundamente conectada con
su arte y su poesía. No contiene sólo el elemento racional, en el cual pensamos
en primer término, sino también, como lo dice la etimología de la palabra, un
elemento intuitivo, que aprehende el objeto como un todo, en su
"idea", es decir, como una forma vista. Aunque no desconozcamos el
peligro de la generalización y de la interpretación de lo primitivo por lo
posterior, no podemos evitar la convicción de que la idea platónica, que
constituye un producto único y específico del pensamiento griego, nos ofrece
la clave para interpretar la mentalidad griega en otras muchas esferas. La
conexión de las ideas platónicas con la tendencia dominante del arte griego
hacia la forma, ha sido puesta de relieve desde la Antigüedad.[3] Pero es también válida
para la oratoria y para la esencia del espíritu griego en general. Incluso las
concepciones cosmogónicas de los más antiguos filósofos de la naturaleza, se
hallan gobernadas por una intuición de este género, en oposición a la física
de nuestros tiempos regida por el experimento y el cálculo. No es una simple
suma de observaciones particulares y de abstracciones metódicas, sino algo que
va más allá, una interpretación de los hechos particulares a partir de una
imagen, que les otorga una posición y un sentido como partes de un todo. La
matemática y la música griegas, en la medida en que nos son conocidas, se
distinguen también de las de los pueblos anteriores por esta forma ideal.
La posición específica del helenismo en la historia de la educación
humana depende de la misma peculiaridad de su íntima organización, de la
aspiración a la forma que domina no sólo las empresas artísticas, sino también
todas las cosas de la vida y, además, de su sentido filosófico de lo universal,
de su percepción de las leyes profundas que gobiernan la naturaleza humana y
de las cuales derivan las normas que rigen la conducta individual y la
estructura de la sociedad. Lo universal, el logos, es, según la
profunda intuición de Heráclito, lo común a la esencia del espíritu, como la
ley lo es para la ciudad. En lo que respecta al problema de la educación, la
clara conciencia de los principios naturales de la vida humana y de las leyes
inmanentes que rigen sus fuerzas corporales y espirituales, hubo de (11) adquirir
la más alta importancia.[4] Poner estos conocimientos,
como fuerza formadora, al servicio de la educación y formar, mediante ellos,
verdaderos hombres, del mismo modo que el alfarero modela su arcilla y el
escultor sus piedras, es una idea osada y creadora que sólo podía madurar en el
espíritu de aquel pueblo artista y pensador. La más alta obra de arte que su
afán se propuso fue la creación del hombre viviente. Los griegos vieron por
primera vez que la educación debe ser también un proceso de construcción
consciente. "Constituido convenientemente y sin falta, en manos, pies y
espíritu", tales son las palabras mediante las cuales describe un poeta
griego de los tiempos de Maratón y Salamina la esencia de la virtud humana más
difícil de adquirir. Sólo a este tipo de educación puede aplicarse propiamente
la palabra formación, tal como la usó Platón por primera vez, en sentido
metafórico, aplicándola a la acción educadora.[5] La palabra alemana Bildung
(formación, configuración) designa del modo más intuitivo la esencia de la
educación en el sentido griego y platónico. Contiene, al mismo tiempo, en sí,
la configuración artística y plástica y la imagen, "idea" o
"tipo" normativo que se cierne sobre la intimidad del artista.
Dondequiera que en la historia reaparece esta idea, es una herencia de los
griegos, y reaparece dondequiera que el espíritu humano abandona la idea de un
adiestramiento según fines exteriores y reflexiona sobre la esencia propia de
la educación. Y el hecho de que los griegos sintieran esta tarea como algo
grande y difícil y se consagraran a ella con un ímpetu sin igual, no se explica
ni por su visión artística ni por su espíritu "teórico". Ya desde las
primeras huellas que tenemos de ellos, hallamos al hombre en el centro de su pensamiento.
La forma humana de sus dioses, el predominio evidente del problema de la forma
humana en su escultura y aun en su pintura, el consecuente movimiento de la
filosofía desde el problema del cosmos al problema del hombre, que culmina en
Sócrates, Platón y Aristóteles; su poesía, cuyo tema inagotable desde Homero
hasta los últimos siglos es el hombre y su duro destino en el sentido pleno de
la palabra, y, finalmente, el estado griego, cuya esencia sólo puede ser
comprendida desde el punto de vista de la formación del hombre y de su vida
toda: todos son rayos de una única y misma luz. Son expresiones de un
sentimiento vital antropocéntrico que no puede ser explicado ni derivado de
otra cosa alguna y que penetra todas las formas del espíritu griego. Así el
pueblo griego es entre todos antropoplástico.
Podemos ahora determinar con mayor precisión la peculiaridad del
pueblo griego frente a los pueblos orientales. Su descubrimiento del hombre no
es el descubrimiento del yo objetivo, sino la conciencia paulatina de las
leyes generales que determinan la esencia humana. El principio espiritual de
los griegos no es el individualismo, sino el (12) "humanismo",
para usar la palabra en su sentido clásico y originario. Humanismo viene de humanitas.
Esta palabra tuvo, por lo menos desde el tiempo de Varrón y de Cicerón, al
lado de la acepción vulgar y primitiva de lo humanitario, que no nos afecta
aquí, un segundo sentido más noble y riguroso. Significó la educación del
hombre de acuerdo con la verdadera forma humana, con su auténtico ser.[6] Tal es la genuina paideia griega considerada como modelo por un
hombre de estado romano. No surge de lo individual, sino de la idea. Sobre el
hombre como ser gregario o como supuesto yo autónomo, se levanta el hombre como
idea. A ella aspiraron los educadores griegos, así como los poetas, artistas y
filósofos. Pero el hombre, considerado en su idea, significa la imagen del
hombre genérico en su validez universal y normativa. Como vimos, la esencia de
la educación consiste en la acuñación de los individuos según la forma de la
comunidad. Los griegos adquirieron gradualmente conciencia clara de la
significación de este proceso mediante aquella imagen del hombre y llegaron, al
fin, mediante un esfuerzo continuado, a una fundamentación del problema de la
educación más. segura y más profunda que la de ningún pueblo de la tierra.
Este ideal del hombre, mediante el cual debía ser formado el individuo,
no es un esquema vacío, independiente del espacio y del tiempo. Es una forma
viviente que se desarrolla en el suelo de un pueblo y persiste a través de los
cambios históricos. Recoge y acepta todos los cambios de su destino y todas las
etapas de su desarrollo histórico. Desconoció este hecho el humanismo y el
clasicismo de anteriores tiempos al hablar de la "humanidad", de la
"cultura", del "espíritu" de los griegos o de los antiguos
como expresión de una humanidad intemporal y absoluta. El pueblo griego
trasmitió, sin duda, a la posteridad una riqueza de conocimientos imperecederos
en forma imperecedera. Pero sería un error fatal ver en la voluntad de forma de
los griegos una norma rígida y definitiva. La geometría euclidiana y la lógica
aristotélica son, sin duda, fundamentos permanentes del espíritu humano,
válidos también para nuestros días, y no es posible prescindir de ellos. Pero
incluso estas formas universalmente válidas, independientes del contenido
concreto de la vida histórica, son, si las consideramos con nuestra mirada
impregnada de sentido histórico, completamente griegas y no excluyen la
coexistencia de otras formas de intuición y de pensamiento lógico y matemático.
Con mucha mayor razón debe ser esto verdad de otras creaciones del genio
griego más fuertemente acuñadas por el medio ambiente histórico y más
directamente conectadas con la situación del tiempo.
Los griegos posteriores, al comienzo del Imperio, fueron los primeros
en considerar como clásicas, en aquel sentido intemporal, las obras de la gran
época de su pueblo, ya como modelos formales del (13) arte,
ya como prototipos éticos. En aquellos tiempos, cuando la historia griega
desembocó en el Imperio romano y dejó de constituir una nación independiente,
el único y más alto ideal de su vida fue la veneraciones de sus antiguas
tradiciones. Así, fueron ellos los primeros creadores de aquella clasicista
teología del espíritu que es característica del humanismo. Su estética vita
contemplativa es la forma originaria del humanismo y de la vida erudita de
los tiempos modernos. El supuesto de ambos es un concepto abstracto y
antihistórico que considera al espíritu como una región de verdad y de belleza
eternas, por encima del destino y de los azares de los pueblos. También el
neohumanismo alemán del tiempo de Goethe consideró lo griego como manifestación
de la verdadera naturaleza humana en un periodo de la historia, definido y
único. Una actitud más próxima al racionalismo de la "Época de las
Luces" (Aufklärung) que al pensamiento histórico
naciente, que tan fuerte impulso recibió de sus doctrinas.
Un siglo de investigación histórica desarrollada en oposición al
clasicismo, nos separa de aquel punto de vista. Cuando en la actualidad,
frente al peligro inverso de un historicismo sin límite ni fin, en esta noche
donde todos los gatos son pardos, volvemos a los valores permanentes de la
Antigüedad, no es posible que los consideremos de nuevo como ídolos
intemporales. Su forma reguladora y su energía educadora, que experimentamos
todavía sobre nosotros, sólo pueden manifestarse como fuerzas que actúan en la
vida histórica, como lo fueron en el tiempo en que fueron creadas. No es
posible ya para nosotros una historia de la literatura griega separada de la
comunidad social de la cual surgió y a la cual se dirigía. La superior fuerza
del espíritu griego depende de su profunda raíz en la vida de la comunidad.
Los ideales que se manifiestan en sus obras surgieron del espíritu creador de
aquellos hombres profundamente informados por la vida sobreindividual de la
comunidad. El hombre, cuya imagen se revela en las obras de los grandes
griegos, es el hombre político. La educación griega no es una suma de artes y
organizaciones privadas, orientadas hacia la formación de una individualidad
perfecta e independiente. Esto ocurrió sólo en la época del helenismo, cuando
el estado griego había desaparecido ya —la época de la cual deriva, en línea
recta, la pedagogía moderna. Es explicable que el helenismo alemán, que se
desarrolló en una época no política de nuestro pueblo, siguiera aquel camino.
Pero nuestro propio movimiento espiritual hacia el estado nos ha abierto los
ojos y nos ha permitido ver que, en el mejor periodo de Grecia, era tan
imposible un espíritu ajeno al estado como un estado ajeno al espíritu. Las más
grandes obras del helenismo son monumentos de una concepción del estado de una
grandiosidad única, cuya cadena se desarrolla, en una serie ininterrumpida,
desde la edad heroica de Homero hasta el estado autoritario de Platón, dominado
por los filósofos y en el cual el individuo y la comunidad social libran su
última batalla en el terreno de la filosofía. (14)
Todo futuro humanismo debe estar esencialmente orientado en el hecho
fundamental de toda la educación griega, es decir, en el hecho de que la
humanidad, el "ser del hombre" se hallaba esencialmente vinculado a
las características del hombre considerado como un ser político.[7] Síntoma de la íntima
conexión entre la vida espiritual creadora y la comunidad, es el hecho de que
los hombres más significativos de Grecia se consideraron siempre a su
servicio. Algo análogo parece ocurrir en los pueblos orientales, y es natural
que así sea en una ordenación de la vida estrictamente vinculada a lo
religioso. Pero los grandes hombres de Grecia no se manifiestan como profetas
de Dios, sino como maestros independientes del pueblo y formadores de sus
ideales. Incluso cuando hablan en forma de inspiración religiosa descansa ésta
en el conocimiento y la formación personal. Pero por muy personal que esta obra
del espíritu sea, en su forma y en sus propósitos, es considerada por sus
autores, con una fuerza incontrastable, como una función social. La trinidad
griega del poeta (ποιητής), el
hombre de estado (πολιτικός) y
el sabio (σοφός), encarna la más alta
dirección de la nación. En esta atmósfera de íntima libertad, que se siente
vinculada, por conocimiento esencial y aun por la más alta ley divina, al
servicio de la totalidad, se desarrolló el genio creador de los griegos hasta
llegar a su plenitud educadora, tan por encima de la virtuosidad intelectual y
artística de nuestra moderna civilización individualista. Así se levanta la
clásica "literatura" griega más allá de la esfera de lo puramente
estético, en la cual se la ha querido vanamente considerar, y ejerce un influjo
inconmensurable a través de los siglos.
Mediante esta acción, el arte griego, en sus mejores épocas y en sus
más altas obras, ha actuado del modo más vigoroso sobre nosotros. Sería
preciso escribir una historia del arte griego como espejo de los ideales que
dominaron su vida. También del arte griego cabe decir que hasta el siglo IV es,
fundamentalmente, la expresión del espíritu de la comunidad. No es posible
comprender el ideal agonal que se revela en los cantos pindáricos a los
vencedores sin conocer las estatuas de los vencedores olímpicos, que nos los
muestran en su encarnación corporal, o las de los dioses, como encarnación de
las ideas griegas sobre la dignidad y la nobleza del alma y el cuerpo humanos.
El templo dórico es, sin duda alguna, el más grandioso monumento que ha dejado
a la posteridad el genio dórico y el ideal dórico de estricta subordinación de
lo individual a la totalidad. Reside en él la fuerza poderosa que hace
históricamente actual la vida evanescente que eterniza y la fe religiosa que lo
inspiró. Sin embargo, los verdaderos representantes de la paideia griega
no son los artistas (15) mudos —escultores,
pintores, arquitectos—, sino los poetas y los músicos, los filósofos, los
retóricos y los oradores, es decir, los hombres de estado. El legislador se
halla, en un cierto respecto, mucho más próximo del poeta, según el concepto
griego, que el artista plástico; ambos tienen una misión educadora. Sólo el
escultor, que forma al hombre viviente, tiene derecho a este título. Se ha comparado
con frecuencia la acción educadora de los griegos con la de los artistas
plásticos; jamás hablan los griegos de la acción educadora de la contemplación
y la intuición de las obras de arte en el sentido de Winckelmann. La palabra y
el sonido, el ritmo y la armonía, en la medida en que actúan mediante la
palabra y el sonido o mediante ambos, son las únicas fuerzas formadoras del
alma, pues el factor decisivo en toda paideia es la energía, más
importante todavía para la formación del espíritu que para la adquisición de
las aptitudes corporales en el agon. Según la concepción griega, las
artes pertenecen a otra esfera. Afirman, en el periodo clásico, su lugar en el
mundo sagrado del culto en el cual tuvieron su origen. Eran esencialmente agalma,
ornamento. No así en el epos heroico, del cual irradia la fuerza
educadora a todo el resto de la poesía. Aun donde se halla ligado al culto,
afianza sus raíces en lo más profundo del suelo social y político. Con mucha
mayor razón cuando se halla libre de aquel lazo. Así, la historia de la
educación griega coincide en lo esencial con la de la literatura. Ésta es, en
el sentido originario que le dieron sus creadores, la expresión del proceso de
autoformación del hombre griego. Independientemente de esto, no poseemos
tradición alguna escrita de los siglos anteriores a la edad clásica fuera de lo
que nos queda de sus poemas. Así, aun en la historia en su más amplio sentido,
lo único que nos hace accesible la comprensión de aquel periodo es la evolución
y la formación del hombre en la poesía y el arte. Fue voluntad de la historia
que sólo nos quedara esto de la existencia entera del hombre. No podemos trazar
el proceso de la formación de los griegos en aquel tiempo sino a partir del
ideal del hombre que forjaron.
Esto prescribe el camino y delimita la tarea de esta exposición. Su
elección y la manera de considerarla no necesitan especial justificación. En
su conjunto deben justificarse por sí mismas, aunque en lo particular pueda
alguien lamentar acaso alguna omisión. Un viejo problema será planteado en
nueva forma: el hecho de que el problema de la educación haya sido vinculado,
desde un principio, al estudio de la Antigüedad. Los siglos posteriores
consideraron siempre la Antigüedad clásica como un tesoro inagotable de saber
y de cultura, ya en el sentido de una dependencia material y exterior, ya en el
de un mundo de prototipos ideales. El nacimiento de la moderna historia de la
Antigüedad, considerada como una disciplina científica, trajo consigo un cambio
fundamental en nuestra actitud ante ella. El nuevo pensamiento histórico aspira
ante todo al conocimiento (16)
de lo que realmente fue y tal como fue. En su apasionado intento de ver
claramente el pasado, consideró a los clásicos como un simple fragmento de la
historia —aunque un fragmento de la mayor importancia—, sin prestar atención
ni plantear el problema de su influencia directa sobre el mundo actual. Esto se
ha considerado como un problema personal y el juicio sobre su valor ha sido
reservado a la decisión particular. Pero al lado de esta historia enciclopédica
y objetiva de la Antigüedad, menos libre de valoraciones de lo que sus más
eminentes promotores se figuran, sigue el perenne influjo de la "cultura
clásica" por mucho que intentemos ignorarla. La concepción clásica de la
historia que lo mantenía ha sido eliminada por la investigación, y la ciencia
no ha tratado de darle un nuevo fundamento. Ahora bien: en el momento actual,
cuando nuestra cultura toda, conmovida por una experiencia histórica exorbitante,
se halla constreñida a un nuevo examen de sus propios fundamentos, se plantea
de nuevo a la investigación de la Antigüedad el problema, último y decisivo
para nuestro propio destino, de la forma y el valor de la educación clásica.
Este problema sólo puede ser resuelto por la ciencia histórica y a la luz del
conocimiento histórico. No se trata de presentar artísticamente la cosa bajo
una luz idealizadora, sino de comprender el fenómeno imperecedero de la
educación antigua y el ímpetu que la orientó a partir de su propia esencia espiritual
y del movimiento histórico a que dio lugar.
[1]
1 Ver mi ensayo
introductorio en la colección Altertum und Gegenwart, 2a. ed. (Leipzig,
1920), p. 11.
[2] 2 Para lo que sigue, ver mi trabajo: Platos Stellung im Aufbau
der Griechischen Bildung (Berlín, 1928), especialmente la primera parte: Kulturidee
und Gnechentum, pp. 7 ss. (Die Antike, vol. 4, p. 1).
[3] 3 La fuente clásica al respecto, cicerón,
Or., 7-10, a su vez basado en fuentes griegas.
[4] 4 Ver, del
autor, Antike und Humanismus (Leipzig, 1925), p. 13.
[5] 5 πλάττειν. platón, Rep.,
377 B, Leyes,
671 E.
[6] 6 Cf. aulo gelio, Noct.
Att., XIII, 17.
[7] 7 Ver mi discurso en la fiesta de la fundación del Reich de la
Universidad de Berlín, 1924: Die griechische Staatsethik im Zeitalter des
Plato, y las conferencias: Die geistige Gegenwart der Antike (Berlín,
1929), pp. 38ss. (Die Antike, vol. 5, pp. 185 ss.) y Staat und Kultur (Die Antike, vol. 8, pp.
78 ss.).
la verdad siento que perdí mucho tiempo leyendo mucha paja no fue claro ni conciso con la información, un articulo aburrido que solo leí por que tenia que pero me duele mas mi tiempo perdido leyendo esto
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