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el discurso A Nicocles, separado por varios años del Panegírico,
aunque forma parte de un grupo de escritos afines a él, parece una obra
completamente distinta por su contenido y su concepción, pero se halla
vinculada a aquel opúsculo más famoso por el nexo, especialmente visible en
él, que lo une a la escuela de Isócrates y a su programa educativo. Es una obra
afín en el tiempo y por el contenido al Evágoras y al Nicocles. Las
tres se ocupan de la dinastía de Evágoras reinante en Chipre y que después de
la muerte de aquél fue ensalzada por Isócrates en el libro que lleva ese
título. El hijo y sucesor de Evágoras, Nicocles, sobre el que versan los otros
dos discursos, era un discípulo de Isócrates, de cuya escuela salieron como del
caballo de Troya, según la famosa frase de Cicerón, toda una serie de
gobernantes.[1] En el
Nicocles, Isócrates pone en boca del joven monarca un discurso dirigido
a sus súbditos, en el que expone sus principios de gobierno. El discurso A
Nicocles nos conduce por fin[2]
a la fuente de la sabiduría política de este autor, pues aquí es el propio
maestro quien dirige la palabra a su discípulo que acaba de subir al trono,
pero sin dejar por ello de ser su discípulo y de sentirse manifiestamente como
tal. El orgullo que Isócrates siente por sus discípulos, y que se manifiesta
también copiosamente en el discurso de la Antídosis, es uno de los
aspectos amables de su vanidad. y cabe preguntarse si acaso no será esta
humanidad que trasciende de él la que hace que su elegante superficie no deje
tras de sí la impresión de la fría tersura.
Las tres
obras del grupo del Nicocles son
ejemplos modelos del 871 arte pedagógico tal como se practicaba en la
escuela de Isócrates. Mientras que en el Panegírico resuena, por decirlo
así. el tono fundamental de la intención política en que se inspira esta
educación, el acorde panhelénico. las obras chipriotas revelan más claramente
el punto en que se apoya prácticamente la paideia de Isócrates. Si al
principio parece dudoso cómo en un mundo predominantemente democrático, como
era el de los griegos en el siglo iv, pudo llegar a ejercer influencia una
escuela de sabiduría política del tipo de la de Isócrates sustraída a los
manejos políticos, estas obras nos abren la perspectiva de un problema que
tenía necesariamente que revestir, en estas circunstancias, una importancia
suma: el de la posibilidad de que la cultura influyese en el estado a través de
la educación de los gobernantes. Este problema nos sale al paso en la
literatura del siglo iv, en escritores y pensadores de la más diversa
orientación: en toda la filosofía de Platón y en sus intentos prácticos de
influir al tirano Dionisio y que el propio Platón describe en su Carta
séptima como la tragedia de la paideia; en Isócrates, con sus obras
sobre Nicocles, en el mensaje a Dionisio de Siracusa, en el Arquidamo, en
el Filipo y, sobre todo, en sus relaciones con su discípulo Timoteo; en
Jenofonte, con su gran novela pedagógica, la Ciropedia; en Aristóteles,
con su amistad filosófica con el tirano Hermias de Atarneo y, sobre todo, en
sus relaciones pedagógicas con el futuro dominador del mundo, Alejandro.[3]
Citamos sólo los ejemplos más conocidos, que podrían multiplicarse fácilmente.
La cosa no era
del todo nueva. En los siglos anteriores encontrarnos ya muchos ejemplos de la
íntima relación creada entre los poderosos y los sabios como sus consejeros,
maestros u hombres dedicados a exhortarles. Los sabios fueron precedidos en
esta misión por los filósofos, como los filósofos lo fueron por los poetas. No
todos los poetas que circulaban por las cortes de los tiranos del siglo iv eran
simples parásitos y aduladores que luego, al caer los tiranos, se ponían a
cantar a la democracia, como Platón reprocha a los poetas de su tiempo.[4]
Los últimos grandes poemas de Píndaro a los nuevos autócratas de Sicilia, en
los que abandona el estilo habitual de sus cantos de triunfo para pasar de las
alabanzas tributadas a los vencedores agonales de origen burgués o noble a las
exhortaciones dirigidas a los príncipes,[5]
son precursores de los discursos de Isócrates a los gobernantes de su tiempo. Y
si nos remontamos más atrás nos encontramos con la forma poética del
"Espejo de los caballeros", con la poesía gnómica de Teognis,
impregnada de la ética de la antigua 872 nobleza
griega.[6]
Isócrates, a quien no se le oculta ni mucho menos que la moderna prosa de los
sofistas es, en el lenguaje y en el espíritu, una adaptación de aquellos
antiguos géneros poéticos, se remite expresamente, en el discurso A
Nicocles, al precedente de la poesía gnómica de Hesíodo, de Teognis y de
Focílides, colocándose así en el mismo plano que ellos.[7]
Los tres
discursos chipriotas muestran la educación de los príncipes en sus distintas
formas. El encomio sobre Evágoras es la forma paralela en prosa del encomio
pindárico, como lo revela ya el nexo consciente que supone el nombre
tradicional del género.[8]
Sin embargo, el encomio de Isócrates ya no es un simple himno de victoria,
sino un elogio de la areté de la figura festejada tal como se desarrolla
en toda su vida y en su obra y como se revela en su carácter. Esta forma, en
que se acentuaba aún más el primitivo contenido educativo del encomio poético,
encontraba un eco inmenso entre la gente de la época y no tardó en ser imitado
por centenares.[9] Tenía
sus raíces en la antiquísima idea del modelo que servía de base al panegírico.[10]
En el caso presente, es el ejemplo del padre el que se presenta al hijo y
sucesor de Evágoras. Es importante ver cómo se infiltra en la descripción de
la figura del príncipe de Chipre el ideal panhelénico de la pedagogía política
isocrática. Isócrates no considera a este príncipe como un fenómeno aislado,
sino como el campeón de la areté y el modo de ser griegos en el puesto
más avanzado hacia el Oriente, frente a la potencia mundial asiática de Persia.[11]
La encarnación de la verdadera areté en la imagen de una personalidad
histórica individual, tal como la traza aquí Isócrates, puede compararse a la
fusión de persona y cosa en la exposición que hace de Sócrates, que tiene
también, indudablemente, la significación de un modelo, aunque la glorificación
de Evágoras por el retórico no alcanza la auténtica individualidad de la
imagen Platónica de Sócrates, sino que erige su objeto, como corresponde a su
tendencia, en canon 873 de todas las virtudes
políticas y, sobre todo, de las virtudes del gobernante. [12]
Los dos
discursos, Nicocles y A Nicocles, completan este cuadro de la paideia
política en el sentido de Isócrates. ya que además de exponer la figura
modelo de Evágoras representan un esquema más profundo y universal de los
principios que deben orientar al gobernante. Por motivos de ficción, Isócrates
empieza dirigiendo a su antiguo discípulo Nicocles un discurso exhortativo
sobre el verdadero concepto de la misión de gobernar y, a continuación de esto,
Nicocles habla a su pueblo.[13]
Al hacerlo, da por supuesto que el pueblo escuchó antes el discurso de
Isócrates a Nicocles, rasgo éste que asigna al filósofo y maestro político un
rango espiritual superior al del rey. Isócrates se convierte así en
representante de un orden superior, cuya pretensión se basa exclusivamente en
el peso de su verdad moral. No debemos perder de vista esto, cuando leamos el
discurso A Nicocles. Isócrates se erige aquí en legislador ideal y este
hecho se reconoce expresamente con la actitud que el joven rey adopta ante su
maestro. Al encuadrar así la tiranía, que los griegos consideraban por lo demás
como la suma y compendio de la arbitrariedad, en un esquema absoluto, se la
legaliza en cierto modo y se estatuye la voluntad del tirano de gobernar al
pueblo con arreglo a una ley fija y a una norma superior. En el siglo iv nos
encontramos repetidas veces con el problema de cómo convertir la tiranía en
una "constitución más suave". Esta idea ocupa un gran lugar tanto en
el discurso del propio Nicocles como en el discurso exhortativo que Isócrates
le dirige al rey.[14]
Recordaremos de pasada que en el siglo IV la suavidad solía ensalzarse como una
de las cualidades características de la forma democrática de gobierno.[15]
Por tanto, la educación del príncipe, tal como Isócrates la concibe, no se
basa simplemente en la tiranía como un hecho de poder establecido, sino que la
somete a una norma absoluta, para declarar en seguida, por otra parte, que la
mejor forma de gobierno 874 es la
monarquía. Esto se
argumenta diciendo que
los estados que gozan
fama de mayor excelencia política, como Cartago
y Esparta. se gobernaban
oligárquicamente en la paz, pero en la guerra asumían un gobierno monárquico; que Persia debía a la
monarquía su larga existencia como potencia mundial; que la misma
democracia ateniense había debido siempre su salvación en tiempo de guerra a la
dirección de un estratega único; y, finalmente, que hasta el gobierno del reino
de los dioses revestía forma monárquica.[16] Las normas con que trabaja el pensamiento
político de Isócrates y que éste aspira a fundamentar no se apoyan, ni en este
punto ni en los demás, en la idea pura, sino en el ejemplo histórico y en la
experiencia. La referencia a los
poderes ilimitados de un estratega único en Atenas, en tiempo de guerra,
sitúa el discurso, con
una gran verosimilitud a juicio nuestro, en los años de caudillaje
militar de Timoteo, discípulo de Isócrates, en la guerra contra Esparta,
después de la fundación de la segunda liga marítima ateniense.
El problema político interno
que esto envolvía para la
democracia volverá a salimos al paso en el Areopagítico, correspondiente
a una época posterior de Isócrates, y
nos encontraremos nuevamente con él,
tratado con gran detalle, en la Antídosis.[17]
Por lo demás, Isócrates no restringe los poderes del tirano por medio
de leyes escritas o de una constitución.
Se exige expresamente de los súbditos que acaten las palabras del
regente como su ley.[18] La única limitación impuesta al ejercicio de
su poder consiste en las virtudes de la justicia y la propia moderación que
Nicocles, en contraste con la concepción más bien guerrera de las virtudes del
príncipe, describe y reivindica solemnemente para sí como los pilares fundamentales
de su gobierno.[19] La única fuente de que esas virtudes emanan
es, por tanto, la paideia del príncipe.
La paideia perfecta es la areté, el más alto de los
bienes.[20] Quien la haya reconocido como tal —es la premisa
que sienta la declaración del rey a su pueblo—, perseverará la vida entera
dentro de este orden.[21] La areté del regente es la plataforma
desde la cual se razona luego el
postulado de la obediencia de los súbditos y del cumplimiento fiel de
sus deberes.[22] No hemos de entrar aquí a analizar a fondo
las concepciones ético-sociales de la teoría acerca de los deberes civiles de
un buen súbdito, contenida en esta parte del discurso.
875
En cambio, es
interesante que antes de pasar al discurso de Isócrates a Nicocles acerca de
los deberes del regente, nos detengamos un momento en el proemio del discurso
del propio Nicocles. Isócrates aprovecha la ocasión, siguiendo su costumbre,
para defender y glorificar de nuevo la cultura retórica. Resulta curioso y
tiene especial importancia que lo haga precisamente en este discurso, pues esto
le obliga a hacer que el rey, que es el que aparece hablando, entone la loa de
la paideia. Le hace salir al paso de la sospecha, bastante lógica ante
este nuevo entronque de la retórica con los poderosos, de que la
"filosofía" y la cultura no aspiraban al perfeccionamiento del
hombre, sino al poder.[23]
No sabemos de qué lado provenían estas críticas. Es difícil que las formulara
Platón, puesto que éste especulaba teóricamente con la idea de la realización
de sus planes políticos y educativos a través de un individuo revestido de
poder real y no se asustaba de entrar en tratos con el tirano de Siracusa. Tal
vez haya que pensar más bien en los círculos de políticos prácticos que rodeaban
a Isócrates en Atenas. Isócrates replica al reproche de pleonexia aducido
contra su educación retórica diciendo que esta acusación alcanza mucho más a
quienes no quieren saber nada del poder de la palabra y todo lo fían de la
certera acción.[24] Toda
aspiración a la areté humana tiende en cierto modo a la exaltación y al
aumento de los bienes de la vida, y sería injusto censurar las cosas por las
que con ayuda de los principios morales obtenemos esta ganancia.[25]
El abuso de la cultura retórica no puede desacreditar a ésta, lo mismo
que la riqueza, el poder o la valentía no desmerecen por el falso uso que
frecuentemente se hace de ellos. No hay nada más necio que imputar y transferir
a las cosas la maldad moral de los hombres.[26]
Esto sólo puede conducir a echar por la borda toda alta cultura en bloque y sin
distinguir. Quienes así obran no se dan cuenta de que con ello se despojan de
aquella fuerza de la naturaleza humana que es la causa de los bienes supremos
de la vida.[27]
El prólogo
termina, pues, adecuadamente, con un elogio a la elocuencia considerada como
un poder creador de cultura. El Nicocles reasume así el tema del panegírico,
donde se ensalzaba a Atenas como la cuna de toda la cultura.[28]
Esta fuerza, que allí se llama "filosofía", aparece también aquí como
la característica distintiva entre el hombre y la bestia, y lo mismo aquí que
allí se basa fundamentalmente en el don del logos.[29]
En ninguna parte vemos de un modo tan tangible la rivalidad entre la retórica y
la poesía como en el elogio. que viene a continuación, de la palabra
considerada como la fuerza 876 que hace del ser
humano un hombre. No sé si se habrá notado ya que estamos ante un himno en
inflamada prosa y compuesto absolutamente en el riguroso estilo de la poesía.
El examen detallado de los distintos testimonios aportados por Isócrates acerca
del carácter y los efectos del discurso demuestra ya por la misma forma del
lenguaje que estamos ante toda una serie de predicados de un ser contemplado y
personificado como dios.[30]
Su nombre aparece mencionado por fin en el transcurso de este elogio: es el logos,
el creador de toda cultura.[31]
"Pues los demás dones que poseemos no nos hacen superiores a las bestias,
sino que por ellos somos incluso inferiores a muchas de éstas en rapidez, en
fuerza y en todas las demás cualidades. Pero la capacidad que ha sido puesta
en nosotros de convencernos mutuamente y llegar a una inteligencia entre
nosotros mismos acerca de todo lo que queremos, no sólo nos libera del tipo de
vida de los animales, sino que nos permite agruparnos para vivir en común y
fundar estados, crear leyes e inventar artes. Es el logos el que nos ha
permitido realizar casi todo lo que hemos creado en materia de civilización.
Él es el que ha estatuido normas sobre lo justo y lo injusto, lo bello y lo
feo, sin cuya ordenación no seríamos capaces de convivir con otros. Él es el
que nos permite acusar a los malos y reconocer a los buenos. Gracias a él
educamos a los necios y conocemos a los inteligentes. Pues la capacidad
discursiva es el signo más importante de la razón humana. El empleo verdadero,
justo y legal de la palabra es la imagen de un alma buena y digna de
confianza. Con ayuda del logos discutimos acerca de lo dudoso e investigamos
lo desconocido. Pues las mismas razones de convencimiento con que persuadimos
a otros las necesitamos cuando deliberamos con nosotros mismos; llamamos
retóricos a los hombres que se hallan en condiciones de hablar ante muchos,
llamando en cambio hombres de buen juicio a quienes son capaces de reflexionar
certeramente en su fuero interno. Y si, resumiendo, quisiéramos determinar este
poder, veríamos que nada de cuanto en el mundo acontece de un modo racional
acontece sin logos, sino que éste es el guía de toda actividad y de todo
pensamiento, y que los que mayor uso hacen de él son aquellos que tienen más
espíritu. Por eso debemos considerar a los que desprecian la educación y la
cultura tan odiosos como los que se rebelan contra los dioses".
Si queremos
comprender la inmensa influencia de Isócrates sobre 877
sus discípulos, por los cuales habla aquí Nicocles,[32]
no tenemos más remedio que tener
presente el pathos de
esta proclamación solemne del poder de la cultura y de la palabra. Esta concepción eleva a la retórica muy por encima del nivel
de sus anteriores
representantes. Es cierto que con ello no se resuelve todavía en un
sentido filosóficamente satisfactorio el problema planteado por Platón en el Gorgias:
el problema de
las relaciones entre
la retórica y
la verdad y la
moral; pero este problema queda de momento oscurecido por el brillo superior
de la importancia de la
retórica como creadora
de la cultura espiritual y de la
comunidad humana. Contemplada a la luz
de este ideal, es cierto que la realidad de la enseñanza usual practicada por los
retóricos resulta bastante mezquina.
Las palabras de Isócrates deben enjuiciarse sobre todo como expresión de
la voluntad que le anima. Pero
al mismo tiempo dejan
traslucir, por el modo
como definen la esencia de la retórica, una autocrítica que tiene
presentes, evidentemente, las profundas objeciones de Platón y procura contrarrestarlas
enfocando la misión de la cultura retórica de un modo más hondo de lo que hasta
allí se venía haciendo. Se reconoce
entre líneas que el papel de la retórica no sería, ciertamente, muy brillante
si no pudiese ofrecer otra cosa que lo que sus censores filosóficos le reconocen
: una rutina formal encaminada a convencer a la masa ignara.[33]
Isócrates se esfuerza en sustraerla a esta vinculación con la práctica de
la demagogia. Su verdadera
esencia no reside, según él, en la técnica de preparación de
las masas, sino
en aquel acto espiritual
fundamental y muy sencillo que todo hombre realiza diariamente ante sí mismo
cuando recapacita en su fuero interno y para consigo mismo acerca de
su propio bien y de su propio mal.[34] En
este acto no es posible distinguir artificiosamente entre la forma y el
contenido, sino que la "capacidad de juicio", que es de lo que se
trata, consiste en saber adoptar la decisión acertada que corresponde a cada
situación.[35] Claro está que con esto se desplaza el tono
de la forma estilística a la naturaleza misma y a la exactitud del
"consejo" que formula el orador, y esto es precisamente lo que
quiere Isócrates.[36] La cultura que éste preconiza no es una
cultura unilateralmente estilística y 378 formal, sino que
en ella la forma brota directamente del objeto. Este objeto es el mundo
político y ético. El objetivo de la cultura retórica de Isócrates es crear el
estado de perfección de la vida humana a que él da, con los filósofos, el
nombre de eudemonia, es decir, un bien supremo objetivo, y no el logro
de influencia con fines de arbitrariedad subjetiva.[37]
La hipótesis de esta idea de la cultura para formar el concepto divinizado del
logos es un medio feliz de esclarecer el fin perseguido, pues logos significa
lenguaje en el sentido de lenguaje racional y mutua inteligencia, la cual
responde siempre a ciertos valores últimos comunes, cualesquiera que ellos
sean. Isócrates hace hincapié precisamente en este aspecto del logos, al
que convierte así en el verdadero exponente de la vida social.[38]
A esta filosofía
del logos responde la actitud legislativa y educativa de Isócrates, que
no se expresa con toda fidelidad y en toda su plenitud con la palabra retórica,
palabra tornasolada en muchas de sus acepciones. Como fruto de esta filosofía
vamos a intentar comprender ahora el discurso A Nicocles. Este discurso
arranca de una reflexión acerca del mejor don que pueda ofrecerse a un
príncipe.[39]
Según Isócrates este don consiste en definir exactamente cuál es la
conducta por medio de la que puede gobernar mejor a su país un monarca. Son
muchos los factores que contribuyen a la educación de un ciudadano corriente:
la limitación de las condiciones exteriores en que vive, las leyes a que debe
ajustarse y la crítica abierta, por amigos y enemigos, de los errores que
comete. Los poetas del pasado nos han legado también exhortaciones sobre el
modo como se debe vivir. Todo esto contribuye a elevar al hombre y hacerlo
mejor.[40]
Pero los príncipes y los tiranos no cuentan con nada de esto. Ellos, que
necesitan más que nadie de la educación, no escuchan ninguna crítica desde el
momento en que suben al trono. La mayoría de los hombres se halla aislada de
ellos y sólo los rodean los aduladores. Así se explica que hagan mal uso de los
grandes recursos de poder de que disponen, y hay muchos hombres que dudan
razonablemente si la vida de un sencillo particular que practica el derecho no
será preferible a la vida del tirano.[41]
Es cierto que a casi todo el mundo 879 le
parecen apetecibles la riqueza, los honores y el poder que da el gobierno, pero
cuando se piensa en el temor y en el peligro en que viven constantemente los poderosos y se tiene
presente que unos mueren estrangulados por sus más íntimos amigos y otros se
sienten impulsados a atentar contra sus propios parientes, se llega a la
conclusión de que es mejor incluso la vida más humilde que el ser, bajo tan
trágicas complicaciones, rey de toda el Asia.[42]
Este último giro es una alusión clara a las palabras de Sócrates en el Gorgias
de Platón, cuando dice que no puede juzgar si el rey de Persia vivirá feliz
o no, pues no sabe cuáles son su paideia y su justicia.[43]
Con esto, la paideia basada en la justicia se erige por vez primera en
pauta para juzgar de la vida y la obra de un gobernante y se expresa la idea
fundamental de la educación de los príncipes. Probablemente antes de que el
propio Platón abordase en su República el problema de desarrollar este
postulado para convertirlo en un sistema completo de gobernantes, procura
Isócrates realizar a su modo este mismo pensamiento en el discurso exhortativo
a Nicocles.
Comprende
claramente, al desarrollar este pensamiento, que puede muy bien ocurrir que
aun siendo la idea de por sí algo grande, su realización defraude las
esperanzas puestas en ella, lo mismo que ocurre con ciertas obras de poesía,
que al concebirlas mentalmente prometen mucho y luego en su realización poética
resultan un fracaso.[44]
Sin embargo, el comienzo de por sí es noble, pues se trata de investigar los paralipómena
de la educación y de prescribir al monarca ciertas leyes. La educación de
los ciudadanos particulares sólo aprovecha al individuo; en cambio, si se
lograse estimular a los que dominan la masa a practicar la suprema virtud, se
ayudaría a las dos partes, pues con ello se contribuiría a la vez a asegurar el
gobierno de los reyes y a hacer más humana la vida de los ciudadanos dentro
del estado.[45] La
mira de Isócrates es, pues, como ya se ha dicho más arriba, el impedir o
atenuar la degeneración de la vida del estado de su tiempo de la forma
constitucional en un régimen de pura arbitrariedad, haciendo que la voluntad
del monarca se sujete a normas superiores.[46]
El método del retórico no puede compararse, en cuanto a la profundidad
filosófica del razonamiento, con la teoría Platónica sobre la idea del bien que
el regente ideal debe llevar en su propia alma como un paradigma inconmovible,
ni con el camino 880 metódico del conocimiento
dialéctico por el cual debe remontarse el alma a la contemplación de la norma
absoluta.[47]
Isócrates no sospecha siquiera la necesidad del "rodeo" espiritual
por el que Platón hace elevarse a esta meta a la selección de los absolutamente
mejores.[48]
Parte de la posición del futuro regente como dada por el azar de su
nacimiento[49] y
procura simplemente corregir los posibles defectos de su contextura
temperamental por medio de su educación. Y como no erige, como Platón, el
talento espiritual y la firmeza de carácter en pauta de selección de los aptos
para el ejercicio del poder,[50]
su educación no tiene más remedio que atenerse a lo típico y a lo convencional.
Sin embargo, ve claramente el peligro que supone la ausencia de un principio
general, que es el deslizarse a las minucias técnicas de la administración del
estado. La misión de asesorar al príncipe en estas materias es asignada por él
a sus eventuales consejeros oficiales. Su verdadero objetivo consiste en intentar
definir en sus rasgos fundamentales más salientes cuál debe ser la actitud acertada
del monarca.[51]
Comienza por
caracterizar la misión o la "obra" del rey.[52]
Tanto este modo de plantear la cuestión como el hecho de designar la conducta
del monarca como "orientación" hacia un proceder acertado,[53]
recuerda a Platón, sobre todo el Gorgias, que es el que mayor impresión
debió de producir al retórico.[54]
Al igual que Platón, Isócrates considera decisiva la claridad acerca de la meta
total de la actuación del monarca, pues sólo "con vistas a ella" es
posible determinar sus partes. Al igual que Platón, parte de lo generalmente
reconocido, aun cuando el concepto de los bienes que es deber del monarca
realizar,[55]
no se examina dialécticamente, sino que se toma pura y simplemente de la
concepción general imperante. Isócrates llama a este modo de determinar un
principio o una mira supremos de conducta una "hipótesis", pues esta
"'fundamentación" sirve luego de base para todas las deducciones
ulteriores.[56] La
búsqueda en los discursos de Isócrates de una hipótesis generalmente
reconocida de este tipo no se advierte en este pasaje sólo. Constituye un
rasgo esencial de su pensamiento político, explicable por el ejemplo
metódico de Platón. Es, en último término, un procedimiento tomado de las
matemáticas.[57]
881
La hipótesis
reza así: el buen monarca debe poner fin a la penuria de su polis, lograr
su bienestar y hacerla más grande y más fuerte. El modo como se traten los
distintos problemas que surjan diariamente debe supeditarse a esta meta. Aquí
se ve con una claridad perfecta que Isócrates no considera como misión del
estado, como hace Platón, la educación de los ciudadanos y su perfeccionamiento
personal, sino que la cifra en un concepto material de la grandeza y la
prosperidad que corresponde más bien al punto de vista político-realista del
hombre de estado que Platón combate en el Gorgias, es decir, a los
objetivos perseguidos en el pasado por los grandes políticos de Atenas, por un
Temístocles o un Pericles.[58]
Por tanto, este modo de concebir los deberes del gobernante no es
específicamente característico de la monarquía; ésta es, sin más, la forma de
gobierno en que más fácilmente se puede realizar, según Isócrates, esa
concepción.[59] La
democracia ateniense de la época posterior a las guerras contra los persas se
había adelantado ya en el camino del imperialismo. Isócrates trasmuta con
facilidad su fe fuertemente materialista en el bienestar en una ideología de
despotismo ilustrado, sin dejar de hacer ciertas concesiones al moralismo
filosófico de la época.
La meta que
Isócrates propone a Nicocles es una transacción entre la tradición de política
realista de la época de Pericles, la crítica moral de la filosofía y la
tendencia moderna hacia la dictadura. Es cierto que todo esto no se refiere
precisamente a Atenas, sino a las condiciones políticas más bien coloniales de
la lejana Chipre. La concentración del poder en manos de un individuo, en
aquella isla, parecía justificada incluso desde el punto de vista ateniense,
puesto que sólo así era posible defender la causa del helenismo contra el
empuje de la supremacía persa. Y si no estamos equivocados al suponer que este
discurso, como el Nicocles, fue escrito en la época en que Timoteo, el
discípulo predilecto de Isócrates, ejercía como caudillo un poder total sobre
la nueva liga marítima ateniense, la referencia a la posición casi monárquica
de los estrategos atenienses en tiempos de guerra que se contiene en el Nicocles
adquiere más que una importancia puramente lógica[60]
y los dos discursos de Isócrates aparecen al mismo tiempo como un fragmento de
la política exterior de Atenas. Tratan, evidentemente, de vincular con más
fuerza a Atenas al estado 882 de Chipre en
Salamina, dándole a través de los discursos del retórico una "forma más
suave de gobierno"[61]
y teniendo en cuenta que ya el padre de Nicocles. Evágoras, había sellado en el
año 390 una alianza con Atenas en contra de Persia. Entre las familias de
Timoteo y de Nicocles existían relaciones estrechas ya desde los tiempos de
sus padres, de Conon y Evágoras, y la alianza pactada por este último con
Atenas en el año 390 había sido preparada por esta amistad personal y política.
Esta amistad se remontaba hasta la época en que Conon era todavía el jefe de la
flota persa y en que restauró las largas murallas de Atenas después de la
victoria marítima de Cnido. Conon había sido nombrado almirante por el rey de
Persia, siguiendo el consejo de Evágoras.[62]
En el episodio de Nicocles vuelve a presentarse, al parecer, la misma
constelación. Es posible que Nicocles y Timoteo llegasen a trabar incluso conocimiento
personal como discípulos de Isócrates. La acción de éste quedaría situada así,
probablemente, en la época de la primera estrategia de Timoteo y delimitada
en el tiempo por la muerte de Evágoras (374) y la destitución del alto jefe
militar ateniense (373-2). La observación en el Nicocles de que la
suerte de las armas favoreció siempre al estado ateniense cuando el mando se
halló en manos de un solo individuo capaz, saliendo derrotado en cambio cuando
guerreó bajo la dirección de organismos colectivos,[63]
es probable que se halle relacionada con el debate inminente que condujo al
derrocamiento de Timoteo, cuyo mando se iba haciendo demasiado personalista.
Timoteo fue siempre un general político que contribuyó a la victoria de su
ciudad tanto con sus éxitos diplomáticos como con sus hechos de armas. Es
conocida su amistad con los reyes a quienes atrajo como aliados de Atenas y el
intento de Isócrates de utilizar políticamente su influencia sobre Nicocles
aparece lógicamente como un eslabón más de la misma cadena. El hecho de que
Isócrates actuó también de otros modos en favor de Timoteo, durante la guerra,
se halla expresamente confirmado por la historia y lo veremos corroborado
también en cuanto a la política interior por el Areopagítico.[64]
Tras esta ojeada
sobre el panorama histórico que sirvió de fondo al discurso A Nicocles, volvemos
al análisis de su contenido. Si las funciones del regente son tan grandes como
Isócrates las formula, hay que esperar que los éxitos del gobierno sean los que
correspondan a la contextura interna de su dirigente. Por eso ningún atleta
gimnástico debe ejercitar su cuerpo con tanto ahínco como el futuro monarca su
espíritu.[65]
Ningún trofeo que pueda lograrse en un pugilato puede 883
compararse en importancia con el resultado que la actuación del regente pone
diariamente en juego. Los honores extraordinarios que se le conceden sólo
pueden justificarse siempre y cuando que descuelle también sobre los demás por
sus superiores cualidades intelectuales y morales.[66]
Casi nos parece estar oyendo a Sócrates cuando el retórico exhorta a Nicocles
para que no crea que la preocupación ( e)pime/leia ) constante sólo es útil en otras cosas
de la vida, pero no ejerce ninguna influencia sobre el mejoramiento del hombre
y el fortalecimiento de su conciencia racional.[67]
Aunque Isócrates, en su discurso Contra los sofistas, polemizando
duramente contra Platón, impugnase la tesis de que la virtud es susceptible de
ser enseñada,[68] no
quería negar con ello, como vemos comprobado aquí, la posibilidad de educar al
hombre. Estos dos problemas no son idénticos para Isócrates, como lo son para
Platón. Mientras que en su discurso anterior, llevado por la pasión de su
debate con la excesiva valoración del conocimiento puro por parte de Platón,
apreciaba en términos bastante modestos la importancia de la educación
comparada con las dotes naturales del hombre,[69]
en la exhortación que dirige a Nicocles vemos que adopta ya una actitud más
positiva con respecto a la eficacia de la cultura. Es cierto que también aquí
rehuye la afirmación de que se pueda "enseñar la areté", pero
se adhiere a los razonamientos optimistas de antiguos teóricos sofísticos de la
cultura, para quienes el hombre no podía haber sido dotado por la naturaleza
mucho peor que los animales irracionales, cuya alma era posible domesticar.[70]
Pero este cambio de tono no envuelve ningún cambio real de concepción por parte
de Isócrates, sino que se explica por el cambio de frente de su lucha. Teóricamente,
es pesimista ante la paradoja filosófica de la "posibilidad de enseñar la
virtud", pero prácticamente su voluntad educativa permanece indemne. Se
entrega con gran entusiasmo a la nueva misión de educación de los príncipes,
que se ha asignado. He aquí por qué en el discurso A Nicocles la paideia
aparece como una de las más grandes benefactoras de la naturaleza humana.[71]
Como Teognis en
su educación de los nobles, Isócrates, siguiendo de un modo directo,
evidentemente, las huellas del antiguo poeta gnómico, atribuye la mayor
importancia al trato con otros hombres. El rey sólo deberá elegir entre los que
le rodean inmediatamente a los más capaces, buscando a ser posible otros
consejeros entre gentes alejadas de él. Esto es, evidentemente, un signo del
modo como 884
Isócrates se representaba el papel que estaba llamado a desempeñar cerca
del joven monarca. Mientras que Platón se resistía a emprender el camino de
Siracusa y sólo lo hizo ante las instancias y los ruegos apremiantes de sus
amigos y del propio monarca, Isócrates no aguarda a que nadie le invite. Es
cierto que en seguida formula su consejo en términos más generales y exhorta al
rey a rodearse de poetas y de sabios y a convertirse en discípulo u oyente de
ellos. Es éste el "gimnasio" en el cual se ejercitará mejor que en
ningún otro sitio para cumplir las exigencias que su alta misión le impone.[72]
Isócrates vuelve a proclamar aquí, al igual que en el Nicocles, como
axioma supremo el de que los malos no deben imperar nunca sobre los buenos ni
los incapaces mandar sobre los inteligentes. En el trato con otros, esto
significa criticar a los malos y rivalizar con los buenos. Pero lo más
importante es que quien pretenda dominar a otros se aplique esta máxima a sí
mismo y sea capaz de justificar la posición que ocupa con una verdadera
superioridad.[73] El
principio de la legitimidad, en que suele apoyarse primordialmente la
monarquía, no basta, pues, según Isócrates, para justificar el derecho a la
sucesión en el trono y el imperio sobre los demás hombres. Entre los griegos
encuentra poco eco, en general, esta mentalidad propia del político, con la que
suelen familiarizarse casi siempre los súbditos de estados gobernados por
monarquías. Su sentido del derecho natural exige siempre la verdadera areté como
justificación del poder sobre el estado; no instituciones que funcionen de
manera automática, sino personalidad. Pero esto no debe confundirse, como
palmariamente demuestra el testimonio de Isócrates, con la glorificación del
poder al margen de todo derecho. La ausencia de garantías jurídicas para la
libertad de los ciudadanos en un estado como el de Nicocles representa,
indudablemente, una falta grave contra la cual no es correctivo suficiente la
fe en el poder de la educación. Sin embargo, hay que reconocer a la paideia griega
como el mayor de sus méritos el haber sabido formular, en nombre de la moral y
de la humanidad, sus propios postulados allí donde, bajo las condiciones
existentes, no se reconocían los derechos e imperaba la fuerza.
El monarca debe
aunar en su carácter el amor por los hombres y el amor por el estado.[74]
Debe ser, por decirlo así, Creón y Antígona en una pieza. En la superación de
este aparente antagonismo ve Isócrates el problema primordial de todo el arte
de gobernar. ¿De qué serviría toda la devoción por la entidad abstracta estado,
si no estuviese apoyada por el amor comprensivo hacia los seres vivos 885 con quienes
tiene que relacionarse? La filantropía es un concepto que va ganando cada vez
más terreno en la literatura de aquel tiempo.[75]
Sabemos por las inscripciones cuánto valor se atribuía en la vida pública a las
tendencias filantrópicas. Esta virtud aparece mencionada constantemente en los
decretos dados en honor de hombres ilustres. Sólo cuando emana de la fuente de
aquel sentimiento se aprecia realmente cualquier mérito contraído con la polis.
Isócrates no se olvida de añadir, sin embargo, que la aspiración a
favorecer al pueblo no debe envolver una transigente debilidad. El mejor dirigente
del pueblo —y en este sentido también el rey debe ser un dirigente del pueblo (δημαγωγός)— es el que no
deja que se encolerice ni permite que se le avasalle.[76]
Éste fue el gran arte de Pericles, tal como Tucídides nos lo pinta, y con ello
se descubre la fuente de aquella teoría de la armonía de los contrarios que
Isócrates toma constantemente como pauta en este discurso.[77]
En el discurso necrológico a Pericles, Tucídides construía la imagen de la
cultura y del régimen político ateniense a base de tales contradicciones
reducidas a un certero equilibrio.[78]
De este discurso toma también Isócrates el ideal de que sólo los mejores deben
gozar de los honores y que los demás deben estar simplemente protegidos contra
los desafueros. Y llama a estos dos principios, cuya conciliación considera
Pericles el verdadero secreto de la democracia ateniense, las dos letras capitales
de todo buen régimen político.[79]
Tucídides ensalza el régimen político de Atenas porque no copia nada de otros,
sino que es una creación original. Isócrates aconseja al rey que, dentro de lo
posible, invente él mismo las mejores instituciones o que si no puede hacerlo
adapte las instituciones buenas de otros estados.[80]
Ajusta, por tanto, su consejo a las circunstancias, pero ateniéndose también
aquí al mismo principio de la armonía de las contradicciones: la originalidad y
la imitación no se excluyen, pues ambas son necesarias. Considera como el
requisito más esencial de todos la instauración de un orden firme y de leyes
justas y armónicas entre sí. Debe reducirse todo lo 886
posible el número de litigios y acelerarse su tramitación. Pues no basta que
la legislación como tal sea buena. No menos importante que ella es la
administración práctica de justicia.[81]
El trabajo debe ser lucrativo, pero el afán de pleitear deberá inferir daños
sensibles al culpable. Las palabras de Isócrates reflejan en este aspecto la
experiencia del foro ateniense y la furia procesal desatada en él. Debe
medirse siempre con el mismo rasero, y el criterio del rey en cuestiones de
derecho deberá ser firme y perseverante, como lo son las buenas leyes.[82]
Las
instrucciones al tirano no tienen, por lo demás, el carácter sistemático que
sería de esperar después de este comienzo y del anuncio de Isócrates de que se
proponía trazar solamente, de un modo general, las líneas fundamentales de la
misión del monarca. Comparten con la
sabiduría gnómica de los poemas de Hesíodo, Teognis y Focílides, que
invocan como modelo, la cualidad formal
de consistir predominantemente en
preceptos sueltos cuya ilación se desprende
de un modo natural, pero no siguiendo un principio lógico rigurosamente observado. Este carácter suelto de la forma no debe
interpretarse, sin embargo, en el sentido de que el discurso A Nicocles represente
simplemente una suma de reglas de prudencia.[83] Sus
consejos se hallan unidos por una cohesión interior; los distintos
preceptos se articulan para formar una imagen
ideal del monarca cuya unidad estriba en su consecuencia ética, y aquí
es precisamente donde con mayor fuerza se revela el espíritu de la nueva época.
Al final del Fedro Platón
hace decir a su Sócrates, enjuiciando al joven Isócrates, que la naturaleza de
éste encierra algo de filosófico. Sería un completo error interpretar irónicamente
estas palabras. Dentro
de los límites que ellas mismas trazan con claridad, son
absolutamente exactas y su verdad debiera imponerse por sí misma a todo lector
atento de Isócrates. En el discurso A Nicocles se destaca visiblemente
esta filosofía a través del modo como Isócrates va trasponiendo rasgo por
rasgo la imagen corriente del monarca en un nuevo ideal. El concepto del monarca se transforma así de
una encarnación de la mera arbitrariedad en una personalidad encargada del
poder, cuya voluntad se halla sujeta a leyes superiores.
Esta cultura
interior que hemos puesto de relieve a través de toda la concepción del
discurso como la idea fundamental que lo informa, se revela en todos los
preceptos concretos como el principio activo de la concepción isocrática del
gobierno. Es cierto que se mantiene 887 aún la
palabra tirano, pero la esencia de sus funciones ha cambiado ya radicalmente.
Isócrates va recorriendo una por una de las cualidades que forman la imagen
tradicional del monarca y las transforma a su modo y desde su punto de vista en
frases epigramáticas. Pondremos una serie de ejemplos, que podrían aumentarse
a voluntad y que aclaran e ilustran lo que decimos. "Honra a los dioses
cuyo culto nos han legado los antepasados, pero ten la certeza de que la mejor
ofrenda que puedes hacerles y el mejor modo de honrar y reverenciar a los
dioses consiste en que seas lo mejor y lo más justo que sea posible.[84]
Considera como tu más segura guardia personal la virtud de tus amigos, la
benevolencia de los ciudadanos y tu propia conciencia moral. Preocúpate de la
economía de tus súbditos y ten por cierto que quienes gastan su dinero en balde
derrochan tu dinero, mientras que los trabajadores aumentan tu riqueza.[85]
Haz que tu palabra sea más segura que los juramentos de los demás. Cura a los
ciudadanos de su miedo constante y no hagas que quienes no obran mal se vean
dominados por el temor, pues si los vuelves en contra de ti, también tú te
volverás en contra de ellos.[86]
No quieras ser un buen monarca por la severidad y la dureza de tus penas, sino
por la superioridad de tu espíritu y el convencimiento de las gentes de que
velas por su propio bien mejor que ellas mismas. Sé un príncipe de guerra por
tu cultura de soldado y tus medidas adecuadas, pero sé al mismo tiempo un asilo
de la paz, no ambicionando ninguna extensión injusta de tu poder. Compórtate
con los estados más débiles como querrías que los más fuertes se comportasen
contigo.[87]
Ama el honor, pero sólo en aquellas cosas en que te cumpla ser el
primero. No consideres débiles a quienes saben aprovecharse también, a veces,
de un perjuicio para salir beneficiados, sino a quienes consiguen victorias
que sólo les sirven de perjuicios. No tengas por grande al monarca que tienda
la mano hacia cosas más grandes de las que puede alcanzar, sino a quien
aspirando a cosas altas sabe llevar a cabo lo que emprende.[88]
No tomes como ejemplo a quien posee el poder más grande, sino a quien mejor
sabe usar de su poder.[89]
No concedas tu amistad a todo el que desee ser tu amigo, sino solamente a quien
sea digno de tu naturaleza. No elijas para ello a los hombres cuyo trato más te
agrade, sino a quienes te ayuden a gobernar mejor el estado. Examina
cuidadosamente a aquellos con quienes tienes trato, teniendo presente que todos
los que no tengan acceso personal a ti te juzgarán por quienes te rodean. Elige
a los llamados a desempeñar los asuntos públicos de que no puedas tú ocuparte
personalmente con la conciencia de que de todos sus actos serás personalmente responsable
tú.[90]
No des tu confianza a quien alabe todo lo que tú digas o hagas, sino a quien
censure tus errores.
888
Permite
expresarse libremente a quienes tengan el corazón en su sitio y así tendrás
hombres que te ayuden a ver claro allí donde tengas dudas."[91]
La paideia del
monarca culmina en el postulado del dominio de sí mismo. La esencia del poder
real no se compadece con el hecho de que su titular sea un esclavo de sus
propios apetitos. Éste tiene que ser el punto de partida del gobierno sobre los
demás hombres.[92]
Todo lo que se dice acerca de cómo debe elegir el rey a quienes le rodeen
obedece en último resultado a la importancia que las relaciones con los demás
tienen para la propia formación. Desde el mismo punto de vista deben
enjuiciarse también los actos del monarca y las tareas que se asigna,
considerando en qué medida contribuyen al desarrollo de su carácter. La
verdadera pauta para medir la actitud del pueblo ante su monarca y su areté no
es el respeto impuesto por el miedo que le tributa públicamente, sino lo que la
gente piensa de él en el fondo de sus corazones y el que, al hacerlo, admiren
más su conciencia o su suerte.[93]
Pero el dominio del rey sobre sí mismo no es importante solamente como prueba
de su dignidad, sino al mismo tiempo como modelo para sus súbditos, pues el
carácter de toda la polis tiene su espejo en el rey.[94]
Reaparece aquí, en una etapa superior, la idea de modelo de la antigua paideia
de la nobleza griega, como en Platón, transferida del problema de la
educación individual al de la educación de toda la ciudadanía. Pero mientras
que Platón desplaza el paradigma a lo absoluto, a la idea del bien y, por
tanto, a Dios, como medida de todas las cosas, Isócrates se atiene a la idea
del modelo personal. Erige al monarca ideal en personificación de la educación
del pueblo y en encarnación visible de la ética del estado. Poniendo la idea
del gobierno al servicio de la educación de la humanidad, en la medida en que
se manifiesta en un estado o en un pueblo concretos, se esfuerza en infundirle
nueva vida, pues la idea de la paideia es, en su tiempo, lo
verdaderamente vivo y el sentido supremo de la existencia humana. Todas las
instituciones y bienes de la vida, la religión y el culto de los dioses, el
estado y la sociedad, el individuo y la familia, tienen su justificación en el
modo como contribuyan a esta misión. Al final, Isócrates ve cómo su imagen del
monarca toma cuerpo ante sus ojos, pues la determina por el equilibrio
armónicamente ponderado de las dos fuerzas en cuya fusión ve el postulado más
difícil de cumplir de su código de educación de príncipes: la bondad del
carácter y la severa dignidad. Cada una de estas dos cualidades por sí sola es
insuficiente para el monarca. La dignidad es real, pero hace que las gentes se
retraigan. La amabilidad 889 hace fácil y grato
el trato con los hombres, pero propende
a rebajar la categoría del rey.[95]
Y lo mismo que
en el campo moral, ocurre en el campo del espíritu. También aquí es necesario
conciliar dos principios antitéticos que sólo sabiendo combinarse adquieren su
plena significación para la formación de la personalidad: el principio de la
experiencia y el de la idea filosófica.[96]
Isócrates condensa manifiestamente en esta fórmula el concepto de su propia paideia
política, como lo demuestran las manifestaciones de sus restantes
discursos acerca del método de esta formación y sobre todo su propia conducta
práctica y su pensamiento. Califica expresamente la experiencia como el
contenido del pasado, que en su teoría política es siempre fecundo como ejemplo
histórico.[97] De
ella debe aprender Nicocles lo que les sucede (τα συμπίπτοντα) a los individuos
y a los regentes de los estados, es decir, a qué condiciones generales y
permanentes se hallan sometidas su vida y su conducta. Estúdiala ( qew/rei ), le aconseja Isócrates al joven
monarca, pues si sabes retener en la memoria el recuerdo vivo del pasado sabrás
juzgar mejor acerca del porvenir.[98]
Por consiguiente, no basa la formación del monarca, como Platón, en el
conocimiento de los conceptos universales teóricos supremos, de las matemáticas
y la dialéctica, sino en el conocimiento de la historia.[99]
En este rasgo se acusa por vez primera la influencia espiritual directa de la
historiografía sobre el pensamiento político y la cultura de la época. Aun sin
necesidad de recordar los múltiples conocimientos sueltos que Isócrates debe,
según hemos demostrado, a Tucídides, también aquí tenemos que pensar
principalmente en él y en el nuevo género de historiografía política creado por
este historiador. Ya tuvimos ocasión de examinarlo allí donde surge de la
crisis del estado ático y de la experiencia vivida en su bancarrota dentro del
espíritu griego, considerándolo antes que todo como la obra de un nuevo
pensamiento político objetivo[100]
y, por tanto, potencialmente, como un factor esencial de la futura paideia.
Es cierto que Tucídides no llegó a hacer personalmente esta
"aplicación", ni siquiera a insinuarla en rasgos generales, al
calificar como una "posesión para siempre" la historia que él
escribía, en cuanto fuente de conocimiento para los estadistas 890 de futuras generaciones.[101]
En la paideia de Isócrates, sobre todo en su programa de formación del
monarca moderno, vemos cómo se supedita por vez primera el grande y nuevo
poder del espíritu al conocimiento histórico y lo encontramos colocado en el
lugar que le corresponde dentro del reino de la cultura humana.
Es éste el lugar
indicado para examinar brevemente el papel de la historia en el panorama de la
cultura griega. La paideia de viejo estilo, que se mantenía dentro del
marco de la gimnasia y la música, no reconocía aún de por sí el pensamiento ni
el saber históricos. No faltaba en absoluto el pasado, ya que éste es
inseparable de la poesía, pero sólo revestía en ella la forma del relato de los
hechos heroicos de ciertos personajes o del propio pueblo, y lo histórico no se
diferenciaba todavía claramente de lo mítico.[102]
La finalidad de estos recuerdos era incitar a la imitación de los grandes
modelos, como certeramente lo proclama el sofista Protágoras del diálogo de
Platón, al relatar lo que era la educación ateniense de tiempos de Pericles.[103]
En su relato no se habla para nada todavía de un estudio de la historia
en sentido profundo, ni podía hablarse tampoco, puesto que aún no existía tal
estudio, concebido en un sentido político. La formación del filósofo se basaba
íntegramente en el estudio de las leyes eternas de la naturaleza o de la moral,
sin que la historia desempeñase en ella ningún papel. Y este estado de cosas
no cambia tampoco, por el momento, después de aparecer la obra de Tucídides,
allá por la primera década del siglo IV. En los ensayos de Platón para un sistema amplio de
la paideia científica se toman en consideración hasta las ramas más
modernas de las matemáticas, la medicina y la astronomía, pero la gran nueva
creación de la historiografía política queda completamente esfumada. Esto
podría justificar al parecer la impresión de que la verdadera influencia de
Tucídides se limitó a los círculos estrictamente profesionales, es decir, a sus
imitadores aislados, que se esforzaban en escribir otro fragmento de historia
siguiendo las orientaciones del maestro. Pero no debemos perder de vista, a
este propósito, la otra gran representante de la paideia griega de su
tiempo, la retórica. Así como la fuerza formativa de las matemáticas sólo fue
reconocida plenamente, como era lógico, por la paideia filosófica, el
nuevo poder educativo del conocimiento histórico que se manifiesta en la obra
de Tucídides encuentra su lugar dentro del marco del sistema de la cultura
retórica. Este hecho había de tener la mayor importancia para el desarrollo de
la historiografía, que de 891 este modo caía
dentro de la zona de influencia de la retórica.[104]
Pero aquí tenemos que enfocar en primer término la perspectiva contraria
: la influencia de la manera histórica de considerar las cosas políticas, tal
como Tucídides la había iniciado, sobre la nueva retórica de Isócrates. Su
importancia con respecto a ésta tenía que ser tanto mayor cuanto que la
retórica isocrática no se limitaba ya a la enseñanza profesional de la oratoria
forense, sino que se proponía como objetivo la educación del hombre para las
supremas funciones de la vida pública, la formación de monarcas y hombres de
estado. Para esto era indispensable la escuela de la experiencia política[105]
y Tucídides tenía que ser bien acogido como fuente, sobre todo si se tiene en
cuenta que su obra brindaba al mismo tiempo numerosas pruebas de aquella
oratoria epidíctica y sugerente que predominaba ahora en la retórica de
Isócrates. En la retórica posterior perdura este interés por la historia en
forma de paradigma histórico, que recuerda los orígenes paidéuticos de esta
actitud ante la historia. Pero en esta época tardía ha fenecido ya la
elocuencia verdaderamente política, carente de base al desaparecer el
estado-ciudad griego, por cuya razón el empleo de los ejemplos históricos ha
pasado a ser en ella algo muerto y puramente ornamental. El sistema retórico de
cultura de Isócrates, que brota todavía de los debates verdaderamente
políticos y de gran estilo, es el único de la antigüedad griega en que
encuentra cabida de un modo serio el estudio histórico.[106]
No podemos
entrar a examinar aquí en detalle la aplicación isocrática de los ejemplos
históricos en la argumentación política.[107]
No hemos de seguir aquí tampoco la repercusión de las ideas políticas del
retórico sobre el modo de concebir los hechos históricos que se invocan en
apoyo de ellas, .aunque sería muy sugestivo observar cómo 892 toda relación directa entre el saber histórico y
la voluntad política conduce necesariamente al resultado de que la imagen de la
realidad histórica es conformada con arreglo al deseo de quien la expone. Con
la incorporación de la historia al sistema de la paideia isocrática
aparece al mismo tiempo en las consideraciones históricas aquella tendencia a
razonar y a censurar o aplaudir que es ajena en general a sus representantes
más antiguos. Y como la escuela de Isócrates no se limita a estudiar las obras históricas
existentes, sino que sirve al mismo tiempo de estímulo para la creación de
otras nuevas, su criterio influye en la misma historiografía, como lo
demuestran las obras de Eforo y Teopompo, que según la tradición, seguramente
cierta, surgieron de un modo directo del círculo de Isócrates o fueron
influidos al menos por él. Isócrates influyó también en la historia especial
de Atenas. Su discípulo, el estadista ateniense Androico, trazó una nueva
exposición de ella ajustándola a los ideales políticos de su escuela, e
Isócrates, bien directamente, bien a través de Androcio, determinó de un modo
decisivo el tratamiento peripatético de la historia constitucional ateniense,
que constituye la fuente principal de todo lo que sabemos acerca de estas
cosas.[108]
Esta influencia se halla en relación con los fines de política interior
perseguidos por el programa educativo de Isócrates y será examinada más de
cerca a propósito del Areopagítico.
Isócrates
consagra la última parte de su discurso A Nicocles, con la claridad de
conciencia que le es peculiar, al problema de la influencia de la nueva forma
literaria del "espejo del monarca". Aquí vemos cómo el retórico que
hay en él y que lleva en la masa de la sangre el sentido de la influencia artística,
pugna de un modo peculiar con el educador, a quien sólo le interesa pura y
exclusivamente la cosa en sí. Se compara con los antiguos autores de poesías
didácticas ( u(poqh=kai )[109]
que todo el
mundo ensalza como saludables, pero que a nadie le agrada leer. Se prefiere la
peor comedia a las sentencias más escogidas de los poetas más profundos.[110]
Con la literatura ocurre lo mismo que con la comedia: no gusta lo que es sano,
sino lo que produce placer. Quien desee adaptarse a esta tendencia hará bien en
seguir el ejemplo de Homero o los trágicos que, apreciando con acierto la
naturaleza humana, abrazan derechamente el camino de combinar las concepciones
míticas con palabras de sabiduría.[111]
Aquí se trasluce el sentimiento de que el nuevo arte de la retórica, puesto al
servicio de las ideas educativas, representa una desventaja decisiva con
respecto a la poesía. Los verdaderos maestros de la dirección de almas (psicagogia)
son aquellos viejos poetas a los que tiene uno 893
que volverse constantemente después de escuchar las nuevas teorías,
sencillamente porque son más amenos. Saben guiar los corazones por la cuerda
suave del gusto por lo bello. Los discursos exhortativos, en cambio, no
encierran nada paradójico, no contienen ninguna sorpresa, sino que se mueven
dentro de la órbita de lo conocido y los más sutiles de ellos son los que saben
recoger mejor lo que se halla disperso en labios de la gente de todo el mundo,
como Hesíodo, Teog-nis y Focílides.[112]
La forma aparece aquí como uno de los problemas más importantes de la paideia.
Lo que infundía a la antigua poesía su fuerza, aun en aquello en que influía
o debía influir educativamente, era la forma. Platón e Isócrates, a pesar de
lo mucho que discrepan en cuanto a su ideal de la paideia, están
igualmente convencidos de este hecho, por cuya razón la obtención de una nueva
forma es una de sus miras supremas. El triunfo posterior de la cultura retórica
sobre la filosófica, por lo menos entre las capas más extensas de la gente
culta, obedece en parte a la superioridad de la forma, que era siempre lo
primordial para la retórica, y aunque Platón y Aristóteles asegurasen la
primacía de la filosofía de su época, incluso en lo referente a la forma, más
tarde la filosofía y la ciencia dejaron de rivalizar con la retórica en este
terreno y se entregaron conscientemente al abandono de la forma, llegando
incluso a equiparar ésta a la cientificidad. En tiempo de los grandes
pensadores atenienses no ocurría esto. En el discurso A Nicocles se lee
entre líneas constantemente el miedo a la influencia de la filosofía.
Pero Isócrates
no quiere poner fin a su obra en tono polémico. Por mucho que puedan discrepar
las ideas de los grandes educadores de su tiempo en cuanto a la esencia de la
cultura, todos coinciden en que la verdadera cultura debe capacitar al hombre
para juzgar y saber adoptar decisiones acertadas.[113]
Por eso debería abandonarse la polémica teórica y ver qué tipo de educación es
el más resistente, cuando llega la ocasión de ponerse a prueba. Pues, como los
mismos filósofos reconocen, lo que importa en último resultado es la realización
práctica de las cosas.[114]
Es una fuerte exhortación al joven rey para que se muestre digno de la doctrina
recibida de su maestro y se convenza de que serán sus hechos los que sirvan de
pauta para medir el valor de ella. Todas las miradas están pendientes de él,
sobre todo las de los críticos de Isócrates, y éste quiere referirse
indudablemente a sí mismo, cuando al final le dice a Nicocles: Honra y ten en alta
estima a quienes posean razón y talento y saben ver 894
más lejos que los otros, y está cierto de que un buen consejero es el más
provechoso y más regio de todos los bienes.[115]
La capacidad de ver más lejos que los otros, incluyendo entre éstos los
políticos vulgares y corrientes, es una idea con que nos encontramos repetidas
veces en Isócrates, como uno de sus postulados. Es, en rigor, la fundamentación
de su propia autoridad.
[1] 1 R. jebb,
Attic Orators, vol. II, p. 88, considera "posible" que
Nicocles, como príncipe, fuese discípulo de Isócrates, pero las palabras de
Isócrates en Antíd., 40. indican, sin dejar lugar a duda, la existencia
de una relación de maestro a discípulo, sentido que tiene también el final del
Evágoras, que tiene el tono, no de un periodista a su jefe, sino de un
maestro a su discípulo íntimo. En Evág., 80, Isócrates habla también de
sus palabras "estimulantes" y de "las de los otros amigos".
[2] 2 diodoro, 15, 47, sitúa en
el año 374 la muerte de Evágoras, pero los modernos investigadores no están
unánimes en este punto. El discurso A Nicoeles encajaría sobre todo en
los comienzos del reinado de este príncipe, poco después de la muerte de
Evágoras. En cambio, el Nicocles presupone que ha pasado ya algún tiempo
desde la subida de
Nicocles al trono (Cf. c. 31), puesto que los beneficios de su reinado se
perciben ya en el mejoramiento de la situación finan ciera. En el c. 11 se remite
al discurso de Isócrates a Nicocles y lo presenta como directamente anterior.
El Evágoras no pudo haberse redactado ya muy avanzado el reinado de
Nicocles, puesto que presenta a éste como un hombre joven e inexperto y le
estimula "a seguir así" (como había comenzado). Pero, según e1 c. 78.el Evágoras
no fue la primera de las exhortaciones dirigidas por Isócrates Nicocles.
[3] 3 El Protréptico de Aristóteles
era también un discurso exhortativo dirigido a un tirano de Chipre, Temisón. En
mi obra Aristóteles, pp. 70 ss., he puesto de relieve que esta
obra aristotélica no era un diálogo en sentido Platónico, sino un lo/goj συμβουλευτικός siguiendo las huellas de Isóerates.
Pero dentro del molde de esia forma Aristóteles vacía el contenido de la paideia
Platónica.
[4] 4 platón, Rep.,
568 B-C.
[5] 5 Cf. supra, pp. 205 ss., especialmente
p. 210
[6] 6 Cf. supra, pp. 191 ss.
[7] 7 A Nic., 43.
[8] 8 El mismo Isócrates dice en Evág.,
8-11, que su encomion representa una nueva creación literaria que
viene a rivalizar conscientemente con la poesía. En efecto, hasta ahora la
misión de la poesía en forma de himnos había consistido en ensalzar a hombres
de una elevada areté. La palabra w)|dai/ en Evág., 11,
alude a Píndaro, Baquílides y otros poetas de la misma clase. Cf. n. 7.
[9] 9 Cf. lo que dice Aristóteles en diógenes laercio, ii, 55, acerca de los innumerables
encomios y epitafios escritos con motivo de la muerte de Grilo, el hijo de
Jenofonte. Esto ocurría en el año 362, o poco después.
[10] 10
Cf. supra, pp. 203 ss., acerca del elogio de los
vencedores por Píndaro, que los presenta como modelo de areté. Recuerda a Píndaro el modo como
Isócrates presenta a Evágoras en el linaje de los Aiaquides y en Teucro,
fundador de la cultura helénica en Chipre, sus antepasados míticos y los
prototipos de la verdadera areté (Evág., 12-18).
[11] 11
Cf. el juicio sobre la obra realizada por Evágoras como monarca, desde
el punto de vista de la Hélade en conjunto, Evág., 47-64.
[12] 12
Cf. supra, pp. 393 s.
[13] 13
Nic., 11: to\n me\
ou)=n e(/teron (λόγον), w(j xrh\ turannei=n, )Isokra/touj h)kou/sate, to\n d' e)xo/menon,
a(\ dei=
poioi=n tou\j a)rxome/nouj, e)gw\ peira/somai dielqei=n. Por
consiguiente, cuando Isócrates se
dirigía a Nicocles tenia, evidentemente, el propósito de reunir las
dos obras en un díptico.
[14] 14
La palabra griega
para expresar la
benignidad es πραότης, el adjetivo pra=oj. Cf. A Nic., 8 y
23, Nic., 16-17, 32 y 55.
Dídimo, en su comentario a las Filípicas de Demóstenes (col. 5,
52, ed. Diels-Schubart) informa asimismo
de que Hermias, el tirano de Atarneo, "transformó" su régimen "en una forma más suave de
gobierno" bajo la influencia educativa de los filósofos Platónicos Coriseo, Eraste, Aristóteles y Jenócrates. (Es una lectura basada en una complemen-tación segura del papiro.)
[15] 15
demóstenes, Androtion, 51:
pa/nta prao/ter' e)/st' e)n dhmokrati/a.
Isócrates, Antid., 300. "Ningún pueblo
es más benigno
(es decir, más civilizado) que el ateniense" ( pra=oj es también el
término con que se designan los animales "domesticados"). Cf.
en platón, Rep., 506
D, la imagen
del joven tirano que se esfuerza por aparecer benigno,
y además esquilo, Prom., 35.
[16] 16 Nic., 24 ss. A través de
pasajes como el citado se ve claramente por qué Isócrates, como un ciudadano de
un estado democrático, no podía formular en su propio nombre este discurso
sobre la monarquía, viéndose obligado a ponerlo en labios de Nicocles, por
medio de una ficción. En la misma ficción se basa el discurso que Isócrates
atribuye al rey de Esparta, Arquidamo.
[17] 17
Areop., 11-12. Cf. infra,
el cap. v. Cf. también
Antíd., 101-139 y cap. vi
de la presente obra.
[18] 18
Nic., 62.
[19] 19
Justicia: Nic., 31 s.; dominio de sí mismo: 36 s.
[20] 20
Nic., 47.
[21] 21 Nic., 43-47.
[22] 22 Nic.., 48-62.
[23] 23 Nic., 1.
[24] 24 Nic., 1.
[25] 25 Nic., 2. Los ''bienes" a que Isócrates
se refiere aquí como fruto de la areté son, evidentemente, el éxito y el
bienestar burgués. Esto subraya con especial claridad la diferencia entre su
acentuado moralismo y lo que entienden por bienes los socráticos. Cf. supra,
pp. 536 s.
[26] 26 Nic., 3-4.
[27] 27 Nic., 5.
[28] 28 Paneg., 47-50.
[29] 29 Cf. Paneg., 48 y Nic., 6.
[30] 30
Cf. las innovadoras
investigaciones de E. norden en Agnostos
Theos (Leipzig, 1913), especialmente, pp.
16355., sobre la forma
estilística del himno y sus
diversas influencias en las
literaturas griega y romana. El
mejor ejemplo antiguo que yo
conozco de glorificación y
deificación en forma
de himno de una, a nuestro modo de ver, potencia
"abstracta" como la del logos, es el elogio a la eunomía, al
orden legal y a sus benéficos efectos,
en la Eunomía de Solón. He
tratado la forma hímnica de ese poema en
Solons Eunomie, en Berichte der Berliner Akademie, 1926, pp. 82-84.
[31] 31
Nic., 5 (2a mitad) 9.
[32] 32
Que el logos, que aquí se concibe como un dios, es la suma y
compendio de la idea ¡socrática de la paideia (cultura) se desprende de Nic., 8 y 9, y ya se
había proclamado expresamente en Paneg., 48. Acerca del logos como "símbolo de la paideusis"
( su/mbolon th=j paideu/sewj ), Cf. supra, ρ. 865.
[33] 33
platón, Gorgias, 454
B, 462 B-C
[34] 34 Nic., 8.
[35] 35 Isócrates dice, en c. 8: llamamos a
un hombre "retórico" cuando sabe expresarse en las asambleas. A quien
sabe aconsejarse a sí mismo acerca de algún tema discutible lo llamamos hombre
"de buen juicio". Con esto quiere decir que la esencia del problema
es la misma en ambos casos, aunque empleemos expresiones distintas.
[36] 36 Hablar u obrar "con logos"
equivale para él, por tanto, a hablar u obrar "de un modo reflexivo y
racional" (φρονίμως). Cf. c. 9.
[37] 37
La idea de
la eudemonía sirve
siempre de base
al pensamiento político (φιλοσοφία) de Isócrates.
Cf., por ejemplo, De
pace, 19, donde
se reconoce expresamente la eudemonía como la meta de sus
aspiraciones políticas. Para la
determinación más exacta de este concepto Cf. infra, p. 881, n. 59.
[38] 38
Isócrates se siente aparte de
la retórica forense
de los viejos
"tecnógra-fos'' por medio
de esta φιλοσοφία. El reproche
de Platón de
que la retórica no tiene una meta objetiva se
pretende desvirtuar, evidentemente, haciendo
arraigar el logos en el concepto de la frónesis y de la eudemonía.
[39] 39 A Ν ic., 1.
[40] 40 A Nic., 2-3.
[41] 41 A Nic., 4. Estas dudas
empiezan a manifestarse ya desde muy pronto en la literatura griega. Cf. el
carpintero filosófico en Arquíloco (frag. 22, Cf. supra, p. 215), que no
desea el trono de un tirano, o la renuncia de Solón a la dominación absoluta
(frag. 23). Sin embargo, Isócrates alude aquí, visiblemente, a los socráticos.
Ya en Elena, 8, se había burlado de quienes "se atrevían a
escribir que la vida de los mendigos
y los fugitivos era más
envidiable que la de
los demás hombres". Era
natural que esta
idea se desarrollase
con mayor amplitud en un discurso como el dirigido a Nicocles, en el que
se trataba de infundir un nuevo
contenido al bíos del monarca.
[42] 42 A Nic.,
5-6.
[43] 43
platón, Gorg., 470 E
(Cf. supra, p. 519). Tal vez
esta intuición apareciese también en otros socráticos como Antístenes.
[44] 44
A Nic., 7. Isócrates
dice, con una polaridad de expresión que es frecuente en él: obras de poesía y
escritos en proza.
[45] 45
A Nic., 8.
[46] 46 Cf. .supra, pp. 873 s.
[47] 47 Cf. supra, pp. 713 s.
[48] 48 Cf. supra, p. 678 e infra,
cap. viii.
[49] 49 Cf. la genealogía mítica de la
dinastía de Chipre, basada en el principio de la sucesión legítima al trono, en
Evág., 12-18.
[50] 50 Cf. supra, pp. 567, 664.
[51] 51 A Nic., 6.
[52] 52 A Nic.,
9.
[53] 53
Sobre la "obra" ( e)/rgon ) del buen
ciudadano, Cf. platón, Gorg., 517 C. Pero en vez de τολίτου debe leerse πολιτικού, pues no se trata
de la misión del ciudadano individual, sino de la del estadista. Hacer ciudadanos lo mejores que sea posible
constituye el fin de la paideia política: Gorg., 502 C; Cf. 465
A.
[54] 54
A Nic., 6, al final.
[55] 55
A Nic., 9. Cf. las
palabras oi)/mai de\ pa/ntaj a)/n o(mologh=sai.
[56] 56 Cf. A Nic., 13: u(peqe/meqa.
[57] 57 De
esta hipótesis parte expresamente
la deducción política
de Isócrates en De pace, 18. Este punto merece ser investigado a fondo.
Cf. acerca de él mi obra obra Demóstenes, p. 112.
[58] 58
Platón, Gorg., 517 B, los llama "servidores del estado"
(διάκονοι
πόλεως). Según Platón,
es ésta la
concepción más generalizada, pero
también la más baja de la misión del monarca. Esto le recuerda a uno la famosa frase de
Federico el Grande cuando decía que se sentía orgulloso de ser el primer
servidor de su estado.
[59] 59
Isócrates, en De pace,
19, define de un modo
muy parecido el
concepto de la eudemonía política desde el punto de vista del
estado ateniense. Este concepto
encierra los siguientes postulados: 1) seguridad; 2) prosperidad; 3) armonía interior; 4) prestigio
ante el exterior.
[60] 60 Nic., 24.
[61] 61 Cf. supra, p. 873, y notas 14, 15.
[62] 62 Cf. J. beloch,
Griechische Geschichte, t. III, 1 (2a ed.), pp. 38 y 39, acerca de
Conon y Evágoras.
[63] 63 Nic., 24. La misma dificultad
para arreglárselas con un organismo colectivo de estrategos se le presentó a
Timoteo durante su tercera estrategia en la guerra de la confederación.
[64] 64 Cf. infra, pp. 903 s.
[65] 65 Α Nic., 10-11.
[66] 66
A Nic., 11. Aparece aquí
el problema de la paideia del príncipe.
[67] 67
A Nic., 12. Al final del
12 la palabra e)pime/leia se emplea
como sinónimo de pai/deusij.
[68] 68 .Sof., 4, 6 y 21. En términos semejantes, Elena, 1.
[69] 69 Sof., 14-15.
[70] 70 A Nic., 12.
[71] 71 Cf. A Nic., 12 (final): w(j... th=j paideu/sewj... ma/lista duname/nhj tnh\
h(mete/ran fu/sin eu)ergetei=n.
[72] 72
A Nic., 13. Para los
ideales mismos, Cf. c. 9 sobre el e)/rgon del monarca.
[73] 73
A Nic., 14.
[74] 74
A Nic., 15; fila/nqrwpon dei= ei)=nai kai\ filo/polin. Una combinación
semejante a ésta encontramos en
Isócrates como ideal del príncipe (aplicado también a la democracia
ateniense). Evág., 43 y Paneg.,
29.
[75] 75 Cf. S. lorenz, De progressu notionis φιλανθρωπίας, tesis doctoral
(Leipzig, 1914). A. burk, Die
Pädagogik des
Isokrates, p. 208, deriva unilateralmente el concepto romano de humanitas de
este concepto griego de filantropía. Ya Aulo gelio,
Noct. Att., xiii, 17, emitía un juicio exacto acerca de esto, al
distinguir la humanitas que significa filantropía de la humanitas que
significa paideia. En Isócrates el concepto de la filantropía no tiene
ninguna acepción central; el eje de su pensamiento es el concepto de la paideia
que es el que sirve de base a su "humanismo". Sin embargo, esto
no excluye ni mucho menos la filantropía.
[76] 76
A Nic., 16.
[77] 77
tucídides, ii, 65, 8-9. La expresión u(bri/zein empleada por Isócrates con referencia a los caprichos del demos
está calcada sobre el u(/brei qarsou=ntaj de Tucídides; por lo demás, la antítesis presenta en
Isócrates un giro algo distinto.
[78] 78
Demostrado en supra, pp. 365 s.
[79] 79 tucídides, ii, 37, 1. Cf. A Nic., 16.
[80] 80 tucídides, ii,
37, 1. Cf. A Nic., 17 (1a
mitad).
[81] 81 A Nic., 17 (2a mitad).
[82] 82 A Nic., 18.
[83] 83 Así interpretan casi siempre este
género literario los filólogos. Cf. blass,
ob. cit., pp. 271 y 275. La fuerza de la forma que se echa de
menos en este discurso sólo puede juzgarse desde el punto de vista del
contenido. Blass considera éste completamente convencional, pero no llega a comprender
en lo mas mínimo la dialéctica interior de la idea del principe.
[84] 84 A Nic., 20.
[85] 85 A Nic., 21.
[86] 86 A Nic., 22 (1a mitad) y 23.
[87] 87 A Nic., 24.
[88] 88 A Nic., 25.
[89] 89 A Nic., 26.
[90] 90 A Me., 27.
[91] 91 A Nic., 28.
[92] 92 Α Nic., 29. Este postulado de la libertad del
príncipe, es decir, de su dominio sobre si mismo, es socrático. Cf. supra, p.
431. En Nic., 39, aparece la palabra socrática e)gkrath/j.
[93] 93 A Nic., 30.
[94] 94 A Nic., 31.
[95] 95 A Nic., 34. Es el mismo ideal
que el poeta romano de la época del Imperio, silio
itálico, en Púnica, viii, 611,
sintetiza en el verso lacta viro gravitas ac mentis amabile pondus.
El amabile es
el signo de la urbanidad y es este concepto precisamente, to\ a)stei=on, el que sirve de base al ideal del πεπαιδευμένος en el discurso A
Nicocles. El príncipe debe combinar to\
a)stei=on con semno/thj.
[96] 96 Α Nic., 35.
[97] 97 A Nic., 35 (2a mitad): ta\
parelhluqo/ta mnhmoneu/ein.
[98] 98 A Nic., 35.
[99] 99 La expresión ta\
parelhluqo/ta mnhmoneu/ein, "mantener
el pasado en recuerdo vivo", constituye la esencia de todo estudio
histórico.
[100] 100 Cf. supra, el capítulo
"Tucídides como pensador político".
[101] 101 tucídides, i, 22, 4.
[102] 102
tucídides, i, 22, 1 y 4, al abrazar audazmente en su obra nuevos
caminos, veía ya la fusión esencial de la tradición histórica de la época
antigua con la poesía surgida de los
mitos o de una logografía prosaica afín a la poesía y poco preocupada de la
verdad.
[103] 103 platón, Prot., 325 E-326 A.
[104] 104 Desde este punto de vista se ve con
claridad que tal influencia no podía seguir siendo, en modo alguno, una
influencia de la forma retórica simplemente, sino que tenía que hacerse
extensiva también a los criterios interiores de la paideia retórica, es
decir, a las ideas políticas y a la descripción
de la areté humana o de su reverso.
[105] 105 Isócrates acentúa en la historia
este lado principalmente, que es para él fuente de toda experiencia política ( e)mpeiri/a ). Cf. A Nic., 35. Véase mi estudio
"The date of Isócrates' Areopagiticus and the Athenian Opposition",
en Harvard Classical Studies (vol. especial), Cambridge, 1941, p. 432.
Isócrates subraya el carácter empírico de su filosofía en Sof., 14-15; Elena,
5; Antid., 187, 188, 191, 192.
[106] l06 Un paralelo con esto lo ofrece, en Roma, Cicerón principalmente y
el empleo de los ejemplos históricos en sus discursos.
[107] 107 Cf. el estudio (sugerido por mí) de Gisela schmitz-kahlmann, "Das Beispiel der Geschichte im politischen
Denken des Isokrates", en Philologus, supl. 31. cuad. 42. Dadas las
concepciones políticas conservadoras de Isócrates, una parte muy importante de
los materiales utilizados por él es la historia antigua de Atenas. El empleo
de este material se halla informado por el concepto de los
"antepasados" (πρόγονοι). Cf. Karl jost,
"Das Beispiel und Vorbild der 'Vorfahren' bei den attischen Rednern
und Geschichtschreibern bis Demosthenes", en Rhetorische Studien, ed.
por E. Drerup, vol. 19 (Paderborn, 1936).
[108] 108 La influencia de la Atthis en
la exposición de la historia constitucional de Atenas ha sido estudiada por wilamowitz, Aristóteles und Athen, y
otros. Sin embargo, el fondo político podría concebirse de un modo todavía más
enérgico (Cf. el capítulo siguiente).
[109] 109 A Nic., 42-43.
[110] 110 A Nic., 44.
[111] 111 A Nic., 45 y
4849.
[112] 112 A Nic., 40-41 y 43.
[113] 113 A Nic., 51. Los tres tipos de representantes de la paideia
que Isócrates distingue aquí corresponden a los mencionados en el discurso
sobre los sofistas: los dos tipos principales son los filósofos o erísticos y
los profesores de elocuencia política; el tercero se identifica,
evidentemente, con el de la retórica forense. Cf. Sof., 19-20.
[114] 114
A Nic., 52.
[115] 115 A Nic., 53.
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