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el libro décimo y último de la República
se dedica a una nueva disquisición sobre la poesía y su valor educativo. A
primera vista, resulta extraño que Platón retroceda aparentemente al estudio de
una cuestión concreta, descendiendo de la suprema cumbre alcanzada, desde la
que puede abarcarse con la mirada todo el panorama del camino recorrido, y si
realmente fuese así, es evidente que el resultado sólo podría ser
amortiguador. Sin embargo, como suele ocurrir en Platón, el problema de la
forma entraña un profundo problema filosófico, razón por la cual es importante
llegar a ver claro acerca del método elegido aquí por él. Fácil es comprender,
naturalmente, que la crítica de la poesía expuesta más arriba por Platón a
propósito de la educación de los "guardianes", en la que, situándose
en el punto de vista de una idea superior de Dios y de una moral más elevada,
se formulan objeciones contra ella, es una crítica en la que Platón, bajo la
forma dogmática a que es tan aficionado, sólo apela a la "opinión
certera" del lector, sin trasmitirle ningún verdadero conocimiento acerca
del principio que se toma como base.[1]
En la educación posterior de los "regentes", basada ya en su saber
puramente filosófico, desempeñan un papel importante la poesía y la cultura
"música" en general, razón por la cual Platón no ha tenido hasta
ahora ocasión de decir su última palabra acerca de la misión educativa de la
poesía desde el punto de vista de la filosofía, es decir, del puro conocimiento
de la verdad. Para esto era necesario partir de la teoría de las ideas, que
entretanto se había introducido en el diálogo como tema fundamental de la
educación de los "regentes". Por tanto, está absolutamente
justificado que Platón examine una vez más, sobre esta base, el problema de la
poesía.
Sin embargo, lo esencial es que nos demos cuenta de
por qué Platón procede precisamente aquí a librar esta última batalla decisiva
entre 765
la filosofía y la
poesía. Estamos preparados para poder comprender este rasgo por la conciencia
de que toda la disquisición sobre el estado perfecto, incluyendo la vasta
investigación sobre las formas de degeneración del estado, no son realmente,
como el mismo Platón lo proclama al comienzo, más que un medio para poner de
relieve la estructura moral del alma y la cooperación entre sus partes, proyectándolas
sobre el espejo de ampliación del estado." Por eso la escala de la paideia
incluye también los libros que tratan de las clases de constitución y de
los correspondientes tipos de alma. Sólo desde este punto de vista comprendemos
por qué la disquisición culmina por último en la fundación del "estado en
nosotros", de la personalidad humana, como meta de toda la obra.[2]
En el transcurso de la educación encaminada a la cultura de los
"guardianes" y los guerreros, que incluye también la antigua paideia
musical, nos hemos remontado hasta una forma de cultura filosófica que
aspira a moldear el espíritu de los "regentes" mediante el
conocimiento de la verdad y de la suprema norma. Esta educación pretende dar al
alma como fundamento el orden y la ley que rige dentro de ella misma, es
decir, lo que hay de semejante al estado en su estructura interior y en su modo
de actuar. Entre esta concepción acerca de la esencia de la misión educativa y
el logos filosófico, que Platón pone aquí de relieve como la forma
suprema de la cultura, existe la más estrecha afinidad. La antítesis con la
poesía, que en la fase de la educación de los "guardianes" era
puramente relativa, cobra aquí el carácter absoluto. Las fuerzas ordenadoras y
normativas del alma, que encarna la filosofía, se enfrentan al elemento de
sensación vivida y de imitación que hay en ella y del que brota la poesía como
algo sencillamente superior y exigen de él que dimita o se someta a los
preceptos del logos. Desde el punto de vista "moderno", que
considera a la poesía como simple literatura, este postulado es difícil de
comprender y parece un mandato tiránico, una usurpación de derechos ajenos.
Pero a la luz de la concepción griega de la poesía como la representación
principal de toda paideia, el debate entre la filosofía y la poesía
tiene necesariamente que agudizarse en el momento en que la filosofía cobra
conciencia de sí misma como paideia y reivindica para sí, a su vez, la
primacía de la educación.
Este problema se convierte forzosamente en un ataque
contra Homero, entre otras cosas porque todo el mundo ama a este poeta y, por
tanto, se comprenderá mejor lo serio que es el problema planteado si el ataque
recae sobre él, sobre el poeta por antonomasia. Por eso el Sócrates Platónico
se excusa por atreverse a exponer así a la crítica sus pensamientos secretos
acerca de la poesía.[3]
Hasta ahora, una timidez y un respeto santos sentidos desde niño ante el poeta
le disuadieron de profesar públicamente estas opiniones. Con estas pa-labras,
Platón previene a quienes pudieran sentirse inclinados a acu-
766
sarle de incomprensión o de falta de respeto. Pero
Homero no es tomado como blanco de ataque solamente porque con ello se acentúe
la paradoja filosófica, sino por otras dos razones. Platón enuncia la primera
al comienzo de su disquisición, donde dice de Homero que es el maestro y el
caudillo de la tragedia.[4]
El peso principal del ataque va dirigido contra la poesía trágica, porque en
ella se manifiesta con mayor fuerza el elemento "patético" impulsivo
de la acción que la poesía ejerce sobre el alma.[5]
La segunda razón es la de que Homero tenía que ocupar necesariamente el lugar
central en cualquier debate sobre las pretensiones educativas de la poesía. Era
algo así como la personificación de la paideia en su sentido
tradicional.[6] Esta concepción era ya de
suyo antigua, como hemos puesto de manifiesto más arriba. Ya en el siglo vi a.
c. Jenófanes, el censor de Homero, habla de él como de la fuente de la que
todos han sacado desde el primer momento su sabiduría.[7]
El movimiento espiritual de los sofistas, que hacían resaltar conscientemente
en todas partes el punto de vista educativo, dio nuevo pábulo a esa concepción.[8]
Hacia el final de su polémica, se ve perfectamente claro que Platón se refiere
a un determinado escrito o discurso sofístico en que se mantenía la tesis de
que Homero era el educador de toda Grecia.[9]
Esta idea se razonaba convirtiendo al poeta en maestro de una cultura
enciclopédica universal, capaz de comprender todas las artes (te/knai).[10] Opiniones de esta clase
debían de estar a la orden del día, por aquel entonces. Estos criterios
desempeñaban también, evidentemente, su papel, como lo demuestra el Ión Platónico,[11]
en la interpretación de Homero por los rapsodas, quienes ensalzaban y
explicaban a su poeta. Todavía en la obra de Plutarco, correspondiente a la
época imperial, sobre la vida de los poetas, nos encontramos con el mismo modo
realista-escolar de enfocar la poesía homérica corno la fuente de toda la
sabidu-
767
ría.[12]
Por tanto, Platón lucha contra la opinión general de los griegos acerca del
valor propedéutico de la poesía en general y de la poesía de Homero en
particular.
Nos encontramos aquí en un punto de viraje en la
historia de la paideia griega. La lucha se libra en nombre de la verdad
contra la apariencia. Se recuerda pasajeramente que la poesía imitativa debiera
ser desterrada del estado ideal que se pretende fundar.[13]
Y como el estado ideal tal vez no podrá llegar a realizarse nunca ni en parte
alguna, como Platón acaba de manifestar,[14]
la repudiación de la poesía no significa tanto su alejamiento por la violencia
de la vida del hombre como una delimitación tajante de su influencia
espiritual para cuantos se adhieran a las conclusiones a que llega Platón. La
poesía daña al espíritu de quienes la escuchan, si éstos no poseen como remedio
el conocimiento de la verdad.[15]
Esto quiere decir que la poesía debe hacerse descender a una fase más baja.
Seguirá siendo siempre materia de goce artístico, pero no será asequible a ella
la dignidad suprema: la de convertirse en educadora del hombre. El problema de
su valor se aborda en el punto que tenía que ser necesariamente el decisivo
para Platón, el de la relación entre la poesía y la realidad, entre la poesía y
el verdadero ser.
El ataque de Platón va dirigido principalmente
contra la poesía imitativa. Pero ¿qué es imitación? Platón esclarece esto por
el procedimiento acostumbrado, partiendo de la hipótesis de las ideas.[16]Éstas
designan la unidad de la pluralidad, operada en el pensamiento. Las cosas que
nos trasmiten los sentidos son reflejos de las ideas, es decir, las sillas o
las mesas son reflejo o imitaciones de la idea de la silla o de la mesa, que es
siempre única. El carpintero crea sus productos teniendo presente la idea como
modelo. Lo que produce es la mesa o la silla, no su ide.a.[17]
Una tercera fase de la realidad, además de las de la idea y la cosa trasmitida
por los sentidos, es la que representa el producto del arte pictórico, cuando
el pintor plasma un objeto.[18]
Es esta fase precisamente la que Platón toma como punto de comparación de la
relación existente entre la poesía y la realidad y el ser. El pintor toma como
modelo las mesas o las sillas perceptibles por los sentidos que el carpintero
produce, y las imita en su cuadro. Lo mismo que si alguien pretendiera crear un
segundo mundo colgando su imagen en un espejo, el pintor se limita a trazar la
simple imagen refleja de las cosas y de su aparente realidad.[19]
Considerado como creador de mesas y sillas es, por tanto, inferior al
carpintero, que produce sillas y mesas de verdad. Y, a su 768 vez, el carpintero es inferior a quien ha producido la idea eterna de
la silla o de la mesa, que sirve de pauta para fabricar todas las sillas y las
mesas del mundo. El creador último de la idea es Dios.[20]
El artesano sólo produce el reflejo de la idea. El pintor es, por tanto, el
creador imitativo de un producto que ocupa, desde el punto de vista de la
verdad, el tercer rango. A la misma categoría pertenece el poeta. Éste crea un
mundo de mera apariencia.[21]
De todas las artes que los intérpretes atribuyen a
Homero, sólo una interesa a Platón desde este punto de vista, la única que
destaca para comprobar si verdaderamente la poseía el poeta. No se detiene a
indagar si Homero era, por ejemplo, un gran poeta, como afirma la gente, ni si
poseía realmente todos aquellos otros conocimientos que se ensalzan en él; sólo
le interesa saber si poseía el arte político y si era realmente capaz de educar
a los hombres.[22]
Le pregunta al poeta, como en un examen en toda regla, si alguna vez mejoró a
una ciudad, como los antiguos legisladores, y perfeccionó sus instituciones, o
ganó una guerra, o brindó a los hombres en la vida privada, como Pitágoras y
sus discípulos, el modelo de una nueva vida (βίος). Pero, indudablemente, no llegó a congregar nunca en torno suyo, como
los sofistas, los maestros contemporáneos de la educación, discípulos y
secuaces dedicados a cantar su fama.[23]
Era ésta, indudablemente, una sátira manifiesta contra los sofistas, que
consideraban a Homero y a los poetas antiguos como a iguales suyos, al modo
como lo hace, por ejemplo, Protágoras en el diálogo Platónico.[24]
Según Platón, los poetas, desde Homero, no han hecho más que representar las
imágenes reflejas (είδωλα) de la areté humana, pero sin tocar la verdad,
razón por la cual no podían ser sinceros educadores de hombres.[25]
La poesía es como el esplendor juvenil de un rostro
humano que no es bello de por sí y cuyos encantos desaparecen, por tanto, con
la juventud.[26]
Esta idea ilumina con resplandor fulgurante la situación que ocupa la poesía
en el concepto de Platón. El verdadero factor comparativo es la juventud, el
estado de primer desarrollo del esplendor y de la gracia más completos, el
cual tiene su determinado momento en la vida del individuo y constituye
puramente en cuanto tal un goce para los otros. Pero, al declinar, la juventud
debe ceder el puesto a otras ventajas, y es entonces cuando se pone de relieve,
no pocas veces, que la persona que deja de ser joven carece de belleza
verdadera. Es la conciencia profunda de que la poesía no es una planta que
florezca en todo tiempo, idea que por vez primera empieza a dibujarse en el
espíritu griego. También la vida de los pueblos tiene su juventud, y la
imaginación poética es la compañera más grata de ella. Si consideramos de un
modo demasiado abstracto las 769 reflexiones de Platón acerca de las relaciones entre
la poesía y la filosofía, encontramos en ellas algo de chocante para nosotros,
aun suponiendo que sean perfectamente exactas. Sin embargo, en todas las
verdades proclamadas por Platón sorprende la asombrosa y no pocas veces
profetice capacidad de intuición, que se adelanta, bajo la forma de los
conceptos generales, a las necesidades del kairos del espíritu griego,
preñado de destino. La elevación del yo moral sobre el estado en
descomposición, la sustitución del espíritu creador por la forma poética de
creación, el retorno del alma a sí misma, son todos rasgos que sólo un genio de
primer rango como Platón podía captar como visión de una nueva realidad. Es
cierto que a un hombre como él tenía que serle especialmente grata la
generalidad del pensamiento según el cual la poesía no encierra la belleza
auténtica e imperecedera, que sólo posee la verdad. El poeta, según Platón, no
es hombre de saber en el sentido filosófico de la palabra, ni tampoco de
verdadera opinión, en el sentido de los prácticos no filosóficos, sino que
imita la vida tal como la multitud la considera hermosa y buena.[27]
Su obra es el reflejo de los prejuicios e ideales imperantes, pero le falta el
verdadero arte de la medida sin el cual no es posible sobreponerse al engaño y
a la apariencia.[28] Es notable en todo este
diálogo la ironía de Sócrates, quien viste sus profundas reflexiones con el
conocido ropaje pedantesco y sugiere al lector toda una serie de pensamientos,
con la elección de sus ejemplos de las mesas y las sillas.
Pero la objeción fundamental contra la poesía desde
el punto de vista educativo estriba en algo distinto a esto. No habla a la
parte mejor del alma, la razón, sino a los instintos y las pasiones, a los que
espolea.[29] El hombre moralmente
superior domina sus sentimientos, y cuando se ve sometido a fuertes emociones,
se esfuerza en refrenarlas.[30]
La ley y la razón ordenan poner un freno a sus pasiones, pero la pasión le
impulsa a ceder ante el dolor. La pasión (πάθος) y la ley
son potencias contradictorias entre sí. Los mandatos de la ley apoyan a la
parte pensante del alma en su resistencia contra los instintos.[31]
Pero la poesía se coloca en la fase infantil, y del mismo modo que el niño que
experimenta un dolor lleva la mano a la parte dolorida del cuerpo y llora, la
poesía acentúa todavía más el sentimiento de dolor que representa, imitándolo.
Con ello empuja al hombre a entregarse con toda intensidad a esta sensación, en
vez de acostumbrar al alma a dedicarse con la mayor rapidez posible a la
restauración de las partes del alma afectadas por el mal y a sustituir las
quejas por la curación.[32]
Estos dos conceptos caracterizan 770 maravillosamente
el antagonismo entre el ethos de la poesía trágica y de la filosofía
Platónica. Platón explica la tendencia de la poesía a gustar en toda su
plenitud los sentimientos del dolor por su interés natural en la parte pasional
de la vida del alma humana. Esta parte brinda al intérprete imitativo, que
aspira a lograr al mismo tiempo variación y fuerza de expresión, posibilidades
enormemente mayores que la parte pensante del alma, con su ethos racional y
tranquilo, siempre inalterable. Y esto es aplicable especialmente a las
representaciones que se dirigen a una cantidad numerosa de espectadores, que
asisten a ellas con un estado de ánimo un poco solemne. La parte pasional del
alma se halla siempre excitada y aparece bajo formas múltiples; es, por tanto,
más fácil de imitar.[33]
De todo esto concluye Platón que el poeta imitativo
tiene una influencia mala sobre el alma del hombre, puesto que despierta, nutre
y vigoriza en ella las fuerzas peores, matando en cambio el espíritu pensante,
como los regentes que robustecen los elementos peores dentro del estado.[34]
Platón recuerda una vez más que es ésta la razón por la que destierra de su
estado ideal la poesía imitativa, que no se detiene en esta medida de tipo
policiaco, en la que fácilmente tendemos a pensar ante todo cuando
interpretamos su estado como plan para la fundación de un estado real, sino que
enfoca su conocimiento pura y exclusivamente hacia la meta de la educación del
individuo. Esta meta es la única que mantiene al final del libro noveno,
dejando a un lado como secundario el problema de la realización del estado
perfecto.[35]
Lo que reprocha al poeta imitativo es el "evocar un estado malo en el alma
de cada individuo", al congraciarse con lo que hay en él de irracional.[36]
Es una imagen tomada de la tan combatida práctica de los demagogos, los cuales
se dedican a halagar a la multitud. El poeta incapacita al alma para distinguir
lo importante de lo que no lo es, pues representa las mismas cosas unas veces
como cosas grandes y otras veces como cosas pequeñas, según el fin que en cada
caso persigue. Y esta relatividad es precisamente la que demuestra que el poeta
crea ídolos y no reconoce la verdad.[37]
El reproche más grave es el de que la poesía
corrompe nuestros juicios estimativos. Al escuchar las palabras de un héroe
trágico que se queja de sus penas y se comporta pasionalmente, sentimos un goce
y nos entregamos por entero en manos del poeta. Lo seguimos arrastrados por el
movimiento de simpatía de nuestros sentimientos y ensalzamos como buen poeta a
quien mejor sabe producirnos estás emociones. La "simpatía" es la
esencia de todo efecto poético.[38]
Sin 771 embargo, en nuestra vida privada, cuando
experimentamos algún golpe duro del destino, respetamos precisamente lo
contrario de esta tendencia a someternos a nuestras sensaciones más blandas. En
estos casos, consideramos poco viriles los sentimientos que admiramos cuando
los vemos expresados por los personajes del poeta. Tenemos, pues, el extraño
fenómeno de que en la poesía nos alegra el espectáculo de un hombre que no nos
gustaría ser en la realidad y con el que en verdad nos avergonzaría vernos
identificados.[39]
Dicho en otros términos: nuestro ideal moral del hombre se halla en abierta
oposición con nuestros sentimientos poéticos. La necesidad natural de
lamentarse y llorar, que en la vida se sofoca por la violencia, es satisfecha
por el poeta, y en él la experimentamos como un goce. La parte verdaderamente
mejor de nuestro ser cede en este caso, si está mal educada por la razón y la
costumbre, abandona su vigente resistencia y deja rienda suelta a la necesidad
de lamentarse.[40]
Y se siente plenamente disculpada, puesto que se trata de llorar las penas de
otros y no las propias, y considera incluso como una ventaja pura estas
sensaciones de goce que brotan del hecho de compartir aquellas penas. La
simpatía es, en la poesía trágica, como el sentimiento del ridículo en la
poesía cómica, la fuente de la acción ejercida sobre el ánimo de quien escucha.
Todos nos rendimos a este encanto, aunque son pocos los que advierten el cambio
insensible del propio ser que se opera por virtud del fortalecimiento de estos
impulsos mediante la poesía.[41]
Por todas estas razones, Platón niega a Homero la
categoría de educador del pueblo griego, que se le reconocía de un modo
general. Es, indudablemente, el mayor genio poético y el primer trágico, pero
debemos amarle y respetarle sin salimos de los límites de su competencia. En
el estado perfecto sólo cuadran los himnos dirigidos a los dioses y las
alabanzas en honor de los hombres buenos y excelentes. Platón no querría que se
le tachase de pedantesco.[42]
Opina que la antítesis de la poesía y la filosofía es de por sí antiquísima.
Conoce por experiencia propia la magia de la poesía. Quiere dar a ésta y a los
poetas la ocasión de defenderse y de probar que son no sólo agradables, sino
además útiles para la vida y para el estado, y promete escuchar con la mejor
intención sus argumentos.[43]
Estas defensas de Homero y de la poesía habían sido desarrolladas ya,
indudablemente, por los sofistas, en sus escritos en prosa. Y es probable que
fuese aquella misma obra sofística a cuya existencia nos hemos referido más
arriba,[44]
la que Platón tenía presente al decir esto y la que aplica a Homero por vez
primera esta pauta:
omne tulit punctum qui miscuit utile dulci.[45]
772
Platón compara la poesía con un viejo amor, al que
no acertamos a sobreponernos, aunque hemos llegado a considerarlo como perjudicial
y con el que, por último, rompemos violentamente. Querríamos portarnos bien con
él y que, al analizarlo, resulte lo mejor y lo más verdadero que fuese posible.
Pero si realmente no acierta a justificarse, nos abroquelamos por último con
aquel sobrio conocimiento al que hemos llegado y lo empleamos como fórmula
incantatoria para pertrecharnos contra la vieja magia. Nos decimos, pues, que
la poesía de esta clase no debe tomarse nunca en serio, sino que debemos prevenirnos
contra ella, por miedo a destruir el "estado dentro de nosotros". El
valor educativo de la poesía se mide, única y exclusivamente, por el grado en
que sabe acercar el alma a esta forma interior.[46]
"PAIDEIA" Y ESCATOLOGÍA
La educación por medio de la filosofía ha demostrado
ser la única verdadera. Ningún otro camino fuera de éste conduce a la meta, que
es el fundar el estado dentro del alma misma. Y este objetivo constituye, como
hemos visto, el único que la educación puede proponerse, en un mundo en que la
vida política real no es susceptible de ser mejorada de un modo decisivo.
Aunque al principio pudiera parecer que el propósito fundamental de Platón era
crear un "estado perfecto" gobernado por pocos y supeditar por
completo a sus fines la educación y la ética, en el transcurso de la obra se ha
visto claro como el sol que lo que hace es, por el contrario, erigir la política
sobre la ética, no sólo porque la renovación política debe arrancar de la
educación ética del hombre, sino porque, desde el punto de vista de Platón, no
puede haber para la comunidad y el estado otro principio de conducta que el que
rige para la conducta moral del individuo. El estado perfecto sólo significa,
para Platón, el marco ideal de vida dentro del cual puede la personalidad
humana desenvolverse libremente con arreglo a la ley moral innata en ella, y de
ese modo realizar al propio tiempo dentro de sí mismo la finalidad del estado.[47]Esto
no es posible, según Platón, en ninguno de los estados existentes. En todos
ellos se plantean inevitablemente ciertos conflictos entre el espíritu del
estado y el ethos del hombre que alberga en su alma "el estado
perfecto" y se esfuerza en vivir con arreglo a él, es decir, el ethos del
hombre perfectamente justo.[48]
Si consideramos el estado Platónico desde este punto de vista, vemos que no es
tanto un proyecto encaminado a la reforma práctica del estado como una construcción 773 social, en la que todas las demás consideraciones de la paideia se
supeditan a la formación de la personalidad moral y espiritual. Todo tiende en
ella a la dicha del hombre, pero ésta no estriba en sus deseos o en sus
criterios individualistas, sino que descansa en la salud interior de su alma, o
sea en la justicia. Al final del libro noveno de su obra, Platón reparte los
premios entre los representantes de los diversos tipos de alma y formas de
vida, declarando al hombre justo como el único verdaderamente feliz. Con ello
contestaba al mismo tiempo la pregunta de Glaucón, que había servido de punto
de partida al diálogo fundamental: la de si la justicia en sí, independientemente
de su reconocimiento social, podía hacer felices a los hombres.[49]Sin
embargo, tampoco esto constituye la última palabra acerca de su valor y de la paideia
que conduce a esta meta. El trofeo de esta lucha es más alto, el valor que
aquí se debate, superior a cualquiera de los fines susceptibles de ser
realizados durante el breve periodo que abarca la vida de un hombre.[50]
El marco dentro del cual debemos enfocar la existencia del alma, no es el
tiempo, sino la eternidad. Se trata de su salvación permanente en este mundo y
en el otro. Si la vida terrenal del justo es un único e incesante proceso de
educación para el verdadero estado, que vive como las ideas en el cielo,[51]
toda educación es, a su vez, una preparación para un estado superior del alma,
en la que ya no existe bajo la forma compleja de una bestia multicéfala, del león
o del hombre, sino en su forma pura.
No es necesario entrar a examinar aquí el problema
de la inmortalidad ni detenerse en las pruebas que Platón aduce al llegar aquí
en su apoyo.[52]
Todas ellas tienden a demostrar que si el alma no puede ser destruida por su
propia enfermedad, que es la maldad, no hay nada en el mundo capaz de
destruirla. Platón no toma en cuenta el punto de vista de que la vida del alma
puede depender del cuerpo. Le interesa otro aspecto del alma que el
psicofísico, le interesa el alma como receptáculo de valores morales. Como en
los mitos finales del Gorgias y el Fedón, también en la República
la vemos, al llegar al mismo sitio, envuelta en la luz superior que se
derrama desde el más allá sobre su suerte terrenal. No es posible examinar
este más allá en su contextura física, pues lo impide la forma mítica en que el
filósofo envuelve el misterio de la concatenación del alma con lo
supraterrenal. El juego de la fantasía artística y la profunda seriedad
religiosa que la anima aparecen confundidos aquí como siempre en Platón, y es
muy difícil distinguirlos. Lo mismo que el estado, el alma del hombre no se
muestra nunca tampoco bajo su forma perfecta cuando encarna en la realidad
terrenal. Sólo la vemos en el estado que presenta en Glaucón, cuando emerge de
entre la marejada 774 de la vida, cubierta de
algas y de conchas, a trechos destrozada y rota, deteriorada por las olas, más
semejante a una bestia que a su verdadero ser.[53]
Su verdadero ser sólo se nos revela cuando dirigimos la vista a su amor por el
saber y a los supremos esfuerzos en que se debate para encontrar el camino
hacia lo alto con la conciencia de su divinidad e inmortalidad, y este ser suyo
es simple y no múltiple, a diferencia de los dolores y deformaciones que hemos
descrito y de sus formas.[54]
Así como en la antigua poesía griega se ensalza al
héroe y se describe el premio que sus conciudadanos le disciernen, Platón
establece aquí, siguiendo este precedente, un verdadero catálogo de las distinciones
que confiere al justo.[55]
Y del mismo modo que los poetas antiguos suelen dividir estas promesas en las
que se realizan en vida de quien tiene derecho a disfrutarlas y en la que sólo
se realizan después de su muerte,[56]
el filósofo empieza trazando aquí un cuadro de los honores terrenales
discernidos al justo en su polis, cuadro que, naturalmente, presenta y
debe presentar ciertos rasgos convencionales, para que pueda recordar los
modelos antiguos, y pasa luego a pintar con todo detalle la suerte reservada al
alma del justo, cuando éste muere.[57]
La antigua ética de la polis sólo podía garantizar a sus héroes muertos
la inmortalidad del nombre grabado en su tumba y unido a sus hechos.[58]
En la República Platónica viene a ocupar su puesto la eternidad del alma
y, comparados con ella, resultarían incomparablemente insignificantes cuantos
honores la polis pudiera conferir. La estrella polar del hombre
Platónico no puede ser ya la fama obtenida entre sus conciudadanos, como lo
fuera durante todos aquellos siglos de esplendor de la antigua polis griega,
sino solamente la fama ante Dios. Y esto rige ya para el tiempo de su
permanencia en la tierra, donde Platón antepone su título de "amados de
los dioses" a todos los demás honores humanos.[59]
Y rige sobre todo para 775 el destino
de su alma en la peregrinación milenaria a que se lanza después de separarse
del cuerpo.
En el mito de la República existe, como en el
del Gorgias y el Fe-don, un tribunal del infierno, pero lo
fundamental aquí no es el modo como el juez establece el valor del alma o la
pena. Estas cosas se mencionan al principio, para indicar que al justo le
espera una suerte bienaventurada y al injusto, en cambio, un largo camino de
dolor.[60]
Lo decisivo en el aspecto ultraterrenal del estado es la opción de las formas
de vida (bi/wn
ai(/resij) que se realiza al final de la
peregrinación.[61] El número de almas es
limitado y, después de terminar su estancia en el más allá, deben retornar a
la tierra y cobrar una nueva existencia. La teoría de la trasmigración de las
almas, que Platón recoge aquí de la tradición órfica, le permite explicar en un
sentido más profundo la propia responsabilidad moral del hombre, que es la
premisa suprema de toda acción educativa. Es en este sentido como él trasforma
la idea de la metamorfosis. Hace una tentativa audaz para conciliar la
conciencia moral del deber, que vive en nosotros, con la antigua fe griega,
contrapuesta a ella, en el demon, que encadena mágicamente todos los
actos del hombre, desde el principio hasta el final.
La idea de la paideia presupone la libertad
de opción; [62] sin embargo, la acción
del demon pertenece a la órbita de la ananke.[63]Ambos
modos de concebir la vida humana son legítimos dentro de sus propios confines.
La vieja concepción griega distinguía en proporciones cada vez mayores de la
idea tradicional de la ceguera enviada por los dioses y que precipitaba
ignorantemente al hombre a la perdición, una segunda até, provocada por
la propia culpa del hombre y a sabiendas. Ésta habíase convertido con Solón en
el germen de una nueva conciencia ética de la responsabilidad y de ella 776 había surgido el mundo de pensamientos de la
tragedia griega.[64] Pero la concepción
trágica de la culpa y del castigo entrañó constantemente el dualismo implícito
en aquella doble manera de concebir la esencia de la até y era incapaz
de sobreponerse a él. Mientras la incerteza de esta contradicción irreductible
pesase sobre la conciencia, no podía estar segura de alcanzar su última meta la
fe Platónica en el poder de la educación que abordaba su empresa con una fuerza
arrolladora y a la que la República dio su forma definitiva. Sin
embargo, Platón no podía resolver este problema de los problemas con los medios
del sobrio análisis del alma y el arte ético de la medida. Lo único que le
parece posible es proyectar una solución interior como la que flota ante su
espíritu en el mundo superior del más allá, del mismo modo que la antigua
poesía coronaba su modo de concebir el destino humano como un escenario divino
superior, en que encontraban su solución final los problemas humanos. Esta
imagen sólo es asequible en sus contornos más generales a la mirada espiritual
del hombre, razón por la cual no puede ser razonada en detalle por la
inteligencia.
Ya en su primer análisis de la paideia musical
de la antigua poesía había combatido Platón la idea de que los dioses son los
culpables de los extravíos trágicos de los hombres y los que precipitan a la
ruina casas enteras.[65]
En realidad, este modo de pensar destruye toda paideia, puesto que exime
al hombre de toda responsabilidad. Por eso la obra de Platón alcanza su apogeo
en aquel pasaje del mito final en que, después de destronar a la poesía, se
proclama el logos de Láquesis, la hija de Ananke.[66]
Un profeta levanta los signos y los paradigmas de las diversas formas de vida (βίος) de sus rodillas, donde las depositara ya Homero. Pero no los adjudica
directamente a los mortales, siguiendo el fallo de una ineluctable necesidad.
Grita esto a las almas que claman por su reencarnación: "¡No os elegirá
vuestro demon, sino que sois vosotras las que tenéis que elegirlo a
él!" El alma tiene que aceptar la vida elegida por ella, a la que se halla
encadenada ya de un modo permanente. "La areté no es propiedad de
nadie. Cada cual participa de ella en mayor o menor medida, según que la
enaltezca o la deshonre. La responsabilidad es del que elige su suerte. Dios no
es responsable." De este modo las almas realizan su opción del futuro bíos
ante nuestros ojos y lo que eligen de entre las suertes de Láquesis se ve
corroborado por las otras dos moiras: Cloto y Átropos. La elección es
irrevocable.
En el mismo momento en que somos testigos de esta
escena y de la advertencia del profeta, vemos acercarse a la primera alma y
realizar su opción. Elige la vida del poderoso tirano y sus estentóreas
acusaciones contra el destino y los dioses llenan los aires tan pronto como
advierte la carga de dolores y de culpas que ha echado 777 sobre sus hombros con la ansiada elección.[67]
La injusticia de sus quejas salta aquí a la vista. Es el viejo problema de la
teodicea que desde Homero se trasmite a lo largo de la poesía de los griegos.
pasando por Solón y por Esquilo.[68]
Este problema se revela otra vez al llegar al nuevo apogeo de la cultura moral
a que Platón da el nombre de "República". Platón retiene el
característico rasgo homérico según el cual el hombre peca a pesar de la
advertencia previa de los dioses.[69]
Ese rasgo se sitúa, como el mismo acto de la opción, en un único momento
decisivo anterior a la vida, pero el alma que elige no es una hoja virgen
todavía de escritura. Ha recorrido ya el ciclo de los nacimientos y su opción
se halla predeterminada por la vida que la ha precedido. Platón pone esto de
relieve a la luz de muchos ejemplos en que las almas humanas eligen la
existencia de determinados animales afines al sentido y al espíritu de su vida
anterior.[70] El cantor, por ejemplo,
elige la figura del cisne, el héroe la del león. Tersites reencarna en un mono,
Agamemnón en un águila. Odiseo, con su gran experiencia, es el único que no
elige una vida hecha de fama, de hazañas y sufrimientos, sino un destino nuevo,
humilde y sin apariencia alguna, la vida de un particular insignificante y
retraído, que tras larga búsqueda encuentra. No en vano ha aprendido que la
riqueza, el esplendor y el poder, no son la dicha, como no lo es tampoco lo
contrario de ellas, y que lo mejor es una vida intermedia.[71]
El único saber que tiene un valor es el saber
elegir, que capacita al hombre para adoptar la verdadera decisión. Tal es el
sentido del mito, explicado por el propio Platón. El gran peligro para todos es
el elegir el destino de vida, que para el filósofo es sinónimo de forma de vida
o de ideal de vida. Por eso debe esforzarse en adquirir el saber que le
capacita para realizar esa elección, sin preocuparse de ninguna otra cosa.[72]
Este punto de vista esclarece definitivamente lo que es la paideia. La
extraordinaria seriedad con que Platón concibe este problema y lo convierte en
el único asunto que verdaderamente domina toda la existencia del hombre, se
expresa en el postulado de que el hombre debe prepararse en esta vida con
todas sus fuerzas para poder realizar la elección que deberá hacer en la otra
vida cuando, tras una peregrinación milenaria, se disponga a descender
nuevamente sobre la tierra para vivir una vida superior o inferior.[73]Ahora
no es un ser libre en el pleno sentido de la palabra, sobre 778 todo si se ve embarazado para ascender por sus antiguas culpas. Pero
puede, no obstante, laborar en la obra de su liberación, siempre y cuando luche
por seguir el camino ascendente.[74]
Si el hombre "se esfuerza por marchar siempre hacia arriba", su
liberación se llevará a cabo en una vida nueva.
[1]
1 Que la cultura
de los "guardianes" sólo descansa en una opinión acertada (o)rqh\ do/ca), y no sobre
el saber (e)pisth/mh), se dice claramente al tratar de las virtudes de la clase de los
guerreros y de los "guardianes" en sentido estricto, es decir, de los
"regentes". La areté específica de los guerreros, la valentía, se
define como "la opinión acertada con respecto a lo que debe temerse y a lo
que no debe temerse" (Rep., 430 B), pues no poseen ningún conocimiento del
bien ni, por tanto, la suprema valentía socrática, que se basa en él. En
cambio, los "regentes" poseen saber y sabiduría, y el estado posee
esta sabiduría solamente gracias a que aquéllos existen en él. Cf. Rep., 428 D-E.
[2] 2 Rep., 368 D-E.
[3]
3 Cf. supra, p.
761.
[4] 5 Rep., 595 C 1. Cf. 598 D 8.
[5]
6 Cf. la disquisición sobre el concepto
de la imitación (μίμησις) artística, Rep., 595 C ss.
[6]
7 Cf. la crítica de Homero como educador, en
Rep., 598 E 55.
[7]
8 Cf. jenófanes,
frag. 9 Diehl: e)c a)rxh=j kaq' (/Omhron e)pei\
memaqh/kasi pa/ntej.
[8] 9 Cf. supra, pp. 271 s.
[9]
10 Rep., 606 Ε: w(j th\n
(Ella/da pepai/deun ou(=toj o( poihth/j.
[10] 11 Cf. Rep., 598 E.
[11] 12
La descripción que Sócrates hace en Ión, 531 C, del contenido tan complejo del
mundo de las ideas homéricas, se parece mucho a la de la Rep., 598 E. En 533
E-534 C, pone en duda que este saber del poeta descanse en una τέχνη, es decir, en un saber pericial, y otro tanto
puede aplicarse, según él, a los intérpretes del poeta, los cuales, al igual
que el poeta mismo, sólo hablan por inspiración divina. La punta de este
pensamiento va dirigida contra la teoría sofística de que el espíritu educativo
de Homero descansa sobre su saber universal, aunque en el Ión esta teoría no
se cite expresamente como en la República, 598 D-E (e)peidh/ tinwn
a)kou/omen). La encontramos
citada también en jenofonte, Simp.,
iv, 6.
[12] 13 seudo plutarco, De vit. et poes. Hom., 1073 C s.,
se propone demostrar que Homero no se
hallaba solamente en posesión
de todas las reglas del arte retórico, sino que dominaba
también plenamente la filosofía y las artes
liberales.
[13] 14 Rep., 595 A 5.
[14] 15 Rep., 592 A 11-B.
[15] 16 Rep., 595 Β 6.
[16] 17 Rep., 595 C ss.
[17] 18 Rep., 596 B.
[18] 19 Rep., 596 E-597 B.
[19] 20 Rep., 596 D.
[20] 21 Rep., etg B-D.
[21] 22 Rep., 597 D-E. Cf. 599 A, 599
D 2.
[22] 23 Rep., 599 C.
[23] 24 Rep., 599 D-600 E 3.
[24] 25 Prot., 316 D ss.
[25] 26 Rep., 600 E 5.
[26] 27 Rep., 601 B.
[27] 28 Rep., 602 A-B.
[28] 29 Rep., 602 C 7-D. Cf. sobre la
filosofía considerada como arte de la medida, Cf. supra, pp. 504, 686.
[29] 30 Rep., 603 C.
[30] 31 Rep., 603 D-E.
[31] 32 Rep., 604 B.
[32] 33 Rep., 604 C-D.
[33] 34 Rep., 604 D-605 A.
[34] 35 Rep., 605 B.
La imagen de la alimentación (τρέφειν) empleada aquí y en
606 D 4, indica de qué modo tan directo determina esta acción de la poesía la
cultura del hombre, pues, según Platón
(Cf. supra, pp. 492, 6985.), toda paideia es un fenómeno de
alimentación, en el sentido espiritual de la palabra.
[35] 36
Cf. supra, pp. 761 s.
[36] 37 Rep., 605 Β 7.
[37] 38 Rep., 605 C.
[38] 39 Rep., 605 C 10-D.
[39] 40 Rep., 605 E.
[40] 41 Rep., 606 A.
[41] 42 Rep., 606 B-D.
[42] 43 Rep., 606 E-607 A.
[43] 44 Rep., 607 B-C.
[44] 45
Cf. supra, pp. 765 s.
[45] 46 Rep., 607 D.
[46] 47
Cf. Rep., 607 E-608 B. Hay que fijarse en la frase ή
τοιαύτη ποίησις, que aparece dos veces, es decir, toda la
poesía de esta clase (mimética), lo que deja abierta la puerta a otras clases
de poesía. Cf. 607 A 4. Una referencia renovada al "estado en
nosotros" como meta y pauta por la que debe medirse la admisibilidad de
la poesía, 608 Β 1, como ya antes en 605 Β 7.
[47] 48
Cf. sufra, rp- 760 ss.
[48] 49 Cf. Rep., 591 E-592 B.
[49] 50 Rep., 488 B ss.
[50] 51 Rep., 608 C.
[51] 52 Rep., 592 B: el verdadero estado existe como
paradigma en el cielo.
[52] 53 Rep., 608 D-610 E.
[53] 54 Rep., 611 C-D.
[54] 55 Rep., 611 E-612 A.
[55] 56 Rep., 612 D. Cf. sobre esto lo que dijimos acerca de la promesa de recompensa para
la verdadera areté en Tirteo, Cf. supra, pp. 96 ss.
[56] 57 Cf. mi análisis de esta
poesía en Tyrtaios Über die wahre Areté,
en Sitz. Berl. Akad., 1932, pp. 537 s.
[57] 58 La
descripción Platónica de la
recompensa de la
areté se divide en los honores
conferidos al justo en esta, vida (612 D s.) y en el más allá (614 A ss.). Lo
verdaderamente nuevo aquí es el desplazamiento del centro de gravedad de los
honores de este mundo, conferidos por la comunidad política, al hombre que sólo
comienza al otro lado de la esfera social.
Sin embargo, la recompensa
terrenal no puede faltar del todo; así lo exige, aparte de otras cosas,
la continuidad de la antigua y arraigada forma de la ética de la polis, que
encontró también su expresión en la poesía.
Por eso lo que Platón dice acerca de la posición que ocupa el justo en
esta vida se mueve dentro de la órbita de la poesía antigua.
[58] 59 Cf. tirteo,
frag. 9, 31-42.
[59] 60 El capítulo que trata de la recompensa del
justo en esta vida se divide en los honores que disfruta cerca de los dioses
(612 E-613 B), y los que le atribuyen los hombres (613 Β 9-614 A).
[60] 61 Rep., 614 E-615 A.
[61] 62 Rep., 617 D ss.
[62] 63 Cf. Rep., 617 E. El concepto de la
opción (ai(rei=sqai, ai(=resij) en
sentido ético aparece ya desde muy
temprano en Platón, en
relación con el
problema de la conducta acertada (pra/ttein, pra=cij). Distinto
conceptualmente de él es el acto político de la opción. En el sentido ético de una decisión
interior, este concepto aparece empleado por vez primera por Platón en la
APol., 39 A, y en Critón, 52 C. Allí se trata de Sócrates como modelo de una decisión interior vital. Ésta
aparece por vez primera más
que como un problema filosófico en Prot., 356 E y Gorg., 499 E. En este último pasaje, es sinónima de acción
en sentido intensivo y aparece transcrita también en 500 A con el concepto
de "selección" (e)kle/gesqai). En
ambos pasajes, tanto en el Protágoras como en el Gorgias, se trata de la
elección de un medio para el logro de un fin (τέλος). Platón elabora dialécticamente estos
conceptos sacándolos directamente
del lenguaje. Aristóteles, en su
Ética, construye luego su teoría de la voluntad sobre esta base.
[63] 64 En Rep., 617 C, las tres moiras aparecen
designadas como hijas de Ananke y luego se destacan una vez más en la sentencia
de Láquesis, 617 D 6. El daimon aparece
en primer término como algo suprapotencial que parece excluir toda posibilidad
de libre opción.
[64] 65
Estas ideas han sido razonadas más en detalle por mí en Solons Eunomie (Sitz.
Berl. Akad., 1926). Cf. también supra,
pp. 145 ss.
[65] 66 Rep., 308 A-C.
[66] 67 Rep., 617 D-E.
[67] 68
Rep., 619 B.
[68] 69 Cf. Solons Eunomie (loc. cit., p. 73), y supra, p. 143.
Platón formula el antiguo
problema de que el hombre no
se culpa a sí mismo, sino a
la tyché y al daimon; Rep., 619
C.: ou) ga\r e(auto\n ai)tia=sqai tw=n kakw=n a)lla\ tu/xhn kai\ dai/mona...
[69] 70 Cf. las
palabras del profeta en Rep., 617 E, 619 B. Sobre la
admonición de la antigua teodicea griega, Cf. Solons Eunomie (loc. cit., p. 76).
[70] 71 Rep., 620 A.
[71] 72 Rep., 620 C.
[72] 73 Rep., 618 B s.s.
[73] 74 Cf. Rep., 615 A, 621 D.
[74] 75
Rep., 621 C 5.
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