(212) el florecimiento de
la poesía aristocrática empezaba ya a decaer en el siglo v. Sin embargo, entre
el dominio de la nobleza y el estado popular, representan los tiranos un
estadio de transición. Su importancia para la historia de la educación no es
menor que para la del desarrollo del estado. Nos hemos referido ya repetidas
veces a ellos. Es preciso ahora estudiarlos detenidamente. Como lo vio con
justeza Tucídides, los tiranos de Sicilia, para cuyos representantes Hierón y
Terón escribió Píndaro sus grandes poemas, constituyen sólo un aspecto de la
tiranía. En este puesto adelantado del mundo griego, frente al poderío
creciente de Cartago en el mar y en el comercio, el "dominio de uno
solo" fue mucho más perdurable que en la Grecia propiamente dicha. En la
Hélade este periodo de la evolución política halló su término con la caída de
los pisistrátidas atenienses en 510. La tiranía de Sicilia dependía de
condiciones completamente distintas de las necesidades interiores de orden
político y social que se daban en la metrópoli y en las colonias orientales. No
era en menor medida el exponente de la fuerza militar y la política exterior de
las grandes y poderosas ciudades de Sicilia, Agrigento, Gela y Siracusa que la
manifestación de la caída del antiguo dominio aristocrático y la elevación al
poder de la masa. Aun más tarde, después de medio siglo de democracia, las
necesidades interiores, fundadas en el interés nacional, dieron lugar a la
tiranía de Dionisio. En ello se funda, a los ojos de Platón, la justificación
histórica de su existencia.
Volvamos ahora al estado de Atenas y de las ricas ciudades del istmo
al mediar el siglo VI, en el momento en que se inicia en la metrópoli el
desarrollo de la tiranía. Atenas representa el último estadio de esta
evolución. Solón lo prevé en los poemas de su vejez y tuvo que ver al fin lo
que desde largo tiempo hubo previsto. Aunque hijo de la nobleza ática, rompió
valientemente con las concepciones heredadas de su casta. Prefigura en sus
poemas, bosqueja en sus leyes e incorpora a su acción un nuevo tipo de vida
humana, cuya perfecta realización es independiente de los privilegios de la
sangre y de la posesión de las riquezas. En su reclamación de justicia para el
pueblo trabajador oprimido, nada más lejos de sus previsiones que la
democracia que hubo de proclamarlo más tarde su fundador. Aspiraba tan sólo a
la depuración moral y económica de los fundamentos del antiguo estado
aristocrático, en cuya decadencia, ciertamente, nunca había pensado. Pero los
nobles no habían aprendido nada de la historia ni aprendieron ahora nada de
Solón. Al retirarse éste, consumado su mandato, se encienden las luchas de partido
con nueva violencia. (213)
La lista de los arcontes instruyó ya a Aristóteles que en estas
décadas, de las cuales no sabemos nada, debieron de ocurrir graves disturbios
en el orden del estado, que pasaron años enteros sin arconte alguno y que uno
de ellos intentó conservar su cargo durante dos años. Los nobles de la costa,
los propietarios rurales del interior y los de los distritos pobres y
montañosos de Ática, la denominada Diacria, formaban tres departamentos. En la
cúspide se hallaban las familias más poderosas. Cada una de ellas trataba de
atraerse el apoyo del pueblo. Evidentemente éste empezaba a ser ya un factor
con el cual era preciso contar, por su gravísimo descontento, a pesar de que no
estaba organizado y carecía de caudillos. Pisístrato, el caudillo del partido
noble de los Diacrios, colocaba con gran tacto en una situación desfavorable a
los miembros de otras estirpes que, como los Alcmeónidas, eran más ricas y
poderosas. Para ello buscaba apoyo en el pueblo y le hacía concesiones. Después
de varios intentos fracasados para tomar el poder en sus manos y de haber sido
varias veces desterrado, consiguió al fin, con ayuda de una guardia personal,
que no luchaba militarmente con lanzas, sino con porras, escalar el mando. El
dominio así conseguido se robusteció tanto durante su largo reinado que a su
muerte pudo dejarlo en herencia a sus hijos sin perturbación alguna.
La tiranía es de la mayor importancia, no sólo como fenómeno
espiritual del tiempo, sino también como fuerza impulsora del profundo proceso
de educación que se produce con el hundimiento del dominio de los nobles y la
aparición del poder político de la burguesía en el siglo VI. Hemos de
detenernos en el examen de la tiranía ateniense, que es la. que conocemos con
mayor precisión, considerándola como un ejemplo típico. Pero hemos de echar
primero una mirada sobre el desarrollo anterior de este fenómeno social en los
demás estados griegos.
De la mayoría de las ciudades griegas donde existió no conocemos mucho
más que el nombre y algunos hechos del tirano. Sobre la manera como nació y las
causas que lo provocaron sabemos poco y mucho menos todavía sobre la
personalidad de los tiranos y el carácter de su dominio. Pero la sorprendente
unanimidad con que se produjo este fenómeno en todas las ciudades griegas a
partir del siglo VII, demuestra que las causas de su aparición eran las mismas
en todas partes. En los casos del siglo VI, que conocemos mejor, el origen de
la tiranía se halla profundamente vinculado a los grandes cambios económicos y
sociales, cuyos efectos conocemos por lo que nos han trasmitido Solón y
Teognis. El creciente desarrollo de la economía monetaria frente a la economía
natural produjo una revolución en el valor de las propiedades de los nobles,
que habían constituido hasta entonces el fundamento del orden político. Los
nobles, apegados a las antiguas formas de economía, se hallaban en un plano de
inferioridad ante los propietarios de las nuevas fortunas adquirídas (214) con el comercio y la industria. Y aun entre las
antiguas estirpes se establecía un abismo por el cambio de posición de algunas
de las antiguas familias que se consagraron también al comercio. Algunas
familias, como cuenta Teognis, se empobrecieron y no pudieron mantener su
antigua posición social. Otras, como los Alcmeónidas de Ática, reunieron tales
fortunas que su poderío se hizo insoportable para sus compañeros de clase y
éstos no pudieron resistir a la tentación de luchar para conseguir el poder
político. Los pequeños campesinos y arrendatarios, endeudados con los
propietarios aristocráticos, fueron conducidos por una legislación opresora,
que otorgaba a los propietarios todos los derechos sobre los siervos, a la
adopción de ideas radicales, y los nobles, descontentos, pudieron fácilmente
alcanzar el poder que anhelaban ofreciéndose como caudillos a esta masa
política desamparada. El refuerzo del partido de los nobles propietarios con
la clase de los nuevos ricos advenedizos, con la que en tiempo alguno han
simpatizado, fue desde el punto de vista moral y político un beneficio dudoso,
puesto que el abismo entre la masa desposeída y la antigua clase aristocrática,
poseedora de la cultura, se agrandó todavía con ello y se hizo todavía más
clara la oposición puramente material y brutal entre pobres y ricos, lo cual
constituyó un motivo inagotable de agitación. Así, se hizo posible que el demos
sacudiera el dominio opresor de los nobles. La mayoría se hallaba
plenamente satisfecha una vez conseguida su ruina. El ideal positivo de la
fuerza soberana del "pueblo libre" se hallaba todavía más lejos de aquella
masa acostumbrada a través de los siglos a la servidumbre y a la obediencia.
Por entonces era mucho menos capaz de él que en tiempos de los grandes
demagogos, sin cuya ayuda tampoco lo hubiera logrado después; y con razón
Aristóteles, en la Constitución de Atenas, utiliza su acción como
directriz para su interpretación de la historia de la democracia ateniense.
Encontramos la tiranía casi al mismo tiempo en la metrópoli, en Jonia
y en las islas, donde naturalmente parece que debiera de haberse iniciado
antes a causa de su desarrollo espiritual y político. Alrededor del año 600 o
poco después, hallamos el poder político en manos de conocidos tiranos en
Mileto, Éfeso y Samos. que mantenían estrechas relaciones con sus congéneres
de Hélade. A pesar de ser un fenómeno de pura política interior, o acaso por
eso mismo, los tiranos se hallaban unidos unos a otros por una solidaridad
internacional fundada con frecuencia en enlaces matrimoniales. Con ello se
anuncia la solidaridad tan habitual en el siglo V entre las democracias y las
oligarquías. Así. nace por primera vez —y ello es un hecho memorable— una
política de alto vuelo que, por ejemplo, en Corinto, Atenas y Megara, fue
llevada hasta las colonias. Es típico de estas colonias el hecho de que se hallaran
en una conexión mucho más estrecha con sus metrópolis que las fundaciones
primitivas de este tipo. Así. Sigeion servía directamente de punto de apoyo de
Atenas (215) en el Helesponto; Corinto
estableció un punto de apoyo en el Mar Jónico con la conquista de Corcira, y en
los territorios tracios mediante la fundación de Potidea. En la metrópoli,
Corinto y Sicyon se hallan en la cúspide de la evolución y les siguen Megara y
Atenas. La tiranía de Atenas se mantenía con el auxilio de los tiranos de Naxos,
y Pisístrato prestaba, en cambio, su apoyo a éstos. También en Eubea se instala
pronto la tiranía. Algo más tarde se establece en Sicilia, donde había de
alcanzar su mayor fuerza. El único tirano siciliano de importancia en el siglo
VI es Falaris de Agrigento, a quien se debe el florecimiento de esta ciudad. En
la metrópoli, la más alta manifestación de la tiranía, a pesar de todo lo bueno
que pueda decirse de Pisístrato, se halla representada por Periandro de Corinto.
Su padre Cipselo, después de la caída del régimen aristocrático de los
Baquiades, fundó una dinastía que se mantuvo por varias generaciones. Su
periodo de mayor esplendor fue el señorío de Periandro. Así como la
importancia de Pisístrato se halla en el hecho de haber preparado la futura grandeza
de Atenas, Periandro llevó a Corinto a una altura que declinó con su muerte
para no alcanzarla ya jamás.
En las demás regiones de la metrópoli se mantenía el régimen
aristocrático. Se apoyaba, ahora como siempre, en la propiedad territorial, y
en algunos lugares, como Egina, plaza puramente comercial, también en las
grandes riquezas. En parte alguna se mantuvieron los tiranos por más de dos o
tres generaciones. La mayoría de las veces eran derribados de nuevo por la
nobleza, ya experimentada en la política y segura de sus fines. Pero, sin
embargo, el usufructo de la revolución la mayoría de las veces cae pronto bajo
el dominio del pueblo, como en Atenas. La causa principal de la caída de los
tiranos es, por lo regular, como lo observa Polibio en su teoría de las crisis
y los cambios de los regímenes políticos, la incapacidad de los hijos y los
nietos, que sólo heredan del padre la fuerza y no el vigor espiritual, y el mal
uso del poder recibido del pueblo en un despotismo arbitrario. Los tiranos se
convirtieron en el terror de la caída aristocracia y lo legaron a sus sucesores
democráticos. Pero el odio a la tiranía es sólo una forma unilateral de la
lucha por el poder y la reacción. Como dice ingeniosamente Burckhardt, en cada
griego había un tirano, y ser tirano constituía para todos tal ensueño de
felicidad que Arquíloco no encontró forma mejor para caracterizar a su contento
carpintero que decir que no aspiraba a la tiranía. Para los griegos, el dominio
de un hombre solo, de bondad realmente sobresaliente, se hallaba "de
acuerdo con la naturaleza" (Aristóteles) y se sometía a él de mejor o peor
grado.
La antigua tiranía es algo intermedio entre la realeza patriarcal de
los tiempos primitivos y la demagogia del periodo democrático. Manteniendo las
formas exteriores del estado aristocrático, trataba el tirano de reunir en lo
posible todos los poderes en sus manos y (216)
en las del círculo de sus partidarios. Para ello se apoya en una fuerza militar
no muy grande, pero eficaz. Estados incapaces de constituir por sí mismos un
orden eficaz y legal, de acuerdo con la voluntad de la comunidad o de una
fuerte mayoría, sólo podían ser gobernados por una minoría armada. La
impopularidad de esta constricción que no pudo suavizarse ni aun con la
costumbre, obligó a los tiranos a contrapesarla mediante el cuidadoso
mantenimiento de las formas exteriores de elección para los cargos, el cultivo
sistemático de la lealtad personal y la prosecución de una política económica
favorable al público. Pisístrato compareció algunas veces ante los tribunales
de justicia cuando se hallaba implicado en algún proceso. para demostrar el
dominio ilimitado del derecho y de la ley. Esto producía una gran impresión en
el pueblo. Las antiguas familias aristocráticas eran sometidas por todos los
medios. Los nobles que podían convertirse en rivales peligrosos eran
desterrados o se les encargaban tareas honrosas en otros lugares del país.
Así, Pisístrato sostuvo a Milcíades en su importante campaña para conquistar y
colonizar el Quersoneso. Pero ni aun el pueblo quería que se concentrara en la
ciudad y pudiera convertirse en una fuerza organizada y peligrosa. Razones
políticas y económicas los movieron de consuno a proteger a los distritos
rurales, por lo cual éstos les profesaron vivo afecto. La tiranía fue
denominada por muchos "el reino de Cronos". es decir, la edad de oro.
y se contaba toda clase de simpáticas anécdotas sobre las visitas personales
del señor a los campos y de sus conversaciones con el pueblo sencillo y
trabajador cuyo corazón ganó con su afabilidad y con la disminución de las
contribuciones. En esta política se hallaban íntimamente mezclados la
prudencia, el tacto político y un instinto profundo y certero de las
necesidades del campo. Supo evitar a las gentes los viajes a la ciudad para
asistir a la corte de justicia, y para ello se trasladaba personalmente al
campo en calidad de juez de paz y celebraba allí sus sesiones.
Desgraciadamente, sólo podemos trazar un cuadro tan completo de la
política interior de los tiranos en lo que hace referencia a Pisístrato. y aun
en este caso sólo porque Aristóteles, fundándose en las antiguas crónicas
áticas, lo bosquejó de antemano. No es posible abrazar en su conjunto el
factor económico de este cuadro. Sin embargo, es realmente decisivo. Todo lo
político se refiere sólo a las soluciones que aconsejan las necesidades del
momento. Lo interesante del nuevo estado es su éxito. Sólo es posible
atribuirlo al gobierno personal y todopoderoso de un hombre realmente dotado
que ponía su fuerza entera al servicio del bien del pueblo. Es posible dudar de
si en todas partes fue así. Pero sólo podemos juzgar de una forma como la
tiranía por sus mejores representantes. A juzgar por el éxito, fue un periodo
de rápidos y felices progresos.
Desde el punto de vista espiritual es posible comparar la conducta de
los tiranos en el curso del siglo VI con la de sus contrarios políticos, (217) los grandes legisladores y aisymnetas que
se establecieron con extraordinario poder en otros lugares para fundar
instituciones permanentes o para restablecer un orden momentáneamente
perturbado. Estos hombres actuaron principalmente mediante la creación de una
norma ideal que encarnaba la ley. lo cual no excluía la participación política
de los ciudadanos, mientras que el tirano impedía la iniciativa individual e
interponía constantemente su acción personal. No era un educador de la
burguesía en la universal areté política, pero. en otro sentido, se
convertía en su modelo. El tirano es el prototipo del hombre de estado que
apareció más tarde, aunque carecía de su responsabilidad. Dio el primer ejemplo
de una acción previsora y de amplias miras, realizada mediante el cálculo de
los fines y de los medios internos y externos y ordenada según un plan. Fue. en
verdad, el verdadero político. El tirano es la manifestación específica del
creciente desarrollo de la individualidad espiritual en la esfera del estado,
del mismo modo que lo fueron, en otras esferas, el poeta y el filósofo. En el
siglo IV, cuando surgió el interés general por individualidades importantes y
nació, como un nuevo género literario, la biografía, el objeto preferido de sus
descripciones fueron los poetas. los filósofos y los tiranos. Entre los
denominados siete sabios, que alcanzaron su celebridad al comienzo del siglo
VI, hallamos, al lado de legisladores, poetas y otros personajes de este
género, tiranos como Periandro y Pitaco. Especialmente significativo es el
hecho de que casi todos los poetas de aquel tiempo desarrollaron su existencia
en la corte de los tiranos. La individualidad no es. pues, un fenómeno de masa,
es decir, una nivelación general del espíritu, sino una verdadera e íntima
independencia. Razón de más para que las cabezas independientes trataran de
unirse entre sí.
La concentración de la cultura en aquellos centros trajo consigo una
poderosa intensificación de la vida espiritual que no quedó limitada al
estrecho círculo de los creadores, sino que se extendió por la totalidad del
país. De este tipo fue la acción de las cortes de Polícrates de Samos, hijo de
Pisístrato de Atenas, de Periandro de Corinto, de Hierón de Siracusa. para no
citar más que los nombres más brillantes. En Atenas conocemos de un modo más
preciso y riguroso el desarrollo y las condiciones de la tiranía y podemos
apreciar mejor lo que significa la irradiación de la cultura de la corte en el
arte, la poesía y la vida religiosa, para el desarrollo espiritual de Ática. En
ella vivieron Anacreonte, Simónides, Pretinas, Lasos, Onomácrito. Allí se halla
el origen de las representaciones escénicas, cómicas y trágicas, el más alto
desarrollo de la vida musical del siglo v, las grandes recitaciones de Homero,
que ordenó Pisístrato para las fiestas nacionales que se celebraban con todo esplendor
en las Panateneas, las grandes fiestas dionisiacas y el consciente cultivo del
arte ateniense en la plástica, la arquitectura y la pintura. Por primera vez en
aquel tiempo alcanzó Atenas el título (218) de
ciudad de las musas que ha conservado perennemente. De la corte irradiaba un
nuevo, gozoso y más alto espíritu de empresa y un sentido más fino del placer.
En un diálogo falsamente atribuido a Platón se denomina a Hiparco, un hijo
menor de Pisístrato, el primer esteta, el "erótico y amante del
arte". Fue un hecho trágico que el puñal del tiranicida alcanzara a este
hombre políticamente inofensivo y lleno de alegría vital. Mientras vivió, fue
generoso protector de los poetas y no sólo de aquellos que, como Onomácrito,
falseaban oráculos en interés de la dinastía y dieron pábulo a las necesidades
de moda de la corte, mediante el cultivo de una nueva religiosidad oculta y
mística, amañando cantos épicos enteros bajo el nombre de Orfeo. Los tiranos
tuvieron que dejar caer públicamente al comprometido personaje, antes de que le
volvieran a encontrar en el destierro.
El escándalo, empero, no disminuyó los servicios de la dinastía a la
causa de la literatura. Desde entonces brota de los simposios áticos la
corriente inagotable de toda clase de poesía y del culto a las musas. Los
tiranos tenían a honor ser celebrados con sus torneos de carreras como
vencedores en los juegos nacionales de los helenos. Prestaban su apoyo a toda
clase de concursos agonales. Fueron una Poderosa palanca en la elevación de la
cultura general de su tiempo, e ha afirmado que el gran desarrollo de los
festivales religiosos y la solicitud por las artes, que es rasgo característico
de los tiranos griegos, nacían sólo del designio de apartar a la masa inquieta
de la política y de distraerla sin peligro. Aunque estos designios marginales
se hallaran en juego, la consciente concentración en esta tarea demuestra que
consideraban sus cuidados como una parte esencial de la vida en comunidad y de
la actividad pública. El tirano se muestra así como un verdadero
"político"; fomenta en los ciudadanos el sentimiento de la grandeza
y el valor de su patria. El interés público por estas cosas no era ciertamente
algo nuevo. Pero aumentó súbitamente de un modo asombroso con el apoyo de los
poderes y la posesión de medios. El interés del estado por la cultura fue signo
inequívoco del amor de los tiranos hacia el pueblo. Siguió, después de su
caída, en el estado democrático, que no hizo más que seguir el ejemplo de sus
predecesores. Desde entonces no fue posible ya pensar en un organismo de
estado plenamente desarrollado sin una actividad sistematizada en este orden.
Verdad es que las actividades culturales del estado consistieron
predominantemente en la glorificación de la religión mediante el arte y en la
protección de los artistas por el soberano, y este magnífico empeño no puso
jamás al estado en conflicto consigo mismo. Esto sólo hubiese sido posible en
una poesía que hubiera intervenido en la vida pública y en el pensamiento más
profundamente de lo que era permitido a los poetas líricos de la corte de los
tiranos, o mediante la ciencia y la filosofía que no existían en aquel tiempo
en Atenas. Jamás hemos oído de una vinculación (219)
de los tiranos a las personalidades filosóficas. Consagraban, en cambio, sus
mejores fuerzas a la propagación general y a la pública valoración del arte y a
la formación musical y gimnástica del pueblo.
El mecenazgo de muchos tiranos del Renacimiento y de las cortes reales
posteriores, con todos los servicios que prestaron a la vida espiritual de su tiempo,
nos aparece como algo forzado, como si aquel género de cultura no tuviera
raíces profundas ni en la aristocracia ni en el pueblo y fuera sólo capricho
lujoso de una pequeña capa de la sociedad. Es preciso no olvidar que ya en
Grecia ocurrió también algo parecido. Las cortes de los tiranos griegos, al
finalizar el periodo arcaico, son algo parecido a las de los primeros Médicis.
También ellos concibieron la cultura como algo separado del resto de la vida,
como la crema de una alta existencia humana reservada a pocos, y la regalaban
generosamente al pueblo que era enteramente ajeno a ella. La aristocracia jamás
hizo semejante cosa. La cultura que poseían no se podía trasmitir de este modo.
Ahí reside su importancia perenne, aun después de la pérdida de su poder
político, para la educación y formación del pueblo. Sin embargo, pertenece a la
esencia misma del espíritu la facilidad de separarse y crearse un mundo propio
en el cual halle condiciones más favorables para su actividad que en medio de
las rudas luchas de la vida cotidiana. Las personas de espíritu preeminente
gustan de dirigirse a los poderosos de la tierra. O, como reza la anécdota
atribuida a Simónides, el miembro más preeminente del círculo de Pisístrato:
los sabios deben dirigirse a las puertas de los ricos. Con creciente refinamiento,
las artes y las ciencias caen gradualmente en la tentación de circunscribirse a
unos pocos conocedores e inteligentes. El hecho de sentirse privilegiados une
al hombre de espíritu y a su protector aun a pesar de su mutuo menosprecio.
Así ocurrió en Grecia al finalizar el siglo VI. A consecuencia del
desarrollo de la vida espiritual de los jonios, la poesía de los últimos
tiempos arcaicos pierde toda vinculación con la vida social. Teognis y Píndaro,
fieles a los ideales de la nobleza, constituyen una excepción. De ahí su
modernidad y su mayor proximidad a Esquilo, poeta del estado ático en tiempo de
las guerras pérsicas. Estos poetas representan, aunque a partir de puntos de
vista distintos, la superación del arte puramente virtuoso del tiempo de los
tiranos y se hallan respecto a él en una posición análoga a la de Hesíodo y
Tirteo ante la épica de los últimos rapsodas. Los artistas que se agrupan en
torno a Polícrates de Samos, Periandro de Corinto y los hijos de Pisístrato de
Atenas, los músicos y poetas del tipo de Anacreonte, Ibico, Simónides, Lasos,
Pratinas y los grandes escultores del mismo periodo son, en el sentido más
acendrado de la palabra, "artistas", hombres de una prodigiosa
maestría, aptos para cualquier tarea y capaces de moverse con seguridad en una
sociedad cualquiera, pero (220) sin raíces en parte
alguna. Cuando la corte de Samos cerró sus puertas y Polícrates, el tirano, fue
crucificado por los persas. Anacreonte trasladó sus tiendas a la corte de
Hiparco en Atenas y le enviaron un navío de cincuenta remos para traerlo. Y
cuando cayó el último vástago de los Pisistrátidas de Atenas y fue condenado al
destierro. Simónides se trasladó a la corte de los Scopadas de Tesalia, hasta
que allí también se derrumbó el techo de la sala y sucumbió la dinastía
entera. Es altamente simbólica la anécdota que nos cuenta que Simónides fue el
único superviviente. Anciano de ochenta años, emigró todavía a la corte del
tirano Hierón de Siracusa. La cultura de estos hombres era análoga a su
existencia. Podía entretener y divertir a un pueblo inteligente y amante de la
belleza como el ateniense, pero no era capaz de penetrar en lo más íntimo de su
alma. Así como los atenienses de las últimas décadas anteriores a Maratón se
adornaban con perfumados vestidos jonios y prendían cigarras de oro en sus
magníficas cabelleras, así adornaban la ciudad de Atenas las esculturas y las
armoniosas poesías de los jonios y los peloponesios en la corte de los tiranos.
Llenó el aire con todos los gérmenes artísticos y con la riqueza de pensamiento
de todas las estirpes griegas y creó así la atmósfera en que pudieron
desarrollarse los grandes poetas áticos para orientar el genio de su pueblo en
la hora de su destino.
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