miércoles, 27 de diciembre de 2017

Donald Kagan.- La guerra del Peloponeso Capítulo 33 La restauración (410-409)

 PARTE VII

 

 

LA CAÍDA DE ATENAS


Después de sus desastrosas pérdidas en Sicilia, el conflicto civil que hizo estragos en Atenas en el año 411 debería haber sido el golpe de gracia y, por lo tanto, debería haber conducido a su derrota definitiva en la guerra; sin embargo, con una notable resistencia, la restaurada democracia ateniense continuó en la lucha durante siete años más. Incluso cuando sus enemigos consiguieron el apoyo del Imperio persa, los atenienses fueron capaces de recuperar el control sobre el mar y hacer que los espartanos pidieran la paz una vez más. La democracia restaurada se benefició de las victorias ganadas por los Cinco Mil, se ocupó de los problemas prácticos de la ciudad y fue capaz de inspirar de nuevo las poderosas lealtades y el ímpetu popular que, anteriormente, habían llevado a Atenas a la grandeza.



 Capítulo 33

 

 

La restauración (410-409)


Tras la batalla de Cícico, los peloponesios habían perdido entre ciento treinta y cinco y ciento cincuenta y cinco trirremes en unos pocos meses. Atenas controlaba el mar en todas partes, así como el acceso a los vitales suministros de alimento desde las tierras del mar Negro. Ni el dinero persa ni el fuerte en Decelia parecían asegurar la victoria del enemigo, y ninguna otra estrategia parecía aplicable en ese momento. Aún más, los atenienses habían tomado suficientes prisioneros como para hacer que el enemigo —al igual que había ocurrido en el 425— estuviera deseando una paz que los devolviera a casa.
LA OFERTA DE PAZ DE ESPARTA

Los espartanos, por consiguiente, transgrediendo su tratado con Persia, pidieron la paz. Endio, que encabezaba las negociaciones y que era un hombre muy cercano a Alcibíades, se encargó de exponer la propuesta espartana: «Nosotros deseamos la paz con vosotros, hombres de Atenas, y que cada parte mantenga las ciudades que controla en este momento, pero que abandone las guarniciones que mantenga en el territorio del otro, y que intercambie los prisioneros, un ateniense a cambio de un laconio» (Diodoro, XIII, 52, 3).
El cese de la guerra, la devolución de Pilos por Decelea y un intercambio de prisioneros hubieran sido términos perfectamente aceptables para los atenienses, pero mantener el statu quo en el imperio era un asunto completamente diferente. Los espartanos conservaban todavía el control de Rodas, Mileto, Éfeso, Quíos, Tasos y Eubea en el Egeo; un cierto número de lugares en la costa tracia; Abido en el Helesponto, y Bizancio y Calcedonia en ambos lados del Bósforo. La opinión más seguida era la de que «los más razonables entre los atenienses» favorecían la aceptación de estos términos, pero la Asamblea los rechazó, engañada por «expertos belicistas que acumulaba beneficios privados gracias a los problemas públicos» (Diodoro, XIII, 53).
De acuerdo con esta interpretación, los atenienses rechazaron la paz debido a que habían permitido temerariamente que lideres populares imprudentes tuvieran influencia, y de entre ellos el más destacado fue Cleofonte, «el demagogo mayor de ese período» (Diodoro XIII, 53, 2). Este personaje fue, por una parte, el blanco favorito de los ataques satíricos que llevaron cabo los poetas cómicos y, por otra, objeto de desprecio y de odio por parte de escritores más serios. Los comediógrafos lo despreciaban por ser un fabricante de liras (al igual que denigraban a Cleón por ser un curtidor, a Lisicles por ser un comerciante de ganado, a Éucrates por comerciar con lino y a Hipérbolo por dedicarse a fabricar lámparas), un humilde artesano sin conexiones familiares de importancia. De su madre se rumoreaba que era bárbara, y de él mismo se decía que era un codicioso extranjero. Escritores más serios lo describen como un borracho, un asesino y un completo insensato en lo relativo a su comportamiento público. Pero, aunque su estilo puede haber sido vehemente e indecoroso, este retrato está cargado de prejuicios y es muy poco acertado. Cleofonte era ateniense, y su padre había servido como general en 428-427. Es posible que incluso él hubiera sido general y un miembro del cuerpo de oficiales de finanzas conocido como poristai. Después de su muerte, un conocido orador observó, sin faltar a la verdad, que Cleofonte «había dirigido todos los asuntos del Estado durante muchos años» (Lisias, XIX, 48). Al parecer, era propietario de un taller o una fábrica, lo que le permitió ocupar una posición económica desahogada, como su padre.
Ya que la propuesta de paz fue presentada durante la Constitución de los Cinco Mil, Cleofonte debió de ser un hombre de estatus hoplítico, al menos, aunque probablemente más alto, lo que le capacitaba para tomar parte en los debates. En contra de la crítica de que sólo actuaba por motivos de interés particular, está el hecho de que no haya referencia alguna de que fuera acusado de desfalco o corrupción, en una época en que eran muy corrientes tales acusaciones contra los políticos; también hay pruebas de que murió como un hombre pobre.
Cleofonte mantuvo una opinión optimista acerca de las perspectivas que Atenas tenía en la guerra, y defendió el seguir luchando hasta que se hubiera conseguido una victoria total. Sin duda era un personaje muy persuasivo, si bien muchos otros atenienses, comprensiblemente impresionados por el magnífico triunfo de Cícico que atribuyeron con entusiasmo a Alcibíades, creyeron sinceramente que bajo su liderazgo «recuperarían rápidamente su imperio» (Diodoro, XIII, 53, 4). Pero existían otras razones legítimas para rechazar la oferta espartana, más allá de las derivadas meramente de un deleitarse en la victoria o en un optimismo sobre las perspectivas de futuro: si la paz fracasaba, como había ocurrido después del 421, los atenienses estarían en un peligro mucho mayor que en aquella ocasión.
Por el momento, la victoria ateniense en Cícico había destruido la flota espartana, pero también había dejado los estrechos libres a la navegación de los barcos mercantes que traían los alimentos necesarios para Atenas desde el mar Negro.
Sin embargo, existía la posibilidad de que Farnabazo pudiera construir una nueva flota para los peloponesios, y quizás incluso una más grande que la anterior. Además, desde Bizancio y Calcedonia, el enemigo podía cerrar la ruta del grano y amenazar a Atenas con el hambre. Los atenienses estaban, también, escasos de fondos, con muchas de las rentas del Imperio en manos espartanas, con lo que el enemigo podía ofrecer mejor paga por los servicios de remeros experimentados procedentes del Imperio. Atenas estaría en una difícil posición para mantener y manejar una flota que tendría que ser enviada al Helesponto para intentar derrotar de nuevo al enemigo. Pero no había certeza alguna de que pudiera repetirse tal victoria, y, sin embargo, con que se produjera una sola gran derrota de sus fuerzas, Atenas perdería la guerra.
Por otra parte, una rápida acción podía privar al enemigo de sus bases a lo largo de la ruta al mar Negro, y asegurar la navegación por los estrechos. Los atenienses también tendrían, así, una magnífica oportunidad de recuperar sus territorios perdidos en el Egeo, al tiempo que rentabilizaban la impresión producida por su victoria en Cícico, lo que animaría a sus aliados y atemorizaría a sus enemigos. La recuperación tanto de las ciudades perdidas ante el enemigo como del control del mar, colocaría a las finanzas atenienses en un nivel semejante al que tenía previamente, permitiendo así la mejora de la flota, al tiempo que desalentaría la defección de remeros experimentados.
Los atenienses tenían también motivos para esperar que la alianza entre Esparta y Persia no durase mucho. Tisafernes había encolerizado a los espartanos y perdido su confianza. Ataques subsiguientes sobre las tierras de Farnabazo, sin duda anonadado por el resultado de Cícico, podían conducir a que el sátrapa persa y el rey abandonaran su implicación en los asuntos griegos. El Gran Rey, que gobernaba un vasto imperio frecuentemente agitado por rebeliones, podía decidirse a abandonar la guerra en sus fronteras occidentales si se enfrentaba a una seria revuelta en otro lugar. Por último, la oferta espartana de una paz separada con Atenas iba en contra de su tratado con Persia y podía, por lo tanto, producir una ruptura de las relaciones entre ambos. A la luz de estas realidades y posibilidades, la decisión de los atenienses de rechazar la oferta de paz no tiene por qué ser juzgada como algo imprudente, sino como algo perfectamente comprensible.
LA DEMOCRACIA RESTAURADA

Dos meses después del rechazo de la propuesta de paz, los Cinco Mil accedieron a la restauración de la plena democracia que Atenas había practicado antes de la introducción de los proboloi en el 413. La transición fue gradual, pero tuvo que ser, sin duda, un momento decisivo, cuando los poderes exclusivos de los Cinco Mil fueron abolidos y los plenos derechos políticos regresaron por entero al cuerpo de los ciudadanos. Ese momento pudo haber llegado después del rechazo de la oferta de paz de Esparta. Aunque el triunfo en Cícico puede ser considerado un factor de unidad, la iniciativa de paz espartana que se derivó de esa victoria ateniense produjo el enfrentamiento entre facciones. Los moderados debieron de estar entre «los atenienses más razonables» que coincidían en la necesidad de aceptarla, aunque la mayoría pensaba claramente de otra forma. El debate sobre la paz —el único evento importante del que tenemos noticia entre la batalla de Cícico y la restauración de la democracia— probablemente fue el acontecimiento que condujo al derrocamiento de los Cinco Mil. Una vez que fue tomada la decisión de continuar la guerra, fue sencillo para los atenienses concluir que aquellos que querían la paz no podían ser por más tiempo los hombres a los que se podía confiar la dirección del Estado para alcanzar una victoria total. El rechazo a la oferta espartana equivalía, por lo tanto, a una derrota del gobierno en un voto de confianza.
La controversia que guió a la restauración de los demócratas también tuvo muchas ventajas. Éstos encontraron un líder inteligente y eficaz en Cleofonte, mientras Terámenes, el mejor portavoz de los moderados, estaba de servicio en Crisópolis; el cautivador Alcibíades tampoco estaba en la ciudad. Básicamente, cualquiera que hablara en favor de la democracia en Atenas contribuía a mantener, de manera implícita, la moral alta. Esa forma de gobierno contaba ya con un siglo de antigüedad, además de tener la adhesión de una gran mayoría, que la contemplaba como su forma de gobierno más tradicional y natural. La oligarquía, de cualquier clase que fuera, era considerada como una innovación a la que Atenas había accedido sólo en las horas más oscuras de su historia, cuando ninguna otra solución parecía posible. Por consiguiente, los líderes políticos demócratas rápidamente aprovecharon la oportunidad de regresar al régimen tradicional. En junio del 410, alguien propuso la abolición de los Cinco Mil y la restauración de la tradicional Constitución democrática, pero no sabemos quién o qué grupo lo hizo. A comienzos de julio, la vieja democracia estaba firmemente asentada y aprobando furiosas leyes para defenderse de sus enemigos.
Las políticas de la recién restaurada democracia forman un programa consistente, coherente y completo para hacerse cargo de la dirección de la guerra bajo un régimen completamente democrático y eficaz. La legislación introducida en 410-409 cubría asuntos de carácter constitucional, legal, financiero, social y espiritual, y contribuyó a guiar a una ciudad que se había recuperado de la derrota y de la desesperación y conseguía éxitos impresionantes.
El primer documento conocido de la democracia restaurada comienza con la fórmula democrática tradicional: «Decretado por el Consejo y el Pueblo» (Andócides, Sobre los misterios, 96). «El Pueblo» hace referencia a la Asamblea, mientras que «el Consejo» es el antiguo Consejo de los Quinientos, elegido por sorteo de entre todas las clases de ciudadanos. Después de la experiencia de los consejos oligárquicos, los demócratas pusieron nuevos límites incluso en el Consejo democrático, que al parecer perdió ciertos poderes como el de decidir la pena de muerte o imponer multas por encima de quinientos dracmas sin el consentimiento de la Asamblea o de los tribunales populares. Otra nueva ley obligaba a que los miembros del Consejo tuvieran asignados sus asientos por sorteo, en un esfuerzo por reducir la influencia de las facciones, cuyos integrantes solían sentarse juntos.
El rápido cambio de los Cuatrocientos a los Cinco Mil y el regreso a la plena democracia produjo una considerable confusión en cuanto a las leyes. Ambos regímenes, a pesar de su brevedad, habían nombrado comités para examinar, cambiar e introducir nuevas leyes, lo que alarmó a los demócratas, impulsándoles a dar validez cuanto antes a los estatutos tradicionales. Nombraron un cuerpo de secretarios (anagrapheis) encargados de publicar una versión autorizada de las leyes de Solón y de la ley de Dracón sobre el homicidio.
Sin embargo, las antiguas normas habían fallado a la hora de proteger la democracia de la subversión, por lo que los atenienses decretaron una nueva ley por la que todo aquel que tomara parte en la destrucción de la democracia o que ejerciera un cargo en un régimen después de la supresión de la misma sería declarado enemigo de Atenas; tales hombres serían ejecutados con impunidad, y todas sus posesiones se convertirían en propiedad pública. El pueblo fue requerido para prestar un juramento de lealtad a esta ley, que fue inscrita en piedra a la entrada de la cámara del Consejo, y que permanecería en vigor a lo largo del siglo IV.
En el año 409, los atenienses dieron la ciudadanía y recompensaron con una corona dorada y otros beneficios a los hombres que habían matado a Frínico dos años antes. En los años que siguieron, hubo una avalancha de acusaciones dirigidas contra los anteriores integrantes de los Cuatrocientos, contra los que habían detentado cargos bajo su régimen y contra todo el que los hubiera ayudado, si bien la pertenencia a los Cuatrocientos no era un crimen en sí misma. Las penas derivadas de las condenas en un juicio incluían exilio, multas y pérdida de los derechos de ciudadanía. Sin duda, algunas de las acusaciones eran producto de la corrupción y pueden ser consideradas como poco más que formas de extorsión, lo que originó una fuerte crítica hacia los demócratas por parte de algunos componentes de los grupos sociales más elevados. La democracia ateniense, sin embargo, se comportó con un cierto autocontrol si la comparamos con otros regímenes victoriosos en guerras civiles en otros Estados, que a menudo condenaban a muerte a los miembros de las facciones perdedoras o los enviaban al exilio en gran número meramente por haber pertenecido al grupo que abandonaba el poder. Por otra parte, la democracia no declaró proscritos a los miembros de los Cuatrocientos, algunos de los cuales fueron elegidos para los cargos más elevados en el nuevo régimen, incluso como generales. No fueron promulgados decretos con carácter retroactivo, y las acciones que fueron emprendidas lo fueron contra individuos particulares y, siempre, por delitos específicos. Ni ejecuciones generales ni exilios tuvieron lugar, y las penas parecen haber sido asignadas en proporción a la gravedad del delito.
Con la restauración de la democracia, llegó la vuelta al pago por participación en el Consejo o en los jurados, así como por otros servicios públicos. La guerra había infligido un gran sufrimiento sobre los pobres y traído pobreza a muchos que antes no habían conocido la necesidad, por lo que Cleofonte introdujo una nueva subvención pública llamada diobelia, cuyo nombre deriva de que el receptor recibía dos óbolos (la tercera parte de un dracma) diariamente. Probablemente se entregaba a ciudadanos necesitados, siempre que hubiera dinero disponible.
En años posteriores, hubo voces críticas que denunciaron la diobelia como una forma de soborno y corrupción, así como un estímulo al innato deseo humano por conseguir beneficios que comenzaba con pequeñas sumas para ir incrementándose con el tiempo. Sin embargo, cuando fueron propuestas, tales medidas eran necesarias y no suponían un coste excesivamente elevado para las arcas de la ciudad.
Incluso así, los atenienses continuaban en la necesidad de hacerse con una gran cantidad de dinero para continuar la guerra, y aunque el tesoro estaba casi vacío, la recuperación del prestigio y poder atenienses después de Cícico prometía generar nuevos ingresos. Aunque los Estados sometidos habían estado incumpliendo sus pagos, los atenienses, con su nueva confianza en sí mismos, restauraron el viejo sistema de tributos en lugar de la tasa sobre el comercio, esperando recoger de ese modo tanto las rentas atrasadas como las actuales. La democracia restaurada también tenía la intención de imponer otro impuesto directo de guerra (eisphorá), que hizo su aparición inicial en el año 428, si bien parece que sólo fue recaudado en otra ocasión antes de que acabara la guerra. Los pobres no pagaban estos impuestos, pero muchos griegos, incluyendo a los atenienses, no eran muy amigos de los impuestos directos, de cualquier tipo que fueran, hasta el punto de que la nueva democracia ateniense recurrió a ellos sólo cuando la necesidad era imperiosa.
La reanudación del programa de construcción de la Acrópolis, que había estado paralizada desde la expedición a Sicilia, también contribuyó a la carga financiera. Aunque la continuación de la construcción puede haber sido considerada como una forma de ayuda a los necesitados, el nuevo programa era realmente muy pequeño si lo comparamos con la serie de grandes obras emprendidas antes de la guerra, y consistió sólo en un parapeto para el templo de Atenea Niké, además de las obras de acabado del templo de Atenea Poliada (el Erecteo, como se conoce hoy en día). No hacían falta muchos trabajadores, y el período de trabajo para el que se les contrataba era breve. Inscripciones de los informes relativos al proyecto revelan que sólo veinte de setenta y un trabajadores eran ciudadanos, mientras que el resto eran esclavos o residentes extranjeros. No hay motivos para creer que los políticos demócratas organizaran proyectos de construcción para dar trabajo a los votantes. Deberíamos imaginar un propósito más amplio: el esfuerzo por revivir el espíritu de los grandes días de Pericles. La visión de los grandes y nuevos edificios significaría traer de vuelta la confianza, la esperanza y el coraje a los hombres que debían obtener la victoria sobre enemigos formidables después de sufrir terribles desgracias.
El parapeto puede haber sido un monumento a la gran victoria obtenida en Cícico, mientras que la terminación del Erecteo parece haber sido fruto de un acto de piedad cívica. Si la era de Pericles había sido una edad de progreso y de puesta en duda de la tradición, los sufrimientos de la guerra, la peste y la derrota habían provocado un giro hacia cultos extranjeros místicos y orgiásticos. Incluso con la racional y científica escuela hipocrática de medicina en su momento álgido, los atenienses importaron de Epidauro el culto a Asclepio, el dios representado por una serpiente, que curaba milagrosamente.
Fue en este ambiente cuando la democracia ateniense eligió usar valiosos fondos para terminar el templo de Atenea Poliada, la sede más antigua de la diosa de la ciudad, protectora de la misma Acrópolis. El recinto del Erecteo también contenía los altares más antiguos de la Acrópolis, conectados con cultos a la fertilidad y a divinidades terrestres, y cultos de héroes cuyos orígenes se extendían a la remota Edad del Bronce; tumbas de los antiguos reyes legendarios; el milagroso olivo de Atenea; la marca del tridente y las fuentes salinas dejadas por Poseidón; la hendidura en la que se creía que el dios niño Erectonio guardaba la Acrópolis en forma de serpiente, y tantos otros.
La culminación de las obras del Erecteo, por consiguiente, fue tradicional en sus objetivos, tanto como la publicación de las antiguas leyes de Dracón y Solón. Ambas fueron emprendidas para ganar el favor de los dioses y para conferir confianza y coraje a los atenienses cuando tuvieran que enfrentarse a las tareas que les esperaban.
LA REANUDACIÓN DE LA GUERRA

En julio, Agis intentó aprovecharse del reciente cambio de régimen en Atenas para atacar la ciudad. Sin embargo, los atenienses, unidos ante el peligro, habían preparado la defensa. La visión del ejército ateniense ejercitándose fuera de las murallas de la ciudad hizo que Agis se retirara a Decelia. No obstante, antes de que pudiera retirarse por completo, las tropas atenienses alcanzaron a algunos enemigos rezagados. El inmediato éxito en la escaramuza que siguió contribuyó a elevar la confianza en el nuevo régimen. Durante ese mismo verano, fuerzas antiespartanas se hicieron con el control en Quíos, mientras que la ciudad de Neápolis, en la costa tracia, repelió un ataque llevado a cabo por tasios unidos a tropas peloponesias, manteniéndose leal a Atenas. Los espartanos sufrieron un revés adicional en el invierno de 410-409, cuando su colonia de Heraclea de Traquinia fue derrotada por sus vecinos; en el curso del enfrentamiento, perecieron cerca de setecientos colonos y el propio gobernador espartano. De mayor importancia fue la entrada de Cartago en una guerra contra Siracusa en el verano del 409. La invasión cartaginesa obligó a los siracusanos a retirar su flota del Egeo y del Helesponto, lo que privó a los espartanos de sus aliados navales más capaces, osados y decididos.
A pesar de estos acontecimientos, el año 410-409 trajo más pérdidas que ganancias a los atenienses. En el verano del 411-410, antes de la restauración democrática, una nueva guerra civil en Corcira sacó a esta isla de la gran guerra, un auténtico golpe para Atenas. Una pérdida mucho más seria fue la captura espartana del fuerte ateniense en Pilos, que liberó a Esparta de una gran incomodidad y privó a Atenas de una valiosa baza que utilizar en futuras negociaciones. El verano siguiente, Atenas también perdió Nisea a manos de los megareos, aunque se demostró claramente que el teatro decisivo de las operaciones militares estaba en el mar, en el Egeo y en los estrechos, donde los atenienses sufrieron serios reveses también. Una flota espartana bajo el nuevo almirante Cratesipidas consiguió recuperar Quíos para los peloponesios, si bien un problema mucho más serio fue el fracaso ateniense en explotar la gran victoria de Cícico en los estrechos. A pesar de haber sido una victoria impresionante, dejó en manos del enemigo ciudades como Sesto, Bizancio y Calcedonia. Debido a que Famabazo había entregado a los espartanos dinero después de la batalla para financiar la construcción de otra flota tan grande como la que había sido destruida, los atenienses estaban obligados a luchar para obtener la supremacía en el Helesponto, a menos que pudieran evitar que el enemigo se hiciera con los puertos más estratégicos. Si querían realmente recuperar las ciudades rebeldes y las rentas que proveían, necesitaban moverse en el Egeo con rapidez. Sin embargo, desde diciembre del 411 a abril o mayo del 409 Trásilo, el general que había regresado para conseguir refuerzos, permaneció en Atenas, y entre la primavera del 410 y el invierno del 409-408 los generales atenienses en el Helesponto no emprendieron ninguna campaña significativa.
Realmente los atenienses tenían buenos motivos para esperar hasta el 409 para enviar una nueva fuerza al Helesponto. El despliegue de fuerzas navales que, finalmente, partió incluía cincuenta trirremes, cinco mil de sus remeros equipados como peltastas e infantería ligera; mil hoplitas y cien jinetes, sumando once mil hombres en total. Incluso con el bajo nivel de la paga en vigor después del desastre en Sicilia —tres óbolos por día—, el coste de una expedición como ésta sería de casi treinta talentos al mes, y la flota no se haría a la mar sin que hubiera sido distribuido un salario equivalente a la paga de varios meses. Los transportes para los hoplitas y los jinetes serían un gasto añadido, además de que el Estado debería proporcionar las armas a los peltastas. Sin embargo, los fondos procedentes de varias fuentes no estuvieron disponibles para incrementar un tesoro muy empobrecido, por lo que los atenienses no tuvieron preparado un número suficiente de trirremes hasta el 409.
Al final, Trásilo partió en el verano de ese año, pero no al Helesponto, sino hacia Jonia, vía Samos. Aunque los atenienses que estaban en los estrechos habían perdido en ese momento la ventaja creada por la victoria de Cícico, no parecían estar amenazados por un peligro inmediato. En cambio, Jonia ofrecía excelentes oportunidades. Sin flota espartana que la protegiera, Tisafernes había sido debilitado por las revueltas en Mileto, Cnido y Antandro, en el área de su satrapía, mientras simpatizantes de Atenas acechaban en la mayoría de las ciudades jonias, esperando una oportunidad para atraerlas hacia el bando ateniense. Las victorias que se obtuvieran allí ganarían prestigio para Atenas y un dinero desesperadamente necesario, al tiempo que la zona serviría de punto de apoyo para acciones más vitales en el Helesponto, hacia donde Trásilo tenía órdenes de dirigirse tras completar su tarea en Jonia.
Trásilo llegó a Samos en junio del 409, y rápidamente desembarcó en la tierra continental de Jonia para recuperar el control sobre las ciudades perdidas, hostigar el territorio de Tisafernes y recoger botín. Tras conseguir pequeños éxitos, incluyendo la recuperación de Colofón, sufrió una derrota en Éfeso que le obligó a renunciar a la campaña jonia. En su lugar, navegó hacia el norte siguiendo la costa y alcanzó el Helesponto justo antes del invierno.

Los fallos de Trásilo en Jonia revelaron sus defectos como general. En dos ocasiones, malgastó el tiempo, devastando el área y permitiendo que el enemigo se preparara para el ataque. Si hubiera avanzado de inmediato contra Éfeso, los atenienses podrían haber tomado la ciudad tan fácilmente como habían tomado Colofón. En la batalla por conquistar la ciudad, también empleó tácticas deficientes, al dividir sus fuerzas con pésimos resultados. Aunque la primera gran campaña del nuevo régimen democrático fue un fracaso, la mayor parte de la fuerza de Trásilo estaba intacta, y todavía habría tiempo de conseguir resultados importantes, bajo el mando de líderes más experimentados y hábiles.

No hay comentarios:

Publicar un comentario