LOS COMPROMISOS OCCIDENTALES DE ATENAS
En la primavera del 425, los atenienses enviaron una
flota de cuarenta trirremes alrededor del Peloponeso bajo el mando de Sófocles
y Eurimedonte, con órdenes de reforzar la posición de Pitodoro en Sicilia. Sin
embargo, antes de que llegaran surgieron problemas. Los siracusanos y los
locros habían vuelto a capturar Mesina y, en Italia, los locros también habían
atacado Regio, la base ateniense de operaciones y un importante aliado en
aquella área. Cada derrota minaba las oportunidades de los atenienses de
conseguir nuevos aliados, un conjunto de relaciones que formaban el núcleo de
su estrategia occidental. Los refuerzos atenienses serian capaces de restaurar
el statu quo, pero las noticias
procedentes de Sicilia no habían alcanzado la flota antes de que ésta partiera,
por lo que navegaba sin prisa.
También existían dificultades en Corcira. Cuando
Eurimedonte hubo partido de allí, después de permitir que los demócratas
locales eliminaran a sus oponentes, quinientas víctimas potenciales habían
escapado al continente, donde ocuparon posiciones fortificadas susceptibles de
ser utilizadas como bases para atacar la isla. Sus incursiones causaron una
hambruna en la ciudad, y tras solicitar en vano ayuda a Corinto y a Esparta,
finalmente decidieron contratar mercenarios por su cuenta. Esta fuerza
combinada desembarcó en Corcira, quemó sus barcos como prueba de su
determinación de permanecer hasta conseguir la victoria, y fortificó el monte
Istone, desde donde podrían dominar el territorio. Su éxito animó a los
peloponesios a enviar sesenta barcos con el objeto de tomar la isla. Aunque
ignorantes de la incursión peloponesia, muchos atenienses todavía creían que
salvar Corcira era un objetivo mucho más valioso para la flota que la campaña
en Sicilia.
Demóstenes tenía, sin embargo, una tercera intención
al desplegar al oeste la escuadra ateniense. Su espléndida campaña en Acarnania
había hecho olvidar el recuerdo del desastre etolio, y se había convertido en
un general electo para el año que comenzaría a mediados del verano, el 425.
Aunque en ese momento era un civil sin mando, tenía un plan para desembarcar en
la costa de Mesenia, desde donde confiaba en causar importantes daños al
enemigo; para eso, también necesitaba una flota.
Cada opción tenía sus ventajas, y las tres merecían
ser llevadas a la práctica simultáneamente por escuadras separadas, pero los
atenienses no tenían el dinero ni, quizá, los hombres para emprenderlas todas.
No obstante, siguiendo una política más audaz, enviaron su flota con órdenes
que, en otras circunstancias, podían haber causado extrañeza. A Sófocles y
Eurimedonte se les ordenó navegar hacia Sicilia, «pero también que cuando
estuvieran pasando junto a Corcira prestaran apoyo a los de la ciudad, que
estaban siendo atacados por los que estaban en la montaña». También se les dijo
que permitieran a Demóstenes «utilizar los barcos en la costa del Peloponeso si
él así lo deseaba» (IV, 3-4).
PLAN DE DEMÓSTENES: EL FUERTE DE PILOS
Hasta que los generales atenienses no alcanzaron la
costa de Lacedemonia, no comprendieron que una flota peloponesia estaba en
Corcira. Sófocles y Eurimedonte estaban ansiosos por llegar allí, pero
Demóstenes tenía otras ideas. Una vez en el mar, reveló a sus colegas los
detalles del plan que no había podido explicar abiertamente en la Asamblea
ateniense por temor a que llegara a oídos del enemigo. Se proponía desembarcar
en un lugar que los espartanos llamaban Corifasio (el Pilos homérico), y
construir allí un fuerte permanente. Demóstenes había estudiado la zona en
viajes previos, y consultado con sus amigos mesenios acerca de ella. Sería de
gran utilidad como una base permanente, en la que podrían ser instalados los
adversarios mesenios de Esparta, tanto para asolar la tierra de Mesenia y
Lacedemonia como para impulsar una rebelión ilota. También tendría una gran
utilidad para la guerra en el mar, ya que disponía del puerto natural más
grande (hoy conocido como bahía de Navarino) en esa zona. Había, además,
grandes cantidades de madera y piedras para construir fortificaciones; el
territorio circundante estaba deshabitado, y se encontraba a unos setenta
kilómetros de Esparta en línea recta, y quizá la mitad de lejos respecto a la
ruta que probablemente tomaría un ejército espartano, con lo que sus ocupantes
podrían prepararse para la defensa mucho antes de que tuvieran que enfrentarse
a las tropas lacedemonias. Demóstenes tenía razón al creer que «este lugar
tenía más ventajas que ningún otro» (IV, 3, 3).
Sin embargo, Sófocles y Eurimedonte estaban
preocupados por la seguridad de Corcira y poco convencidos del imaginativo y
osado plan de Demóstenes; pensaban que su idea era una imprudente distracción,
y le dijeron sarcásticamente «que había muchos promontorios deshabitados en el
Peloponeso que podían ocupar si querían malgastar el dinero del Estado» (IV, 3,
3). Demóstenes respondió que no proponía una larga campaña en Pilos, sino que
sólo solicitaba el servicio de la flota durante el tiempo que durara la
construcción de las fortificaciones, para dejar entonces una pequeña fuerza con
objeto de defender el puesto y partir hacia Corcira. Él estaba convencido de
que un exitoso desembarco en la costa de Mesenia provocaría la retirada de la
flota peloponesia de Corcira, consiguiéndose así dos objetivos de la forma más
económica y sencilla.
En ese momento, la suerte le sonrió: aunque Demóstenes
fracasó en convencer a los generales para que desembarcaran en Pilos, una
tormenta llevó a los barcos atenienses hasta allí. Mientras los generales
esperaban a que amainase el temporal, Demóstenes actuó a espaldas y contra el
deseo de sus superiores al apelar directamente a los soldados, aunque este
esfuerzo fue, también, infructuoso. No obstante, como la tormenta continuaba,
los aburridos soldados finalmente aceptaron hacer lo que Demóstenes les pedía.
El espíritu de aventura se apoderó de ellos, y se apresuraron a fortificar los
puntos más vulnerables antes de que los espartanos aparecieran, completándose
las defensas en seis días. Cuando la tormenta hubo pasado, los generales
dejaron a Demóstenes con un pequeño contingente y cinco trirremes para defender
el recién establecido fuerte, y partieron hacia Corcira.
En ese momento, los espartanos estaban celebrando un
festival, y su ejército estaba en el Ática, por lo que no se preocuparon
excesivamente por este asunto, ya que los atenienses habían desembarcado en
otras ocasiones en el Peloponeso, con fuerzas mucho mayores, aunque nunca
habían permanecido el tiempo suficiente como para hacer frente a un gran
ejército espartano. Incluso si los atenienses pretendían levantar una base
permanente en Pilos, los espartanos no tenían duda alguna de que la podrían
tomar por asalto. No obstante, Agis, que había dirigido su ejército al Ática en
la primavera, como era usual, se tomó más en serio la noticia. Disponía de
pocos suministros de comida y estaba preocupado por el mal tiempo, por lo que
decidió regresar a casa después de que hubieran transcurrido tan sólo quince
días, sin duda la más corta de las invasiones.
Los espartanos informaron de la construcción del
fuerte ateniense al navarca Thrasimélidas en Corcira, que comprendió el peligro
tan rápidamente como Agis lo había hecho y regresó de inmediato. Logró
deslizarse sin ser detectado por la flota ateniense que, en ese momento,
navegaba hacia el norte, y llegó sin novedad a Pilos. Durante ese tiempo, el
ejército de Agis había regresado del Ática, y los espartanos también convocaron
a sus aliados peloponesios para que enviaran tropas. Una avanzada de aquellos
espartanos que no habían ido al Ática y los periecos que habitaban más cerca de
Pilos partieron de inmediato para atacar la posición ateniense.
LOS ESPARTANOS EN ESFACTERIA
Cuando las fuerzas espartanas estaban reuniéndose,
Demóstenes envió dos barcos para alcanzar a Sófocles y Eurimedonte con el
objeto de informarles de que se encontraba en peligro. Encontraron a la flota
ateniense en Zacinto, desde donde se apresuraron hacia Pilos para ayudar al
contingente ateniense. Aunque los espartanos no dudaban de que serían capaces
de tomar una estructura de tan mala calidad defendida tan sólo por unos pocos
hombres, sabían que la flota ateniense no tardaría en llegar. En consecuencia,
decidieron lanzar un ataque inmediato sobre Pilos por tierra y por mar, y, si
eso fallaba, obstruir las entradas al puerto para impedir que la flota
ateniense pudiera entrar. También colocaron tropas en la isla de Esfacteria,
así como en la costa de la península peloponesa, con el objeto de impedir que
la flota ateniense estableciera una base. Los espartanos creían que «sin
arriesgarse a una batalla naval, probablemente podrían capturar el lugar por
asedio, ya que (los atenienses) no disponían de trigo al haber ocupado el lugar
con poca preparación» (IV, 8 ,8). En principio la estrategia funcionó, pero
finalmente no pudo ser llevada a la práctica debido a que los espartanos no
pudieron cerrar los canales [8] (Véase mapa[25a]). Debido
a las medidas del canal meridional, de mil doscientos metros de ancho y de
sesenta metros de profundidad, ni siquiera toda la flota peloponesia podría
haberlo bloqueado. Por consiguiente, los espartanos tan sólo podrían haber
protegido el puerto entablando una batalla naval en el canal meridional con sus
sesenta barcos contra los cuarenta atenienses, un combate que hubiera convenido
perfectamente a los atenienses; sea como sea, no hay evidencias de que los
espartanos hubieran tenido la intención de acometerlo. Su plan para detener a los
atenienses sigue siendo un misterio para nosotros, pero sin duda o fue mal
concebido o muy mal ejecutado. Los espartanos colocaron cuatrocientos veinte
hoplitas, acompañados por sus ayudantes ilotas en Esfacteria bajo el mando de
Epitadas. Allí permanecerían como rehenes de la fortuna y del enemigo, a menos
que la flota ateniense pudiera ser mantenida fuera de la bahía de Navarino, y
sabemos que no podía serlo.
Mientras tanto, Demóstenes varó en la playa y utilizó
sus tres trirremes como muros para protegerse de la flota enemiga. Incapaz de
procurarse armas convencionales de hoplita en un territorio deshabitado y
hostil, equipó a las tripulaciones de sus barcos, unos seiscientos hombres
aproximadamente, con escudos de mimbre. Sin embargo, un corsario mesenio llegó
pronto llevando armas y cuarenta hoplitas, un refuerzo que sin duda había sido
acordado previamente por Demóstenes. Ahora, probablemente, disponía de, al
menos, noventa hoplitas, incluyendo diez de cada uno de los cinco barcos que le
habían concedido inicialmente, a pesar de lo cual la fuerza ateniense que
defendía el fuerte se encontraba claramente sobrepasada en número y era
inferior en armamento.
Demóstenes dispuso a la mayor parte de sus tropas
detrás de las fortificaciones que miraban hacia el interior. Él mismo, con
sesenta hoplitas y unos pocos arqueros, se hizo cargo de uno de los puestos más
difíciles, el que defendía la sección de la costa que era más vulnerable al
desembarco del enemigo, la esquina sudoccidental de la península, donde se situaron
casi al mismo borde del mar.
LA VICTORIA NAVAL ATENIENSE
En su arenga antes de la batalla, Demóstenes comunicó
a sus tropas una sencilla verdad acerca de la guerra anfibia antigua: «Es
imposible llevar a cabo un desembarco contra un enemigo en la orilla si éste
permanece firme y no se deja llevar por el temor» (IV, 10, 5). Los espartanos
atacaron precisamente donde Demóstenes esperaba, alentados por la destacada
bravura de Brásidas, que pronto desfalleció a consecuencia de sus heridas y
perdió su escudo, aunque los atenienses permanecieron firmes, retirándose los
espartanos después de dos días de combate. En el tercer día desde el ataque,
Sófocles y Eurimedonte llegaron desde Zacinto con una flota que había aumentado
hasta los cincuenta trirremes, con la adición de barcos quiotas y otros de
Naupacto. Los espartanos esperaron en el interior del puerto, preparando sus
barcos para el combate. La batalla que siguió supuso una gran victoria para la
marina ateniense y un gran desastre para los espartanos, cuyo coraje fue
empleado principalmente en enfrentarse a las olas después de la derrota y en
evitar que los atenienses se llevaran a remolque los abandonados trirremes. Los
atenienses levantaron un trofeo de la victoria y navegaron libremente ante los
hoplitas espartanos, que quedaron aislados y rodeados en la isla de Esfacteria.
Las increíbles ramificaciones e importancia de este
triunfo naval no pueden ser exageradas. Cuando los espartanos comprendieron que
sus hombres no podían ser rescatados, decidieron pedir de inmediato una tregua
en Pilos, durante la cual negociarían una paz general y recuperarían a sus
hombres en Esfacteria. Es asombroso para nosotros que un Estado militar tan
fuerte como Esparta deseara pedir la paz sólo para recobrar a cuatrocientos
veinte hombres. Pero este grupo representaba casi una décima parte del ejército
espartano, y al menos ciento ochenta de ellos pertenecían a las mejores
familias de entre los espartiatas. En un Estado que practicaba un estricto
código de eugenesia, que eliminaba a los niños que nacían con defectos, en el
que la separación entre hombres y mujeres durante la edad más fértil
garantizaba un efectivo control de natalidad, cuyo código de honor exigía de
sus soldados la muerte antes que el deshonor, y cuya casta más destacada se
casaba sólo entre sus propios miembros, la preocupación por la seguridad de
meramente ciento ochenta espartiatas no era un simple gesto sentimental, sino
una necesidad extremadamente práctica.
La tregua permitió que los atenienses continuaran con
su bloqueo de Esfacteria, sin atacarla, al tiempo que se autorizaba la entrega
de comida y bebida a los hombres que se encontraban allí atrapados. A cambio,
los espartanos prometieron no atacar el fuerte ateniense en Pilos ni enviar
secretamente barcos a la isla, y también acordaron entregar sus sesenta barcos
como garantía. Un trirreme ateniense llevó a los enviados espartanos a Atenas
para las conversaciones de paz; la tregua duraría hasta que ellos regresaran,
momento en el cual los atenienses deberían devolver los barcos espartanos en
las mismas condiciones en que los recibieron. Cualquier incumplimiento de estos
términos conduciría al final de la tregua, que había dado a los atenienses una
gran oportunidad: si las negociaciones fracasaban, podían fácilmente protestar
por el incumplimiento de la tregua y retener, así, los barcos espartanos.
Éstos, sin embargo, no estaban en posición de rechazar tales condiciones,
incluso con tan desfavorable cláusula.
LA OFERTA DE PAZ DE ESPARTA
Esparta presentó sus términos de paz a la Asamblea
reunida en Atenas, concediendo que los atenienses habían ganado la primera
mano, pero recordándoles que su victoria no era el resultado de un cambio
fundamental en el equilibrio de poder. Los atenienses demostrarían su sensatez
si aceptaban un acuerdo de paz mientras la ventaja estaba de su parte. A cambio
de los prisioneros de Esfacteria, los espartanos proponían establecer una
alianza ofensiva y defensiva con Atenas, y como no se hacía mención de cambio
territorial alguno, los atenienses habrían retenido el control de Egina y
Minoa, con un puesto seguro en el noroeste; a cambio, abandonarían cualquier
reclamación sobre la devolución de Platea.
Puede parecer que los atenienses hubieran debido
aceptar la oferta espartana como la clase de paz que Pericles había tenido en
mente desde el comienzo de la guerra, pero es difícil establecer si ése era el
caso. Los objetivos de Pericles eran psicológicos en gran parte; pretendía
convencer a los espartanos de que carecían del poder suficiente para derrotar a
Atenas. No obstante, el discurso de los enviados a la Asamblea revela que no
habían aprendido la lección, sino que continuaban creyendo que la supremacía
ateniense era el resultado de circunstancias que podían ser invertidas en cualquier
momento. «Esta desgracia que hemos sufrido no se debe a nuestra falta de poder
o a que, al crecer mucho, nos hayamos vuelto arrogantes. Por el contrario,
aunque nuestros recursos permanecen inalterados, calculamos mal, un error al
que todos los hombres están expuestos» (IV, 18, 2).
Los atenienses entendieron que, después de recuperar a
los rehenes, Esparta reanudaría la guerra en el momento que considerara más
oportuno, y en el 425 admitieron que, mientras los hombres retenidos en
Esfacteria permanecieran en su poder, disponían de una garantía virtual para la
paz. Pero Tucídides afirma: «ellos querían más» (IV, 21, 2), lo que significaba
que la codicia, la ambición y la expansión del Imperio estaba impulsando a los
atenienses. Sin embargo, esta conclusión no es indefectible, ya que los
atenienses tenían buenas razones para desear algo más que la promesa espartana
de buena voluntad en el futuro y una alianza que dependía de la continuidad de
esa buena voluntad. Incluso aunque fueran sinceros en su oferta, los espartanos
que estaban proponiendo paz y amistad en ese momento podían dejar de estar en
puestos de responsabilidad. Después de todo, había sido la inestabilidad de la
política interior espartana lo que había conducido al conflicto; además, los defensores
de la guerra habían sido suficientemente fuertes para rechazar una oferta
ateniense de paz en el 430. ¿Qué garantía habría de que la beligerancia no se
impondría de nuevo tan pronto como fuera seguro? Todo ateniense razonable tenía
derecho a querer un aval más firme del que se les proponía.
Sin que ello nos sorprenda, la oposición a la oferta
espartana fue liderada por Cleón, quien hizo una contrapropuesta basada en que
los espartanos retenidos en Esfacteria deberían rendirse y ser traídos a Atenas
en calidad de rehenes. Del mismo modo, continuaba Cleón, los espartanos
deberían entregar Nisea y Pegas, los puertos de Megara, y Trecén y Acaya, ya
que todos estos lugares no habían sido tomados por Atenas en el curso de la
guerra, sino que se habían rendido «por un acuerdo previo motivado por la
adversidad, en un momento en que ellos [los atenienses] estaban más inclinados
a buscar la paz» (IV, 21, 3). Cleón se estaba refiriendo al año 445, cuando un
gran ejército espartano invadió el Ática. Sólo entonces los atenienses
devolverían a los prisioneros y acordarían una paz duradera.
En lugar de rechazar de plano estas condiciones tan
poco atractivas, los espartanos pidieron el nombramiento de una comisión con la
que pudieran negociar de ahí en adelante en privado. Cleón respondió
violentamente, acusándolos de esconder oscuras intenciones al pretender ese
secretismo. Si tenían algo honorable que decir, debían hacerlo ante la
Asamblea. Sin embargo, los espartanos difícilmente hubieran podido discutir
acerca de la posible traición a sus aliados en público, por lo que acabaron por
renunciar y regresaron a casa.
Es tentador culpar a Cleón de la ruptura de las
negociaciones sobre la base de que nada se hubiera perdido y mucho se hubiera
ganado con negociaciones privadas. Pero, realmente, ¿qué se hubiera podido
conseguir? Supongamos que los atenienses hubieran votado negociar por medio de
una comisión secreta. Dada la situación política en Atenas, Nicias y sus
seguidores habrían dominado las conversaciones. Deseosos de conseguir la paz,
sinceros en su deseo de amistad con Esparta, e inclinados a creer en su buena
fe, estos hombres podían haber llegado a acuerdos muy provechosos para los
atenienses, incluyendo, quizá, una alianza, promesas de amistad eterna, la
devolución de Platea, e incluso el abandono de Megara por parte de Esparta. A
cambio, los espartanos sólo podían haber reclamado la devolución de los hombres
en Esfacteria y la evacuación de Pilos, peticiones que hubieran sido difíciles
de rechazar.
La sugerencia de que los espartanos podían haber
estado de acuerdo en renunciar a Megara o, al menos a sus puertos, era, sin
embargo, poco realista. Esparta podía haber abandonado el noroeste e ignorado
las reclamaciones de Corinto en relación a Corcira y Potidea, pero haber
rendido Megara hubiera conducido a la supremacía de Atenas en el istmo, y a
separar a Esparta de Beocia y de la Grecia central. Con ese paso, su
credibilidad como líder de su Liga y protector de sus aliados hubiera sido
completamente destruida. Corinto, Tebas y Megara se opondrían. Para respetar un
acuerdo como ése, Esparta hubiera tenido que abandonar a sus aliados más
importantes, e incluso, bajo los términos de la alianza propuesta con Atenas,
luchar junto a los atenienses contra ellos. Claramente, un acuerdo como ése no
era posible. La amargura que resultaría conduciría pronto a la hostilidad y a
la guerra, con la capacidad espartana para llevarla a cabo inalterada. Cleón y
los atenienses que le apoyaban tenían suficientes razones como para rechazar
negociaciones secretas con Esparta.
Sin embargo, si nada iba a conseguirse por medio de
negociaciones secretas, los atenienses sí podían perder algo: el retraso podía
beneficiar a los espartanos, ya que los hombres retenidos en Esfacteria podían
encontrar un medio de escapar. El bloqueo ateniense de la isla no podría
mantenerse durante el invierno, y los hombres atrapados allí sin duda
intentarían huir si no se hubiera alcanzado un acuerdo de paz. Cada día en que
la tregua permitía que fuera llevada comida a Esfacteria, suponía un nuevo día
para la resistencia de los hombres de la isla, e incrementaba la posibilidad de
que Atenas perdiera su baza. Cleón vio ese peligro y la mayoría lo apoyó.
Este debate marca un punto crítico de inflexión en la
política ateniense. En el período que va del rechazo espartano de la oferta
ateniense de paz en el año 430 hasta el asunto de Pilos en el 425, hubo un
consenso general en Atenas a favor de que la guerra debía ser impulsada tan
enérgicamente como fuera posible con el objeto de obligar a los espartanos a
buscar la paz. Las desavenencias en cuanto a la naturaleza de esa paz se vieron
sustituidas por la dedicación al esfuerzo común. La victoria en Pilos y la
subsiguiente misión espartana de paz fueron, sin duda, acontecimientos que
cambiaron la situación. Hasta que ocurrieron, hablar de alcanzar un acuerdo con
Esparta era, sencillamente, traición; después de que se produjeran, era un
camino que hombres patrióticos podían defender con la conciencia tranquila. Los
objetivos de guerra de Pericles, el restablecimiento del statu quo de la preguerra, la conservación del Imperio y el final
de la ofensiva espartana contra él, todo parecía estar ahora al alcance de la
mano. Algunos atenienses podían haber argumentado que una paz como ésa no era
lo suficientemente segura y que el propio Pericles habría insistido en obtener
mayores garantías, pero hombres prudentes hubieran podido responder que era
sabio confiar en Esparta y allanar el terreno para un acuerdo más duradero.
Probablemente, Nicias defendía esa posición en el año 425.
Sin embargo, Cleón tenía objetivos muy diferentes. Lo
que él pedía efectivamente era el regreso al estado de cosas que existía antes
del Tratado de los Treinta Años de 445, cuando Atenas controlaba Megara, Beocia
y otras partes de Grecia central, así como un cierto número de ciudades
costeras del Peloponeso. Los atenienses habían sido obligados a abandonar esos
territorios, creía él, como resultado de un tratado que habían firmado bajo
coacción, a causa de ciertas «adversidades». Cleón pretendía dar a entender
que, a causa de los hechos ocurridos en Pilos y en Esfacteria, los atenienses
tenían que insistir en un regreso a condiciones anteriores, cuando la paz no
dependía de los caprichos de la política espartana o de la muestra discrecional
de su buena voluntad, sino que estaba garantizada por la posesión ateniense de
estratégicos emplazamientos defensivos.
CLEÓN CONTRA NICIAS
El regreso de los embajadores espartanos a Pilos
significó el final de la tregua, pero los atenienses, alegando un
incumplimiento por parte de Esparta, se negaron a devolver los barcos que
habían recibido como garantía. A partir de ese momento, los espartanos tendrían
que luchar sólo en tierra, lo que no parecía ser un serio inconveniente dada la
poca eficacia de su marina hasta ese momento. Los atenienses estaban ahora
decididos a capturar a los espartanos aislados en Esfacteria, y enviaron veinte
barcos adicionales para reforzar el bloqueo. Esperaban un rápido éxito, ya que
la isla estaba deshabitaba y no producía alimento ni disponía de agua potable,
mientras que la flota ateniense mantenía un completo control de cualquier vía
de acercamiento a ella. No obstante, los espartanos mostraron un sorprendente
ingenio ante este reto, ofreciendo recompensas a los hombres libres y la
libertad a los ilotas que burlaran el bloqueo con comida y bebida para los
hombres cercados. Muchos se arriesgaron y se aprovecharon del viento y de la
oscuridad para alcanzar la isla. Algunos provocaron el naufragio de pequeños
botes en la costa que daba al mar, y otros cruzaron el canal a nado con el
objeto de mantener con vida a los hombres en Esfacteria mucho tiempo después de
que se esperara su rendición.
Finalmente, los propios atenienses comenzaron a sufrir
la falta de comida y bebida. Unos catorce mil hombres dependían de un pequeño
manantial situado en la acrópolis de Pilos, y de la escasa cantidad de agua
potable que pudieran encontrar en la playa. Se encontraban confinados en un
pequeño espacio y su ánimo había decaído debido a la duración inesperada del
asedio. Comenzaron a temer que el comienzo del invierno les obligara a levantar
el bloqueo, al impedir la llegada regular de los barcos de suministro. Como el
tiempo pasaba y los espartanos no enviaban ninguna otra embajada, creció el
miedo a que el enemigo confiara en recobrar a sus hombres, y que Atenas pudiera
salir mal parada de esta situación, sin una gran ventaja estratégica o una paz
negociada. En Atenas, muchos comenzaron a considerar que se había cometido un
error, y que Cleón, que había instado a rechazar la oferta espartana de paz,
era el culpable.
Pero Cleón y su política no comenzaron a ser
criticados hasta que la Asamblea ateniense conoció la alarmante situación en
Pilos. Probablemente, el propósito de la reunión era discutir una petición por
parte de Demóstenes para que fueran enviados refuerzos con los que atacar
Esfacteria. Ciertamente, Cleón estaba en contacto con Demóstenes y conocía su
intención de asaltar la isla. El tipo de tropas ligeras necesarias para la
campaña estaba ya reunido en Atenas cuando el debate tuvo lugar, y Demóstenes
había empezado a hacer preparativos para el asalto, solicitando tropas
adicionales de los aliados en el área. Probablemente, Demóstenes debió de pedir
tropas especialmente entrenadas para la captura de los espartanos en
Esfacteria.
Cleón era la elección natural para actuar como abogado
de Demóstenes. Él era el más directo defensor de rechazar la oferta de paz
espartana y probablemente se le consideraría responsable si los espartanos
retenidos lograban escapar. También era un político de grandes dotes, capaz de
sacar provecho de las perspectivas de éxito del audaz plan de Demóstenes. Por
entonces, Nicias se había inclinado hacia una paz negociada y temía que la
captura de los espartanos inflamaría el espíritu agresivo de los atenienses y
haría la paz completamente imposible. Por tanto, es posible que estuviera
interesado en retrasar todo lo que pudiera un ataque con la esperanza de
alcanzar un acuerdo antes de que fuera demasiado tarde. Pero como él no tenía
la experiencia de Demóstenes en el combate en terreno accidentado con tropas
ligeramente armadas y no contaba con un conocimiento directo que le
proporcionara garantías a la hora de juzgar las perspectivas de éxito, su
prudencia innata pudo haberle guiado a sobrestimar los riesgos de un desembarco
forzado en una isla defendida por tal número hoplitas. Sea como sea, sabemos
que se opuso a la petición de refuerzos para lanzar un asalto sobre la isla.
Debido a que Cleón había acusado a los mensajeros que
habían traído las malas noticias de Pilos de no decir la verdad, éstos
solicitaron a los atenienses que nombraran una comisión para verificar la
veracidad de sus informes. Los atenienses accedieron y eligieron a Cleón como
uno de sus representantes, pero él argumentó que el viaje era una pérdida de
tiempo que podía hacer perder a Atenas una gran oportunidad. En lugar de
emprender el viaje, instó a la Asamblea a que, si consideraba ciertos los
alarmantes informes, enviara de inmediato una fuerza adicional para asaltar la
isla y capturar a los espartanos, ya que «Cleón vio que los atenienses estaban
ahora más dispuestos que antes para llevar a cabo una expedición» (IV, 27, 4).
La Asamblea debió de votar el envío de un destacamento
y nombrar a Nicias como su comandante, ya que la respuesta de Cleón fue señalar
a éste, insistiendo en que sería bastante fácil, si los generales fueran
hombres realmente valerosos, dirigir una fuerza adecuada hasta Pilos y capturar
a los hombres en la isla. «Él mismo lo haría, si estuviera al mando» (IV, 27,
5).
Entonces, los atenienses, atrapados en su juego,
preguntaron a Cleón por qué, si él creía que la tarea era tan fácil, se negaba
a hacer el viaje. Nicias, dándose cuenta de la atmósfera que se estaba creando
y «percibiendo la crítica que le estaba haciendo Cleón», afirmó que los
generales estarían muy gustosos de permitirle que dirigiera cualquier fuerza
que él deseara para llevar a cabo la tarea. Al principio, Cleón pareció
dispuesto a aceptar la propuesta, «pensando que la oferta era sólo una
estratagema», pero más tarde puso reparos, señalando que era Nicias y no él
quien ostentaba el cargo de general, «cuando comprendió que el ofrecimiento [de
Nicias] de renunciar al mando era auténtico» (IV, 18, 1-2). Nicias, dándose
cuenta de la embarazosa situación en la que se encontraba su oponente, repitió
la oferta con la esperanza de desacreditar completamente a Cleón, y la multitud
pronto se le unió, algunos honradamente, otros por hostilidad a Cleón, y aún
otros por la diversión que encontraban en ello.
Nicias no tenía autoridad legal para hacer una oferta
semejante por su propia cuenta, y mucho menos en nombre de los otros generales,
pero cuando la Asamblea hizo suya la propuesta, estuvo claro que los atenienses
aceptarían la sugerencia. Al final, Cleón, «no teniendo manera alguna de
escapar de las consecuencias de su propia propuesta», aceptó el mando de los
refuerzos, llevando con él sólo un cuerpo de tropas lemnias e imbrias que se
encontraban en ese momento en Atenas, algunos peltastas (tropas con escudo
ligero) de Eno, y cuatrocientos arqueros de otros lugares. Con estos hombres y
los que ya estaban en Pilos, prometió que en el plazo de veinte días él «o bien
traería vivos a los espartanos o los mataría allí mismo» (IV, 28, 4).
La promesa de Cleón de cumplir exitosamente la misión
en el plazo de veinte días, y sin utilizar hoplitas atenienses, no era ninguna
bravata o insensatez. Puesto que el plan de Demóstenes era atacar de inmediato,
ahora que las fuerzas de tropas ligeras estaban dispuestas, una decisión rápida
era indefectible: Cleón sabía que tendría éxito en veinte días o nunca. No
obstante, la actitud que Tucídides atribuye a los sophrones (hombres prudentes) parece difícil de entender, y menos
aun de excusar. Que atenienses patrióticos pudieran haber acordado entregar el
mando de la expedición, así como la responsabilidad sobre las vidas de soldados
aliados y de marinos atenienses, a un hombre que ellos creían un completo
insensato, por no decir incompetente, revela de forma clara cuán potencialmente
peligrosas eran las divisiones que los acontecimientos del año 425 habían
producido entre los atenienses.
LA RENDICIÓN ESPARTANA EN ESFACTERIA
Cleón nombró a Demóstenes como su igual en el mando y
le envió aviso de que la ayuda estaba en camino. No obstante, en Pilos,
Demóstenes dudaba si atacar la densamente boscosa Esfacteria, en la que un
número indeterminado de hoplitas espartanos estaba escondido, cuando, una vez
más, la fortuna pareció sonreír al audaz comandante. Un contingente de soldados
atenienses, quienes debido al hacinamiento y a la falta de leña en Pilos no
podían preparar comida caliente, se dirigieron a la isla, donde uno de ellos,
accidentalmente, provocó un fuego en el bosque. Al poco tiempo, la mayoría de
los árboles habían ardido y Demóstenes pudo comprobar que los espartanos eran
más numerosos de lo que había pensado. También se percató de cuáles eran los
mejores lugares para llevar a cabo un desembarco, lugares que antes habían
estado ocultos a su vista, y se dio cuenta de que una de las grandes ventajas
tácticas del enemigo acababa de ser destruida por el fuego. Cuando Cleón llegó
con las nuevas tropas de refuerzo, Demóstenes estaba preparado para sacar
partido de las valiosas lecciones que había aprendido en Etolia.
Poco antes del amanecer, desembarcó con ochocientos
hoplitas en dos lados de la isla, el que daba hacia el mar y el que miraba
hacia la bahía. Demóstenes pudo comprobar que la mayor parte de las tropas
enemigas estaban concentradas cerca del centro de la isla, protegiendo el
suministro de agua, mientras que otra fuerza se encontraba cerca de la parte
norte, frente a Pilos, con sólo treinta hoplitas para evitar un desembarco en
la parte sur. Después de haber estado vigilando a los barcos atenienses que
navegaban frente a sus costas durante muchos días, esta reducida fuerza
espartana fue sorprendida mientras estaba durmiendo y rápidamente eliminada,
como sucediera con los atenienses en la batalla de Idómene, durante el año
anterior. Los atenienses desembarcaron al resto de sus fuerzas —hoplitas,
peltastas, arqueros, e incluso muchos de los remeros escasamente armados— al
amanecer. Casi 8.000 remeros, 800 hoplitas, un número igual de arqueros, y
cerca de 2.000 soldados con armamento ligero se enfrentaron a 420 espartanos.
Demóstenes dividió a sus tropas en compañías de 200
hombres que ocuparon todos los lugares altos de la isla, con el objeto de que
en cualquier parte que los espartanos lucharan tuvieran siempre al enemigo en
su retaguardia o en los flancos. La clave de la estrategia consistía en el uso
de tropas ligeras, porque «eran las más difíciles de batir, ya que combatían a
distancia con flechas, jabalinas, piedras y hondas. Y además no era posible
atacarlas, ya que incluso cuando se retiraban mantenían la ventaja, y cuando
sus perseguidores se volvían, éstas caían sobre ellos de nuevo. Éste era el
plan con el que Demóstenes concibió el desembarco, y en la práctica fue así
como él dispuso a las tropas» (IV, 32, 4).
Al principio, los espartanos formaron una línea frente
a los hoplitas atenienses, pero las tropas ligeras lanzaron sobre ellos sus
armas arrojadizas desde el flanco y la retaguardia, mientras los hoplitas
atenienses se mantenían a distancia y observaban. Los lacedemonios intentaron
cargar contra sus atacantes, que sin dificultad se retiraron a una zona alta y
escarpada que los hoplitas no podían alcanzar. Cuando las tropas ligeras
comprendieron que el enemigo estaba físicamente agotado por sus repetidos y vanos
intentos de persecución, y tras comprobar su reducido número por las bajas,
cargaron a su vez contra los espartanos, gritando y lanzando sus armas
arrojadizas. El clamor inesperado desconcertó a los espartanos, al tiempo que
les impedía escuchar las órdenes de sus oficiales. Huyeron a la parte norte de
la isla, donde muchos de ellos se parapetaron detrás de una fortificación para
resistir posteriores ataques.
El general mesenio Comón se presentó ante Demóstenes y
Cleón para pedirles arqueros y tropas ligeras, con el objeto de encontrar un
camino alrededor de la costa escarpada de la isla y coger al enemigo por la
retaguardia. Los espartanos no habían querido malgastar tropas para vigilar un
lugar de desembarco tan improbable, por lo que se quedaron atónitos cuando
aparecieron los hombres de Comón. Se enfrentaban a la aniquilación total, ya
que estaban rodeados y superados en número, debilitados por los esfuerzos a los
que habían estado sometidos y por el hambre, y sin escapatoria posible. Pero
como el tomar prisioneros vivos tendría más valor que conseguir cadáveres,
Cleón y Demóstenes les ofrecieron la posibilidad de rendirse. Los espartanos
aceptaron una tregua para ganar tiempo y dirimir la situación. El comandante de
la isla rechazó tomar la responsabilidad de la capitulación, por lo que envió
un emisario para obtener órdenes de Esparta. Allí, las autoridades intentaron
evitar igualmente esa responsabilidad, diciendo que «los espartanos os permiten
que vosotros mismos decidáis vuestra propia suerte, sin hacer nada deshonroso»
(IV, 38, 3). Finalmente, los hombres en la isla se rindieron; de los 420 que
llegaron a Esfacteria, 128 habían muerto; los restantes 292, entre ellos120
espartiatas, fueron llevados prisioneros a Atenas dentro del período de veinte
días que Cleón había prometido. Las bajas atenienses habían sido escasas. «La
promesa de Cleón, aunque disparatada —señala Tucídides—, se cumplió» (IV, 39,
3).
Este resultado asombró al mundo griego. «A los ojos de
los griegos fue el acontecimiento más inesperado de la guerra» (IV, 40), ya que
nadie podía creer que los espartanos pudieran ser obligados a rendirse. Los
atenienses dejaron una guarnición en el fuerte de Pilos, los mesenios de
Naupacto enviaron un contingente con la intención de usar el fuerte como base
para las incursiones en tierras espartanas, y los ilotas comenzaron a desertar.
Además, los atenienses amenazaron con matar a sus rehenes si los espartanos
invadían nuevamente el Ática. Los asombrados lacedemonios enviaron repetidas
embajadas para negociar la devolución de Pilos y de los prisioneros, aunque en
vano.
Los atenienses mostraron su gratitud al héroe del
momento, Cleón (Demóstenes, al parecer, prefirió quedarse en Pilos para
garantizar su seguridad), y la Asamblea le concedió los más altos honores,
organizando comidas a expensas del Estado en el Pritaneo, como si fuera un
campeón olímpico, y proporcionándole asientos de preferencia para el teatro.
Unos meses más tarde, la Asamblea ordenó una nueva valoración de los ingresos
imponibles, elevando el tributo que recaía sobre los aliados de Atenas. La
mayoría de los estudiosos del tema ven acertadamente en ese gesto la mano de
Cleón, como un reflejo tanto de su dura actitud hacia el Imperio, como de su
dominio de la política ateniense en ese momento. Desde mediados del verano de
425 y al menos hasta la primavera de 424, cuando fue elegido general, Cleón
tuvo el control en Atenas, y cualquier decreto que él presentara o apoyara
pasaría con toda probabilidad por la Asamblea sin alteración alguna.
La nueva valoración de los tributos tenía por objetivo
conseguir más fondos para continuar la guerra, y su contribución total parece
que fue de 1.460 talentos, más de tres veces la cuota inicial. El nuevo decreto
también disponía una recogida más severa y eficiente de los ingresos,
incluyendo ahora a una serie de regiones que no habían pagado más que en
algunas ocasiones, y a otras, como la isla de Melos, que nunca habían
contribuido. Estos intentos de incrementar el nivel de ingresos de Atenas, que
hubiera sido demasiado arriesgado impulsar antes de que los acontecimientos de
Pilos y Esfacteria aumentaran el prestigio de Atenas al tiempo que disminuía el
de Esparta, reflejan la determinación de Cleón de restaurar completamente el
Imperio ateniense, gobernarlo con mano firme, y obtener de él la mayor cantidad
posible de ingresos. Los atenienses necesitaban urgentemente el dinero, y la
gran victoria de Cleón hizo posible que lo exigieran.
Durante ese verano, Nicias, junto con dos generales de
los que no conocemos sus nombres, lanzó una campaña cuyo propósito los
escritores antiguos no explican, invadiendo el territorio corintio con 80
barcos, 2.000 hoplitas atenienses, 200 jinetes, y un cierto número de soldados
aliados. Esta fuerza desembarcó cerca del pueblo de Soligea, a unos diez
kilómetros de Corinto, aunque algunos informadores habían prevenido a los
corintios de la invasión. Los hoplitas corintios atacaron a los atenienses,
pero fueron derrotados en batalla y perdieron doscientos doce hombres, frente a
tan sólo cincuenta bajas atenienses. Los vencedores erigieron un trofeo, pero
no pudieron aprovechar su victoria porque, cuando los ancianos de Corinto —que
habían permanecido en la ciudad— llegaron precipitadamente en ayuda de sus
tropas, Nicias creyó que se trataba de refuerzos peloponesios y ordenó la
retirada a los barcos.
Los atenienses navegaron entonces hacia la ciudad
corintia de Cromión, y lanzaron incursiones en su territorio, aunque no
hicieron tentativa alguna de tomar la ciudad. Al día siguiente, se detuvieron
en Epidauro antes de avanzar hasta Metana, una península entre Epidauro y
Trecén. En Metana, Nicias hizo levantar un muro en la parte más estrecha de la
península y dejó una guarnición para que hiciera incursiones en el territorio
de Trecén, Halias y Epidauro, todas ellas a una corta distancia. Parece
probable que esta empresa fuera el principal objetivo de la expedición. El
construir un fuerte en el Peloponeso oriental fue un hecho sin duda motivado
por el éxito de Pilos en el oeste; las incursiones lanzadas desde Metana podían
obligar a ciudades como Trecén y Halias a pasarse al lado de Atenas; y los
atenienses podían incluso ser capaces de intimidar o capturar Epidauro y atraer
a Argos a una alianza. En los embriagadores días que siguieron a los
acontecimientos de Pilos y Esfacteria todo parecía posible.
Los atenienses también se mostraron activos en el
oeste. Sófocles y Eurimedonte llevaron su flota desde Pilos a Corcira, donde
los oligarcas en el monte Istone todavía estaban hostigando a los simpatizantes
demócratas de Atenas en la ciudad. La llegada de la flota invirtió la situación
y, junto con sus aliados, los atenienses capturaron el fuerte en la montaña y
obligaron a los oligarcas a rendirse, quienes sólo aceptaron entregarse a los atenienses,
y a condición de que tuvieran un juicio en Atenas. Los prisioneros fueron
trasladados a una isla cercana para su protección, pero los demócratas de
Corcira querían sangre. Engañaron a los oligarcas para que organizasen una
huida, y los atenienses, declarando rota la tregua, entregaron a los
prisioneros a sus crueles enemigos. Aquellos que no fueron ejecutados con
crueldad se suicidaron, y sus mujeres fueron vendidas como esclavas. Sófocles y
Eurimedonte permitieron esas terribles atrocidades. «De esta manera, los
corcireos de la montaña fueron destruidos por el pueblo, y las luchas civiles
que habían durado tanto tiempo terminaron de ese modo, al menos en lo que
concierne a la duración de esta guerra, ya que no quedaron oligarcas dignos de
mención» (IV, 48, 5).
Cuando la campaña de ese año llegaba ya a su final,
los aliados atenienses obtuvieron otra victoria en el noroeste. La guarnición
de Naupacto y los acarnienses tomaron Anactorio por medio de la traición de
algunos de sus habitantes —como hemos visto, un medio usual en los asedios
griegos—, después de lo cual los acarnienses expulsaron a los corintios y
colonizaron la ciudad. Los corintios llevaron con pesar la pérdida de
Anactorio, ya que dañaba su prestigio en una región importante.
Durante la guerra, ambos bandos habían estado
intentando conseguir ayuda de los pueblos «bárbaros», el más importante de los
cuales era Persia. Los acarnienses de
Aristófanes, escrita en el 425, contiene una hilarante escena en la que un
enviado del Gran Rey, «Los ojos del Rey», aparece en escena, lo que revela que
los atenienses habían estado en contacto con Persia, quizá desde el comienzo
del conflicto. Ya hemos visto que los espartanos también estaban buscando el
apoyo de los persas —recordemos la embajada a la corte persa, que fue
interceptada por los atenienses en el 430—. En el invierno de 425-424, los
atenienses capturaron otro emisario, esta vez con un mensaje para Esparta del
monarca persa: «Respecto a los espartanos, el Rey no sabía lo que querían. Aunque
muchos enviados habían llegado hasta él, al parecer no decían las mismas cosas.
El Gran Rey solicitaba que, si querían algo, enviaran hombres en compañía del
mensajero persa a su regreso» (IV, 50, 2).
La opacidad de los espartanos sin duda refleja su reluctancia
a abandonar a los griegos de Asia Menor ante Persia —probablemente, una demanda
básica para obtener la cooperación persa— al tiempo que decían luchar por la
libertad de los griegos. Los atenienses intentaron aprovecharse de la situación
enviando a sus propios emisarios al Gran Rey en compañía del mensajero
interceptado. Sin embargo, cuando alcanzaron Éfeso, fueron informados de la
muerte del rey Artajerjes, y decidieron que era mal momento para impulsar
negociaciones. Ninguno de los dos bandos tenía razones para esperar la ayuda de
un viejo enemigo.
Los acontecimientos del 425 habían cambiado el curso
de la guerra por completo. La situación inicial se había roto, y los atenienses
tenían ventaja en todas partes. Sus problemas financieros se habían suavizado
por la nueva valoración imperial de los impuestos. La captura de la flota
enemiga acabó con la amenaza desde el mar, así como con cualquier perspectiva
de revuelta en las zonas marítimas del Imperio ateniense. El noroeste estaba
casi completamente libre de enemigos. No existía un riesgo inmediato de
intervención por parte de Persia, y la campaña ateniense en Sicilia garantizaba
que los griegos en el oeste no ayudarían a sus primos dorios en el Peloponeso
con la entrega de trigo. Finalmente, los prisioneros tomados en Esfacteria
estaban a buen recaudo en Atenas, donde su presencia garantizaba que el Ática
no sería invadida de nuevo, al menos por parte de Esparta. Los atenienses
tenían razones para estar satisfechos, y estaban ansiosos de continuar hasta la
victoria total. La cuestión estribaba en cómo proceder, y la respuesta dependía
de qué clase de victoria deseaban.
Aquellos que se conformarían con una paz negociada en
la que Esparta reconociera la integridad del Imperio ateniense y estableciera
una alianza con Atenas para garantizarla, eran partidarios de una estrategia
contenida. Buscaban evitar grandes batallas terrestres, mantener sus puestos
fortificados en el Peloponeso e incluso tomar otros cuando fuera posible, y
utilizar esas fortificaciones para hostigar, desalentar y desgastar al enemigo;
en otras palabras, esperaban continuar o extender moderadamente la política
original de Pericles.
Cleón y sus partidarios podían argumentar que una paz
como ésa no sería segura, ya que descansaba en último término en las promesas
espartanas y en su buena voluntad, e insistían en que algo más tangible —una
garantía sólida contra la renovación de la guerra— era necesario. Insistieron
en el control de Megara y en la neutralización de Beocia, concesiones que los
espartanos podían incluso prometer a Atenas en la negociación, pero que nunca
llevarían a cabo. Hacer la paz cuando el enemigo estaba de rodillas y cuando el
poder de Atenas se hallaba en su cima era a todas luces un plan insensato. La
estrategia correcta debía ser avanzar contra Megara, Beocia y otros lugares
apropiados. Después de que hubieran sido sometidos, estarían ante el momento
oportuno para negociar una paz auténticamente duradera. Éste debió de ser el
razonamiento de Cleón y sus seguidores, y no es sorprendente que los atenienses
eligieran seguir su consejo.
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