al lado de
Homero colocaban los griegos, como su segundo poeta, al beocio Hesíodo. En él
se revela una esfera social completamente distinta del mundo de los nobles y su
cultura. Especialmente el último de los poemas conservados de Hesíodo y el más
arraigado a la tierra, los Erga, ofrece la pintura más vivaz de la vida
campesina de la metrópoli al final del siglo VIII y completa, de un modo esencial,
la representación de la vida más primitiva del pueblo griego adquirida en el
jónico Homero. Homero destaca, con la mayor claridad, el hecho de que toda
educación tiene su punto de partida en la formación de un tipo humano noble que
surge del cultivo de las cualidades propias de los señores y de los héroes. En
Hesíodo se revela la segunda fuente de la cultura: el valor del trabajo. El
título Los trabajos γ los días, que la posteridad ha dado
al poema didáctico y campesino de Hesíodo, expresa esto de un modo perfecto. El
heroísmo no se manifiesta sólo en las luchas a campo abierto de los caballeros
nobles con sus adversarios. También tiene su heroísmo la lucha tenaz y
silenciosa de los trabajadores con la dura tierra y con los elementos, y
disciplina cualidades de valor eterno para la formación del hombre. No en vano
ha sido Grecia la cuna de la humanidad que sitúa en lo más alto la estimación
del trabajo. No debe inducirnos a error la vida libre de cuidados de la clase
señorial en Homero: Grecia exige de sus habitantes una vida de trabajo.
Heródoto expresa esto mediante una comparación con otros países y pueblos más
ricos: [1] "Grecia ha sido en
todos los tiempos un país pobre. Pero en ello funda su areté. Llega a
ella mediante el ingenio y la sumisión a una severa ley. Mediante ella se
defiende Hélade de la pobreza y de la servidumbre." Su campo se halla
constituido por múltiples estrechos valles y paisajes cruzados por montañas.
Carece casi en absoluto de las amplias llanuras fácilmente cultivables del
norte de Europa. Ello le obliga a una lucha constante con el suelo para
arrancarle lo que sólo así le puede dar. La agricultura y la ganadería han
sido siempre las ocupaciones más importantes y más características de los
griegos. Sólo en las costas prevaleció más tarde la navegación. En los tiempos
más antiguos predominó en absoluto el estado agrario.
Pero Hesíodo no nos pone sólo ante los ojos la vida campesina, como
tal. Vemos también en él la acción de la cultura noble y de su fermento
espiritual —la poesía homérica— sobre las capas más profundas de la nación. El
proceso de la cultura griega no se realiza (68) sólo mediante la
imposición, de las maneras y formas espirituales creadas por una clase superior
sobre el resto del pueblo. Todas las clases aportan su propia contribución. El
contacto con la cultura más alta, que recibe de la clase dominante, despierta
en los rudos y toscos campesinos la más viva reacción. En aquel tiempo eran
heraldos de la vida más alta los rapsodas que recitaban los poemas de Homero.
En el conocido preludio de la Teogonía, cuenta Hesíodo cómo fue llamado
a la vocación de poeta; cómo siendo un simple pastor y apacentando sus rebaños
al pie del Helicón, recibió cierto día la inspiración de las musas, que
pusieron en sus manos el báculo del rapsoda. Pero el poeta de Ascra no
difundió sólo ante las multitudes que le escuchaban en las aldeas el esplendor
y la pompa de los versos de Homero. Su pensamiento se halla profundamente
enraizado en el suelo fecundo de la existencia campesina y, puesto que su
experiencia personal le llevaba más allá de la vocación homérica y le otorgaba
una personalidad y una fuerza propia, le fue dado por las musas revelar los
valores propios de la vida campesina y añadirlos al tesoro espiritual de la
nación entera.
Gracias a sus descripciones, podemos representarnos claramente el
estado del campo en tiempo de Hesíodo. Aunque no sea posible, en un pueblo tan multiforme
como el griego, generalizar a partir del estado de Beocia, sus condiciones son,
sin duda, en una amplia medida, típicas. Los poseedores del poder y de la
cultura son los nobles terratenientes. Pero los campesinos tienen, sin embargo,
una considerable independencia espiritual y jurídica. No existe la servidumbre
y nada indica ni remotamente que aquellos campesinos y pastores, que vivían del
trabajo de sus manos, descendieran de una raza sometida en los tiempos de las
grandes emigraciones, como ocurría acaso en los laconios. Se reúnen todos los
días en el mercado y en el λέσχη, y discuten sus asuntos públicos y privados. Critican libremente la
conducta de sus conciudadanos y aun de los señores preeminentes y "lo que
la gente dice" era de importancia decisiva para el prestigio y la
prosperidad del hombre ordinario. Sólo ante la multitud puede afirmar su rango
y crearse un prestigio.
La ocasión externa del poema de Hesíodo es el proceso con su
codicioso, pleitista y perezoso hermano Perses, el cual, después de haber
administrado mal la herencia paterna, insiste constantemente en nuevos pleitos
y reclamaciones. La primera vez ha ganado la voluntad del juez, mediante
soborno. La lucha entre la fuerza y el derecho, que se manifiesta en el
proceso, no es, evidentemente, sólo asunto personal del poeta; éste se hace, al
mismo tiempo, portavoz de la opinión dominante entre los campesinos. Su
atrevimiento llega a tanto, que echa en cara a los señores "devoradores de
regalos" su codicia y el abuso brutal de su poder. Su descripción no puede
compaginarse con la pintura ideal del dominio patriarcal de los nobles en
Homero. Este estado de cosas y el descontento que produce existía (69) naturalmente también antes.
Pero para Hesíodo el mundo heroico pertenece a otro tiempo distinto y mejor que
el actual, "la edad de hierro", que pinta en los Erga con
colores tan sombríos. Nada es tan característico del sentimiento pesimista del
pueblo trabajador como la historia de las cinco edades del mundo que empieza
con los tiempos dorados, bajo el dominio de Cronos, y conduce gradualmente, en
línea descendente, hasta el hundimiento del derecho, de la moral y de la
felicidad humana en los duros tiempos actuales. Aidos y Némesis se han velado y
abandonado la tierra para retornar al Olimpo con los dioses. Sólo han dejado
entre los hombres sufrimientos y discordias sin fin.
En semejante ambiente no es posible que surja un puro ideal de
educación humana, como ocurrió en los tiempos más afortunados de la vida noble.
Tanto más importante es averiguar qué parte ha tomado el pueblo en el tesoro
espiritual de la clase noble y en la elaboración de la cultura aristocrática
para adoptarla y convertirla en una forma de educación adecuada al pueblo
entero. Es decisivo para ello el hecho de que el campo no ha sido todavía
conquistado y sometido por la ciudad. La cultura feudal campesina no es todavía
sinónimo de retraso espiritual ni es estimada mediante módulos ciudadanos.
"Campesino" no significa todavía "inculto". Incluso las
ciudades de los tiempos antiguos, especialmente la metrópoli griega, son
principalmente ciudades rurales y en su mayoría siguen siéndolo después. Del
mismo modo que todos los años saca el campo nuevos frutos de lo profundo de la
tierra, se desarrolla en todas partes una moralidad viva, pensamientos
originales y creencias religiosas. No existe todavía una civilización ni un
módulo de pensamiento ciudadano que todo lo iguale, y aprisione sin piedad
toda peculiaridad y toda originalidad.
La vida espiritual más alta en el campo sale naturalmente de las capas
superiores. Como muestran ya la Ilíada y la Odisea, la epopeya
homérica fue primero cantada por trovadores andariegos en las residencias de
los nobles. Pero aun Hesíodo, que se desarrolló en un ambiente campesino y
trabajó en el campo, se educó en el conocimiento de Homero antes de despertar
a la vocación de rapsoda. Su poema se dirige, en primer término, a los hombres
de su estado y da por supuesto que sus oyentes entienden el lenguaje artístico
de Homero que es el que él mismo emplea. Nada revela de un modo tan claro la
esencia del proceso espiritual que se realiza mediante el contacto de aquella
clase con la poesía homérica, como la estructura del poema de Hesíodo. En él
se refleja el proceso de formación intima del poeta. Toda elaboración poética
de Hesíodo se sujeta sin vacilación a las formas estilizadas por Homero. Toma
de Homero versos enteros y fragmentos, palabras y frases. El uso de epítetos
épicos pertenece también al lenguaje de Homero. De ahí resulta un notable
contraste entre el fondo y la forma del nuevo poema. Sin embargo, (70) para que estos elementos no
populares penetraran en la existencia, vulgar y apegada al terruño, de los
campesinos y pastores y otorgaran a sus anhelos y preferencias una claridad
consciente y una inspiración moral, era preciso dotarlos de una expresión convincente.
El conocimiento de la poesía homérica no significa sólo para los hombres del
mundo hesiódico un enriquecimiento enorme de los medios de expresión. A pesar
de su espíritu heroico y patético, tan ajeno al estilo de su vida, les ofrecía
también, por la precisión y claridad con que expresaba los más altos problemas
de la vida humana, el camino espiritual que los llevaba, desde la opresora
estrechez de su dura existencia, a la atmósfera más alta y más libre del
pensamiento.
El poema de Hesíodo nos permite conocer con claridad el tesoro
espiritual que poseían los campesinos beocios, independientemente de
Homero. En la gran masa de las sagas de
la Teogonía hallamos muchos
temas antiquísimos, conocidos
ya por Homero,
pero también otros muchos que no
aparecen allí. Y no es siempre fácil
distinguir lo que era ya elaborado en forma poética y lo que responde a una
simple tradición oral. En la Teogonía
se manifiesta Hesíodo con toda la fuerza del pensamiento descriptivo. En los Erga se halla más cerca de la
realidad campesina y de su vida. Pero
también aquí, interrumpe de pronto el curso de su pensamiento y refiere largos
mitos, en la seguridad de agradar a sus
oyentes. También para el pueblo eran
los mitos asunto de interés ilimitado.
Da cuerpo a un sinfín de narraciones y reflexiones y constituye la
filosofía entera de aquellos hombres.
Así, se manifiesta en la elección inconsciente del asunto de las sagas
la orientación espiritual propia de los
campesinos. Prefiere los mitos que
expresan la concepción de la vida realista y pesimista de aquella clase o las
causas de las miserias y las necesidades de la vida social que los
oprimen. En el mito de Prometeo halla
la solución al problema de las fatigas y los trabajos de la vida humana; la narración
de las cinco edades del mundo explica
la enorme distancia entre la propia existencia y el mundo resplandeciente de Homero y refleja la eterna nostalgia del
hombre hacia tiempos mejores; el mito de Pandora expresa la triste y vulgar
creencia, ajena al pensamiento caballeresco, de la mujer como origen de
todos los males. No creo que erremos al afirmar que no fue
Hesíodo el primero en popularizar estas historias entre los campesinos. Pero sí, ciertamente, fue el primero en situarlas
con resolución en la amplia conexión social y filosófica con que aparecen en
sus poemas. La manera como cuenta, por
ejemplo, las historias de Prometeo y
Pandora presupone claramente que
fueron ya conocidas antes por sus oyentes.
El interés predominante por la epopeya homérica pasa a segundo término
en el ambiente de Hesíodo, ante estas tradiciones religiosas, éticas y
sociales. En los mitos adquiere forma
la actitud originaria del hombre ante la existencia. De ahí que toda clase social posea su propio
tesoro de mitos. Al lado de los mitos, posee el pueblo su antigua sabiduría
práctica, (71) adquirida por la experiencia inmemorial de innumerables generaciones.
Consiste, en parte, en los conocimientos y consejos profesionales, en normas
morales y sociales, concentrados en breves fórmulas que permitan conservarlos
en la memoria. Hesíodo nos ha trasmitido, en sus Erga, un gran número de
estas preciosas tradiciones. Estos fragmentos de la obra pertenecen, por su
concisión y la originalidad del lenguaje, a las realizaciones poéticas mejor
logradas del poema; aunque las amplias exposiciones filosóficas de la primera
parte tengan más interés desde el punto de vista de la historia personal y
espiritual, en la segunda parte hallamos todas las tradiciones campesinas:
viejas reglas sobre el trabajo del campo en las diferentes épocas del año, una
meteorología con preceptos sobre el adecuado cambio de los vestidos y reglas
para la navegación. Todo ello rodeado de sentencias morales sustanciosas y de preceptos
y prohibiciones colocados al principio y al final. Nos hemos anticipado al
hablar de la poesía de Hesíodo. Se trata, ante todo, de poner en claro los
múltiples elementos culturales de los campesinos, para los cuales escribió. En
la segunda parte de los Erga se ofrecen de un modo tan patente que no
hace falta sino asirlos. Su forma, su contenido y su estructura revelan inmediatamente
su herencia popular. Se hallan en completa oposición con la cultura noble. La
educación y la prudencia, en la vida del pueblo, no conocen nada parecido a la
formación del hombre en su personalidad total, a la armonía del cuerpo y el
espíritu, a la destreza por igual en el uso de las armas y de las palabras, en
las canciones y en los hechos, tal como lo exigía el ideal caballeresco.
Mantiene, en cambio, una ética vigorosa y permanente, que se conserva
inmutable, a través de los siglos, en la vida material de los campesinos y en
el trabajo diario de su profesión. Este código es más real y más próximo a la
tierra, aunque carezca de un alto ideal.
En Hesíodo se introduce por primera vez el ideal que sirve de punto de
cristalización de todos estos elementos y adquiere una elaboración poética en
forma de epopeya: la idea del derecho. En torno a la lucha por el propio derecho,
contra las usurpaciones de su hermano y la venalidad de los nobles, se
despliega en el más personal de sus poemas, los Erga, una fe apasionada
en el derecho. La gran novedad de esta obra es que el poeta habla en
primera persona. Abandona la tradicional objetividad de la epopeya y se hace el
portavoz de una doctrina que maldice la injusticia y ensalza el derecho.
Justifica esta atrevida innovación el enlace inmediato del poema con la
contienda jurídica que sostiene con su hermano Perses. Habla con Perses y a él
dirige sus amonestaciones. Trata de convencerle en mil formas de que Zeus
protege a la justicia, aunque los jueces de la tierra la conculquen, y de que
los bienes mal adquiridos jamás prosperan. Se dirige entonces a los jueces, a
los señores poderosos, mediante la historia del halcón y el ruiseñor, y en
otros lugares. Nos traslada de un modo tan vivaz en la situación del proceso,
justamente (72) en el momento anterior a la decisión de los
jueces, que no sería difícil cometer el error de pensar que Hesíodo escribió,
precisamente, en aquel momento y que los Erga son una obra ocasional,
nacida íntegramente de aquella circunstancia.
Así lo han pensado algunos nuevos intérpretes. Parece confirmar este punto de vista el
hecho de que en parte alguna nos hable del resultado del pleito. No parece que el poeta hubiera dejado a sus
oyentes a oscuras si hubiese recaído ya una decisión. Se consideró, así, el poema como un reflejo
del proceso real. Se investigó sobre
algunos cambios de situación que
se creyó hallar en el poema y se llegó a la conclusión de que la obra,
por la relajación arcaica de su composición que nos permite apenas concebirla
como una unidad, no es otra cosa que una serie de "Cantos de amonestación
a Perses", separados en el curso del tiempo. Es la trasposición al poema
didáctico de Hesíodo de la teoría
de los cantos homéricos de Lachmann.[2] Difícilmente pueden conciliarse con esta
interpretación la existencia de amplias partes del poema de naturaleza
puramente didáctica, que nada tienen que ver con el proceso y que se hallan,
sin embargo, dirigidas a su hermano Perses y consagradas a su
instrucción, como los calendarios para
campesinos y navegantes y las dos
colecciones de máximas morales unidas a ellos. ¿Y qué influencia pudieron tener
las doctrinas generales, de carácter religioso y moral, sobre la justicia y la
injusticia, mantenidas en la primera parte del poema, sobre la marcha de un
proceso real? En realidad, el caso concreto
del proceso jugó evidentemente un papel
importante en la vida de Hesíodo, pero no es para el poema sino la forma
artística con que viste el discurso para hacerlo más eficaz. Sin ello, no sería posible la forma personal
de la exposición ni el efecto dramático de la primera parte. Así se hacía natural y necesaria, porque el
poeta había experimentado, realmente, su íntima tensión en la lucha por su
propio derecho. Por esta razón no nos
refiere el proceso hasta su término, porque el hecho concreto no afecta la
finalidad didáctica del poema.
Así como Homero describe el destino de los héroes que luchan y sufren
como un drama de los dioses y de los hombres, ofrece Hesíodo el vulgar
acaecimiento civil de su pleito judicial como una lucha de los poderes del
cielo y de la tierra por el triunfo de la justicia. Así, eleva un suceso real
de su vida, que carece por sí mismo de importancia, al noble rango y a la
dignidad de una verdadera epopeya. No puede, naturalmente, como lo hace
Homero, trasladar a sus oyentes al cielo, porque ningún mortal puede conocer
las decisiones de Zeus sobre sí mismo y sobre sus cosas. Sólo puede rogar a
Zeus que proteja la justicia. El poema empieza con himnos y plegarias.
(73) Zeus, que humilla a los poderosos y ensalza a los humildes, debe hacer
justa la sentencia de los jueces. El poeta mismo toma en tierra el papel activo
de decir la verdad a su hermano extraviado y apartarlo del camino funesto de la
injusticia y la contienda. Verdad que Eris es una deidad a la cual los hombres
deben pagar tributo, aun contra su voluntad. Pero al lado de la Eris mala hay
una buena que no promueve la lucha, sino la emulación. Zeus le dio su morada en
las raíces de la tierra. Enciende la envidia en el perezoso ante el éxito de su
vecino y lo mueve al trabajo y al esfuerzo honrado y fecundo. El poeta se
dirige a Perses para prevenirle contra la Eris mala. Sólo puede consagrarse a
la inútil manía de disputar el hombre rico que tiene llenas las trojes y no se
halla agobiado por el cuidado de su subsistencia. Éste puede maquinar contra la
hacienda y los bienes de los demás y disipar el tiempo en el mercado. Hesíodo
exhorta a su hermano a no tomar, por segunda vez, este camino, y a reconciliarse
con él sin proceso; puesto que dividieron ya, desde hace tiempo, la herencia
paterna y Perses tomó para sí más de lo que le correspondía, sobornando a los
jueces. "Insensatos, no saben cuan verdadera es la sentencia de que la
mitad es mayor que el todo y qué bendición encierra la hierba más humilde que
produce la tierra para el hombre, la malva y el asfódelo." [3] Así el poeta, al dirigir
su exhortación a su hermano, pasa del caso concreto a su formulación general.
Y ya desde el comienzo se deja entrever cómo se ensalza la advertencia contra
las contiendas y la injusticia y la fe inquebrantable en la protección del
derecho por las fuerzas divinas, con la segunda parte del poema, las doctrinas
del trabajo de los campesinos y los navegantes y las sentencias relativas a lo
que el hombre debe hacer y omitir. La única fuerza terrestre que puede contraponerse
al predominio de la envidia y las disputas es la Eris buena, con su pacífica
emulación en el trabajo. El trabajo es una dura necesidad para el hombre, pero
es una necesidad. Y quien provee mediante él a su modesta subsistencia, recibe
mayores bendiciones que quien codicia injustamente los bienes ajenos.
Esta experiencia de la vida se funda, para el poeta, en las leyes
permanentes que rigen el orden del mundo, enunciadas en forma religiosa y
mítica. Ya en Homero hallamos el intento de interpretación de algunos mitos
desde el punto de vista de una concepción del mundo. Pero este pensamiento,
fundado en las tradiciones míticas, no se halla allí todavía sistematizado.
Esta tarea le estaba reservada a Hesíodo, en la segunda de sus grandes obras:
la Teogonía. Los relatos heroicos participan apenas en la especulación
cosmológica y teológica. Los relativos a los dioses constituyen, en cambio, su
fuente más abundante. El impulso causal naciente halló satisfacción en la
construcción sagaz y completa de la genealogía de los dioses. Pero
74 LA PRIMERA GRECIA
los tres elementos más esenciales de una doctrina racional del devenir
del mundo aparecen también, evidentes, en la representación mítica de la Teogonía: el Caos, el espacio vacío; la Tierra
y el Cielo, fundamento y
cubierta del mundo, separados del
Caos, y
Eros, la fuerza originaria
creadora y animadora del cosmos. La
tierra y el cielo son elementos esenciales de toda concepción mítica del
mundo. Y el Caos, que hallamos también
en los mitos nórdicos, es evidentemente una idea originaria de las razas
indogermánicas. El Eros de Hesíodo es una idea especulativa
original y de una fecundidad filosófica enorme. En la Titanomaquia y en la doctrina
de las grandes dinastías de los dioses, entra en acción la idea teológica de
Hesíodo de construir una evolución del mundo, llena de sentido, en la
cual intervienen fuerzas de carácter ético además de las fuerzas telúricas y
atmosféricas. El pensamiento de la Teogonía
no se contenta con ponerlos en
relación con los dioses reconocidos y venerados en los cultos ni con los
conceptos tradicionales de la religión reinante. Por el contrario, pone al servicio de una
concepción sistemática, sobre el origen del mundo y de la vida humana,
elaborada mediante la fantasía y el intelecto, los datos de la religión en el
sentido más amplio del culto, de la tradición
mítica y de la
vida interior. Así,
concibe toda fuerza activa como
una fuerza divina, como corresponde a aquel grado de la evolución espiritual.
Nos hallamos, pues, ante
un pensamiento vivo y mítico,
expuesto en la forma de un poema original.
Pero este sistema mítico se halla constituido y gobernado por un
elemento racional, como lo demuestra el hecho de que se extienda mucho más allá
del círculo de los dioses
conocidos por Homero
y objeto del
culto y de que no se limite a los
meros registros y combinaciones de dioses admitidos por la tradición, sino que se atreva a una
interpretación creadora de los mismos
e invente nuevas
personificaciones cuando así lo exijan
las nuevas necesidades del pensamiento abstracto.
Bastan estas breves referencias para comprender el trasfondo de los
mitos que introduce Hesíodo en los Erga, para explicar la presencia de
la fatiga y los trabajos en la vida humana y la existencia del mal en el mundo.
Así se ve, ya en el relato introductorio sobre la buena y la mala Eris, que la Teogonía
y los Erga, a pesar de la diferencia de su asunto, no se hallaban
separados en el espíritu del poeta, sino que el pensamiento del teólogo penetra
en el del moralista, así como el de éste se manifiesta claramente en la Teogonía.
Ambas obras desarrollan la íntima unidad de la concepción del mundo, de una
personalidad. Hesíodo aplica la forma "causal" del pensamiento,
propia de la Teogonía, en la historia de Prometeo de los Erga, a
los problemas éticos y sociales del trabajo. El trabajo y los sufrimientos
deben de haber venido alguna vez al mundo. No pueden haber formado parte,
desde el origen, de la ordenación divina y perfecta de las cosas. Hesíodo busca
su causa en la siniestra acción de Prometeo, en el robo del fuego divino, que
considera desde el punto de vista (75) moral. Como castigo, creó
Zeus a la primera mujer, la astuta Pandora, madre de todo el género humano. De
la caja de Pandora salieron los demonios de la enfermedad, de la vejez y otros
mil males que pueblan hoy la tierra y el mar.
Es una innovación atrevida interpretar el mito desde el punto de vista
de las nuevas ideas especulativas del poeta y colocarlo en un lugar tan
central. Su uso en la marcha general del pensamiento de los Erga corresponde
al uso paradigmático del mito en los discursos de los personajes de la epopeya
homérica. No se ha reconocido esta razón para los dos grandes
"episodios" o "digresiones" míticas del poema de Hesíodo, a
pesar de su gran importancia para la comprensión de su fondo y de su forma.
Los Erga constituyen una grande y singular admonición y un discurso
didáctico y. como las elegías de Tirteo o de Solón, derivan directamente, en el
fondo y en la forma, de los discursos de la epopeya homérica.[4] En ellos se hallan muy en
su lugar los ejemplos míticos. El mito es como un organismo: se desarrolla,
cambia y se renueva incesantemente. El poeta realiza esta transformación. Pero
no la realiza respondiendo simplemente a su arbitrio. El poeta estructura una
nueva forma de vida para su tiempo e interpreta el mito de acuerdo con sus
nuevas evidencias íntimas. Sólo mediante la incesante metamorfosis de su idea
se mantiene el mito vivo. Pero la nueva idea es acarreada por el seguro
vehículo del mito. Esto es válido ya para la relación entre el poeta y la tradición
en la epopeya homérica. Pero se hace todavía mucho más claro en Hesíodo, puesto
que aquí la individualidad poética aparece de un modo evidente, actúa con plena
conciencia y se sirve de la tradición mítica como de un instrumento para su
propio designio.
Este uso normativo del mito se revela con mayor claridad por el hecho
de que Hesíodo, en los Erga, coloca, inmediatamente después de la
historia de Prometeo, la narración de las cinco edades del mundo, mediante una
fórmula de transición que carece acaso de estilo, pero que es sumamente
característica para nuestro propósito.[5] "Si tú
quieres, te contaré con arte una segunda historia hasta el fin. Acéptala,
empero, en tu corazón." En este tránsito del primer mito al segundo era
necesario dirigirse de nuevo a Perses, para llevar a la conciencia de los
oyentes la unidad del fin didáctico de dos narraciones en apariencia tan
distintas. La historia de la antigua Edad de Oro y de la degeneración siempre
creciente de los tiempos subsiguientes, debe mostrar que los hombres eran
originariamente mejores que hoy (76) y vivían sin trabajos ni penas. Sirve de explicación el mito de Prometeo. Hesíodo no vio que ambos mitos en realidad
se excluyen, lo cual es particularmente significativo para su plena
interpretación ideal del mito. Menciona
Hesíodo, como causas de la creciente desventura de los hombres, el progreso de hybrís y la irreflexión, la desaparición
del temor de los dioses, la guerra
y la violencia. En la edad quinta, la edad de hierro, en la
cual el poeta lamenta tener que vivir, domina sólo el derecho del más
fuerte. Sólo los malhechores pueden
afirmarse en ella. Aquí refiere Hesíodo
la tercera historia: la del halcón y el ruiseñor. La dirige expresamente a los jueces, a los
señores poderosos. El halcón arrebata
al ruiseñor —el "cantor"— y
a sus lamentos lastimeros
responde el raptor, mientras lo lleva en sus garras a través de los aires: [6] "Desventurado, ¿de qué te sirven tus
gemidos? Te hallas en poder de uno más fuerte que tú y me seguirás a donde
quiera llevarte. De mí depende comerte o
dejarte." Hesíodo denomina a esta
historia de animales, un amos.
Semejantes fábulas eran creídas por todo el pueblo. Cumplían en el pensamiento popular una
función análoga a la de los paradigmas míticos en los discursos épicos: contenían
una verdad general. Homero y
Píndaro denominan también ainos
a los ejemplos míticos. Sólo más
tarde se limita el concepto a las fábulas de animales. Contiene el sentido ya conocido de advertencia
o consejo. Así, no es sólo ainos la
fábula del halcón y el ruiseñor. Éste es sólo el ejemplo que ofrece Hesíodo a
los jueces. Verdaderos ainos son
también la historia de Prometeo y el mito de las edades
del mundo.
Las mismas alocuciones dirigidas a ambas partes, a Perses y a los
jueces, se repiten en la siguiente parte del poema. En ella nos muestra la maldición de la
injusticia y la bendición de la justicia, mediante las imágenes religiosas de
la ciudad justa y de la ciudad injusta.
Diké se convierte aquí, para el poeta, en una divinidad independiente. Es la hija de Zeus, que se sienta con él y
se lamenta cuando los hombres abrigan designios injustos, puesto que tiene que
darle cuenta de ellos. Sus ojos miran también a esta ciudad y al litigio que se
sostiene en ella. Y el poeta se dirige
de nuevo a Perses:[7] "Toma esto en consideración; atiende a
la justicia y olvida la violencia. Es
el uso que ha ordenado Zeus a los hombres: los peces y los animales salvajes y
los pájaros alados pueden comerse unos a
otros, puesto que entre ellos no existe el derecho. Pero a los hombres les confirió la justicia,
el más alto de los bienes." Esta
diferencia entre los hombres y los animales se enlaza claramente con el ejemplo
del halcón y el ruiseñor. Hesíodo piensa que entre los hombres no hay que apelar nunca al derecho del más fuerte, como
lo hace el halcón con el ruiseñor.
En la primera parte del poema se revela la creencia religiosa de que
la idea del derecho se halla en el centro de la vida. Este elemento (77) ideológico
no es, naturalmente, un producto original de la vida campesina primitiva. En
la forma en que lo hallamos en Hesíodo, ni tan siquiera pertenece a la Grecia
propiamente dicha. Del mismo modo que los rasgos racionales que se revelan en
el afán sistemático de la Teogonía presuponen las relaciones ciudadanas
y el desarrollo espiritual avanzado de Jonia. La fuente más antigua de estas
ideas es, para nosotros, Homero. En él se halla contenido el primer elogio de
la justicia. Sin embargo, la idea del derecho no se halla tan en primer término
en la Ilíada como en la Odisea, más próxima, en el tiempo, a
Hesíodo. En ella hallamos la creencia de que los dioses son guardianes de la
justicia y de que su reinado no sería, en verdad, divino, si no condujera, al
fin, al triunfo del derecho. Este postulado domina la acción entera de la Odisea.
También en la Ilíada hallamos, en un famoso ejemplo de la
Patrocleia, la creencia de que Zeus promueve terribles tempestades en el cielo
cuando los hombres conculcan la justicia en la tierra.[8] Sin embargo, estas huellas
aisladas de una concepción ética de los dioses y aun las convicciones que
gobiernan la Odisea, se hallan muy lejos de la pasión religiosa de
Hesíodo, el profeta del derecho, el cual, como simple hombre del pueblo emprende,
mediante su fe inquebrantable en la protección del derecho por los dioses, una
lucha contra su propio ambiente y nos arrebata todavía, a través de los
siglos, con su irresistible pathos. Toma de Homero el contenido de su
idea del derecho, así como algunos giros característicos del lenguaje. Pero la
fuerza reformadora mediante la cual experimenta esta idea en la realidad, así
como el absoluto predominio de su idea del gobierno de los dioses y del
sentido del mundo, abre una nueva edad. La idea del derecho es, para él, la
raíz de la cual ha de surgir una sociedad mejor. La identificación de la voluntad
divina de Zeus con la idea del derecho y la creación de una nueva figura
divina, Diké, tan íntimamente vinculada con Zeus, el dios más alto, son la
consecuencia inmediata de la fuerza religiosa y la severidad moral con que
sintieron la exigencia de la protección del derecho la clase campesina naciente
y los habitantes de la ciudad.
Es imposible admitir que Hesíodo, en su tierra beocia, alejado del
desarrollo espiritual propio de los países transmarinos, haya mantenido por
primera vez aquella exigencia y sacada de sí mismo la totalidad de su pathos
social. La experimentó con más vehemencia en su lucha con aquel medio
ambiente y se convirtió, así, en su heraldo. Él mismo cuenta en los Erga[9]
cómo su padre, venido a menos en la ciudad de Cime, en el Asia Menor,
inmigró a Beocia. Así, es razonable presumir que el sentimiento de melancolía
experimentado (78) en su nueva patria, tan amargamente expresado
por el hijo, le haya sido trasmitido por su padre. Su familia no se ha sentido
nunca en su casa en la miserable aldea de Ascra. Hesíodo la denomina "horrible
en invierno, insoportable en verano y nunca agradable". Es evidente que
desde joven aprendió en su casa paterna a ver con mirada crítica las
relaciones sociales de los beocios. Introdujo la idea de diké en su
medio ambiente. Ya en la Teogonía la introduce de un modo expreso.[10] La presencia de la
trinidad divina y moral de las Horas, Diké. Eunomia e Irene, al lado de las
Moiras y de las Carites, se debe evidentemente a una predilección del poeta.
Del mismo modo que en la genealogía de los vientos cuenta a Notos. Bóreas y
Céfiro, en la detallada descripción de los males que sobrevienen a los
marineros y a los campesinos,[11] alaba a las diosas del
derecho, el buen orden y la paz, como promotoras de las "obras de los hombres".
En los Erga, la idea del derecho de Hesíodo penetra toda la vida y el
pensamiento de los campesinos. Mediante la unión de la idea del derecho con la
idea del trabajo consigue crear una obra en la cual se desarrolla desde un
punto de vista dominante y adquiere un carácter educador la forma espiritual y
el contenido real de la vida de los campesinos. Vamos a mostrarla ahora, en
breves rasgos, en la amplia construcción de los Erga.
Inmediatamente después de la
advertencia con que se cierra la primera parte, de
seguir el derecho y abandonar ya
para siempre la injusticia, se
dirige Hesíodo una vez más a su hermano, en aquellos famosos versos que han
corrido durante millares de años de boca en boca, separados de
su contexto.[12] Ellos solos bastan para hacer al poeta inmortal.
"Deja que te aconseje
con recto conocimiento, Perses, mi niño
grande." Las palabras del poeta
toman un tono paternal, pero cálido y convincente. "Fácil es alcanzar en tropel la miseria. Liso es el camino. Y no reside lejos. Sin embargo, los dioses inmortales han
colocado antes del éxito, el sudor.
Largo y escarpado es el sendero que conduce a él y, al principio,
áspero. Sin embargo, cuando has
alcanzado la cúspide, resulta fácil, a pesar de su rudeza."
"Miseria" y "éxito" no
traducen exactamente las
palabras griegas kako/thej y a)reth/. Con ello expresamos, por lo menos, que no se trata de la
perversidad y la virtud moral tal como lo
entendió más tarde la
Antigüedad.[13] Este fragmento se enlaza con las palabras de
ingreso en la primera parte, relativas a la Eris buena y mala. Después de haber puesto claramente ante los
ojos del lector la desgracia de la lucha, es preciso mostrar ahora el valor del
trabajo. El trabajo es ensalzado
como el único, aunque difícil camino,
para llegar a la areté. El
concepto abraza al mismo tiempo la
destreza personal y lo que
de ella deriva —bienestar, éxito, consideración. No se trata de la areté guerrera de
la antigua nobleza, ni de la clase propietaria, (79) fundada en la riqueza, sino
la del hombre trabajador, que halla su expresión en una posesión moderada. Es
la palabra central de la segunda parte, los Erga propiamente dichos. Su
fin es la areté, tal como la entiende el hombre del pueblo. Quiere hacer
algo con ella y prestarle una figura. En lugar de los ambiciosos torneos
caballerescos, exigidos por la ética aristocrática, aparece la silenciosa y
tenaz rivalidad del trabajo. Con el sudor de su frente debe ganar el hombre su
pan. Pero esto no es una maldición, sino una bendición. Sólo a este precio
puede alcanzar la areté. Así, resulta perfectamente claro que Hesíodo,
con plena conciencia, quiere poner, al lado de la educación de los nobles, tal
como se refleja en la epopeya homérica, una educación popular, una doctrina de
la areté del hombre sencillo. La justicia y el trabajo son los pilares
en que descansa.
Pero, entonces, ¿es posible enseñar la areté? Esta pregunta fundamental
se halla al principio de toda ética y de toda educación. Hesíodo la suscita,
apenas pronunciada la palabra areté. "Ciertamente, es el mejor de
los hombres aquel que todo lo considera, y examina qué cosa será en último
término lo justo. Bueno es también el que sabe seguir lo que otro rectamente le
enseña. Sólo es inútil aquel que ni conoce por sí mismo ni toma en su corazón
la doctrina de otro." Estas palabras se hallan, no sin fundamento, entre
la enunciación del fin —la areté— y el comienzo de los preceptos
particulares que se vinculan inmediatamente a él. Perses, y quienquiera que
oiga las doctrinas del poeta, debe hallarse dispuesto a dejarse guiar por él si
no es capaz de conocer, en su propia intimidad, lo que le aprovecha y lo que le
perjudica. Así se justifica y adquiere sentido la totalidad de su enseñanza.
Estos versos han valido en la ética filosófica posterior como el primer
fundamento de toda doctrina ética y pedagógica. Aristóteles los acepta en su
plenitud en la Ética nicomaquea en su consideración introductora sobre
el punto de vista adecuado (αρχή) de la enseñanza ética.[14] Ésta es una indicación de
la mayor importancia para comprender su función en el esquema general de los Erga.
También allí juega un papel de la mayor importancia la cuestión del
conocimiento. Perses no tiene una concepción justa. Pero el poeta debe dar por
supuesto que es posible enseñarla, desde el momento en que trata de comunicarle
su propia convicción y de influir en él. La primera parte prepara el terreno
para sembrar la simiente de la segunda. Desarraiga prejuicios y errores que se
interponen en el camino del conocimiento de la verdad. No es posible que el
hombre llegue a su fin mediante la contienda y la injusticia. Para obtener la
verdadera prosperidad es preciso que ajuste sus aspiraciones al orden divino
que gobierna el mundo. Una vez que el nombre ha llegado a la íntima convicción
de esto, otro puede, mediante sus enseñanzas, ayudarle a encontrar el camino.
(80) Siguen a la parte general, que lo pone en esta
situación precisa, las doctrinas prácticas particulares,[15] mediante una serie de
sentencias que otorgan al trabajo el más alto valor. "Así, recuerda mis advertencias y
trabaja, Perses, vástago
divino, para que
el hambre te aborrezca y te ame la casta y bella
Deméter y llene con abundancia tus graneros.
Quien vive inactivo es aborrecido de los dioses y de los hombres. Asemeja
al zángano que consume
el penoso trabajo
de las abejas. Procúrate un
justo placer entregándote, en una justa medida, al trabajo.
Así, tus graneros se llenarán con las provisiones que te proporcione cada
año." "El trabajo no es
ninguna vergüenza. La ociosidad sí es una vergüenza. Si trabajas te envidiará el ocioso por tu
ganancia. A la ganancia sigue la
consideración y el respeto. En su condición, el trabajo es lo único justo, sólo
con que cambies tu atención de la codicia de los bienes ajenos y la dirijas a
tu propio trabajo y cuides de su mantenimiento, tal como te lo aconsejo."
Habla entonces Hesíodo de la tremenda vergüenza de la pobreza, de las riquezas
adquiridas injustamente y de las riquezas concedidas por Dios, y pasa a
una serie de preceptos
particulares sobre la veneración de los dioses, la piedad y la propiedad. Habla de las relaciones con los amigos y
los enemigos, y especialmente con los vecinos queridos, del dar, el recibir y
el ahorrar, de la confianza y la desconfianza, especialmente con las
mujeres, sobre la sucesión y el número de hijos. Sigue una descripción de los trabajos de los
campesinos y de los marineros y acaba
con otra colección de sentencias.
Concluye con los "días", fastos y nefastos. No necesitamos analizar
esta parte del poema. Especialmente la
doctrina relativa a los trabajos profesionales de los campesinos y los
marineros —no tan separados entre los beocios como en nuestros tiempos— penetra
tan profundamente en la realidad de sus
particularidades que, a pesar del
encanto de su descripción de la vida cotidiana del trabajo, no podemos examinarlos aquí. El orden maravilloso que domina la totalidad
de esta vida y el ritmo y la belleza
que otorga, se deben a su íntimo
contacto con la naturaleza y su curso inmutable y su constante
retorno. En la primera parte, la
exigencia de justicia y honradez se funda en el orden moral del mundo. En la segunda, la ética del trabajo y de la profesión surge del orden natural de la
existencia y de él recibe sus leyes. El pensamiento de Hesíodo no los
separa. El orden moral y el orden
natural derivan igualmente de la divinidad.
Cuanto el hombre hace y omite, en su relación con sus semejantes y en
su relación con los dioses, así como en el trabajo cotidiano, constituye una
unidad con sentido.
Hemos observado ya que el rico tesoro de experiencias del trabajo y de
la vida que se despliega ante el lector en esta parte de la obra procede de una
tradición popular, milenaria y profundamente arraigada.
(81) Esta corriente inmemorial que brota de la
tierra, todavía inconsciente de sí misma, es lo más conmovedor del poema de Hesíodo
y la causa principal de su fuerza. El vigor impresionante de su plena realidad
deja en la sombra a los convencionalismos poéticos de algunos de los cantos
homéricos. Un nuevo mundo, cuya riqueza en belleza original humana sólo se
revela en algunos ejemplos de la epopeya heroica, tales como la descripción del
escudo de Aquiles, ofrece ante los ojos su fresco verdor, el fuerte olor de la
tierra abierta por su arado y el canto del cuclillo en los arbustos que estimula
el trabajo campesino. Todo ello se halla enormemente alejado del romanticismo
de los poetas eruditos de las grandes ciudades y de los idilios de la época
helenística. La poesía de Hesíodo nos ofrece realmente la vida de los hombres
del campo en su plenitud. Funda su idea del derecho, como fundamento de toda
vida social, en este mundo natural y primitivo del trabajo y se convierte en el
heraldo y el creador de su estructura íntima. Ofrece al trabajador su vida
penosa y monótona como espejo del más alto ideal. No debe mirar ya con envidia
a la clase social de la cual ha recibido, hasta ahora, todo alimento
espiritual. Halla en su propia vida y en sus actividades habituales, y aun en
su propia dureza, una alta significación y un designio elevado.
En la poesía de Hesíodo se realiza ante nuestros ojos la formación
independiente de una clase popular, hasta aquel momento excluida de toda
educación consciente. Se sirve de las ventajas que ofrece la cultura de las
clases más altas y de las formas espirituales de la poesía cortesana. Pero crea
su propia forma y su ethos, exclusivamente, a partir de las
profundidades de su propia vida. Gracias a que Homero no es solamente un poeta
de clase, sino que se eleva desde la raíz de un ideal de clase a la altura y a
la amplitud general y humana del espíritu, posee la fuerza capaz de orientar
en su propia cultura a una clase popular que vive en condiciones de existencia
completamente distintas, de hallar el sentido peculiar de su vida humana y de
conformarla de acuerdo con sus leyes íntimas. Esto es de la mayor importancia.
Pero todavía es más importante el hecho de que, mediante este acto de
autoformación espiritual, sale de su aislamiento y hace sentir su voz en el
ágora de las naciones griegas. Así como la cultura aristocrática adquiere en
Homero una influencia de tipo general humano, con Hesíodo la civilización
campesina sale de los estrechos límites de su esfera social. Aunque el
contenido del poema sólo sea comprensible y aplicable para los campesinos y el
trabajo del campo, los valores morales implícitos en aquella concepción de la
vida se hacen accesibles, de una vez para siempre, a todo el mundo. Claro es
que la concepción agraria de la sociedad no dio el sello definitivo a la vida
del pueblo griego. La cultura griega halló en la polis su forma más peculiar y
completa. Lo que conserva de la cultura campesina se mantiene en un trasfondo
espiritual. De tanta (82) o mayor importancia es el hecho de que el pueblo griego considere ya
para siempre a Hesíodo como un educador orientado en el ideal del trabajo y de
la justicia estricta y que, formado en el medio campesino, conserve su valor
aun en situaciones sociales totalmente diversas.
La verdadera raíz de la poesía de Hesíodo reside en la educación.
No depende del
dominio de la
forma épica ni
de la materia
en cuanto tal. Si consideramos los poemas didácticos de
Hesíodo sólo como una aplicación más o menos original del lenguaje y las
formas poéticas de los rapsodas a un contenido que se consideró como "prosaico" por las
generaciones posteriores, sobreviene la duda sobre el carácter poético
de la obra. Los
filólogos antiguos formularon
la misma duda en relación con los poemas didácticos posteriores.[16] Hesíodo mismo halló la justificación de su
misión poética en su voluntad profética de convertirse en el maestro de su
pueblo. Con estos ojos consideraron sus
contemporáneos a Homero. No podían
imaginar una forma más alta de influjo espiritual que el de los poetas y
los rapsodas homéricos. La misión educadora del poeta se hallaba inseparablemente vinculada a
la forma del lenguaje épico, tal como la
habían experimentado por el influjo de Homero.
Cuando Hesíodo recogió, a su modo, la herencia de Homero, definió para la posteridad, más allá de los límites
de la simple poesía didáctica, la esencia de la creación poética, en el sentido
social, educador y constructivo. Esta fuerza constructora surge, más allá de la instrucción moral e intelectual,
en la esencia de las cosas, dando
nueva vida a cuanto toca. La amenaza inmediata de
un estado social dominado por la
disensión y la injusticia condujo a Hesíodo a la visión de los fundamentos en
que descansaba la vida de aquella sociedad y la de cada uno de sus
miembros. Esta visión esencial, que
penetra en el sentido simple y originario de la
vida, determina la función del verdadero poeta. Para él no existe asunto prosaico o poético
por sí mismo.
Hesíodo es el primer poeta griego que habla en nombre propio de su
medio ambiente. Así se eleva, más allá de la esfera épica, que pregona la fama
e interpreta las sagas, a la realidad y a las luchas actuales. En el mito de
las cinco edades se manifiesta claramente que considera el mundo heroico de la
epopeya como un pasado ideal, que contrapone al presente de hierro. En el
tiempo de Hesíodo el poeta se esfuerza por ejercer una influencia directa en la
vida. Por primera vez mantiene la pretensión de guía, sin fundarla en una
ascendencia aristocrática ni en una función oficial reconocida. Surge, de
pronto, la comparación con los profetas de Israel, desde antiguo destacada. Sin
embargo, con Hesíodo, el primero de los poetas griegos que se levanta con la
pretensión de hablar públicamente a la comunidad, por razón de la superioridad
de su conocimiento, se anuncia el (83) helenismo como una nueva época en la historia
de la sociedad. Con Hesíodo empieza el dominio y el gobierno del espíritu que
presta su sello al mundo griego. Es el "espíritu", en su sentido
original, el verdadero spiritus, el aliento de los dioses que él mismo
pinta como una verdadera experiencia religiosa y que recibe, mediante una inspiración
personal, de las musas, al pie del Helicón. Las musas mismas explican su fuerza
inspiradora cuando Hesíodo las invoca como poeta: "En verdad sabemos decir
mentiras cuando semejan verdades, pero sabemos también, si queremos, revelar la
verdad."[17] Así
se expresa en el preludio de la Teogonía. También en el proemio de los Erga
quiere Hesíodo revelar la verdad a su hermano.[18] Esa conciencia de
enseñar la verdad es algo nuevo en relación con Homero, y la forma personal de
la poesía de Hesíodo debe hallarse, de alguna manera, en conexión con ella. Es
la característica peculiar del poeta griego que, mediante el conocimiento más
profundo de las conexiones del mundo y de la vida, quiere conducir al hombre
errado por el camino justo.
[1] 1 Heródoto, VII, 102.
[2] 2 El ensayo de P. friedlaender, hermes 48, 558, es un comienzo
importante para la consideración unitaria del poema y la comprensión de su
forma. Otros comentarios del autor al respecto aparecen, después de terminado
este capítulo, en Gött. Gel. Anz., 1931.
[3] 3 Erga, 40.
[4] 4
Los intérpretes no
observaron que el
comienzo de los Erga, luego
de la invocación a
Zeus, que termina con
las palabras "pero yo
quiero decir la verdad
a Perses", está imitado
en su forma
típica de ou)k a)/ra mou~non e)h~v de los discursos
homéricos. Pero de esto
depende la comprensión de la forma de todo el poema;
es un único "discurso" independizado y
ampliado hasta convertirse en epopeya, de carácter
admonitivo. El largo discurso de Fénix,
en el libro IX de la Ilíada, está bastante cerca de él.
[5] 5 Erga, 106.
[6] 6 Erga, 202.
[7] 7 Erga, 274. Nomos no significa
todavía en este contexto "ley".
[8] 8 Π 384-393.
Hay que fijarse en que la idea ético-jurídica de Zeus se expresa más marcadamente en una
alegoría que en ningún otro lugar de la Ilíada. Se ha indicado hace
tiempo que la vida real, tal como el
poeta la conoce por la experiencia, penetra a menudo,
a través de la
rigorosa estilización heroica, en
la alegoría.
[9] 9 Erga,
633 ss.
[10] 10 Teog., 901.
[11] 11 Teog., 869.
[12] 12 Erga, 286 ss.
[13] 13 Ver willamowitz,
Sappho und Símonides (Berlín,
1913), p. 169.
[14] 14 aristóteles,
Et. nic., A 2, 1095 b 10.
[15] 15 El paralelo más destacado de esta parte de
los Erga son las sentencias de Teognis (véase infra, p. 192).
[16] 16 Anecdota Bekkeri, 733, 13.
[17] 17 Teog., 27.
[18] 18 Erga, 10.
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