922
isócrates habla mucho de sí mismo en sus obras, pero esta
necesidad encuentra su expresión más pura en una de sus últimas creaciones,
cuando tenía ya más de ochenta años,[1]
en un escrito consagrado por entero a su propia persona y a la obra de su vida.
Nos referimos al discurso sobre el cambio de fortunas o la Antídosis, que
es el nombre que ese concepto tiene en lengua ática. La tributación fiscal extraordinariamente
elevada impuesta al puñado de los ciudadanos más ricos que en Atenas tenía que
afrontar el costo de fletamento de la marina de guerra, explicaba la existencia
de una ley que hubo de serle aplicada también a Isócrates. Cada una de las
personas gravadas con el impuesto de la "trierarquía" tenía derecho,
si consideraba el gravamen injusto, a dar el nombre de un ciudadano más rico a
quien pudiera imponerse con mayor razón el cumplimiento del mismo deber y podía
pedir que éste cambiase de fortuna con él, para demostrar así que era menos
rica. Con motivo de este proceso se dirigieron a la persona y a la actividad
docente de Isócrates diversos ataques que, aunque no se relacionaban en rigor
con el fondo del asunto, tenían algo que ver con su fama de haber amasado una
gran fortuna con sus actividades publicísticas y educativas.[2]
Esto puso de relieve su impopularidad en amplios sectores de la opinión
pública, impopularidad que no debió de pasarle desapercibida antes, puesto que
tanto en el Areopagítico como en el Discurso sobre la paz, es
decir, en sus dos obras de política interior, se esfuerza en defenderse contra
el reproche de ser un enemigo del pueblo.[3]
La Antídosis reacciona una vez más contra esta acusación, cuyo origen se
explica fácilmente por los reiterados ataques de Isócrates contra los
demagogos.
El discurso
sobre la Antídosis que ha llegado a nosotros no es el pronunciado por
Isócrates en el proceso aludido, sino que se basa, como la mayoría de los escritos
políticos, en una ficción.[4]
El proceso seguido con motivo del cambio de fortunas no es más que el motivo
para redactar una obra en la que, con el pretexto de haber sido atacado 923 públicamente, "defiende", es decir,
sitúa bajo el ángulo que a él le parece adecuado, su vida, su carácter y sus
actividades didácticas. En la misma obra se manifiesta minuciosamente acerca de
la extraña mezcla de discurso forense, autodefensa y autobiografía que representa
la Antídosis[5]
y pretende que esta "mezcla de ideas" se aprecie como una
sutileza especial de su arte retórico.[6]
Aprovecha la ocasión para razonar, como obligado por la coacción de la defensa,
lo que a todo el mundo le repugnaría si se escribiese como un simple elogio de
la propia persona.[7] Fue
Platón el primero que en su Apología convirtió el discurso forense de
defensa en forma literaria de confesión en que una personalidad
espiritualmente destacada procura rendir cuentas de sus actos ( pra=gma ).[8]
Esta nueva forma
de autorretrato literario debió de producir honda impresión en la mentalidad
egocéntrica de un Isócrates, que en el discurso sobre el cambio de fortunas se
sirve de ella. Aunque él no disponía, naturalmente, de aquel fondo heroico de
lucha por la propia vida sobre el que en la Apología Platónica se
destaca de un modo impresionante la imagen de la firmeza y la grandeza de alma
de un Sócrates, nuestro autor debió de sentir, sin embargo, un paralelismo
bastante acentuado entre su propia situación y el proceso socrático, pues
aprovecha todas las ocasiones que se le deparan para recordar al lector,
mediante citas literales, el escrito de Platón, y la acusación contra Sócrates.[9]
Claro está que el acusador y el peligro que sobre él se cierne no son, como él
mismo declara sin empacho, más que el retablo efectista, y él mismo tiene la
impresión de que esta obra es con mucho la más floja de todas las suyas.[10]
Pero, independientemente del encanto que tiene para nosotros como el primer
monumento real de autobiografía que poseemos,[11]
o mejor dicho, como el primer "retrato de su espíritu y de su vida",[12]
la Antídosis nos interesa de un modo especial, por ser la exposición
más amplia que nos ha dejado sobre los fines y los éxitos de su paideia.[13]
La acusación
imaginaria reprocha a Isócrates el
corromper a la 924 juventud enseñándola a
beneficiarse injustamente ante los tribunales.[14]
Reaccionando contra este equívoco, a que todo retórico se hallaba
fácilmente expuesto, Isócrates pretende distinguirse ante todo de los vulgares
redactores de discursos que inician a sus discípulos en la práctica forense. Ya
en su primera obra, en el discurso Contra los sofistas, se había
manifestado expresamente en contra de ellos,[15]
y le produce especial indignación que su sistema de educación político-moral se
confunda con la insulsa rutina jurídica de aquellas gentes.[16]
Se considera tan por encima de ellas como Fidias con respecto a los
artesanos que modelan las figurillas de barro o como un Parrasio y un Zeuxis
comparados con los emborronadores de pinturitas baratas.[17]
Su orgullosa conciencia de ser un gran artista se manifiesta constantemente a
lo largo de todo el discurso. La grandeza del objeto es lo que distingue a sus
discursos de todos los demás, puesto que en ellos se ventilan los intereses de
la nación griega y no los de este o el otro individuo.[18]
Pero también por su forma se hallan más cerca de la poesía que la efímera prosa
de la práctica judicial corriente y su efecto debe compararse más bien con el
encanto que producen las creaciones rítmicas de la imaginación poética.[19]
La atmósfera de que brotan no es el ajetreo incansable de la lucha cotidiana por
la vida, sino un noble ocio.[20]
Por eso su arte congrega en torno suyo a numerosos discípulos, mientras que los
redactores de discursos prácticos son incapaces de formar realmente una escuela.[21]
Isócrates
ilustra el carácter de sus discursos, en cuanto a su contenido y a su forma, a
la luz de una serie de trozos ejemplares que selecciona de sus escritos
anteriores y ya publicados.[22]
De este modo, esclarece realmente la esencia de sus discursos escritos. Nada
ilustra mejor que esta selección la tendencia educativa de Isócrates a base de
modelos; [23] ella
nos da la clave para comprender el método didáctico de la escuela isocrática.
En esta escuela no se enseñaban tampoco 925
solamente los detalles técnicos del lenguaje y la composición, sino que la
inspiración final debía venir del modelo artístico del maestro. Ya en su
primeros escritos programáticos se emplea en este sentido la palabra
"imitación",[24]
concepto que tiende a convertirse cada vez más en la verdadera médula de su
sistema educativo. En éste iba implícita desde el primer momento la voluntad de
perfección, y en el discurso Sobre la Antídosis, Isócrates, ya al final
de su vida, se presenta a la opinión literaria como un clásico consumado que
propone sus propias obras como modelos. El clasicismo posterior tiene aquí sus
raíces. Antepone a todas las demás obras su Panegírico,[25]
tanto por la ejemplaridad de su forma como en cuanto testimonio de
sus ideas patrióticas, en las que no destaca tanto el panhelenismo como su
sentimiento consciente de ateniense.[26]
Indudablemente, sus conciudadanos ponían en duda esto último. Sin embargo,
después de haber presentado dos años antes la dominación marítima de Atenas
como la raíz de todos los males,[27]
era evidente que no podía exhibir sin retoque alguno el Panegírico, en
el que había preconizado aquella dominación con la mayor energía. Por eso, en
el breve sumario que encabeza el fragmento tomado de este discurso sustituye
siempre el concepto de la dominación marítima, que es el que realmente debía
expresarse, por la palabra neutral "hegemonía".[28]
Ya en el Discurso sobre la paz había recomendado esta palabra para designar
una forma más suave de dirección honoris causa en vez de la dominación
basada en el poder, si es que alguna vez volvía a pensarse en una agrupación
de los estados marítimos griegos.[29]
Isócrates está
seguro de que este discurso volverá a ser ahora calurosamente aplaudido por
los círculos patrióticos de Atenas, pero no deja de ser significativo que, para
contrarrestar esta glorificación de Atenas y de su grandeza histórica, inserte
a continuación un fragmento del Discurso sobre la paz, su obra más
reciente, y, además, precisamente aquella parte del discurso en que preconiza
una paz duradera y la renuncia a la dominación de Atenas sobre los mares.[30]
Podría reprochársele fácilmente que había cambiado de criterio, más aún,
que se había pasado al campo contrario,[31]
y lo más fácil para 926 él era salir al paso de
este ataque explicando sus dos actitudes, la del Panegírico y la del Discurso
sobre la paz, como dos manifestaciones distintas de la misma voluntad
educativa. Él mismo dice, después de citar el Panegírico, que muchos de
sus lectores podrán pensar que la presente situación de Atenas hace más
necesaria la censura que el elogio y aduce expresamente el Discurso sobre la
paz como ejemplo de este tipo de amonestación educativa.[32]
Otro fragmento
que cita como modelo es el tomado del discurso A Nicocles. Es obvio que los
demócratas atenienses le habían echado especialmente en cara su actitud para
con el rey de Chipre, reprochándole el haber recibido grandes regalos de su
real discípulo.[33]
Isócrates replica que estos regalos no los recibió por haber instruido al
futuro monarca, al supremo juez de su país, en la elocuencia propia de un
abogado, que era lo que sus adversarios le reprochaban.[34]
Recuerda que en el discurso A Nicocles postula como algo nuevo la
educación de los poderosos de este mundo y da por sí mismo un ejemplo digno de
esta enseñanza."[35]
Y está seguro de no haber incurrido, al obrar así, en sospechas de enemigo del
pueblo, ya que él mismo recomendaba al rey que ante todo velase fielmente por
su pueblo. De donde él quiere que se deduzca lo siguiente: que con tanta mayor
razón debe considerarse esta misión como propia de un estado popular como lo
es el ateniense.[36]
Conclusión que podemos, indudablemente, considerar verdadera en el sentido que
el Areopagítico da a la idea de la democracia,[37]
pero al mismo tiempo debemos ver un signo de prudencia política en el hecho de
que Isócrates no incluya entre la selección de sus obras en el discurso de la Antídosis
el discurso sobre el Areópago, a pesar de ser especialmente característico
de su actitud como educador. Se ha querido sacar de aquí la conclusión de que
el Areopagítico, que según todos los indicios es de origen anterior, no
existía aun cuando Isócrates redactó el discurso que estamos comentando, pero
esta conclusión apenas es admisible, si se tiene en cuenta la tendencia de
autojustificación política que inspira el discurso sobre la Antidosis [38] Lo que ocurre es
que en aquel momento no era conveniente recordar el intento fracasado de
limitar la democracia ateniense o de ponerla bajo el control de una autoridad
idealizadora moral y educativa.
927
Isócrates pone
fin a la serie de fragmentos ejemplares tomados de sus discursos con una
consideración acerca de la importancia de la obra de educación política de que
dan testimonio. Es una obra más importante que la del legislador, pues la
influencia de éste se limita a regular con sus normas la marcha de los negocios
y no trasciende de la órbita de poder de una determinada polis. En cambio,
la paideia de Isócrates, si se la sigue, beneficia a la vida de toda la
nación griega.[39] Al
llegar aquí, la ética política de su pan-helenismo le sirve directamente para
justificar toda su actividad de educador, pues al no existir un estado
panhelénico que pueda imponer algo así como sus fines para todo el mundo griego
por medio de la legislación, resulta que el poder ideal de la educación y de la
cultura es el único instrumento de que se dispone para llevar a cabo este tipo
de estructura política. Sería interesante saber si, cuando habla de los
legisladores, Isócrates quiere referirse también a Platón, que por aquel
entonces estaba entregado a la redacción de sus Leyes. Este hecho debía
ser conocido en los círculos espirituales de Atenas interesados por estas
cuestiones y arrojaba una luz nueva y final sobre la voluntad educativa de
Platón. Pero el puesto que ocupaba como el más reciente de toda la serie de
legisladores helénicos no representaba, a los ojos de Isócrates, ninguna
ventaja para él, pues "de las leyes se ensalzan las más antiguas y de los
discursos los más modernos".[40]
Y ésta era, en efecto, la mira perseguida por Isócrates: no la de rivalizar con
los innumerables legisladores de los griegos y de los bárbaros en el pasado,
sino la de ser el consejero político de la ciudad y de la nación helénica y la
de pronunciar la palabra salvadora sobre la situación presente.[41]
Y su obra de educador tiene también una importancia superior a la de los
filósofos o sofistas que exhortan al hombre a la virtud de la justicia y del
dominio de sí mismo, pues su llamamiento a la frónesis, al conocimiento
moral y a una conducta a tono con él, se dirige solamente a los individuos,
dándose por satisfechos cuando consiguen atraerse a unos pocos hombres.[42]
En cambio, la educación de Isócrates se dirige a toda la polis γ aspira a
estimularla a la realización de actos que la hagan feliz a ella misma y rediman
a los demás griegos de sus dolores.[43]
En torno a los
propios escritos, que encarnan su doctrina, agrupa Isócrates en el monumento a
su paideia que él mismo se erige con el discurso sobre la Antídosis, el
tropel de sus discípulos desde los primeros días hasta el momento en que
redacta dicho discurso. Para el lector de hoy lo esencial es su herencia
literaria, a través de la cual nos sigue hablando. Pero para el ateniense,
sobre todo para aquel 928 que no conociese con
precisión estas obras, la enumeración de la larga serie de estadistas y de
otras personalidades eminentes de la vida pública surgida de la escuela de
Isócrates, tenía por fuerza que significar más que la simple palabra escrita.
Este hecho expresa visiblemente, en efecto, la fuerza que las enseñanzas del
retórico irradiaron sobre la vida social de su patria. A la luz de este hecho
todo el mundo podía darse cuenta de lo que él entendía por paideia y
nada podía compararse con la aportación positiva que, mediante la formación de
estos hombres, había hecho a la dirección de su polis. Generaciones
posteriores de la Antigüedad hicieron la contraprueba y los sabios alejandrinos
intentaron puntualizar la influencia política de las escuelas filosóficas, en
especial la de la Academia Platónica, siguiendo la carrera de los distintos
discípulos de Platón en la vida pública de su época.[44]
En la mayoría de los casos, estos hombres desempeñan un papel corto y violento
como revolucionarios o como arbitristas. Más arriba hemos tenido ocasión de
valorar este fenómeno como expresión de la problemática avanzada de aquellas
figuras, que los empujaba al aislamiento, pero enjuiciadas desde el punto de
vista del estado real de aquel tiempo, hay que reconocer que en su mayoría se
caracterizan por su incapacidad para incorporarse a él en calidad de
colaboradores y de servidores. Isócrates se daba clara cuenta de esto cuando en
el discurso de la Antídosis trazaba la historia de su escuela, y a los
ojos de sus conciudadanos es indudable que la participación activa de sus
discípulos en el servicio de su ciudad debía construir una importante
recomendación.
Pero esto tenía
que hacer resurgir en seguida, a su vez, el viejo problema de hasta qué punto
la educación puede responder, en general, de sus productos. Platón, en el Gorgias,
culpaba a la retórica forense a la vieja usanza por enseñar a sus adeptos
el arte reprobable de presentar como plausibles las malas causas. En sus
primeros tiempos, Isócrates había formulado su protesta contra este reproche,
sosteniendo la tesis de que el abuso que hacen los malos de los bienes de la
vida no puede ser una razón para hacer pasar a éstos por un 929 mal.[45]
Pero ahora, al final de su carrera, se muestra dispuesto a asumir toda la
responsabilidad por sus discípulos, si es que no se prefiere, por el contrario,
rehusar al maestro toda participación en sus actos, en vista de que sus méritos
están de manifiesto a la luz del día.[46]
Isócrates deja la decisión al arbitrio del lector, aunque se ve que piensa en
las disquisiciones de sentido parecido a éste que después de la ejecución de
Sócrates tejieron en torno a sus relaciones con sus antiguos discípulos Critias
y Alcibíades. Los socráticos habíanse esforzado por aquel entonces en absolver
a su maestro de toda responsabilidad en el futuro papel desempeñado por estos
hombres en la historia de su patria durante los más difíciles tiempos de prueba
en Atenas. Isócrates, como él mismo dice, no tiene que negar a ninguno de sus
discípulos por los daños que haya inferido a Atenas.[47]
¿Quién, al leer esto, no piensa inmediatamente en el más famoso de sus discípulos,
en Timoteo, el hijo de Conon, que pocos años antes de publicarse el discurso
sobre la Antídosis, después de haber sido elevado por dos veces a la
cúspide del poder como estratego y estadista de la segunda liga marítima
ateniense que él había contribuido a fundar, fue destituido por el tribunal del
pueblo en vista de su conducta en la guerra de la confederación y condenado a
una multa inasequible, para terminar poco después su vida en el destierro
voluntario? Este discípulo había sido cargado naturalmente en la cuenta de
Isócrates, pues todo el mundo conocía cuan íntimas eran las relaciones que a él
le unían. Y no podía caber tampoco la menor duda de que esta amistad no había
sido simplemente una relación humana, sino que envolvía además una comunidad
de ideas marcadamente política. Isócrates había salido repetidas veces a la
palestra como publicista, según él mismo reconoce, en favor de Timoteo,[48]
el cual, a su vez, debía sus concepciones políticas fundamentales a su maestro
Isócrates. Por eso la prontitud con que el maestro se muestra dispuesto a
salir totalmente responsable por los actos de todos sus discípulos equivale, en
este momento, a un reto lanzado a la opinión pública. Y esta actitud debe
ponernos en guardia, sobre todo si tenemos en cuenta que Isócrates es autor
que nos tiene acostumbrados a la mayor cautela en todas aquellas cosas que
pueden herir la sensibilidad del demos.
Los motivos que
contribuyeron a esta salida a la publicidad son, probablemente, de carácter muy
complejo. Es posible que a nuestro autor llegase a inquietarle seriamente la
crítica irresponsable que circulaba de boca en boca y en que se presentaba a
Isócrates como el padre espiritual de la reacción política que los círculos
radicales de la época veían personificada en su discípulo. Y cuanto más compartiese
las ideas de Timoteo acerca del fracaso y la caída de la segunda 930 liga marítima, más tenía que preocuparle conservar
inmaculado el nombre del amigo, por lo menos en la memoria de aquellos cuyo
juicio le importaba algo. Añádase a esto que la fama de su propia escuela y de
su sistema educativo dependía considerablemente de este caso y que era lógico
que sintiese el temor de que aquel entrelazamiento de su paideia con la
política real, del cual estaba orgulloso y al que había aspirado siempre,[49]
pusiese en peligro la obra de toda su vida. Todas estas cosas se hallaban tan
íntimamente enlazadas entre sí, que decidió salir a la palestra en defensa de
su gran discipulo con todo el peso de su prestigio moral y literario. El
sentimiento del miedo y su conocimiento más profundo de la verdadera naturaleza
de las relaciones y, sobre todo, del carácter de Timoteo, le infundían el valor
necesario para lanzarse a un ataque único en su género en toda la obra escrita
de Isócrates. Al mismo tiempo, pone ante nuestros ojos la tragedia de la
carrera de Isócrates como educador, tan llena de éxitos vista desde fuera,
tragedia que es para él, a la par, la del estado ateniense. Esta tragedia tiene
su raíz en el viejo problema de las relaciones entre las grandes personalidades
y la masa en la vida de la democracia griega.
El retrato de
Timoteo que Isócrates esboza se destaca sobre el rico y brillante fondo de un
relato de sus grandes hazañas como estratego y dirigente de la segunda liga
marítima. Sin embargo, los grandes elogios que le tributa no son exagerados,
sino que corresponden realmente a la importancia de sus méritos. Isócrates contrasta
el número de las ciudades conquistadas por él con los éxitos alcanzados por
los demás estrategos atenienses anteriores y llega a la conclusión de que
Timoteo los sobrepuja ampliamente.[50]
Los nombres de sus victorias más destacadas aparecen alineados como figuras simbólicas
en torno al pedestal de su monumento: Corcira en el Mar Jónico, Samos en Jonia,
Sestos y Crithote en el Helesponto, Potidea y Torona en la costa de Tracia. la
batalla naval de Alicia, la paz de Esparta, que acabó con la posición de
prepotencia de esta nación y abrió cauce a su caída en Leuctra y, finalmente,
la sumisión de la liga marítima de Calcidia.[51]
El hombre que logró estas victorias se destaca en medio de todas sus gloriosas
hazañas con un perfil asombrosamente humano y no con el gesto heroico de los
caudillos de otros tiempos. No era un temperamento vigoroso endurecido en las
penalidades, sino un hombre de nervios sensibles y salud delicada. Comparado
con el militarote Cares, el dios de la guerra del partido radical, cubierto de
cicatrices, al que Isócrates quiere evidentemente referirse en este relato,
aunque sin aludirle por el nombre, Timoteo representaba 931 el ideal del estratego moderno. A las gentes del tipo de Cares
las utilizaba como suboficiales, pero él era grande en lo que debe serlo un
estratego.[52] Veía
la guerra como un problema de conjunto, veía al enemigo y a los aliados.
Concebía siempre su misión desde el punto de vista político y militar al mismo
tiempo. Sabía mantenerse en sus operaciones por encima de todas las
influencias ajenas al frente y llevaba, sin embargo, sus campañas hasta la
victoria.[53] Era
maestro en la formación de un ejército que respondía siempre al objetivo por él
perseguido en cada caso y sabía vivir con él y mantenerlo independiente.[54]
Su fuerza no era la del puño cerrado, pues era un genio para las conquistas
morales. Supo conseguir, captándose la amistad y la confianza de los demás,
todo lo que sus sucesores echaron a perder de nuevo suscitando el odio de los
griegos. Le importaba más la popularidad de Atenas entre los demás griegos que
su propia popularidad entre sus soldados.[55]
Toda la semblanza está escrita indudablemente con la mirada puesta en la
catástrofe de la segunda guerra marítima, nacida del odio y la desconfianza de
los griegos contra Atenas.[56]
Sin decirlo, Isócrates atribuye todas las desdichas al hecho de que los
atenienses no supieron conocer a su verdadero dirigente. Compara a Timoteo con
otro admiradísimo dirigente moderno, con Lisandro, otorgando la palma al
primero. Lisandro conquistó su posición de repente, con un solo e inmenso golpe
de fortuna, mientras que Timoteo era un hombre que obró siempre con tino y
probó su agudeza intelectual en muchas situaciones completamente distintas y
difíciles.[57]
Para los
atenienses, este elogio del caudillo militar tres veces depuesto por ellos
debía equivaler a una dura acusación, y desde el punto de vista de la justicia
absoluta Isócrates no rebaja nada a su juicio de que el proceder de Atenas
contra uno de sus hijos más grandes fue infame. Entiende, sin embargo, que lo
sucedido es harto comprensible si se tienen en cuenta la naturaleza humana,
sus flaquezas y su ignorancia, la envidia que empaña todo lo grande y todo lo
eminente y la confusión de los tiempos modernos.[58]
El propio Timoteo contribuyó también en parte a que fuese desconocida su personalidad.
Con esta concesión, Isócrates abandona el campo de la polémica política y
desplaza el problema a su terreno peculiar, el de la educación. Timoteo no era
un enemigo del pueblo, ni un enemigo del hombre; no era soberbio ni adolecía de
ninguna otra cualidad mala de carácter de esta clase. Pero el sentimiento de su
propia grandeza, que tan útil le era como caudillo militar, le hacía difícil
en 932 el trato diario y le daba cierta
apariencia de hombre altivo y brusco.[59]
Isócrates hace aquí una concesión de la mayor importancia para las
relaciones con su educando, pues demuestra que su influencia educativa sobre
él trascendió de los años en que fue propiamente su discípulo. Siguió siendo,
con respecto a él, el retórico y el consejero aun en los tiempos en que Timoteo
se hallaba ya en la cúspide de su éxito. "No pocas veces oyó de mí estas
palabras: un estadista que quiera verse acatado por los hombres debe elegir,
indudablemente, los hechos mejores y más saludables y las palabras más
verdaderas y más justas; pero debe preocuparse también constantemente de adoptar
en sus palabras y en sus actos una actitud popular y filantrópica." [60]
En este punto
Isócrates intercala todo un discurso exhortativo a Timoteo, que no pretende ser
tanto un relato desahogado como un modelo impresionante del tipo de educación
practicado por él. Se pone ante los ojos del lector bajo la forma viva del
discurso directo el modo como el maestro se esforzaba por suavizar en su
conversación personal el sentido del orgullo del héroe. Es imposible contemplar
esta imagen sin pensar en el precedente de Homero, que Isócrates debió de tener
presente al escribir estas páginas en que se entretejen la verdad y la poesía:
nos referimos al discurso exhortativo de Fénix a Aquiles que figura en el libro
noveno de la Ilíada. El problema que aquí se planteaba era el mismo:
refrenar el sentido de la megalopsychia, de la "grandeza del
alma", insertándolo en la trabazón de una comunidad humana con frecuencia
reacia al reconocimiento y a la gratitud. El trágico fracaso del intento, que
según lo describe Homero se estrella contra la propia naturaleza del hombre de
sentimientos grandes, proyecta de antemano una sombra también trágica sobre la
escena entre Isócrates y Timoteo.[61]
Isócrates le
hace ver cómo es la masa: más propensa siempre a lo agradable y a lo que la
halaga que a lo que le conviene. El impostor que se acerca a ella con la
sonrisa del filántropo en la cara la encuentra mejor dispuesta que el hombre de
bien que la aborde con mesurada dignidad. Pero Timoteo no da oídas a esta
verdad. Por haber logrado grandes éxitos al frente de los asuntos exteriores
del estado, cree que también los políticos de casa se mostrarán propicios hacia
él.[62]
No comprende que el modo como le juzguen depende más de la dosis de buena
voluntad que abriguen hacia él que de sus obras reales. Su benevolencia, si la
tuviesen, los llevaría a pasar por alto todos los defectos que pudiera cometer
y a poner por las nubes todos los éxitos que lograra alcanzar.[63]
Pero Timoteo no reconoce la importncia 933 de
este factor en política interior, a pesar de que en política exterior nadie
sabe tomar en consideración con más tacto que él la psicología de la parte
contraria.[64] Le
es imposible hacer concesiones a los demagogos, sin dejar de reconocer la
importancia de estos hombres, que gozan de la confianza del pueblo.[65]
Isócrates, que por lo demás coincide plenamente con Timoteo en su modo de
juzgar a los demagogos,[66]
se muestra aquí dispuesto a ciertos sacrificios, porque le interesa la causa
que defiende, la causa de Atenas y de Timoteo, y censura la brusquedad
intransigente con que éste rechaza todas las ideas de este género:
"Aunque Timoteo me daba la razón cuando así le hablaba, no era capaz de
modificar su naturaleza. Era kaloskagathos, digno de la ciudad y de
Grecia, pero no parangonable con esa clase de hombres a quienes molesta todo lo
que descuelle por encima de ellos." [67]
La forma del
discurso de la Antídosis permite a Isócrates tratar en él, al lado de
estas imágenes de un valor histórico permanente, detalles de tipo más bien
administrativo, tales como la cuantía de su fortuna y de honorarios de sus
enseñanzas, pues la ficción de que un conciudadano ha solicitado judicialmente
cambiar de patrimonio con él le obliga a tocar también este aspecto material de
su profesión.[68]
Conversando como el que no quiere la cosa, va deslizándose hacia esta cuestión.
Otro amigo bueno ha querido disuadirle de tratar esto.[69]
Pero él no quiere ocultar nada a los atenienses. En el modo como toca el punto
del dinero se echa de ver una cierta complacencia consigo mismo, aunque lo que
alega aparece expresado, como cuadra a la idea del discurso, en un tono de
defensa. Pero ésta debía responder necesariamente a ciertos ataques, a los que
se refiere en la introducción, donde alude a los regalos en dinero de su
discípulo, el difunto rey Nicocles de Salamina, en Chipre.[70]
Por aquel entonces, su gran fortuna suscitaba casi inevitablemente la envidia y
la codicia de la masa, y mientras que en otro tiempo quien poseía una gran
fortuna sentía el orgullo de mostrarla, en tiempo de Isócrates todo el mundo
procuraba ocultar lo que tenía, por miedo de perderlo, aunque hubiese sido
adquirido por medios lícitos.[71]
Pero Isócrates no pretende rehuir el problema de su fortuna; más aún, este
problema es para él, visiblemente, un punto cardinal hacia el que quiere
enderezar la atención del lector, ya que a sus ojos y a los de la mayoría de
sus contemporáneos 934 el éxito material de sus
actividades docentes es el criterio supremo para juzgar de sus obras.[72]
Considera injusto que los sueldos de los profesores pretendan equipararse a
los de los comediantes —los cuales consideraban en general, es cierto, como
inasequiblemente elevados— y aconseja que se los compare con los de gentes del
mismo rango y de la misma profesión.[73]
Entre éstas menciona a su maestro Gorgias, que profesó en Tesalia en una época
en que los tesalianos eran los más ricos de toda Grecia y a quien se tenía por
el hombre más rico de todos los retóricos. Pues bien, Gorgias no dejó, al
morir, más que 1 100 estateras. Con esto, Isócrates trata de dar a entender
modestamente en qué suma puede tasarse su fortuna.[74]
Su consumo privado ha sido siempre, desde luego, inferior a lo que tenía que
pagar en concepto de impuestos públicos.[75]
Y no ha recibido su dinero de sus conciudadanos, sino de extranjeros atraídos a
Atenas por la fama de su nombre, con lo que ha contribuido a la prosperidad
económica de su ciudad natal.[76]
En este punto, el sólido carácter burgués de Isócrates y de su formación
resalta con la mayor claridad si se le compara, por ejemplo, con la actitud
aristocrática de un Platón, que jamás explotó como negocio la educación
filosófica.[77] La
estimación del dinero se manifiesta con el mayor desembarazo en todas las obras
de Isócrates, como algo evidente por sí mismo, y para juzgar este rasgo no
debemos perder de vista que al pensar así no hacía más que moverse por los
cauces trazados de antemano por sofistas y retóricos. La reglamentación de los
honorarios era, en unos y en otros, lo mismo que en los médicos, absolutamente
individual. No olvidemos que la actitud de Platón ante estos problemas
representa la excepción.[78]
El discurso de
la Antídosis es, como ya hemos dicho, una exposición que Isócrates hace
de su propia vida y de su obra, en forma de defensa de su paideia. Caracteriza
ésta, en primer lugar, mediante una serie de fragmentos de sus obras
reproducidos a modo de pruebas, y, en segundo lugar, por el número y la
actuación de sus discípulos, así como también por la valoración social de su
educación, 935 que se refleja para él en sus
anhelos y en su "rumbo". Finalmente, en la última parte de su
discurso traza un análisis general de su sistema de educación, en el que entra
a examinar más a fondo sus fundamentos teóricos.[79]
Dada la inseguridad reinante en la opinión pública en torno al valor de la
"filosofía" y de la cultura superior, a Isócrates le resulta
extraordinariamente difícil hacerse comprender.[80]
Sabemos ya por sus primeros escritos programáticos sobre educación, el
discurso Contra los sofistas y la introducción a la Elena, que se
esforzaba siempre en esclarecer sus posiciones destacándolas de las de otros.
He aquí por qué su última autodefensa constituye también un intento encaminado
a evitar que su sistema educativo se confunda con el de otras tendencias. Pero
la aspiración a sustraerse a falsas interpretaciones le sirve al mismo tiempo
de grata ocasión para enjuiciar los ideales de los demás. La solución acertada
del problema educativo entraña grandes consecuencias, pues quien tiene la
juventud tiene el estado.[81]
Esta convicción informa todas las consideraciones de Isócrates, y la coloca
conscientemente al principio, seguro de que con ello captará también la
atención de quienes se muestran de suyo indiferentes a estos problemas. Para él,
la influencia sobre la juventud no es tanto un problema de poder como un
problema de salvación y conservación de la polis. Si fuese realmente
cierto que la cultura corrompe a la juventud, como sostiene la acusación
ficticia y como tantas veces se había manifestado desde el proceso contra
Sócrates, no habría más remedio que extirparla. Pero si, por el contrario, es
algo saludable, deberá dejarse de calumniar a sus representantes y de castigar
a los sicofantes, aconsejando a la juventud que se consagre a la cultura con
mayor pasión que a ningún otro interés en el mundo.[82]
Isócrates da por
sentado que toda educación espiritual superior se basa en desarrollar la
capacidad de los hombres para comprenderse mutuamente. Este tipo de educación
no consiste en la acumulación de simples conocimientos profesionales de
cualquier clase que ellos sean, sino que versa sobre las fuerzas que mantienen
en cohesión la comunidad humana. Estas fuerzas son las que se resumen en la
palabra logos.[83] La
cultura superior es la que educa al hombre por el lenguaje así concebido, es
decir, por el lenguaje como palabra pletórica de sentido, referida a los
asuntos que son fundamentales para la vida de la comunidad humana y que los
griegos llamaban "los asuntos de la polis" ( ta\ politika/ ). El hombre, como un ser compuesto de alma y cuerpo,
necesita que se vele por él en este doble sentido, que es por lo que las
generaciones anteriores han creado la dualidad de la gimnasia y la formación
del espíritu.[84] Con
la segunda, Isócrates 936 no alude aquí, como de
costumbre, a la música, sino a la filosofía o amor por la verdad, pues para él,
como griego que es, no admite discusión la relación de la poesía y de las
demás artes "musicales" con la formación del espíritu.[85] Entre las dos formas de la paideia, la
gimnasia y la cultura del espíritu, media un extenso paralelismo. Ambas consisten en esencia en gimnasias o
ejercicios. El paidotribés enseña
las posiciones del cuerpo inventadas para la lucha física; el forjador del
espíritu, las formas fundamentales del discurso de que se sirve el hombre. Aquí, lo mismo que en el discurso Contra
los sofistas, Isócrates introduce su
teoría de las "ideas" del logos,
aunque sólo esbozándola, como correspondía a una exposición de tipo
general sobre su método.[86] Es lo mismo que, según hemos visto, hace
Platón en su República, al exponer su paideia, con respecto al
lado técnico de su teoría de las ideas.
Y no sólo en lo que se refiere a
la teoría de las ideas, sino en todos
los demás aspectos, el discurso de la Antídosis se limita a exponer con
ciertas variantes las concepciones desarrolladas ya en el discurso Contra
los sofistas.[87] Sigue en pie, por tanto, sin
alteraciones, el plan fundamental de su sistema retórico. Y lo mismo eh lo que se refiere a la
valoración de los distintos factores de la educación, tales como las dotes
naturales, la práctica y el estudio.[88] Isócrates cita un largo fragmento tomado de
aquel escrito programático anterior para demostrar que la opinión relativamente
modesta a que llega al final de su carrera de educador en cuanto al valor de la
paideia, había sido ya claramente formulada por él en aquel entonces.[89]
Isócrates replica a dos tipos de desdén hacia la paideia.[90] El primero es el de los que abrigan
dudas radicales respecto a la posibilidad de 937
semejante educación del espíritu en general, es decir, de una educación
encaminada a inculcar al hombre la maestría de la palabra y de la conducta certera.[91] El segundo grupo, aun reconociendo la
posibilidad de una formación
intelectual y retórica, afirma
que esta educación hace a los hombres moralmente
peores, seduciéndolos a abusar de la superioridad así adquirida.[92] Ambos problemas pertenecían, con
certe-teza, al círculo
de disquisiciones que
formaban ya parte
integrante y firme de la introducción a la teoría de los sofistas. Estos problemas tienen su paralelo en los
discursos del Protágoras del diálogo Platónico sobre la posibilidad de una
educación.[93] Isócrates refuta la duda absoluta sobre la
posibilidad de una educación con argumentos que encontraremos expuestos más
tarde en la obra del Seudo Plutarco sobre la educación de la juventud. Más
arriba los hemos atribuido a la pedagogía de los antiguos sofistas, de
donde ya los toma, al parecer, Isócrates.[94] Así como el cuerpo, aun el más débil, se
fortalece cuando se vela cuidadosamente por él y las bestias pueden amaestrarse
o cambian de carácter por medio de la domesticación, existe también una disciplina
que conforma el espíritu del hombre.[95] Los profanos tienden a desdeñar la importancia que en esto
tiene el factor tiempo y se sienten
escépticos si no palpan los
resultados de los esfuerzos a la vuelta de pocos días o, cuando más, al
cabo de un año.[96] Isócrates repite aquí su teoría sobre los
diversos grados de eficacia de la paideia.[97] Pero, aun reconociendo esta diversidad,
sigue sosteniendo sin vacilar que la eficacia puede comprobarse en todos los
seres más o menos dotados. Todos ellos
ostentan en mayor o menor medida el sello de la misma formación espiritual.[98]
Contra el
segundo grupo alega Isócrates que no es posible descubrir ningún motivo
humano, ni el del placer, ni el del lucro, ni el del honor, que induzca al
educador a hacer de la seducción intencionada de la juventud la meta
apetecible de su profesión.[99]
Su mejor recompensa es la de que sus discípulos alcancen la kalokagathía y lleguen
a ser personalidades plenamente desarrolladas en lo moral y en lo espiritual,
dignas de ser honradas por sus conciudadanos. Ellas son la mejor recomendación
de su maestro, al paso que los malos disuadirán a otros de acudir a él.[100]
Incluso suponiendo que 938 un maestro fuese un
carácter incapaz de dominarse a sí mismo, no por ello iba a desear otro tanto
para sus discípulos.[101]
Y si por su parte éstos aportan un carácter malo, no se puede en justicia hacer
responsable de ello a la educación. Juzgúese a ésta por sus representantes
buenos y valiosos y no por los degenerados, incapaces de hacer un uso adecuado
de la cultura.[102]
Isócrates no ahonda más en los puntos tocados por Platón en torno al problema
de si es posible asociar al concepto de la verdadera cultura el abuso o la
ineficacia. El retórico enfoca el concepto de ésta en un sentido más bien
instrumental. La cultura, según él, no pretende ni aspira a cambiar toda la
esencia del hombre, sino que da por supuesta la médula moral. Más tarde veremos
que esto no constituye la última palabra de Isócrates ante este problema.[103]
El hecho de que sus discípulos acudan a Atenas desde el Mar Negro o desde
Sicilia para escucharle, no quiere decir que en esos lugares hubiera sólo
hombres perversos que los corrompieran, sino que en Atenas se encontraban los
mejores maestros.[104]
Y el número de estadistas que han llevado a Atenas hasta la cúspide de su
grandeza y que reunían todos ese don que les permitía realizar sus obras
demuestra que la cultura retórica de por sí no incita a los hombres al mal.
Isócrates no sólo cita como ejemplos a Solón y a Clístenes, los autores de la
"constitución de los padres", sino también a los grandes hombres de
estado de la era imperialista, como Temístocles y Pericles.[105]
He aquí los representantes de aquella cultura retórica y de aquella concepción
retórica del estado que Platón rechazaba en el Gorgias y cuyo pretendido
saber presentaba en el Menón como meras opiniones certeras basadas en la
"moira divina".[106]
Isócrates no ignora, naturalmente, estas objeciones. Pero para él aquellos
hombres son lo que eran para los atenienses anteriores a Platón y para la
mayoría de los posteriores a él: la suprema pauta de toda areté. Por
tanto, de todas las objeciones contra la retórica sólo queda en pie el hecho de
que se puede abusar de ella, cosa que sucede con todas las artes.[107]
Esto no quebranta en lo más mínimo la fe de Isócrates en el poder del logos
como fuente de cultura. Y como en esta última proclamación de sus principios
sobre la esencia de su sistema de educación reaparecen todos los motivos fundamentales
de su pensamiento como otros tantos momentos de una síntesis que lo abarca
todo, esta parte de su apología termina con la repetición literal de aquel
himno exaltando al logos que en otro tiempo pusiera en boca de Nicocles.[108]
939
Esta defensa se
dirige, evidentemente, más bien contra otros representantes de la paideia enemigos
de la retórica que contra la opinión pública en general. En efecto, al
final del discurso se manifiesta abiertamente el antagonismo con la Academia
Platónica. Isócrates echa en cara a los filósofos, antes que todo, el que
éstos, conociendo mejor que nadie aquella fuerza del logos, se presten,
no obstante, a rebajarlo y asientan a la crítica de la gente inculta, confiando
en que con ello van a hacer pasar por más valiosa su propia obra de educación.[109]
Vemos cómo lo personal pugna por abrirse paso aquí, pero Isócrates se esfuerza
visiblemente en rechazarlo, aunque no se recata tampoco para decir lo que
piensa y siente con respecto a los filósofos de la escuela Platónica. Cree
tener más derecho a hablar con mayor amargura de ellos que ellos de él. No
quiere, sin embargo, colocarse en el mismo plano que aquellos cuyo carácter ha
sido corrompido por la envidia.[110]
Estas palabras no brotan de la antigua polémica objetiva que se ventila ya
sobre el plano de los principios en el discurso Contra los sofistas y en
la Elena. La mezcla de resentimientos personales que se advierte aquí
requiere una explicación especial, que no es difícil encontrar. Sabemos que,
como profesor de la Academia Platónica y, por tanto, en la última época de
Platón, Aristóteles tenía a su cargo la iniciación de los discípulos en la
enseñanza de la retórica. Se cita incluso, según una parodia libre de
Eurípides, un verso de sus lecciones de retórica, que transcrito en prosa dice
así: "Sería deplorable guardar silencio y dejar hablar a Isócrates."[111]
Con estos cursos, Aristóteles se proponía satisfacer la necesidad que sus
discípulos sentían de una cultura formal. La enseñanza retórica tendía a
completar el estudio dialéctico. Pero era, al mismo tiempo, un intento de dar
a la retórica una base más científica.[112]
Ambas cosas tenían necesariamente 940 que
atentar contra la escuela de Isócrates y provocar su indignación. Uno de sus
discípulos, Cefisodoro, compuso una extensa obra en cuatro libros contra
Aristóteles; ciertos indicios dan a entender que esta obra fue redactada en la
época en que Aristóteles profesaba aún en la Academia de Platón.[113]
El carácter burlesco de Aristóteles nos lleva a pensar que su innovación tuvo
que provocar necesariamente una polémica mordaz, aunque en su Retórica citase
con frecuencia los discursos de Isócrates como modelos de oratoria. Los
discípulos contribuían también con lo suyo a enconar la polémica. Se
comprende, pues, por todas estas razones, que los dos venerables maestros,
Platón e Isócrates, se sintiesen movidos a intervenir, aconsejando moderación.
Las más recientes investigaciones sobre el Fedro, de Platón, tienden a
situar el famoso homenaje que al final de esta obra se rinde a la vena
filosófica de Isócrates en aquellos años posteriores y no, como antes se daba
por seguro, en una época temprana[114]
en la que cuadrarían mal aquellas palabras de elogio, si se tiene en cuenta la
actitud de repudio adoptada desde el primer momento por Isócrates.
Considerarlas como una ironía sería una solución inaceptable, puesto que
presentan todos los caracteres de la verdad y Platón, pese a todas sus
reservas, no tenía más remedio que comprender profundamente la diferencia que
había entre Isócrates y otros retóricos del tipo de Lisias. Cuando pone en boca
de Sócrates la profecía de que Isócrates sabrá desarrollar algún día sus dotes
naturales más bien filosóficas para crear algo propio, nos plantea el problema
de ver hasta qué punto la trayectoria posterior del retórico justificó
realmente aquellas esperanzas.
La actitud
retraída de Isócrates en su polémica del discurso sobre la Antídosis encaja
perfectamente en aquella imagen.[115] Cuadra muy 941
bien con el elogio relativo que Platón le tributa en el Fedro. La concesión
hecha por él a Platón estriba en su distinto modo de enjuiciar los estudios
teóricos. Ahora está dispuesto a reconocer que la dialéctica o
"erística", como gusta de seguir llamándola, y las ciencias matemáticas
de la astronomía y la geometría no dañan, sino que benefician a la juventud,
aunque el beneficio no sea tan grande como sus representantes se figuran.[116]
Con ello se alude visiblemente a la Academia Platónica, la cual se había
caracterizado siempre, pero sobre todo en las últimas décadas de Platón, por la
asociación de estas dos ramas de enseñanza.[117]
Es cierto que "la mayoría de la gente" considera estas cosas vana
charlatanería y "micrología", pues es incapaz de comprender de qué
sirven para la vida cotidiana.[118]
Recordamos que el propio Isócrates había mantenido este mismo criterio en sus
obras anteriores, empleando incluso las mismas palabras para atacar a Platón.[119]
Ahora se ve constreñido a ponerse a la defensiva; tal vez ha aprendido también
a considerar la cosa desde otro punto de vista y concede de buen grado que los
estudios lógicos y los matemáticos tienen una importancia no desdeñable, aun
cuando destaca nuevamente la imposibilidad de aplicarlos a la práctica.[120]
Es cierto que a esta cultura puramente lógica y conceptual no puede dársele el
nombre de filosofía, puesto que no da normas ni para el bien hablar ni para el
bien obrar. Es, sin embargo, un ejercicio del alma y una iniciación en la
verdadera filosofía, es decir, en la cultura político-retórica.[121]
Como tal, la equipara sobre poco más o menos al estudio de la gramática,
la música y la poesía, las cuales se encaminan al mismo fin: capacitar al
hombre para que pueda asimilarse los más serios y elevados problemas.[122]
Por eso, coincidiendo con el Cálleles del Gorgias Platónico, considera
perfectamente plausible el ocuparse por algún tiempo de aquella "llamada
filosofía" de los Platónicos, siempre y cuando que se tomen medidas para
que la naturaleza de los alumnos no se seque espiritualmente y se convierta en
un esqueleto,[123]
para acabar desembocando en 942 las naderías de
los antiguos sofistas (con lo cual se alude a los que hoy llamamos
presocráticos) . Estas artes de prestidigitadores, que sólo causan la
admiración de los ignorantes, debieran, en efecto, desterrarse hasta en sus
mismas raíces de los centros de cultura.[124]
La Academia dedicaba precisamente por aquellos años una atención redoblada a estos
estudios, como lo demuestran el Parménides γ el Teeteto, de Platón, y las
obras de sus discípulos. Hay que concluir, pues, que este último mandoble iba
dirigido también contra la Academia. Isócrates puede reconocer asimismo, en su
conjunto, el valor de la dialéctica Platónica y de las ciencias matemáticas
como gimnasia del espíritu. Pero las especulaciones metafísicas en torno al ser
y a la naturaleza, asociadas a los nombres de Empédocles, Parménides, Meliso y
otros, son consideradas por él simplemente como una necedad y provocan su
indignación.[125]
Por donde
Isócrates llega por fin a determinar la esencia de la verdadera cultura y a
contraponerla al concepto de la cultura falsa o verdadera nada más a medias.
Sin embargo, es aquí precisamente donde se revela hasta qué punto su
pensamiento se halla supeditado al de su adversario. Las investigaciones filosóficas
de Platón sobre la educación del hombre habían hecho que la luz de la
conciencia se proyectase con tanta claridad sobre los problemas decisivos, que
Isócrates, involuntariamente, ya sólo acierta a expresar su criterio
discrepante 943 en forma de negación del punto
de vista Platónico. ¿Qué es, pues, la formación del hombre o la
"filosofía" interpretando esta palabra en el verdadero sentido y no
en el sentido científico que le da Platón? Isócrates recoge también aquí cosas
dichas antes, procurando tan sólo expresar con mayor claridad sus
pensamientos.[126]
El punto decisivo para él es y sigue siendo éste: que a la naturaleza
humana no le es dable alcanzar una auténtica ciencia, en el sentido estricto
del "episteme" Platónico, de lo que debemos hacer o decir (pues para
Isócrates ambas cosas forman una unidad). Por eso, para él sólo existe una sabiduría
(σοφία). La esencia de
ésta consiste en descubrir certeramente en general lo mejor para el hombre a
base de la mera opinión (δόξα). Por tanto, el nombre de "filósofo" debe
darse al hombre entregado a esos esfuerzos por medio de los cuales puede
recoger los frutos de esta "frónesis".[127]
Isócrates coincide aparentemente con Platón en que concibe el conocimiento de
los valores ( to\ frpmei=n) como la meta y el compendio de la cultura filosófica
del hombre. Pero reduce de nuevo este concepto a la significación puramente
práctica que tenía en la conciencia ética del helenismo presocrático. Todo lo
teórico aparece radicalmente eliminado de él. No encierra el menor conocimiento
de la virtud o del bien en sentido Platónico, pues según Sócrates ese
conocimiento no existe, al menos para los simples mortales.[128]
Con lo cual desaparece también el postulado de una techné política en
el sentido del Gorgias Platónico, pues ésta tendría que basarse
precisamente en ese conocimiento absoluto del bien, como luego había de exponer
positivamente Platón en su República. La censura que éste dirige en el Gorgias
a los grandes estadistas del pasado por no poseer la norma infalible de
esta techné recae, según Isócrates, sobre el mismo que la formula, pues
al aplicar a los hombres una pauta sobrehumana lo que hace es precisamente
agraviar a los mejores de ellos. El hecho de que más tarde Platón dijese, en el
Menón, que la virtud de aquellos hombres ensalzados no descansaba en un
saber real, sino simplemente en una opinión acertada que les había conferido
como un "don divino" ( qei/a| moi/ra| ), constituía para Isócrates el mayor
elogio que podía tributarse a un mortal.[129]
Mientras que para Platón la fase superior de la areté y de la paideia
empieza precisamente más allá de este éxito basado en el 944 instinto y en la inspiración, el sistema de
educación de Isócrates, sometiéndose por sí mismo a una limitación consciente y
llevado de su escepticismo de principio, se mueve exclusivamente en la fase del
simple criterio personal y de la mera opinión. Para él, la opinión acertada no
es un problema de conocimiento exacto, sino de genio, y como tal inexplicable y
refractario a ser trasmitido por medio de la enseñanza.
La sensación de
que Platón y los socráticos exaltan enormemente el poder de la paideia, explica
el que Isócrates tienda a dar una versión tan injusta y tan exagerada de sus
adversarios y el que les atribuya la pretensión de poder inculcar la virtud y
la justicia incluso a hombres malos por naturaleza.[130]
En ninguna parte resaltan las limitaciones espirituales de Isócrates con mayor
claridad que en su crítica de la teoría Platónica de la paideia. Pese a
toda la aversión que siente contra las sutilezas conceptuales de la
dialéctica, no es del todo inasequible a su valor como instrumento formal de
cultura y la misma concesión acaba haciendo con respecto a las matemáticas, si
bien éstas se hallan todavía más distantes que la dialéctica de su concepto de
la "filología", es decir, del amor por la palabra.[131]
En cambio, no comprende absolutamente nada de la conexión existente entre la
purificación espiritual que se logra mediante la dialéctica y la irrupción de
lo moral en el alma del hombre, y su sentido orientado exclusivamente hacia lo
práctico no traspasa jamás este límite para llegar a la claridad mística que da
la intuición intelectual de una norma absoluta, en la que, en último resultado,
radica la certeza Platónica de una educación humana superior. Isócrates aplica
a esta suprema concepción de la esencia de la paideia el rasero de su
inasequibilidad para gran número de aspirantes, lo que le lleva a considerar
esta meta como ilusoria. La última e inapelable instancia de sus juicios es
siempre el sentido común, y contemplado desde este punto de vista le parece
fantasmagórico el puente que Platón tiende entre aquella idea absoluta y la
misión moral y educativa del hombre.[132]
Pero el nuevo
giro de la Academia hacia la retórica tenía necesariamente que ofrecerle
también a Isócrates, con independencia de la crítica que allí se hacía de él,
un lado positivo. Tal vez fuese la concesión implícita en ella de la necesidad
indeclinable de una cuidadosa cultura formal del lenguaje lo que le inspiró en
el discurso de la Antídosis aquellas palabras de otro modo difíciles de
comprender: las palabras en que dice que quienes se ocupan de la educación
moral (en un sentido Platónico) serían mejores si se dedicasen más 945 a la retórica y su eros se orientase hacia
el arte de la persuasión.[133]
Al decir esto no se alude solamente al desarrollo de las dotes de la
inteligencia, sino también, de modo visible, al mejoramiento del carácter
moral. Es cierto que no existe un saber infalible que conduzca a la virtud,
corno antes había dicho Isócrates, pero sí es posible ir modificando y
ennobleciendo gradual e involuntariamente todo el ser del hombre dando al espíritu
como ocupación un objeto digno. Y es precisamente la cultura retórica la que
puede hacer esto.[134]
Esto quiere decir que cuando Platón la juzga indiferente en materia de moral y
además un estímulo para el abuso, no comprende, según Isócrates, los efectos de
la verdadera retórica. Ésta no versa sobre los intereses encarnados en los
negocios individuales, sobre los que recaía la enseñanza retórica en tiempos
anteriores, sino sobre los supremos bienes y asuntos comunes de los hombres;
los actos a que sirve de acicate son los más convenientes y saludables, y el
retórico en quien la consideración y el enjuiciamiento de estos problemas, a
fuerza de tratar constantemente con ellos, se convierta en una segunda
naturaleza tiene por fuerza que adquirir, no sólo para el asunto que se
debate, sino también para todos sus actos en general, esta capacidad de pensar
y hablar certeramente, que es el fruto natural de un estudio serio del arte
retórico.[135]
Isócrates no busca la misión del orador, de un modo abstracto, en las distintas
manifestaciones de su elocuencia y en sus premisas espirituales de carácter
formal, que primero se le vienen a uno al pensamiento al tratar de esto, es
decir, en los medios técnicos de persuasión, sino en su propia comunicación
como carácter. Pues lo verdaderamente convincente en todo discurso es la personalidad
que está detrás de la palabra hablada o busca su expresión en ella.[136]
Platón había reprochado a la retórica el que empujaba al individuo a la pleonexia,
o sea la satisfacción de sus impulsos naturales, a la "apetencia de
más", por tratarse de un simple medio despojado de un fin moral.[137]
Isócrates recoge esta frase, demostrando con ello una vez más que al determinar
la esencia de la verdadera cultura no hace otra cosa que contestar a la crítica
de Platón.[138] Ya 946 en su Discurso sobre la paz, al debatirse con
la idea de poder del partido imperialista ateniense, había seguido la táctica
no de rechazar pura y simplemente su tendencia a lograr más como tal, sino de
probar que tergiversaban en un sentido burdamente material este instinto
fundamental de la naturaleza humana, desviándose con ello del camino recto.[139]
Pues bien, lo que allí postulaba para la política de! estado lo repite en el
discurso de la Antídosis como postulado de la personalidad individual. Y
así como allí había intentado demostrar que su política de conquistas morales
y de estricta juridicidad era la única verdadera pleonexia, aquí rechaza
la equiparación Platónica de la pleonexia a la injusticia y a la
violencia y se esfuerza en probar que con ese criterio no se podría, en
realidad, llegar muy lejos en la vida. Aquí vuelve a enlazarse con la vieja
convicción griega de la utilidad de la justicia. Y así, la tendencia a los
fines superiores de la cultura moral y espiritual se convierte para él en la
verdadera satisfacción de aquel impulso primigenio del propio enriquecimiento
y de la propia exaltación del yo. Y así como la verdadera filosofía no consiste
en lo que los llamados filósofos predican como tal, la verdadera pleonexia no
es lo que ellos censuran como el fruto maligno de la retórica. La auténtica
retórica, que es la verdadera filosofía y la verdadera formación del espíritu,
conduce también a una forma del propio enriquecimiento superior a la lograda
por medio del placer, del robo y de la violencia, a saber: a la cultura de la
personalidad como meta inherente a ella.[140]
Isócrates ve
esta teoría realizada en la educación que su escuela da a los jóvenes y la
contrapone, por su estudio abnegado, al desenfreno 947
de la masa inculta de la juventud ateniense, que dilapida sus fuerzas en la
embriaguez, el juego y los apetitos sensuales.[141]
En el discurso
de la Antídosis. Isócrates reduce a dos fuentes las críticas que se
oponen a su clase de educación: la maledicencia de los falsos educadores, es
decir, de los filósofos, y las calumnias políticas de los demagogos.
Insensiblemente, se desliza de la refutación del primer grupo de críticas a la
del segundo, al quejarse de que en Atenas se ve con mejores ojos a la juventud
que malgasta su tiempo estérilmente y sin rumbo que a la juventud preocupada
por cosas serias, porque se la considera inocua e incapaz de crítica políticamente.
Con esto se abre el camino para llegar al final de la autodefensa de su
sistema educativo y de su examen a la luz del verdadero ser y de los
verdaderos deberes del pueblo ateniense. En el Panegírico, el mayor
elogio que había podido hacer de Atenas era el presentar a esta ciudad como la
patria de toda cultura superior, de la que el espíritu griego había irradiado a
todos los países y que había enviado sus discípulos como maestros al resto del
mundo.[142]
Ahora, Isócrates invierte esta idea y la convierte en razón decisiva para
probar la necesidad y la significación nacional de la retórica. Desde el primer
momento había visto en ella la verdadera encarnación del impulso primigenio y
creador de cultura de la "filología", del amor al logos.[143]
No es ateniense el despreciar el logos ni sentir odio por la cultura del
espíritu, odio que ahora es frecuente encontrar entre los poderosos políticos
y entre la masa y que constituye un síntoma de degeneración del estado ático.
Se trata, evidentemente, de un juicio bastante vago, que cualquiera puede con
facilidad interpretar a su antojo, si bien existe una norma objetiva para
hacer lo que es ateniense y lo que no lo es. Lo verdaderamente sustancial y
permanente de la obra de Atenas para el mundo, a los ojos de todos los demás
griegos, es la cultura.[144]
Y si el propio pueblo ateniense ha caído tan bajo que ya no comprende esto,
será oportuno recordar que la fama de la ciudad en el mundo entero se debe al
espíritu ático. ¿Cómo es posible que el pueblo considere más amigos de él y más
benéficos a los toscos y violentos demagogos que le hacen odioso ante el resto
de la humanidad que a los verdaderos agentes de la cultura, que han sabido
inculcar el amor a Atenas a cuantos se han acercado a ellos? Al perseguir a los
representantes de su cultura espiritual, los atenienses hacen lo mismo que si
los espartanos castigasen 948 las actividades
guerreras o los tesalinos anatematizasen la cría de caballos y la equitación.[145]
En aquellos años
que siguieron al desastre de la segunda liga marítima ateniense, planteábase
de cierto, por las razones que fuese, la necesidad de salir políticamente en
defensa de la cultura. Los demagogos a quienes Isócrates y sus correligionarios
hacían responsables de las desdichas de Atenas pasarían seguramente al contraataque.
La tendencia más radical de la democracia fue adoptando una actitud cada vez
más hostil ante la cultura a medida que se iba definiendo el entronque entre la
cultura y la crítica política. Es un hecho que los representantes de la
cultura, a pesar de todas las discrepancias de principio en cuanto a la
esencia de la verdadera paideia, se mantenían todos en su fuero interno
alejados por igual del estado ateniense, tal como entonces existía. De este
profundo antagonismo habían brotado, en efecto, las ideas políticas de reforma
mantenidas por Isócrates en el Areopagítico y en el Discurso sobre
la paz. Ahora en su gran discurso de defensa aboga abiertamente en pro de
sus ideales educativos.[146]
Lo que sublevaba a la masa, la creación de una nueva aristocracia espiritual en
vez de la antigua nobleza de nacimiento, que había perdido ya de modo
definitivo su importancia, era precisamente el ideal consciente de la
educación isocrática. Su defensa culmina en la idea de que la verdadera
educación era incompatible con una sociedad dominada por demagogos y sicofantes.[147]
Pero, al mismo tiempo, pretende demostrar que este tipo de educación no
contradice al espíritu del estado ateniense de por sí, y de nuevo es el ejemplo
de los antepasados el que sirve de punto de apoyo a su crítica. Los estadistas
que hicieron grande a esta ciudad no eran gentes de la calaña de los actuales
demagogos y agitadores. Fueron hombres de elevada cultura y espíritu superior
los que expulsaron a los tiranos e instauraron la democracia y los que luego
vencieron a los bárbaros y unificaron a los griegos liberados bajo la dirección
de Atenas. No eran hombres exactamente iguales que los demás, sino hombres que
descollaban por sobre los demás. Honrar, amar y cultivar estas personalidades
excepcionales: tal es la exhortación con que termina este discurso de
Isócrates.[148]
Pero ¿quién 949 no percibe el profundo pesimismo
que flota sobre sus palabras? Estas palabras fingen pronunciarse ante un
tribunal, pero en realidad salen del retraimiento de un rincón desde el que ya
no se ofrece ninguna posibilidad de influir en la marcha de las cosas, porque
el abismo entre el individuo y la masa, entre la cultura y la incultura es ya
insondable.
Sólo partiendo
de aquí se comprende por qué Isócrates y los círculos personificados por él se
remontan por encima de la estructura del estado-ciudad griego heredado del
pasado y por encima de sus formas a nuevas tareas panhelénicas. Partiendo de
aquí puede comprenderse también el tan comentado "fracaso" de la capa
social más culta al llegar la hora de la última lucha en pro de la libertad de la
polis griega. Isócrates vio en la nueva estrella ascendente del rey
Filipo de Macedonia, en que los defensores de la polis veían un signo
funesto, todo lo contrario, la luz de un porvenir mejor, y saludó en su Filipo
al gran adversario de Atenas como el hombre a quien la tyché había
conferido la misión de realizar su idea panhelénica. Él asumiría ahora la tarea
de conducir a todos los estados griegos contra los bárbaros, que en otro
tiempo, en el Panegírico, asignara Isócrates a Atenas y a Esparta.[149]
De los hombres que eran en Atenas el alma de la resistencia contra Macedonia,
incluso de Demóstenes. no hablaba nunca más que como de hombres incapaces de
hacer ningún bien a la polis.[150]
El estado y la cultura, que en el siglo ν se habían compenetrado y fortalecido
mutuamente, se disociaban ahora cada vez más. Mientras que por aquel entonces
la poesía y el arte iluminaban la vida de la comunidad política, ahora la
filosofía y la cultura se enfrentaban a ella con sus postulados críticos y los
políticamente descontentos veían engrosar sus filas. La última obra de Isócrates,
el Panatenaico, nos lo revela preocupado del mismo gran problema de
política interior que en el Areopagítico: el problema de cuál era la
mejor constitución para Atenas. La retórica de la escuela isocrática fue
acentuando cada vez más el factor intrínseco del arte oratorio: la política.[151]
A ello contribuyó también, visiblemente, la influencia de Platón, que veía en
el mero formalismo la falla principal de la cultura retórica. Asimismo
impulsaron a Isócrates en esta dirección, con fuerza cada vez mayor, la
coacción de las condiciones externas y la actitud adoptada por él ante la
situación política de Atenas. Como había reconocido desde el primer momento la
necesidad de dar a la retórica un contenido material, no le era difícil seguir
expandiéndose hacia este lado. Así se explica que su gimnasio retórico tomase
un carácter cada vez más marcado de alta escuela política. El espíritu
panegírico fue viéndose relegado en ella ante el espíritu crítico-educativo. Es
cierto 950 que aún da un último destello en el Panatenaico,
pero en este elogio de Atenas con que el anciano de noventa y siete años se
despide de su polis[152]
se echa de menos ya aquel elevado y esperanzado impulso de las obras de la
edad viril. Se desparrama en consideraciones históricas acerca de la mejor
forma de gobierno, la cual consiste según Isócrates en una combinación acertada
de los tres tipos fundamentales de constitución.[153]
Entiende que lo más aconsejable es una democracia con un fuerte tinte
aristocrático, fórmula que considera ya probada por el periodo de florecimiento
de Atenas, durante el cual rigió este tipo de constitución. En este punto
Isócrates aprendió también de Tucídides, cuyo Pericles presenta al estado
ateniense, en su discurso fúnebre, como una combinación ejemplar de los
elementos positivos de todas las clases de constitución. Esta teoría influyó en
los estadistas peripatéticos e informó, a través de ellos, la obra del historiador
Polibio. sobre todo en su modo de exponer el espíritu del estado romano, y el
ideal de estado de Cicerón en De república.
[1] 1 En Antíd.,
9, indica una edad
de ochenta y dos años.
Este discurso se había
perdido en su
mayor parte; sólo
se conservaban el
principio y el
final de él, hasta que en 1812 el
griego Mistoxides descubrió la parte
principal (72 a 309)..
[2] 2 Antíd., 4-5.
[3] 3 Areop., 57; De pace, 39.
Isócrates se compara en este último pasaje, lo mismo que el Sócrates Platónico
en el Gorgias, al médico que para curar tiene que quemar y cortar. Sin
embargo, esta comparación no cuadra muy bien al antagonismo de pura política
de partido al que Isócrates la aplica.
[4] 3a Esto dice el propio Isócrates en Antíd.,
8 y 13. Equivocadamente seudo
plutarco, X vit. X oral., 837 A y 839 C,
cree verdadera la "acusación".
[5] 4 Antíd., 6-8 y 10.
[6] 5 Antid., 11-12. Cf. Sof., 16.
[7] 5a Antíd., 8.
[8] 6 platón, APol., 20 C.
[9] 7
Desde Hieronymus Wolf,
el humanista del
siglo xvi, se
ha hecho notar frecuentemente la
seriedad con que
Isócrates se inspira en
la acusación y la
apología de Sócrates para su autodefensa en la Antidosis.
[10] 8
Antíd., 9.
[11] 9
Así ha valorado la Antídosis G. misch,
Geschichte der Autobiographie, t. i (Leipzig, 1907), pp. 86 ss.,
aunque este autor no hace justicia a Isócrates.
[12] 10
Isócrates caracteriza la Antídosis,
7, como eikw\n th=j
e)mh=j dianoi/aj kai\ tw=n a)/llwn tw=n bebiwme/mwm.
[13] 11
En Antíd., 6.
Isócrates distingue en
la Antídosis tres
finalidades perseguidas por él con
esta obra: con ella trata,
según dice, de exponer su
carácter y su tipo (τρόπος), su forma de
vida (βίος) y su paideia (en
10 y en diversos sitios la llama
su "filosofía").
[14] 12 Antíd., 30. Es evidente que el texto ficticio se apoya
en la acusación de Sócrates.
[15] 13
Sof., 19 ss.
[16] 14
Según los informes
de dionisio de
halicarnaso, isocr., 18,
Aristóteles (sobre cuya
actividad docente retórica en la
Academia Platónica por la misma época
volvemos en p.
939, n. 108),
se burlaba especialmente
del prurito de Isócrates de que no se le confundiese en
modo alguno con los redactores de discursos
forenses. Aristóteles hacía
saber a sus discípulos que en las
librerías se encontraban manojos
enteros de discursos forenses
salidos de la
pluma de Isócrates.
Se trata de discursos escritos por Isócrates para sus clientes en la
época anterior a la fundación de su escuela.
En la Antídosis, Isócrates toma posición, indudablemente, ante
ataques como los
de Aristóteles. Cf.
en especial c. 38
ss.
[17] 15 Antíd.,
2.
[18] l6 Antíd., 46.
[19] 17 Antíd., 46-47.
[20] 18 Antíd., 48,
39.
[21] 19 Antíd., 41.
[22] 20
En Antíd., 54,
compara los fragmentos de
sus discursos, que
cita como prueba, con una
exhibición de frutos de todas clases.
[23] 21 Antíd., 54
ss.
[24] 22 Sof., 18.
[25] 23 Antíd., 57 ss.
[26] 24
En Antíd., 57 ss., Isócrates explica
la tendencia del Panegírico de
tal modo que un lector superficial del discurso anterior podría creer
que el autor plantea en él la
reivindicación del dominio absoluto de Atenas sobre Grecia. Cf. sobre esto supra, p. 861, n. 16.
[27] 25
Cf. supra, p. 918.
[28] 26 En el Panegírico se emplean
todavía los conceptos de dominación marítima ( a)rxh/ ) y de la
hegemonía ( h(gemoni/a ) sin distinguir
entre ellos.
[29] 27
Cf. supra, p. 919.
Compárese De pace, 64, donde se
postula la renuncia a la
dominación marítima, con De pace, 142, donde se recomienda una hegemonía
basada en la sumisión voluntaria.
[30] 28 Antíd., 62
ss.
[31] 29 Cf. supra, p. 918. Huelga decir que los fines imperialistas del
Panegírico no responden en
modo alguno al
programa del partido
ateniense de la
paz en el año 355. cuyas
concepciones se reflejan en De pace. Es a éstas, ante todo, a las que
Isócrates quiere hacer honor en la Antídosis.
[32] 30 Cf. Antid., 62.
[33] 31 Esto se
mencionaba va en Antíd., 40.
[34] 32 Antíd., 40.
[35] 33 Antid., 67-70.
[36] 34 Antíd., 70. Isócrates subraya
que le había aconsejado al rey suavizar todo lo posible su gobierno, lo que se
consideraba como signo de espíritu democrático. Cf. supra, p. 873.
[37] 35 Es el principio de la igualdad proporcional y no
mecánica, que tiene por lema suum cuique. C.f. Areop., 21.
[38] 36 Cf. la bibliografía en Kleine - Piening, ob.
cit., p. 43; Cf. jaeger, Areopagiticus.
p. 412. n. 1.
[39] 37 Antíd., 79.
[40] 38 Antid., 82.
[41] 39 Antid., 81. A
este propósito se subraya
también el gran
número de predecesores en el campo de la legislación.
[42] 40 Antid., 84.
[43] 41
Antid., 85.
[44] 42 Hermipo, discípulo de Calímaco,
compuso la obra Sobre los estudiantes de filosofía que se convirtieron en
gobernantes, refiriéndose a las listas de los estoicos y académicos de
Filodemo, que fueron descubiertas. No estamos bien informados acerca del
contenido de esta obra. El tirano Hermias de Atarneo, amigo intimo y suegro de
Aristóteles, desempeñaba en ella, naturalmente, un papel importante y con él
sus consejeros políticos, los discípulos de Platón, Erasto y Corisco. Cf. platón, Carla VI, y mi obra Aristóteles,
pp. 13255. En aquellas listas figurarían, además, seguramente, Dión y
algunos Platónicos más jóvenes como Eudemo de Chipre y sus correligionarios,
caídos en Siracusa, en la lucha contra la tiranía. Pero también era discípulo
de Platón el asesino de Dión, Calipo, que luego se erigió en tirano. En
Heraclea, en el Ponto, fue también un discípulo de Isócrates y Platón,
Clearco, el que se entronizó como tirano, derrocando y asesinando al Platónico
Quión. Cf. meyer, Geschichte
des Alter-tums, t. v, p. 980.[44]
[45] 42a Cf. Nic., 4 y toda la
introducción a este discurso.
[46] 43 Antíd., 95-96. Cf. 104.
[47] 44 Antid., 98 ss.
[48] 45 Cf. sapra, pp. 882, 903 ss.,
y mi Demóstenes, pp. 249 ss.
[49] 46 Cf. Sof., 21; Elena, 5. La
pretensión de Isócrates (Paneg., 3-4) de que la retórica "versa
sobre las rosas humanas más grandes", es decir, sobre los problemas de
política actual, se remonta a su maestro Gorgias. Cf. platón, gorgias. 451 D.
[50] 47 Antíd., 107.
[51] 48 Anua., 108-113.
[52] 49 Antíd., 114-117.
[53] 50 Antid., 117-118,
121.
[54] 51 Antíd., 119.
[55] 52 Antid., 121-124.
[56] 53 Asi lo había previsto ya Isócrates en el Areopagítico,
8, 17 y 81. Cf. también Panat.,
142.
[57] 54 Antíd., 128.
[58] 55 Antíd., 130.
[59] 56 Antíd., 131.
[60] 57 Antid., 132.
[61] 58
Cf. supra, pp. 40 s., donde se enjuicia la importancia de
la escena de Fénix para la paideia
griega y su conciencia
trágica de las
limitaciones de toda educación. La
reiteración del problema y
el reflejo del
proceso actual en la
imagen ideal de la antigua poesía es característica de la
mentalidad griega.
[62] 59 Antíd., 133.
[63] 60 Antid., 134.
[64] 61 Antid., 135.
[65] 62 Antid., 136.
[66] 63 Cf. Areop., 15; De pace, 36,
124.
[67] 64 Antid., 138.
[68] 65 Antid., 140 ss.
[69] 66 Antid., 141. Cf. su conversación confidencial reproducida
en Areop., 56 ss., con un amigo que le previno y la sostenida por
Isócrates con un antiguo discípulo en Panat., 200 ss. Los tres casos revelan la costumbre de
Isócrates de discutir y "corregir" ( e)panorqou=n ; Cf. Panat., 200) sus discusros con sus discípulos antes de
darlos a la publicidad.
[70] 67 Antid., 40.
[71] 68 Antid., 159
ss. Cf. Areop., 33-35.
[72] 69 Esto se lee claramente entre líneas
en Antíd., 145 ss.
[73] 70 Antíd., 157.
[74] 71
Antíd., 156, Cf. 158. Es
evidente que a Isócrates le agradaba que le comparasen también
desde este punto
de vista con
su admirado maestro
Gorgias. pero no con los demás sofistas y profesores públicos, que
sólo percibían por sus actividades ingresos muy reducidos o
modestos (Antíd., 155).
[75] 72
Antíd., 158.
[76] 73 Antíd., 164.
[77] 74 Isócrates se enorgullece de que
habiéndose criado en medio de cierto bienestar y habiendo perdido la fortuna
paterna después de la guerra del Peloponeso. pudiera llegar a tener una fortuna
adquirida por su propio esfuerzo en sus actividades de maestro público de
elocuencia. Cf. Antíd., 161.
[78] 75 En todo el relato de las condiciones
de fortuna se patentiza vivamente el espíritu "Victoriano" de la
última generación del siglo v, a la que Isócrates pertenecía. Un hombre como él
no podía acomodarse a la pobreza y al "espíritu social" de la quinta
década del siglo IV.
[79] 76 Esta parte, la principal del
discurso, comienza en Antíd., 167.
[80] 77 Antíd., 168.
[81] 78 Anúd., 174.
[82] 79 Antíd., 175.
[83] 80 Ya se había aducido esto, en el
plano de los principios, en Paneg., 48
ss., y Nic., 6.
[84] 81 Antíd., 180-181.
[85] 82
Este cambio de la gimnasia y la música por la gimnasia y la filosofía
(es decir, por la retórica) indica
claramente que Isócrates se remonta sobre la
antigua paideia de los griegos y sustituye a la antigua
educación basada en la poesía una nueva
y más alta forma de
educación del espíritu.
Sin embargo, su "filosofía" presupone el
entrenamiento "musical" de viejo estilo, tal como lo hace el sistema
educativo ideal de Platón de sus gobernantes filosóficos, en la República. En su avanzada edad (Panat., 34) Isócrates debatíase con la intención de
tratar a fondo de la posición que la poesía ocupaba en el reino de la cultura.
[86] 83
Antíd., 182-183. Las
formas o ideas del logos corresponden, en lo tocante a la cultura del espíritu,
a los "esquemas" del cuerpo que el arte del paidotribés enseña
para los pugilatos. La introducción
comienza por el análisis del discurso en estos
elementos fundamentales. Luego
vienen las normas sobre cómo se articulan de nuevo estos elementos de unidad y
cómo se agrupa la materia desde los puntos de vista generales descubiertos en
el proceso de análisis. Cf. Antíd., 184,
acerca del sune/rein kaq' e(\n e(/kaston. El sentido de
este doble método estriba en dar al discípulo una mayor
experiencia (e)/mpeiron poiei=n ) y en aguzar en
él la conciencia de estas formas ( a)kribou=n ), para que de este modo se acerque más
al caso concreto. Este método se basa
en la elaboración de un cierto promedio
de experiencia. No puede trasmitir,
naturalmente, un saber infalible.
[87] 84 Cf. supra, p. 849.
[88] 85 Antíd., 187
ss.
[89] 86
Antíd., 194. El fragmento
aquí citado es Sof., 14-18. La
identidad de la concepción expuesta en ambas obras se destaca expresamente en Antíd.,
195.
[90] 87 Antíd., 196 ss.[90]
[91] 88 Antíd., 197.
[92] 89 Antíd., 198.
[93] 90 platón, Prot.,
320 C ss.
[94] 91 Cf. supra, pp. 285-287.
[95] 92 Antíd., 209-214.
[96] 93 Antíd., 199-201
[97] 94
Antíd., 201-204. Ya en Sof.,
14-15, se subraya el diverso grado de influencia de la techné sobre
los distintos talentos.
[98] 95 Antid., 205-206.
[99] 96
La refutación del segundo de los grupos, que aun creyendo posible la formación
del espíritu por medio de la
retórica (φιλοσοφία), reputa, sin
embargo, dañina su influencia, comienza en Antíd., 215. Cf. acerca de los móviles del educador, Antíd.,
217 ss.
[100] 97 Antíd., 220.
[101] 98 Antíd., 221-222.
[102] 99 Antíd., 223-224.
[103] 100 Cf. infra, pp. 994 s.
[104] 101 Antíd., 224-226.
[105] l02 Antíd., 230-236.
[106] 103 Cf.
supra, pp. 536 ss., 563.
[107] l04 Antíd., 251-252.
[108] 105 Antíd., 253-257. Este elogio
del logos, que según hemos visto más arriba constituye un himno en toda regla, está
tomado del Nicocles, 5-9. Cf. supra, p. 875.
[109] 106 Antíd., 258.
[110] 107 Antíd., 259.
[111] 108 Cf. en blass, Attische Beredsamkeit, vol. Π, p. 64, la
tradición sobre el curso de retórica de Aristóteles: los pasajes principales
son quint., iii, 1, 14 y filodemo, vol. rhet., II, 50
(Sudhaus). El verso es una parodia del Filoctetes de Eurípides, frag.
796 (Nauck). El más antiguo comentario de Aristóteles sobre la relación de la
cultura y la retórica, el diálogo perdido de Grilo o Sobre la
retórica, al que sirve de modelo el Gorgias de Platón, puede
localizarse en el tiempo por su relación con el hijo de Jenofonte, mencionado
en el título, cuya heroica muerte en la guerra contra Tebas (año 362) provocó
una oleada de discursos exaltando su memoria ( e)gkw/mia ), muchos de ellos escritos para
"complacer" ( χαρίζεσφαι) a su famoso
padre. Es esta manifestación literaria la que le sirve a Aristóteles de punto
de partida para su crítica. Las partes más antiguas de la Retórica que
de él se han conservado se remontan a los años en que profesaba todavía en la
Academia. Cf. ahora el luminoso estudio de este problema por F. solmsen, "Die Entwicklung der
aristotelischen Logik und Rhe-torik" en Neue Philol. Untersuchungen, eds.
por W. Jaeger, vol. iv (Berlín, 1929), pp. 196ss.
[112] 109 Esta base es la dialéctica. Platón examinaba
ya en el Fedro en un sentido nuevo el problema de si la retórica era o
no una verdadera techné, problema que en el Gorgias había nepado
en redondo. (Cf. el capítulo "El Fedro" más adelante.) Allí
pide que se le dé una nueva fundamentación a base de la dialéctica. solmse.n, ob. cit., en el cuadro
que traza sobre el desarrollo de la primitiva retórica aristotélica, presenta
un paralelo perfecto a este cambio sobrevenido en la actitud de Platón ante la
retórica, pero sin asignar al Fedro el lugar que le corresponde. A mí me
parece lo más verosímil que el Fedro sea posterior al Grilo de
Aristóteles (algún tiempo después de 362), aunque no demasiado posterior. En
el Grilo, como en el Gorgias, la retórica no es considerada como
una techné, mientras que en el Fedro puede convertirse en tal. El
curso de retórica de Aristóteles refleja en sus distintos estratos este
proceso. En todo caso, creo que el Fedro debe considerarse anterior a la
Antídosis (año 353).
[113] 110
Cf. solmsen, ob. cit., p.
207. blass,
ob. cit., p. 452, seguía explicando los ataques de
Cefisodoro contra la
teoría Platónica de
las ideas (¡en
una obra contra Aristóteles!),
al modo de la sabiduría escolástica de
la baja Antigüedad, por la total
ignorancia del discípulo
de Isócrates. Para
ello, sitúa esta
obra después de la
muerte de Isócrates,
cuando ya la secesión
aristotélica de la escuela Platónica mediante la fundación
de una escuela propia, y a través de sus ataques literarios, tenía que ser
conocida de todo el mundo. Véase mi Aristóteles,
pp. 50 s.
[114] 111
Cf. infra, p. 985.
[115] 112
Isócrates, en Antíd., 258, dice cautamente que son
"algunos" filósofos erís-ticos los que le difaman, estableciendo, por
tanto, una distinción entre el mismo Platón y su discípulo Aristóteles.
[116] 113
Antíd., 261. La misma
posición adopta Isócrates en su última
obra, Pa-natenaico, c. 26
[117] 114
El mismo Platón, en el libro 7 de la República, explica su paideia
como una combinación de matemática y dialéctica.
[118] 115
Antíd., 262.
[119] 116
En Sof., 8, emplea las mismas
palabras a)dolesxi/a kai\ mikrologi/a con
referencia a la
formación dialéctica, como
Platón quería.
[120] 117
Antíd., 263-265.
[121] 118 Antíd., 266.
[122] 119
En Antíd., 266,
aunque Isócrates se
muestra dispuesto a
considerar la dialéctica como una
ocupación más varonil que la cultura musical de viejo estilo enseñada en las
escuelas ( didaskalei=a ), sitúa en general sus efectos en el mismo plano que
los de ésta. Al
parecer, los representantes de la explicación poética se resintieron por estas
manifestaciones despectivas acerca de la cultura literaria. Cf. Panat.,
18. Desgraciadamente, Isócrates
no llegó a
poner en práctica
su propósito (Panat., 25) de escribir una obra especial acerca de las
relaciones entre la paideia γ la poesía.
Seguramente al anunciarlo tendría presente como ejemplo (¿o como modelo?) la República de Platón.
[123] 120
Antíd., 268. También Calicles,
en platón, Gorg., 484 C-D,
censura en la cultura dialéctica de los socráticos el que, si se lleva
demasiado lejos, incapacita a sus adeptos para conocer las leyes y los
discursos necesarios para el trato social. Les "aisla de la vida" y
les priva de todo conocimiento del hombre. Isócrates tiene presente esta
crítica. Platón cree haber refutado en el Gorgias estos reproches de
Cálleles, pero Isócrates vuelve a recogerlos en su totalidad, lo cual demuestra
que este antagonismo entre los dos ideales de cultura es inmortal. Cf. también
Panat., 27, 28.
[124] 121 Antíd., 268-269. Ya en su Elena,
2-3, había atacado Isócrates a los filósofos presocráticos Protágoras,
Gorgias, Zenón y Meliso como simples buscadores de paradojas, previniendo en
contra de su imitación. En la Antídosis censura a Empédocles, Ion,
Alcmeón, Parménides, Meliso y Gorgias. Desde luego, critica a Gorgias no como
retórico, sino como el inventor del famoso argumento "el ser no es",
que fue una exageración de las paradojas a que eran tan afectos los filósofos
eleáticos.
[125] 122 En el Parménides y el Teeteto
de Platón se discuten vivamente los problemas de la escuela de los
eleáticos, de Heréclito y de Protágoras. En las listas de obras de Aristóteles
se citan especialmente obras sobre Jenófanes, Zenón, Meliso, Alcmeón, Gorgias y
los pitagóricos. Estos estudios surgieron del contacto intensivo de la Academia
con los antiguos pensadores y sus frutos se manifiestan ya en las partes más
antiguas de la Metafísica de Aristóteles, sobre todo en el libro
primero, que trata de los pensadores anteriores a él. Jenócrates escribió
acerca de Parménides y los pitagóricos, Espeusipo sobre los pitagóricos,
Heráclides Póntico acerca de los pitagóricos, de Demócrito y de Heráclito. No
es infundado, por tanto, el considerar la polémica de Isócrates contra los
antiguos filósofos como una parte de su crítica de la paideia Platónica.
Ésta le contrariaba también por este renacimiento del estudio de los
presocráticos (Cf. Antíd., 285). Imagínese lo que habría dicho de las
formidables obras histórico-filosóficas de la escuela del viejo Aristóteles que
surgirían más tarde de aquellos inicios.
[126] 123 Antíd., 270 ss.
[127] 124 Antíd., 271.
[128] 125
Obsérvese la acentuación
de las palabras
"esta frónesis" ( h( toiau/th fro/nhsij ) en Antíd., 271, con las que
el conocimiento político-práctico
de los valores reconocidos por Isócrates se
contrapone a la frónesis
teórica de Platón. Acerca del cambio de la frónesis
para convertirse en el conocimiento
metafísico del ser en la filosofía
Platónica, Cf. mi obra Aristóteles, pp.
102 ss.
[129] 126
Cuando en Antíd., 233-234, se presenta
como modelos del
ideal político-retórico de
la areté, al lado
de Solón y
Clístenes, a los estadistas del
periodo clásico de la democracia ateniense Temístocles y Pericles, a quienes se ataca en el Gorgias y en
el Menón Platónicos, es indudable que Isócrates se identifica con
las figuras atacadas,
lo mismo que
antes había hecho
suya (Cf. supra,
p. 941, n. 120) la causa de Calicles.
[130] 127 Antíd., 274.
[131] 128 "Filología": Antíd., 296.
[132] 129 Antíd., 274-275: una techné
del tipo de la que exigen los dialécticos ni ha existido antes ni existe
tampoco ahora. Pero antes de inventar semejante paideia ( h(
toiau/th paidei/a ), convendría
abstenerse de prometérsela a otros. La u(po/sxeij significa aquí lo que el profesor se
compromete a enseñar a sus alumnos (Cf. supra, pp. 4935.) y es sinónimo
de επάγγελμα.
[133] 130
Antíd., 275. El
concepto Platónico del eros se emplea intencionalmente aquí. Sería
digno de un tema mejor
que el de la
sutileza dialéctica, hacia
la cual lo desvía Platón.
[134] 131
Ya se había dicho así en Sof., 21, y de un modo más positivo todavía en Nic..
7.
[135] 132 Antíd., 276-277.
[136] 133 Antid., 278.
[137] 134 platón,
Gorg., 508 A. El retórico
Calicles es aquí el verdadero representante de la pleonexia.
[138] 135 Podría comprobarse, sin dejar lugar a dudas, que se
trata de una réplica al reproche Platónico de que la retórica enseña a los
hombres la mera satisfacción de los impulsos naturales egoístas. Ya en Antíd.,
275, recomendaba Isócrates a los adeptos de la filosofía que aplicasen
mejor su eros a la oratoria y se entregasen con toda el alma "a la
verdadera pleonexia", acerca de la cual se proponía decir algo más
dentro de poco. Era una observación picante, cuyo sentido se aclara en Antíd.,
281 ss. Aquí dedica a la esencia de la pleonexia, a la
apetencia de más, profundamente arraigada como instinto de posesión en la
naturaleza del hombre, una investigación especial, en la que intentar dar a
este concepto un rumbo positivo. Es éste el punto en que Isócrates traza una
nítida línea divisoria entre él y el Calicles de Platón. Esta línea divisoria
es la de la moral.
[139] 136 De pace, 33. Ya en esta obra,
c. 31 ss., se ve claramente que Isócrates es contrario al amoralismo del
Calicles Platónico y su teoría del derecho del más fuerte, con la que Platón
relaciona en el Gorgias la retórica de sus ideales po-litico-prácticos
de cultura. En la Antídosis Isócrates procura separar nítidamente ambas
cosas.
[140] 137 Antíd., 282 y 285. En 283
Isócrates censura el abuso de las palabras en que incurren los filósofos, al
transferirlas de las cosas supremas a las peores y más reprobables. En
realidad, él mismo cambia el sentido de la palabra pleonexia de algo
moralmente repugnante en algo ideal. Al hacerlo, sigue de manera visible el
ejemplo de Platón, quien en Simp., 206 A, define el eros idealizado
como el impulso de asimilarse lo más bello y lo mejor (Cf. supra, p.
581, donde se alude ya a la análoga transmutación de los conceptos del amor
—ideal— de sí mismo por Aristóteles). En el Gorgias, Platón enseñaba, de
modo análogo, que el poder a que aspiran los hombres egoístas de poder político
no es un poder real. Isócrates pretende demostrar por los mismos medios que su
retórica conduce a este verdadero y superior enriquecimiento humano de sí
mismo. Esto quiere decir que ha aprendido algo de la lan aborrecida dialéctica.
[141] 138 Antíd., 286-290. La pintura
de la ambiciosa juventud de su escuela, que culmina en el ideal del dominio de
sí mismo y de la preocupación de velar por sí mismo (Cf. 304), es perfectamente
socrática. Isócrates recoge la moral práctica de los socráticos, aunque sin la
dialéctica ni la ontología Platónicas, y la funde con su cultura
retórico-política.
[142] 139 Paneg., 47-50.
[143] 140 Antid., 296.
[144] l41 Antíd., 295-297, 293 ss. Cf.
302: "en los pugilatos físicos los atenienses compiten con muchos otros,
pero en el campo de la cultura [paideia] todo el mundo reconoce de buen grado la primacía de
aquéllos".
[145] 142
Antid., 297-298.
[146] 143
Así aparece todo a lo largo de la
última sección de la Antídosis (291-319).
[147] 144
De acuerdo con Antid., 299-301, los delatores y demagogos políticos son la gran
mancha del nombre
limpio de Atenas;
ésta debe la
grandeza sólo a su
cultura (paideia). El
pasaje es interesante por la
profunda distinción entre cultura y vida política contemporánea. Cuando habla de los directores de esa cultura,
que han hecho que se ame y respete a Atenas en todo el mundo, está pensando en
sí mismo entre los primeros. Y sin duda
está en lo cierto.
[148] 145
Valora a todos los grandes
estadistas del pasado según su cultura y
educación (Antid., 306-308). Y concluye que sólo su superioridad
intelectual es la que ha hecho grande a la ciudad.
[149] 146 Filipo, 8-9.
[150] 147
Isócrates, Carta II,
15. Debe
aludir a Demóstenes:
en la fecha
de la carta era el verdadero jefe
de la resistencia contra Filipo.
[151] 148
Cf. Panat., 2-4, en relación con su creciente desprecio del
estilo.
[152] 149 Ésta es la edad que menciona en el
final del Panat. (270) ; en la introducción (3) dice que tiene noventa
y cuatro años. Su trabajo en el discurso se interrumpió con una larga
enfermedad.
[153] 150 Contiene también algunos trozos
sobre la verdadera paideia: nótese el interesante pasaje 30-33, que es
una extensa definición de la paideia. Todo lo que diré en alabanza de la
paideia ateniense se apoya en su alabanza de los antepasados. Lo que ama
en Atenas es su pasado.
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