549
en los anteriores diálogos Platón había intentado acercarse
al conocimiento de la areté por diversos caminos, todos los cuales
conducían a la conciencia de que las distintas cualidades llamadas virtudes,
tales como la valentía, la prudencia, la piedad y la justicia, son simplemente
partes de una virtud, de la virtud total, y de que la esencia de la virtud es
de suyo un saber. En el Protágoras y en el Gorgias demuestra que
esta conciencia, cuya exactitud se da por supuesta, constituye el problema
central de toda educación, y los contornos de una paideia erigida sobre
esta base cobran por vez primera una fisonomía definida. Debatiéndose de un
modo severo con los representantes de la educación anterior, demuestra Platón
en ambos diálogos que los únicos de entre ellos que asignaban al saber una alta
significación, los sofistas, no estaban dispuestos a sacar la consecuencia
implícita en su punto de vista, o sea la de basar también sobre un saber la
cultura moral y política del hombre; por su parte, la educación tradicional
perdía de vista completamente este factor. En el Protágoras, Sócrates
había intentado ganar para su causa a los sofistas. Pero cuanto más intentaba
ahondar hasta llegar a las últimas consecuencias en su tesis de que la virtud
sólo podía ser, en última instancia, un saber, embrollándose así en su
primitiva negación de la posibilidad de enseñar la virtud, más se resistía
Protágoras a reconocer que su pretensión de pasar por maestro de la virtud sólo
podia quedar a salvo mediante
la aceptación del axioma
socrático e que la virtud era un saber.
Ya allí se había visto con claridad que el
conocimiento del bien de que habla Sócrates tenía que ser necesariamente de
otro carácter que lo que suele entenderse por saber; pero sin que se procediese
todavía a investigar la naturaleza misma de él. El Protágoras se limita
de un modo deliberado a demostrar que la virtud tiene que ser necesariamente
susceptible de enseñanza, si Sócrates no se equivoca al sostener que constituye
un saber. Sólo a modo de sugestión se determina este saber como un "arte
de la medida", pero sin que se nos dijese en qué consistía ese arte y cuál
era su patrón, pues el examen de este problema se dejaba para otra ocasión.[1]
Esto no tenía por necesidad que interpretarse como la referencia a un determinado
diálogo posterior. Platón trata con reiteración del problema del saber, que es
en él un problema que no se abandona jamás. No obstante, esta referencia da a
entender con toda claridad que, una vez 550 establecida la equiparación entre la virtud y el
saber y esclarecida la importancia de este saber-virtud para toda educación, se
hacía necesaria con apremio una investigación especial del problema de lo que
era el saber así concebido. Pues bien, el primer diálogo en que esta
investigación se aborda es el Menón. Es, además, la obra que se halla
más próxima en el tiempo al grupo de los diálogos que hemos comentado
anteriormente y constituye, por tanto, la respuesta más inmediata de Platón al
problema planteado en el Protágoras: ¿qué clase de saber es ése que
Sócrates considera fundamental para areté ?
Partiendo de la conciencia exacta de la importancia
que el problema del saber tiene en la filosofía de Platón, pero exagerando, se
ha dicho que el Menón es el programa de la Academia, con lo cual sólo se
demuestra una cosa: que se tergiversa en un sentido moderno lo que Platón
representaba. Ningún programa de su escuela podía circunscribir en ningún
momento la filosofía al problema del saber, sobre todo si esta palabra se
concibe con esa generalidad abstracta de la moderna teoría del conocimiento y
de la lógica moderna. Hasta en el Menón, obra que por vez primera trata
de un modo relativamente independiente este complejo de problemas, se preocupa
Platón de señalar que el problema del saber surge y sólo tiene sentido, para
él, partiendo del conjunto de su investigación ética. También aquí se toma como
punto de partida este problema: ¿cómo podemos entrar en posesión de la areté?
[2] Claro está que en
el Menón este problema no se desarrolla detalladamente como en los otros
diálogos, para terminar al final de él con la tesis de que la areté sólo
puede adquirirse mediante el saber, sino que aquí Platón coloca de modo
deliberado en el centro de su investigación el problema del saber y de sus
orígenes. Pero no debe perderse de vista que, en toda esta disquisición, se
refiere precisamente al conocimiento de la virtud y del bien, es decir, al
nuevo saber socrático. Y este saber no puede desligarse de su objeto y sólo
puede comprenderse partiendo de él. Formula e investiga al comienzo del
diálogo, en forma perfectamente escolar, las distintas respuestas que pueden
darse a la pregunta de cómo surge la areté: ¿la virtud es susceptible de
ser enseñada, o se adquiere por la práctica? ¿O no ocurre ninguna de estas dos
cosas, sino que la virtud le es comunicada al hombre por la naturaleza o de
cualquier otro modo? Era la forma tradicional del problema, la forma en que
estábamos familiarizados ya con él desde los poetas antiguos, desde Hesíodo,
Teognis, Simónides y Píndaro, y la forma en que lo plantean también los
sofistas, empalmados con aquella tradición. Según Platón, lo nuevo del
planteamiento del problema por Sócrates estriba en que empieza investigando qué
sea la areté en sí, antes de lanzarse a decir cómo se entra en posesión
de ella.[3]
551
El sentido lógico de este problema, hacia el que nos
conducía ya una y otra vez el examen de las diversas virtudes en los diálogos
menores, nos lo explica el Menón de un modo muy detallado. Platón lleva
aquí a la conciencia del lector, con mayor claridad que en ninguna otra de sus
obras, qué es lo que hay en el fondo de esta pregunta: ¿qué es la areté en
sí? Ante todo se pone en claro la diferencia que existe entre la virtud en sí y
las distintas modalidades concretas de la virtud. Menón ha aprendido con
Gorgias, su maestro, a distinguir entre la virtud del hombre y la de la mujer,
la del adulto y la del niño, la del hombre libre y la del esclavo.[4]
Pero Sócrates ignora todo este tropel de virtudes que Menón hace desfilar ante
él en lugar de la única virtud que les sirve de base a todas.[5]
Puede que esta diferenciación de la virtud con arreglo a la edad, el sexo o la
posición social sea útil desde otros puntos de vista, pero para poder
establecerla es necesario enfocar la virtud única en relación con las distintas
personas que la encarnan y con sus diversos modos de aplicarse. Y esto no es
más que su aspecto relativo, cuando de lo que en realidad se trataba era de
indagar su carácter absoluto.[6]
Este algo desde cuyo punto de vista las virtudes no aparecen múltiples y
distintas, sino que son todas una y la misma virtud, es lo que Platón llama el eidos.[7] Es "aquello
por virtud de lo cual" todas ellas son virtudes.[8]Platón
le da ese nombre porque sólo con vistas a este algo[9]
puede el que contesta explicar claramente qué es la virtud. El giro "con
vistas a" (a)poble/pon
ei)/j ti) aparece empleado con
frecuencia por Platón y expresa de un modo plástico la esencia de lo que él
entiende por eidos o idea. Lo mismo que ocurre con la areté, existe
también un eidos unitario respecto a otros "conceptos"
análogos (como nosotros los llamaríamos, pero Platón no ha adquirido todavía
la conciencia ni posee el nombre de este algo lógico, por cuya razón es mejor
que hablemos de "entidades"). Este mismo carácter tienen los eide,
o las ideas de salud, tamaño y fuerza.[10]
Ya en el Gorgias y en otras obras se contraponen éstas, como virtudes (aretai)
del cuerpo, a las virtudes del alma.[11]
Son, pues, ejemplos elegidos con su cuenta 552 y razón y ponen una vez más en claro que el eidos
platónico se desarrolla de una manera absolutamente concreta sobre el
problema de la virtud (areté). Si queremos saber qué es la salud, no nos
ponemos a averiguar si se manifiesta de distinto modo en el hombre, en la
mujer, etcétera, sino que procuramos captar el eidos, siempre y en todas
partes idéntico, de la salud. Lo mismo ocurre con la fuerza y el tamaño, las
otras dos virtudes del cuerpo. Tampoco respecto a la virtud del alma supone,
pues, ninguna diferencia el que la justicia o la prudencia, por ejemplo, se den
en un hombre o en una mujer. La virtud es siempre la misma.[12]
El análisis de estos problemas lógicos se mantiene
deliberadamente dentro de los limites de lo elemental y sólo procura
esclarecer los pasos esenciales del pensamiento socrático. El propio Platón
dice que el diálogo de Sócrates con Menón no es sino un "ejercicio (μελέτη) para poder contestar a la pregunta sobre la esencia de la areté".[13] Y esta esencia no
se caracteriza sólo por el hecho de contraponerla como algo unitario y
absoluto a las múltiples relaciones de la virtud con hombres de diverso tipo,
sino también contraponiéndola a lo que Platón llama las partes de la virtud,
como son la justicia, la prudencia, etcétera.[14]
Decíamos más arriba que en nada afecta a la unidad de la virtud el hecho de que
la justicia, por ejemplo, sea practicada por un hombre o por una mujer. Pero
¿acaso la virtud consistente en la justicia no es algo distinto de la virtud
manifestada como prudencia? ¿Y el desdoblamiento de la virtud en diferentes
formas específicas, a través de las cuales se manifiesta, no correrá peligro de
destruir o quebrantar la unidad que investigamos? Dicho en otras palabras, ¿no
son la justicia, la valentía y la prudencia virtudes realmente distintas?
Sabemos ya, por los diálogos socráticos menores y por el Protágoras, que
el problema fundamental de Sócrates reside precisamente en la unidad esencial
de estas partes de la virtud.[15]
Designaba allí el objeto por él indagado con el nombre de la "virtud
total". En el Menón, equipara la ουσία ο esencia de la virtud a la suma y compendio de aquello que puede
predicarse no de unas u otras partes cualesquiera de la virtud, sino de la
virtud misma en conjunto o "en total" (kata\ o(/lou),[16] con lo cual se establece por
vez primera y se pone de relieve con incomparable claridad plástica el nuevo
concepto lógico de lo general (καθόλου). El eidos
del bien o de la areté, de que habla Platón, no es otra cosa, precisamente,
que esta concepción del bien "en total".[17]
Lo peculiar de la 553
cosa está en. que
este bien "en total" (kata\ o(/lou) es designado al mismo tiempo
por Platón como lo verdaderamente real y existente, lo que repugna a una
equiparación con nuestro "concepto" lógico, con lo general. En el Menón,
lo mismo que en los diálogos anteriores, no nos encontramos nunca con una
verdadera definición de la areté y, por lo demás, es evidente que por el
momento semejante definición no tiene nada que ver con el problema de la
esencia de la virtud. En vez de eso, se analizan una vez más las diferentes
partes de la virtud, refiriéndolas como siempre al problema de la virtud en sí,
es decir, a la idea. Lo que sea se explica como tal idea y no como definición.
La idea es la meta a que tiende el movimiento dialéctico del pensamiento
platónico. Esta conciencia, que el lector se formaba ya en las obras anteriores
de Platón, se esclarece todavía más en el Menón.[18]
Si sabemos comprender en su claro sentido literal,
tal y como lo va desarrollando paso a paso en el Menón, este análisis
del proceso lógico de la dialéctica socrática por Platón, su más autorizado
intérprete, nos parece que será punto menos que imposible incurrir en los
errores cometidos en los viejos y en los nuevos tiempos por sus en-juiciadores
filosóficos. En cierto modo, es Aristóteles quien rompe la marcha por este
camino equivocado, al mantener su famosa afirmación de que Sócrates fue el
primero que procuró definir los conceptos generales, que Platón hipostasió,
duplicando, por tanto, inútilmente, este concepto lógico general como realidad
ontológica.[19] Según esto, la idea
platónica presupone desde el primer momento el descubrimiento de lo general
lógico y, aceptado así, es indudable que la idea no representaría realmente más
que una extraña duplicación del concepto existente en el espíritu humano. Los
lógicos modernos siguen en su mayoría las huellas de Aristóteles, en esta
reconstrucción del proceso interior que llevó a Platón a establecer la teoría
de las ideas.[20] Sin 554 embargo, aunque lo que nosotros llamamos concepto se
contenga ya potencialmente en el qué sea socrático, es evidente que Platón, al
interpretar esta pregunta socrática sobre la esencia de la areté, sigue
otro camino del que el lógico moderno considera natural. El concepto lógico
general se le antoja al moderno algo tan evidente, que considera como un
simple apéndice enojoso y problemático aquello en que la idea platónica rebasa
ese concepto, puesto que da por sentado sin más que ante todo hay que
representarse la virtud en sí como concepto lógico, para luego poder asignar además
a este concepto una existencia en sentido ontológico. Pero, en realidad, en el Menón
no se dice nada de esta doble acepción de la palabra, y aunque nosotros distingamos
con claridad en Platón los dos aspectos: el de lo lógico universal y el de lo
ontológico real, lo cierto es que para él forman absolutamente una
unidad. La pregunta: ¿qué es la areté? tiende de modo directo a su ουσία, a su esencia y verdadero ser, y esto es precisamente la idea.[21]
Es en los diálogos posteriores cuando aparece como un problema ante Platón la
relación entre la idea y la multiplicidad de los fenómenos, que hasta entonces
venía designando, un poco vagamente, como la "participación" de lo
individual en lo universal, y cuando surgen dificultades lógicas de las que aún
no tenía noción al dar su versión primitiva de la idea.
Así, pues, los equívocos de los intérpretes modernos
no nacen tanto de que se interpreten mal las palabras del propio Platón, cosa
de por sí apenas concebible, como del hecho de haber transferido a ellas
ciertas nociones lógicas de origen posterior. Aristóteles, al partir del hecho,
con el que estaba muy familiarizado, del concepto lógico general, descubría
por una parte, con razón, que se hallaba ya contenido en la idea platónica; y
por otra parte, comprobaba que Platón, en su idea, consideraba este algo
general, al mismo tiempo, como lo real y verdaderamente existente. Es este segundo
paso el que Aristóteles juzga como la fuente de los errores que Platón comete
al determinar la relación entre lo universal y lo particular. Según el modo de
ver de Aristóteles, Platón había convertido los conceptos generales en
entidades metafísicas, asignándoles una existencia independiente, aparte de las
cosas percibidas por los sentidos. Lo cierto es que Platón no dio nunca el
segundo paso (el de la "hipóstasis" de los conceptos), sencillamente
porque aún no había dado tampoco el primero, o sea la abstracción de los
conceptos generales como tales. Lejos de ello: el concepto lógico aparece
todavía completamente envuelto para él en el ropaje de la idea. Tal como Platón
describe la penetración desde los fenómenos hasta la esencia de la areté, es
un acto de 555
intuición
espiritual que capta lo uno en lo múltiple. El propio Platón determina la
naturaleza del proceso mental dialéctico, en la República, como una
"sinopsis", es decir, como la visión conjunta de los rasgos comunes
en una pluralidad de fenómenos que se encuadran dentro de una y la misma idea.
Es ésta la mejor palabra para caracterizar el acto lógico que el Menón nos
describe.[22] De otra parte, el método
dialéctico se determina aquí como un recibo de cuentas, cosa esencial, pues
esto excluye la posibilidad de interpretar aquel acto de concepción interior
como algo que se halle sustraído en principio a toda fiscalización por parte de
otros. Una respuesta, si es dialéctica, sostiene Platón, no sólo tiene que ser
verdadera, sino que, además, tiene que apoyarse en aquello que el preguntado
concede.[23] Así, pues, se da por
supuesto que es posible llegar a una inteligencia mediante un intercambio de
preguntas y respuestas en lo tocante al objeto de aquella intuición
intelectual. En la República y en la Carta séptima se ve más
tarde claramente que el trabajo paciente de este entendimiento dialéctico
constituye el camino lento y trabajado por el que es posible acercarse a la
contemplación de la idea.[24]
Es difícil decir si, detrás del análisis de contenido
lógico de la dialéctica socrática que se desarrolla en el Menón, se
levanta ya un edificio completo de reglas lógicas universales, y hasta qué
punto esto sucede. Es muy probable que así sea, aunque hayamos visto que, en
último término, todos los conocimientos surgen aquí de la elaboración del
problema único de la virtud. Además del alto grado de conciencia lógica que
Platón revela constantemente en este diálogo, es elocuente en este sentido,
sobre todo, la gran cantidad de términos técnicos que emplea para designar sus
distintos pasos metódicos. Para practicar un "ejercicio", como lo
hace aquí Platón,[25]
se necesita dominar las reglas que han de tomarse como base. En este sentido es
muy instructivo el arte consciente de la ilustración de procesos lógicos por
medio de ejemplos (paradigmas), cuya función pone Platón de relieve
continuamente. Así, por ejemplo, el problema de qué sea la virtud se ilustra
mediante la pregunta: ¿qué es una figura? Y el problema de si la justicia es la
virtud o una virtud, por medio de la pregunta paralela de si el
círculo es la figura o una figura.[26]
556
En otro pasaje se dice que otros colores no son
menos colores que el blanco y que el círculo no tiene más de figura que el
rectángulo,[27]con
lo cual se aclara lógicamente lo que Platón entiende por esencia (ουσία), pues la esencia no admite, como enseña por ejemplo el Fe dón, un
más ni un menos, y ninguna figura lo es en mayor ni en menor grado que otra
cualquiera.[28]
En cambio, sí cabe un más o un menos con respecto a la calidad o a la relación.
Estos mismos conocimientos los encontramos más tarde proclamados en la doctrina
de las categorías de Aristóteles, pero ya Platón se hallaba familiarizado con
ellos desde los primeros tiempos, como nos revela el Menón.[29]
Tendría gran interés el analizar lógicamente los
primeros diálogos, desde este punto de vista. Llegaríamos así a la conclusión
de que una obra como el Menón no representa, ni mucho menos, los
primeros tanteos para penetrar en la naturaleza lógica de la dialéctica
socrática, sino que brota, por el contrario, de la multitud de conocimientos
lógicos de su autor. El Sócrates platónico hace sus ensayos sobre un discípulo
que representa espiritualmente el término medio de los estudiantes de la
Academia.[30]
De este modo Platón lleva a la conciencia de sus lectores los problemas lógicos
elementales sin cuya comprensión no es posible entender sus diálogos. Al
hacerlo, no pierde de vista las limitaciones que la forma literaria impone a la
explicación de problemas tan técnicos como éstos. No obstante, consigue dar
también a los no iniciados una idea de la dificultad y del encanto de este
nuevo campo de indagación.
En el Menón desempeñan un papel importante
las matemáticas. No cabe duda de que Platón dedicó gran interés desde el primer
momento a estos estudios, pues ya los primeros diálogos revelan un conocimiento
minucioso de las cuestiones matemáticas. Mientras que el Gorgias, para
trazar el esbozo de la nueva techné ético-política, tomaba más bien como
modelo la medicina, el Menón sigue principalmente el ejemplo de las
matemáticas. Esto se refiere, en primer lugar, al método. Ya en el primer
intento de determinación de la esencia de la areté se recurre como
prueba a la definición de lo que es una figura.[31]
En la segunda parte del diálogo, donde Sócrates y Menón acometen de nuevo el
problema de saber qué es la areté, se recurre nuevamente al ejemplo de
las matemáticas. Aún no saben, en realidad, qué es la areté, pero como
lo que les interesa fundamentalmente, por razones pedagógicas, es si puede ser
enseñada, Sócrates 557 formula ahora el problema de otro modo, preguntándose cuál deberá ser
la naturaleza de la areté para que sea susceptible de enseñanza. Con
ello trata de desembocar en su consabido postulado de que la areté no es
otra cosa que un saber. E invoca en apoyo de este método de la
"hipótesis" el ejemplo de los geómetras.[32]
(No hemos de entrar aquí, sin embargo, en los detalles del ejemplo por él
señalado: un triángulo inscrito en una circunferencia.)
Pero en el Menón las matemáticas no sirven
sólo como modelo metódico en particular, sino que se tienen en cuenta de un
modo muy general para ilustrar el tipo de saber que Sócrates se propone como
meta. Este tipo de saber tiene de común con el de las matemáticas el que, aun
partiendo de distintos fenómenos concretos perceptibles por los sentidos y que
representan lo que se investiga, no se halla de por sí enclavado dentro del
campo de lo perceptible. Sólo puede captarlo el espíritu, y el órgano por medio
del cual se capta es el logos. Sócrates esclarece esto a Menón, haciendo
que su esclavo, un hombre joven sin cultura alguna, aunque no desprovisto de
talento, descubra por sí mismo, en presencia de su señor y mediante las
preguntas congruentes, la regla del cuadrado de la hipotenusa, a la luz e una
figura toscamente dibujada.[33]
Este experimento pedagógico constituye el momento más brillante del diálogo.
Aquí, Platón nos permite contemplar las reflexiones que le llevaron al
reconocimiento de que existía una fuente puramente espiritual de certeza
científica, distinta de la experiencia sensible. Como es natural, sin la ayuda
de Sócrates el esclavo jamás habría dado los pasos que le conducen al
descubrimiento de aquella complicada realidad matemática e incurre, antes de
comprender la verdadera razón del problema, en todos los errores en que
forzosamente tiene que empezar incurriendo toda inteligencia simplista sin
otro horizonte que el que le abre la percepción material de sus sentidos. Pero
la certeza del joven de que las cosas son así y no de otro modo no brota, por
fin, de más fuente que la de su visión interior, y una vez que ha captado con
claridad la naturaleza de las relaciones matemáticas que sirven de base a
aquello, esta visión irradia una fuerza de convicción absoluta, que no deja lugar
a la duda más leve. Esta fuerza de convicción del conocimiento adquirido no
brota de la enseñanza que recibió, sino del propio espíritu y de la conciencia
de la necesidad de la cosa.[34]
Para acercarse a la naturaleza de esta intuición
interior, Platón recurre al mundo de ideas del mito religioso. Y como los
griegos no pueden representarse ninguna intuición sin el objeto real y como,
por otra parte, el espíritu del hombre —por ejemplo, el del esclavo 558 de la indagación geométrica anterior— no ha visto ni
sabe todavía nada semejante, Platón interpreta la existencia potencial del
conocimiento matemático en el alma como una visión comunicada a éste por una
vida anterior.[35] El mito de la
inmortalidad del alma y de su trasmigración a través de varias figuras
corporales da colorido y bulto para nuestra fantasía finita al postulado de esa
preexistencia.[36]A Platón le interesa menos
la idea de la inmortalidad como base necesaria para su concepto de la
personalidad moral que la posibilidad de que esa idea sirva de fondo a su
nueva teoría de un saber innato en cierto modo en el alma del hombre. Sin ese
fondo, este saber quedará reducido a una idea pálida y vaga. En cambio, puesto
en relación con la preexistencia, se abren perspectivas insospechadas en
distintas direcciones y el conocimiento del bien en sí, que se investiga,
obtiene su independencia perfecta respecto a toda la experiencia exterior y
una dignidad casi religiosa. Revestirá, además, una claridad matemática y
descollará en la existencia humana como fragmento de un mundo superior.
Decididamente es esta posición auxiliar con respecto a la teoría de las ideas
la que la ciencia matemática ocupa en Platón. Se presenta en todas partes como
el puente tendido hacia el conocimiento de las ideas,[37]
y es seguro que para el propio Platón hubo de servir de puente, al lanzarse por
primera vez a determinar lógicamente el conocimiento investigado por Sócrates
y la naturaleza de su objeto.
Con ello quedaba cumplido en sentido platónico el
legado de Sócrates y al mismo tiempo se daba un paso formidable más allá de
ella. Sócrates se había detenido siempre en el no saber. Platón, en cambio, se
siente impetuosamente empujado a seguir avanzando hasta llegar al saber. Sin
embargo, ve en la ausencia de saber el signo de la verdadera grandeza de
Sócrates, pues Platón la interpreta como los dolores del parto de un tipo
completamente nuevo de saber que Sócrates llevaba en su entraña. Trátase de
aquel conocimiento interior del alma que el Menón procura captar con
precisión y describir por primera vez: de la intuición de las ideas. Así, pues,
no es un azar el que sea precisamente en el Menón donde Platón presenta
bajo una luz nueva y positiva la aporía del maestro. No porque sólo a
partir de este momento fuese él capaz de verla así, pero sí porque sólo creyó
posible explicarla así a otros a partir del momento en que Platón abordó la
tarea de exponer la naturaleza maravillosa de este saber que encontraba dentro
de sí mismo la raíz de su certeza. Cuando el joven Menón, a requerimiento de
Sócrates, procura determinar por vez primera la areté para terminar con
una definición errónea que, como Sócrates le hace comprender, choca con una
regla dialéctica fundamental, aquél cuenta, decepcionado, que ya ha oído 559 decir a otros que Sócrates posee el arte peligroso
de colocar a la gente en una situación de perplejidad en la que no sabe cómo
entrar ni como salir.[38]
Y lo compara con el narcón, un pez eléctrico que paraliza la mano que lo toca.
Pero Sócrates rechaza la comparación. a menos que sea la narcosis la que
inmovilice también al mismo pez, pues la verdad es que él, Sócrates, se siente
en absoluto víctima de su aporía.[39]
Platón demuestra luego, a la luz del ejemplo matemático del episodio del
esclavo, que la aporía es precisamente la fuente del conocimiento y de
la comprensión.[40] Es evidente que buscó y
encontró en las matemáticas un ejemplo perfecto de la aporía socrática,
y este ejemplo le tranquilizó, al revelarle que hay aporías que constituyen
la premisa más importante para llegar a la solución real de una dificultad.
La digresión matemática del Menón sirve para
poner de relieve la fecundidad educativa de las aporías y para
presentarlas como la primera fase en la senda del conocimiento positivo de la
verdad. En este proceso de la autognosis progresiva y gradual del espíritu
corresponde a la experiencia sensible el papel de despertar en el alma el
recuerdo de la esencia de las cosas contemplada "desde la eternidad".[41]
Este papel se explica por la concepción de las cosas sensibles como reflejo de
las ideas, tal como Platón la ha razonado en otros pasajes. En el Menón no
hace más que apuntarse la teoría de que el saber socrático es la reminiscencia,
lo mismo que la teoría de la inmortalidad y de la preexistencia, que habrán de
desarrollarse más adelante en el Fedón, la República, el Fedro
y las Leyes. Lo esencial para Platón, aquí, es la conciencia de que
la verdad de lo existente "reside" en el alma.[42]
Esta conciencia pone en marcha el progreso de la búsqueda y de la autognosis
metódica. La aspiración a la verdad no es otra cosa que el despliegue del alma
y del contenido que en ella se encierra por naturaleza.[43]
Y responde, como ya se ha apuntado aquí, a un anhelo profundamente arraigado en
ella.[44]
Esta concepción fue desarrollada más tarde por Platón en el Simposio y
en otros sitios, bajo la forma de su teoría del eros, como fuente de
toda aspiración espiritual. Sócrates rechaza repetidas veces la palabra
"enseñar" (διδάσκειν) como expresión de este
proceso, porque parece reflejar la idea de un atiborramiento exterior de
conocimiento en el alma.[45]
El esclavo no descubre la verdad de la regla matemática porque nadie se la
enseñe, sino porque saca el saber de su propio espíritu.[46]
En el Protágoras y en el Gorgias Platón esclarece la nueva 560 paideia en su bosquejo ético al contraponerla a la educación
de los sofistas; en el Menón desarrolla el profundo concepto del saber
que dormita en la entraña de la socrática, al contrastarla con la concepción
mecánica que los sofistas tienen de lo que es aprender. Éste, cuando es
verdadero, no consiste en una asimilación pasiva, sino en una búsqueda
esforzada, la cual sólo es posible mediante la participación espontánea de
quien quiere aprender. La eficacia moral, fortalecedora del carácter, de la
aspiración científica, irradia de toda la exposición platónica.[47]
En ella encuentra su expresión perfecta el carácter activo del espíritu griego
y su tendencia a encontrar dentro de sí mismo las razones determinantes de su
pensamiento y de su conducta.
El concepto platónico del saber, explicado en la
digresión matemática del Menón, arroja su luz sobre la parte final del
diálogo, donde reaparece el viejo problema de lo que es la areté.[48] Ya hemos dicho
que para Platón el problema de lo que es el saber surge, pura y simplemente,
del problema de lo que es la areté; por eso era de esperar que al
terminar la disquisición sobre el problema del saber se intentase deducir de él
alguna enseñanza con respecto a aquel problema socrático fundamental.[49]
En la parte del Menón que antecede a la investigación de lo que es el
saber se había definido la areté, de un modo conscientemente ingenuo,
como la capacidad de procurarse toda clase de bienes.[50]
Este intento se mantiene todavía por entero en el plano de la antigua ética
popular griega y, en general, sabemos que Platón parte siempre de las
situaciones históricamente dadas. Esta definición provisional se adapta luego
en cierto modo al pensamiento ético más riguroso de la filosofía por medio del
giro añadido a posteriori "de un modo justo".[51]
No obstante, queda plenamente sin determinar la relación entre la justicia y
la virtud por antonomasia, y vemos que la esencia de ésta no se esclarece con
aquella definición en la que se comete el error lógico de querer explicar la
esencia de la virtud por medio de una parte de la misma, que es la justicia. En
consecuencia, da por supuesto como ya conocido aquello que precisamente se
trata de conocer.[52]
La determinación socrática de la virtud como un
saber no se menciona todavía para nada en esta fase de la investigación, pero
es evidente desde el primer momento que el examen del problema 561 de lo que sea el saber en la parte central del Menón
sirve para preparar la introducción del concepto socrático del saber con
vistas a la determinación de la esencia de la areté. Ésta tiene lugar
bajo la forma de la definición hipotética mencionada ya más arriba (véanse pp.
556 s.) : si la virtud es susceptible de enseñanza tiene que consistir,
necesariamente, en un saber.[53]
Es evidente que ninguno de los bienes tan anhelados por el mundo y por los que
la multitud entiende cosas como la salud, la belleza, la riqueza y el poder,
constituye un verdadero bien para el hombre si no va acompañado por el
conocimiento y la razón.[54]
El saber que investigamos será, por tanto, esta razón, la frónesis, que
nos dice cuáles son los bienes verdaderos y cuáles los falsos y por cuáles de
ellos debemos optar.[55]
En la República, Platón designa esto precisamente con las palabras de
"saber elegir" y declara que en la vida lo único que interesa es
adquirir este tipo de saber.[56]
Este saber descansa en el conocimiento inquebrantable de aquellas ideas y
arquetipos primitivos de los supremos valores que el alma encuentra dentro de
sí misma cuando recapacita sobre la esencia de lo bueno, de lo justo, etcétera,
y tiene la fuerza suficiente para determinar y encauzar la voluntad. Tal es, al
menos, el sentido en que debe buscarse la respuesta a la pregunta socrática
sobre la esencia de la areté.
Pero Platón prefiere poner fin al diálogo con una aporía
auténticamente socrática. En ella volvemos a encontrarnos con el viejo dilema
en el que culminaba ya el Protágoras: si la virtud es susceptible de
enseñanza tiene que consistir necesariamente en un saber, en cuyo caso el
postulado de Sócrates, que tal afirma, llevaría implícita la clave para una
educación en el verdadero sentido de la palabra.[57]Sin
embargo, la experiencia parece demostrar que no existen profesores de virtud,
que hasta ahora ni los hombres más importantes del pasado y del presente de
Atenas fueron capaces de trasmitir sus virtudes y su carácter a sus propios
hijos.[58]
Sócrates está dispuesto a admitir que aquellos hombres poseían la areté, pero
si ésta hubiese consistido en un saber tendría que haberse manifestado
necesariamente como una fuerza educativa. Por tanto, sólo se basaría, evidentemente,
en una "opinión acertada"[59]
comunicada al hombre por alguna "moira divina",[60]
pero que no le capacitaba para explicar a 562 otros sus actos, por no poseer él el
"conocimiento de la razón" que los determina.[61]
Por donde, al terminar el Menón seguimos, aparentemente, en el mismo
sitio en que estábamos en el Protágoras. Pero sólo aparentemente, pues
en realidad el nuevo concepto del saber que obtenemos en la parte central del
Menón con ayuda de los ejemplos matemáticos nos abre las perspectivas
de un tipo de conocimiento que no es susceptible de enseñanza en sentido
externo, sino que brota en el alma misma de quien lo inquiere a base de una
orientación acertada de su pensamiento. El encanto del arte socrático del
diálogo en Platón consiste en que ni siquiera aquí, cuando al fin estamos tan
cerca de captarlo, nos sirve, aderezado por él, el resultado, sino que hace que
lo encontremos nosotros mismos. Al abocarse a su solución el dilema desarrollado
por Platón en el Protágoras,[62] se justifica también
definitivamente la pretensión educativa que Sócrates formulaba en aquella obra
y en el Gorgias. En efecto, la nueva paideia no es susceptible de
"enseñanza" al modo como entendían ésta los sofistas, y desde este
punto de vista Sócrates tenía razón al negar la posibilidad de educar a los
hombres por el simple hecho de instruirlos. Pero al sentar el criterio de que
la virtud tenía que consistir necesariamente en un saber y al despejar el
camino hacia este saber, aparecía, en vez de los seudoprofetas de la sabiduría
escolar, como el único verdadero educador. En la parte final del Menón, Sócrates
es colocado expresamente sobre este fondo de la paideia sofística, al
aparecer en el diálogo una nueva figura, la de Anito, que orienta la
conversación hacia el problema de la educación acertada. El problema con que
comienza el diálogo y a base del cual se desarrolla en éste el concepto
socrático del saber, el problema de cómo surge en el hombre la areté, se
proyecta naturalmente, desde el primer momento, sobre aquella meta. El Menón
termina, como el Protágoras, con un dilema: puesto que la enseñanza
de los sofistas no conduce a la areté y la areté de los
estadistas, que poseen por naturaleza (φύσει), no es
susceptible de ser trasmitida a otros, parece que la areté sólo puede
existir en el mundo por obra del divino azar, si es que no se encuentra un estadista
(πολιτικός) capaz de convertir en
estadista a otro. Sin embargo, este giro del "si es que no", que
fácilmente podría pasar inadvertido, contiene en realidad la solución del
dilema, pues por el Gorgias sabemos ya que, según la tesis paradójica de
Platón, Sócrates es el único verdadero estadista que hace mejores a los
hombres. El Menón nos ha dicho ya
cómo se despierta en el alma del hombre su tipo de saber. Por donde al final
vemos claramente que la areté, en sentido socrático, se adquiere
"por naturaleza" (como "recuerdo del alma") y es también
susceptible de "enseñanza". Sin embargo, si estas palabras se
interpretan al modo de la terminología pedagógica usual, llegamos a la
conclusión de que no es susceptible de en-
563
señanza ni existe por naturaleza, a menos que
consideremos esto último como un talento y un don naturales que no sepan dar
razón de sí mismos.
Pero la pedagogía de Sócrates no depende sólo del
carácter metódico del saber socrático, que Platón esclarece plenamente en el
Menón con ayuda del paralelismo entre la dialéctica y las matemáticas. El
conocimiento filosófico de las ideas que nace de la reflexión del espíritu
sobre su propio cosmos interior, aparece en los diálogos Platónicos bajo una
luz constantemente nueva como la verdadera consumación del destino natural del
hombre. En el Eutidemo, la frónesis de Sócrates se describe como
la senda hacia la eudemonía y hacia el verdadero éxito.[63]
Su mensaje resuena aquí de un modo casi universal y no es, ciertamente,
concebible sin la conciencia de dar al hombre, en la vida, un punto de apoyo
firme y seguro mediante el conocimiento de los bienes supremos. En el Fedón Platónico
aquel mensaje revela, en la hora profética de la muerte del maestro, su fuerza
superior al mundo y capaz de dominarlo. Allí aparece como la preparación diaria
y constante del filósofo para la muerte,[64]
pero esta preparación espiritual incesante para morir conduce al supremo
triunfo de apoteosis de Sócrates a punto de abandonar la vida, que se separa de
sus discípulos con tranquila alegría de alma y como un hombre verdaderamente
libre. El saber se describe aquí como la "concentración" del alma[65]
—uno de los conceptos psicológicos inmortales de Platón—, por medio de la cual
ésta se sobrepone a la dispersión de los sentidos, que la empujaban siempre
hacia el mundo exterior, para condensarse en su más genuina actividad interior.
En esta obra encuentra su expresión más acusada el antagonismo entre la
naturaleza espiritual y sensorial del hombre.
Pero este "ascetismo" del hombre
filosófico que consagra toda su existencia al conocimiento y, por tanto, a la
concentración duradera, no es concebido por Platón a modo de un símbolo
exclusivo y unilateral de la vida, sino que aparece, a pesar de la inmensa
supremacía que concede a lo espiritual en el hombre sobre lo físico, como algo
perfectamente "natural". La idea de la muerte no puede infundir
terror al que en esta vida haya habituado su alma a separarse del cuerpo,
adquiriendo con ello la certeza de la eternidad que lleva en su espíritu. En el
Fedón, el espíritu de Sócrates flota como el cisne apolíneo sobre las praderas
del ser puro[66] ya antes de abandonar el
cuerpo; en cambio, en el Simposio Platón presenta al filósofo como la
forma suprema del hombre dionisiaco y el conocimiento de la eterna belleza y
cuya visión se remonta como la satisfacción suprema del primitivo impulso
humano, del eros, del gran demonio que mantiene en cohesión el cosmos en
el exterior y en el interior. Finalmente, en la 564 República el saber del filósofo se revela como la fuente de
toda la fuerza legisladora y creadora de sociedades del alma. Por tanto, la
filosofía Platónica no es sólo una nueva teoría del conocimiento, sino la más
perfecta visión (θεωρία) del cosmos, de las fuerzas
humanas y demoniacas. El saber ocupa un lugar central en este cuadro, porque el
conocimiento del "sentido" es la fuerza creadora que todo lo dirige y
todo lo ordena. Para Platón es el dedo que señala el camino hacia el mundo de
lo divino.
[1] l Prot., 357 B.
[2] 2 Men., 70 A.
[3] 3 Men., 71 A. Desde el
punto de vista científico este orden
aparece como el único lógico y
evidente, pero los antiguos poetas estaban muy lejos de plantear el problema
de la esencia de la areté en esta forma tan general, aun cuando creían que
debían dar a una areté preferencia sobre todas las demás, como hacían Tirteo,
Teognis y Jenófanes. Cuando Sócrates condiciona la adquisición de la areté a la
solución del problema de su esencia, es decir, a un difícil y complejo proceso
intelectual, esto quiere decir que la areté ha pasado a ser algo problemático
para él y para su época.
[4] 4 Men., 71 D-E. ,
[5] 5 Men., 72 A
[6] 6 Men., 72 B, presenta como la meta de la investigación la esencia (ουσία) de una cosa.
Pero antes Cf. Prot., 349 B.
[7] 7 Men 72 C-D.
[8] 8 Men., 72 C. Cf. el ejemplo
dado en 72 B.
[9] 9 Men., 72 C 8.
[10] 10 Men., 72 E.
[11] 11 En Gorg., 499 D y 504 B, Platón menciona "entre otros" la
salud y la fuerza como ejemplos de las "virtudes del cuerpo" (a)retai\ sw/matoj). En Leyes, 631 C, aparecen emparejadas la salud, la belleza y la
fuerza, trinidad que cita también Aristóteles (frag. 45, ed. Rose) en el
Eudemo, cuando todavía pisa terreno platónico y es un buen testigo de la
doctrina académica vigente.
[12] 12 Men., 73 C.
[13] 13 Men., 75 A.
[14] 14 Men., 74 A.
[15] 15 Cf. Prot., 329 C-D, 349 B.
[16] l6 Men., 77 A.
[17] 17 El "momento" visual que trasciende de esta designación
del acto lógico va implícito también en términos como eidos e idea, que hacen
hincapié en la visión o en la imagen. La raíz de ambos términos es la misma que
la de la palabra latina video.
[18] 18 El concepto del eidos aparece
ya en los comienzos de la carrera de Platón como escritor, en el Eutifrón, 5 D
y 6 D-E. En el
Gorgias, 503 (Cf. 499 E), sobre
todo, se ve claramente que el eidos del bien ocupa un lugar central en el
pensamiento de Platón. En el Menón, 72
C-D, aparece en primer plano el problema lógico de "un único eidos"
en la multiplicidad de los fenómenos.
Sobre Lisis, véase la nota 5 b del cap. viii.
[19] 19 aristóteles, Metaf., A 6, 987 b 1; Μ 4, 1078 b 17-33. (Cf. A 9, 990 b 1.)
[20] 20 La "escuela de Marburgo",
que durante algún tiempo preconizó en
numerosas publicaciones, con gran insistencia, una nueva
interpretación platónica, se declaró
enérgicamente contraria a la concepción aristotélica. Véase sobre todo Paul natorp, Platos
Ideenlehre (Marburgo, 1910).
Esta reacción no
condujo directamente a esclarecer la comprensión de la verdadera
posición histórica ocupada por los dos grandes filósofos, porque pecaba en
sentido contrario. Ahora se decía que
Aristóteles había convertido falsamente las ideas de Platón en una especie
de "cosas" (que las
había materializado) y se defendía
de esta tergiversación a Platón; pero no en un sentido verdaderamente
platónico, sino en el sentido de la lógica
moderna, asignándose a sus ideas
un carácter puramente lógico. Fue Julius stenzel
quien, en su primer libro, Studien zur Entwicklung der platonischen Dialektik (Breslau, 1917) [trad.
inglesa de D. J. Alian, Oxford, 1940], supo sacar las conclusiones acertadas de
este intento frustrado de la escuela de Marburgo y profundizar en la verdadera
situación histórica de la lógica platónica del ser.
[21] 21 Cf. supra, p. 551, nota 6.
[22] 22 El sustantivo
"sinopsis" lo encontramos en Rep., 537 C; el verbo sunora=n, en Fedro,
265 D, donde aparece junto
a la palabra
"idea" ("abarcar con la
mirada una sola idea de lo múltiple disperso"). En Rep., 537 C, Platón deriva de este verbo
el adjetivo "sinóptico", con el que caracteriza la esencia y la capacidad del
dialéctico. En el
Menón, procura también
Sócrates captar la
unidad de lo múltiple: 72 A-B, 74 B, 75 A.
[23] 23 Men., 75 D.
[24] 24 Cf. infra, pp. 712 s. y
Carta vii, 341 C. La relación de estos
esfuerzos dialécticos comunes y
el acto de
visión intelectual que
aparece al final
de este camino se esclarece
en la Carta
VII mediante la comparación
con el acto
de frotar dos trozos de madera hasta que al fin salta la chispa.
[25] 25 Cf. supra, p. 552, nota 13.
[26] 26 Men., 74 B.
[27] 27 Men., 74 D.
[28] 28 Men., 74 E. El círculo no es figura en más alto
grado (ουδέν μάλλον) que el rectángulo.
Cf. Fedón, 93 B-D.
[29] 29 Cf. mi Aristóteles, cap.
iii, pp. 53-54 donde demuestro lo mismo con referencia al Fedón platónico.
[30] 30 Menón se presenta como discípulo de Gorgias, cuya enseñanza recibió
en Tesalia (Cf. Men. 70 B, 76 Β ss.) ; es,
pues, una persona instruida.
[31] 31 Men., 74 B.
[32] 32 Cf., acerca del método de la
hipótesis, Men., 86 E-87 A. Asimismo se
había demostrado en el
Protágoras que si la areté constituía un
saber, tenía que ser necesariamente susceptible de enseñanza.
[33] 33 Men., 82 B ss.
[34] 34 Men., 85 B-D.
[35] 35 Cf. el concepto del volver a recordar (anámnesis) en Μen., 85 D.
[36] 36 Men., 86 B.
[37] 37 Cf. infra, pp. 702 s.
[38] 38 Men. 80 A.
[39] 39 Men., 80 C.
[40] 39a Men., 84 C.
[41] 39b Men., 81 C, 81 D, 81 E, 82 B, 82 E, 84 A, 85 D, 86 B.
[42] 40 Men., 85 C, 86 B.
[43] 41 Men. 86 B-C.
La búsqueda
de la verdad aparece aquí no sólo como la verdadera esencia de la
"filosofía" socrática, sino como la esencia de la naturaleza humana
en general.
[44] 42 Men., 84 C 6.
[45] 43 Men., 84 C 11, 84 D 1, 85 D 3, 85 E 6.
[46] 44 Men., 85 D 4: a)nalabw\n au)to\j ec au(tou= th\n e)pisth/mhn. Platón
se halla interesado en el caso concreto del saber matemático porque comparte
este origen con el conocimiento de dos valores. Y éste es el que a Platón le
interesa.
[47] 45 Men., 86 B. La valentía de indagar aparece aquí como la
característica de la verdadera virilidad. Trátase, evidentemente, de salir al
paso de los reproches de críticos como Cálleles, según los cuales la entrega
permanente a la filosofía producía un efecto deprimente y quitaba al hombre la
virilidad. Cf. supra, p. 526.
[48] 46 Men., 86 C 5.
[49] 47 Cf. supra, p. 550.
[50] 48 Men., 78 B-C.
[51] 49 Men., 78 D
ss.
[52] 50 Men., 79 A-B.
[53] 51 Men., 87 B.
[54] 52 Men., 87 D
ss.
[55] 53 Men., 88 C 5.
[56] 54 Rep., 618 C. Nosotros "debemos hacer a un lado todas las otras
clases de conocimiento y escoger ésta", que él describe en 618 C 8-E 4
como el conocimiento (ei)de/nai) que nos capacita para hacer la recta elección del bien y el mal (ai(rei=sqai, ai(resij).
[57] 55 Cf. supra, p. 507.
[58] 56 Men., 89 E-91 B, 93 A ss.
[59] 57 Men., 97 B
ss.
[60] 58 Men., 99 B ss. qei/a moi=ra, en 99 E,
100 Β; a)po\ tu/xhj tino/j, en 99 A. Sobre el concepto de la tyché o moira divinas, Cf. la tesis
doctoral de E. G. berry, The
History and Development of the Concept of qei/a moi)ra, and θεία τύχη down to and including Plato (Chicago, 1940), donde
se cita también la bibliografía anterior. Cf., además, infra, p. 666.
[61] 59 Men., 98 A.
[62] 60 Prot., 361 B. Cf. supra, p. 507.
[63] 61 Cf. especialmente el discurso protréptico de Sócrates, en Eutidemo,
278-282 D.
[64] 62 Fedón, 64 Β.
[65] 63 Fedón, 67 C, 83 A.
[66] 64 Fedón, 85
B.
[1] l Prot., 357 B.
[2] 2 Men., 70 A.
[3] 3 Men., 71 A. Desde el
punto de vista científico este orden
aparece como el único lógico y
evidente, pero los antiguos poetas estaban muy lejos de plantear el problema
de la esencia de la areté en esta forma tan general, aun cuando creían que
debían dar a una areté preferencia sobre todas las demás, como hacían Tirteo,
Teognis y Jenófanes. Cuando Sócrates condiciona la adquisición de la areté a la
solución del problema de su esencia, es decir, a un difícil y complejo proceso
intelectual, esto quiere decir que la areté ha pasado a ser algo problemático
para él y para su época.
[4] 4 Men., 71 D-E. ,
[5] 5 Men., 72 A
[6] 6 Men., 72 B, presenta como la meta de la investigación la esencia (ουσία) de una cosa.
Pero antes Cf. Prot., 349 B.
[7] 7 Men 72 C-D.
[8] 8 Men., 72 C. Cf. el ejemplo
dado en 72 B.
[9] 9 Men., 72 C 8.
[10] 10 Men., 72 E.
[11] 11 En Gorg., 499 D y 504 B, Platón menciona "entre otros" la
salud y la fuerza como ejemplos de las "virtudes del cuerpo" (a)retai\ sw/matoj). En Leyes, 631 C, aparecen emparejadas la salud, la belleza y la
fuerza, trinidad que cita también Aristóteles (frag. 45, ed. Rose) en el
Eudemo, cuando todavía pisa terreno platónico y es un buen testigo de la
doctrina académica vigente.
[12] 12 Men., 73 C.
[13] 13 Men., 75 A.
[14] 14 Men., 74 A.
[15] 15 Cf. Prot., 329 C-D, 349 B.
[16] l6 Men., 77 A.
[17] 17 El "momento" visual que trasciende de esta designación
del acto lógico va implícito también en términos como eidos e idea, que hacen
hincapié en la visión o en la imagen. La raíz de ambos términos es la misma que
la de la palabra latina video.
[18] 18 El concepto del eidos aparece
ya en los comienzos de la carrera de Platón como escritor, en el Eutifrón, 5 D
y 6 D-E. En el
Gorgias, 503 (Cf. 499 E), sobre
todo, se ve claramente que el eidos del bien ocupa un lugar central en el
pensamiento de Platón. En el Menón, 72
C-D, aparece en primer plano el problema lógico de "un único eidos"
en la multiplicidad de los fenómenos.
Sobre Lisis, véase la nota 5 b del cap. viii.
[19] 19 aristóteles, Metaf., A 6, 987 b 1; Μ 4, 1078 b 17-33. (Cf. A 9, 990 b 1.)
[20] 20 La "escuela de Marburgo",
que durante algún tiempo preconizó en
numerosas publicaciones, con gran insistencia, una nueva
interpretación platónica, se declaró
enérgicamente contraria a la concepción aristotélica. Véase sobre todo Paul natorp, Platos
Ideenlehre (Marburgo, 1910).
Esta reacción no
condujo directamente a esclarecer la comprensión de la verdadera
posición histórica ocupada por los dos grandes filósofos, porque pecaba en
sentido contrario. Ahora se decía que
Aristóteles había convertido falsamente las ideas de Platón en una especie
de "cosas" (que las
había materializado) y se defendía
de esta tergiversación a Platón; pero no en un sentido verdaderamente
platónico, sino en el sentido de la lógica
moderna, asignándose a sus ideas
un carácter puramente lógico. Fue Julius stenzel
quien, en su primer libro, Studien zur Entwicklung der platonischen Dialektik (Breslau, 1917) [trad.
inglesa de D. J. Alian, Oxford, 1940], supo sacar las conclusiones acertadas de
este intento frustrado de la escuela de Marburgo y profundizar en la verdadera
situación histórica de la lógica platónica del ser.
[21] 21 Cf. supra, p. 551, nota 6.
[22] 22 El sustantivo
"sinopsis" lo encontramos en Rep., 537 C; el verbo sunora=n, en Fedro,
265 D, donde aparece junto
a la palabra
"idea" ("abarcar con la
mirada una sola idea de lo múltiple disperso"). En Rep., 537 C, Platón deriva de este verbo
el adjetivo "sinóptico", con el que caracteriza la esencia y la capacidad del
dialéctico. En el
Menón, procura también
Sócrates captar la
unidad de lo múltiple: 72 A-B, 74 B, 75 A.
[23] 23 Men., 75 D.
[24] 24 Cf. infra, pp. 712 s. y
Carta vii, 341 C. La relación de estos
esfuerzos dialécticos comunes y
el acto de
visión intelectual que
aparece al final
de este camino se esclarece
en la Carta
VII mediante la comparación
con el acto
de frotar dos trozos de madera hasta que al fin salta la chispa.
[25] 25 Cf. supra, p. 552, nota 13.
[26] 26 Men., 74 B.
[27] 27 Men., 74 D.
[28] 28 Men., 74 E. El círculo no es figura en más alto
grado (ουδέν μάλλον) que el rectángulo.
Cf. Fedón, 93 B-D.
[29] 29 Cf. mi Aristóteles, cap.
iii, pp. 53-54 donde demuestro lo mismo con referencia al Fedón platónico.
[30] 30 Menón se presenta como discípulo de Gorgias, cuya enseñanza recibió
en Tesalia (Cf. Men. 70 B, 76 Β ss.) ; es,
pues, una persona instruida.
[31] 31 Men., 74 B.
[32] 32 Cf., acerca del método de la
hipótesis, Men., 86 E-87 A. Asimismo se
había demostrado en el
Protágoras que si la areté constituía un
saber, tenía que ser necesariamente susceptible de enseñanza.
[33] 33 Men., 82 B ss.
[34] 34 Men., 85 B-D.
[35] 35 Cf. el concepto del volver a recordar (anámnesis) en Μen., 85 D.
[36] 36 Men., 86 B.
[37] 37 Cf. infra, pp. 702 s.
[38] 38 Men. 80 A.
[39] 39 Men., 80 C.
[40] 39a Men., 84 C.
[41] 39b Men., 81 C, 81 D, 81 E, 82 B, 82 E, 84 A, 85 D, 86 B.
[42] 40 Men., 85 C, 86 B.
[43] 41 Men. 86 B-C.
La búsqueda
de la verdad aparece aquí no sólo como la verdadera esencia de la
"filosofía" socrática, sino como la esencia de la naturaleza humana
en general.
[44] 42 Men., 84 C 6.
[45] 43 Men., 84 C 11, 84 D 1, 85 D 3, 85 E 6.
[46] 44 Men., 85 D 4: a)nalabw\n au)to\j ec au(tou= th\n e)pisth/mhn. Platón
se halla interesado en el caso concreto del saber matemático porque comparte
este origen con el conocimiento de dos valores. Y éste es el que a Platón le
interesa.
[47] 45 Men., 86 B. La valentía de indagar aparece aquí como la
característica de la verdadera virilidad. Trátase, evidentemente, de salir al
paso de los reproches de críticos como Cálleles, según los cuales la entrega
permanente a la filosofía producía un efecto deprimente y quitaba al hombre la
virilidad. Cf. supra, p. 526.
[48] 46 Men., 86 C 5.
[49] 47 Cf. supra, p. 550.
[50] 48 Men., 78 B-C.
[51] 49 Men., 78 D
ss.
[52] 50 Men., 79 A-B.
[53] 51 Men., 87 B.
[54] 52 Men., 87 D
ss.
[55] 53 Men., 88 C 5.
[56] 54 Rep., 618 C. Nosotros "debemos hacer a un lado todas las otras
clases de conocimiento y escoger ésta", que él describe en 618 C 8-E 4
como el conocimiento (ei)de/nai) que nos capacita para hacer la recta elección del bien y el mal (ai(rei=sqai, ai(resij).
[57] 55 Cf. supra, p. 507.
[58] 56 Men., 89 E-91 B, 93 A ss.
[59] 57 Men., 97 B
ss.
[60] 58 Men., 99 B ss. qei/a moi=ra, en 99 E,
100 Β; a)po\ tu/xhj tino/j, en 99 A. Sobre el concepto de la tyché o moira divinas, Cf. la tesis
doctoral de E. G. berry, The
History and Development of the Concept of qei/a moi)ra, and θεία τύχη down to and including Plato (Chicago, 1940), donde
se cita también la bibliografía anterior. Cf., además, infra, p. 666.
[61] 59 Men., 98 A.
[62] 60 Prot., 361 B. Cf. supra, p. 507.
[63] 61 Cf. especialmente el discurso protréptico de Sócrates, en Eutidemo,
278-282 D.
[64] 62 Fedón, 64 Β.
[65] 63 Fedón, 67 C, 83 A.
[66] 64 Fedón, 85
B.
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