El nuevo régimen ateniense pronto tuvo que hacer
frente a un peligroso desafío por parte del enemigo exterior cuando una pequeña
flota peloponesia se presentó en la estratégica ciudad de Bizancio, en el
Bósforo, provocando rebeliones tanto allí como en las ciudades cercanas, y
amenazando el suministro de grano y la supervivencia de Atenas. Farnabazo,
sátrapa del Asia Menor septentrional, urgió a los espartanos a enviar una flota
mayor de inmediato con objeto de aprovechar la ocasión, pero Míndaro no actuó
con la suficiente rapidez.
LA FLOTA FANTASMA FENICIA
Esparta permanecía ligada a su tratado con Persia, por
el cual estaba obligada a cooperar con Tisafernes en la región de Jonia. Aunque
el sátrapa continuaba con su política de pagos esporádicos e insuficientes,
había prometido traer la flota fenicia al mar Egeo, donde, si se unía a la
flota peloponesia, la fuerza combinada de ambas podría hacer posible que los
espartanos ganaran la guerra en el mar. Por todo ello, parecía lógico ser
paciente con Tisafernes, a pesar del repetido incumplimiento de sus promesas.
De hecho, la flota fenicia, compuesta por 147 barcos, había avanzado hasta
Aspendo, en la costa meridional de Asia Menor, aunque no más allá de ese punto,
ya que el sátrapa continuaba con la idea de hacer que los griegos de ambos
bandos se desgastaran.
Míndaro esperó en Mileto durante más de un mes antes
de ser informado de que Tisafernes estaba engañando a los espartanos, y de que
los barcos fenicios estaban en ese momento regresando a sus bases. Esto acabó
con todas sus expectativas de ayuda, por lo que decidió liberar a los
espartanos de las obligaciones que les imponía el tratado y les permitió unirse
a Farnabazo en el Helesponto. Para alcanzar ese objetivo, el navarca tenía que
atravesar con sus setenta y tres barcos la zona en que setenta y cinco
trirremes atenienses vigilaban el mar desde su base de Samos. Desde luego,
Míndaro prefería presentar batalla en las cerradas aguas del Helesponto, donde
siempre estaría cerca de tierra, y donde podría contar con el apoyo del
ejército persa. En Samos, el mando había sido dejado en manos del inexperto
Trásilo, que, al parecer, sin haber dirigido nunca un barco o un regimiento,
había sido promovido desde la condición de hoplita a la de general gracias al
importante papel que había desempeñado al impedir la rebelión oligárquica en
Samos. Tras contener con éxito este levantamiento, pronto tuvo que hacer frente
a otro reto, cuando otras rebeliones surgieron en las ciudades de Metimna y
Éreso, en la isla de Lesbos. Las fuerzas atenienses en la isla fueron
suficientes para hacerse con Metimna, mientras que Trasibulo se había dirigido
con una pequeña flota a solucionar el problema en Éreso. Aunque Trásilo debería
haber navegado de inmediato a Quíos con el objeto de impedir que Míndaro
alcanzase el Helesponto, en lugar de obrar así se apresuró hacia Lesbos con
cincuenta y cinco barcos, dejando al resto para mantener segura su base en
Samos. Su estrategia consistía en atacar Éreso y mantener a Míndaro en Quíos,
colocando puestos de observación en los dos extremos de la isla y en la cercana
costa continental. Planeaba sin duda una larga permanencia, usando Lesbos como
base para lanzar ataques sobre los espartanos en Quíos.
Sin embargo, al intentar conseguir demasiado de
inmediato, Trásilo fracasó en su objetivo prioritario: detener al navarca
espartano. Míndaro permaneció tan sólo dos días en Quíos, el tiempo
imprescindible para cargar los suministros necesarios en su travesía al
Helesponto, para después pasar, con gran perspicacia, por el estrecho brazo de
mar entre Lesbos y la tierra continental, una ruta que los atenienses no habían
esperado que tomara. Consiguió pasar y, hacia la medianoche, sus naves llegaron
sanas y salvas a la entrada del Helesponto, habiendo recorrido más de ciento
cincuenta kilómetros en aproximadamente veinticuatro horas. No sólo había logrado
cambiar el teatro de operaciones, sino que alteró el curso de la guerra; el
fracaso ateniense para prevenir esta audaz e imaginativa acción fue un grave
error que pondría en peligro la propia existencia de su ciudad.
LA BATALLA DE CINOSEMA
La persecución ateniense se produjo demasiado tarde
como para impedir que Míndaro se uniera a la flota peloponesia en Abido, su
base en el Helesponto (Véase mapa[48a]). En ese momento bajo el
mando de Trasibulo, los atenienses se pasaron los cinco días siguientes haciendo
planes y preparándose para la batalla, para, a continuación, navegar en fila
india con setenta y seis barcos hacia el Helesponto, siguiendo la costa de
Gallípoli. Trasibulo no tenía otra elección más que tomar la ofensiva, ya que
la vital ruta de suministro del grano estaba ahora en juego. Si los espartanos
no querían salir a mar abierto, los atenienses estaban obligados a enfrentarse
con ellos en las estrechas aguas del Helesponto.
Con ochenta y seis barcos, los espartanos tenían
superioridad numérica, pudiendo además permanecer cerca de su base y elegir el
lugar y hora más conveniente para luchar. Con estas ventajas a su favor,
Míndaro colocó sus barcos en el espacio de unos doce kilómetros entre Abido y
Dárdano, disponiendo a los siracusanos a la derecha, en la parte posterior del
Helesponto, mientras él tomaba el mando del ala izquierda, cerca de la boca.
Cuando el centro de la columna ateniense alcanzó el punto situado directamente
enfrente del promontorio llamado «La tumba de la Perra» (Cinosema [11]),
donde el paso era más estrecho, Míndaro atacó, confiando en empujar a los
atenienses hacia la costa, donde la superior habilidad para el combate de sus
marineros sería más efectiva. Él mismo llevó a cabo la difícil tarea de rodear
el flanco del enemigo para evitar que escapara, ya que su objetivo era intentar
destruir la flota enemiga por completo. Si el centro de las fuerzas espartanas
lograba cumplir con su cometido, el ala derecha ateniense se apresuraría en
ayuda del acosado centro de sus fuerzas, lo que permitiría que Míndaro se
colocara entre ellos y la boca del Helesponto, para atrapar así a los
atenienses con eficacia. Lo que quedara del centro ateniense y de su trastocada
izquierda sería cogido entre el victorioso centro espartano y Míndaro. Entonces
sería fácil aplastar al ala izquierda ateniense más hacia dentro en el
Helesponto.
Trásilo guiaba la vanguardia de la columna ateniense
en su ala izquierda, frente a los siracusanos, mientras que Trasibulo mandaba
la derecha, frente a Míndaro. La iniciativa estaba en manos del enemigo, por lo
que ellos deberían estar preparados para reaccionar rápidamente, sin otra
opción más que improvisar. Quizá Trasibulo adivinó la estrategia de Míndaro, ya
que su respuesta fue brillante. Cuando el centro ateniense alcanzó la parte más
reducida del estrecho, los peloponesios atacaron con un innegable éxito. El ala
izquierda, bajo el mando de Trásilo, se enfrentó a los siracusanos, sin poder
ver lo que estaba ocurriendo en el centro debido a que el promontorio impedía
ver la parte inferior del estrecho. Por consiguiente, la victoria o la derrota
de los atenienses dependía de su ala derecha, bajo el mando de Trasibulo. Si él
se hubiera apresurado en enviar ayuda al centro, como era de esperar, se
hubiera visto peligrosamente superado en número y atrapado por la combinación
del centro y del ala izquierda del enemigo, y toda la flota ateniense hubiera
sido aniquilada de acuerdo con el plan de Míndaro.
Pero Trasibulo adivinó la estrategia, y comprendiendo
que Míndaro estaba avanzando para cortarle la retirada, extendió su línea más
allá de la del enemigo. Sin embargo, al obrar así debilitó la resistencia del
centro, lo que permitió a los peloponesios empujar a muchos barcos atenienses a
tierra, e incluso desembarcar sus propias tropas en la costa. Aun así, tanto la
inexperiencia naval de los peloponesios y su falta de disciplina les costó la
victoria. Si hubieran reorganizado su línea y se hubieran reunido con el ala
izquierda de Míndaro en persecución de los barcos de Trasibulo, podrían haber
hundido o capturado a muchos de ellos; al final, incluso podrían haber
destruido las fuerzas que estaban bajo el mando de Trásilo, estableciendo un
sólido control del Helesponto. En lugar de esto, algunos trirremes que actuaron
en solitario partieron en persecución de naves atenienses, con lo que la línea
peloponesia rompió su formación. En ese preciso instante, Trasibulo atacó,
haciendo frente a los barcos de Míndaro que se aproximaban, y los derrotó por
completo. Después, dispersó el centro del enemigo, y la flota peloponesia huyó
sin resistencia hacia Sesto. Cuando alcanzaron la curva que describe la costa a
la altura de Cinosema, los siracusanos, viendo que sus camaradas huían, también
se apresuraron a escapar, empujando a toda la flota peloponesia a una carrera
por buscar refugio en Abido.
En las historias de este período, usualmente vemos
batallas navales griegas a través de los ojos de un almirante que controla todo
el campo de batalla, moviendo alas, centros y flotas enteras. Sin embargo, para
las acciones que tuvieron lugar en el Helesponto, el historiador Diodoro nos
proporciona un raro destello de lo que ocurrió tal como fue presenciado por
trierarcas individuales desde las cubiertas de sus trirremes. Debido a que los
peloponesios tenían mejores marineros, tuvieron más éxito en el centro, donde
el combate debió de haber sido muy de cerca, asiéndose al barco enemigo y
desarrollando las tácticas usuales. También tendrían ventaja cuando los
atenienses fueron empujados a la playa, y la batalla naval se convirtió en
batalla terrestre. Sin embargo, al final, los timoneles atenienses, «que eran
muy superiores en experiencia, contribuyeron en gran medida a la victoria»
(Diodoro, XIII, 39, 5). Este factor nos ayuda a explicar cómo Trasibulo,
colocado al principio en un aprieto por los trirremes enemigos, pudo más tarde
derrotar a esos mismos barcos. La confusión en el centro peloponesio lo condujo
a un cambio de estrategia. No buscó por más tiempo el evitar ser bloqueado por
el enemigo, sino que intentó establecer combate con Míndaro, para aprovecharse
del desorden, tratando de evitar en todo momento ser cogido entre las dos
líneas formadas por el enemigo. Siempre que los peloponesios intentaban
embestir con toda su flota, los habilidosos pilotos atenienses maniobraban para
colocarse de frente, espolón contra espolón. Frustrado en su intento, Míndaro
ordenó sus barcos en pequeños grupos, o en ataques individuales, pero de nuevo
los pilotos atenienses fueron capaces de superar tácticamente estos esfuerzos
individuales, embistiendo o incapacitando con eficacia al enemigo (Diodoro,
XIII, 40, 12).
Aunque los atenienses capturaron sólo veinte barcos y
perdieron quince de los suyos, los hombres de Trasibulo se ganaron el derecho
de erigir el trofeo de la victoria en la cima del promontorio de Cinosema. En
Atenas recibieron noticia de esta acción, que fue descrita como un triunfo
«inesperado gracias a la buena fortuna», ocurrido en un momento muy oportuno.
Ya que tuvo lugar poco después de la pérdida de Eubea y del conflicto interno
que rodeó el derrocamiento de los Cuatrocientos, esta victoria contribuyó
decisivamente a elevar el ánimo de los atenienses: «Ellos estaban muy animados,
y pensaban que su causa triunfaría si se ponían a trabajar con ahínco» (VIII,
106, 5).
Esta victoria fue de la mayor importancia para el
curso del conflicto. En Cinosema, Trasibulo pudo haber perdido la guerra en una
sola tarde, porque si Míndaro hubiera derrotado a la flota ateniense en ese día
de comienzos de octubre del año 411, los atenienses hubieran sido, muy
probablemente, forzados a rendirse. No contaban con fondos para construir una
nueva flota, y una nueva pérdida después de la de Eubea hubiera provocado
nuevas defecciones en el Imperio. La victoria de Cinosema lo evitó, y mantuvo a
Atenas en la guerra, al tiempo que proporcionaba una oportunidad para que
pudiera salir de ella intacta y con honor.
Después de Cinosema, cada bando llevó a cabo
incursiones contra el otro cuando se presentaron oportunidades de hacerlo, y
cada bando intentó igualmente incrementar el tamaño de su flota en prevención
de una nueva y decisiva batalla. Plenamente consciente de que la próxima
batalla podría dar el golpe definitivo a la guerra, Míndaro ordenó al oficial
siracusano Dorieo, en ese momento ocupado en aplastar una pequeña rebelión en
Rodas, que trajera su flota al Helesponto.
Aproximadamente al mismo tiempo, Alcibíades regresó a
Samos desde la costa meridional de Asia Menor, donde había ido después de que
Tisafernes se hubiera reunido con la flota fenicia en Aspendo. Aunque ya no
tenía influencia de ningún tipo con el sátrapa, reclamó el mérito de haber
evitado la llegada de los fenicios. Sin embargo, su logro real estuvo en la
recogida de dinero de las ciudades de Caria y alrededores, dinero que, a
finales de septiembre, distribuyó entre las tropas que estaban en Samos, con lo
que se ganó su simpatía.
Mientras Trasibulo luchaba por la supervivencia en
Cinosema y ambos bandos buscaban refuerzos para el próximo encuentro,
Alcibíades permanecía en Samos, donde aparentemente se dedicaba a vigilar la
flota de Dorieo, que todavía amenazaba las posesiones atenienses en el sur. Si
ésta era realmente la tarea de Alcibíades, fracasó en llevarla a cabo, porque
cuando llevó su flota al Helesponto para reforzar a los atenienses, se encontró
navegando a escasa distancia por detrás de Dorieo, que se había escabullido de
su vigilancia sin que se diera cuenta.
En ese momento, la zona de los estrechos se había
convertido en el foco de toda la atención en la región, e incluso Tisafernes se
dirigió allí desde Aspendo. Sin la flota peloponesia ya frente a las costas de
su satrapía y habiendo entrado en colaboración con Farnabazo, el sátrapa temía
que su rival ganara gloria y favor con Darío derrotando a los atenienses, una
tarea en la que él mismo había fallado. Pero tenía también otros motivos de
preocupación. Las ciudades griegas de Cnido y Mileto habían iniciado exitosas
rebeliones contra él, y Antandro, contando con la ayuda espartana, había hecho
lo mismo. Los espartanos estaban enviando quejas contra él a Esparta, y no sólo
no dependían ya de su ayuda, sino que estaban luchando abiertamente contra él.
No tenían en cuenta el daño posterior que sus «aliados» podían hacerle más
adelante.
Fue la llegada de Dorieo la que provocó el siguiente
enfrentamiento. En un día de comienzos de noviembre, antes del amanecer, había
intentado deslizar sus catorce barcos hacia el Helesponto, pasando los puestos
de vigilancia atenienses bajo la cobertura de la noche, pero un guardia avisó
de la llegada de los barcos enemigos a los generales atenienses en Sesto, y
lograron empujarle a la costa, cerca de Reteo. Sin embargo, después de esperar
un tiempo, intentó seguir su camino hacia la base espartana de Abido, si bien
fue de nuevo empujado hacia la costa por la flota ateniense, esta vez a
Dárdano. Cuando Míndaro conoció la peligrosa situación en la que se encontraba
Dorieo se apresuró desde Troya a su base en Abido y envió aviso a Farnabazo.
Con ochenta y cuatro barcos navegó al rescate del siracusano, mientras
Farnabazo hacía avanzar un ejército para ofrecer apoyo terrestre a Dorieo. Los
atenienses subieron a bordo de sus barcos y se prepararon para una nueva
batalla naval.
LA BATALLA DE ABIDOS
Con noventa y siete barcos, alineados desde Dárdano
hasta Abido, Míndaro estaba al mando del ala derecha, cerca de Abido, con los
siracusanos en la izquierda. Esta disposición le colocó frente a Trásilo, que
estaba al mando del ala izquierda ateniense, mientras que Trasibulo comandaba la
derecha. La batalla comenzó cuando los oficiales de cada lado elevaron una
señal visible, ante la cual las trompetas anunciaron el ataque. La lucha fue
fiera y uniformemente disputada por largo tiempo, hasta que finalmente, hacia
el final de la tarde, dieciocho barcos aparecieron en el horizonte. Cada bando
se vio estimulado por lo que pensaron que era la llegada de sus propios
refuerzos, pero en ese momento el comandante de la flota, Alcibíades, izó una
bandera roja, lo que permitió saber a los atenienses que el escuadrón era suyo.
No fue una cuestión de suerte; la señal sin duda había
sido acordada previamente, así como la llegada del propio Alcibíades. Lo que
fue afortunado fue el momento de su llegada. Aunque él no pudo haber tomado
parte en la confección de los planes tácticos para la batalla, y aunque se
presentó demasiado tarde como para participar activamente en el desarrollo de
la lucha, su aparición fue decisiva.
Cuando Míndaro fue consciente de que los barcos que se
aproximaban eran atenienses, guió los suyos hacia Abido. Las fuerzas
peloponesias se extendían a lo largo de un gran espacio, y en muchos casos se
vieron obligadas a varar los barcos en la orilla, desde donde intentaron
defenderlos, contando con la ayuda de las tropas del propio sátrapa, quien no
dudó en internarse en el agua a lomos de su caballo para rechazar al enemigo.
Su intervención y la llegada de la oscuridad evitaron un completo desastre,
aunque los atenienses capturaron treinta barcos peloponesios, además de
recobrar los quince que habían perdido en Cinosema. Míndaro escapó a Abido
amparado por la noche con los restos de su flota, mientras los atenienses se
retiraron a Sesto. A la mañana siguiente, regresaron tranquilamente para
recoger los barcos dañados y erigir otro trofeo de la victoria, no lejos del
primero que habían levantado en Cinosema. Los atenienses controlaban de nuevo
las aguas del Helesponto.
Mientras Míndaro reparaba sus barcos, pedía refuerzos
y planeaba con Farnabazo la siguiente campaña, los atenienses sin duda
solicitaban apoyo para intentar forzar una batalla final con la intención de
aniquilar lo que quedaba de la flota peloponesia en el Helesponto. Si Míndaro
rehusaba luchar, ellos se verían obligados a disponer una flota para bloquear
la llegada de refuerzos espartanos, mientras recobraban las ciudades de su
Imperio que se habían rebelado en la región del Helesponto, la Propóntide y el
Bósforo. Sin embargo, no fueron capaces de hacer ninguna de estas cosas, ya que
el tesoro de los atenienses estaba exhausto y no podía sostener a la flota
entera en el Helesponto durante todo el invierno. Además, durante las batallas
de Cinosema y Abido, la estrechez del Helesponto invitaba a los descolocados o
descoordinados trirremes peloponesios a evitar la derrota yendo a la orilla, ya
que las fuerzas atenienses no contaban con el suficiente número de hoplitas
para responder a ese tipo de táctica. Por último, Atenas también necesitaba
ayuda en un lugar más cercano, ya que Eubea se había alzado en armas.
Para hacer frente a este último desafío, Terámenes
desplazó una flota de treinta barcos con la intención de ocuparse de los
rebeldes que, ayudados por sus nuevos aliados, los beocios, estaban
construyendo una calzada o pontón entre Calcis y Áulide, con el objeto de
conectar la isla con el continente. Las fuerzas de Terámenes demostraron ser
demasiado reducidas para derrotar a las tropas que se hacían cargo de la
defensa de los trabajadores, por lo que se limitó a devastar el territorio a lo
largo de las costas de Eubea y Beocia, haciéndose con un considerable botín.
Después, avanzó hacia las islas Cícladas, derrocando las oligarquías que habían
sido establecidas por los Cuatrocientos y reuniendo un dinero que era
desesperadamente necesario, al tiempo que ganaba prestigio para el nuevo
régimen de los Cinco Mil.
Habiendo actuado tanto como le fue posible en el Egeo,
Terámenes navegó hacia Macedonia para ayudar a su nuevo rey, Arquelao, en su
asedio de Pidna. Macedonia era todavía la mayor suministradora de madera para
la construcción de navíos en Grecia, y al parecer Arcéalo no dejó de enviar
cargamentos a Atenas y, probablemente, también dinero. A continuación,
Terámenes se reunió con Trasibulo, que había estado recogiendo fondos saqueando
la oligárquica Tasos y otros lugares en Tracia. Desde allí ambas flotas podían
alcanzar rápidamente el Helesponto en caso de urgencia.
Alcibíades, mientras tanto, estaba con la flota en
Sesto, cuando Tisafernes llegó al Helesponto. Saludó al sátrapa como a un amigo
íntimo y un benefactor. Los atenienses aún creían que los dos hombres estaban
en buena relación, y que Alcibíades había persuadido a Tisafernes para que
enviara a la flota fenicia a casa. El ateniense se guardó de decir la verdad, y
navegó con regalos para encontrarse con el persa, pero había juzgado la
situación erróneamente, porque el sátrapa no tenía intenciones amistosas con
respecto a Atenas. Los espartanos habían acusado a Tisafernes de sus derrotas,
y sus quejas ciertamente habían alcanzado al Gran Rey, a quien sin duda no le
gustó que Tisafernes hubiera mantenido a su flota en Aspendo, con un gran
coste, sin hacer uso de ella. Como resultado, los atenienses se hallaban ahora
en el Helesponto y el Gran Rey no estaba más cerca que lo estaba antes de
recuperar su territorio.
Tisafernes tenía muchos motivos para estar «temeroso
de ser culpado por el Rey» (Plutarco, Alcibíades,
XXVII, 7). Por consiguiente, ordenó arrestar a Alcibíades y lo envió a Sardes
para su custodia, aunque al cabo de un mes el inteligente ateniense logró
escapar. Este asunto demostró claramente que Alcibíades ya no tenía influencia
de ningún tipo con Tisafernes, por lo que a partir de ese momento su autoridad
dependería de lo que realmente llevara a cabo, más que de lo que prometiera
hacer a través de sus contactos con los persas.
LA BATALLA DE CÍCICO
En la primavera del año 410, Míndaro había conseguido
reunir ochenta trirremes. Con sólo cuarenta barcos, los oficiales navales
atenienses dejaron Sesto por la noche y navegaron hacia Cardia, en la orilla
norte de Gallípoli, al tiempo que Trasibulo y Terámenes, desde Tracia, y
Alcibíades desde Lesbos, se apresuraron a reunirse con ellos. La flota de
Cardia ascendía ahora a ochenta y seis barcos, y «sus generales estaban
impacientes por una batalla decisiva» (Diodoro, XIII, 39, 4). Míndaro y
Farnabazo, mientras tanto, asediaban Cícico, en la orilla meridional de la
Propóntide (Véase mapa[49a]), ciudad que acabaron por tomar al
asalto. Los generales atenienses partieron para recuperar la ciudad y,
moviéndose por la noche para evitar ser detectados, llegaron a la isla de
Proconeso, justo al noroeste de la península en la que se situaba Cícico.
En Proconeso, Alcibíades exhortó a los marineros y
soldados a que «lucharan en el mar, en tierra y, por Zeus, contra las
fortificaciones, porque los enemigos tenían mucho dinero del Rey, y [los
atenienses] no tendrían nada a menos que consiguieran una gran victoria»
(Jenofonte, Helénicas, I, 1, 14;
Plutarco, Alcibíades, XXVIII). La
flota se dirigió a Cícico bajo una intensa lluvia, arriesgándose a los peligros
de un mar embravecido para que tanto su aproximación como el tamaño de sus
fuerzas pasaran desapercibidos. Navegaron por el lado occidental de la
península, entre la costa y la isla de Haloni. En el promontorio de Artaki y la
isla del mismo nombre, no muy lejos de la orilla, dividieron sus fuerzas:
Quéreas y sus hoplitas desembarcaron y marcharon contra Cícico; Terámenes y
Trasibulo se repartieron los cuarenta y seis barcos, escondiendo su flota en un
pequeño puerto al norte del promontorio; Alcibíades, con los restantes cuarenta
barcos, avanzó directamente contra Cícico. Míndaro debió de caer en la trampa,
creyendo que los atenienses disponían tan sólo de cuarenta barcos en el
Helesponto, ya que desconocía el número de trirremes que había conseguido
reunir el enemigo. Con sus ochenta trirremes navegó contra ellos, ávido de
enfrentarse en una lucha en la que aparentemente tenía una ventaja de dos
contra uno. Los barcos atenienses simularon una retirada hacia el oeste, en
dirección a la isla, pero cuando los barcos de Míndaro estuvieron lo
suficientemente alejados del puerto, Alcibíades giró en redondo para
enfrentarse al enemigo. Mientras tanto, Terámenes avanzó con sus fuerzas desde
detrás del promontorio hacia Cícico para impedir que los peloponesios pudieran
regresar a la ciudad o alcanzaran las playas cercanas a ella. Al mismo tiempo,
Trasibulo llevó su escuadra al sur para cortar la ruta de escape desde el
oeste.
Míndaro se dio cuenta rápidamente de la trampa que le
había sido tendida y giró a tiempo para evitar que Trasibulo y Terámenes
completaran su pinza. Se lanzó por la única vía que le quedaba abierta, hacia
un lugar llamado Cleri, una playa al sudoeste de la ciudad, donde Farnabazo
había ordenado acampar a su ejército. Aunque los peloponesios empujaron sus
trirremes sobre la playa, Alcibíades usó los garfios de abordaje para intentar
arrastrarlos de nuevo hacia el mar. En ese momento intervino Farnabazo con su
ejército, que superaba numéricamente al enemigo y que, además, contaba con la
ventaja de estar en suelo firme, mientras los atenienses caminaban con las
piernas en el agua. Los atenienses lucharon bien, pero sin apoyo sus
perspectivas de éxito eran bastante escasas. En el mar, Trasibulo vio el
peligro y comunicó a Terámenes que se reuniera con el ejército de Quéreas cerca
de Cícico, y fuera en ayuda de los atenienses que combatían, mientras él y sus
marineros se apresurarían para ayudarles desde el oeste. Al ver que Trasibulo
se aproximaba, Míndaro envió a Clearco con una parte de sus propias fuerzas y
un contingente de los mercenarios de Farnabazo para detener su avance. Con los
hoplitas y los arqueros de no más de veinticinco barcos, Trasibulo se vio
peligrosamente superado en número, y estaba a punto de ser rodeado y aniquilado
cuando se produjo la llegada de Terámenes justo a tiempo, al mando de sus
propias tropas y de las de Quéreas. Los refuerzos reanimaron a los exhaustos
hombres de Trasibulo, y se produjo una enconada batalla que duró hasta que,
finalmente, los mercenarios de Farnabazo y los espartanos abandonaron el campo
de batalla.
Con el contingente de Trasibulo a salvo, Terámenes fue
en apoyo de Alcibíades, que estaba luchando para hacerse con los barcos
enemigos varados en la playa. Míndaro se encontró de pronto atrapado entre las
tropas de Alcibíades y las de Terámenes, que se aproximaban desde direcciones
opuestas. Impertérrito, el oficial espartano envió a la mitad de sus tropas
hacia Terámenes, mientras él formaba una línea contra Alcibíades. Sin embargo, cuando
cayó luchando bravamente entre los barcos, sus hombres y los aliados, llevados
por el pánico, huyeron; sólo la llegada de Farnabazo con su caballería detuvo
la persecución ateniense.
Los atenienses se retiraron a la isla Proconeso,
mientras los restos de las tropas peloponesias se ponían a salvo en el
campamento de Farnabazo. Más tarde abandonaron Cícico, que volvía a estar en
manos de los atenienses, quienes se hicieron con muchos prisioneros, una vasta
cantidad de botín, y todos los barcos del enemigo, excepto los de Siracusa,
cuyas tripulaciones los habían quemado para que no fueran apresados. Los
atenienses erigieron dos trofeos para conmemorar sus victorias, tanto en tierra
como en mar.
Alcibíades permaneció en Cícico durante veinte días
para recaudar dinero; luego partió hacia la costa septentrional de la
Propóntide, en dirección al Bósforo, tomando ciudades y haciéndose con nuevos
fondos por el camino. En Crisópolis, enfrente de Bizancio, construyó una
fortificación que actuaría como base y aduana, a la que los atenienses en
adelante asignarían el derecho a una tasa de la décima parte sobre todos los
barcos mercantes que pasaran a través del Bósforo.
A juicio de Plutarco, el principal resultado de la
batalla de Cícico fue que «no sólo los atenienses se aseguraron el control del
Helesponto, sino que también alejaron a los lacedemonios del resto del mar con
cualquier fuerza» (Alcibíades,
XXVIII, 6). Quizá tan importante como esto fue el golpe a la moral espartana.
Después de la batalla, los atenienses interceptaron una carta de Hipócrates,
secretario del derrotado navarca espartano, que describía la apurada situación
de los peloponesios con brevedad lacónica: «Los barcos se han perdido. Míndaro
está muerto. Los hombres están hambrientos. No sabemos qué hacer» (Jenofonte, Helénicas, I, 1, 23).
La victoria de Cícico acabó también, por el momento,
con la amenaza que se cernía sobre el suministro de grano para Atenas, y
restauró sus esperanzas de victoria. Tanto Jenofonte como Plutarco dan a
Alcibíades el mérito exclusivo del triunfo, pero Terámenes y Trasibulo merecen,
al menos, compartir iguales honores. Aunque no sabemos quién fue el responsable
último de la excelente estrategia naval que funcionó en Cícico con tanta
eficacia, podemos estar seguros de que Alcibíades no intervino en la
planificación de las estrategias de Cinosema o Abido, ya que no estuvo en la
primera de esas acciones y llegó a la segunda sólo cuando estaba prácticamente
concluida. Alcibíades luchó espléndidamente en Cícico y llevó a cabo su parte
con diligencia, pero la actuación de Terámenes fue también sobresaliente, y fue
su aparición con refuerzos lo que, en última instancia, aseguró el éxito
ateniense.
Sin embargo, un examen cuidadoso de los hechos sugiere
que, una vez más, el papel de Trasibulo fue el más decisivo. Ya que Diodoro nos
informa que era tanto el líder de la flota como el comandante supremo en
Cinosema, probablemente fue él quien diseñó la estrategia en Abido y tuvo un
papel destacado en la de Cícico. No obstante, debe tenerse en cuenta que, a
pesar de la brillantez de la parte naval de la lucha, el resultado fue decidido
en tierra. El momento clave llegó cuando Alcibíades ordenó el ataque a Míndaro
y al ejército de Farnabazo. Si él hubiera sido abandonado a sus propios recursos,
probablemente hubiera sido derrotado y obligado a dejar atrás a la mayor parte
de sus barcos, que hubieran sido puestos bajo el control de la caballería y la
infantería de Farnabazo. Sin embargo, en el momento crucial, Trasibulo
desembarcó con una pequeña fuerza que mantuvo ocupada a una parte de las tropas
del enemigo y salvó a Alcibíades. No menos decisiva fue la orden que dio a
Terámenes para sellar la victoria. Como estratega, táctico y brillante oficial
en el campo de batalla, Trasibulo merece ser considerado el héroe de Cícico.
Haríamos bien en respetar el juicio de Cornelio Nepote, un biógrafo romano: «En
la Guerra del Peloponeso, Trasibulo consiguió muchas victorias sin Alcibíades;
pero este último no consiguió ninguna sin el primero, aunque por una innata
fortuna, se llevó siempre el mérito de todo» (Cornelio Nepote, Trasibulo, I, 3).
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