INTRODUCCIÓN
el problema hacia el que se orienta desde
el primer momento el pensamiento de Platón es el problema del estado. Aunque
invisible al principio, este problema va destacándose cada vez con más claridad
en él como meta de todos los esfuerzos dialécticos de sus obras anteriores. El
análisis socrático de las virtudes se halla informado ya en los diálogos
menores, como veíamos, por la idea de la virtud política,[1] y en el Protágoras y
el Gorgias el conocimiento socrático del bien en sí se concibe como un
arte político, del que hay que esperar toda la salvación.[2] Para quien tenga presente
este hecho casi huelga el testimonio personal del propio Platón en su Carta
séptima[3]que abona la calificación de
la República como su obra central, en la que convergen todas las líneas
de los escritos anteriores.
Durante mucho tiempo, los intérpretes de Platón
afanábanse en descubrir su "sistema", empeñados en medirle por el
rasero de las formas de pensamiento de tiempos posteriores, hasta que por
último se comprendió que este filósofo, fuese por razones de exposición o por
razones críticas, no aspiraba a erigir, como otros pensadores, un cuerpo
completo de doctrinas, sino que pretendía otra cosa: poner de manifiesto el
proceso mismo del conocimiento. Sin embargo, a los más sagaces intérpretes de
Platón no se les ocultaba, aun reconociendo eso, que entre sus diálogos
mediaban a pesar de todo grandes diferencias en lo tocante al contenido
constructivo. La más constructiva de sus obras lleva por título la República[4] y ello se debe precisamente a que en esta obra el autor elige como
unidad suprema de exposición no la forma lógica abstracta del sistema, sino la
imagen plástica del estado, enmarcando en ella todo el ámbito de sus proble mas
éticos y sociales, del mismo modo que en el Timeo no aparece
desarrollada la física Platónica como un sistema lógico de los principios de
la naturaleza, sino como la imagen plástica de conjunto del cosmos en su
proceso de nacimiento.[5]
590
Ahora bien, ¿qué significa el estado para Platón? Su
República no es una obra de derecho político o administrativo, de
legislación o de política en el sentido actual. Platón no parte de un pueblo
histórico existente, como el pueblo de Atenas o el de Esparta. Aun cuando se
refiere de un modo consciente a las condiciones vigentes en Grecia, no se
siente vinculado a un determinado suelo ni a una ciudad determinada. No se
alude para nada, en su obra, a los fundamentos físicos del estado. Dentro del
marco de la obra a que nos referimos, a Platón esto no le interesa, ni en un
sentido geológico ni en un sentido antropológico. La crianza de que nos habla
el estado Platónico nada tiene que ver con el pueblo en conjunto, considerado
como raza. La gran masa de la población, sus vicisitudes, sus costumbres
y su nivel de vida, son todas cosas que quedan al margen del estudio Platónico
o que aparecen sólo en su periferia. Tal vez se las quiera descubrir en el
"tercer estado", de que habla Platón, pero se trata simplemente de
un objeto pasivo del gobierno,[6] que ni siquiera en concepto
de tal cree digno de una más detenida investigación.
En la República de Platón no se describen
estos aspectos de la vida del estado, ni su autor considera tampoco necesario
establecer ninguna norma con respecto a ellos. Quedan, simplemente, eliminados
como cosas accesorias. En cambio, los debates sobre la poesía y la música
ocupan libros enteros (los libros 2-3) ; el problema del valor de las ciencias
abstractas (libros 5-7) se coloca en lugar central y en el libro 10 se vuelve
a examinar desde nuevos puntos de vista el problema de la poesía. Una excepción
aparente de lo que decimos es la investigación de las formas de gobierno en los
libros 8 y 9. Pero si nos fijamos atentamente vemos que no hay tal excepción,
pues el filósofo considera las formas de gobierno sólo como expresión de
diversas actitudes y formas del alma. Y lo mismo acontece con el problema de
la justicia, puesto a la cabeza del estudio y del que se deriva luego todo lo
demás. ¡Grandioso tema para los juristas no sólo de nuestro tiempo, sino
también de la época de Platón, que hizo surgir por vez primera la ciencia
comparada del estado! Pero tampoco desde este punto de vista recae la atención
del filósofo sobre la vida jurídica real; la investigación del problema sobre
lo que es justo desemboca en la teoría de las "partes del alma".[7] En última instancia, el
estado de Platón versa sobre el alma del hombre. Lo que nos dice acerca del
estado como tal y de su estructura, la 591 llamada concepción orgánica del estado, en la que
muchos ven la verdadera médula de la República Platónica, no tiene más
función que presentarnos "la imagen refleja ampliada" del alma y de
su estructura. Y frente al problema del alma Platón no se sitúa tampoco en una
actitud primariamente teórica, sino en una actitud práctica: en la actitud del modelador
de almas. La formación del alma es la palanca por medio de la cual hace que
su Sócrates mueva todo el estado.[8]El sentido del estado, tal
como lo revela Platón en su obra fundamental, no es otro que el que podíamos
esperar después de los diálogos que la preceden, el Protágoras y el Gorgias.
Es, si nos fijamos en su superior esencia, educación. Y, después de todo lo
que sabemos ya, este método de exposición del filósofo no puede tener nada de
sorprendente para nosotros. En la comunidad estado, Platón esclarece
filosóficamente una de las premisas permanentes que condicionan la existencia
de la paideia griega.[9] Pero al mismo tiempo coloca
en primer plano —bajo la forma de la paideia— aquel aspecto del estado
cuyo descuido constituye según él la razón principal de la desvalorización y
la degeneración de la vida política de su tiempo. De este modo, la politeia y
la paideia, entre las que ya por aquel entonces mucha gente sólo debía
de reconocer relaciones muy vagas, se convierten en los puntos cardinales de
la obra de Platón.
Para quien vea la cosa con esta perspectiva nada
puede ser más sorprendente que la afirmación de un moderno historiador de la
filosofía procedente de la escuela del positivismo que, aun encontrando en la
obra de Platón muchos pensamientos fascinantes, encuentra extraño que se hable
tanto en ella de educación.[10] Es algo así como si se
dijese que la Biblia es un libro muy espiritual, pero que en él se habla
demasiado de Dios. No debemos, sin embargo, tomarlo a 592 broma, pues esta actitud no es, ni mucho menos, la
de un hombre aislado. Es, por e.l contrario, típica de la incomprensión del
siglo XIX ante esta obra de Platón. La ciencia que, partiendo de la sabiduría
académica del humanismo, se había remontado a una altura orgullosa, era ya, por
su desprecio a todo lo "pedagógico" —desprecio que se tenía por
elegante—, incapaz de comprender su propio origen.[11] No sabía enfrentarse con el problema de la
educación del hombe —que en la época de Lessing y de Goethe representaba
todavía una meta suprema—, enfocándolo en su dimensión antigua y Platónica,
como la última síntesis de todo lo espiritual y como fuente del sentido más
profundo de la existencia humana. Un siglo antes, Juan Jacobo Rousseau había
sabido acercarse mucho más al estado Platónico, cuando declaró que la República
no era, como pensaban quienes sólo juzgaban los libros por sus títulos, una
teoría del estado, sino el más hermoso estudio sobre educación que jamás se
hubiese escrito.
CÓMO
LA IDEA DEL ESTADO PERFECTO SURGE
DEL PROBLEMA DE LA JUSTICIA
Desde que nos encontramos con la paradójica tesis
que sirve de conclusión al Gorgias de Platón, según la cual Sócrates es
el mayor estadista de su tiempo, esperamos con gran ansiedad el cumplimiento de
la promesa así formulada.[12] Es cierto que ya el Gorgias
daba a entender claramente qué entendía en el fondo el Sócrates Platónico
al definirse a sí mismo de ese modo. Pero ¿cómo se traduciría prácticamente
esta trasposición de lo "político" del campo de los impulsos egoístas
de poder al campo de la educación socrática y su formación del alma, al
trasplantarse a la órbita de un estado real? ¿Cómo trasformaría la esencia de
este estado? La necesidad poética de intuición y su voluntad política de
renovación se asociaron en Platón para este grandioso intento de erigir sobre
esta base, en el campo del espíritu, el "estado perfecto", presentándolo
como un paradigma ante los ojos de la humanidad.
La idea de un "estado perfecto" no era una
idea nueva en sí. El impulso innato de los griegos, que en todas las ramas de
las artes y las ciencias los empujaba hacia la perfección suma, actuaba también
en la vida política de este pueblo como un acicate de descontento con la
imperfección de lo existente. Y ni la severidad imponente de la ley al castigar
con la pena de muerte el derrocamiento de la constitución imperante refrenaba
la fantasía política, ansiosa de remontarse en el pensamiento sobre las
condiciones vigentes.[13] Las condi-
593
ciones sociales sobre todo eran objeto de
apasionadas especulaciones desde hacía varios decenios. Ya los viejos poetas
habían trazado, en tiempos caóticos, imágenes ideales de eunomia. Tirteo,
el espartano, desde su punto de vista conservador, había cifrado el orden
perfecto en la tradición de Esparta.[14] Solón, remontándose por encima de esta concepción,
derivaba la polis justa de los eternos postulados de la razón moral.[15] En la época de los sofistas se iba aún más allá: se
requerían ahora proposiciones más concretas encaminadas a eliminar los males
sociales existentes en el estado, e Hipódamo y Faleas. cuyas utopías conocemos
aún, en sus líneas generales, por la Política de Aristóteles.[16] presentan, como corresponde al espíritu de la época
del nacionalismo, esbozos de un orden social justo y duradero cuya forma
esquemática recuerda en cierto modo la geometría de los planos arquitectónicos
trazados por el mismo Hipódamo para la ciudad. En su proyecto de estado, Faleas
postulaba entre otras cosas una educación igual para todos los ciudadanos,
viendo en ello el vínculo común que aseguraría la cohesión interior de la
comunidad.[17] Un sofista desconocido, que escribió después de
terminar la guerra del Peloponeso, colocaba, en el centro de una obra dedicada
a la reconstrucción del estado, el problema de la virtud cívica y de la
autoridad de las leyes del estado.[18] Su punto de vista difiere mucho del de la República
de Platón, pues lo enfoca todo, incluso el problema de la moral y de la
autoridad del estado, desde el punto de vista económico. De estos factores
dependen, según su modo de ver, la confianza y el crédito tanto en el interior
como en las relaciones con los subditos de otros estados, y la incapacidad del
estado para imponer por su propia fuerza esta clase de autoridad conduce a la
tiranía. Como se ve, este autor se orienta de modo fundamental hacia fines
prácticos que considera firmes ya de antemano y que debían de responder esencialmente
a las ideas imperantes en las democracias griegas al terminar aquella
devastadora guerra. Sin embargo, esta obra es significativa, pues nos indica el
ambiente en que surgió la teoría de Platón acerca del estado perfecto.
Platón no se limita a dar consejos al estado
partiendo de la premisa de una determinada forma de gobierno o a polemizar
como los sofistas en torno al valor de las diversas formas de estado,[19] sino que aborda el asunto de un modo radical,
tomando como punto de partida el problema de la justicia con carácter general.
La sinfonía 594 de la República comienza
con el motivo socrático ya familiar para nosotros de la areté, sobre el
mismo plano que los anteriores diálogos de Platón. Al principio, no nos habla
para nada del estado, como no nos hablaba en aquéllos. Al parecer, Sócrates
arranca de nuevo del examen de una virtud concreta, pero ésta tiene un fondo
histórico importante, que está presente aunque no se vea. Para comprender el
punto de arranque de la obra de Platón debemos tener presentes en nuestro
espíritu las luchas libradas en torno al ideal de la justicia en los siglos
anteriores a Platón. La justicia era la virtud política por antonomasia, la que
resumía, como decía el antiguo poeta, todas las demás.[20] Este verso había sido en aquellos tiempos, en los
años de la génesis del estado de derecho, la expresión acusada de una nueva
orientación del concepto de la virtud y sigue siendo actual, aunque de un modo
nuevo, para el pensamiento de Platón sobre el estado. Lo que ocurre es que
ahora cobra un sentido distinto, más interior. Para el discípulo de Sócrates no
puede significar ya la simple obediencia a las leyes del estado, la nueva
legalidad, que fuera en otro tiempo baluarte protector del estado de derecho
frente a un mundo de anárquicos poderes feudales o revolucionarios.[21] El concepto Platónico de lo justo está por encima
de todas las normas humanas y se remonta a su origen en el alma misma. Es en la
naturaleza más íntima de ésta donde debe tener su fundamento lo que el filósofo
llama lo justo.
La idea de la vinculación de los ciudadanos a una
ley general escrita, que dos siglos antes había señalado redentoramente el
camino para salir de la espesura de largos siglos de luchas partidistas,[22] llevaba en su entraña, como demostró toda la
evolución anterior, un difícil problema. La ley, calculada para una vigencia
larga e incluso eterna, resultó estar necesitada de reformas o ampliaciones.
Pero la experiencia demostraba que todo dependía de cuáles fuesen los elementos
llamados a encargarse del desarrollo de las leyes dentro del estado. Ya
corriese ello a cargo de un puñado de poseedores, de una mayoría del pueblo o
de un solo hombre encargado del poder parecía una necesidad inexcusable que el
elemento dominante, cualquiera que él fuese, modificase las leyes a su modo, lo
que valía tanto como decir en su propio interés. Las diferencias entre lo que
regía como derecho en los diversos estados demostraba la relatividad de este
concepto.[23] Quien pretendiese remontarse sobre esta oscilante
diversidad para llegar a una unidad suprema parecía que sólo podría lograr ésta
en la definición poco halagüeña de que el derecho vigente era en 595 todas partes expresión de la voluntad del partido más fuerte en cada
momento y de su interés. El derecho se convierte así en una mera función del
poder, que no responde de por sí a ningún principio moral. En efecto, aunque
por todos los gobiernos y en todos los tiempos se reconozca el principio de
que el interés colectivo debe prevalecer sobre el interés propio, es lo cierto
que todos los que ejercen el poder interpretan este principio a su modo. Y si
la justicia se considera equivalente a la ventaja del más fuerte, toda la pugna
de los hombres por llegar a un ideal superior del derecho se convertirá en una
ilusión y el orden del estado que pretende realizarlo en un simple telón detrás
del cual seguirá desarrollándose la lucha implacable de los intereses. En
efecto, ciertos sofistas y muchos estadistas de su tiempo habían llegado a esta
última consecuencia, lo que equivalía a borrar de un plumazo toda vinculación,
aunque ello, naturalmente, no estuviese en la conciencia de cualquier honrado
ciudadano medio. El punto de partida de toda comprensión profunda del problema
del estado para Platón tenía que ser forzosamente el ajus-tarle las cuentas a
esta concepción naturalista, pues si este modo de ver las cosas se reconocía
como cierto era indudable que toda filosofía estaba de más.
Platón había personificado ya en el Gorgias, en
la figura de Calíeles, el tipo de político basado en el principio de la falta
de escrú-pulos.[24] La lucha entre el poder y la
educación en torno al alma del ombre se presentaba allí como el problema
cardinal de la situación espiritual de su época.[25] Por eso cuando Sócrates se
dispone a mostrar en la República su arte propio del estado es lógico
esperar que se remonte a este problema. En el libro primero de la República se
elige al belicoso sofista Trasímaco como representante de la filosofía del
poder de Cálleles; aparte de eso, nos encontramos también, a pesar del arte
consciente de Platón para la variación, con algunas repeticiones de la escena
del Gorgias. Es indudable que considera la teoría del más fuerte como el
desatino más adecuado para hacer que se destaque sobre él su propia actitud
ante el estado.[26] Sin embargo, en su obra de
mayor empeño no establece su tesis sobre la educación en un simple contraste
programático frente a la tesis de la voluntad de poder, como había hecho en el
Gorgias, sino que desarrolla sus postulados educativos por medio de un
rodeo. La disquisición inicial sobre la concepción maquiavélica del estado y la
justicia simplemente como poder no es, en la República, más que el fondo
sobre el que se destaca, como tema verdadero, la exposición positiva del
sistema Platónico de educación.
Después que Sócrates refuta del modo habitual en él
la teoría de que lo justo no es sino la expresión de la voluntad del partido
más 596 fuerte en cada momento, contraponiendo al derecho
positivo la verdadera esencia de lo justo, parece que la conversación toca a
su fin.[27]Pero los hermanos de Platón, Glaucón y Adimanto, que
son, por su tenaz perseverancia, su agudeza de espíritu y su capacidad de impulso,
dos maravillosos representantes de la élite de la juventud ateniense,
"retan" a Sócrates en este punto y exigen de él algo más grande que
lo que ha dicho allí. Entienden que todo lo que ha expuesto no pasa de ser un
proemio y no se declaran definitivamente convencidos de que la justicia sea en
sí, y con independencia de su utilidad social y del consenso de los ciudadanos,
un alto bien. Glaucón y Adimanto. en dos discursos que se suceden el uno al
otro, desarrollan belicosamente el problema bajo una forma estrica, la única
que puede satisfacer a la juventud de su generación: ¿La justicia es un bien
que busquemos en gracia a ella misma, o simplemente un medio que reporta una
determinada utilidad? ¿O figura entre las cosas que amamos tanto por ellas
mismas como por sus beneficiosos resultados?[28] Glaucón abraza por un momento la defensa de quienes
opinan que el cometer desafueros es un bien en sí y el sufrirlos un mal,
aunque careciendo de la fuerza necesaria para vivir a tono con esta moral de
los fuertes, acojan la protección de la ley como una transacción, como una fórmula
intermedia entre el supremo bien, que consiste en cometer impunemente
desafueros, y el supremo mal, consistente en padecerlos.[29] Ilustra el carácter involuntario de la justicia
con el símil de aquel anillo encantado de Giges, que permitía a su poseedor
hacerse de pronto invisible con sólo volver la piedra del anillo para dentro.[30] ¿Quién de nosotros, poseyendo un anillo como éste,
tendría en su alma la firmeza diamantina necesaria para resistir el poder de la
tentación? ¿Quién no intentaría satisfacer por este medio mil deseos secretos,
condenados como malos por el orden moral de nuestra sociedad? Como se ve,
Glaucón aborda el problema en su misma raíz. Ya dijimos más arriba la
importancia que tiene, en el análisis sofístico de la validez objetiva de las
leyes morales y del estado, el problema de por qué el hombre en presencia de
testigos obra con tanta frecuencia de distinto modo que cuando está solo. La
conducta del hombre con testigos delante era atribuida a la coacción
artificial de las leyes, mientras que en el comportamiento del hombre solo se
creía ver la verdadera norma de la naturaleza, que no era, según este modo de
concebirla, sino el impulso que mueve al hombre a buscar lo agradable y rehuir
lo desagradable.[31] El cuento del anillo de Giges en Platón es el
símbolo genial de esta concepción naturalista del poder y de las aspiraciones
humanas. Si queremos conocer el verdadero valor de la justicia para la vida del
hombre no tenemos más camino que comparar la vida de una persona del todo
injusta, pero cuyo verdadero carácter permanezca oculto, con la vida 597 de un hombre que, siendo verdaderamente justo, no sepa o no quiera
guardar siempre con el mayor celo las apariencias externas, tan importantes,
del derecho. ¿Acaso no saldrá favorecidísima de esta comparación la vida que
lleva el hombre injusto? ¿No será el hombre justo quien viva martirizado,
perseguido y desgraciado?
Pero Platón no se da tampoco por satisfecho con esta
conmovedora exposición simbólica del problema como cuestión del puro valor
intrínseco de la justicia. Hace que el hermano de Glaucón, Adimanto, pronuncie
otro discurso para aclarar todavía más la intención de aquél.[32] Después de haber hablado los
modernos apologistas ilustrados de la injusticia, es necesario que hablen sus
adversarios, los panegiristas de la justicia, el tropel de los grandes poetas
desde Homero y Hesíodo hasta Museo y Píndaro. ¿Acaso ellos no exaltaban también
este ideal simplemente por la recompensa que los dioses otorgan al justo? [33] Y, además, ¿no hay pasajes
en los que, aun ponderando el carácter elevado y augusto de la justicia, la
consideren al mismo tiempo gravosa y fuente de penalidades, a la par que
reputan la injusticia como algo que no pocas veces rinde utilidad y presentan
incluso a los dioses como seres venales ? [34] Si los testimonios mismos de
la suprema virtud humana, los poetas y educadores del pueblo, opinan así ¿por
qué clase de vida ha de optar el joven cuando se vea colocado en la práctica en
el trance de elegir? Adimanto habla visiblemente impulsado por una verdadera
angustia interior, y sus palabras respiran, sobre todo hacia el final de su
discurso, su experiencia personal.[35] Platón lo hace representante
de la generación a la que él mismo pertenecía. Así hay que interpretar la
elección de sus hermanos como interlocutores llamados a impulsar la
investigación y a formular ante Sócrates en sus términos exactos el problema
que trata de resolver. Verdaderamente son dos grandiosas figuras para el
pedestal del monumento al educador Sócrates que Platón se dispone a levantar
en esta obra, la más im-portante de todas las suyas. El motivo de que brota son
los desazona-ores problemas de conciencia de estos dos jóvenes representantes
de la genuina kalokagathía de la antigua Atenas, que recurren a este hombre
como el único del que pueden esperar una respuesta.
Con una franqueza sin reservas, Adimanto describe la
situación interior de su propia persona y la de su hermano, y cada una de sus
palabras es un golpe de crítica asestado contra la educación administrada
hasta allí precisamente a base de aquellos viejos poetas clásicos y de aquellas
famosísimas autoridades morales, que dejan 598 en el alma de la juventud, tan rectilínea en sus
pensamientos, la espina de la duda. Platón y sus hermanos eran producto de
aquella antigua educación y se consideraban víctimas de ella. ¿Acaso alguno de
estos educadores creía de verdad en el valor intrínseco de la justicia, en ese
sentido que necesitaba la nueva juventud para poder seguir creyendo en el
ideal? [36] Lo que ésta veía y oía en torno suyo. en la vida
pública y privada, no era sino una astuta falta de escrúpulos envuelta a duras
penas en unas cuantas frases ideales, y la juventud sentíase grandemente
tentada a pactar con este mundo. Los pequeños reparos de la voz interior, dice
Adimanto, se ven fácilmente ahogados por la experiencia de que el desafuero
permanece casi siempre ignorado, y la conciencia religiosa de que el ojo de
Dios nos ve puede contrarrestarse con un poquito de ateísmo o con las fórmulas
rituales de cualquier religión basada en los misterios que le permita al hombre
purificarse de sus culpas.[37] Por todo esto, coincidiendo con su hermano Glaucón,
le pide a Sócrates que aporte la prueba convincente, no de que la justicia sea
socialmente útil, sino de que constituye en sí, para el alma que la posee, un
bien como los de la vista, el oído o la inteligencia, y la injusticia una
desgracia. Quiere saber además cuáles son los efectos de una y otra para la
esencia misma de la personalidad humana, lo mismo si se manifiestan que si
permanecen ocultas. Así formulado el problema de la justicia, la investigación
se remonta a una altura de contemplación desde la que el sentido todo de la
vida, tanto el valor moral como la dicha, aparece desplazado exclusivamente a la
existencia interior del hombre. Los dos jóvenes que dirigen esta pregunta a Sócrates
no sabrían indicar, naturalmente, cómo llegar a ese resultado; lo único que ven
claro es que no hay otro camino que éste para sustraerse al completo
relativismo que lleva implícito la teoría del derecho del más fuerte. La
justicia tiene que ser algo inherente al alma, una especie de salud espiritual
del hombre de cuya esencia no puede dudarse, pues de otro modo será sólo el
reflejo de las variables influencias exteriores del poder y de los partidos,
como lo es la ley escrita del estado.[38] Tiene su belleza el que no sea Sócrates quien
proclame esta tesis desde su altura ante un auditorio 599
escéptico,
como en el Gorgias,[39] sino que sea la juventud, luchando por su propia actitud moral, la que
saque por sí misma esta consecuencia de su desesperada situación interior,
dirigiéndose a Sócrates simplemente para que él le resuelva el enigma con su
espíritu superior. Esto arroja ya de lejos cierta luz sobre la concepción
Platónica de lo que tiene que ser el estado que posea como raíz esta idea
de la justicia: deberá tener necesariamente su centro en el interior de la
personalidad. El alma del hombre es el prototipo del estado Platónico.
La estrecha conexión entre el estado y el alma del
hombre se insinúa desde el primer momento por el curioso modo que tiene Platón
de abordar el tema del estado. A juzgar por el título de la obra, se figura uno
que por fin se proclamará el estado como la verdadera y fundamental finalidad
de la larga investigación sobre la justicia. Pero este tema es planteado por
Platón pura y simplemente como un medio para un fin, y el fin es poner de
relieve la esencia y la función de la justicia en el alma del hombre. Como la
justicia existe tanto en el alma del individuo como en el conjunto del estado,
es evidente que en esta tabla mucho más voluminosa aunque más lejana, en el
estado, podrá leerse la esencia de la justicia en signos abultados y más
claros, por decirlo así, que en el alma del hombre individual.[40] Es cierto que a primera
vista parece como si se tratase de hacer del estado el prototipo del alma, pero
lo que ocurre es que para Platón ambos tienen la misma esencia y la misma
estructura, sea en estado de salud o en estado de degeneración. En realidad, la
imagen que él traza de la justicia y de su función en el estado perfecto no
responde a la experiencia real de la vida del estado, sino que es una imagen
refleja de la teoría de Platón acerca del alma y de sus partes, la cual se
proyecta en grande en su concepción del estado y de sus estamentos. Platón hace
surgir ante nuestros ojos el estado base de los elementos más simples que lo
integran, para averiguar en cuál de los puntos la justicia se impone como una
necesidad.[41] Aunque en realidad esto
ocurre bastante más adelante, el principio en que se basa se manifiesta ya
inconscientemente desde las primeras etapas de la realización del estado ideal
a través de la necesidad indeclinable de la división progresional del trabajo,
que se acusa a partir del momento en que unos cuantos artesanos y labradores
se agrupan para formar una comunidad del tipo más sencillo.[42]Este principio, de acuerdo
con el cual cada uno debe realizar la 600 tarea propia de él (ta/ e(autou= pra/ttein), se halla relacionado, según Platón, con la misma esencia de la areté,
consistente en la perfección de la obra realizada por cada ser y de cada
una de sus partes.[43]Esta verdad se comprende fácilmente cuando se trata
de la cooperación de los hombres dentro de una comunidad social, pues tratándose
de la cooperación de las "partes del alma" resulta más difícil
comprobarla. Sólo más adelante, cuando Platón establezca el resultado del
paralelo entre el estado y el alma, se pondrá en claro la esencia de la
justicia.
LA REFORMA DE LA ANTIGUA "PAIDEIA"
Nos hemos adelantado a la marcha de nuestra
investigación y hemos de volver al punto de partida, a la exposición de los
orígenes del estado. Se distinguen en ella dos fases de desarrollo: la de la
estructura de la sociedad originaria, simple e integrada sólo por los artesanos
y las profesiones más necesarias, a la que Platón da el nombre del estado
sano, y la del estado elefantiásico y enfermo, que va formándose por una
necesidad natural a medida que aumentan la molicie y el lujo.[44] En él no hay sólo
agricultores, canteros, panaderos, zapateros y sastres, sino además todo un
ejército de personas dedicadas a las cosas superfluas de la vida. La
consecuencia inevitable de esta enfermedad elefantiásica de los estados, los
cuales se conservan tanto más saludables cuanto menores sean sus proporciones,
es el afán de expansiones territoriales, desmembrando y anexionándose trozos
de los estados vecinos. Hemos descubierto así el origen de la guerra, que surge
siempre de causas económicas.[45] Platón se refiere aquí a la
guerra como a un hecho dado, reservando expresamente para otra investigación
el problema de si la guerra es buena o mala.[46] El paso inmediato, como es
natural, lo constituye la creación del oficio de guerrero. Platón,
enfrentándose con el principio democrático del servicio militar obligatorio
para todos los ciudadanos, tal como regía en los estados griegos, y
consecuente con su tesis de que cada cual debe ejercer sólo su propio oficio,
preconiza la existencia de un estamento de guerreros profesionales, los
"guardianes".[47] Se adelanta con ello a la
idea de los ejércitos profesionales de la época helenística. Es cierto que ya
la estrategia de su tiempo había dado pasos decisivos en este sentido mediante
la evolución hacia el régimen de los soldados mercenarios, tan criticado
precisamente por aquel entonces.[48] Platón prefiere, sin
embargo, que salga de la 601 misma ciudadanía una clase especial de guerreros.
Pero el hecho de llamar a éstos "guardianes" lleva ya implícita la
limitación de sus funciones a la defensa. La imagen trazada por Platón
constituye una extraña mezcolanza; es, en parte, un relato de la trayectoria
real y natural del problema, enjuiciada desde un punto de vista moral, presentándose
el origen de la guerra como un síntoma de perturbación del orden primitivo y,
en parte, una ficción ideal con la que se aspira a conseguir lo mejor de la
profesión de las armas, considerada ya como indispensable. El segundo de estos
móviles no tarda en pasar a primer plano, y de pronto nos encontramos convertidos
en forjadores a quienes se les plantea la misión de formar con mano de artista,
por decirlo así, mediante la selección de los caracteres más adecuados y su
educación, el tipo del "guardián inteligente y valeroso".[49]
Aquí, como siempre, Platón destaca con mayor vigor
la importancia de una rigurosa selección para el mejor éxito del propósito
educativo.[50] En el caso de los
"guardianes", esta selección no se supedita a un procedimiento
especial y complicado. Se deja más bien, evidentemente, a cargo del golpe de
vista pedagógico, del que Platón nos da un brillante ejemplo con su semblanza
de lo que debe ser el verdadero "guardián". Las aptitudes físicas del
buen "guardián" son la agudeza de las percepciones de los sentidos, la
presteza en apurar lo percibido y la energía en la lucha para lograr su
objetivo. La lucha requiere, a su vez, valentía, cuya base natural específica
es aquel elemento de bravura peculiar también de los caballos y los perros de
raza noble. Este paralelo vuelve a presentarse en la selección psicológica de
los "guardianes" y en lo tocante a la educación de la mujer.[51] Revela el sentido definido
de aristócrata en cuanto al valor de la raza seleccionada y la inclinación
hacia los caballos y los perros como compañeros fieles de sus ocios en la caza
y en el deporte. El alma del guerrero, si ha de ser un buen guardián de los
suyos, tiene que reunir como los perros buenos dos cualidades aparentemente
contradictorias: dulzura para los suyos y combatividad frente a los extraños.
Y en esta cualidad ve la ironía de Platón un rasgo filosófico, ya que lo mismo
los perros que los guardianes toman la diferencia entre las gentes conocidas y
las desconocidas como criterio de lo que consideran suyo y lo que reputan
extraño.[52]
Tras esta selección, Platón aborda el problema de la
educación, la paideia de los "guardianes".[53] Este punto, al ser
desarrollado por él, adquiere las proporciones de un extenso estudio, que luego
desemboca en investigaciones, más extensas todavía, sobre la educación de la
mujer y la educación de los gobernantes en el estado per-
602
fecto. Platón razona su minucioso tratamiento de la
educación de los "guardianes" diciendo que esto ilustrará el tema
sobre que recae la investigación fundamental, o sea la posición de la justicia
y de la injusticia dentro del estado, afirmación a la que su joven interlocutor
asiente con todo calor. Pero, aunque no pongamos en duda esta utilidad, cuanto
más entramos en detalles acerca de la paideia de los
"guardianes" más tenemos la sensación de ir perdiendo por completo de
vista la llamada investigación fundamental acerca de la justicia. Es cierto que
en una obra que se presenta bajo la forma de un diálogo tan ramificado como la
República tenemos que aceptar como algo impuesto por el tipo de composición
muchas cosas que ponen a dura prueba nuestro sentido sistemático del orden; sin
embargo, esta triple investigación sobre la educación de los
"guardianes", la de la mujer y, finalmente, la de los gobernantes
aparece hasta tal punto como un fin en sí, y la solución del problema de la
esencia de la justicia y de la dicha del justo se ventila de un modo tan breve
y tan de pasada, que sólo podemos fijarnos en la intención completa del artista
como razón que justifique esta relación, en apariencia perturbada, de
equilibrio entre las dos investigaciones íntimamente entrelazadas. La
disquisición sobre la justicia constituye, sin duda, el tema central de
investigación, puesto que toda la obra se desarrolla a base de ella y porque el
problema de la justicia se orienta hacia el problema de la norma como el punto
decisivo. Sin embargo, el problema que aparece como médula de toda
investigación, por la importancia predominante que Platón le concede exterior
e interiormente, es el problema de la paideia, problema vinculado de
modo indisoluble al conocimiento de las normas y que en un estado que aspira a
la realización de la norma suprema es ineludible que constituya el problema
cardinal.
La educación de los "guardianes" con
arreglo a un sistema determinado legalmente por el estado es una innovación
revolucionaria de incalculable alcance histórico. A ella se remonta en último
término el postulado del estado moderno sobre la reglamentación autoritaria de
la educación de sus ciudadanos, mantenido principalmente desde el Siglo de las
Luces y la época del absolutismo por todos los estados, cualquiera que sea su
forma de gobierno. Es cierto que también en Grecia y en la democracia ateniense
el espíritu de la constitución del estado contribuía en gran medida a orientar
la educación de los ciudadanos, pero en ningún lado, fuera de Esparta, existía,
según el testimonio de Aristóteles, una educación organizada por el estado
mismo y sus autoridades.[54] El hecho de que Aristóteles
invoque este ejemplo atestigua que tanto él como Platón tenían presente, al preconizar
la educación del estado, el precedente espartano. En las Le-yes[55] abordará Platón más a fondo
este problema de la organización 603 de un sistema de educación pública y de los órganos llamados a
dirigirlos, problema que en la República se deja todavía a un lado.
Platón se interesa aquí en forma exclusiva por el contenido de la educación y
se preocupa de establecer las líneas fundamentales de ésta, cuyo examen le
lleva en último resultado al problema del conocimiento de la suprema norma. La
solución natural del doble problema de la formación del cuerpo y el alma del
hombre es para él la paideia de la antigua Grecia, con su división en
gimnasia y música, paideia que retiene, por tanto, como base.[56] Este hecho debemos enfocarlo
a la luz de las manifestaciones de Platón acerca de lo funesto que sería
cualquiera innovación en el sistema educativo ya implantado, para no perder de
vista su aferramiento conservador a lo existente ante la crítica radical de
detalle sobre el contenido de la antigua educación. Generalmente, y por razones
comprensibles, se coloca en primer plano la negación, en la que sin duda alguna
se revela de modo muy especial el nuevo principio de la filosofía Platónica.
Pero lo sugestivo desde el punto de vista personal y al mismo tiempo lo
decisivo para la evolución de la cultura, en la posición Platónica, estriba
precisamente en la fecunda tensión entre su radicalismo conceptual y su
sentido conservador respecto a la tradición espiritualmente plasmada. Por eso,
antes de prestar oídos a su crítica, interesa dejar sentado que su nueva
concepción filosófica de la cultura descansa sobre la paideia de la
antigua Grecia (por muchas reformas que en ella se introduzcan). Esta decisión,
que habrá de servir de modelo para la actitud de la filosofía posterior, tiene
un alcance histórico. En primer lugar, asegura la continuidad y la unidad
orgánica de la evolución de la cultura griega lo mismo en cuanto a su forma que
en lo tocante a su contenido, y evita la ruptura completa con la tradición en
un momento de agudo peligro para ésta, cuando el espíritu racional de la
filosofía se volvía del estudio de la naturaleza a la reconstrucción conceptual
de la cultura. En segundo lugar, el entronque positivo de Platón con la antigua
paideia y, por tanto, con la herencia viva de la nación griega, da una
filosofía histórica a su propia filosofía, pues ésta se desarrolla bajo la
forma de un debate constante con las potencias de la poesía y la música, que
hasta entonces habían venido dominando sobre el espíritu griego. Por tanto,
este debate no es un problema filosófico accesorio, como el crítico moderno
suele pensar, sino que tiene para Platón una importancia primaria y absoluta.
LA CRÍTICA DE LA
CULTURA "MÚSICA"
Platón exige
que se comience por la formación del alma, es decir por la música.[57] En el sentido amplio de la palabra griega μουσική 604 ésta no abarca sólo lo referente al tono y al ritmo,
sino también —y según la acentuación Platónica incluso en primer término—, la
palabra hablada, el logos. Aunque en su relato de la educación de los
"guardianes" Platón no pone todavía de manifiesto su principio filosófico,
insinúa ya desde el primer momento la tendencia que le imprime. Todo el interés
del filósofo por los testimonios verbales gira en torno al problema de saber si
son verdaderos o falsos. De su verdad depende no sólo el valor educativo de la
palabra, sino también su valor de conocimiento. Por eso Platón considera tanto
más paradójica la tesis de que la educación no comienza por la verdad, sino
por la "mentira".[58] Alude con ello a los mitos
que se les cuentan a los niños y tampoco él ve otro camino para empezar. Pero
aunque en este lado como en otros asigne a la ilusión, cuando se emplea
conscientemente como medio de educación o de curación, el lugar que le
corresponde, hace en seguida una reserva esencial, que equivale a una ingerencia
profunda en los métodos empleados hasta entonces. Las historias que contamos a
los niños no son verdaderas, tomadas en conjunto, es cierto; pero encierran por
lo menos una parte de verdad. Ahora bien, en todas las cosas, y especialmente
en la educación, tienen gran importancia los comienzos, pues la educación
arranca de la fase más temprana y más tierna en la evolución del hombre. En
esta edad es más fácil moldear a éste y adquiere para siempre el sello o el
"tipo" que se le imprime. Por tanto, nada menos adecuado que la
despreocupación con que nos ponemos a contarles a los niños historias sobre
cualquier clase de hombres. Las ideas que de este modo les inculcamos son
muchas veces las contrarias precisamente a las convicciones que deberán
abrigar cuando sean adultos. Por esta razón, Platón sostiene que los que
cuenten cuentos y leyendas deben ser vigilados, pues dejan en el alma del niño
una huella más duradera[59] que las manos de quienes
cuidan de su cuerpo.
Platón exige que en todas las historias, grandes o
pequeñas, se exprese el mismo "tipo" de hombre.[60] Es cierto que un fundador de
estados no puede ser a su vez, como tal, un poeta, pero sí debe tener una
conciencia clara de los tipos generales que los poetas toman como base de sus
relatos. Platón tan pronto habla de un tipo como de tipos en plural. Al
expresarse así, no quiere referirse precisamente a la necesidad de que el
poeta creador se oriente hacia un determinado número de esquemas
preestablecidos, hacia una tipología escueta, sino que alude a la figura y al
contorno de todas las re-
605
presentaciones valorativas, principalmente a las que
se refieren a lo divino y a la esencia de la areté humana y que sus
obras inculcan al alma del niño. Ante los ojos del lector actual de Homero o de
Hesíodo aparecen inmediatamente numerosas escenas que él no enjuiciará de otro
modo que Platón si las midiese por el rasero de su sentimiento moral. Lo que
ocurre es que está acostumbrado a contemplarlas sólo desde el punto de vista
de lo ameno, y así se las contemplaba ya en tiempo de Platón. Difícilmente
podría afirmarse que estas escenas sean adecuadas para niños. Tampoco
incluiríamos en un libro de relatos infantiles la leyenda de Cronos devorando a
sus hijos. Pero entonces no existían libros para niños. A los niños se les daba
a beber vino desde muy pronto y se alimentaba su espíritu con auténtica
poesía. Sin embargo, el hecho de que Platón tome como punto de partida estas
historias que se les cuentan a los niños no quiere decir que su crítica de la poesía
esté escrita, ni mucho menos, desde un punto de vista pedagógico
exclusivamente, en este sentido estrecho de la palabra. No se propone en modo
alguno una simple orientación de las lecturas ad usum Delphini. En el
fondo de este problema aparece el profundo antagonismo de principios entre la
poesía y la filosofía, que preside toda la lucha Platónica en torno a la
educación y se agudiza al llegar a este punto.
No es Platón el primer filósofo griego que censura a
la poesía. Hay tras él, en este sentido, una larga tradición, y aunque no sea
posible, naturalmente, referir su crítica, desde el punto de vista especial en
que ésta se coloca, a sus predecesores, no procederíamos de un modo histórico
si desconociésemos el poder de esta tradición y su influencia sobre la
filosofía Platónica. Su ataque parte de la falta demasiado humana de dignidad
que presentan las imágenes de los dioses en Homero y Hesíodo, que había sido ya
precisamente el punto de arranque de las poesías satíricas de Jenófanes en su lucha contra la poesía épica.[61] Heráclito se había expresado
también en el mismo tono y, por su parte, la moderna poesía se aliaba en Eurípides
a esos ataques filosóficos.[62] ¿Ύ acaso un
Esquilo y un Píndaro pensaban de otro modo sobre el Olimpo homérico, y no
oponían, con todo el peso de su seriedad moral y toda la fuerza de su fe
personal, una imagen más pura de lo divino a la de aquellos poetas antiguos,
aunque se abstuviesen en un grado mayor de aquellas críticas negativas? Hay
una continuidad ininterrumpida que va desde estos testimonios antiquísimos de
reprobación religiosa y moral de Homero hasta los Padres cristianos de la
Iglesia, que toman no pocas veces sus argumentos y hasta sus palabras contra el
antropomorfismo de los dioses griegos de las obras de estos filósofos paganos.
En el fondo, la serie comienza ya con el mismo poeta de la Odisea, visiblemente
preocupado por asignar a sus dioses, y de modo especial a 606 Zeus, una actitud más digna que la que conocemos por
la Ilíada.[63]Platón recoge directamente
las razones de Jenófanes en detalles como el de la crítica de las luchas entre
dioses y gigantes o del odio y la discordia entre los inmortales de Homero,[64] y la fuente última de su
sensibilidad es la misma que la de sus predecesores: al igual que ellos, aplica
el rasero de su moral a las ideas de los antiguos poetas y las encuentra
inadecuadas a lo que él exige de lo divino y, por tanto, falsas. Ya Jenófanes
atacaba a Homero "porque desde el primer momento Homero había servido de
maestro a todos",[65] y le combate porque tiene
la conciencia de hallarse en posesión de una sabiduría nueva y más alta.
Las objeciones de Platón se mueven en la misma
línea, aunque se remonta muy por encima de su antecesor. No se limita a
censurar ocasionalmente la influencia negativa de la poesía sobre el pensamiento
del pueblo, sino que asume en su República el papel de un renovador de
todo el sistema de la paideia griega. La poesía y la música habían sido
consideradas siempre como las bases de la formación del espíritu y englobaban
también la educación religiosa y moral. Platón ve en esta concepción de la
poesía algo tan evidente, que no intenta en parte alguna razonarla un poco a
fondo. Pero siempre que expresa la esencia de la poesía la da por supuesta o se
refiere de modo expreso a ella en su definición. Por eso para el hombre de hoy
resulta tan difícil comprender esta actitud, porque el "arte" moderno
hubo de desprenderse, no hace mucho tiempo y entre grandes dolores, del
moralismo del Siglo de las Luces. He aquí por qué para muchos de nosotros es
inconmovible la tesis de que el disfrute de una obra de "arte" es
moralmente indiferente. No es que nos propongamos entrar a inquirir aquí la verdad
o falsedad de esta teoría; lo único que nos interesa es dejar sentado una vez
más que corresponde al modo de sentir de los griegos. Es cierto que no debemos
generalizar sin más los rigurosos postulados específicos que Platón deduce de
la misión del poeta como educador, pero sí afirmamos que la concepción como
tal no es, ni mucho menos, exclusiva de él. No la comparte sólo con la antigua
tradición griega, sino también con sus contemporáneos. Los oradores atenienses
citan ante los tribunales las leyes del estado, allí donde se trata de
comprobar el derecho escrito. Pero al mismo tiempo invocan como algo igualmente
evidente las sentencias de los poetas cuando, a falta de normas escritas,
tienen que remitirse a las leyes no escritas,[66] a cuyo poder se refiere con
orgullo Pericles en su glorificación de la democracia ateniense. La llamada ley
no escrita se halla, en realidad, codificada en la poesía. A falta de
fundamentos racionales, un verso de Homero 607 es siempre el mejor argumento de autoridad, que no desdeñan ni los
propios filósofos.[67] Esta autoridad sólo puede
compararse a la de la Biblia y los Padres de la Iglesia en los primeros tiempos
del cristianismo.
Sólo esta vigencia general de la poesía como la suma
y compendio de toda la cultura nos permite comprender la crítica a que la
somete Platón, ya que esta concepción convierte la palabra del poeta en una
norma. Pero, por otra parte, obliga a Platón a medir esta norma por otra
superior, que sabe poseer gracias al conocimiento filosófico. Un elemento
normativo sirve ya de base a la crítica de Jenófanes cuando declara que las
ideas de Homero y Hesíodo acerca de la divinidad son "inadecuadas" a
ésta.[68] Platón es, además, el
pensador cuyas investigaciones se dirigen expresamente, desde el primer momento,
a la norma suprema del obrar. Contemplados a la luz de esta norma, los ideales
de los poetas anteriores a él son en parte insuficientes y en parte
reprobables. Y si la consideramos desde un punto de vista todavía más alto,
comprendemos que la crítica Platónica de la poesía tiene que revestir una forma
aún más radical. El mundo que los poetas pintan como una realidad degenera en
un mundo de mera apariencia cuando se le mide por el conocimiento del ser puro,
a que nos abre acceso la filosofía. El aspecto de la poesía cambia, desde el
punto de vista de Platón, según que analice su valor como norma de
conducta o como conocimiento de la verdad absoluta. Lo segundo ocurre en la
disquisición final sobre la poesía en el libro décimo de la República, en
la que sólo la considera como un reflejo de otra imagen refleja. Pero aquí la
contempla desde la atalaya suprema del saber. Al estudiar la estructura de la paideia
de los "guardianes", se coloca en la atalaya de una simple
opinión acertada (doxa), plano en que se mueve toda la educación
musical, y adopta, por tanto, una actitud más transigente. Aquí reputa la poesía
como un medio importante de cultura y como expresión de una verdad superior,[69] pero esto le obliga, a su
vez, a modificar o suprimir en ella con todo vigor cuanto sea incompatible con
el criterio filosófico.
En los juicios modernos no siempre se tiene en
cuenta con la debida claridad la relación existente entre la crítica Platónica
de la poesía y la posición peculiar que el poeta ocupaba entre los griegos
como educador de su pueblo. El pensamiento "histórico" del siglo xix
no fue tampoco absolutamente capaz de sobreponerse, en 608 su modo de enfocar el pasado, a las premisas
ideológicas de su propio tiempo. Buscábamos argumentos para disculpar a Platón
o para presentar sus preceptos como más inocentes de lo que son en realidad. Se
los interpretaba psicológicamente como la rebelión de las fuerzas racionales
del alma del filósofo contra su propia naturaleza poética, o se explicaba su
desdén hacia los poetas por la decadencia cada vez más acentuada de la poesía
en su propio tiempo. Pero estas explicaciones, aunque encierren una parte de
verdad, desconocen los principios que informan la actitud de Platón. Se
enfocaba el problema dejándose llevar demasiado de la tendencia a situarse en
el punto de vista de la libertad del arte. En la lucha librada para emancipar a
la poesía y a la filosofía modernas de la tutela del estado y de la iglesia se
había invocado con frecuencia el ejemplo de los griegos, y Platón no encajaba
dentro de este marco. En vista de ello. se retocaba el cuadro para evitar que
Platón cayese en la vecindad de la policía artística de la burocracia moderna.
Sin embargo, el interés de nuestro pensador no recae precisamente sobre el
problema de cómo pueda organizarse una oficina de censura con el mayor éxito
práctico posible, y suponiendo que el tirano Dionisio se hubiese decidido a
poner en práctica el estado Platónico, habría fracasado en este punto o habría
tenido que prohibir ante todo, si se atendía al fallo judicial de Platón, sus
propios dramas. En el estado Platónico, la reforma del arte poético por la
filosofía tiene un alcance puramente espiritual y sólo es política en la medida
en que toda finalidad espiritual entraña en último resultado una fuerza de
formación política. Esto es lo que a Platón da derecho para incluir la poesía,
desde el punto de vista de la idea, en la reconstrucción de la comunidad-estado
o, en la medida en que no desencadene aquella fuerza, a pesarla y encontrarla falta
de peso. Platón no pretende extirpar la poesía que no corresponda a su
criterio; no trata de negarle cualidades estéticas. Pero esa poesía no tiene
cabida en el estado enjuto y lleno de nervios que él trata de construir, sino
en otros más ricos y ampulosos.
De este modo, la dignidad única de que los griegos
habían rodeado a la poesía se convierte en la perdición de ésta. Le ocurre lo
que al estado, al que su pretensión de tener una autoridad moral le resulta
fatal desde el momento en que Platón lo mide por la norma de Sócrates, norma
que, por su propia naturaleza terrenal, nunca podría satisfacer. Es cierto que
ni la poesía ni el estado pueden descartarse como factores morales, pero en el
estado Platónico la filosofía, el conocimiento de la verdad, les arrebata la
dirección que hasta entonces venían ostentando, al decirles en qué sentido
deben cambiar para poder ajustarse a su postulado educativo. Pero, como en
realidad no cambiarán, queda en pie aparentemente como único resultado visible
a los ojos de la crítica Platónica el hecho del abismo insuperable que en
adelante dividirá al alma griega. El anhelo aparentemente vano de Platón por
lograr una completa reconciliación 609
de la aspiración
de belleza del arte con su alta misión educadora ha hecho madurar, sin embargo,
un fruto: la poesía filosófica de sus propios diálogos. Si se le aplican los
postulados de la República, esta poesía parece ajustarse en el más alto
grado a las exigencias de la época y venir a sustituir a la poesía antigua, aun
cuando es —pese a todos los intentos hechos para imitarla— algo que escapa a
toda posibilidad de repetición. Pero ¿por qué Platón no declara, sin andarse
con rodeos, que son sus propias obras las que deben ponerse en manos de
educadores y educandos como la verdadera poesía? Se lo impide exclusivamente la
ficción del diálogo hablado. En la obra de su vejez abandona ya esta ilusión y
pide que sus Leyes se propaguen al mundo degenerado como el tipo de
poesía que necesita.[70] Por donde la agonizante
poesía afirma una vez más su primacía en la obra de su gran acusador.
La parte principal de los preceptos para la
educación de los "guardianes" la forman los "tipos" que en
el futuro deberán ser desterrados de la poesía. Platón persigue con esto una
doble finalidad. A la par que lleva a cabo una radical depuración de toda la
cultura musical, eliminando de ella todas las ideas religiosas y mo-ralmente
indignas, lleva a nuestra conciencia su postulado de que toda la educación esté
presidida por una norma suprema. Su crítica y selección de los mitos desde el
punto de vista del contenido de verdad moral y religiosa que encierra
presupone un principio irrefutable. Éste, por el momento, sólo se manifiesta
aquí en forma indirecta, en su aplicación práctica, y el asentimiento en que
Sócrates se apoya para ello tiene un carácter puramente afectivo; pero precisamente
por ello se hace sentir aún con mayor fuerza la necesidad de su fundamentación
filosófica profunda, y esta fase apunta ya un grado posterior y más alto de
conciencia en que habrá de revelarse en toda su verdad la norma que Platón
aplica aquí dogmáticamente. En primer lugar tenemos los "tipos de la
teología", o sean los esquemas para toda clase de testimonios acerca de
la esencia y la acción de los dioses y los héroes.[71]La pintura que hasta ahora
han trazado de ellos los poetas se compara a un mal retrato,[72] pues aunque se proponen
decir algo semejante a la verdad, no son capaces de ello. Lo que nos cuentan
son las violencias y las intrigas de unos 610 dioses contra otros. Para Platón, sin embargo,
destaca por encima de todo la certeza de que la divinidad es absolutamente
buena y libre de toda mácula. De su naturaleza se halla ausente, en realidad,
todo lo demoniaco, lo perverso y lo dañino, rasgos con que el mito la adorna.
No puede ser, por tanto, la causa del mal en el mundo, dondequiera que se
presente. De aquí se sigue que la divinidad sólo en un grado muy pequeño es la
autora del destino humano; no es, como enseñan los poetas, la fuente de la que
emanan todas las desdichas de nuestra vida.[73] La antigua creencia griega de que los dioses
seducen al pecado a los débiles mortales para luego hundirles a ellos y a sus
casas, es una creencia impía y contraria a la divinidad. Pero si esta creencia
se elimina, se viene a tierra con ella todo el mundo de la tragedia griega. Los
padecimientos del inocente no vienen de la divinidad, y cuando un culpable
padece, esto no debe considerarse como un mal, sino como una bendición. Todo
ello es ilustrado con numerosos ejemplos y citas tomados de los poetas. Y
asimismo se prohibe todo mito en que lo sencillamente perfecto, lo inmutable y
lo eterno se presente como encarnado en figuras mudables y múltiples de
esencia finita, o en que se achaque a la divinidad un designio de engaño o de
extravío. En el estado de Platón, esta clase de poesías no sólo no deben
utilizarse para la educación de la juventud, sino que no deben tener cabida en
ningún aspecto.[74]
El que el choque más violento de Platón con la
poesía se produzca precisamente en este punto, en lo tocante al concepto de la
divinidad y de su acción, responde a un fundamento profundo. Una de las
características esenciales de la antigua poesía griega, desde Homero hasta la
tragedia ática, consiste en creer que el destino del hombre se halla por entero
supeditado a la acción de los dioses. Según ella, no puede explicarse por sí
mismo, con razones puramente psicológicas, sino que se halla unido por los
hilos invisibles al poder que rige los mundos. La aspiración ideal del hombre
culmina en la areté heroica, pero sobre ella campea la moira divina,
con su ineluctable necesidad, y a ella se hallan también supeditados en última
instancia la voluntad y el éxito de los mortales. El espíritu de la poesía
helénica es "trágico", porque profesa el encadenamiento de todo, aun
de las supremas aspiraciones del hombre, con el gobierno de lo sobrehumano en
todos los destinos mortales. Y ni la conciencia de la propia responsabilidad
del individuo actuante por sus actos y sus desdichas, que fue creciendo a medida
que se iba racionalizando la vida en el siglo vi, pudo menoscabar en el sentido
moral de un Solón o de un Teognis, de un Simónides o de un Esquilo, aquel
último núcleo indestructible de la antigua fe en la moira que vive en la
tragedia del siglo v: la idea de que los dioses ciegan a quienes quieren
perder. La desdicha merecida o inmerecida, es la moira de 611 los dioses para esta fe en una divinidad que es la
causa de cuanto acontece, lo mismo lo bueno que lo malo.
El conflicto entre este punto de vista religioso y
la idea ética de la responsabilidad del hombre actuante se mantiene latente a
lo largo de toda la obra poética de los griegos. Tenía necesariamente que
estallar en la ruptura abierta en el momento en que el postulado ético radical
de Sócrates se aplicase como una pauta a la interpretación de la vida entera.
El mundo de la areté en el que Platón construye su nuevo orden se funda
en la premisa de la autodeterminación moral del propio yo sobre la base del
conocimiento del bien. Es incompatible con un mundo en el que reina la moira.
Lo que denomina así, la concepción del mundo de los poetas griegos, no es
en realidad, según Platón, el destino impuesto por los dioses: si la divinidad
fuese tal que enredase al hombre afanoso en las mallas de la culpa, viviríamos
todos en un mundo en que la paideia carecería de toda razón de ser. De
este modo, la certeza socrática de que el hombre quiere "por
naturaleza" el bien y es capaz de reconocerlo lleva a Platón a trasformar
la imagen presocrática del mundo. La antigua idea de la divinidad subrayaba
sobre todo su poder, viendo en ella la causa de todo. En esto coincidían
la poesía y la filosofía. Platón no retrocede ante la necesidad de abandonar
consecuentemente esta fe. No niega, por oposición a la órbita del bien y de la
libertad, el mundo de la ananke que sus antecesores veían en la
"naturaleza". Pero, como demuestra el Timeo, ésta se convierte
para él simplemente en la materia en que se realiza como naturaleza superior el
bien divino, la forma de la idea. Cuanto no se somete a ella no es más que
excepción, materialización imperfecta del ser puro y, por tanto, algo anormal.
En un mundo visto con los ojos de Demócrito, en que impere la ley de
causalidad, no es concebida una paideia como la Platónica.
Este mundo sólo es una modalidad científicamente
externa del mundo de los poetas antiguos, presidido por la moira. La
empresa de educar al hombre sólo puede tener una justificación Platónica y armonizarse
con la ley del universo si tiene como fondo una imagen totalmente nueva del
mundo, de un verdadero cosmos tal como lo concibe Platón, gobernado por un
principio bueno que le trace una finalidad. Dentro de un mundo así concebido,
la paideia representa la verdadera obra de Dios en el sentido de la Apología,
en la que Sócrates abraza este "servicio divino" y consagra a él
su vida.
Los preceptos sobre la presentación de la divinidad
van seguidos de una crítica de la poesía apoyada también en numerosos ejemplos
y enfocada desde el punto de vista de aquello en que puede perjudicar al
desarrollo de la valentía y el dominio de sí mismo. Toda la crítica de la
antigua paideia se basa, como principio de división, en la teoría
Platónica de las cuatro virtudes cívicas cardinales: la piedad, la valentía,
el dominio de sí mismo y la justicia. Esta última 612 no es tenida en cuenta aquí, lo cual se explica
expresamente al final alegando en abono de ello el hecho de no haber aclarado
todavía qué sea en realidad la justicia y qué significa para la vida y la dicha
del hombre.[75] En esta parte Platón trata también con bastante
dureza a los poetas antiguos. La descripción espantosa del mundo infernal por
Homero educaría a los "guardianes" en el miedo a la muerte. Platón no
pretende, naturalmente, desterrar del todo a Homero, pero lo somete a
mutilaciones (e)calei/fein, διαγράφειν), extirpa partes enteras de su epopeya y no rehuye,
como habrá de demostrar prácticamente más tarde en las Leyes, el
cambiar, recreándolo, el sentido de los poetas.[76] Al celoso custodio filológico de la tradición esto
le parecerá, y es lógico, el más terrible engendro de la arbitrariedad y la
tiranía. Para él la palabra original del poeta es intangible. Pero esta
concepción que se ha hecho carne y sangre en nosotros es el producto de una
cultura que ha llegado ya a su remate, que guarda las obras del pasado como
tesoros felizmente salvados del naufragio y sólo reconoce el derecho a
introducir en ellos modificaciones cuando las fuentes auténticas de los textos
permiten averiguar lo que los poetas escribieron en su forma originaria. Pero,
si nos fijamos bien, vemos que la época en que la poesía era aún una cosa viva
mostraba ya ciertos curiosos conatos y pasos preliminares hacia este postulado
Platónico de recreación poética, que nos hacen ver de otro modo esa pretensión
suya considerada como arbitraria. La necesidad de recrear poéticamente un
verso ya plasmado la encontramos, por ejemplo, mantenida por Solón ante un
poeta de su tiempo, Mimnermo, quien con blando pesimismo había sostenido que el
hombre debía morir después de llegar a los sesenta años. Solón le invita a
cambiar el sentido de su poesía, fijando el límite de edad a los ochenta años.[77] La historia de la poesía griega nos muestra
numerosos ejemplos de poetas que, deseando combatir o rectificar las opiniones
de algún antecesor suyo sobre la suprema areté humana, se pliegan muy de
cerca a su poesía y vierten el vino de sus nuevos postulados en los viejos
odres.[78] Lo que hacen en realidad es recrear poéticamente 613 a sus antecesores. Y es indudable que en la
tradición oral rapsódica de los poemas de Homero y Hesíodo este motivo condujo
también, con mayor frecuencia de lo que hoy estamos en condiciones de poder
atestiguar, a ingerencias encaminadas a corregir a los poetas en el sentido
que venimos indicando.
Este peculiar fenómeno sólo es concebible,
naturalmente, si se le proyecta sobre el fondo de la autoridad educativa de la
poesía, tan evidente para aquellos siglos como extraña hoy para nosotros. Tales
refundiciones adaptan con ingenuidad obras impuestas ya como clásicas a los
nuevos sentimientos normativos, con lo cual rinden a aquéllas, en cierto modo,
el honor más alto. Esta epanorthosis es aplicada con carácter general
por los filósofos antiguos en su interpretación de los poetas y de ellos se
trasmite más tarde a los escritores cristianos. "Reacuñar las
monedas" era el principio de una tradición no muerta aún, sino con fuerza
para seguir creando, mientras sus representantes tenían la conciencia de
trabajar en ella como copartícipes en la obra de creación y vivificación.[79] Por eso el reproche que se
hace a Platón de incomprensión racionalista para los poetas del pasado no deja
de revelar, a su vez, cierta incomprensión histórica, por parte de los
críticos modernos, respecto a lo que la tradición poética de su pueblo
significaba para él y para sus contemporáneos. Cuando, por ejemplo, Platón
sostiene en las Leyes que es necesario recrear poéticamente al antiguo
poeta espartano Tirteo, que ensalzaba la valentía como la cúspide de las
virtudes viriles y cuya obra seguía siendo la Biblia del pueblo espartano, para
poner en su lugar la virtud de la justicia,[80] se percibe de un modo
directo cuánta fuerza de autoridad debió de llegar a tener el verso de Tirteo
en el alma de quien sólo por medio de una recreación poética creía poder cumplir
al mismo tiempo su deber para con el poeta y para con la verdad.
Sin embargo, Platón no procede tan ingenuamente como
aquellos recreadores poéticos de la sabiduría poética acuñada anteriores a él.
Su gesto severo de censor aparece circundado por un halo de ironía. No discute
con quienes pretenden salvaguardar al placer poético el lugar que le
corresponde y declaran que las escenas homéricas del Hades enriquecen el valor
poético de la poesía y la hacen más placentera para la masa. Cuanto más
poéticas sean menos deben escucharlas los muchachos y los hombres que
pretendan ser libres, para que teman más a la servidumbre que a la muerte.[81] Asimismo mutila 614 en Homero, con mano implacable, todas las
lamentaciones en torno a los hombres famosos, así como las inextinguibles
carcajadas de los dioses olímpicos, puesto que mueven al oyente a una
indulgencia excesiva ante su propia propensión a la risa. Los relatos de desobediencia
e insubordinación, afán de placeres, codicia de dinero y venalidad se extirpan
como funestos. Y la misma crítica se ejerce en cuanto a los caracteres de la
epopeya.[82] Aquiles, al aceptar de
Pría-mo un rescate por el cadáver de Héctor y grandes obsequios en concepto
expiatorio por parte de Agamemnón, lesiona el sentimiento moral de los siglos
posteriores, lo mismo que su maestro Fénix, quien le aconseja que se reconcilie
con Agamemnón a base de una compensación material. Las retadoras palabras de
Aquiles contra Esperqueo, el dios-río, y su ultraje al dios Apolo, la
profanación del cadáver del noble Héctor y el exterminio de los prisioneros en
las hogueras de Patroclo no son dignas de que se les preste crédito. La moral
de los héroes homéricos es incompatible con su carácter divino, a menos que
reputemos sus relatos falsos.[83] Platón no deduce de estos
rasgos que la epopeya sea todavía, en muchos aspectos, anticuada y tosca
porque se refleja en ella el pensamiento de una época primitiva, sino que se
atiene a su principio de que el poeta debe y quiere brindar ejemplos de la más
alta areté y que lo que ocurre es que con frecuencia los hombres de
Homero no son un ejemplo. Desde este punto de vista nada podía ser más
indignante que pretender explicar históricamente aquellos defectos, pues
semejante explicación privaría por entero a la poesía de la fuerza normativa en
que descansa su pretensión de guiar a los hombres. Sólo se la puede medir por
una pauta absoluta, por lo que no cabe ante ella más que una de dos actitudes:
o dimitir o someterse al precepto de la verdad que Platón le enfrenta.[84] Esta verdad es el reverso
más completo de lo que nosotros entendemos por realismo artístico y de los que
ya existía como tal en la generación anterior a Platón. Desde el punto de vista
de la filosofía Platónica, la pintura de la fealdad y la debilidad humanas o
de los aparentes defectos del orden divino del mundo sólo capta la apariencia
de la realidad, no su esencia. Y, sin embargo, pese a todo esto, a Platón no se
le pasa siquiera por las mientes la idea de que la poesía, considerada como
potencia educativa, pueda sustituirse por los conocimientos abstractos de la
filosofía. Por el contrario, la rabiosa tenacidad con que da la batalla tiene
su razón de ser más profunda en la convicción de que la fuerza educativa de las
imágenes musicales y poéticas probadas por los siglos es insustituible.
Suponiendo que la filosofía fuese capaz de descubrir el conocimiento redentor
de una norma suprema de vida, su misión educa-
615
tiva sólo quedaría cumplida a medias, según Platón,
mientras esta nueva verdad no se infundiese como un alma a las figuras
plasmadas y plasmadoras de una nueva poesía.
El efecto de las obras de las musas no descansa sólo
en su contenido, sino sobre todo en su forma. Esto justifica la estructura de
la crítica Platónica de la cultura "música" anterior y su división en
dos
partes fundamentales: sobre los mitos y sobre el
estilo del lenguaje.[85]disquisición sobre el estilo
del lenguaje (λέξις) en la poesía tiene un encanto
extraordinario, pues nos descubre y nos presenta como conceptos firmes en la literatura
griega ciertos conceptos fundamentales de la poesía con los que, encuadrados
en una gran conexión sistemática, no nos encontramos hasta llegar a la Poética
de Aristóteles. Sin embargo, Platón no traza una teoría del arte poético
en gracia a sí misma, sino que su poética es, simplemente, una crítica de la
poesía considerada como paideia. Mientras que hasta entonces había
derivado todas las artes de una raíz común que era el afán de imitación,[86] al plantear la división de
los tipos de expresión poética nos damos cuenta de que aquí el concepto de
imitación se emplea en el sentido más estricto de imitación dramática: los
tipos de expresión poética se dividen en:
2) los simples relatos, como, por ejemplo, el ditirambo;
2) la imitación dramática;
3) la mezcla de relato e
imitación en que el yo de quien relata se oculta, como en la epopeya, donde
alternan el relato y los discursos directos de los héroes épicos, o lo que es
lo mismo, un elemento dramático.[87]
Evidentemente, Platón no podía esperar que este
punto de vista fuese comprendido sin más por sus lectores; su modo de enfocar
el problema es nuevo y es profusamente ilustrado por él a base de ejemplos de
la I Hada.
También en este punto se plantea el problema de
cuáles de estos tipos de expresión poética deben tener cabida en el estado
ideal, problema para cuya solución es dato decisivo, pura y exclusivamente, la
necesidad de la educación de los "guardianes". En una aplicación
rigurosa del principio de que cada cual debe dominar a fondo su profesión y no
dedicarse a ninguna otra cosa, Platón declara que la tendencia y capacidad de
imitación de otras muchas cosas es incom-
616
patible con las cualidades de un buen
"guardián". En la mayoría de los casos, ni siquiera un actor trágico
es capaz de representar bien la comedia y un recitador de epopeyas rara vez
está en condiciones de desempeñar un papel dramático.[88] La de los
"guardianes" debe ser una profesión en la que sólo se sepa desempeñar
bien un oficio: velar por la libertad del estado.[89] La antigua paideia no
se proponía formar especialistas, sino sólo buenos ciudadanos en general.
Platón, aunque mantiene en pie de modo expreso el ideal de la kalokagathía[90]con respecto a sus
"guardianes", al medir poco equitativamente las exigencias que
formula a las representaciones dramáticas de los profanos por la pauta de los
actores profesionales altamente especializados de su tiempo, convierte de
pronto el problema de la inclusión de la poesía dramática en la educación de
los "guardianes" en caso de conflicto entre dos distintos talentos
especiales que harían mejor en no mezclarse en forma chapucera. La marcada
predilección por la limpieza de las profesiones especializadas en un genio
universal como el de Platón constituye un fenómeno raro, pero psicológicamente
comprensible. Con toda claridad es un síntoma del conflicto interior que en
éste como en algunos otros puntos conduce en Platón a una solución un tanto
forzada. Del hecho de que la naturaleza humana "sólo se invierte a
trozos" saca la conclusión de que es mejor para el soldado cultivar
conscientemente la unilateralidad.[91]
Pero al lado de este argumento, en que se exagera
algo la rigidez, hay en él la conciencia profunda de que la imitación, sobre
todo una imitación continuada, influye en el carácter del imitador. Toda imitación
es un cambio del alma; es, por tanto, el abandono pasajero de la forma anímica
propia y su adaptación a la esencia de lo que se trata de representar, lo mismo
si se trata de algo mejor que si es algo peor.[92] Por eso Platón quiere que
los "guardianes" no se ocupen de representaciones dramáticas más que
para personificar las formas de la auténtica areté. Y excluye por
principio todo lo que sean imitaciones de mujeres, de esclavos, de hombres o
conductas de carácter vil y de espíritus mezquinos, de toda clase de tipos que
no participen de la kalokagathía. Y los jóvenes que se estiman en algo
no deben tampoco imitar, como no sea en broma, los sonidos de los 617 animales, el ruido de los ríos, el rugido del mar,
el estruendo de un trueno, el bramido del viento o el crujido de las ruedas.[93] Hay un lenguaje del noble y
un lenguaje del hombre ordinario, y cuando un futuro "guardián" se
ponga a imitar algo debe ser al primero y no al segundo.[94] Sólo debe cuidar un estilo
sencillo, como corresponde al modo de ser de un hombre bravo, y no buscar un
lenguaje abigarrado, lleno de numerosas variaciones, que exigiría, además del
acompa-miento musical y rítmico, un cambio constante e inquieto de tonos y de
melodías.[95] A los artistas de este género
moderno y lleno de encantos se les rinden en el estado Platónico todos los
honores y toda la admiración, sus cabezas son ungidas y tocadas con cintas de
lana, pero una vez honrados se les acompaña a otra ciudad, pues en el estado
puramente educativo no hay cabida para ellos. En este estado sólo se admite a
poetas más secos y menos placenteros.[96] Platón llega incluso a
posponer la poesía dramática como tal a la poesía descriptiva, y también en la
poesía épica quiere que el elemento dramático de los discursos directos se
limite lo más posible.[97] Su modo de tratar este punto
presupone, naturalmente, el apasionamiento que la juventud de su tiempo sentía
por el teatro y por la poesía dramática. Es seguro que Platón, que en su
periodo presocrático sentía gran debilidad por la tragedia, conocería por
experiencia propia, en su persona y en la de otros, el lado negativo de estas
aficiones. Visiblemente, es su propia experiencia la que le inspira el humor
que transpiran en este punto sus manifestaciones.
La poesía y la música son, desde el punto de vista
de la cultura griega, hermanas inseparables, hasta el punto de que una sola
palabra griega abarca los dos conceptos. Pero, tras las normas que se refieren
al contenido y a la forma de la poesía viene la música, en el sentido actual de
la palabra.[98] En el caso mixto de la
poesía lírica, se funde con el arte del lenguaje para formar una unidad
superior. Después de explicar lo tocante a la poesía, tanto en su contenido
como en su lenguaje, valiéndose esencialmente, como es lógico, de ejemplos
tomados del arte poético, de la épica y del drama, no es necesario entrar a
tratar ya de la lírica, en aquello en que es poesía, puesto que se rige por
los mismos principios que aquellos otros 618 dos géneros.[99] En cambio, sí requieren nuestra atención las
melodías o armonías como tales, desligadas de la palabra. A ellas se une como
elemento no lingüístico, tanto de la poesía cantada como de la música para
danza, el ritmo. Platón establece como ley suprema que debe presidir esta
cooperación de la trinidad del logos, la armonía y el ritmo, la norma de
que el tono y la cadencia deben hallarse supeditados a la palabra.[100] Con esto declara ipso facto que los principios
proclamados por él para la poesía rigen también para la música, lo que hace
posible examinar conjuntamente desde un solo punto de vista la palabra, la
armonía y el ritmo. La palabra es la expresión inmediata del espíritu y éste
debe dirigir. El estado de cosas que la música griega de su tiempo brindaba a
Platón no era éste, ciertamente. Así como en la escena el espectáculo domina
sobre la poesía y ha creado lo que Platón llama la teatrocracia,[101] en los conciertos la poesía era la servidora de la música. Los
relatos que conocemos de la música de aquella época coinciden todos en
censurar en ella la tendencia a embriagar los sentimientos y espolear todas las
pasiones.[102] La música emancipada se convierte en demagoga del
reino de los sonidos.
Si algo habla en favor de la legitimidad de la
crítica Platónica es el hecho de haber convencido de lo acertado de su juicio a
toda la teoría musical de la Antigüedad.
Por lo demás, Platón no piensa en
poner un freno a nuestro mundo degenerado.
La esencia de éste es el desenfreno y el filósofo lo deja seguir por su
camino. En sus propios excesos lleva su
medicina. La naturaleza misma le hará
trocarse en lo contrario de lo que es, cuando el momento llegue. No perdamos de vista que su objetivo es la
ciudad sana y enjuta, la ciudad toda nervio
que fue "en un
principio", no la ciudad obesa y
llena de grasa que vino "después" y en la que tiene
que haber cabida para médicos y cocineros.
Su simplificación es radical. No
hace que vuelva atrás la evolución, sino que comienza desde el principio. En la música vemos, con mayor claridad todavía que en la
reducción de la poesía a ciertos
"tipos", que Platón no se propone precisamente trazar una teoría
completa del arte. No recarga su disquisición
con detalles técnicos, sino que se limita a trazar como legislador unos cuantos
trazos firmes para deslindar los
campos. Es lo que constituye su
sabiduría como artista, aunque nosotros, como historiadores, debamos
deplorar esa sobriedad,
pues lo poco
que su crítica nos dice
constituye la base de todo lo que sabemos acerca de las armonías en la
música griega. No
podríamos describir en sus detalles la gimnasia o la música griegas, los
fundamentos en que se basaba la paideia del periodo antiguo y del
periodo clásico, porque no nos lo permite el acervo de la tradición. Por eso estos temas no 619 son tratados en nuestra exposición como capítulo aparte, sino que nos
ocupamos de ellos allí donde su imagen se presenta en los monumentos y en las
discusiones de la Antigüedad, teniendo que consolarnos con que para nosotros,
lo mismo que para Platón, el aspecto técnico de estos problemas es secundario.
El propio Platón se remite varias veces a los especialistas en lo que se
refiere al lado técnico de la teoría de la armonía y apunta que Sócrates
conocía la teoría de la música de Damón, que había hecho época en su tiempo.[103] Por eso sólo se hacen
indicaciones tan someras como la de que debe prescin-dirse de la melodía
lídica-mixta y de la lídica-tensa, por ser adecuadas a la lamentación y al
duelo, prohibidos previamente en la crítica de la poesía. Asimismo se
reprueban las melodías desmadejadas, buenas para las orgías, tanto las jónicas
como las lídicas, pues ni la embriaguez ni el desmadejamiento cuadran bien a
los "guardianes".[104] El interlocutor de Sócrates,
el joven Glaucón, que encarna los intereses de la juventud culta, se siente
orgulloso de poder hacer gala de sus conocimientos de teoría de la música. Se
da cuenta de
que en estas condiciones sólo prevalecerán las
melodías dórica y rigia, pero Sócrates no se deja arrastrar a tales detalles.
Platón le pinta así, conscientemente, como el hombre de verdadera cultura cuya
mirada ahonda en la esencia de las cosas, pero a quien no cumple rivalizar con
los especialistas. La precisión, que es exigencia natural en el experto, sería
en el hombre culto pedantería y no se reputaría digna de un hombre libre.[105] Por eso Sócrates se limita a
decir, en términos generales, que desea ver conservado únicamente aquel tipo de
melodía en que se imite el tono de voz y el acento del guerrero en presencia
del peligro, las heridas y la muerte, o del hombre pacífico de carácter sereno
y conducta mesurada.[106] Y lo mismo que las melodías
ricas se abandona también la riqueza de instrumentos musicales. Los
instrumentos no deben valorarse por la variedad de los sonidos que reproducen o
por el número de cuerdas que poseen. Quedan suprimidos por completo las
flautas, las arpas y los címbalos, y se mantienen exclusivamente la lira y la
cítara, instrumentos adecuados para melodías simples; en el campo sólo deberán
sonar los caramillos de los pastores.[107] Recordamos a este propósito
el relato de que las autoridades espartanas prohibieron actuar al genial
innovador Timoteo, maestro de la música moderna de la época, basándose en que
no utilizaba la cítara de siete cuerdas de Terpandro, santificada por la
tradición, sino un instrumento de más cuerdas y de mayor riqueza armónica. Aun
suponiendo que esta historia no sea cierta, está por lo menos bien inventada
para ilustrar el hecho de que cualquier cambio fundamental que se introdujese
en la armonía musical constituía una revolución política para los oídos
griegos, pues 620
modificaba el
espíritu de la educación sobre que descansaba la vida de la polis.[108] Y que este sentimiento no obedecía a una estrechez de espíritu
específicamente espartana, sino que prevalecía también, e incluso tal vez con
mayor intensidad, en un estado democrático como Atenas, aunque fuese bajo
distinta forma, lo demuestra la tempestad de indignación que se levantó contra
la música moderna en toda la comedia ática de la misma época.
Inseparable de la armonía es el ritmo, o sea el
orden en el movimiento.[109] Ya dijimos más arriba que la
palabra griega, por su origen, no entraña la acepción de movimiento, pero
expresa en numerosos pasajes el "momento" de una posición u
ordenación fija de objetos.[110] La mirada del griego la
reconoce tanto en estado de quietud como en estado de movimiento, en el compás
de la danza, del canto o del discurso, sobre todo si es en verso. Según el
número de largas o breves de un ritmo y de su conexión entre sí se produce una
ordenación distinta en el paso o en la voz. También aquí rehuye Sócrates entrar
en cuestiones técnicas propias del especialista, pero ha oído a éste algo que
excita su fantasía: la teoría del ethos en la armonía y el ritmo. De
esta teoría se deriva lo que Platón enseña acerca de la selección de las
armonías, a saber, que sólo son aceptables aquellas armonías que expresan el ethos
del hombre valiente o del hombre sereno.[111] Y de entre la riqueza de las
clases de ritmos no selecciona tampoco más que aquellas que imitan la esencia
de estas dos actitudes morales de la voluntad. Por donde la teoría del ethos
se erige en el principio común tanto de la paideia musical como de
la paideia rítmica. Más que razonarla, lo que Platón hace es darla por
supuesta. Pero ya el mero hecho de que tome esta teoría de Damón, el mayor
teórico musical de la época socrática, demuestra que no esta-
621
mos ante algo específicamente Platónico, sino ante
una concepción de la música peculiar de los griegos, que de un modo consciente
o inconsciente, fue decisiva desde el primer momento con respecto a la posición
dominante que la armonía y el ritmo desempeñaban en la cultura griega.
En su esbozo de la educación, contenido en el libro
octavo de su Política, Aristóteles continúa desarrollando la teoría del ethos
en la música. Sigue para ello las huellas de Platón, pero es, como suele
sucederle en grado mayor todavía que a su maestro, intérprete del modo de
pensar del conjunto de Grecia. Aristóteles afirma el contenido ético tanto de
la música como del ritmo y deriva precisamente de él la importancia que ambos
tienen para la educación.[112] Ve en el ethos de las
armonías y del ritmo el reflejo de actitudes del alma de diverso valor y plantea
el problema de si estas cualidades que percibimos mediante la apreciación
acústica, y a las que damos el nombre de ethos, se presentan también en
el campo del tacto, del gusto o del olfato. Niega en absoluto su existencia a
través de estos sentidos,[113]negación que nosotros no
hemos de contradecir. Pero no concede tampoco ningún ethos, en general,
a las impresiones trasmitidas por el sentido de la vista a través de las artes
plásticas. Entiende que este tipo de efectos se limita a ciertas figuras
pictóricas y escultóricas, e incluso en éstas sólo se lo reconoce en
proporciones restringidas.[114] Además, según Aristóteles,
en estos casos no se trata tampoco de verdaderos reflejos de un ethos, sino
de meros signos suyos, expresados en colores y en figuras. De las obras del
pintor Pausón, por ejemplo, no trasciende ningún ethos y sí en cambio de
las de Polig-noto y de las de ciertos escultores.[115] Por el contrario, las obras
musicales son imitaciones directas de un ethos. El admirador del arte
plástico de los griegos se sentirá inclinado a negar al filósofo ojo de
artista, explicando así su modo desigual de enjuiciar el contenido ético de la
música y el de la pintura y la escultura. Con esto podría relacionarse tal vez
su tesis de que el oído es, en los sentidos humanos, el órgano espiritual por
excelencia, mientras que Platón asignaba al ojo la afinidad suprema con el
espíritu.[116] Pero, a pesar de todo, queda
en pie el hecho de que a ningún griego se le ocurrió jamás asignar un lugar en
la paideia a las artes plásticas y a su contemplación, al paso que la
poesía, la música y la rítmica dominaron siempre en el pensamiento educativo de
este pueblo. (Lo que Aristóteles dice acerca del valor del dibujo no guarda
ninguna relación 622
con el sentido para el arte plástico y no puede,
por tanto, alegarse como objeción para
invalidar este juicio.) [117]
Platón sólo alude también con una palabra, a modo de
apéndice (después de poner fin a su comentario sobre la educación
"música"), a la influencia de la pintura, que coloca en el mismo
plano que el arte de tejer, el arte decorativo y la arquitectura, sin referirse
para nada a la escultura.[118] No se ve muy claro hasta qué punto asigna a estas
artes un ethos en el sentido del que reconoce a la música y a la poesía;
[119] evidentemente, se las menciona más bien para completar
el cuadro, como formas de expresión de un espíritu general de decoro y
severidad o de opulencia carente de buen gusto, y, así consideradas, como
factores que contribuyen a crear una determinada atmósfera pública en el buen o
en el mal sentido.[120] Pero no son, desde luego, los verdaderos pilares de
la paideia.[121] El sentido para apreciar la acción educativa de semejante atmósfera es
algo específicamente griego, pero aun así sólo en Platón lo encontramos
elevado a tal refinamiento. Y volveremos a encontrarnos con él en la educación
filosófica de los regentes.[122] Por mucho que la tendencia a espiritualizar la
educación se acentúe, el griego no deja de percibir jamás que se trata de un
proceso de crecimiento. Las palabras correspondientes "educación" y
"nutrición", que al principio eran casi idénticas en su significado,
siguen siendo siempre términos gemelos.[123] Empiezan a diferenciarse, es cierto, cuando el
concepto de la paideia va tendiendo cada vez más a designar la cultura
intelectual; ahora, la "nutrición" expresa la fase preespiritual del
proceso infantil. Pero Platón vuelve a establecer una afinidad mayor entre
ambos conceptos, en una etapa superior, pues no concibe el proceso de formación
espiritual del individuo de un modo aislado, como lo hacían los sofistas, sino
que reconoce que la cultura del espíritu requiere también ciertas premisas de
clima y ciertas condiciones de desarrollo.[124] El concepto Platónico de la cultura, pese a toda su
elevada espiritualidad, ha recobrado algo de aquel carácter vegetal que en la 623 concepción individualista de los sofistas había
perdido. Tocamos aquí a una de las raíces de la voluntad Platónica que mueve al
hombre hacia la comunidad-estado; es la conciencia de que el hombre no prospera
en el estado de aislamiento, sino dentro de un mundo circundante adecuado a su
ser y a su destino. El estado es necesario para que pueda existir una
educación; necesario no sólo como autoridad legislativa, sino también como el
medio ambiente, como la atmósfera que respira el individuo. No basta con que el
alimento espiritual de la cultura musical sea puro; las obras de todas las profesiones,
todo lo que tiene forma debe reflejar el mismo espíritu de una actitud noble y
unirse en la aspiración hacia una perfección suma y hacia el decoro y la
dignidad. Es necesario que todo el mundo, desde su más tierna infancia,
respire en este ambiente algo así como el aire de una comarca sana.[125]
Pero aunque el arte y la artesanía contribuyan
conjuntamente a crear el clima, espiritual, lo "músico" sigue siendo
"el alimento verdaderamente cultural".[126] Tampoco en este punto el
pensamiento Platónico se halla informado de modo exclusivo por la tradición.
Platón se plantea conscientemente el problema de si es legítima o no la
primacía sobre las otras artes que la tradición de la paideia griega
reconoce a lo "músico". Y llega a la conclusión de que es perfectamente
justificada, ya que el ritmo y la armonía "son los que más hondo penetran
en el interior del alma y los que con más fuerza se apoderan de ella,
infundiéndole y comunicándole una actitud noble". Pero no considera lo
músico superior a las demás artes sólo por su dinámica anímica, sino también
porque educa al hombre para percibir con una precisión incomparable lo que hay
de exacto o de defectuoso en una obra de belleza y en su ejecución.[127] Una persona educada en lo
músico, por el hecho de asimilarlo espiritualmente, siente desarrollarse dentro
de sí, desde su juventud y en una fase inconsciente todavía de evolución, una
seguridad infalible de goce de lo bello y de odio a lo feo que más tarde la
capacita para saludar con alegría, como algo afín a ella, al conocimiento
consciente, si éste se presenta.[128] En realidad, la educación
que Platón quiere que se dé a sus "guardianes" se adelanta, en la
forma interior inconsciente con que las obras de las musas educan al hombre, a
los conocimientos supremos que la educación filosófica de su clase de regentes
pondrá de relieve más tarde de un modo consciente. Platón apunta así a un segundo
tipo superior de cultura, y al mismo tiempo deja traslucir ya claramente los
linderos de la educación por las musas, que era en la Grecia antigua el único
tipo de cultura superior del espíritu. Además, esta educación adquiere un
significado nuevo, como fase previa 624 inexcusable para el conocimiento filosófico puro, que sin la base de
la cultura "música" quedaría flotando en el aire.
El conocedor profundo de estas cosas advertirá que
aquí no se trata precisamente de un giro psicológico sutil, pero más o menos
fortuito, sino de un corolario pedagógico fundamental de la teoría Platónica
del conocimiento. Según la teoría de Platón, la inteligencia, por muy aguda que
sea, no tiene acceso directo al mundo del conocimiento de los valores, que es
lo que en último resultado interesa a la filosofía Platónica. En la Carta
séptima se describe el proceso del conocer como un proceso gradual que va
desarrollándose a lo largo de toda la vida y que hace que el alma se parezca
cada vez más a la esencia de los valores que aspira a conocer. El bien no puede
concebirse como algo formalmente conceptual situado fuera de nosotros, sin que
de antemano hayamos participado previamente de su naturaleza; el conocimiento
del bien sólo se desarrolla en el hombre a medida que se va haciendo
realidad y va cobrando forma en él mismo.[129] Por tanto, para Platón el
camino que conduce a la educación de los ojos de la inteligencia es el de la
educación del carácter, la cual, sin que el hombre tenga conciencia de ello,
modifica su naturaleza de tal modo por la acción de las fuerzas espirituales
más vigorosas: la poesía, la armonía y el ritmo, que por último le es dable
alcanzar el principio supremo a través de un proceso que va acercándole a su
misma esencia. La esencia de este largo y trabajoso proceso educativo que forma
el ethos del hombre es comparada por Sócrates, con su familiaridad
habitual, a la enseñanza elemental de la lectura y la escritura.[130] Cuando conocemos las letras
del alfabeto en todas las palabras y combinaciones que con ellas puedan
formarse, dominamos la escritura en el pleno sentido de la palabra. Del mismo
modo, podemos decir que sólo tenemos una cultura "música" en el
sentido pleno del vocablo cuando sabemos percibir y apreciar debidamente
siempre y en todas sus manifestaciones, en lo pequeño y en lo grande, las
"formas" del dominio de sí mismo y de la prudencia, de la valentía y
de la generosidad, de la distinción y de cuanto con ellas se relaciona, al
igual que sus manifestaciones reflejas.[131]
CRÍTICA DE LA GIMNASIA Y LA MEDICINA
Platón erige al lado de lo "músico", como
la otra mitad de la paideia, la gimnasia.[132] Aunque su verdadero interés
versa sobre la educación "música", el fortalecimiento físico reviste
también la mayor importancia para la cultura de los "guardianes",
por cuya razón debe practicarse la gimnasia desde la infancia. Al llegar aquí,
se ve que el hecho de poner por delante la cultura por las musas no obedecía 625 solamente, como Platón argumentaba al principio, a
la razón de que tuviese que iniciarse antes en el tiempo.[133] Es además anterior a la
gimnasia en el plano de los principios, pues si un cuerpo apto no es capaz de
hacer con su aptitud que el alma sea buena y excelente, un espíritu escogido
puede, por el contrario, ayudar al cuerpo a perfeccionarse.[134] Sobre este principio
descansa la estructura de la composición Platónica. Platón entiende que lo
primero es formar espiritual-mente al hombre en su plenitud, encomendándole
luego el cuidado de velar individualmente por su cuerpo. Aquí, lo mismo que en
lo tocante a la educación "música", Platón se limita a trazar ciertas
líneas fundamentales,[135] para no caer en la
prolijidad. Los griegos consideraron siempre al atleta como el prototipo de la
fuerza física, y puesto que los guerreros están llamados a ser "los
atletas de las luchas más importantes", parece que lo más lógico y natural
sería tomar como ejemplo para ellos el método, ya tan desarrollado, de la
formación de los atletas.[136] Tampoco éstos deben,
naturalmente, entregarse a la bebida. Sin embargo, Platón no toma como modelo,
ni mucho menos, las reglas que los atletas deben guardar por lo demás durante
su entrenamiento, en lo tocante a la alimentación; estas reglas hacen a los
atletas demasiado sensibles y los someten demasiado a su dieta; sobre todo, su
hábito de dormir mucho no es el más adecuado para quienes deben ser la
vigilancia en persona. Los "guardianes" deben poder adaptarse a
todos los cambios de comida, bebida y clima, sin que su salud peligre por ello.[137] Platón exige para ellos un
tipo completamente distinto y más sencillo de gimnasia (a(plh= gumnastikh/), análogo al tipo de música que prescribe para su educación.[138] Lo mismo que allí se
simplificaban la instrumentación y la clase de armonía,[139] aquí debe prescindirse, en
cuanto a los ejercicios físicos, de todo lo superfluo, para retener sólo lo
estrictamente necesario.[140] Hay dos cosas que
constituyen para Platón síntomas infalibles de una mala paideia: los
tribunales de justicia y los establecimientos sanitarios. El alto desarrollo de
estas instituciones es cualquier cosa menos el orgullo de la civilización. La
meta del educador debe ser lograr que lleguen a ser superfluas dentro de su
estado.[141]
El paralelo entre el arte del juez y el del médico
lo conocemos ya desde el Gorgias. El hecho de que Platón lo reafirme
aquí significa que forma parte integrante esencial de su teoría de la
educación.[142]Frente a él aparecen la
analogía entre el legislador y el gimnasta, 626 cuyos oficios recaen sobre el
alma sana y el cuerpo sano, respectivamente, lo mismo que el juez y el médico
se ocupan a su vez, respectivamente, del alma enferma y del cuerpo enfermo.[143] Lo mismo ocurre en la República,
con la diferencia de que aquí es la cultura "música" la que se
equilibra con la gimnasia en el lugar que el Gorgias asigna a la
legislación; esta cultura abarca todas las normas superiores de la conducta
humana, y quien las encarna en su persona no necesita para nada de la
legislación en el sentido jurídico de la palabra.[144] La función de la judicatura
en la sociedad corresponde a la de la medicina para el cuerpo, a la que Platón
llama con ironía la "pedagogía de las enfermedades".[145] Sin embargo, el momento de
la enfermedad es demasiado tardío como punto de arranque para una verdadera
influencia educativa. La evolución de la medicina en la época de Platón y la
importancia cada vez mayor de la dietética, que en ciertos sistemas médicos
empezaba a tener por aquel entonces una importancia verdaderamente primordial,
demuestra que la filosofía, con su postulado de velar por el cuerpo sano,
representa la conciencia más avanzada y es a su vez un factor importante de
progreso.[146] La educación de los
"guardianes" permite a Platón dedicar una gran atención al cuidado de
la salud, puesto que la gimnasia, a cargo de la cual corre esa misión, ocupa
por razones profesionales un importante lugar en la vida de esta clase.
Estamos ante el caso ideal. Hasta que punto el arte médico depende de la
posición social y de la profesión del paciente lo sabe todo lector de la
literatura médica de los griegos. Con harta frecuencia sus preceptos van sólo
dirigidos a la gente rica, a los que disponen de tiempo y dinero
para consagrarse exclusivamente a su salud o a sus enfermedades.[147]
Pero este tipo de vida es incompatible con el principio platónico de la
división del trabajo. Por ejemplo, ¿como podría un carpintero que se enfermase
entregarse durante largo tiempo a un tratamiento que le impidiese ejercer su
profesión? No tiene más remedio que trabajar o echarse a morir.[148] Y
tampoco el hombre de posición acomodada puede dedicarse, si está enfermo, a la
profesión que el poeta Focílides le asigna en su sentencia un tanto realista:
"Cuando hayas ganado bastante dinero, practica la virtud."[149]
¿Qué virtud podría practicar, ni en su casa ni en su estado, si tuviese que
dedicarse constantemente a cuidar de su cuerpo mediante ejercicios complicados
que rebasen la medida normal de la gimnasia? Este tipo de vida le incapacitaría
sobre todo para dedicarse al cultivo de su espíritu, para aprender y 627 meditar, pues tendría que
hacer a la filosofía responsable de sus vértigos y dolores de cabeza.[150] En realidad, media una
afinidad natural electiva entre la filosofía platónica y el cuerpo, a quien
una educación rigurosa pone en posesión de una salud perfecta. Nada más lejos
de ella que esa morbidez que algunos intérpretes le atribuyen. Es cierto que
Platón postula en el Fedón la necesidad de que el alma se vuelva de
espaldas al mundo del cuerpo y de los sentidos, para poder concentrarse en el
examen de las verdades puramente abstractas, pero el espíritu en que se inspira
la paideia gimnástica en la República complementa certeramente
el cuadro. Y ambas imágenes juntas nos dan ¡a idea del Platón total.
Nada más lejos de su ánimo que menospreciar el valor
de la función del médico o considerarla incluso absolutamente superflua. Pero
ve la profesión médica, naturalmente, de distinto modo según que hable de lo
que representa en la sociedad de su tiempo o de lo que significa en el estado
ideal. En las condiciones primitivas pero sanas que Platón restaura en la República
con la varita mágica de su imaginación poética, no toma como modelo la
refinada ciencia médica de su tiempo, sino la era heroica de la medicina, tal
como la pinta Homero. El verdadero político de la salubridad es para él el
mismo dios Asclepio.[151] Asclepio inventó el arte de
la medicina para los hombres sanos cuyo cuerpo padecía transitoriamente de
algún daño local y con el fin de eliminar este daño. En los poemas homéricos,
ni este dios ni sus hijos se ocupan nunca, en cambio, de los cuerpos minados por la enfermedad. En el
caso de Furipilo herido de gravedad, es la fiel servidora que le cuida la que le prepara una bebida
que hoy mataría hasta a un hombre sano. La herida de Menelao, causada por la
flecha envenenada de Pandaro, es succionada por Macaón, el hijo de Asclepio, que se la unta luego con un medicamento. Esto llevaba
implícita la conciencia, mantenida por la medicina hipocrática, de que las
naturalezas sanas se curan por sí mismas en caso de enfermedad, aunque un
tratamiento adecuado facilite su curación. En cambio, el médico debe dejar
morir los cuerpos totalmente enfermos, como el juez mata a los hombres cuya
alma está incurablemente enferma a fuerza de crímenes.[152] La perversión alcanza su
apogeo cuando en vez de confiar cada vez más a la medicina la educación del
hombre sano se convierte por el contrario la gimnasia en un método médico
contra las enfermedades crónicas, como lo hacía Heródico, quien con esta confusión entre
la gimnasia y la medicina hizo época en el mal sentido. Lo
único que conseguía con ello era atormentarse a sí mismo y a los demás y,
poniendo obstáculos a la muerte a fuerza de darle largas y más largas
artificialmente, logró por último llegar a una avanzada edad.[153]
Los "guardianes" del estado ideal no necesi-
628
tarán, gracias a su educación "música",
tener nada que ver con los jueces ni con la ley. Y su educación gimnástica les
eximirá asimismo de la necesidad de aconsejarse del médico.
La finalidad de la gimnasia, por la que deben
medirse en detalle los ejercicios y los esfuerzos físicos, no es alcanzar la
fuerza corporal de un atleta, sino desarrollar el ánimo del guerrero.[154] No es
cierto, por tanto, como muchos creen, y como el propio Platón parecía entender
al principio, que la gimnasia tenga por misión educar exclusivamente el cuerpo
y lo "músico" formar exclusivamente el alma.[155]Ambos educan primordialmente el alma.
Pero lo hacen en distinto
sentido, y la acción conseguida será unilateral si se da preferencia a uno de ellos
a costa del otro. Una educación
puramente gimnástica cultiva con exceso la dureza y el salvajismo del hombre,
y una educación "música" excesiva hace al hombre demasiado
delicado y blando.[156]Quien deje
que los sones de la flauta
se derramen constantemente sobre
su alma empezará ablandándose como el hierro duro y poniéndose en condiciones
de ser elaborado, pero a la larga se reblandecerá y se convertirá en papilla,
hasta que su alma carezca de nervio por completo.[157] Y, por
el contrario, quien
se someta a los
esfuerzos de la gimnasia y coma con
abundancia sin cultivar para
nada la "música" y
la filosofía, sentirá
al principio, gracias a su
energía física, cómo crecen en él el coraje y el orgullo, y se sentirá
cada vez más valiente. Pero aun
suponiendo que en los comienzos se albergase en su alma un afán natural de
aprender, su alma acabará ciega y sorda
a fuerza de no alimentarse con ninguna ciencia y ninguna investigación. Este hombre se convertirá en un
"misólogo", en un enemigo del espíritu y de las musas; ya no
acertará a persuadir a nadie ni a dejarse persuadir por medio de la palabra, y
el único recurso de que dispondrá para conseguir lo que se propone será la
fuerza bruta, ni más ni menos que cualquier bestia.[158] Por eso un dios dio a los hombres la gimnasia
y la música formando la unidad inseparable de la paideia, no como la
educación del cuerpo y del espíritu por separado, sino como las fuerzas
educativas de la parte corajuda y de la parte afanosa de sabiduría de la
naturaleza humana. Quien sepa combinarlas
en la adecuada armonía será más favorito de las musas que aquel héroe mítico de
la prehistoria que supo combinar por vez primera las cuerdas de la lira.[159] Platón no
podía expresar la esencia del problema de un modo más perfecto que por medio de
esta imagen con que termina su relato
sobre la educación de los "guardia-
629
nes".[160] La lira es un instrumento de
varias cuerdas y altamente refinado. Es mudo para quien no sabe tocarlo, y
produce una insoportable monotonía cuando sólo se toca una de sus cuerdas. En
saber tocar al mismo tiempo varias cuerdas, produciendo no una estridente
disonancia, sino una bella armonía, consiste en efecto el difícil arte de la
verdadera paideia.
POSICIÓN QUE OCUPA LA
EDUCACIÓN EN EL
ESTADO JUSTO
Para la conservación del estado es necesario que
exista siempre en él el guía que posea este arte,[161] o, para expresarlo con
Platón en un pasaje posterior, en que recoge de nuevo esta idea y la
desarrolla: en el estado debe conservarse siempre un elemento en que siga viviendo
y obrando el espíritu de su fundador.[162] Este postulado entraña un
problema nuevo y aún mayor: el de la educación de los educadores. Platón lo
resuelve por medio de los regentes-filósofos. No hace seguir este problema
directamente al de la educación de los "guardianes", como se haría en
un estudio sistemático, sino que considera oportuno separar estas dos formas
de la paideia, interiormente relacionadas entre sí, por un largo
intermedio, que sostiene la tensión y al mismo tiempo la aumenta. Pero no deja
al lector ni un momento de duda sobre la orientación del camino que ha de
seguir, ya que formula inmediatamente esta pregunta: ¿cuál de los
"guardianes" deberá gobernar el estado ? [163] Para Platón es evidente y no
necesita razonarse que los regentes del estado sólo pueden salir de la capa de
los representantes de las supremas virtudes guerreras y pacíficas. El ejercicio
del poder supremo se halla subordinado exclusivamente, según él, al hecho de
poseer la mejor educación. Pero ésta no termina, ni mucho menos, con la
formacion.de los "guardianes". El preparar a los hombres para la
profesión de regente requiere un procedimiento especial de selección, que aquí
sólo se examina, por el momento, en aquello en que su ejecución cae dentro del
marco de la educación de los "guardianes".[164] Mediante una observación y
un examen incesan-
630
tes, mantenidos desde la infancia, se comprueba
cuáles son los "guardianes" que poseen en más alto grado las
cualidades de sabiduría práctica, de talento y de preocupación por el bien
común, que son decisivas en quienes han de regentar el estado. Su
incorruptibilidad y su dominio de sí mismos se ponen a prueba mediante
tentaciones de todas clases, y sólo quienes salgan salvos hasta el final de
estas pruebas sostenidas durante varios decenios se elevan a la categoría de
"guardianes" en el verdadero y estricto sentido de la palabra; los
demás, se consideran como simples "auxiliares" de aquéllos.[165]
Este sistema de contrastación del carácter presupone
que Platón, a pesar de lo alto que valora la influencia de la educación, no
cree en su eficacia mecánica y uniforme, sino que cuenta con la diversidad de
la naturaleza individual. El principio de la selección rigurosa y consciente
tiene también su importancia desde el punto de vista político para la
estructura del estado Platónico, puesto que sobre ella descansa la posibilidad
de mantener en pie el sistema de la diferenciación por estamentos.
Indudablemente, ésta presupone una cierta continuidad hereditaria de las
cualidades exigidas para pertenecer a cada uno de los tres estamentos que se
reconocen. Sin embargo, Platón admite en absoluto la posibilidad de que la
descendencia de los estamentos superiores degenere y la de que el tercer
estamento produzca, en cambio, representantes altamente calificados, y
facilita la promoción y el descenso de estos elementos mediante una selección y
una eliminación conscientes.[166] La profesión de regente del estado exige como base
un carácter especialmente fuerte. Este requisito se da bajo todas las formas de
gobierno, pero más que en ninguna en el "estado ideal" de Platón. En
este estado no existe ninguna garantía de tipo constitucional contra el abuso
de los poderes extraordinarios y casi ilimitados que pone en manos de quienes
lo regentan. La única garantía efectiva de que no se convertirán de guardianes
del estado en dueños y señores de él, de que no degenerarán de perros
guardianes en lobos que devoren el rebaño que deben guardar, reside según el
filósofo en una buena educación.[167]
Esperamos que la interpretación dada por nosotros
descartará suficientemente la posibilidad de que nadie crea que esta
"falta de garantías" del estado de Platón de que aquí se habla, debe
ser considerada primordialmente desde el punto de vista del derecho constitucional
o de la experiencia política, lo que nos llevaría a acusar a Platón de
ingenuidad por pensar que ningún estado puede gobernarse sin el complicado
aparato de una constitución moderna. Para mí es de una claridad meridiana que
Platón no se propone en modo alguno tratar con seriedad este problema, puesto
que no se interesa aquí por 631 el estado como un problema técnico o psicológico, sino que lo aborda
simplemente como marco y como fondo de un sistema perfecto de educación. Se le
puede criticar todo lo que se quiera por ello y acusarle de imprimir un
carácter absolutista a la educación: lo que no admite duda es que, para él, el
verdadero problema es el de la paideia. Ésta es, a su modo de ver, la
solución de todos los problemas insolubles. La acumulación de la mayor
plenitud posible e ilimitada de poderes en manos de quien regenta el estado no
es, para Platón, un fin en sí. Será denunciada por él como fuente de la hybris,
en su última obra, las Leyes (Cf. infra, lib. iv). Su regente
es el producto supremo de la educación, y la misión que se le asigna es la de
ser el educador supremo de toda la ciudad.
Platón no prejuzga el problema de si la educación de
los "guardianes", que tiende en primer término a lograr un tipo
medio de "guardián" lo más alto que sea posible, basta, o no, para
conseguir esta finalidad.[168] Pero aunque así quede
todavía sin determinar el contenido concreto de esta cultura del regente, en el
relato de la vida de éste que se hace a continuación, se esclarece del todo el
poder predominante de la idea de la educación en el nuevo estado, descartándose
en cambio, con sorprendente brevedad, todo lo puramente político. La vida
exterior del regente debe caracterizarse por la máxima sobriedad, severidad y
pobreza. No existe en ella absolutamente ninguna órbita privada, ni siquiera
una casa propia o comidas familiares, sino que toda ella se desarrolla en
público. El regente recibe de la comunidad lo estrictamente necesario para
comer y para vestir, no pudiendo poseer ningún dinero ni adquirir ninguna clase
de propiedad.[169] No es misión del verdadero
estado hacer que la clase dominante de la población sea lo más feliz posible,
pues este estado debe velar por la dicha de todos, y esto depende de que cada
individuo cumpla lo mejor posible su función específica y ésta solamente. En
efecto, según Platón, la vida de cada individuo tiene su contenido, su derecho
y sus límites en lo que aporte como miembro del todo social, semejante a un
organismo vivo. El bien supremo que debe procurarse es la unidad del todo.[170] Pero esto no quiere decir,
ni mucho menos, que, una vez restringidos así los derechos del individuo, pase
el todo a ocupar su lugar y que el estado deba, por su parte, hacerse lo más
rico y poderoso que sea posible. Los fines a que este estado aspira no son el
poder, la prosperidad económica ni la acumulación ilimitada de riqueza; su
ambición de riqueza y de poder termina allí donde estos bienes materiales
dejan de servir al postulado de la unidad social interior.[171]
Platón no cree
que al postular esto pida nada inasequible, sino 632 que considera que sus planes son de fácil ejecución,
siempre y cuando que los ciudadanos mantengan en pie una cosa: una buena educación,
condición en la que se basa su estado.[172] Con tal de que se cumpla
fielmente, este requisito hará surgir dentro de ese tipo de comunidad hombres
excelentes, los cuales, a su vez, abrazarán con entusiasmo la misma educación,
remontándose así sobre sus antecesores.[173] Con arreglo a su idea, la
imagen que Platón traza del orden social no descansa en una preferencia o un
capricho individual, sino que es considerada por él como la norma absoluta
impuesta por la naturaleza del hombre como un ser social y moral. Por eso este
orden debe correr a cargo del estado y no conoce evolución; todo lo que sea
alejarse de él significa degeneración y decadencia. La idea de un estado ideal
lleva implícito que todo lo que difiera de él tiene que ser necesariamente peor
que él mismo. Lo que es sencillamente perfecto no deja margen a ningún anhelo
de progreso, sino sólo al deseo de conservarlo. Y, para conservarlo, no se
dispone de otros medios que los empleados para crearlo. Todo depende,
sencillamente, de que nada se renueve en la educación.[174] Ningún peligro del exterior
puede afectar a este estado, pero, en cambio, si se modificase, por ejemplo, el
espíritu de lo "músico", se modificaría también el carácter de sus
leyes.[175] He aquí por qué Platón
recomienda que los "guardianes" construyan la ciudadela de la ciudad
sobre esta suprema cima: la cultura "música".[176] Si ésta degenera, la esencia
de lo contrario a la ley se contagiará sin esfuerzo alguno y como jugando a
las costumbres, al modo de vida y a las relaciones públicas. Pero, partiendo de
esa cima, se puede y se debe también, por el contrario, restablecer las buenas
costumbres, el respeto a la vejez, el sentimiento de devoción a los padres, el
peinado, el vestido, el calzado y la actitud del cuerpo correctos.[177] Platón se burla de un tipo
de legislación que descienda a los detalles, en la que ve una exageración
simplista de la importancia de la palabra hablada y escrita. Sólo por medio de
la educación (es decir, de la formación del hombre) es posible alcanzar la
finalidad perseguida por el legislador, y cuando aquélla es verdaderamente
eficaz, huelgan las leyes. Es cierto que el propio Platón da no pocas veces, en
su República, el nombre de leyes a los preceptos estatuidos por él para
el gobierno de su comunidad, pero estas leyes versan todas de modo exclusivo
sobre la estructura de la 633 educación. Ésta exime al estado de la necesidad de
estar constantemente creando y modificando leyes, como ocurría en la Atenas de
los tiempos de Platón, y hace inútiles las normas especiales sobre policía,
mercados y puertos, sobre el comercio, las ofensas y las violencias, así como
sobre el procedimiento civil y el régimen de los tribunales de justicia.[178] Los políticos libran una
lucha estéril contra la hidra. Se entretienen en curar los síntomas, en vez de
atacar el mal en su raíz mediante el tratamiento médico natural, que es una
acertada educación.
Los antiguos admiradores de la eunomia espartana
pintan ésta, en términos parecidos, como un sistema educativo público que hace
superflua una legislación especializada, gracias al respeto estricto a la ley
no escrita, que domina la vida toda. Ya dijimos más arriba que esta imagen de
Esparta se formó bajo la influencia de ciertas ideas reformadoras como las de
la paideia Platónica y otras corrientes críticas del estado, en el
curso del siglo iv.[179] Esto no excluye, sin
embargo, que Platón, por su parte, al trazar el proyecto de su estado
educativo, se apoyase o creyera apoyarse, lo mismo en general que en cuanto a
los detalles, en el modelo de Esparta. El desdén por la maquinaria
administrativa y legislativa del estado moderno, la sustitución de la
legislación concreta por el poder de la costumbre y por un sistema educativo
público que presida la vida entera, la implantación de comidas colectivas de
los "guardianes", el control de lo "músico" por el estado y
su concepto de ciudadela de éste, son todos rasgos genuinamente espartanos.
Pero esta interpretación de Esparta como el tipo de estado en que se había
logrado rehuir con éxito el individualismo extremo, sólo podía darla un
filósofo surgido en los tiempos de degeneración de la democracia ateniense y
formado en oposición con ella. El máximo orgullo de esta democracia era el estado
de derecho, con su respeto a la ley, el postulado de la igualdad de derechos
para todos los ciudadanos, grandes y pequeños, y el complicado mecanismo de su
autoadministración. La renuncia de Platón a estas conquistas constituye,
naturalmente, un extremo explicable sólo por la desesperada situación
espiritual de Atenas en aquella época. Platón llegó a la convicción trágica de
que las leyes y las constituciones no son tampoco más que simples formas que
tienen un valor cuando existe en el pueblo una sustancia moral que las alimenta
y las mantiene. Espíritus conservadores creían observar precisamente en la
democracia que lo que mantenía a este estado en cohesión era, en el fondo, otra
cosa de lo que su propia ideología hacía pasar por tal. No era tanto, en
realidad, la libertad recién conquistada y celosamente defendida como la fuerza
de la costumbre y la tradición, que en las democracias suele ser precisamente
más imperativa que en otros tipos de estado, de la que los propios ciudadanos
no se dan 634
cuenta y cuya
presencia apenas advierten tampoco, en la mayoría de los casos, los miembros de
otros estados. La perduración ininterrumpida de esta ley no escrita había sido
el fuerte de la democracia ática en su época heroica; su decadencia hizo que, a
pesar de todas las leyes vigentes, su libertad se convirtiese en arbitrariedad.
Una educación del tipo de Licurgo es, según Platón, el único camino para
restaurar no la aristocracia de nacimiento, como anhelaban muchos de sus
compañeros de clase, sino las antiguas costumbres y soldar de nuevo el estado a
través de ellas. Exigir de Platón un cuadro equilibrado y uniforme de todos
los elementos que forman la vida del estado sería desconocer el fondo
sentimental y condicionado por la época sobre el que se destaca su sistema
educativo. Platón pone en el centro de su investigación sobre el estado, con pasión
moral, la gran verdad que le revelan los dolores de su época y los del más
grande hombre de ella. Por muy poco ateniense que la educación Platónica sea en
cuanto a su forma externa, es evidente que su espartanismo ético consciente
sólo pudo surgir en Atenas. Es, por su esencia íntima, lo menos espartano que
pueda concebirse. Debemos ver en él el último esfuerzo ascensional de la
voluntad educativa de la democracia ateniense, que al llegar a la fase final
de su evolución reacciona contra su propia disolución y se rehace.
Por último, si nos preguntamos qué relación guarda
la educación de los "guardianes", tal como la hemos descrito, con la
esencia de la justicia, que es lo que nos hemos lanzado a investigar, vemos com
probada la predicción Platónica de que el profundizar en el problema de la
educación redundaría también en provecho del mejor conocimiento de la
justicia.[180] Es cierto que nuestra duda inicial de si aquella
larga investigación sobre la educación de los "guardianes" sería
simplemente un medio para descubrir la justicia o constituiría más bien, para
Platón, un fin en sí, estaba justificada;[181] en efecto, hemos llegado a la conclusión de que
toda la estructura del estado descansa sobre la verdadera educación o, mejor
dicho, se identifica con ella.[182] De ser cierta esta conclusión, resultaría que al
alcanzar la meta de la verdadera educación habremos realizado también la
verdadera justicia, y no nos restará sino comprender esto con mayor claridad.
Para esto, Platón recurre de nuevo a su anterior argumentación,
basada en la utilidad de tratar sobre el estado desde el punto de vista de la
investigación de la justicia.[183] Aunque desde el primer momento había puesto de
relieve, sin dejar lugar a dudas, que concebía la virtud de la justicia como
una cualidad inherente de por sí al alma humana, entendía que por medio de la
analogía del estado le sería más fácil ilustrar su esencia y su acción dentro
del alma. Y 635 ahora vemos que es precisamente su concepción
orgánica del estado la que mueve a Platón a establecer este paralelo. Para él,
la justicia dentro del estado reside en el principio por virtud del cual cada
miembro del organismo social debe cumplir con la mayor perfección
Cosible la función peculiar de él.[184] Lo mismo los "guardianes" que los
"regentes" y los "industriales", todos tienen su misión
estrictamente delimitada, y si cada uno de estos tres estamentos se esfuerza
por hacer del mejor modo posible lo que le corresponde, el estado resultante de
la cooperación de estos elementos será el mejor estado concebible. Cada uno de
estos estamentos se caracteriza por una virtud específica: los
"regentes" deberán ser sabios,[185] los guerreros valientes.[186] La tercera virtud, la del dominio sereno de sí
mismo (σωφροσύνη) no es una virtud específica en el mismo sentido en
que lo son las dos anteriores, puesto que no corresponde exclusivamente al
tercer estamento, aunque tenga para él una significación especial: la de la
armonía de las clases, basada en que los peores por naturaleza se someten por
voluntad a los mejores por naturaleza y por educación. Esta virtud debe estar
presente en las tres partes, pero formula las mayores exigencias a la capa
social llamada a obedecer.[187]Una vez que a cada una de las cuatro virtudes
cardinales de la antigua política, con excepción de la justicia, se le ha
asignado el lugar que le corresponde dentro del estado, localizándola en una
clase especial de población, a la justicia no le queda ya ningún lugar
especial ni ninguna clase de la que sea patrimonio y ante nuestros ojos se alza
intuitivamente la solución del problema: la justicia consiste en la perfección
con que cada clase dentro del estado abraza su virtud específica y cumple la
misión especial que le corresponde.[188]
Recordemos, sin embargo, que en realidad este estado
de cosas no es la justicia en el verdadero sentido de la palabra, sino simplemente
su imagen refleja ampliada dentro de la estructura de la comunidad, y
busquemos su esencia y su raíz en el interior mismo del hombre.[189] El alma consta de las mismas partes que el estado;
a la sabiduría de los "regentes" corresponde en el alma la razón; a
la valentía de los "guardianes" el espíritu animoso, y al dominio de
sí mismo, la virtud más característica de la tercera clase, consagrada al lucro
y al disfrute, la parte impulsiva del alma cuando se halla sometida a la
conciencia superior de la razón.[190] Platón apunta que esta argumentación sobre la
teoría de las partes del alma es un poco esquemática, pero no quiere abordar aquí
el problema con un método más sutil, pues esto le llevaría demasiado lejos del
tema.[191] Las dife-
636
rencias que se advierten en la estructura del alma
no podrían proyectarse sobre las diversas clases profesionales del estado si
no se diesen ya en el alma misma como elementos diferenciales.[192] Así como el cuerpo puede
moverse con una de sus partes y al mismo tiempo estar parado con otra, en
nuestra alma el elemento impulsivo se afana, mientras la razón pensante señala
de por sí límites a ese afán y la parte animosa se halla en condiciones de
intervenir en este pleito refrenando el afán y apoyando como aliada los
dictados de la razón.[193]En el alma hay fuerzas
retentivas y fuerzas propulsoras, y del concierto entre ellas surge la unidad
armónica de la personalidad. Esta unidad interior sólo puede establecerse a
condición de que cada una de las partes del alma "haga lo suyo". La
razón está llamada a mandar; la función del ánimo es obedecer y apoyar a
aquélla.[194] La sinfonía del alma es el
resultado de una combinación acertada de dos elementos: la música y la
gimnasia.[195] Esta cultura pone en tensión
el espíritu y lo nutre de bellos pensamientos y conocimientos, aflojando las
riendas del ánimo mediante exhortaciones constantes y educándolo por la
armonía y el ritmo. Una vez educadas, y cuando una de ellas haya aprendido bien
su papel, ambas deberán guiar conjuntamente los impulsos del hombre. Éstos
forman la parte mayor del alma de cada hombre y son insaciables por naturaleza.
No se les puede mover jamás a "hacer lo suyo" mediante el
cumplimiento de sus deseos. Esto les engrandecería y fortalecería, pero les
permitiría apoderarse del mando y echar por tierra la vida toda.[196]
La justicia no consiste, pues, en el orden orgánico
del estado por virtud del cual el zapatero debe trabajar como zapatero y el
sastre desempeñar su oficio de sastre.[197] Consiste en la conformación
interior del alma con arreglo a la cual cada una de sus partes hace lo que le
corresponde y el hombre es capaz de dominarse y de enlazar en una unidad la
variedad contradictoria de sus fuerzas interiores.[198]Si damos a esta teoría, por
analogía con la concepción orgánica del estado, el nombre de concepción
orgánica del cosmos del alma, llegamos por fin al punto en que reside el
verdadero centro del estado y la educación Platónica. Nos encontramos de nuevo
aquí, en este 637
pasaje decisivo,
con el paralelo entre el médico y el estadista, que con tanta fuerza se acusaba
ya en el Gorgias.[199] La justicia es la salud del alma, siempre y cuando que concibamos ésta
como el valor moral de la personalidad.[200] No consiste solamente en
actos concretos, sino en la e(/cij interior, en una
conformación constante de la "buena voluntad".[201] Así como la salud es el bien
supremo del cuerpo, la justicia es el bien supremo del alma. Con esto, queda
expuesta al más completo ridículo la pregunta de si será saludable y útil para
la vida,[202] puesto que es la salud misma
del alma, y todo lo que sea desviarse de sus normas no representa más que
enfermedad y degeneración.[203] Por tanto, la vida sin
justicia no es digna de ser vivida, lo mismo que no merece la pena de vivirse
una vida sin salud física.[204] Pero la riqueza de la
analogía entre el problema médico y el político no se agota, ni mucho menos,
por el hecho de revelar la justicia como un ser interior sustraído a todos los
cambios y vicisitudes de los poderes exteriores y, por tanto, como una órbita
de verdadera libertad. Platón saca inmediatamente de aquí otra consecuencia,
la de que si sólo existe una forma de justicia, existen, en cambio, muchas
formas de degeneración de ella, con lo cual despierta de nuevo en nosotros
el recuerdo de la medicina y la salud. Frente al estado "natural" de
la justicia y del alma justa, que a aquélla corresponde, aparece así una
pluralidad de formas degeneradas del estado y del alma.[205] La misión de la educación,
que hasta aquí parecía limitarse a la formación del tipo normal y
"natural" del alma sana, se extiende así de golpe para abarcar una
gran órbita nueva: la del conocimiento de las modalidades anormales del estado
y de las formas de degeneración de la cultura del individuo que a ellas corresponden.[206] La unión de ambas partes, la
fisiología y la patología de la virtud, para formar una sola, filosofía de la
educación, condiciona esencialmente la composición del estado Platónico y sólo
puede comprenderse y justificarse tomando como modelo la ciencia médica. Pero
Sócrates no entra a desarrollar a fondo esta sugestiva eidología patológica,
pues le sale al paso el problema de la educación de la 638 mujer y del niño y de la posición que ocupa dentro de su estado.[207]
Y con ello comienza un nuevo acto del gran drama
filosófico de la paideia.
LA EDUCACIÓN DE LA MUJER Y DEL NIÑO
No hay en el estado Platónico ningún rasgo que haya
producido una sensación tan grande entre los contemporáneos y en la posteridad
como la digresión sobre el régimen de comunidad de mujeres e hijos entre los
"guardianes". El propio Platón tiene que vencer cierta resistencia
para expresar en la República su criterio paradójico acerca de este punto,
pues teme la tempestad de indignación que habrá de levantar.[208] Sin embargo, lo que a este
propósito tiene que decir es para él la consecuencia lógica de la paideia recomendada
para los "guardianes".[209] Quien se educa como ellos
para entregarse por completo al servicio de la colectividad, quien no tiene
casa propia ni propiedad alguna, ni una vida privada ¿cómo podrá tener y
regentar una familia? Si se considera que toda acumulación de propiedad
individual es reprobable porque fomenta el egoísmo económico familiar,
entorpeciendo con ello la realización de la verdadera unidad entre los
ciudadanos, es natural que Platón no se detenga tampoco ante la familia como
institución jurídica y ética, sino que la sacrifique también al igual que lo
demás.
Es éste el punto en que con mayor claridad se
destaca el carácter utópico de la República. Sin embargo, la idea
Platónica del estado, con su exaltación mística del valor de la unidad social,
no admite transacciones ni términos medios. Claro está que Platón no llega a
aportar nunca la prometida prueba de que esta revolución moral y social que
predica sea factible,[210] y la demostración de que es
conveniente se basa exclusivamente en su necesidad como medio para
llegar a aquella unidad absoluta, restringiendo los derechos del individuo. En
la práctica, el intento de poner al individuo permanentemente al servicio del
estado,[211] tiene que conducir
necesariamente a una serie de conflictos con la vida familiar. En Esparta,
donde el 639
hombre de la
clase dominante vivía entregado casi por entero, durante toda su vida, al
cumplimiento de sus deberes militares y cívicos, la vida de familia desempeñaba
sólo un papel secundario y las costumbres de la mujer en este estado tan
severo en todo lo demás tenían en Grecia fama de licenciosas. Conocemos sobre
todo, a través de Aristóteles, la crítica de la vida matrimonial espartana.[212] Esta situación debía datar
ya de muy atrás, pues la falta de disciplina de las heroicas mujeres de Esparta
había llamado ya la atención de los griegos con motivo de la irrupción de las
tropas tebanas después de la batalla de Leuctra.[213] La afinidad del estado
Platónico con Esparta en lo que se refiere precisamente a la ausencia de una
vida familiar en la clase dominante, era tanto más comprensible cuanto que
Platón toma también de allí la institución de las comidas públicas de los
hombres.[214] Tal vez ésta fuese para él
una razón más para haber resuelto de cualquier otro modo el problema de la
posición de la mujer y de sus relaciones con el hombre y los hijos. Su comunidad
de mujeres e hijos se limita, cosa muy significativa, a la clase de los
"guardianes", que se hallan al servicio directo del estado, y no se
hace extensiva a la masa de la población trabajadora. La Iglesia habría de
resolver más tarde este mismo problema imponiendo el deber del celibato a los
sacerdotes, que representan en ella la clase dominante. Pero Platón, que
personalmente era célibe, no creía que esta fórmula pudiese tomarse en
consideración dentro de su estado, no sólo por la razón negativa de que desde
su punto de vista el matrimonio no ocupaba una fase más baja de moral que el
celibato, sino porque la minoría dominante dentro de su estado representa la
selección física y espiritual de toda la población, de la que no se podría
prescindir para procrear una nueva selección. El motivo de la exclusión de toda
posesión individual, incluyendo la de la mujer, combinada con el principio de
la selección racial conduce, para los "guardianes", al postulado de
la comunidad de las mujeres y los hijos.
Platón coloca en primer lugar el problema de la educación
de las futuras esposas de los "guardianes". En su estado, éstas
no deben ser sólo mujeres, sino contribuir también con los hombres a su función
de "guardianes".[215] Platón cree en la capacidad
de la mujer para cooperar creadoramente en la vida de la comunidad, pero no
busca esta cooperación allí donde parece que debía buscarla, en la familia. No
comparte la opinión dominante en su país según la cual la mujer se halla
destinada por la naturaleza exclusivamente a parir y criar hijos y a regentar
la casa. Es cierto que reconoce que la mujer en general es más débil que el
hombre, pero no cree que esto 640 sea obstáculo para compartir las funciones y los deberes de la profesión
de "guardián".[216] Y si ha de compartir su profesión con el hombre, es
indudable que necesita la misma nutrición (τροφή) que él y la misma cultura (παιδεία). Por tanto,
la mujer de la clase dominante deberá ser educada en la música y en la
gimnasia, al igual que el hombre, y deberá formarse para la guerra lo mismo que
él.[217]
Platón prevé con toda claridad las consecuencias a
que se expone esta ley y que parecen amenazar con la maldición del ridículo sus
innovaciones revolucionarias. Las mujeres deberán alternar desnudas en la
palestra con los hombres, no sólo las jóvenes, sino también las arrugadas
mujeres de edad, del mismo modo que en los gimnasios es frecuente ver a muchos
hombres ya viejos haciendo sus ejercicios. Pero Platón no cree que esta norma
ponga en peligro la moral; y, piénsese de ello lo que se quiera, el mero hecho
de que pudiera formularse semejante proposición demuestra qué cambio tan
enorme de sensibilidad se había operado en cuanto a la posición del hombre ante
la mujer desde la época anterior a Pericles, cuando Heródoto, en su relato
sobre Giges y Candaules, escribía que al despojarse del vestido la mujer se
despojaba también del pudor.[218] Platón observa que los bárbaros consideraban que la
desnudez era deshonrosa también para el hombre y que el sentimiento moral de
los griegos del Asia Menor, influidos por aquéllos, guardaba cierta afinidad
con este modo de pensar.[219] Tampoco el arte griego de la Antigüedad, y todavía
en el siglo v, solía representar a la mujer desnuda. Bajo la influencia de la
gimnasia y de su ideal de la areté física y también bajo la acción de su
sentimiento de lo moralmente decente y decoroso, la figura del cuerpo desnudo
del atleta varón se había convertido desde hacía largo tiempo en tema
fundamental de las artes plásticas.[220]La elección de este tema es precisamente lo que más
profundamente distingue al arte griego del arte oriental. Así como en este
punto la paideia en forma de gimnasia había trazado el rumbo del arte en
cuanto a su voluntad y a su ethos, el postulado Platónico de la
desnudez del cuerpo femenino en la palestra era un signo del cambio de espíritu
641 operado, cambio del que el arte del siglo iv pasó a la representación
del cuerpo desnudo de la mujer.[221] Este paso tuvo que
representar, necesariamente, para la sensibilidad general, un cambio no mucho
menos revolucionario que la teoría Platónica de la gimnasia femenina. Platón
comprendía que este postulado chocaría contra el modo de ver de la gente, pero
¿acaso hace tanto tiempo, se pregunta, de la implantación de la gimnasia
desnuda entre los hombres, frente a la misma tempestad de burla e indignación
que hoy levanta la propuesta de hacer esa práctica extensiva a la mujer? De
acuerdo con la tradición seguida por él, esta práctica había surgido primero en
Creta, de donde luego pasó a Esparta, hasta que, por último, se abrió paso en
todas las ciudades de Grecia.[222] Según la exposición que
Tucídides hace en la parte de su obra llamada "Arqueología", el
último residuo de la resistencia contra la desnudez total de los atletas en los
juegos olímpicos, el cinturón del atleta, había sido abandonado hacía poco
tiempo y los jónicos lo seguían llevando en aquellas justas.[223] Es posible que, para
formular su postulado de la gimnasia desnuda de la mujer, Platón tuviese
presente también el precedente de Esparta, pues la tradición llegada a nosotros
nos habla de que las doncellas espartanas hacían sus ejercicios físicos
desnudas.
Pero ¿acaso esta invasión de la mujer en la esfera
profesional del hombre no se halla en contradicción con el principio Platónico
según el cual la justicia, en un estado construido orgánicamente, con siste en
que cada cual cumpla la función a él encomendada por la naturaleza? Según este
principio, parece que individuos de constitución diferente por naturaleza no
debieran desempeñar las mismas funciones.[224] Platón considera un error
dialéctico semejante aplicación de su principio, pues el concepto de la
constitución igual o diferente se emplea aquí en un sentido absoluto, sin
tener en cuenta el tipo especial de actividades con referencia al cual se habla
de la igualdad o diferencia de constitución. Quien no tenga dotes para
zapatero, no deberá, indudablemente, abrazar esta profesión, como el que las
tiene. Pero el hecho de que una persona posea un cabello abundante y otra, en
cambio, propenda a la calvicie, no quiere decir que, a pesar de esta diferencia
impuesta por la naturaleza, no sean ambos aptos para ejercer el oficio de
zapatero. Es cierto que la diferencia natural entre el hombre y la mujer cala
más hondo en su vida que la diferencia señalada en el ejemplo anterior, pero, a
pesar de ello ambos pueden poseer las mismas dotes para el desempeño de una 642 profesión.[225] Las valiosas realizaciones del hombre significan,
sin duda, una cierta superioridad sobre las de la mujer dentro de la misma
especialidad, sin excluir precisamente aquellas que los representantes del
ideal de la mujer casera consideran como femeninas de modo específico, como son
la cocina, la repostería y el tejer; pero no existen profesiones asequibles
sólo a la mujer o al hombre.[226] Si la mujer es capaz de hacer grandes cosas en
materia de medicina o de música ¿por qué no ha de hacerlas también en la
gimnasia o en el manejo de las armas? [227] Por tanto, la educación musical y gimnástica de la
mujer no va contra la naturaleza, sino que lo contrario a la naturaleza es el
estado de cosas actual, que le impide desarrollar las dotes que le han sido
conferidas.[228] Con este postulado, Platón saca la consecuencia de
una evolución que arranca ya de la época de Pericles y de Eurípides. Es sabido
que en la antigua Atenas la mujer vivía casi siempre en un estado de incultura
física y espiritual, dedicada por entero a las labores de la casa. A partir de
entonces, encontramos huellas cada vez más frecuentes de la participación de la
mujer en las manifestaciones espirituales de su tiempo, especialmente en sus
afanes educativos. La tragedia nos revela en su riqueza cada vez más abundante
de figuras importantes de mujer, que ésta había sido descubierta como ser
humano, y su derecho a la cultura es también objeto de discusiones públicas.[229] En el cuadro de la cultura intelectual de la mujer
trazado por Platón figuran también algunos rasgos más bien espartanos. Si de
sus preceptos descartamos aquellos que tienden a convertir a las mujeres de los
"guardianes" en verdaderas amazonas, vemos que el resto
corresponde, sobre poco más a menos, al ideal que la cultura femenina moderna
se esfuerza en realizar. La aplicación de este programa no sólo es posible para
la naturaleza femenina, según Platón, sino que es, además, conveniente en grado
sumo, pues este tipo de educación fortalece la unidad del estado, al establecer
una unidad completa entre la cultura del hombre y la de la mujer, y, además,
confiere a los llamados a gobernar la superioridad sobre los gobernados que
exige de ellos su misión.
SELECCIÓN RACIAL Y EDUCACIÓN DE LOS MEJORES
Platón define el estado ideal como gobierno de los
mejores. Quiere expresar con ello un postulado que es conforme a la naturaleza
y, por tanto, absolutamente obligatorio. Debe investigarse, ante todo, la relación
entre esta "aristocracia" en el verdadero sentido de la palabra y las
formas constitutivas de la realidad,[230] pues el concepto de los me-
643
jores no puede definirse en su pleno sentido
mientras no se perfile bien el principio de la selección, es decir, el tipo de
educación que ha de darse al grupo reducido de "guardianes" llamados
a gobernar. Y como en lo relativo a la educación de la mujer hemos llegado al
punto en que ésta, después de completar su cultura musical y gimnástica, es ya
apta para cumplir su cometido de madre de la futura generación, el filósofo
cree oportuno exponer aquí sus preceptos referentes a las relaciones entre los
sexos y a la procreación. Estos preceptos encajan bien en este lugar, no sólo
por razones de orden cronológico, sino, además, porque es lo más natural que
esta premisa que condiciona la educación de los "guardianes",
considerada inexcusable por Platón, se enlace al estudio de la educación de la
mujer. Nos referimos a la selección racial de la clase llamada a gobernar.[231] La "aristocracia"
Platónica no es una nobleza de nacimiento, un régimen que confiera a los
individuos de esta capa social, desde la cuna, el derecho a dirigir en su día
el estado. Los incapaces o los indignos deben ser degradados (Cf. supra, p.
630), seleccionándose, en cambio, de tiempo en tiempo, la gente más capaz y más
digna del tercer estado para promoverla a la clase dominante. Sin embargo,
Platón asigna al nacimiento una importancia esencial en la formación de su élite.
Su convicción de que, en general, la descendencia de la clase dominante
responderá a la excelencia de sus progenitores, presupone una cuidadosa
selección de los cónyuges. El gobierno de los mejores debe basarse en la mejor
educación; ésta exige, a su vez, como terreno de cultivo, las mejores aptitudes
naturales. Era ésta una idea corriente en la época de Platón, que provenía
principalmente de la teoría pedagógica de los sofistas.[232] Pero éstos tomaban la physis
donde y como la encontraban, sin hacer nada para crearla de un modo
consciente. Este postulado formaba más bien parte de la herencia ideológica de
la ética de la antigua nobleza griega. Cuanto más arraigada se hallaba en la
nobleza la convicción de la φυά, de lo
congénito, considerado como el germen de toda verdadera virtud, más debía
preocuparse, naturalmente, por salvaguardar la preciosa herencia de la sangre.
Ya Teognis, en sus poemas ad-monitorios, había profetizado a la nobleza
arruinada de su ciudad patria, afanosa de reponerse financieramente mediante el
matrimonio con hijas de plebeyos ricos, las desastrosas consecuencias que esta
mezcla de razas acarrearía para la conservación de la antigua areté de
los nobles.[233] Platón recoge este mismo
principio, pero bajo la forma espiritualizada de que los mejores sólo pueden
ser engendrados por los mejores[234] y entiende que para
asegurarse la pureza de la 644 selección establecida se requiere un régimen especial de procreación,
puesto por él bajo el control del estado. El viejo Teognis no había soñado
siquiera con llegar a estas consecuencias. Entre la ética racial de Teognis y
el sistema Platónico de control del estado cabía, como solución intermedia, la paideia
espartana, preocupada de velar por la procreación de una sana descendencia,
tratándose de la capa señorial de la sociedad. Precisamente por los años de
infancia de Platón, este sistema de educación espartana era objeto de grandes
discusiones teóricas entre los aristócratas atenienses. Jenofonte considera un
rasgo específicamente espartano el que la disciplina rigurosa comience ya a
partir de la procreación y el nacimiento del niño.[235] Y del mismo postulado arrancaba la obra en prosa
de Critias sobre el estado de Esparta, en que éste se presentaba como modelo.
Exigía que ambos progenitores se sometiesen antes de la concepción y del embarazo
a ejercicios gimnásticos y a una dieta adecuada para fortalecer el organismo.[236] Esta obra nos acerca ya a los medios que rodeaban a
Platón. El filósofo debió de oír discutir estas ideas en el círculo en que se
desenvolvía su tío Critias y conocería también la obra de éste. Es muy posible
que esta obra contribuyese también en otros aspectos a la concepción del estado
Platónico. Indudablemente, aquella idea con que volvemos a encontrarnos en la
época de la Reforma, sostenida por un humanista aristócrata como Ulrich von
Hutten y según la cual la nobleza de sangre debía atestiguar su derecho con la
posesión de la verdadera virtud, no debía de ser ajena tampoco a la oposición
noble de la democracia ateniense, pues si no ¿qué títulos de justificación
habría podido alegar en apoyo de sus pretensiones? Platón no reconoce tampoco
más que la suprema excelencia humana como expectativa del derecho a ocupar un
puesto dirigente en el estado. Pero lo que él se propone no es educar en la areté
una nobleza de sangre ya existente, sino formar una nueva élite mediante
la selección de los representantes de la suprema areté.
Este propósito lleva a Platón, consecuente con su
sistema de negar a los "guardianes" de su estado el derecho a poseer
nada y a tener una vida privada propia, a la decisión de abolir también para
ellos la institución del matrimonio, considerado como una convivencia permanente
de hombre y mujer, sustituyéndolo por una unión puramente transitoria de sexos,
como institución impersonal de procreación de la raza. Ninguna de sus medidas
expresa de un modo más brusco y más en pugna con nuestros sentimientos el
sacrificio del individuo ante el estado, impuesto al "regente". Cuando
Platón, en otro pasaje, define el postulado según el cual los
"guardianes" no deben tener nada propio diciendo que no poseerán
literalmente nada a excepción de su cuerpo, aún se queda corto, si tenemos en
cuenta lo que luego dispone acerca de las relaciones entre los sexos, a menos
que al 645 expresarse así quiera referirse exclusivamente a la
"tenencia" del cuerpo y no a la libertad para usarlo. Es cierto que
nos dice cómo la coeducación de los muchachos de ambos sexos hace nacer entre
ellos relaciones amorosas,[237] lo cual presupone ciertos
sentimientos personales. Pero se les prohibe dejarse llevar de estos
sentimientos y concertar uniones que la autoridad competente no apruebe.[238] El modo deliberadamente
oscuro en que se expresa Platón no permite dudar que, al decir esto, no quiere
referirse precisamente a un requisito puramente formal, sino a una autorización
efectiva de la superioridad, basada en el conocimiento propio de las personas y
que le permite aplicar la selección que considere "más saludable".
Tal es la definición Platónica de lo que él llama "el sagrado
connubio".[239] Se trata, evidentemente, de
rodear de un cierto nimbo mediante la consagración religiosa la unión de los
sexos, supliendo de este modo la comunidad permanente de vida por medio del
matrimonio. A la misma finalidad responde también la institución de fiestas
especiales para unir a las parejas entre himnos y sacrificios religiosos.[240] Pero en la selección de la
esposa no intervienen para nada el sentimiento personal ni la voluntad propia.
Platón permite incluso que las autoridades empleen el fraude y el engaño para
unir, en bien de la colectividad, a los mejores hombres con las mejores mujeres
y a los peores con las peores.[241] El número de uniones se
supedita al número de hombres que el estado necesita.[242] Como, según Platón, el
estado perfecto prospera mejor en condiciones fáciles de calcular que con una
masa humana difusamente mezclada y el censo de población debe ser limitado,
esta norma no tiende a fomentar el número de nacimientos, sino, por el
contrario, a limitarlo. La política racial de Platón no se dirige a aumentar la
cantidad de los ciudadanos, sino a mejorar su calidad.
Por la misma razón, se limita la posibilidad de
procrear a una edad determinada. Las mujeres no deberán dar hijos al estado
sino entre los veinte y los cuarenta años, y los hombres no podrán engendrarlos
más que de los treinta años a los cincuenta y cinco.[243] Son los años de la plenitud
de energía (ακμή) ; no se reconoce el derecho a
procrear a la juventud ni a la vejez.[244] Estas medidas eugenésicas de
Platón, basadas en sus propósitos educativos, siguen las normas de la medicina
griega, que consagró siempre una atención especial al problema de la edad más
adecuada para tener hijos. El estado Platónico favorece desde arriba la unión
de los mejores hombres y mu-
646
jeres, y pone obstáculos dentro de lo posible a los
menos aptos.[245]El cuidado de los recién
nacidos debe sustraerse en absoluto a las madres. En una parte aislada de la
ciudad se instalarán lugares para criar a los niños de pecho sanos, a cargo de
mujeres destinadas especialmente a ello. Las madres sólo tendrían acceso a los
niños para darles de mamar, pero no conocerán siquiera a sus hijos propios,
pues deberán quererlos a todos por igual.[246] La fuerza del instinto
natural de la familia era muy acusada entre los griegos. Platón lo sabía bien y
no quería que se perdiese como medio de cohesión de la comunidad. Lo único que
quería era evitar la disociación en que se traducía y extender a todo el
conjunto de los ciudadanos el sentimiento de solidaridad que une a los
miembros de una familia. Pretendía unir al estado, en cierto modo, como si
fuese una gran familia en que todos los padres se sienten padres y educadores
de todos los hijos y éstos abrigan hacia todos los adultos el mismo respeto que
si fuesen sus progenitores y educadores.[247] La suprema meta de Platón
era conseguir que las alegrías y los dolores de cada uno fuesen las alegrías y
los dolores de todos.[248] Su axioma es que un estado así
será el mejor de los estados, por ser el más unido, aquel en que mayor
cantidad de personas entienden por "mío" no algo individual y distinto,
sino una y la misma cosa.[249] La metáfora del cuerpo, que
experimenta como un todo el dolor de uno de sus miembros, aunque sólo se trate
del pinchazo de un dedo, ilustra plásticamente esta idea de unidad de Platón y
revela gráficamente, al mismo tiempo, la relación que existe entre su posición
radical ante la familia y el individuo y su concepción orgánica del estado.[250] La vida y la acción de cada
miembro recibe del todo su sentido y su valor. La comunidad (κοινωνία) une; la particularidad (i)di/wsij) separa.[251] Platón no intenta hacer
extensivos los corolarios fundamentales que de este principio se derivan al
matrimonio dentro de la clase del estado dedicada al lucro ni a la que tiene a
su cargo la alimentación. Limita su vigencia a la clase de los encargados de
gobernar y defender el estado. Por tanto, si el estado forma una unidad, es
principalmente a través de éstos. La forma, en segundo lugar, por la sumisión
voluntaria a que el desinterés de los de arriba moverá, según confía Platón, a
los de abajo. En este estado, los "regentes" no serán considerados
por el pueblo como señores, sino como auxiliares, y no lo tratarán como a un
vasallo, sino como a su base de sustento.[252]
Ahora bien ¿de dónde se derivan los títulos de
legitimidad y el valor del todo, es decir, del estado? ¿Acaso el concepto de la
totalidad y la comunidad no puede definirse en un sentido y en una extensión
muy distintos? Para la mentalidad moderna, lo más lógico 647 es considerar la nación como la llamada por la
naturaleza y por la historia a ser el soporte de este todo, viendo en el estado
la forma bajo la cual existe y actúa políticamente la nación. En este caso, la
selección física de los futuros "regentes" tendría como razón de ser
el fomentar la nobleza racial de una determinada nación con arreglo a su propia
peculiaridad. Pero no es así como piensa Platón. El estado ideal que Platón se
representa es el estado-ciudad. Su criterio coincide en este punto con la
realidad de la vida política, tal como se había ido desarrollando a lo
largo de la historia de Grecia. Alguna que otra vez califica a su estado de
ciudad griega,[253] pero no representa la
nación de los griegos, sino que a su lado coexisten otros estados helénicos,
con los que aquélla puede hallarse en paz o en guerra.[254] No es, pues, la estirpe
griega de sus habitantes lo que sirve de fundamento a su existencia como
estado. El estado ideal de Platón podría realizarse lo mismo entre los
bárbaros, y hasta es posible que haya existido alguna vez entre ellos, en
tiempos pasados, sin conocimiento nuestro.[255] Lo que infunde su valor al
todo estatal de Platón no es el material étnico de que está formado, sino su
perfección como un todo. Esta perfección se basa en la unidad completa del
nuevo estado y de sus partes.[256] Y de esto hay que arrancar
también para comprender su carácter como estado-ciudad. Si Platón no concibe su
República como un gran estado nacional o como un imperio universal, sino
como un estado-polis, no es, ni mucho menos, como a primera vista podríamos
pensar con nuestra pretendida mentalidad histórica, simplemente porque el
filósofo se aferré a lo que brinda a su experiencia política el azar de la
tradición histórica, sino por razones vinculadas en su ideal absoluto. Un
estado como éste, de poca extensión, pero firme y coherente, formará, tal como
Platón lo concibe, una unidad más completa que cualquier otro estado de superficie
más extensa o de mayor densidad de población.[257] La idea que los griegos
tenían de la vida política sólo podía desarrollarse, en toda su incomparable
intensidad, dentro de la polis y perecía al perecer ésta. A los ojos de
Platón, su estado tenía más de estado que cualquier otro. Estaba convencido de
que el hombre alcanzaría en 648 él la forma suprema de la virtud y de la dicha humanas.[258] Y la selección racial por él
preconizada se halla, lo mismo que la educación a la que debe servir de base,
enteramente al servicio de este ideal.
LA EDUCACIÓN DE LOS GUERREROS Y LA REFORMA DEL DERECHO
DE GUERRA
Aunque el hecho de que sus habitantes pertenezcan a
la misma nación no constituye el factor determinante de la existencia del
estado Platónico, en éste se acusa también claramente la importancia cada vez
mayor que el sentimiento de la solidaridad nacional va adquiriendo entre los
griegos del siglo iv.[259] Este sentimiento se
convierte, para Platón, en fuente de nuevas normas éticas sobre el modo de
conducir la guerra. Platón establece a este propósito una serie de principios
que nos hemos acostumbrado a concebir como normas de derecho internacional,
porque en las condiciones actuales del mundo las guerras suelen ser luchas
entre estados de diferente nacionalidad y las reglas que las gobiernan no se
basan en el derecho propio de las distintas naciones, sino en convenciones
internacionales. Pero entre los griegos el caso normal de la guerra, mientras
conservaron su libertad política, fue siempre la guerra de unos estados
griegos contra otros, pues aunque con frecuencia se viesen también envueltos en
sus luchas gentes de otra nacionalidad, la guerra librada exclusivamente contra
naciones no helénicas representa una rara excepción. Por eso las reglas que da
Platón sobre el modo de hacer la guerra recaen en primer lugar sobre las
guerras de griegos contra griegos.[260] Sin embargo, estas reglas
no descansan, ni siquiera dentro de este campo restringido de acción, en
tratados de unos estados con otros. Platón las formula, en primer término, como
preceptos para su estado ideal simplemente, sin poder predecir que eso solo
asegure su aceptación por parte de los otros estados. Sus reglas sobre el modo
de hacer la guerra entre griegos existen sólo como parte de un código de ética
de la guerra, que el filósofo toma como base para la educación de sus
"guardianes".[261]
En los libros de la República que tratan de
la cultura música y gimnástica de los "guardianes" se habla muy poco,
ciertamente, de su educación para la guerra. Es cierto que allí Platón mutila
en Homero los pasajes que pueden, según él, infundir a los futuros guerreros 649 el miedo a la muerte, y a propósito de la gimnasia
señala de modo expreso, como finalidad última del desarrollo físico, la
finalidad militar para evitar que degenere en un entrenamiento atlético.[262] Pero no dice nada de cómo ha
de fomentarse en los "guardianes" el espíritu guerrero. Sólo mucho
después de poner fin a la exposición referente a su cultura música y
gimnástica, después de tratar de la educación de la mujer y de la comunidad de
esposas, entra a hablar de la educación guerrera de los "guardianes".
La enlaza a la crianza (τροφή) de los hijos, a quienes debe
acostumbrarse ya desde pequeños a las impresiones guerreras.[263] Pero esto no es más que la
ocasión que él busca para exponer toda su ética de la guerra, que guarda de por
sí muy poca relación con la edad infantil.[264] Se trata, en realidad, de
un apéndice, separado de un modo extraño del tema principal, que es el de la
educación de los "guardianes".[265] Esta división de la materia
entraña un problema cuya importancia trasciende de la composición puramente
formal de la obra. El hecho de que Platón se guarde de relacionar estrechamente
entre sí la educación guerrera y la paideia gimnástico-música de los
"guardianes" no obedece a la circunstancia externa de que la
educación guerrera debe arrancar ya de antes de la verdadera paideia. Sin
duda, Platón concebía la cultura música y gimnástica como una unidad orgánica
establecida por la tradición histórica y justificada por fundamentos de razón,
y no quería interrumpirla con nada que no formase estrictamente parte de ella.
Ya al tratar de la paideia gimnástico-música se esforzaba en establecer
una armonía superior del espíritu entre estas dos formas de la cultura
helénica, la del alma y la del cuerpo, distintas por naturaleza.[266] Esta misma preocupación se
repite, en una etapa superior, en lo tocante a la relación entre la educación
gimnástico-música y la educación guerrera de los "guardianes". Hasta
entonces, estas dos formas de educación no habían conseguido combinarse ni
entrelazarse plenamente nunca en Grecia. En Esparta la disciplina militar predominaba
sobre todo lo demás, y en Atenas la educación de los efebos, que se extendía a
los hijos de todos los ciudadanos, pero limitándose a dos años de servicio,
venía después de la cultura música y de la gimnástica. Platón tiende a hacer
confluir en el mismo cauce, en el sistema educativo de su estamento de
guerreros, las dos corrientes de la educación tradicional.
650
La educación guerrera de los "guardianes"
constituye por fuerza una decepción para el soldado profesional moderno, lo mismo
que su educación musical para el músico moderno o su educación gimnástica para
el deportista de hoy. El arte de la guerra, en tiempo de Platón, había
alcanzado un alto nivel de desarrollo así en cuanto a la práctica como en
cuanto a la estrategia y a la técnica, y la importancia de la maquinaria en el
modo de hacer la guerra aumentaba en cada decenio. También en este aspecto se
destaca la mayor modernidad de Aristóteles, quien recalca enérgicamente este
punto de vista frente a Platón.[267] Este descarta de la
educación militar, como hacía al tratar de lo músico y de la gimnasia, todo lo
puramente técnico, y concentra todos sus postulados en lo que es la paideia
en sentido estricto.[268] Lo que él se propone es
convertir a los hombres y mujeres del estamento de los "guardianes"
en verdaderos guerreros. Para él, esto no es, primordialmente, un problema de
habilidad en el manejo de las armas, sino que presupone una determinada contextura
espiritual de la persona en su conjunto. Lo decisivo de la paideia música
de Platón es, como veíamos, la formación interior del hombre. Por eso tiene
que empezar pronto, cuando el alma humana es todavía fácilmente moldeable, para
inculcarle de un modo inconsciente lo que más tarde pasará a ser la forma
consciente de ella.[269] Exactamente lo mismo
procede Platón con respecto a la educación guerrera de los soldados de su
pequeño pero selecto ejército. Éstos deberán iniciarse en la guerra ya desde la
infancia, lo mismo que los hijos de los alfareros aprenden el arte de la
alfarería viendo a su padre trabajar o echándole una mano en sus faenas. Los
hijos de los "guardianes" no deberán recibir una educación peor que
éstos.[270] Pero tampoco deberán correr
ningún riesgo cuando se les lleve con ellos a la guerra. Platón adopta
providencias especiales para su seguridad. Les destina los superiores de mayor
edad más capaces y más expertos como guías y "pedagogos", y se
preocupa de que se les aleje rápidamente de la zona de combate en caso de
acontecimientos imprevistos que pudieran ponerlos en contacto directo con la
lucha.[271] Pudiera pensarse que la mera
contemplación de las batallas es menos eficaz, como medio de educación
guerrera, que el adiestramiento regular de la juventud en juegos guerreros en
los que ella pueda tomar parte activa.[272] Pero la finalidad perseguida
por Platón no es tampoco, en este aspecto, la pericia técnica, sino la
formación del ethos. Se trata de un proceso de endurecimiento espiritual
por el contacto con la espantosa mecánica de la guerra efectiva. Platón tiene
presente sin duda alguna, en este punto, el poema de Tirteo ensalzando la
valentía 651
de los antiguos
espartanos. El poeta la compara con todos los demás rasgos personales y
sociales del hombre, pero ninguno de éstos puede equipararse en un caso grave a
lo que representa su valor para la salvación de la patria, pues no sirven para
hacer al hombre capaz de "contemplar la sangrienta matanza" y para
mantenerse firme ante ella, "mordiéndose los labios". Esta capacidad
de contemplación es para Tirteo la suprema prueba de la fuerza del hombre para
resistir con valentía.[273] En esto consiste la
"experiencia" de la guerra de que habla Platón, y no en atesorar una
serie de conocimientos militares. A este postulado se reduce la educación
guerrera de los niños; el adiestramiento en el manejo de las armas y el
desarrollo de las otras aptitudes propias del soldado se pasa por alto como
algo evidente por sí mismo. Y si nuestra interpretación ética de la
contemplación (qewrei=n) es acertada, se comprende también que Platón enlace a ella toda una
ética del arte de la guerra, en la que se dan leyes para la conducta de los
guerreros entre sí y ante el enemigo. La mayor de las infamias es abandonar las
filas, arrojar las armas e incurrir en cualquier otra falta semejante por
cobardía. Platón castiga al guerrero que la comete degradándolo al estamento
de las gentes dedicadas al lucro y lo convierte en artesano o campesino. Este
tipo de castigo, en vez de la atimia, pérdida de los derechos civiles,
que solía aplicarse en Grecia, corresponde a la posición que los guerreros
ocupan en el "estado ideal".[274] Los individuos
pertenecientes al estamento dedicado a actividades de lucro se califican
también de ciudadanos, pero son, como indica precisamente este castigo,
ciudadanos de segunda categoría.[275] El que cae vivo en manos del
enemigo no es rescatado, sino entregado al adversario como botín.[276] Esto significa, según las
reglas del antiguo derecho de guerra, una de dos cosas: o su venta como esclavo
o su muerte. Los que se distinguen en la lucha son coronados y felicitados. Se
les conceden también privilegios especiales de carácter erótico, como suele
ocurrir en todas las guerras. Aunque Platón no admite los "matrimonios de
guerra", y la forma que las relaciones sexuales revisten en tiempo de
guerra corresponde también a sus reglas sobre la selección de los mejores, los
más valientes gozan precisamente por ello de preferencias y se hacen a sus
inclinaciones 652
personales
concesiones que fuera de este caso no se admiten nunca en el estado Platónico.[277] Con cierto humorismo, deja
que también en este caso excepcional rija la ética de Homero, quien honra a
Áyax, después de una gloriosa lucha, con el don enaltecedor y fortalecedor de
todo un lomo de buey.[278] Al héroe se dedican, en los
sacrificios y en las fiestas, himnos y recompensas de este tipo: lugares de
honor, bebidas y comidas de honor. Los que caen en gloriosa lucha son incluidos
en el linaje de oro, es decir, son elevados a héroes y se les da por tumba una
gruta a la que hay que acercarse con religiosa veneración.[279] Pero también los que
sobreviven y mueren de viejos después de una vida cargada de méritos reciben a
su muerte los mismos honores.[280] Esta ética de la guerra
recuerda por su estructura y su contenido el poema de Tirteo que ensalza la
valentía del guerrero ante el enemigo como la suprema virtud y revela todo el
sistema de recompensa para los caídos y los supervivientes sobre que descansa
el edificio del estado espartano. Este poema ha sido enjuiciado en su lugar
oportuno por nosotros, como monumento de la educación que daba el estado de
Esparta a sus ciudadanos.[281] Platón no toma de él como
sillar de su estado solamente el rasgo de la "contemplación" de las
batallas, sino el sistema de la ética de guerra que le sirve de base. Un
problema distinto es el de saber si suscribe también el enjuiciamiento de la
valentía como suprema virtud. Esto es incompatible de antemano con la posición
predominante que asigna a la justicia desde el momento en que erige sobre ella
todo el estado. Al tratar de las Leyes veremos cómo afronta expresamente
Platón este postulado señorial de la ética espartana.[282]
Todo lo que la ética de Platón tiene de arcaica, por
fuerza natural, en cuanto se refiere a las relaciones de los guerreros del
propio estado entre sí y su honor y su infamia lo tiene de moderna en lo
tocante a las reglas que da sobre cómo conducirse ante el enemigo.[283]La única fuente de que emanan
estas normas es el sentimiento vivo del derecho que alentaba en los griegos de
elevada cultura de aquel tiempo. Aquí es donde, según Platón, debe demostrarse
el sentimiento nacional, no como fuerza constitutiva del estado, pero sí como
traba moral en la lucha de unos estados griegos contra otros. Fue precisamente
la arrolladora política bélica de las ciudades durante la guerra del
Peloponeso y en los años subsiguientes de progresiva descomposición del mundo
de los estados helénicos lo que fomentó en los mejores el anhelo de paz y de
concordia entre los griegos. Y aunque este anhelo pareciese hallarse muy lejos
de verse logrado dentro de la realidad política en un mundo que tenía como
suprema ley de pensamiento la autonomía del estado y los intereses
particulares de distin-
653
tas ciudades soberanas, por lo menos espoleaba la
conciencia contra la furia brutal de destrucción con que los griegos guerreaban
entre sí. La conciencia de la comunidad de lengua, de costumbres y de estirpe
ponía de relieve la brutalidad tanto de los fines como de los métodos en esta
clase de lucha. Los griegos se destruían absurdamente a sí mismos al pelear
unos contra otros, mientras su país y su civilización se hallaban expuestos por
todas partes a una presión cada vez mayor por parte de naciones extrañas y
enemigas. Este peligro aumentaba en la misma proporción en que los estados
griegos se iban volviendo cada vez más débiles. Los años en que Platón escribió
su derecho de guerra panhelénica eran los tiempos de reincorporación del poder
de Atenas y de la segunda liga marítima, que sólo logró imponerse al cabo de
una larga y difícil guerra contra Esparta y sus aliados. Los postulados de
Platón eran, pues, un llamamiento extraordinariamente actual hecho a los grupos
de estados beligerantes de la nación griega. Las reglas de Platón están
destinadas tanto a la guerra contra griegos como a la guerra contra bárbaros.
Pero no se basan en una idea humana general, pues establecen una distinción de
principio entre el trato que debe darse a los enemigos griegos y a los que no
lo son. El sentimiento humano que postulan rige tan sólo, o rige, por lo menos,
fundamentalmente, con los griegos. Éstos son por naturaleza parientes y amigos,
mientras que los bárbaros son gentes extrañas y enemigas.[284] Es la misma concepción en que se basa el
panhelenismo de Isócrates y en el que se inspiraba Aristóteles cuando aconsejaba
a Alejandro que gobernase a los griegos con la hegemonía, pero a los bárbaros
con el despotismo.[285] Platón no arranca del principio general, sino de
una norma especial, que encierra una fuerza directa de convicción: la de que es
injusto que los griegos esclavicen ciudades griegas.[286] Pero este mismo postulado de tratar a los griegos
con consideración se razona también invocando el peligro de verse avasallados
por los bárbaros. He aquí por qué Platón prohibe la posesión de esclavos
griegos en su estado y pide que éste ejerza su influencia sobre otros estados
en el mismo sentido.[287] Confía en que ello traerá como resultado el que los
griegos se volverán más contra los bárbaros que contra sus propios
connacionales.[288] No habla como Isócrates, con el que presenta aquí
ciertos puntos de contacto,[289] de la guerra contra los persas como un medio para
unir a los griegos, 654 sino que formula su tesis de un modo general. Sin embargo, Platón
había de aplicar más tarde, en sus Cartas, la misma política a la
situación de los griegos sicilianos frente al peligro cartaginés, razonando la
necesidad de que se uniesen desde el punto de vista de su defensa contra los
bárbaros.[290] Mantiene, pues, una
concepción armónica con respecto a las relaciones entre los griegos y los
bárbaros y considera los encuentros guerreros entre unos y otros como una cosa
natural; en cambio, preferiría no hablar de la "guerra" entre
griegos, ya que la guerra sólo debiera existir entre extraños y enemigos, nunca
entre parientes. Recurriendo a un medio muy usado también por los oradores
políticos de la época, distingue entre la guerra (πόλεμος) y la discordia interior (στάσις), recomendando
que para designar las luchas de unos helenos contra otros sólo se emplee
siempre la segunda expresión.[291] Con ello, las sitúa en el
mismo plano que las luchas ventiladas dentro de un estado y les aplica la misma
forma del pensamiento jurídico. Por esta razón, prohibe la devastación de los
campos y el incendio de las casas, hechos que no son usuales tampoco en las
guerras civiles de un estado civilizado del siglo iv, sino que atraen sobre la
cabeza de los culpables la maldición de los dioses y los condena como enemigos
de la patria.[292] Por eso en una lucha entre
griegos no deben considerarse como enemigos todos los habitantes del estado
adversario, y los vencedores deben limitarse a ajusfarles las cuentas a los
culpables.[293] El daño máximo que Platón
permite que se infiera al adversario en estas luchas es la destrucción de sus
cosechas.[294] En todos los actos hostiles
que se cometen en una guerra contra estados de la misma nacionalidad no debe
perderse nunca de vista que la meta natural es la reconciliación con el enemigo
y no su destrucción.[295]
Pero al lado de esta ética de la guerra contra
griegos encontramos también normas de carácter general que deben regir para
todas las guerras sin distinción. El despojar a los caídos sobre el campo de
batalla por simple afán de lucro se castiga como indigno de un hombre libre, y
lo mismo el hecho de impedir que se levanten del campo los muertos. Lo único
que un guerrero puede arrebatar al enemigo caído son sus armas.[296] Debe evitarse, sin embargo,
la costumbre de colgar en los templos de los dioses como trofeos las armas
arrebatadas al enemigo, sobre todo tratándose de armas de griegos, por temor a
que con ello los hombres mancillen los lugares santos en vez de honrarlos.[297] Son éstos preceptos
inspirados en parte en el res-
655
peto de sí mismo, en parte en una fe religiosa
acendrada. Estas reglas complementan las que versan sobre el trato que debe darse
a los adversarios de la misma nacionalidad, en el sentido de que tanto unas
como otras tienden a suavizar los métodos de la guerra. El propio Platón
confiesa que los griegos distan mucho de comportarse tal como él cree que deben
hacerlo. Por tanto, sus reglas no son una simple recopilación de las prácticas
de guerra establecidas, sino un ataque audaz contra la realidad existente. Y
por el hecho de pedir que el tipo de guerra practicado en su tiempo se
reservase de modo exclusivo para las luchas contra los bárbaros, califica
indirectamente de bárbaras aquellas costumbres.[298] No debemos olvidar que en la
época de Platón el derecho de guerra sancionaba la esclavitud de los prisioneros;
sólo así podremos apreciar todo el progreso de sensibilidad moral que se
encierra en estas reglas sobre la guerra preconizadas por él. En la obra De
iure belli ac pacis, escrita en el siglo xvii por Hugo Grocio, el gran
humanista y padre del moderno derecho internacional, se reconocía todavía como
algo no contrario a la naturaleza el derecho a esclavizar a los enemigos en
caso de guerra. Al final del capítulo "De iure in captivos", Grocio
cita al historiador bizantino Grégoras como testigo de que los romeos y
tesalios, los ilíricos, los tribales y los búlgaros, por virtud de una larga
tradición y gracias a su comunidad de fe cristiana, observaban como regla el no
tomar como botín, en las guerras de unos contra otros, más que las cosas, sin
convertir en esclavos a las personas ni matar a nadie fuera de la lucha. Esto
quiere decir que sólo bajo el cristianismo se logró, según Grocio, lo que el
Sócrates Platónico había predicado en balde a los griegos como un precepto del
instinto nacional de propia conservación.[299] Pero el propio Grocio
observa que también los mahometanos seguían esta misma regla de derecho
internacional en las luchas contra gentes de su misma religión. Debemos, por
tanto, generalizar su tesis en el sentido de que no fue el estado antiguo, ni
fue tampoco la idea nacional del siglo iv, sino la comunidad de fe de las
religiones universales, de ámbito extensivo a distintos pueblos, la que sentó
las bases que hicieron posible realizar en parte los postulados de Platón. Esta
base religiosa era más amplia que la de la propia nación, para la que se
establecían las reglas Platónicas. Sin embargo, guardaba cierta afinidad con el
esquema trazado por Platón, puesto que tampoco ella abarcaba abstractamente a
toda la humanidad, sino que se identificaba con la comunidad concreta de fe
cristiana o mahometana, que seguía hermanando a los pueblos de su misma fe,
hasta en caso de guerra.
656
EL ESTADO IDEAL
DE PLATON, VERDADERA
PATRIA DEL HOMBRE FILOSÓFICO
El esbozo del estado ideal queda terminado y se
abandona el tema antes de que la obra haya llegado a la mitad y se remonte
a toda su altura. El problema que ahora se nos plantea es el de saber si el
estado perfecto puede realizarse, y cómo.[300] Al llegar a este punto
crítico, Platón, volviendo la vista a su obra desde cierta distancia, toma
posición ante ella. "Sócrates" se compara con un pintor que acaba de
terminar un cuadro maravilloso: la imagen ideal del hombre perfectamente justo,
de su esencia y su felicidad.[301] La importancia del cuadro
resalta todavía con mayor fuerza al contrastarse con la figura del hombre
perfectamente injusto y su infortunio. Platón llama a su obra un paradigma: es
a la par imagen y modelo.[302] El paralelo entre la
construcción ideal socrática y la imagen del ser humano más hermoso indica cuál
es la verdadera finalidad que Platón persigue con su República. El tema
de ésta no es, en primer término, el estado, sino el hombre, con su capacidad
para crearlo. Y aunque Platón nos hable además de un paradigma del estado, es
evidente que éste no puede compararse con la imagen del ser humano más hermoso.[303] Lo que corresponde a esta
imagen es más bien el tipo ideal del hombre verdaderamente justo, que el mismo
Platón dice que constituye el objeto de su cuadro.[304] El estado ideal es
simplemente el espacio adecuado que necesita para que viva dentro de él su
figura. Esta caracterización que el propio Platón traza coincide con los
resultados de nuestro análisis. La República Platónica es, ante todo,
una obra de formación humana. No es una obra política en el sentido usual de lo
político, sino en sentido socrático.[305] Pero la gran verdad
educativa que la República ilustra plásticamente es la estricta
correlación entre la figura y el espacio. No se trata sólo de un principio
artístico, sino de una ley del mundo moral. El hombre perfecto sólo puede
formarse en un estado perfecto y, viceversa: la formación de este tipo de
estado es un problema de formación de hombres. En esto estriba el fundamento de
la correlación absoluta que existe entre la estructura interna del hombre y la
del estado, entre los tipos de hombre y los tipos de estado. Y esto explica
también la tendencia constante de Platón a subrayar la atmósfera pública y su
importancia para la formación del hombre.
Pero Platón nos da también sugestiones respecto a la
actitud que debe adoptar ante la "pintura" filosófica de Sócrates
quien desee es-
657
tudiarla. Todo paradigma es algo absolutamente
perfecto que admiramos, lo mismo si puede convertirse en realidad que si no
puede.[306]Ya el mismo concepto de paradigma lleva implícita la
imposibilidad de su plena realización, como no sea, a lo sumo, en forma
aproxima-tiva.[307] Reconocer esto no significa tildar al ideal como
tal de imperfección. Como obra filosófica de arte, conserva siempre, lo mismo
que la imagen del ser humano más hermoso, su valor de belleza, el cual es
independiente de toda consideración de orden práctico. Sin embargo, la
caracterización de la imagen socrática como modelo envuelve también una cierta
relación con el insaciable impulso humano de imitación. Sobre estos dos
conceptos procedentes de la primitiva Grecia, el de paradigma y el de mimesis,
modelo e imitación, descansa toda la paideia griega. La República
de Platón representa una nueva etapa dentro de ella. La retórica de su
tiempo hablaba de paradigmas míticos e históricos, y los aplicaba como dechados
y modelos de conducta, en el arte de la parénesis. Como veíamos más
arriba, este modo de pensar de los griegos en forma de paradigmas se remonta
hasta la poesía de los tiempos más antiguos, la cual representaba en este sentido
los sucesos y las figuras del mito.[308] En este modo de considerar el mito se basaba
precisamente el ethos educativo de la poesía. Por tanto, cuando Platón
dice que su ficción del estado o del hombre ideal es un poema mítico,[309] no quiere expresar tanto su falta de realidad como
su carácter paradigmático. Las artes plásticas tienen también su concepto
sinónimo del canon, para designar una figura humana que debe
considerarse como modelo estético en todas sus formas ν proporciones.[310] Pero el concepto Platónico del paradigma encierra,
además, otro factor: el del modelo ético. En este punto, Platón se apoya
directamente en la antigua poesía y rivaliza con ella. Tiene conciencia del
incentivo de imitación que irradia de las figuras ideales de la poesía y
siente que el pensamiento de la filosofía, proyectado sobre lo general, carece
de esta fuerza. Pero ante su ojo poético el concepto general de cada virtud se
convierte inmediatamente en el tipo humano que la encarna, la justicia reviste
la forma del hombre perfectamente justo.[311] Y el fenómeno no se da sólo en este caso. Su
espíritu, acuciado por la necesidad de crear nuevos paradigmas, hace brotar los
tipos humanos ideales que corresponden a todas las actitudes y formas de vida
morales, y esta personificación a base de tipos se convierte para Platón en un
hábito mental fijo. Sobre este 658 fondo hay que proyectar el
"estado ideal" y el "hombre verdaderamente justo" de la República,
para comprenderlos. Son modelos de inspiración, que esperan a que,
imitándolos, se los convierta en realidad.
Pero ¿cuál es el verdadero punto de partida para su
realización? Si el ideal del hombre justo sólo puede tomar cuerpo en un estado
perfecto, la educación, llamada a crear este tipo, será en último término un
problema de poder. Es cierto que los estados actuales, como ponía de relieve el
Gorgias,[312] convierten la aspiración del poder en un fin en sí, razón por la cual
no se hallan capacitados para cumplir la misión educadora en que Platón ve la
esencia del estado. Para Platón, será imposible una solución constructiva del
problema griego de la formación del hombre en un sentido socrático y, por
tanto, la superación de los males de la sociedad presente, mientras no
coincidan el poder político y el espíritu filosófico. Así surge aquella famosa
tesis Platónica según la cual la miseria política del mundo no terminará hasta
que los filósofos se conviertan en reyes o los reyes empiecen a investigar de
un modo verdaderamente filosófico.[313] Este postulado ocupa el
lugar central de su República. No se trata de una frase ingeniosa
incidental, sino de la fórmula que brinda la solución ideal para aquel trágico
divorcio entre el estado y la educación filosófica que hemos visto en obras
anteriores de Platón.[314] Este divorcio había
encontrado su expresión simbólica en el problema de la muerte del justo, en
torno a cuyo significado giraba su pensamiento anterior. Entonces se presentaba
en primer término como una ruptura brutal entre el espíritu y el estado,[315] pero sobre el tumulto de
esta gigan-tomaquia se alza luego, en la República, la visión de un nuevo
cosmos, que absorbe las obras positivas del orden anterior y se sirve de sus
formas. La tesis del reinado de los filósofos se desprende para Platón de la
conciencia de que la fuerza constructiva de este nuevo mundo en gestación es la
filosofía, es decir, precisamente aquel espíritu que el estado pretendía
destruir en la persona de Sócrates. Sólo ella, la fuerza que ha creado en el
mundo del pensamiento el estado perfecto, es capaz de ponerlo en práctica, si
se le da el poder necesario para hacerlo.
Es así como la filosofía aparece por vez primera, en
la República Platónica, en el primer plano de la atención. Hasta aquí se
escondía detrás de su obra la nueva imagen del estado en construcción; ahora,
reivindica abiertamente su derecho a ocupar el poder. Esta pretensión no nace,
sin embargo, de un afán de poder al modo usual y sólo en apariencia se halla en
contradicción con la anterior actitud crítica que Platón adoptaba ante el
estado y su poder.[316] Ya en la misma repudiación
de la pleonexia del estado-poder, en el Gorgias, se tras-
659
lucía con claridad la propia pretensión de gobernar
de la filosofía. Allí Platón no condena el poder como algo "malo en
sí"; lo que hace es someter su concepto a un radical esclarecimiento
dialéctico que lo limpia de la mácula del egoísmo.[317] Lo libra de la arbitrariedad
y lo reduce de nuevo a la voluntad pura, cuya meta inconmovible es por
naturaleza el bien. Ningún ser humano podría engañarse voluntariamente en lo
que considera saludable y bueno. El verdadero poder sólo puede consistir en la
capacidad de realizar la aspiración natural que mueve al hombre hacia aquella
meta. Su premisa es, por tanto, el conocimiento real del bien. De este modo,
la filosofía se convierte paradójicamente en el camino hacia el verdadero
poder. En la República, Platón deduce también el derecho de la filosofía
a gobernar directamente del concepto que tiene de ella. Es cierto que este
concepto reclama una definición más precisa, tanto más cuanto que se desliza
aquí sin previa preparación. Platón empieza sorprendiendo al lector con su
sugestiva tesis sobre el reinado de los filósofos y luego la razona con una
disquisición sobre lo que es el filósofo, tratando de demostrar por qué éste se
halla destinado por naturaleza a gobernar.[318] En el momento en que Platón
proclama por vez primera esta tesis brota en nuestro espíritu el recuerdo de
todos aquellos penosos esfuerzos de los anteriores escritos de Platón en torno
al problema de una buena conducta, de la verdadera virtud y el verdadero saber,
y vemos claramente, de golpe, que todos ellos convergían hacia una meta que
ahora descubrimos. Es imposible que en este pasaje de la República Platón
dé en pocas palabras una idea de lo que es la filosofía que pueda equipararse
por su fuerza de expresión a la de sus escritos anteriores. Como ocurre
siempre en sus obras, la da por supuesta en vez de definirla. Sin embargo, la
composición artística de la República requiere la ilusión de que el
lector, por decirlo así, se ve obligado aquí por vez primera a meditar seriamente
acerca de la filosofía, y en cierto modo así es la verdad, pues su pretensión
de gobernar el estado se presenta bajo un aspecto sorprendentemente nuevo y
hasta sus más sinceros admiradores y adoradores tienen que sentirse requeridos
a adoptar, desde este punto de vista, una nueva posición ante ella.
Nada más cautivador ni impresionante para el estudio
de hoy que ver con qué inconmovible confianza en su fuerza coloca Platón la
filosofía en el centro de su vida y la enfrenta con los más gigantescos
problemas prácticos. En su actual aislamiento, a ella misma se le hace difícil
comprender que sólo forcejeando con tales problemas ha podido forjarse aquel
gran carácter que la distingue en su primera fase creadora. La resignada frase
de Hegel de que el buho de Atenea sólo en el ocaso emprende el vuelo encierra
sin duda una 660
verdad, y la
conciencia de ella extiende su sombra trágica sobre el esfuerzo heroico que el
espíritu humano se dispone a realizar a última hora con el intento Platónico
de salvación del estado. Sin embargo, también aquella cultura declinante
poseía aún su juventud, y era la filosofía de Platón la que se sentía como la
fuerza juvenil de su tiempo. Por eso se mezcla con el entusiasmo de la joven
generación, que Platón, en sus diálogos, gusta de pintar rodeando a Sócrates,
para contraponer al estado caduco y escéptico y a la cultura super-sabia de su
tiempo una nueva fe. La filosofía sentíase destinada a esto, no porque fuese un
poder con gran tradición histórica en cuya ejecutoria figuraban nombres
venerables y tipos de pensadores de todas clases, investigadores de la physis,
descifradores del enigma del mundo y escrutadores del cosmos, sino por la
conciencia de la nueva fuerza que irradiaba de Sócrates y que permitía infundir
a la comunidad humana el conocimiento renovado de las verdaderas normas de la
vida.
Tal es el aspecto bajo el cual expone Platón lo que
es la "filosofía" dentro del estado. Traza en unos cuantos rasgos un
catecismo de la filosofía, en el que se determina su esencia por medio del objeto
de su saber. El filósofo es el hombre que no se entrega a la multiplicidad de
las impresiones de sus sentidos, dejándose llevar toda su vida por el oleaje de
las simples opiniones, sino que orienta su espíritu hacia la unidad de lo que
existe.[319] Sólo él posee un conocimiento
y un saber en el verdadero sentido de estas palabras; ve a través de la
variedad individual de los fenómenos la imagen fundamental general y
permanente de las cosas, la "idea". Sólo él puede decir lo que es en
sí justo y bello; las opiniones de la masa acerca de éstas y las demás cosas
oscilan en la penumbra entre el no ser y el verdadero ser.[320] Y los estadistas no se
diferencian en esto de la masa. Ponen la vista en las diversas constituciones y
leyes vigentes, como sus modelos, pero tampoco éstas son, como Platón dice en
el Político, más que meras imitaciones de la verdad.[321] Por tanto, quien no sepa
otra cosa que imitarlas será un simple imitador de imitaciones. El filósofo es
el hombre que lleva en su alma un paradigma diáfano.[322] En medio de la inseguridad
general, su mirada está clavada en esta forma. La capacidad de reconocerla es
la capacidad de visión de que necesita sobre todo el verdadero guardián del
estado. Y cuando en el filósofo se unen a ella la experiencia y las demás
ventajas necesarias para la dirección práctica del estado, descuella por
encima de los estadistas del tipo usual.[323]
Esta caracterización del filósofo contribuye a
esclarecer la situación espiritual y el punto de partida de la teoría
Platónica sobre el 661 estado. El
mal de que, a juicio de Platón, adolece el mundo político y moral es la
ausencia de una suprema instancia normativa y legislativa. Su creación había
sido en otro tiempo el problema del que surgió la democracia. Ésta lo resolvió
elevando a poder legislativo la voluntad de la mayoría. Era un sistema basado
en el elevado juicio que se tenía del hombre individual, y fue considerada
durante mucho tiempo como la forma más progresiva de estado. Pero tenía, corno
todas, sus imperfecciones humanas. La evolución que sufrió en las grandes
ciudades de Grecia fue convirtiéndola cada vez más en instrumento de
agitadores desaprensivos. La educación, en este tipo de estado, se halla en
manos de esta clase de hombres llamados sofistas. Platón los pinta como una
especie de domadores que se dedican toda su vida a estudiar los caprichos de
"la gran bestia", de la masa, y saben tocar magníficamente sus
diferentes cuerdas, pues entienden a maravilla lo mismo el lenguaje de su
cólera que el de su júbilo. Su arte consiste en saber tratarla y en dominarla,
adulándola y acomodándose con habilidad a su humor variable.[324] De este modo, los caprichos
de la masa se convierten en suprema pauta de la conducta política y el espíritu
de esta adaptación va infiltrándose poco a poco en todas las manifestaciones de
la vida. Este sistema de adaptación excluye la posibilidad de una verdadera
educación del hombre orientada con arreglo a la pauta de los valores
permanentes.[325] La crítica socrática de la
falta de pericia en el manejo de los asuntos públicos desempeña un papel
importante desde el primer momento en las obras de Platón. Ya en el Gorgias compara
esta política retórica con la mentalidad de los filósofos, que supeditan todos
los actos al conocimiento del bien como suprema meta.[326] Coincidiendo con esto, en la
República hace del conocimiento de la norma suprema, que el filósofo
lleva en su alma como paradigma, la piedra de toque del verdadero
"regente" del estado.[327]
Situándose en este punto es como hay que comprender
la construcción toda de la República. Platón ve en la filosofía la
tabla de salvación, porque ofrece la solución a los problemas más candentes de
la sociedad humana. Si tomamos como premisa la existencia de este conocimiento
de la norma suprema, tal como él lo concibe,[328] es natural que abordemos
desde este punto de vista la reconstrucción del estado tambaleante. El trono
del estado reconstruido debe ocuparlo el conocimiento de la verdad. Éste no es,
por su naturaleza, incumbencia de muchos, sino sólo de unos cuantos. Platón no
parte psicológicamente del problema del manejo de la masa. Parte de los pos-
662
tillados que el tipo espiritual y moral más elevado
de hombre debe formular al estado para poder entregarse con toda el alma a él.[329] Y en nombre de lo más alto
que hay en el hombre, postula el reinado del filósofo. Las características de
su estado que más resaltan a la vista, su estructuración orgánica en estamentos
y el carácter pedagógico autoritario de su gobierno, responden únicamente a
esa exigencia fundamental de que sea el conocimiento de la verdad absoluta el
que impere dentro del estado. Ninguna piedra puede desmontarse ni sustituirse por
otra, en este edificio tan simple y tan lógicamente perfecto. Si le quitamos
al regente su cualidad de filósofo que se halla en posesión del conocimiento
absoluto, le quitamos también, desde el punto de vista de Platón, la base de su
autoridad, pues ésta no descansa en un carisma personal innato, sino en la
fuerza de convicción de la verdad, a la cual todos en este estado se someten
libre y voluntariamente, pues todos se hallan educados dentro de este
espíritu. El conocimiento de la norma suprema, que el filósofo alberga en su
alma, es la clave de bóveda en el sistema del estado educativo Platónico.
Pero, por muy fundamental que sea la importancia que
el conocimiento de la suprema norma tiene para un estado ideal, el corolario
de Platón según el cual sólo los representantes de este saber son los llamados
a regentar el estado, tropieza con un obstáculo: la experiencia de la
incapacidad práctica de los filósofos.[330] Al llegar a este punto, en
la República, Platón se debate principalmente con la objeción que ya le
presentara Calicles en el Gorgias, a saber, la de que la filosofía es
buena, indudablemente, "para la paideia", siempre y cuando que
se la practique algunos años durante la juventud, pero que, en cambio,
considerada como ocupación permanente surte un efecto enervante y hace al
hombre incapaz para la vida.[331] Platón rechaza, lo mismo
aquí que en el Gorgias, este concepto estrecho de la paideia, que
sólo ve en ella un periodo limitado de estudio. Contesta a esta objeción con
una imagen (ei)kw/n) que podría sin mucha imaginación traducirse gráficamente y dar así un
dibujo adecuado para la portada de una revista político-satírica.[332] Pinta un capitán de barco
muy alto y fuerte, pero bastante sordo y miope y que además ignora en absoluto
cuanto se refiere al arte de la navegación. Este capitán es el pueblo. Le
rodean los marineros, que discuten el manejo del barco y exigen que se les
confíe a ellos. Éstos marineros personifican alegóricamente a las gentes que
se creen con derecho a ocupar el puesto supremo dentro del estado y que luchan
por conquistar el 663 poder. No creen que la navegación sea un arte que
haya que aprender; cada cual se considera, sin más, capaz de gobernar el
barco. Si no se les hace caso y se les entrega el timón, recurren a la violencia
y echan lisa y llanamente por la borda a quienes se interponen ante ellos; con
estos procedimientos, aturden al verdadero capitán, al único que sabría manejar
con seguridad el timón, y le impiden mostrar su capacidad. El barco va
deslizándose sobre las aguas, mar adentro, mientras ellos comen y beben
alegremente. Ensalzan como un gran navegante a todo el que les ayuda a
aterrorizar al capitán y a tomar en sus manos la dirección del barco. En
cambio, al único que conoce verdaderamente el manejo de la nave, al hombre que
sabe, porque lo ha aprendido, el arte de navegar, lo desprecian como a un
soñador y ocioso charlatán.
Platón se esfuerza en distinguir claramente la
cultura de su filósofo, que se oculta detrás de la imagen del verdadero
piloto, de aquella paideia concebida al modo de Calicles, en que los
caballeros distinguidos y amantes de la cultura como él gustan de iniciar a
sus hijos durante sus dos buenos años, antes de ponerse en contacto con las
llamadas realidades de la vida. Comparada con ésta, la teoría en que se ha
formado el capitán del barco es aparentemente muy poco humanista, prosaica y
condicionada por un fin. Es una cultura marcadamente profesional y encuentra
su aplicación y su desarrollo en el ejercicio de la misma profesión. Por consiguiente,
Platón no parece suscribir el clamor de los sofistas y los humanistas contra el
profesionalismo de la cultura. Esta actitud parece paradójica en un hombre
como él que tiene en tan alta estima el saber por el saber mismo.[333]Se trata, sin duda, de
defender a la paideia Platónica del reproche de ser absolutamente
refractaria a un fin, reproche que entre los educadores de su época le hacía
sobre todo Isócrates.[334] Lejos de ello, tiene un fin
y sirve a una misión, y esta misión es la más alta que pueda tener el hombre:
salvar la vida de quienes navegan con el "piloto" en el mismo barco.
La imagen del piloto está certeramente elegida para esclarecer dos cosas: la
necesidad inexcusable para la colectividad del saber que la caracteriza y la
incapacidad del resto de la tripulación para comprender la superioridad de su
arte. A pesar de que su saber es indispensable para dirigir el barco, los demás
le tienen por un soñador y un ocioso charlatán,[335] porque su trabajo requiere
más teoría y más método de los que los otros navegantes alcanzan a imaginarse.
En este símil llama la atención la reiteración con que se insiste
machaconamente en el arte de la navegación como un arte susceptible de ser
aprendido, por oposición a la creencia de los marineros, que lo consideran
producto de la simple rutina.[336] Con 664 esto, Platón toma nuevamente del Gorgias el
concepto de la techné política allí formulado.[337] Esto nos recuerda a la vez
las dudas iniciales apuntadas por Sócrates en el Protágoras con
respecto a la posibilidad de enseñar la virtud política.[338] Claro está que al final del diálogo sus dudas desaparecían, desde el
momento en que la virtud se revelaba como el conocimiento del bien.[339] En la República, Platón
ya no deja que Sócrates abrigue duda alguna. Con el símil del verdadero arte de
la navegación, susceptible de ser aprendido, nos prepara para exponernos a
continuación su propio arte de la navegación política, o sea la educación
filosófica de los "regentes ' del estado.[340]
Sin embargo, el anterior símil no basta, según Platón,
para dar por refutada la objeción sobre la incapacidad práctica de los filósofos;
es simplemente el preludio visible, por decirlo así, para un análisis a fondo
de la posición que ocupa el filósofo dentro de la comunidad política.[341] El escepticismo general en
cuanto a su capacidad política se basa principalmente en razones psicológicas;
por tanto, para refutarlo es necesario entrar a examinar la psicología del
hombre filosófico. Sin embargo, Platón no considera a éste como un fenómeno
aislado. Su análisis es una obra maestra de exposición tipológica que no se
limita a enumerar de un modo abstracto las cualidades de una determinada clase
de hombres, sino que las enfoca en sus relaciones de interdependencia con el
medio social circundante. Platón toma muy en serio las dudas formuladas
respecto a la misión política del filósofo. El examen de estas dudas le sirve
de ocasión para desembarazarse de muchos de los que se arrogan el nombre de
filósofos. Pero, a la par que hace esto, defiende con tanto mayor tesón la verdadera
filosofía y considera toda concesión hecha a los críticos como una acusación
dirigida contra el mundo. La imagen que traza sobre el destino del filósofo se
convierte en una tragedia impresionante. Si hay en las obras de Platón alguna
página escrita con sangre de su corazón, es ésta. Ya no es simplemente el
destino de Sócrates, convertido en símbolo, el que mueve su pluma. Aquí se
mezcla con él la historia de su propia ambición suprema y el
"fracaso" de sus fuerzas ante la misión que en otro tiempo se había
creído llamado específicamente a cumplir.
En rigor, la defensa empieza ya antes de la crítica.
Hasta aquí, Platón sólo había definido al filósofo a través del objeto de su 665 saber; [342] ahora, nos da una definición de la naturaleza filosófica,[343]indispensable para poder
comprender su tesis sobre los regentes-filósofos, sobre todo para el lector
actual, que puede fácilmente asociar a la palabra griega incorporada a nuestros
idiomas la idea del sabio. Su "filósofo" no es precisamente un profesor
de filosofía ni otro representante cualquiera de la '"facultad"
filosófica que se arrogue ese título basándose en los pequeños conocimientos
que tiene de su especialidad (texnu/drion) .[344] Ni es tampoco, aún menos, un
"pensador original ', pues no sería posible que se diesen a un tiempo
tantos pensadores como "filósofos" necesita Platón para gobernar su
estado. A pesar de que la palabra filósofo encierra en el lenguaje de
Platón, como en seguida veremos, un contenido tan grande de disciplina
dialéctica de la inteligencia, presenta en primer término un sentimiento más
amplio y fundamental, que es el de "amante de la cultura", designándose
así la personalidad humana altamente cultivada. Platón se representa al
filósofo como un hombre de gran memoria, de rápida percepción y afanoso de
saber. Este hombre desprecia todo lo pequeño, su mirada se remonta siempre al
aspecto de conjunto de las cosas y abarca desde una atalaya muy alta la
existencia y el tiempo. No tiene en gran estima la vida ni siente gran aprecio
por los bienes exteriores. Todo lo que sea jactancia le es ajeno. Es grande en
todo, pero sin dejar de poseer por ello cierto encanto. Es un "amigo y
pariente" de la verdad, de la justicia, de la valentía, del dominio de sí
mismo. Platón cree en la posibilidad de llegar a realizar este tipo de hombre
por medio de una selección temprana e ininterrumpida, por obra de una educación
ideal y por la madurez de los años.[345] Su imagen del filósofo no
corresponde al tipo del discípulo de los sofistas. El "intelectual",
cuya característica es la tendencia a criticar constantemente a otros, es
implacablemente fustigado por Platón, que lo expulsa de su templo.[346] Platón hace hincapié en la
armonía de espíritu y carácter. Por eso, resumiendo todo lo anterior, llama a su
filósofo, concisamente, el kaloskagathos. el "caballero".[347]
666
El reproche de la incapacidad de estos hombres recae
en realidad sobre quienes no saben emplear su capacidad. Sin embargo, hombres
como éstos no pueden abundar y se hallan además expuestos a innumerables
peligros entre la masa y amenazados continuamente de corrupción.[348] El peligro acecha en parte dentro de ellos mismos.
Cada una de las dotes apuntadas (la valentía, la propia disciplina, etcétera)
se convierte en traba de una formación verdaderamente filosófica si se
desarrolla en forma unilateral y separada de las demás.[349] Otros obstáculos son la belleza, la energía
física, los parentescos influyentes y otros bienes de esta clase.[350] El desarrollo sano del hombre se halla condicionado
por una buena alimentación, por la estación del año y la comarca; esta norma
general que rige para todas las plantas y todos los animales, afecta de un
modo especial a los temperamentos mejores y más vigorosos.[351] Las almas mejor dotadas degeneran más que las vulgares
cuando una mala pedagogía las corrompe.[352] Un temperamento filosófico, llamado a florecer
maravillosamente en un terreno propicio, produce como fruto lo contrario de sus
grandes dotes cuando se siembra o se planta en el suelo de una mala educación,
a menos que una "tyché divina" venga en su salvación.[353]
La idea de este destino inaprehensible para la
inteligencia humana y que las mentes piadosas no consideran como fruto del
simple azar, sino como la obra de un poder milagroso, aparece repetidas veces
mantenida por Platón y siempre precisamente desde este punto de vista.[354] Es la expresión de una interpretación religiosa de
experiencias cuyo carácter paradójico y elevado sentido son experimentados con
igual fuerza por él. Esta misma tyché divina ha dejado también su huella
en las cartas de Platón. Interpreta, por ejemplo, como una tyché divina
el hecho de que durante su primera estancia en Sicilia lograse atraerse al
joven Dión como entusiasta partidario de su concepción acerca de la misión
educativa del estado y de que, decenios más tarde, este hombre se colocase a la
cabeza de la revolución que derribó la dictadura de Dionisio. Esto quiere
decir, según él, que Platón fue, con su teoría, inconscientemente, la causa de
este acontecimiento histórico preñado de consecuencias, lo cual plantea el problema
de saber si ello se debió simplemente al azar o si el filósofo 667 obró como instrumento en manos de un poder superior.[355] Este conjunto de
circunstancias adquirió para él en una época posterior, después del fracaso
aparente de todos sus intentos encaminados directamente a la realización de
sus designios, la importancia de un problema religioso. Pues bien, algo de este
carácter de una experiencia vivida tiene también, en su República, el
relato de cómo los temperamentos filosóficos se salvan milagrosamente de todos
los obstáculos con que el ambiente corrompido amenaza desde el primer momento
la trayectoria de su formación. Lo que infunde su carácter trágico a la
existencia del hombre filosófico en este mundo, según Platón, es el hecho de
que sólo puede sobreponerse a esos obstáculos por el influjo de una gracia o tyché
divina especial y de que la mayoría de los hombres de esta clase estén
condenados a perecer antes de alcanzar su pleno desarrollo.
Cuando Platón señala como principal peligro para
esta clase de hombres una educación inadecuada,[356] parece asentir a los reproches
de la masa sobre la influencia funesta de los sofistas, dirigidos también
contra Sócrates y de que éste fue victima. Pero si algo contradice en realidad
a su criterio sobre la esencia de la educación es el atribuir a determinados
individuos, cualesquiera que sean, una influencia decisiva sobre ella. Toda
educación es, según él, función de la comunidad, lo mismo si se halla
reglamentada por el estado que si actúa "libremente", y, consecuente
con su criterio de que la verdadera educación sólo puede realizarse dentro de
un estado perfecto, lo que le lleva a erigir en el pensamiento este tipo de
estado como marco indispensable para la mejor educación, no importa los
defectos de la educación existente a los educadores, sino a la colectividad.
Quienes culpan a los sofistas de la degeneración de la juventud son, a su vez,
los peores sofistas.[357] En realidad, es la
influencia del estado y de la sociedad la que educa a los hombres y hace de
ellos lo que quiere. Las asambleas del pueblo, los tribunales, el teatro, el
ejército y todos los demás conglomerados de masas que se apresuran violentamente
a vitorear o denigrar lo que dicen los oradores, son los centros en que se
forman los hombres de todas las edades, sin que ni los jóvenes ni la educación
privada (Ιδιωτική παιδεία) puedan hacer nada para
contenerlo.[358] En esta situación, al
individuo no le queda más camino que encontrar bien o mal lo que la masa
califica así y tomar el juicio de ésta como pauta de su conducta, si es que
estima en algo su vida. Ningún carácter, ninguna personalidad puede formarse
como no sea de acuerdo con esta paideia ejercida por la masa, a menos
que venga en su salvación la gracia especial de los dioses.[359]Los individuos que se ganan
con ello el pan (misqarnou=ntej
i)diw~tai) y los que llamamos profesores
y educadores sólo pueden educar a la 668 gente en aquello que les ordena la masa y que la opinión pública
proscribe. Su terminología respecto a lo que es honrado o infamante es. si bien
se mira, la misma que la de la masa.[360] La verdadera falla de la educación sofística, que
pretende inculcar a los hombres una cultura superior, está en que todos sus
juicios estimativos proceden de esa fuente. Los educadores son los hombres que
mejor comprenden las palabras y el tono que más gustan a "la gran
bestia".[361]Son los hombres que hacen de la adaptación una
profesión. Por eso la educación y la pedagogía imperantes son, para Platón, una
caricatura de la verdadera paideia.[362] Ésta, como la salvación de los temperamentos
filosóficos, que por lo demás no pueden forjarse sin ella, sólo puede
producirse en este mundo en casos aislados, por obra de una gracia divina
especial.[363] Aquí se trasluce tácitamente ante el lector la
conexión causal entre la salvación personal de Platón y el hecho de que
encontrase en Sócrates al verdadero educador. Estamos ante el caso excepcional
en que una personalidad individual puede trasmitir a sus discípulos bienes de
valor eterno. Pero este educador de educadores, lejos de recibir recompensa
alguna, hubo de pagar con la vida su independencia con respecto a la educación
de la masa.
Este cuadro tiene como fondo, sin duda alguna, la
democracia ateniense del siglo iv, pero cuando Platón habla aquí de la
"masa" se refiere a ella en un sentido general. Cuando la define
diciendo que no sabemos nada de lo que es en sí bueno y justo[364] no se refiere al demos ateniense
concretamente, sino a la masa en general. El conocimiento de lo que es bueno
en sí es una característica esencial del filósofo. Para Platón constituye una
contradicción consigo mismo hablar de una masa filosófica (filo/sofon plh=qoj).[365] La relación natural entre la masa y la filosofía es, precisamente, la
mutua hostilidad: la una excluye a la otra. ¿Cómo podrá afirmarse en contra de
aquélla el temperamento filosófico y llegar al desarrollo completo de su
misión interior? Se ve rodeado de gentes que prevén la gran carrera futura de
estos hombres altamente dotados y que pretenden ganárselos adulando sus
instintos menos nobles. Pronostican al joven que llegará a imperar sobre
griegos y bárbaros y le hinchan con absurdas y cortesanas figuraciones.[366] Platón piensa indudablemente, al decir esto, en
caracteres como los de Alcibíades y Critias, cuyos defectos habían querido
imputársele a Sócrates y a su sistema de educación.[367] No opta por sacudírselos, como hace Jenofonte;
[368] los acepta como antiguos discípulos de
la filosofía y los pone como ejemplos de temperamentos filosóficos dotados para
llegar a lo más alto, aunque corrompidos luego por el medio ambiente. Hay en
estas 669 grandes figuras de aventureros algo de
"filosófico"; tienen un gran aliento y un brillo espiritual que los
hace descollar sobre la masa. Ésta no puede realizar nunca nada grande, ni en
lo bueno ni en lo malo. Sólo los temperamentos filosóficos son capaces de esto;
sólo a ellos se les presenta la opción de llegar a ser grandes bienhechores de
la humanidad o de figurar entre aquellos genios del mal que infieren a los
pueblos el daño más terrible.[369]
Nada nos acerca psicológicamente más al sueño del
reinado de los filósofos que el paralelo entre estos temperamentos del tipo de
Alcibíades y el carácter del filósofo Platónico, al que la comparación con
aquéllos presta fuerza y color. Este paralelo procede de un hombre que conocía
íntimamente a figuras como las que pinta y se sentía del mismo calibre
espiritual que ellas, pero que sabía también dónde se bifurcan sus caminos
respectivos. Platón enfoca el problema de un modo esotérico, por decirlo así,
como una persona que se siente personalmente afectada puede pintar la tragedia
del carácter de otro miembro de su familia. La deserción de aquellos hijos
arrebataba a la filosofía caracteres cuya misión no era llegar a ser los
adversarios diabólicos de la verdad, sino los arcángeles llamados a rodear su
trono. Sus vacantes veíanse ocupadas por gentes intrusas, indignas e incapaces
de tan alta paideusis y poco apropiadas para fortalecer la confianza de
los hombres en la misión de gobierno de los filoso-fos.[370] Estos epígonos son los que rodean a Platón. Son
poquísimos los caracteres espirituales que logran sustraerse a la corrupción;
tal vez un hombre cultísimo y de carácter noble que se ve obligado a vivir como
un extraño en el destierro y a quien este aislamiento involuntario sirve de
tabla de salvación para no caer bajo las influencias corruptoras, un alma
grande que acierta a nacer en una ciudad pequeña y que, por despreciarla, se
vuelve hacia el mundo espiritual, o el representante de una especialidad que
comprende con razón la pequenez de ésta y, volviéndole la espalda, abraza la
senda de la filosofía.[371] Es, verdaderamente, una extraña asociación la de
esta galería de supervivientes en cuyas figuras se acusan con tanta claridad
los rasgos de algunos de los adeptos individuales del círculo Platónico.[372] Y es también extraño el tono irónico con que el
filósofo se empequeñece a sí mismo inmediatamente después de proclamar seriamente
el derecho de la filosofía a ocupar el trono de este mundo. Este ethos sirve
de preámbulo a la siguiente confesión impregnada de la resignación más profunda
y con la que Platón pone fin a su defensa de la filosofía.[373]
670
"Quien pertenece a este pequeño número y ha
llegado a saborear cuanta dulzura y bienaventuranza hay en este bien y
ha experimentado también suficientemente los desvarios de la masa y llegado a
comprender que en los manejos de la política nadie hace nada sano y acertado,
ni existe ningún aliado con ayuda del cual pueda uno actuar como paladín del
derecho y confiar, por lo menos, en sustraerse a una segura destrucción, sino
que como el que se ve metido entre bestias salvajes y no puede ni compartir su
injusticia ni se siente tampoco con fuerzas para oponerse por sí solo a todas
las furias, perderá la vida, sin provecho para sí ni para otros, antes de
poder hacer nada bueno en favor de su patria ni de sus amigos; quien llegue a
comprender todo esto, se quedará quieto y se aferrará a su propia faena, como
cuando uno, ante una tolvanera y un temporal de agua, se echa a un lado para
guarecerse junto a una paredilla del vendaval; y cuando ve cómo los demás viven
entre la impureza se siente contento de verse limpio de injusticia y de poder
vivir trabajando en lo suyo sin acusarse de nada malo, para dejar un día este
mundo, al final de su carrera, con la conciencia tranquila, contento y en paz."
El filósofo desciende aquí de la cima de su
pretensión ideal de reinar sobre el verdadero estado y retorna con callada
modestia al rincón oscuro y humilde[374] que el mundo real le asigna.
Ya sabemos qué aspecto tendría el estado que él construiría si tuviese la
posibilidad de hacerlo. Pero después de planear por los cielos del espíritu,
el filósofo vuelve a encontrarse en realidad en el mismo sitio en que le vimos
en el Gorgias, duramente asediado y rabiosamente censurado por
retóricos y políticos. Muy lejos de la creencia de poder trasformar el estado
real de su tiempo y rebelándose también contra la idea de lanzarse a la
palestra de la lucha política, vuelve a ser lo que era allí: el verdadero
hombre ignorado de la opinión del mundo. El centro de gravedad de su existencia
queda más allá de la órbita del éxito, el prestigio y el poder, en la que se
mueven los grandes a quienes el momento presente acata como tales. Su
retraimiento de toda actuación pública constituye su verdadero poder. Ya en la Apología
había pintado Platón a Sócrates como el hombre que sabe perfectamente por
qué su demonio le había prevenido siempre, a lo largo de toda su vida, de
actuar en política. Proclama abiertamente ante sus jueces que a la larga nadie
puede hacer frente con éxito a la multitud, si pretende oponerse sin rebozo a
sus injusticias. Quien realmente quiera luchar por la justicia tiene que
hacerlo en la vida privada, y no como político.[375] Se equivocan, pues, aquellos
intérpretes que creen que Platón no abandona su intención primera de actuar
prácticamente en el estado de su tiempo hasta que adopta esta actitud en las
palabras de resignación citadas más arriba de su República. La Carta
séptima dice con toda claridad, y la Apología lo confirma, 671 que la muerte de Sócrates produjo la gran crisis en
la voluntad política de Platón.[376] La trágica confesión que se contiene en la República
no se distingue en el fondo de aquélla, aunque se destaque por la fuerza de
expresión poética que Platón había adquirido por los largos sufrimientos que
este destino le impusiera. La clara renuncia de principio contenida en la Apología
se convierte en una actitud religiosa, cuyo concentrado recogimiento
parece como un examen final de conciencia, al modo de los que aparecen
descritos en los mitos ultra-terrenales del Gorgias y de otros diálogos
Platónicos.
El hombre filosófico se distingue por el ser
ignorado del mundo de todos los ideales anteriores del hombre que habían
cobrado forma en las obras de los poetas griegos. Todos ellos eran la
expresión de una virtud arraigada en la polis real. La comunidad de los
ciudadanos veía reflejarse en aquella poética transfiguración su propia
aspiración suprema y su manera de comprender el mundo. La alta imagen Platónica
del hombre filosófico y de la virtud filosófica se halla en contraposición con
la virtud cívica de la colectividad, que con ello deja de ser tal colectividad.
Su involuntario aislamiento responde a la conciencia de perseguir un fin más
alto y de poseer un conocimiento más profundo de los verdaderos valores de la
vida que los otros, por mucho que éstos predominen numéricamente. El filósofo
convierte la necesidad de la minoría en una virtud. La comunidad política real
se reduce para él a la simple masa. En la imagen del puñado de supervivientes
que consiguen salvar y mantener indemne su temperamento filosófico a través de
todos los peligros se revela una nueva conciencia de la comunidad: la
conciencia colectiva del propio círculo de la escuela o de la secta.
El rumbo hacia la creación de esta clase de escuelas
representa un hecho histórico de enorme alcance, que todavía hoy contribuye
esencialmente a determinar el carácter de las relaciones entre el individuo y
la colectividad. Detrás de la escuela o de la colectividad aparece siempre como
verdadera fuerza motriz la personalidad espiritual, que habla en nombre de su
conocimiento y congrega en torno suyo aliados, animados por la misma idea.
Aunque Platón trace aparentemente una imagen autoritaria del estado, esto no
debe hacernos olvidar que su postulado, irrealizable en la política real, de
elevar la verdad filosófica a suprema instancia de poder, responde en realidad
a una enorme exaltación de las pretensiones de la vigencia de la personalidad
espiritual, y no al desconocimiento de su valor. La única consecuencia real en
que se traduce esta soberanía espiritual en el plano social es la creación de
colectividades en forma de escuelas, al modo de la Academia fundada en Atenas
por Platón. Profesores y discípulos habían existido siempre, pero sería un
anacronismo histórico concebir como escuelas de tipo Platónico las
colectividades de 672 esta clase que conocernos de la filosofía
presocrática. El título precedente de la escuela Platónica lo encontramos en
el círculo de los pitagóricos del sur de Italia, y la circunstancia de que
Platón fundase su Academia inmediatamente después de su primer viaje al
occidente griego, en el que tuvo ocasión de entablar un contacto bastante estrecho
con los pitagóricos, indica que entre estos hechos existía una íntima
relación. Los pitagóricos formaban una asociación con una forma de vida fija y
el βίος filosófico de Platón parece presuponer en cierto
modo este tipo de vida, si bien el presentar a Pitágoras como el padre del
ideal filosófico de vida de tipo Platónico e incluso de la palabra
"filosofía" es caer indudablemente dentro del terreno de la leyenda.[377] A pesar de la especulación Platónica sobre el
estado, la escuela de Platón no actuaba como grupo político en la vida de su
ciudad natal, como actuaban los pitagóricos antes de la destrucción de su
orden. En la Carta séptima, Platón expone detalladamente, en relación
con la aventura política de su discípulo predilecto Dión de Siracusa. las
razones de principio que le llevaban a abstenerse de toda actuación
revolucionaria en Atenas. Sus relaciones con su ciudad patria son las del hijo
ya adulto y emancipado con respecto a sus padres, cuyos actos y principios no
puede aprobar. Expresa esta reprobación cuando lo juzga necesario, pero ella
no le exime de los deberes de la devoción filial ni le autoriza al empleo de
la violencia.[378]
La Academia no habría podido existir, en realidad,
sino en el seno de la democracia ateniense, la cual dejaba hablar a Platón aunque
criticase a su propio estado. Hacía ya mucho tiempo que en ella se consideraba
como un grave error el haber condenado a Sócrates y se veía en su heredero
sobre todo al hombre que acrecentaba la fama espiritual de la ciudad, la cual,
aunque su posición exterior de poder vacilase, iba convirtiéndose cada vez más
en el centro espiritual del mundo helénico. La vida retraída y apartada del
mundo de los filósofos de la Academia, sustraída también en el espacio al
ruidoso tráfago de la ciudad e instalada sobre la apacible colina verde de
Colonos, hizo surgir aquel extraño tipo de hombre que Platón pinta con amorosa
ironía en la digresión del Teeteto.[379] Son hombres que no conocen el mercado ni el foro ni la asamblea del
pueblo y que saben tan poco acerca de los árboles genealógicos de los linajes
distinguidos como en lo tocante a las novedades que circulan en las hablillas
de la ciudad. Se hallan tan abstraídos en los problemas matemáticos y
astronómicos y su mirada está tan pendiente de las altas regiones, que se
mueven torpemente en el mundo real y tropiezan in-
673
cluso en cosas que no representan obstáculo alguno
para quienes marchan por la vida con los "ojos abiertos" y un poco
de "sentido común". Platón se halla tan convencido del valor
intrínseco de estos hombres y de la centella divina que llevan en su espíritu,
que el hecho inevitable de que la sociedad los desconozca le incita a exagerar la
pintura de la imagen externa del filósofo hasta convertirla en caricatura,
para suscitar con ello en el filisteo aquella irritación que tanto complace a
los verdaderos amantes de este raro tipo de hombre. Este sentimiento de vida
del hombre filosófico encierra un auténtico estetismo, pero sin las notas de
exaltación y vanidad del afán consciente de originalidad. Este retrato debía de
ser mucho más parecido al filósofo real que el ideal de la formación armónica
del cuerpo y del espíritu que Platón establece en la República para sus
"guardianes". Pero lo que dice en el Teeteto acerca de los
intereses espirituales del filósofo encaja exactamente dentro del marco,
expuesto a continuación, de los estudios que debe seguir en la República el
"regente"-filósofo. La trayectoria de estos estudios ilustra en
cierto modo la tesis del Teeteto según la cual el saber del filósofo no
es algo tan fácil como las percepciones de los sentidos que posee el hombre
desde el momento mismo en que nace, sino algo que "brota en él"
solamente a fuerza de mucho esfuerzo y de una larga educación (παιδεία).[380] La República nos permite apreciar cuál era la estructura de
esta paideia dentro de la Academia Platónica, y en esta parte de su obra
Platón no nos brinda sólo un ideal, sino un fragmento de la realidad.
Después que el filósofo desciende a la resignación
de la grandeza desconocida y del retraimiento ante el mundo, es difícil
retornar a la idea de que representa el hombre llamado a dominar el estado del
futuro. El filósofo real, tal como se nos ha revelado últimamente, aparece un
poco ridículo ante nosotros, como se le contempla a la luz de aquella
aspiración. Pero esto, para Platón, no es sino una nueva ilustración de su
teoría botánico-patológica de la influencia perniciosa de un medio ambiente
malo sobre la educación. El filósofo es una planta divina que, trasplantada al
suelo yermo de los estados actuáles, tiene necesariamente que degenerar o
adaptarse.[381] En cambio, cultivada en las
condiciones propicias del estado ideal, revelará su origen divino.[382] En ninguna otra parte se
expresa con más claridad que aquí que el estado perfecto de Platón no es sino
la forma de la comunidad, necesaria para conseguir un pleno desarrollo de las
dotes del temperamento filosófico del hombre. Por otra parte, al erigir al
filósofo en el regente de su estado, Platón infunde a éste el espíritu que le
garantiza la efectividad de su sistema educativo y el establecimiento de una
tradición dentro de él. Sólo él satisface el postulado 674 de una suprema instancia creadora en materia de
educación, en la que viene a desembocar como último resultado la construcción
del estado ideal.[383] La educación filosófica anterior no podía alcanzar
su meta suprema de ser una cultura "política ', porque se situaba siempre
en una edad falsa. Era, simplemente, "una paideia y una filosofía
para adolescentes".[384] Con ello, Platón abraza de nuevo la lucha contra
el estudio filosófico "encaminado simplemente a la cultura", que
caracteriza la práctica de los sofistas.[385] Y proclama su propio programa que infunde al
concepto de la cultura un sentido mucho más amplio, concibiéndola como un
proceso que abarca la vida toda. El hombre cambiará su modo de enjuiciar el
poder educativo del saber cuando aprenda a conocer y contrastar lo que el
verdadero saber es. No se ha asimilado todavía la idea de un saber libre,
perseguido sólo en gracia al propio saber, sin ninguna otra consideración.[386] Únicamente conoce el saber bajo la forma de
ingeniosas y sutiles artes retóricas, intrínsecamente carentes de objeto y de
alcance y buenas sólo para la mera satisfacción de querellas personales.[387] El hombre tiene que darse cuenta ante todo de que
los que ahora considera tales no tienen nada de verdaderos filósofos. La
llamada abstracción del filósofo con respecto al mundo le parecerá menos
despreciable cuando comprenda que quienes consagran su vida al examen del orden
divino superior no pueden mezclarse en las envidias y querellas demasiado
humanas, en esos pleitos odiosos y esos manejos calumniosos de la clase de
hombres que el mundo considera falsamente como los eruditos, los
intelectuales, y que en realidad no son más que unos intrusos insolentes en la
casa de los filósofos.[388] El hombre que aspira a conocer el mundo de la
existencia pura, ordenado por los dioses y para toda una eternidad, debe ser un
hombre en quien rebose el orden divino.[389]
Al igual que en el Teeteto, el tipo del
filósofo es aquí, comparado con el Sócrates de las obras anteriores,
sorprendentemente parecido al matemático y al astrónomo. En ambas obras,
cercanas en el tiempo, nos encontramos también con la idea, expuesta a
propósito de esto, de la adecuación esencial del filósofo a su objeto, lo
divino.[390]Sin embargo, en la República no aparece como
el destino final del filósofo la vida predominantemente contemplativa que se ve
obligado a llevar dentro del mundo circundante actual. En la república ideal,
el filósofo saldrá del estado de mera contemplación para abrazar un estado de
creación. Se convertirá en "demiurgo" y trocará la única labor
creadora que le es dado realizar bajo las circunstancias actuales, la de su
propia formación (e(auto\n
pla/ttein), por la de la formación de caracteres humanos (h)/qh), ya sea en
el campo de la vida 675 privada o en el del servicio público.[391] Se convertirá así en el gran
pintor que, a la luz del modelo divino que lleva en su interior, estructurará
la imagen de la verdadera polis.[392] Esto nos recuerda aquel pasaje en que Sócrates, después de dar los
últimos toques a su proyecto de estado, se comparaba al pintor que traza la
imagen del más hermoso de los hombres; [393] pero aquí no se trata ya de
un modelo al que haya de ajustarse la realidad, sino de la imagen de la
realidad misma, calcada sobre el paradigma divino albergado en el alma del
filósofo. El pintor es el guía del estado y éste el pinax, la tabla
sobre la que, después de limpiarla con todo rigor, cobra contorno y color la
imagen del hombre nuevo. Mezclando las características de lo eternamente
justo, bello, prudente, de todas las demás virtudes y de los rasgos que
descubrimos en el hombre real, es decir, mezclando la idea y la experiencia,
surge ante el artista filosófico, en vez de aquella imagen "semejante a
los dioses" (qeoei/kelon) que Homero representa en los hombres de su epopeya, una imagen
adecuada a ellos, "semejante al hombre" (a)ndrei/kelon).[394]
Platón traza aquí expresamente, una vez más, el
paralelo entre la poesía y la filosofía, que guía todo su pensamiento y toda su
obra. El filósofo se halla en condiciones de rivalizar victoriosamente con la paideia
del poeta, porque tiene un nuevo ideal de hombre. Platón opera en este
punto la trasposición de lo épico-heroico a la imagen filosófica del hombre y
orienta su obra fundamental sobre el eje hu-manista en torno al cual gira toda
la historia del espíritu griego, pues para nosotros existe humanismo allí donde
la educación se proyecta conscientemente sobre la imagen esencial del hombre.
De este modo, Platón contrapone al mismo tiempo al tipo sofista, que no
encerraba ninguno de estos ideales humanos y cuya característica fundamental
acaba de definir por la adaptación espiritual al estado real vigente en cada
caso, su propio humanismo filosófico. Este humanismo Platónico
no es apolítico por principio, pero no saca su punto
de vista político de la realidad del mundo empírico, sino de la idea, que es
para él la verdadera realidad. Persevera en su disposición permanente y en
cierto modo escatológica a entregarse como fuerza auxiliar al mundo divinamente
perfecto que pertenece al "porvenir". Pero no puede renunciar a su
derecho de crítica frente a ninguna de las formas de la realidad estado, pues
su mirada no se dirige a ningún modelo temporal, sino al modelo eterno.[395] Platón coloca simbólicamente
la 676 imagen de lo ''humano" o de lo "semejante
a lo humano", como él auténtico contenido y el auténtico sentido del
verdadero estado, en el vestíbulo de la paideia de los
"regentes". La cultura humana es imposible sin una imagen ideal del
hombre. La "propia formación", a la que se reduce en realidad, por el
momento, la paideia filosófica, adquiere su sentido social más alto al
referirla al estado ideal, cuyo camino prepara. Platón no concibe esta relación
a "modo de un como si", de una mera ficción, sino que también en este
punto dice expresamente que el estado ideal es un estado posible, aunque de
difícil realización.[396] De este modo, salvaguarda el concepto del "porvenir",
para el que se forma el filósofo, contra el peligro de que se deslice hacia lo
imaginario y da a la "vida teórica" del filósofo, con la posibilidad
de tomar en todo momento cuerpo en la práctica, una tensión maravillosa de que
carece la ciencia fundamentalmente "pura". Esta posición intermedia
que ocupa entre la investigación pura desligada de todo fin práctico-ético y
la cultura meramente práctica, política, de los sofistas, hace que el
humanismo Platónico sea en realidad superior a ambas.
[1] 1 Cf. supra, p. 478
[2] 2 Cf. supra, pp. 495 s., 504.
[3] 3 Cf. supra, p. 479.
[4] 3a De la inmensa bibliografía que existe sobre la República
Platónica, los libros que más interesan al historiador de la paideia son: E. barker, Greek Political Theory (Londres,
1925) ; R. L. nettleship, Lectures
on the Republic of Plato (Londres, 1901) y The Theory of Education in the
Republic oj Plato (Chicago, 1906); J. stenzel.,
Platón der Erzieher (Leipzig, 1928), que contiene profundas
interpretaciones de pasajes escogidos y de conceptos fundamentales de la
República, y P. friedlaender, Die
platonischen Schriften (Berlín, 1930).
[5] 4 La palabra "sistema" (σύστημα) para designar un conjunto de doctrinas científicas o filosóficas, no
se emplea antes de la época helenística y es característica de la mentalidad
de esta época. Ni el mismo Aristóteles, a quien solemos considerar como el
sistemático por antonomasia, emplea todavía la palabra "sistema" con
esta significación.
[6] 5 Esto se halla relacionado con el paralelo estrictamente mantenido
entre el estado y el alma: a Platón sólo le interesa el "tercer
estado" como imagen refleja del aspecto impulsivo del alma del hombre.
[7] 6 Platón está pensando en las diferentes
funciones morales del alma, en las diferentes formas (ei)/dh) que su actividad moral adopta.
[8] 7 El intérprete neoPlatónico
Porfirio subraya correctamente que la teoría de las partes del alma en Platón
no es psicología en el sentido corriente, sino psicología moral. Aristóteles no la adopta, en su obra sobre la
psicología, pero la usa en sus trabajos
éticos. Su significado es pedagógico. Véase
mi Nemesios von Emesa
(Berlín, 1913), p. 61.
[9] 8 Como tal
hemos considerado repetidamente
a la polis.
Cf. supra, pp.
84, 109, 293. Sin embargo, para
Platón no se trata aquí de las relaciones de la paideia como un estado
históricamente dado, que la tome como medio político, sino de su proyección
sobre la meta divina, la idea del bien, que se levanta en el "centro"
del "estado perfecto".
[10] 9 Cf. T. gomperz, Griechische Denker, t.
ii, p.
372. Gomperz sostiene que la descripción de la educación de los regentes en la
República (libros 6-7) es sólo
un pretexto para exponer la
epistemología y ontología propias de Platón. En el mismo sentido,
Gomperz ve en la educación de los guardianes en los libros 2-3 otro
pretexto que hace
posible para Platón
examinar extensamente toda clase de problemas en los distintos
campos de la mitología, la religión, la música, la poesía y la gimnasia. Como se mostrará con nuestro análisis de la República, la esencia
de la paideia Platónica requiere todos los elementos que enumera Gomperz, y hubiera sido imposible
ponerla de manifiesto sin relacionarla con ellos en un sentido filosófico. La paideia no es un mero eslabón externo que
hace de la obra un todo; constituye su verdadera unidad interna.
[11] 10 Este ideal científico se ha
desarrollado en las ciencias naturales
(science), de donde lo
tomó la filología,
con un desconocimiento completo
de su propia esencia.
[12] 11 Gorg., 521 D. Cf. supra, p. 539.
[13]
12 Cf. mi disertación "Die griechische
Staatsethik im Zeitalter des
Plato", en Humanistische Reden und
Vortrage (Berlín, 1937), p. 95.
[14]
13 Cf. supra, p.
99.
[15] 14 Cf. supra, pp. 142-45.
[16] 15 aristóteles, Pol, II, 7-8.
[17] 16 aristóteles, Pol., II, 7, 1266 b 29-33.
[18] 17 Véase el "Anónimo
de Jámblico", en diels, Vorsokratiker, t. II
(5a ed.), pp. 400 s. Cf.
sobre este interesante carácter,
tan representativo de la
época, R. roller, Untersuchungen
zurn Anonymus lamblichi (Tubinga, 1931).
[19] 18 Uno del Consejo de la Corona de Persia
a que se alude en
heródoto, III, 80 s.
de los más famosos
ejemplos de esta
manera comparativa de
considerar los distintos tipos de constitución, es la discusión
[20] 19 Cf. supra, p. 108.
[21] 20 Cf. supra, p. 109, nota 7.
[22] 21 Cf. supra, pp. 105 ss.
[23] 22 Un dato elocuente en cuanto a esta tendencia progresiva a
relativizar el concepto del nomos es la tantas veces citada antitesis entre no/mw| y φύσει, en que se contrapone lo que es justo por naturaleza a lo que sólo es
por obra de la convención humana. Cf. supra, pp. 296-99.
[24] 23 Cf. supra, p. 526.
[25] 24 Cf. supra, p. 519.
[26] 25 Rep., 338 C.
[27] 26 Rep., 357 A.
[28] 27 Rep., 357
B-C.
[29] 28 Rep., 359 A.
[30] 29 Rep., 359 D.
[31] 30 Cf. supra, pp. 299 ss.
[32] 31 Rep., 362 E ss.
[33] 32 Rep., 363 A-Ε. Cf. también supra,
pp. 76 s., 97, sobre los catálogos de la» recompensas a la areté y la justicia,
los perjuicios de la kakia y la hybrís que finirán en las poesías de hesíodo (Erga, 225), tirteo. frag. 9,
30 Diehl: y So-tON, frag. 1, 32 Diehl.
[34] 33 Rep., 364 A ss.
[35] 34 Rep., 366 E, 367 Β μ
[36] 35 Adimanto insiste en que al enjuiciar la justicia se prescinda
completamente de la utilidad social que reporta (367 Β y 367 D), como había sugerido ya Glaucón (361 B). La expresión
correspondiente a la utilidad social de la areté es doxa. En la ética griega
antigua esta palabra corresponde siempre a la areté y es equivalente a ésta
(Cf. supra, pp. 24 s.). Un buen ejemplo de doxa en este sentido (reputación) lo
tenemos en solón (frag. 1, 4
Diehl). Por tanto, Platón aquí pretende desligar la areté de su vinculación con
esta doxa. Exactamente al contrario procede su coetáneo, el "Anónimo de
Jámblico", quien intenta restaurar la virtud cívica tomando como base la
doxa. Cf. diels, Vorso-kratiker,
t. II (5a ed.), pp. 400 ss. Esta doxa social encierra para Platón ya algo de la mera
"apariencia" que caracteriza a la palabra en su crítica del conocimiento.
[37] 36 Rep., 365 C.
[38] 37 Cf. supra, p. 596.
[39] 38 Cf. supra, p. 553.
[40] 39 Rep., 368 E.
[41] 40 Rep., 369 A.
[42] 41 El problema de dónde se manifiesta la justicia en la polis, que se
presenta como si surgiese de la nada, se plantea inmediatamente en Rep., 371 E,
pero sin que pueda dársele todavía aquí una solución. Se sugiere, sin embargo,
que ésta tiene que contenerse necesariamente, de un modo o de otro, en la
reglamentación de las relaciones mutuas entre los individuos que cooperan de
distintos modos dentro del estado.
[43] 42 Rep., 370 A sí.
[44] 43 Rep., 372
E ss.
[45] 44 Rep., 373
E.
[46] 45 Aparece en Leyes, 625 E-628 D, 629 A, pero de aquí no se sigue que
Platón tuviese ya el plan de escribir las Leyes cuando redactó la República.
[47] 46 Rep., 374 A-D.
[48] 47 Para la critica, Cf. isócrates,
De pace, 44-48, y demóstenes, Fil,
i, 20, 47.
[49] 48 La palabra πλάττειν se encuentra empleada varias veces en esta conexión.
Cf. Rep., 377 B, C.
[50] 49 Rep., 374 E.
[51] 50 Cf. Rep., 375 A-Ε, y 459 A-B.
[52] 51 Rep., 375
E.
[53] 52 Su paideia comienza en Rep., 376 C-E.
[54] 53 aristóteles, Ét. nic., X, 10, 1180 a 24.
[55] 54 Cf. infra, lib. iv.
[56] 55 Rep., 376 E.
[57] 56 Rep., 376 E, 377 A.
[58] 57 Rep., 377 A.
[59] 58 Con la idea de "imprimir" o "moldear" (πλάσις, πλάττειν) Platón inculca al lector,
con una claridad de visión genial, la esencial función de la poesía y la música,
tal como la utilizaba la paideia de la antigua Grecia. Tampoco en este caso
estamos ante algo perfectamente nuevo, sino de la asimilación consciente de
algo que existía de antiguo y de su importancia comprobada ya desde hacía mucho
tiempo.
[60] 59 Rep., 377 C.
[61] 60 Cf. supra, p. 168.
[62] 61 Cf. supra, pp. 318 s.
[63] 62 Cf. supra, pp: 64 s.
[64] 63 Rep., 378 C-D. Cf. jenófanes, frag. 1,
21 Diehl.
[65] 64 jenófanes, frag. 9
Diehl.
[66] 65 esquines, Contra
Timarco, 141; licurgo, Contra Leócrates, 102.
[67] 66 Como es sabido, los estoicos llegaban al extremo en la utilización
de los poetas como autoridades. Esto les llevaba a dar al problema del valor de
la poesía un trato muy distinto al que le daba Platón. Valiéndose del método
alegórico de interpretación, mantenían en su plenitud la pretensión de los
poetas (especialmente Homero) de que se les considerase como la verdadera
paideia.
[68] 67 Cf. supra, nota 64 de este capítulo.
[69] 68 Cf. Rep., 337 A: el mito en su conjunto representa una ficción,
aunque encierra también una parte de verdad.
[70] 69 Cf. infra, lib. IV.
[71] 70 Rep., 379 A: tu/poi per\ qeologi/aj. Es el pasaje en que aparece por vez primera la palabra teología en la
historia del espíritu humano. Platón es su creador.
[72] 71 En Rep., 377 E, Platón compara al poeta que cuenta cosas malas de
los dioses al pintor cuyos retratos "no se parecen" al original. Las
palabras μηδέν έοικότα están muy bien elegidas, pues expresan al mismo
tiempo la falta de parecido y la inadecuación de la idea de Dios, que Platón
siente. También jenófanes, frag.
22 Diehl, dice ya que "no se parece a Dios" el moverse de un lado
para otro. La palabra pre/pein, que designa
la adecuación, expresa originariamente, como la palabra homérica e)sike/nai, la idea del parecido. La tragedia del siglo V la emplea siempre en este sentido.
[73] 72 Rep., 379 C.
[74] 73 Rep., 383 C.
[75] 74 Primero viene la crítica de los himnos a los dioses, que responde
a los postulados de la verdadera eusebeia (377 E hasta el final del libro π). Con el libro iii comienza la crítica de los
pasajes de los poetas que son contrarios a los preceptos de la valentía, a lo
que, en 389 D, se enlaza la crítica desde el punto de vista del dominio de sí
mismo. Ambas partes de la crítica se refieren al modo de presentar a los héroes
en la poesía. A esto parece que debiera seguir inmediatamente la exposición del
hombre, examinándose ante todo su coincidencia con los preceptos de la
verdadera justicia (392 A y 392 C), ya que esta virtud es la única que queda en
pie. Pero Platón desplaza esta parte de la critica, pues hice falta esclarecer
todavía la verdadera esencia de la justicia.
[76] 75 Cf. infra, lib. iv.
[77] 76 solón, frag. 22 Diehl.
[78] 77 En mi estudio Tyrtaios Über die wahre Areté, en Sitzungsberichte
der Ber· liner Akademie, 1932, p. 556, he estudiado toda una serie de ejemplos
especialmente instructivos de esta trasformación de una poesía famosa en alta
autoridad.
[79] 78 Cf. acerca
de esto E. norden, Agnostos Theos,
p. 122, y el apéndice, p. 391.
[80] 79 Leyes, 660 E s.
[81] 80 Este pasaje es instructivo
para establecer la relación entre lo que llama-"los goce artístico y
la misión de la poesía como moldeadora de almas, tal como la concebían los
griegos. No se excluyen el uno a la
otra, sino que cuanto más intenso
es el goce
mayor es la eficacia
formativa de una
obra de arte
sobre quien la contempla. Se
comprende, pues, que esta idea de la formación surgiese precisamente en
el pueblo más artístico del mundo, entre los griegos, donde la capacidad del
goce estético alcanzó mayor altura que en cualquier otro pueblo de la historia.
[82] 81 Rep., 387 D ss., 389 E.
[83] 82 Rep., 390 E si.
[84] 83 Rep., 391 D.
[85] 84 El estudio de los mitos
termina en Rep., 392 C. A él se enlaza
la crítica del estilo del lenguaje.
[86] 85 Esto se observa, aunque de
un modo fugaz, en Rep., 373 B. Cf.
también la idea de la imitación ( ei)ka/zein) en 377 E, que comparten como misión el pintor y el poeta.
[87] 86 Rep., 392 D. El concepto de la imitación, que Platón toma como base
en esta clasificación de los géneros del arte poético, no es la imitación de
cualesquiera objetos naturales por el hombre, sino el hecho de que el poeta o
el pintor se hagan parecidos (o(moiou=n e(auto/n), como personalidad, en todos aquellos casos en que
no hablen en primera persona, sino a través de otro.
[88] 87 Rep., 395 A.
[89] 88 Rep., 395 B-C.
[90] 89 Rep., 396 B.
[91] 90 Rep., 395 B.
[92] 91 Es evidente que esta caracterización no es aplicable a la imitación
en sentido amplio, que en la nota 86 de este capítulo hemos distinguido de la
imitación del poeta o expositor dramático, sino solamente a la segunda, que
según Platón incluye también los discursos epopéyicos. Este tipo de imitación,
que influye en el cuerpo, la voz y el espíritu del imitador y le hace
asimilarse lo imitado como una segunda naturaleza (Rep., 395 D), aparece
claramente caracterizado por Platón como una categoría ética, mientras que la
imitación de cualquier realidad en un sentido artístico es sencillamente
indiferente para el carácter del que imita. El concepto Platónico de la
mimesis dramática, en el sentido de la renuncia a uno mismo, es un concepto
paideútico; el de la imitación de la naturaleza un concepto técnico pura y
simplemente.
[93] 92 Rep., 395 D-397 B.
[94] 93 Rep., 395 B-D.
[95] 94 Cf. Rep., 397 A-B y la
descripción de las dos clases (ei)/dh) ο los dos tipos (τύποι) de estilo (λέξις).
[96] 95 Rep., 398 A.
[97] 96 Rep., 396 E.
[98] 97 Cf. Rep., 398 B-C. El contenido y la forma
son a(/ te lekte/on kai\ w(j lekte/on. La
primera (α) coincide con la exposición
por extenso de los mitos, la segunda (ως) con la del estilo (λέξις). La tercera parte del estudio de la poesía, la música (teri\ w)|dh=j tro/pou kai\ melw~n), comienza en 398 C. Esta clasificación de la poesía en los diversos
elementos que la integran se adelanta parcialmente a la construcción de la
Poética de Aristóteles. El carácter normativo del estudio lo indica el doble λεκτέον. La norma Platónica es la paidéutica y no la
simple perfección técnica de la obra poética.
[99] 98 Rep., 398 D.
[100] 99
Rep., 398 D; c{. también 400 A y 400 D.
[101] 100 Leyes, 701 A.
[102] 101 seudo plutarco, De
música, c. 27. horacio, ars Poética, 202 s.
[103] 102 Rep., 400 B.
[104] 103 Rep., 398 E ss.
[105] 104 Véase infra, p. 620 y Cf. aristóteles, Metaf., A 3, 995 a 9 s.
[106] 105 Rep., 399 A-C.
[107] 106 Rep., 399 C-E.
[108] 107 seudo plutarco, De
música, c. 30; Ath., 636 E.
[109] l08 Rep., 399 E.
[110] 109 Cf. supra, pp. 126 ss.
[111] 110 También aquí (Rep., 400 A) señala Sócrates al joven Glaucón,
hombre culto en la técnica musical, la misión de explicar y definir de un modo
más exacto en las armonías los géneros de los ritmos y su número. Sin embargo,
lo característico del técnico es ignorar cuanto se refiere al contenido ético
de expresión de los distintos ritmos. Indudablemente, Damón era excepcional
entre los teóricos de la música. Por ello Sócrates quiere
"asesorarse" (400 B) de él para saber qué clase de ritmos (βάσεις) son los adecuados (πρέπουσαι)
para cada ethos especial. Es un problema
instructivo, pues el tratamiento de los metros en la poesía parte también en la
Poética de Aristóteles y en la de Horacio del mismo punto de vista, a saber:
qué metros son los más indicados para cada contenido. Asistimos aquí a una
continuidad de la tradición anterior a Platón, aunque exista la tendencia a
identificar con él este modo paideútico de enfocar el problema de la música. El
hecho de que haga que Sócrates recurra a Damón como la gran autoridad con
respecto a la teoría de lo adecuado (πρέπον) en este terreno, representa una distinción y un testimonio
verdaderamente extraordinario en él. Tras ellos no se halla tanto el hecho de
que Sócrates fuese discípulo de Damón —una antigua tradición urdida
probablemente a base de este pasaje de la República —como la comprobación de
que Damón era el verdadero autor de la teoría del ethos en la música que
Platón toma como base de su paideia de los "guardianes".
[112] 111 aristóteles, Pol.,
VIII, 5.
[113] 112 aristóteles, Pol., VIII, 5, 1340 a 18-30.
[114] 113 aristóteles, Pol., VIII, 5, 1340 a 30 s.
[115] 114 aristóteles, Pol., VIII, 5, 1340 a 36.
[116] ll5 aristóteles, De
sensu, 1, 437 a 5. El modo como valora Platón el ojo humano se trasluce en el
predicado "solar" que usa en Rep., 508 Β y en la metáfora "ojo del espíritu", Simp., 219 A.
[117] 116 aristóteles, Pol,
VIII, 2, 1337 b 25.
[118] 117 Rep., 401 A. Quizá la
"escultura" está ubicada en el etcétera, 401 A 1-2.
[119] 118 Sócrates tiende a generalizar lo dicho acerca del ethos adecuado
en la música, remontándose, por tanto, sobre la teoría de Damón. Éste había
descubierto el ethos en el campo de la armonía y de los ritmos, pero Sócrates
pregunta (400 E) si los jóvenes "guardianes" no deberían
"perseguir" por todas partes (pantaxou=) estos elementos (ingenioso juego de palabras), para
poder cumplir debidamente su misión. Las bellas artes participan en el ethos en
los términos eu)armosti/a, eu)sxhmosu/nh y eu)ruqmi/a. Cf., sin
embargo, 400 D, acerca de la primacía ética de la música con respecto a las
demás artes.
[120] 119 Rep., 401 B-D.
[121] 120 Rep., 401 D.
[122] 121 Cf. infra, pp. 667 ss.
[123] 122 Παιδεία
y τροφή son al principio términos casi sinónimos. Cf. esquilo,
Los siete, 18. Cf. supra, p. 20.
[124] 123 Cf. nota 121.
[125] 124 Rep., 401
C: w)/sper au)/ra fe/ronstw=n to/pwn u(gi/eian.
[126] 125 Rep., 401 D: kuriwta/th e)n mousike= trofh/. De
modo semejante, se llama al verdadero ser o verdadera realidad: h( kuriwta/th ou)si/a, to\ kuri/wj o)/n.
[127] 126 Rep., 401 E.
[128] 127 Rep., 402 A.
[129] 128 Carta VII, 343 E-344 B.
[130] 129 Rep., 402 A.
[131] 130 Rep., 402 C.
[132] 131 Rep., 403 C.
[133] 132 Rep., 376 E, 377 A (Cf. supra, pp. 603 s.).
[134] 133 Rep., 403 D.
[135] 134 Rep., 403 E: tou\j tu/pouj
u(fhgei=sqai.
[136] l35 Rep., 403 E.
[137] 136 Rep., 404 Β.
[138] 137 Rep., 404 B.
[139] 138 Cf. Rep., 397 B, 399 D.
[140] 139 A la sofrosyne, la temperancia y la moderación en la música
corresponde la salud en la gimnasia. Véase Rep., 404 E. Ambas son el resultado
de la sencillez.
[141] 140 Rep., 405 A.
[142] 141 Rep., 405 A; Gorg., 464
B (Cf. supra, p. 516).
[143] 142 Gorg., 464 B.
[144] 143 Rep. 404 E 405 A. La proporción mousikh/: gugnastikh/ = dikanikkh/: i)atrikh/, aunque no se exprese en la misma fórmula matemática, es la premisa
que sirve de base a este pasaje.
[145] 144 Rep., 406 A.
[146] 145 Cf.
infra, lib. iv, sobre el desarrollo de la dietética en el siglo iv.
[147] 146 Cf. infra lib. iv, cap. i.
[148] 147 Rep. 406 D.
[149] 148 Rep. 407 A.
[150] 149 Rep.407 B C.
[151] 150 Rep 407 E ss.
[152] 151 Rep. 408 B, 410 A.
[153] 152
Rep. 406 A. Sobre Heródico, véase el capitulo dedicado a la medicina infra lib.
iv.
[154] 153 Rep., 410 B.
[155] 154 Rep., 410 C; Cf. 376 E.
[156] 155 Rep., 410 D.
[157] 156 Rep., 411 A.
[158] 157 Rep., 411 C-D.
[159] 158 Rep., 411 E ss. Los términos que Platón
emplea para esta combinación son: sunarmo/zein y kerannu/nai. Toda la salud es el resultado de la mezcla debida (kra=sij), de acuerdo con la
doctrina médica griega. Véase infra, lib. IV: La armonía de la paideia musical
y atlética es la educación sana. Cf. también Rep., 444 C. Pero Platón piensa en
la totalidad de la salud de la naturaleza humana, no sólo en la salud
corporal.
[160] l59 Al final de la sección sobre la gimnasia (412 B), Platón recuerda
expresamente una vez más su principio metódico sobre la estructura de la educación:
1) hace resaltar repetidamente que cualquier exposición de esta clase sólo
puede trazar las líneas generales de la paideia (τύποι της παιδείας), de las que se trasluce la fisonomía espiritual de
esta cultura; 2) rechaza resueltamente un tratamiento completo en cuanto a la
materia de todas las formas de educación, tales como las danzas en corro, los
juegos agonales gimnásticos e hípicos, la caza, etcétera, ("¿por qué hemos
de tratar de todo esto?" y "es evidente que todo debe manejarse de un
modo análogo"). En su obra de vejez, las Leyes, cambió de modo de pensar,
como lo comprueba, entre otras cosas, el hecho de que incluyese también estas
formas en su paideia. Las danzas en corro, especialmente, ocupan aquí una
posición completamente distinta, que lo domina todo. Cf. infra, lib. iv, cap.
x.
[161] 160 Rep., 412 A.
[162] 161 Rep., 497 D.
[163] 162 Rep., 412 Β.
[164] 163 Rep., 412
D-414 A.
[165]l64 Rep., 414 B.
[166] 165 Rep., 414 D-415 D.
[167] 166 Rep., 416
A-B. La palabra griega
para "garantía" es aquí ευλάβεια. Consiste sólo en ser tw=| o)/nti
kalw=j pepaideume/noi, 416 Β 6, o h( o)rqh\
paidei/a, 416 C 1.
[168] 167 Rep., 416 B.
[169] 168 Rep., 416 C 55. Estas reglas se dan para la vida del regente, en adición a su paideia.
[170] 169 Rep., 419 A-420 B y 421 B.
[171] 170 Rep., 423 B.
[172] 171 Rep., 423 E.
[173] 172 Rep., 424 A.
[174] 173 Rep.. 424 B.
[175] 174 Rep.. 424 C.
[176] 175 Rep., 424 D.
[177] 176
En Rep., 424 D-E, describe Platón en detalle los efectos sociales negativos de
los cambios en la paideia, con los cuales contrasta en 425 A-B los efectos
beneficiosos de su observación fiel e inconmovible. Ambas imágenes se caracterizan
por las antitesis παρανομία <-->
ευνομία, que recuerdan la elegía de
solón, frag. 3, Diehl. En ella
Solón hace de παρανομία y ευνομία la causa final de la felicidad o la miseria
del estado (Cf. supra, p. 143). En la República son solamente los efectos del
cambio o la resistencia al cambio de la paideia (Cf. Rep., 425 C).
[178] 177
Rep., 425 C. Cf. también 427 A.
[179]
178 Cf. supra,
pp. 86 ss.
[180] 179 Rep., 376 C-D.
[181] 180 Cf. supra, p. 225.
[182] 181 Rep., 423 D-425 C.
[183] 182 Rep., 427 D. Cf. 368 E.
[184] 183 Rep., 433 A.
[185] 184 Rep., 428 B-E.
[186] 185 Rep., 429 A-C.
[187] 186 Rep., 430 D-432 A.
[188] 187 Rep., 433 A-D. Cf. 434 C.
[189] 188 Rep., 434 D.
[190] 189 Rep., 435 B-C.
[191] 190 Rep., 435 C-D. Este problema reaparece más adelante, en 504 B. El término empleado por Platón para designar
las clases o partes del alma es είδη ψυχής,
435 C. Es un concepto de origen médico. También el
término análogo qumoeide/j es un giro tomado de Hipócrates. Cf. De aere, c. 16. Aquí se emplea
para caracterizar ciertas razas en las que predominan la valentía y el
temperamento sobre la inteligencia.
[192] 191 Rep., 435 E.
[193] 192 Rep., 436 C ss. Acerca de la necesidad de distinguir, además de la inteligencia y los
apetitos, un tercer factor, el de la valentía, Cf. Rep., 439 E-441 A.
[194] 193 Rep., 441 C-E.
[195]
194 Rep., 441 E.
Véase 411 E y la nota 158 de este capítulo.
[196] 195 Rep., 442 A-B.
[197]
196 Rep., 443 C.
Este orden dentro del estado no es más que un ei)/dwlon de la verdadera justicia.
[198] 197 Rep., 443 D-E. La areté es, por tanto, la "armonía" de las potencias del
alma, como en el Fedón.
[199]
198 Cf. p. 516.
[200]
199 En Rep., 444 C-E, la areté es la salud del
alma.
[201] 200 Rep., 443 C-E. El concepto médico e(/cij discurre a lo
largo de toda la sección en que trata de la justicia. Aristóteles en su Ética toma el concepto
como base de su concepción de la areté.
[202]
201 Rep., 445 A.
[203]
202 Cf.
acerca de la
importantísima y trascendental aplicación
de los dos conceptos médicos del κατά φύσιν y del para\ fu/sin, Rep., 444 D.
El precedente de la salud como estado normal (areté) de la naturaleza física permite a Platón
concebir el fenómeno
moral de la
justicia como la
verdadera naturaleza del alma, y como su estado normal. La objetivación de lo que aparentemente es
algo subjetivo por el concepto médico de la physis, se convierte al mismo
tiempo en conocimiento de lo normativo.
[204] 203 Rep., 445 A.
[205] 204 Rep 445 c.
[206]
205 Rep.;
449 a.
[207]
206 Cf. la reiteración del problema de la
patología del estado ν del alma en libros viii-ix. Véase el capítulo sobre la teoría de las
formas del estado como pa tología de la personalidad humana.
[208] 207 Rep., 450 C, 452 A, etcétera.
[209] 208 Rep., 451 D.
[210]
209 En Rep.,
501 E, Platón designa su construcción del estado
como mito logia. El
problema de la posibilidad de las propuestas Platónicas
es planteado en Rep., 450 C, pero sólo se le
da una solución en lo tocante a la educación gimnástica y musical de la
mujer (Cf. 452 E-456 C). El postulado de la comu nidad de las esposas
se examina de modo principal desde el punto de vista de lo deseable,
dándose de lado
reiteradamente cuanto se
refiere a la viabilidad de
semejante institución. Este problema es
aplazado diversas veces en 458 Β y 466 D,
por ejemplo; en 471 C se le aborda aparentemente, pero se disuelve den tro del
problema general de la viabilidad de todo el ideal del estado Platónico en su
conjunto.
[211]
210 No debe olvidarse que Platón sólo alude a los
pocos individuos llamados a gobernar y a defender el estado.
[212] 211 aristóteles, Pol, II, 9, 1269 b 12 s.
[213]
212 aristóteles,
PoL, II, 9, 1269 b 37.
[214]
213 Rep., 416 E.
La palabra συσσίτια, que Platón usa en este pasaje para las comidas
públicas, prueba que está adoptando la costumbre espartana.
[215] 214 Rep., 451 D.
[216] 215 Rep., 451 D.
[217] 216 Rep., 452 A.
[218] 217 heródoto, i, 8.
[219]
218 Rep., 452 C.
El sentimiento moral de los griegos del Asia Menor se reve la en su arte
del siglo vi, que a este respecto es muy diferente del arte del Pe loponeso.
[220]
219 El
segundo tema fundamental son
los dioses. A
veces, este tema se ex
pone de un modo falso, como si las artes plásticas de los griegos hubiesen
tomado como tema el
atleta simplemente porque
sólo en la
palestra era donde
podía contemplarse el cuerpo humano en
su belleza desnuda.
Este error es típico de un
cierto concepto moderno
del artista como
especialista del desnudo.
Es un concepto que
aparece ya en
los últimos tiempos
de la Antigüedad.
La figura del atleta del
griego primitivo es la encarnación de la
suprema areté gimnásti ca del joven, en su figura plástica perfecta. Platón
se limita a expresar la con
cepción general de los griegos cuando define la areté del cuerpo como fuerza,
salud y belleza.
[221]
220 Es cierto que en el arte la figura de la
mujer no aparece representada como una atleta Platónica, sino como el tipo de
la Afrodita. Esta nueva plástica se
halla interesada en la forma específica femenina del cuerpo de la mujer por
oposición a la formación más bien masculina
del cuerpo femenino en
la época clasica antigua. El motivo Platónico de la belleza es otro o(/ti to\ w)fe/limon kalo/n. Las mujeres de los "guardianes" deben envolverse, en vez de
en el himation, en el ropaje de la areté: 457 A.
[222] 221 Rep., 452 C ss.
[223] 222 tucídides, i, 6, 5.
[224] 223 Rep., 453 B-D.
[225] 224 Rep., 454 A ss.
[226] 225 Rep., 455 C-D.
[227] 226 Rep., 455 E.
[228] 227 Rep., 456 B- C
[229]
228 Cf. Ivo bruns, Vortrage und Aufsátze (Munich,
1905), p. 154: "La emancipación de la mujer en Atenas."
[230] 228a Rep., 455 D.
[231] 229 Rep., 457 C.
[232] 230 Cf. supra, pp. 285 ss.
[233]
231 Cf. supra, p.
196.
[234]
232 También
Teognis había pensado, naturalmente, en la selección de los a)gaqoi/, pero a)gaqoj y κακός son
términos que en este poeta de la nobleza tie-nen siempre el significado de lo
noble y lo innoble (en un sentido social). Cf. supra, pp. 191 s.
[235]
233 jenofonte, Const. de los laced., 1.
[236] 234 critias, frag. 32
Diels.
[237] 235 Rep., 458 D.
[238] 236 Rep., 458
D-E.
[239] 237 Rep., 458 E.
[240] 238 Rep., 459 E.
[241] 239 Rep 459
C-D.
[242] 240 Rep., 460 A.
[243] 241 Rep., 460 D-E.
[244]
241a Rep., 461 A.
En cambio, en Rep., 461 C, Platón declara también libres las relaciones
amorosas y sexuales para los pertenecientes a la clase dominante, siempre y
cuando que hayan pasado la edad máxima prescrita por el estado para poder
procrear hijos (o sean los 40 años para las mujeres y los 55 para los hombres).
[245] 242 Rep., 459 D.
[246] 243 Rep., 460 C.
[247] 244 Rep., 461 D.
[248] 245 Rep., 462 B.
[249] 246 Rep., 462 C.
[250] 247 Rep., 462 C-D.
[251] 248 Rep., 462 B.
[252] 249 Rep., 463 A-B.
[253]
250 El carácter griego de su polis aparece en
Platón de un modo especialmente consciente en
sus normas para las guerras de
helenos contra helenos, Rep., 469 B-C, 470 A, 470 C, 471 A (Cf. infra, p.
652). En 470 E se dice expresamente que
la ciudad fundada por Sócrates debe ser una ciudad griega.
[254]
251 Cf. los pasajes citados en la nota anterior.
[255]
252 Rep., 499 C, considera posible la realización
del estado perfecto en otros pueblos.
Éste pasaje confirma el gran respeto que Platón sentía por los bárbaros
y la antigüedad de sus costumbres y sabiduría.
[256]
253 Esto aparece expresado constantemente. Cf. especialmente Rep., 462 A-B. Este pasaje
recuerda a esquilo, Euménides,
985, donde se ensalza como supremo bien la unidad de los ciudadanos en el amor
y en el odio.
[257]
254 En esta opinión, aristóteles (Pol.,
VII, 5, 1327 a 1) sigue
también a Platón.
[258]
255 Cf. acerca de la dicha de toda la polis, que Platón considera como la meta suprema, Rep.,
420 B. Sobre la dicha de los
"guardianes", Rep., 419 A ss. y, recogiendo de nuevo el problema y resolviéndolo, Rep.,
466 A. En la jerarquía de la dicha,
los "guardianes" aparecen ocupando también el primer lugar, a pesar
de ejercer la más abnegada de las funciones.
[259]
256 Cf. supra, p. 647 e infra, lib. IV, sobre el
panhelenismo del siglo IV.
[260]
257 Cf. los pasajes citados en la nota 250.
[261]
258 Rep., 469 B.
[262]
259 En Rep., 403
E, Platón llama irónicamente a sus guardianes "atletas del mayor de los
juegos agonales", es decir, de la guerra.
[263]
260 Rep., 466 E.
[264]
261 Ya en Rep., 468
A, vemos cómo la descripción de la educación guerrera de la juventud da paso,
en general, a una serie de preceptos sobre la ética de la guerra.
[265]
262 La educación música y gimnástica de los
"guardianes" se expone en los libros ii y iii; su educación para la guerra en el libro v, 468 A-471 C.
[266]
263 Sobre la debida armonía entre la cultura
música y la gimnástica como meta de la paideia, Cf. Rep., 410 E-412 A, y
supra, p. 628.
[267]
264 aristóteles, Pol., vii, 11, 1331 a 1.
[268]
265 Cf. supra, p.
619.
[269]
266 Cf. supra, p. 604.
[270] 267 Rep., 466
E-467 A.
[271] 268 Rep., 467 D.
[272] 269 Rep., 467 C: qewrei=n ta\ peri\ to\n po/lemon, qewrou\j pole/mou tou\j pai=daj poiei=n.
[273]
270 tirteo, frags. 7, 31; 8, 21; 9, 16. Cf.
supra, p. 96. El verso de Tirteo sobre la contemplación de fo/non ai(mato/enta es citado dos veces por Platón en Leyes, 629 E y 699 A. De aquí que
sea probable que tuviera a Tirteo en la mente en los pasajes 467 C y 467 E de
la República, donde las palabras qewrei=n, qe/a, qea/sontai, se repiten
con gran insistencia. Tirteo y Platón son los psicólogos de la batalla y ven el
verdadero problema que ella implica para un ser humano.
[274]
271 Rep., 468 A.
[275]
272 En términos semejantes, aristóteles, Pol., iii, 5, 1278 a 17,
dice que son excluidos de la ciudadanía en
los estados aristocráticos, y en aquellos en
que la areté es el criterio de los derechos políticos. En su estado ideal, Aristóteles distingue βάναυσοι y o(pli=tai, vii, 4, 1326 a 23.
[276] 273 Rep., 468 A.
[277] 274 Rep., 468 B-C.
[278] 275 Rep., 468 D.
[279] 276 Rep., 468 E.
[280] 277 Rep., 469 B.
[281] 278 Cf. supra, pp. 95 ss.
[282] 279 Cf. infra, lib. iv, cap. x.
[283] 280 Cf. Rep., 469 Β ss.
[284] 281 Rep., 470 C.
[285] 282 Cf. sobre el panhelenismo
de isócrates, infra, lib. IV.
La sentencia de aristóteles, frag.
658 (Rose), en plutarco, De
fort. Alexandri, 1, 6, ha sido trasmitida por la
tradición. La fórmula es,
manifiestamente, una reminiscencia de isócrates, De pace, 134.
La actitud práctica
de Aristóteles tanto hacia la democracia ateniense como
hacia la política panhelénica, sigue la
dirección de Isócrates, como
espero haber demostrado en otro lugar.
Muestra un moderado platonismo sólo en la construcción de su estado
ideal.
[286] 283 Rep., 469 B.
[287] 284 Rep., 469 C.
[288] 285 Rep., 469 C.
[289] 286 Cf. isócrates, Paneg.,
3 y 133 s.
[290] 287 Carta VII, 331 D; 336 A;
Carta VIII, 353 A ss.
[291] 288 Rep., 470 B, 471 A. Cf. el trabajo de mi discípulo W. woessner, Die synonymische
Unterscheidung bei Thukydides und
den politischen Rednern der Gricchen (Wurzburgo, 1937).
[292] 289 Rep., 470 D, ou)de/teroi au)tw~n filopo/lidej; véase 471 A.
[293] 290 Rep., 471 A-B.
[294] 291 Rep., B, 470 D-E.
[295] 292 Rep., 470 E, 471 A.
[296] 293 Rep., 459 C-E.
[297] 294 Rep., 469 E-470 A.
[298] 295 Rep., 471 B.
[299] 296 De iure belli ac pacis, 557 (ed. Molhuysen, Leiden, 1919). Para
Hugo Grocio, el capítulo de la República de Platón sobre el derecho de la
guerra constituía, naturalmente, un documento de la mayor autoridad.
[300] 297 Rep., 471 C-E.
[301] 298 Rep., 472
C-D.
[302] 299 Rep., 472 C, 472 D.
[303] 300 Rep., 472 D
9.
[304] 301 Rep., 472 D 5. Cf. 472 C 5.
[305] 302 Cf. supra, pp. 440 s., 517. La política socrática es "cuidado
del alma" (ψυχής
επιμέλεια). Quien vela
por el alma, vela también al mismo tiempo por "la propia polis".
[306] 303 Rep., 472 D. Cf. 472 E.
[307] 304 Cf., sobre las relaciones
entre el ideal y la realidad y la "aproximación" al ideal, Rep., 472
C, 473 A-B.
[308] 305 Cf. supra, p. 52.
[309] 306 Rep., 501 E.
[310] 307 Cf. policleto, A 3
(DiELS, Vorsokratiker).
[311] 308 Cf. Rep., 472 B-C, donde aparecen la justicia y el hombre justo la
una al lado del otro. La ética aristotélica es la que desarrolla sobre todo
este método de tipificación de los conceptos éticos generales, colocando el
megalopsychos al lado de la megalopsychia, el hombre liberal al lado de la
liberalidad, etcétera.
[312] 309 Cf. supra, pp. 519 s.
[313] 310 Rep 473 C-D.
[314] 311 Cf. supra, pp. 452, 478.
[315] 312 Cf. supra, p. 546.
[316] 313 Cf. supra, pp. 519 s.
[317] 314 Cf. supra, p. 521.
[318] 315 La exposición del concepto
de la filosofía llena el resto del libro v, desde 474 B.
[319] 316 Rep., 476 A ss.
[320]
317 Rep., 479 D.
[321]
318 Político, 300 C.
[322]
319 Rep., 484 C
Cf. 540 A, donde el paradigma se define más de cerca como la idea del
Bien.
[323] 320 Rep., 484 D.
[324] 321 Rep., 493 A-C.
[325]
322 Rep., 493 A 7 y 493 C 8.
[326]
323 Cf. pp. 514 s.
y 536 s.
[327]
324 Cf. nota 319.
[328]
325 Para el
historiador y expositor de la doctrina Platónica de la paideia, no es una
petitio principii el arrancar de la verdad de su punto de partida como de algo
dado y mostrar cómo tenía que ver Platón la solución del problema, partiendo
de esta premisa. El examinar si la tal premisa es verdadera o falsa, incumbe
ya a la filosofía sistemática.
[329] 326 Rep., 497 Β.
[330] 327 Rep., 487 D ss.
[331] 328 Gorg., 485 A: oi=)on paidei/aj xa/rin. En Rep.,
486 A, Platón contesta al reproche de la a)neleuqeri/a, que Calicles formula en el Gorgias contra la cultura filosófica. Esta
defensa va dirigida también contra Isócrates, cuya posición ante el problema de
la filosofía Platónica como paideia es parecida a la de Calicles.
[332] 329 Rep., 488 A ss.
[333]
330 Cf., por ejemplo, Rep., 499 A, donde "la
búsqueda de la verdad en gracia al conocimiento" se presenta como la
característica de la filosofía.
[334]
331 Cf. infra, lib. iv.
[335] 332 Rep., 488 E.
[336] 333 Rep., 488 B
y 488 E
[337] 334 Gorg., 462 B, 464 B.
[338] 335 Prot., 319 A 8.
[339] 336 Prot., 361 A.
[340]
336a Sobre el origen
de la educación general desde la educación política, véase supra, pp. 84 ss.
[341]
337 Platón
anticipa con frecuencia con una imagen (ei)kw/n) trazada de este modo el resultado de la
investigación racional. El ejemplo más importante de esto lo tenemos en la
alegoría de la caverna que figura al principio del libro vii de la República.
Con ella, se anticipan el sentido y la orientación del sistema de paideia
desarrollado en el mismo libro.
[342]
338 Así se hace en la parte final del libro v.
[343] 339 Rep., 485 E ss. Cf. la breve recapitulación de las cualidades del "temperamento
filosófico" en 487 A.
[344] 340 Rep., 475 E. Cf. 495 C 8-D.
[345] 341 Rep., 487 A
7. La experiencia
(e)mpeiri/a) se
subraya también fuertemente en 484 D y aparece en el mismo
rango que la cultura filosófica del espíritu.
[346] 342 Cf. Rep., 500 B. Las palabras de Sócrates
rezan así: "¿No crees como yo
que los culpables
de la repugnancia
que siente la
mayoría de los
hombres por la filosofía son
aquellos que irrumpen en su casa
desde fuera como un enjambre de ruidosos camorristas, insultándose los unos a los otros, llenos de
odio entre sí y hablando
sólo de personas,
que es lo
menos adecuado para
la filosofía?"
[347]
343 Rep., 489 E. En la Ética eudemia de Aristóteles, a
pesar de que en este punto, como
en todos, se
halla muy cerca
de Platón, el
representante de la areté
perfecta, en la
que se asocian
todas las "partes de
la areté", aparece caracterizado con el predicado de la
kalokagathía (viii, 3, 1248 b
8). En la Ética
nicomaquea, escrita más tarde, Aristóteles prescinde
también de este rasgo Platónico. Es importante, sobre todo para quien, como
Platón, está habituado a concebir su filosofía como paideia, saber que el
filósofo Platónico no es sino la forma del kaloskagathos, es decir, la forma
del ideal supremo de cultura del periodo griego clásico, renovada en un
sentido socrático.
[348] 344 Rep., 490 D ss.
[349]
345 Rep., 491
B. Cf. la enumeración de las distintas virtudes en 487 A y
supra, p. 628.
[350] 346 Rep 491 C.
[351] 347 Rep., 491 D.
[352] 348 Rep., 491 E.
[353] 349 Rep., 492 A, 492 E.
[354] 350 Cf. la disertación doctoral en la Universidad de Chicago de E. berry, The History of the Concept
of θεία μοίρα and θεία τύχη down to Plato (Chicago, 1940), que yo le sugerí.
[355]
351 Carta VII,
326 E.
[356] 352 Rep., 491 E.
[357] 353 Rep., 492 A 5-B.
[358] 354 Rep., 492 B-C.
[359] 355 Rep., 492 D-E.
[360] 356 Rep., 493 A.
[361] 357 Rep., 493 A-B.
[362] 358 Rep., 493 C.
[363] 359 Cf. nota 349.
[364] 360 Rep., 493 Β 7.
[365] 361 Rep., 494 a.
[366]
362 Rep., 494 C.
[367]
363 Cf. supra,
pp. 405 y 426.
[368] 364 jenofonte, Mem., i, 2.
[369] 365 Rep., 495 B.
[370] 366 Rep., 495
C-D.
[371] 367 Cf. la enumeración de los tipos salvados para la filosofía por el
hecho de caer en el aislamiento y permanecer libres de contagio, Rep., 496 B -C.
[372]
368 Teages, un
discípulo de Sócrates, a quien sólo la debilidad física retrae de lanzarse a la
política, se menciona incluso por su nombre. Los nombres de los demás se dejaba
que los adivinase el lector contemporáneo. Hoy va no los conocemos.
[373] 369 Rep., 496 C 5-E 2.
[374] 370 Cf. Gorg., 485 D.
[375] 371 Apol, 31 E.
[376]
372 Carta VII,
325 Β s.
[377]
373 Cf. mi obra
Aristóteles, p. 120. J. L. Stocks hizo un intento para salvar la historicidad
de la tradición contenida en cicerón, Tusc.
Disp., v, 3, 8, según la cual fue Pitágoras quien empleó y reivindicó para s!
la palabra filósofo. Pero yo no he podido sumarme nunca a las razones de mi
excelente amigo, cuya temprana muerte fue una pérdida considerable para los
estudios clásicos.
[378]
374 Carta VII, 331 B-D.
[379] 375 Teeteto, 173 C s.
[380] 376 Teeteto, 186 C: δια πολλών πραγμάτων και παιδείας παραγίγνεται.
[381] 377 φυτόν
ούράνιον, Timeo, 90 A.
Simiente ajena, ξενικόν στέρμα, Rep., 497 Β.
[382] 378 Rep., 497 Β 7-C 4.
[383] 379 Cf. supra, p. 629
[384] 380 Rep., 498 B, y Cf. Rep., 498 A.
[385] 381 Cf. supra, p. 527.
[386] 382 Rep., 498 D-499 A.
[387] 383 Rep., 499 A-B.
[388] 384 Rep., 500 A-B.
[389] 385 Rep., 500 C.
[390] 386 Cf. Teeteto, 176 Β: o(moi/wsij qew~| kata\ to\ dunato/n.
[391] 387 Rep., 500 D. Es un
pasaje de gran interés, de una parte porque es aquí donde aparece
expresado por vez primera en la historia pedagógica el concepto de la propia
formación, y de otra parte, porque esclarece con una nitidez maravillosa el
ideal y la realidad de la paideia filosófica de Platón. En la penuria en que Platón vive, su
filosofía sólo es formación de sí mismo, y no cultura.
[392] 388 Rep., 500 E.
[393] 389 Rep., 472 D. Cf. supra, p. 655.
[394]
390 Rep., 501 B.
[395]
391 La relación
entre la filosofía y el estado constituye el
paralelo griego de la relación entre los profetas y los reyes de Israel.
[396] 392 Rep., 499 C-D.
No hay comentarios:
Publicar un comentario