LA
EDUCACIÓN DE LOS REGENTES Y EL CONOCIMIENTO DE DIOS
El consejo
nocturno es el ancla del estado.[1]
Quienes la componen deben conocer la meta hacia la que tiene que orientarse el
estadista.[2]
Reaparece aquí la estructura fundamental del estado de la República. Esta
meta es lo que la República llama la idea del bien y lo que en las Leyes
se designa, con una antigua expresión socrática, como la unidad de las
virtudes.[3]
Sin embargo, ambos términos expresan lo mismo, pues cuando proyectamos la
mirada sobre la unidad de las diversas formas de manifestar la bondad, a que
llamamos aretai, es la idea del bien lo que enfocamos.[4]
El órgano estatal que 1075 en la República sirve
de exponente a este conocimiento supremo, nervio del estado, son los
guardianes. En las Leyes, esta misión corresponde al consejo nocturno.
Platón dice de un modo expreso que sus componentes deberán poseer la
"virtud íntegra" y, a la par con ella, aquella capacidad que es su
principio espiritual cristalizador: el conocimiento filosófico de la unidad
dentro de la multiplicidad.[5]
El hecho de que en la República se trate extensamente de este
principio, mientras que las Leyes se limitan a insinuarlo, no
representa una diferencia esencial, y aunque al comienzo hayamos dicho que en
las Leyes falta la teoría de las ideas, no queremos dar con ello la
razón a quienes lo interpretan en el sentido de la conocida hipótesis moderna
según la cual Platón abandonó su teoría de las ideas en los últimos años de su
vida.[6]
De sus observaciones esquemáticas acerca de la educación de los regentes en el
libro duodécimo de las Leyes se deduce precisamente, con la mayor
certeza, la conclusión contraria. En este capítulo Platón se remite a la
dialéctica,[7] dando
por supuesto que se trata de algo conocido de sus lectores; el volver a tratar
de su valor cultural no habría significado más que repetir lo expuesto ya en la
República. Pero la función modeladora de la dialéctica, la visión de
conjunto de lo múltiple en lo uno, se designa inequívocamente con las viejas
palabras y se ilustra a la luz del viejo problema socrático fundamental de la
unidad de las virtudes.
En realidad, la
raíz de que había brotado el pensamiento Platónico de hacer del conocimiento
filosófico de lo uno en lo múltiple la cultura de los regentes y el fundamento
del estado era precisamente este problema de la areté, y no otra idea
cualquiera. En este punto cardinal, el pensamiento de Platón se mantiene
inconmovible desde la primera hasta la última de sus obras. Y permanece también
invariable en asignar a la frónesis, al conocimiento de esta unidad del
bien como suprema norma, como ideal, el primer rango entre las virtudes.[8]
Los componentes del consejo nocturno no van a la zaga de los guardianes de la República,
en lo que a su formación filosófica se refiere. Ésta consiste en la
trinidad del conocimiento de la verdad y de la capacidad de expresarla en
palabras y de adelantarse con hechos a la experiencia vivida del mundo.[9]
Platón subraya constantemente en las Leyes que el modelo de la acción
constituye la verdadera médula de la paideia.[10] La
verdad que los regentes deben 1076 conocer es el
conocimiento de los valores, es decir, de las cosas de las que merece la pena
preocuparse con actos.[11]
Y este sistema de conocimiento de los valores culmina en el conocimiento de
Dios, que es. como Platón nos enseña, la medida de todas las cosas.[12]
Para poder aplicar prácticamente esta pauta en las leyes y en la vida, el
legislador y los órganos del gobierno deberán poseer el conocimiento de Dios
como el del ser y el valor supremos. Dios ocupa en el estado de las Leyes el
lugar que en la República ocupaba el supremo paradigma que los
gobernantes deben grabar en su alma: la idea del bien.[13]
No existe entre ambas ideas ninguna diferencia esencial, sino simplemente una
diferencia de aspecto y del grado de conocimiento al que como objeto
corresponden una y otra.[14]
Las Leyes de
Platón terminan con la idea de Dios, pero detrás de esta idea hay, como revela
el libro décimo, toda una teología. Una historia de la paideia griega no
tiene por qué entrar a analizar en detalle la estructura conceptual de esta
teología. Es un problema que corresponde a una historia de la teología
filosófica de los griegos y que nosotros trataremos, dentro de este marco, en
otro lugar. La paideia de los griegos y su teología filosófica fueron
las dos formas fundamentales a través de las cuales el helenismo influyó en la
historia universal durante los siglos en que apenas se conservaba nada de la
ciencia ni del arte griegos. Ambas cosas, la areté humana y el ideal
divino, aparecen primitivamente entroncadas en Homero. Platón restaura este
entronque en una fase distinta. Y donde esta síntesis se destaca con mayor
nitidez y, además, con una claridad y una decisión cada vez mayores, es en sus
dos grandes obras educativas, la República y las Leyes. El punto
culminante de esta trayectoria es el final de las Leyes, al que debemos
agregar el libro décimo, consagrado íntegramente al problema de Dios. La
continuación histórica de la metafísica Platónica en la teología de Aristóteles
y de otros discípulos de Platón (entre ellos el editor de las Leyes y el
autor de la Epinomis que acompaña a esta obra) viene a confirmar que
detrás de las sugestiones abocetadas que forman el final de esta creación
Platónica se esconde nada menos que el proyecto de esta ciencia de las cosas
supremas, como coronación y remate de todo saber humano.
1077
Aquí no se acusa
ninguna diferencia entre un simple saber cultural y un supremo saber esencial,
como se ha intentado establecer en estos últimos tiempos,[15]
pues dentro del espíritu de Platón no puede concebirse ningún verdadero saber
cultural que no teñirá su origen. su orientación y su meta en el conocimiento
de Dios. Son dos. según declara Platón en este epílogo a su obra creadora sobre
la tierra, las fuentes de que brota toda fe del hombre en la existencia de lo
divino: el conocimiento de las órbitas cíclicas matemáticas, eternamente invariables,
dentro de las que se mueven los cuerpos celestes, y el "ser que
fluye eternamente" dentro de nosotros, o sea el alma.[16] Desde
Aristóteles, que encauzó de las Leyes de Platón hacia su teología estas
dos fuentes de la certeza de Dios, hasta la Crítica de la razón práctica de
Kant, que al final de todas las ideas teóricas encaminadas a derrocarlo vuelve
a desembocar prácticamente en él, la humanidad no ha llegado a remontarse nunca
con filosofía sobre este conocimiento.[17]
De este modo, el esfuerzo de Platón, prolongado a lo largo de toda su vida, por
descubrir los verdaderos e inconmovibles fundamentos de toda cultura humana,
conducen a la idea de lo que está más alto que el hombre y es. sin embargo, su
verdadero yo. El antiguo humanismo, bajo la forma que reviste en la paideia
Platónica, encuentra su centro en Dios.[18]
El estado es la forma social que la tradición histórica del pueblo griego
ofrecía a Platón para estampar en ella esta idea. Pero al infundirle su nueva
idea de Dios como medida de todas las cosas, lo convertía de una organización
terrena local y temporal en un reino ideal de Dios tan universal como su
símbolo, los astros divinos animados. Sus cuerpos irradiados son las imágenes de
los dioses, los agalmata, que el platonismo sustituye a las figuras de
los dioses humanos del Olimpo. Y estos dioses no se hallan confinados en
estrechos templos levantados por la mano del hombre, sino que su luz
resplandece, anunciando al Dios uno, supremo e invisible, sobre todos los
pueblos de la tierra.
[1] 363 Leyes, 961 C.
[2] 364
Leyes, 961 E 7-962 B, sobre la meta (σκοπός). El órgano del
estado que debe conocer la meta es el consejo nocturno (σύλλογος): 962 C 5. En la República, los regentes son
definidos, en el mismo sentido, como aquellos que poseen conocimiento del
paradigma, la idea del bien. Cf. supra,
pp. 678 ss.
[3] 365
Leyes, 963 A s. Platón parte aquí de las
manifestaciones contenidas en los libros
primero y segundo, que arrancaban del problema de la meta (σκοπός) de
toda la legislación, sustituyendo la valentía —que era la meta
del estado espartano— por la "areté
total" (pa=sa a)reth/).
Cf. supra, pp.
1024 ss. Esta definición de la meta
sirve de base a toda la legislación Platónica, pero al final de la obra, donde
volverán a decirse unas palabras acerca de la paideia de los regentes.
Platón vuelve a dirigir expresamente nuestra mirada hacia esta meta.
[4] 366
La "unidad de las virtudes"
(963 A-964 C) es el viejo
problema de Sócrates, que ya conocemos por los primeros diálogos de
Platón. Cf. robín, Platón (París, 1935), p. 272. Esta "areté
total" es idéntica al conocimiento del bien en sí. Cf. infra, n.
367.
[5] 367
Leyes, 962 D. Aquí y en
963 B 4, Platón llama también a la unidad de la areté, sencillamente,
"lo uno" (to\ e(/n).
[6] 368
Así, Jackson, Lutoslawski y otros.
[7] 369
Leyes, 965 C: to\ pro\j mi/an i)de/an ble/pein. La dialéctica se
alude también allí al hablar de un "método más exacto".
[8] 370 Leyes, 963 C 5-E. Cf. también 631 C 5.
[9] 371 Leyes, 966 A-B.
[10] 372 Leyes, 966 B.
[11] 373 Leyes, 966 Β 4: peri\ pa/ntwn tw=n spoudai/wn. Esto recuerda la frase empleada por
Platón en el Protágoras y en el Gorgias para caracterizar su
nueva modalidad del "arte político": el "saber de las supremas
cosas humanas". No otra cosa es el objeto sobre el que recae la educación
de los regentes en las Leyes.
[12] 374 Leyes, 966 C. Cf. 716 C.
[13] 375
Rep., 484 C-D. Cf. la
"enseñanza suprema" (μέγιστον
μάθημα) en 505 A.
[14] 376
El Dios que constituye la "medida de todas las cosas" (Cf. supra, p. 1051) es idéntico
a "lo uno"
(to\ e(/n) que Platón
define como el
objeto del saber dialéctico de los
regentes, en 962
D y 963 Β 4. Éstos
son, por tanto, filósofos exactamente lo mismo que los
regentes de la República, y el punto culminante de su ciencia es en
ambos casos el mismo: la
teología. "Lo
uno" de las Leyes
es idéntico al "bien en sí" de la República.
[15] 377 max
scheler, Die Formen des Wissens und die Bildung; (Bonn, 1925),
pp. 32-39.
[16] 378 Leyes, 966 D.
[17] 379 Estos hechos, dignos de que se
reflexione acerca de ellos, han sido reunidos y enjuiciados en mi obra Aristóteles,
pp. 187 s.
[18] 380 Leyes, 967 D. "Sin
el conocimiento de lo divino, que fluye de aquellas dos fuentes (Cf. supra. n.
378), ningún hombre puede llegar a la inquebrantable adoración de Dios." Y
en esta verdadera adoración de Dios culmina la cultura total humana en las Leyes
de Platón. El final cumple, por tanto, lo que el autor había prometido al
principio de la obra (Cf. Leyes, 643 A), donde esta paideia se
definía, adelantándose al resultado de la investigación, como el camino hacia
Dios.
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