A mediados de agosto del año 424, antes incluso de que
tuviera lugar la desastrosa invasión ateniense de Beocia, Brásidas comenzó a
inclinar el curso de la guerra a favor de Esparta con una proeza aún más audaz:
la de conducir un ejército al norte, hacia Tracia, para proyectar desde allí su
amenaza sobre la única zona accesible del Imperio ateniense. Dio la casualidad
de que era el mismo ejército —setecientos ilotas armados como hoplitas y, entre
estos últimos, un millar de mercenarios del Peloponeso— que había estado en las
cercanías de Corinto en el momento justo en que los atenienses cayeron sobre
Megara, y gracias al cual Brásidas pudo salvar la ciudad. En aquel mismo año,
el acoso de los atenienses sobre el Peloponeso desde Pilos y Citera se había
hecho insoportable, y los espartanos se dispusieron a intentar cualquier cosa
con tal de resarcirse. En un momento en que tanto atenienses como mesenios
fomentaban la insurrección de Pilos, el plan de Brásidas les permitiría sacar
del Peloponeso a setecientos ilotas sanos y fuertes de una vez, mientras que su
comandante sería el único espartiata que arriesgarían en el esfuerzo. El
principal objetivo era Anfípolis, fuente de recursos estratégicos y rica en
madera y yacimientos de oro y plata; Anfípolis era un emplazamiento clave desde
el que era posible controlar el paso del río Estrimón y la ruta este hacia el
Helesponto y el Bósforo; por esta vía viajaban los barcos de transporte de
grano, el suministro vital de Atenas (Véase mapa[29a]).
Sin embargo, la ruta que conducía a Anfípolis y a las
demás ciudades sometidas por los atenienses en Macedonia y Tracia entrañaba
diversos peligros. Entre estas poblaciones y la nueva colonia espartana de
Heraclea, se encontraba Tesalia, aliada formal de Atenas. Era una tierra llana
y extensa, complicada para que un ejército de hoplitas la atravesara sin riesgo
en caso de que les saliera al paso la espléndida caballería tesalia, a lo que
cabría sumar el hecho de que los espartanos carecían de amigos que les
suministrasen efectivos en la Grecia septentrional. No obstante, Brásidas ardía
en deseos de probar el asalto, ya que las circunstancias del año 424 parecían
presentarse favorables: los botieos y los calcideos se venían sublevando contra
Atenas desde el 432, y Perdicas, rey de los macedonios, quienes, aunque
puntualmente en paz o aliados de Atenas, siempre la habían sentido en el fondo
como su enemiga, animaba ahora a los espartanos para que enviasen un
contingente a Tracia. Los rebeldes temían que, envalentonados, los atenienses
no tardarían en enviar un ejército para aplastarlos; a su vez, Perdicas también
se había enemistado por motivos personales con Arrabeo, rey de los lincestas, y
deseaba obtener el apoyo del ejército peloponesio para su causa. Puesto que
podía contar con que las ciudades griegas hostiles a Atenas apoyarían una
campaña espartana en el nordeste, Brásidas fue capaz de convencer al gobierno
para que su plan se aprobase.
En Tesalia, donde la población era afín a Atenas,
surgió el primer desafío; y es que no había ciudadano en toda Grecia que
tolerase que un ejército extranjero cruzase su territorio. Como apunta
Tucídides: «Si Tesalia no hubiera estado gobernada por una oligarquía
intolerante, como tienen por costumbre, sino por un gobierno constitucional,
Brásidas jamás hubiera podido atravesarla» (IV, 78, 3). Algunos de sus
partidarios en Fársalo le enviaron hombres para que lo guiasen con éxito, y
para alcanzar la ciudad su diplomacia e inteligencia hicieron el resto. Desde
allí, la escolta tesalia pudo guiarle el resto del camino hasta el territorio
de Perdicas.
Cuando los atenienses tuvieron noticia de que Brásidas
había alcanzado el norte, declararon a Perdicas enemigo suyo y comenzaron a
estrechar la vigilancia sobre sus aliados sospechosos. Para seguir contando con
el favor de Perdicas, Brásidas accedió a sumarse al ataque contra sus vecinos,
pero pronto surgió la discordia. Brásidas aceptó la oferta de Arrabeo para
arbitrar en la disputa y se retiró de la contienda. Esto enojó enormemente al
rey macedonio, que respondió reduciendo su apoyo a las fuerzas del espartano de
la mitad a un tercio.
Brásidas había decidido que Acanto, una de las
ciudades de la península calcídica, sería una buena base desde donde atacar
Anfípolis, y a finales de agosto condujo su ejército hasta allí (Véase mapa[30a]).
Aunque las luchas intestinas entre las facciones mantenían dividida a la
población, Brásidas no intentó tomarla por la fuerza ni mediante la traición;
por el contrario, intentó convencer a sus ciudadanos de que aceptasen una
rendición. Tucídides dice de él, bien con deliciosa ironía o con cierta
condescendencia displicente, que «mal orador no era, para ser espartano» (IV,
84, 2). Los acantios le permitieron entrar en la ciudad a condición de que lo
hiciera sin escoltas. Con buenas palabras, Brásidas comenzó hablando del papel
de Esparta como libertadora de los griegos, e hizo promesa de permitir la
autonomía de la ciudad, de no favorecer a ninguna facción y de proporcionar
protección contra las represalias atenienses; no obstante, su discurso acabó
con la amenaza de destruir las cosechas de Acanto, a punto para la recolección,
en caso de que sus habitantes se negasen a aceptar sus ofertas. Los acantios
votaron por alzarse contra Atenas y admitir a los peloponesios, «seducidos por
las palabras de Brásidas y por miedo a perder sus cosechas» (IV, 88, 1).
Estagira, una población vecina, también se sumó a la rebelión. Esta pequeña
victoria daría alas a la causa espartana.
LA TOMA DE ANFÍPOLIS
A comienzos de diciembre, Brásidas marchó en dirección
a Anfípolis. Con toda seguridad, su caída arrastraría la insurrección
generalizada de todo el territorio y abriría una vía hacia el Helesponto.
Situada sobre una curva cerrada del río Estrimón, el agua salvaguardaba
Anfípolis en tres sentidos (Véase mapa[31a]). Desde el oeste, un
puente sobre el río daba acceso a la ciudad; cualquier enemigo que cruzase por
allí tropezaría con la muralla que envolvía la colina sobre la que se había
construido Anfípolis; por el este, la muralla convertía a la población en una
verdadera isla. Una flota de escasas dimensiones también podía defenderla de
cualquier ataque efectuado por el oeste sin grandes esfuerzos.
Anfípolis contaba con pocos atenienses; la gran
mayoría de sus habitantes estaba formada por lo que Tucídides llamó «una
multitud, mezcla de razas variopintas», entre ellas, algunos pobladores de la
vecina Argilo. Como las gentes de Argilo eran secretamente hostiles a Atenas,
los argilios de Anfípolis tampoco podían considerarse como aliados dignos de
confianza; así pues, en caso de ataque o asedio, Anfípolis se encontraría en
peligro tanto desde el interior como desde el exterior.
Una noche oscura y de nevada, Brásidas marchó hasta
Argilo, y la población se sublevó de inmediato contra la Liga ateniense. Antes
del amanecer, ya había alcanzado el puente sobre el Estrimón, crucial para sus
planes. La tormenta de nieve le ayudó a tomar por sorpresa a la guardia, entre
la que había traidores. Los peloponesios ocuparon sin dificultad el puente y
todo el terreno en las afueras de los muros de la ciudad, mientras hacían
prisioneros a los asombrados anfipolitas que quedaban atrapados fuera de los
muros; en el interior, rápidamente estallaron disturbios entre los pobladores
de las diferentes nacionalidades. Tucídides sostiene que si Brásidas hubiera
atacado Anfípolis de inmediato en vez de saquear sus alrededores, hubiera
podido tomar la ciudad con facilidad. Sin embargo, como el asalto a una ciudad
amurallada con un ejército tan pequeño no era tarea fácil y terminaría, con
toda seguridad, en un número significativo de bajas, Brásidas se sirvió de la
traición. No obstante, los anfipolitas reaccionaron con celeridad, y se
dispusieron a defender las puertas de su ciudad contra la intriga.
En Anfípolis, Eucles, el oficial ateniense que
comandaba la plaza, envió mensajeros a Tucídides para que acudiera al rescate
desde Eyón; en ese momento, el historiador de la Guerra del Peloponeso se
encontraba al mando de la flota ateniense en la región de Tracia. Sin embargo,
Tucídides no estaba en Eyón, a menos de tres kilómetros de la desembocadura del
Estrimón, sino en Tasos, a media jornada de navegación. La narración de
Tucídides no ofrece los motivos de su ausencia; quizá se encontraba reuniendo
tropas de refuerzo para Anfípolis, aunque carecemos de pruebas a ese respecto;
incluso puede que su viaje ni siquiera tuviera que ver con la ciudad. Por la
razón que fuese, su retraso acabó siendo un factor decisivo para el resultado
final.
Tucídides cuenta que fue el temor del propio Brásidas
ante la inminente llegada de refuerzos atenienses, y que éstos endurecerían la
resistencia, lo que le hizo ofrecer a los anfipolitas una rendición en tan
buenos términos. Sin tener en cuenta el grado de veracidad de tal aseveración,
la aparición de la flota ateniense sí que habría evitado en gran medida una
posible rendición, de modo que Brásidas se movió rápida y acertadamente. No
obstante, Eucles y los anfipolitas sabían que Tucídides sólo disponía de unos
pocos navíos, los cuales no servirían de mucho cuando Brásidas hubiera cruzado
el puente. Si se tomaba la ciudad por la fuerza, las consecuencias para sus
ciudadanos serían nefastas: posiblemente el exilio, la esclavitud o incluso la
muerte. Los anfipolitas aceptaron las condiciones ofrecidas por el espartano:
todo residente en Anfípolis podría, o bien quedarse y mantener sus propiedades
en igualdad de derechos, o bien abandonar la ciudad libremente en los
siguientes cinco días y llevar consigo sus posesiones. Implícitamente, la
auténtica condición era que Anfípolis debía pasarse a la Liga del Peloponeso, y
«la proclama les pareció justa en comparación con sus temores» (IV, 106, 1). Al
tener conocimiento de la oferta hecha por Brásidas, la resistencia se vino
abajo y la ciudad entera no tardó en acatar los términos de la rendición.
Pocas horas después de que Brásidas entrara en
Anfípolis, Tucídides arribaba a Eyón con sus siete trirremes. Había navegado
con rapidez y viajado casi cincuenta millas en unas doce horas. El aviso debió
de llegarle por medio de señales desde la costa, que probablemente dirían algo
así como «puente perdido, enemigo en la ciudad». Estas noticias explicarían la
reacción del historiador, como él mismo relata: «[Tucídides] quería sobre todo
alcanzar Anfípolis a tiempo para librarla de la rendición; no obstante, si tal
cosa era imposible, esperaba por lo menos llegar a Eyón» (IV, 104, 5). De
hecho, llegó demasiado tarde para salvar Anfípolis, aunque sí pudo evitar la
caída de Eyón.
TUCÍDIDES EN ANFÍPOLIS
La pérdida de Anfípolis encendió los ánimos de los
atenienses, que hicieron responsable de la misma a Tucídides. Así pues, se le
condujo a juicio y se le envió a un exilio que se prolongaría por veinte años,
hasta la mismísima conclusión de la guerra. Los biógrafos de Tucídides en la
Antigüedad dan noticia de que Cleón tomó parte en la acusación, y que los
cargos fueron por prodosia
(traición), lo que, junto a la malversación, era una acusación que a menudo se
esgrimía contra los generales perdedores. Cleón era todavía el líder político
de Atenas y el candidato más plausible para haber presentado tal queja. Los
historiadores han discutido desde siempre la equidad de tal decisión judicial.
El problema para el historiador moderno se complica por el hecho de que el
único relato útil de los acontecimientos lo hace el propio Tucídides, lo cual,
en sí mismo, no deja de ser desconcertante. Aunque Tucídides nunca discute de
manera directa la sentencia dictada sobre él y, en cambio, opta por una
descripción aparentemente objetiva de los hechos, su escueta narración resulta
una defensa de lo más efectiva. La prueba de esta valoración la tenemos en que
podemos convertir fácilmente su relato en una respuesta directa a la acusación
por la que se le había inculpado con relación a la caída de Anfípolis: «Se
declaró el estado de emergencia —diría—, y Brásidas efectuó un ataque sorpresa
sobre el puente del Estrimón. La guardia del puente era escasa, en parte
desleal y desprevenida, así que Brásidas pudo tomarlo con facilidad. La
responsabilidad de defender el puente era de Eucles, el oficial de la plaza.
Ésta fue tomada por sorpresa, pero se las arreglaron para darse prisa, evitar a
tiempo la traición y enviar mensajeros para solicitar mi ayuda. En esos
momentos me hallaba en Tasos, la cual abandoné de inmediato para ir a liberar
Anfípolis si me era posible y, si no, salvar como mínimo Eyón. Hice la travesía
en un tiempo increíblemente corto, porque sabía que era grande el riesgo de
traición y que mi llegada podría cambiar la marea a nuestro favor. Si Eucles
hubiera resistido un día más, habríamos desbaratado el ataque de Brásidas; pero
no lo hizo. Mi rapidez y mi previsión salvaron Eyón».
Sea cual fuere la defensa formal de Tucídides, ésta no
convenció al jurado ateniense, aunque el argumento implícito presentado en su
narración ha tenido mucho mayor éxito entre los historiadores modernos. De
todos modos, si la declaración ofrecida ante el tribunal fue esencialmente la
misma que la presentada en su historia, podemos entender por qué no sirvió para
exculparle: no da respuesta alguna a la pregunta clave: concretamente, por qué
estaba en Tasos y no en Eyón. Sin duda, Tucídides había ido a Tasos con motivo
de alguna misión legítima, pero eso no lo exonera de la acusación de haber
fracasado a la hora de anticipar la llegada de la expedición de Brásidas ni de
estar en el lugar y momento equivocados. Sin embargo, el castigo se nos antoja
excesivo, sobre todo si tenemos en cuenta la táctica de Brásidas, audaz y poco
usual, y el hecho de que Eucles, que no pudo evitar la captura del puente y la
posterior rendición de los ciudadanos de Anfípolis, no parece haber sido
llevado a juicio ni condenado. Si el demos
buscaba chivos expiatorios, ¿por qué condenar solamente a Tucídides? No se
conoce ningún motivo por el que el jurado ateniense hubiera tenido necesidad de
hacer distinciones entre Eucles y él, tanto en el terreno político como en
cualquier otro. Los atenienses no condenaban directamente a todos los generales
acusados, y ni siquiera a todos los reos se les aplicaba la misma pena; parece
que, entre otras consideraciones, sus decisiones se basaban en los particulares
del caso.
Fuese quien fuese el culpable, la caída de Anfípolis
había fomentado la insurgencia a través de todo el territorio tracio, y las
facciones de varias regiones enviaron mensajeros en secreto para invitar a
Brásidas para atraer a sus ciudades a Esparta. Inmediatamente después de la
captura de Anfípolis, tanto Mircino, situada río arriba del Estrimón, como
Galepso y Esime, en la costa del Egeo, desertaron también, seguidas de la
mayoría de las ciudades de la península de Acte.
Los ciudadanos de las ciudades calcídicas contaban con
la importante ayuda de Esparta y subestimaron la fuerza de Atenas. Sin embargo,
en ambos sentidos se equivocaban. Los atenienses mandaron de inmediato
guarniciones para reforzar el control sobre Tracia y, a pesar de que Brásidas
pidió refuerzos mientras comenzaba a construir naves en el Estrimón, el
gobierno se los denegó desde Esparta, «porque sus dirigentes le envidiaban y
porque también preferían recuperar a los hombres que habían sido hechos
prisioneros en Esfacteria y poner fin a la guerra» (IV, 108, 7).
Sin lugar a dudas, la envidia tuvo un papel de peso en
la decisión espartana, pero un factor mucho más significativo fueron las
discrepancias reales que se daban en materia política. A partir de la captura
de los hombres de Esfacteria, la facción a favor de la paz negociada había
dominado las decisiones de gobierno y había convencido a los espartanos para
que enviaran una y otra vez misiones que fijaran las condiciones, únicamente
para verse rechazados una y otra vez por los atenienses. Éstos veían ahora en
las victorias de Brásidas un poderoso acicate para una paz que tanto habían
buscado en vano, ya que la toma de Anfípolis y la de las demás poblaciones los
colocaba en una posición de poder desde la que negociar el cambio de
prisioneros, y la entrega de Pilos y Citera.
Se puede simpatizar fácilmente con estas posturas más
conservadoras. Perdicas el macedonio se había revelado como un aliado muy poco
fiable; aunque, a su vez, desplazar un ejército a través de Tesalia también
entrañara sus riesgos. Pocos eran los espartanos que querían enviar sus tropas
fuera de casa con el enemigo todavía en Pilos y Citera, y más aún teniendo en
cuenta que los ilotas habían comenzado a impacientarse. A su vez, la racha de
derrotas en Megara, Beocia y Anfípolis había restado credibilidad a los
defensores de una guerra de agresión en Atenas, y sus ciudadanos se encontraban
preparados para considerar una paz negociada. Habían inaugurado el año con una
exagerada esperanza en el más absoluto de los triunfos, y lo concluían con el
ánimo escarmentado, es decir, dispuestos al compromiso.
LA TREGUA
En la primavera del año 423, los atenienses finalmente
se dispusieron a discutir la paz con los espartanos, y con esta intención se
pactó un año de tregua. Bajo los términos de la misma, los espartanos
prometieron a los atenienses el libre acceso al santuario de Delfos y se
mostraron dispuestos a no botar más navíos de guerra; por su parte, los
atenienses dieron su palabra de no seguir acogiendo a los ilotas huidos de
Pilos. Atenas conservaría Pilos y Litera, pero sus guarniciones no podrían
abandonar los límites de la primera ni tener contacto con el Peloponeso desde
la otra. Se fijaron las mismas condiciones para el destacamento ateniense de
Nisea y de las islas de Minoa y Atalanta, y se autorizó la presencia ateniense
en Trecén, en el Peloponeso oriental, en concordancia con los tratados
alcanzados previamente con sus habitantes.
Para facilitar las negociaciones, se garantizó el
salvoconducto de los heraldos y enviados de ambas partes, y se acordó que
cualquier disputa sería solucionada a través del arbitraje. La cláusula final
refleja un sentimiento de paz auténtico por parte de Esparta: «Estas cosas se
nos antojan beneficiosas para los espartanos y sus aliados; no obstante, si
consideráis algo más conveniente o justo para vosotros, venid a Esparta y
decídnoslo. Ni los espartanos ni sus aliados rechazarán cualquier propuesta que
hagáis en justicia. Permitid tan sólo que vuestros enviados tengan plenos
poderes, como vosotros así lo exigisteis de los nuestros. Si así obráis, un año
durará la tregua» (IV, 118, 8-10).
La Asamblea ateniense aceptó el armisticio a finales
de marzo del 423, pero pronto surgieron nuevos problemas. Los beocios,
eufóricos tras su triunfo en Delio, y los focenses, que a su vez alimentaban
viejas rencillas, rechazaron el pacto. Estos últimos, al controlar el acceso
ateniense a Delfos por tierra, amenazaban sin reservas la primera cláusula del
pacto. Los corintios y megareos también se opusieron a que los atenienses
conservaran el territorio que les había sido arrebatado. Sin embargo, el mayor
obstáculo para la paz era, con mucho, la obstinación del genio que había
liderado los ejércitos de Esparta en Tracia. Conforme la tregua tocaba a su
fin, la población calcídica de Escione se rebeló contra Atenas, y Brásidas
zarpó de inmediato para sacar el mayor provecho posible de la situación que se
le presentaba. Se supo ganar el favor incluso de aquellos que no habían
favorecido inicialmente la rebelión, y una Escione unida hizo el gesto público
sin precedentes de otorgarle una corona de oro como «libertador de la Hélade»
(IV, 121,1). Pronto estableció allí a sus tropas, e intentó utilizar el emplazamiento
como base desde donde atacar Mende y Potidea, ambas en la misma península.
Brásidas, a causa de su ambición, tuvo que disgustarse
con el anuncio de la tregua, en especial cuando supo que Escione quedaría
excluida del control espartano, ya que se había sublevado después de su firma.
Para protegerla de la sed de venganza ateniense, Brásidas insistió erróneamente
en que la sublevación de la población había tenido lugar con anterioridad. Así
lo creyeron los espartanos, y por tanto reclamaron el control de la plaza. Sólo
podían esperarse complicaciones cuando se descubriera el engaño.
Sin embargo, los atenienses, que ya sabían la
verdadera cronología de los acontecimientos de Escione, rechazaron someter su
condición a arbitraje. En su enfado, se mostraron de acuerdo con la idea de
Cleón de destruir la ciudad y ejecutar a sus ciudadanos; esta vez, no se
cambiaría de idea ni se ofrecería el indulto. Las peligrosas deserciones de
Anfípolis, Acanto, Torone y demás poblaciones del nordeste habían desacreditado
aún más la moderada política imperial de Pericles. En esos momentos, Atenas
ardía en deseos de probar la línea dura de Cleón: la disuasión por el terror.
Mientras tanto, Brásidas se enrocaba en su propia
causa; en contra de los deseos del régimen espartano, él no deseaba la paz,
sino la victoria. Cuando la población de Mende se sublevó, esta vez a todas
luces durante el período de tregua, el espartano ofreció su reconocimiento a
los rebeldes. Furiosos, los atenienses movilizaron de inmediato un contingente
contra las dos ciudades renegadas, y Brásidas envió una guarnición en su
defensa. Por desgracia, en el mismo momento en que la presencia militar
espartana se hacía necesaria para intervenir en Calcídica con rapidez, Perdicas
exigía desde Macedonia que se uniese a su ejército para atacar a los lincestas;
Brásidas, que dependía del rey macedonio en lo tocante a suministros, no se
pudo negar.
La traición de los aliados ilirios forzó la retirada
de Perdicas, pero su enemistad con Brásidas impidió que colaborase con él en la
contienda contra Atenas. Los macedonios se retiraron en mitad de la noche, y
dejaron a las fuerzas de Brásidas en una posición muy vulnerable: enfrentadas a
un gran ejército de lincestas e ilirios que habían cambiado de bando. A pesar
de ello, Brásidas salió del paso con su habitual genialidad y logró salvar a su
ejército. Este episodio puso fin a la alianza espartana con Perdicas, quien,
«apartándose del interés lógico, buscó cómo hacer la paz con los atenienses de
la manera más rápida posible y librarse de Brásidas» (IV, 128, 5).
LA EXPEDICIÓN DE NICIAS A TRACIA
Nicias y Nicóstrato se hicieron cargo de la expedición
ateniense que partía a la península de Palene para sofocar los levantamientos
de Escione y Mende; no fue así con la ciudad de Torone, que se había sublevado
con anterioridad y, de acuerdo con los términos de la tregua, pertenecía a
Esparta. Con independencia de las actuaciones de Brásidas, los atenienses
estaban decididos a no romper el pacto, porque buscaban una paz verdadera. Sin
embargo, también deseaban recuperar Escione y Mende, ya que el incumplimiento
de la tregua por parte de Brásidas había alimentado su furia. Si Nicias y sus
colaboradores no querían perder la confianza de sus conciudadanos por completo,
tendrían que recuperar las poblaciones rebeldes y restablecer las condiciones
en las que se había establecido el compromiso.
Los atenienses levantaron su base en Potidea antes de
que Brásidas volviera de la campaña del norte, y encontraron Mende defendida
por sus propios habitantes, junto con trescientos hombres de Escione y
setecientos peloponesios al mando del general espartano Polidámidas. Leal a las
órdenes de su comandante, no era como Brásidas, sino más bien el típico
espécimen importado de Esparta. Mientras se encontraba preparando el ataque
contra los atenienses, algunos demócratas mendeos se negaron a luchar.
Polidámidas los reprendió duramente y detuvo a uno de ellos. Esto hizo que sus
compatriotas atacaran a los peloponesios y a sus propios oligarcas, y abrieran
finalmente las puertas de la ciudad a los atenienses. Las tropas irrumpieron en
la ciudad, restauraron la democracia en Mende, y, de esta forma, la ciudad
quedó restituida a la Liga de Delos.
Los peloponesios huidos escaparon a Escione, lo que
permitió que la población resistiera el verano entero. Nicias y Nicóstrato
construyeron un muro alrededor de la ciudad y acordaron un pacto con Perdicas;
una táctica acertada, pues los espartanos estaban a punto de enviar tropas de
refresco a Brásidas, con la esperanza de obtener una mejor posición en las
negociaciones de paz. Al igual que los partidarios de la facción pacifista de
Atenas, sus homólogos espartanos se encontraban en la extraña posición de
intensificar la guerra en aras de hacer posible la paz. Si un ejército
conseguía llegar hasta Brásidas, cualquier posibilidad de solución negociada se
vendría abajo, pero el rey macedonio iba a utilizar su considerable influencia
en Tesalia para quitarle a los espartanos las ganas de intentarlo.
Aunque bloquearon el paso del ejército espartano, los
tesalios permitieron que sus tres generales viajaran al norte. Su líder,
Iscágoras, pertenecía a la facción de la paz y no era amigo de Brásidas. Para
servir como gobernadores, había traído consigo hombres jóvenes y enérgicos —Cleáridas
para Anfípolis y Pasitélidas en Torone—. Éstos debían por entero sus cargos y
su lealtad al gobierno de Esparta, por lo que se esperaba de ellos que acataran
las órdenes. Estos nombramientos también falseaban la promesa de autonomía y
libertad que Brásidas había hecho a Anfípolis, Torone, Acanto y a las demás
ciudades ganadas, por lo que su reputación quedaba dañada y hacía que cualquier
abandono de alianza con Atenas se perfilara en un futuro como improbable.
Conforme la primavera tocaba a su fin, y con ella el
término de la tregua, la confusión imperaba por todas partes. Fuera de las
fronteras de Tracia, proseguía el armisticio, pero su incumplimiento por parte
de Brásidas alimentaba la ira y las sospechas de Atenas y ponía freno al
progreso de una paz estable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario