domingo, 24 de diciembre de 2017

Heródoto los nueve libros de la historia Libro cuarto: Melpómene.


1. Después de la toma de Babilonia, se realizó la expedición de Darío en persona contra los escitas. Como la población de Asia era abundante, y grandes los tesoros que ingresaban, codició Darío castigar a los escitas, pues al invadir antes el territorio de los medos y vencer en batalla a los que les hicieron frente, habían sido los primeros en abrir las hostilidades. Porque, como he dicho antes, los escitas dominaron la alta Asia durante treinta años menos dos. Yendo en seguimiento de los cimerios, invadieron el Asia, poniendo fin al dominio de los medos: éstos, en efecto, dominaban el Asia antes de llegar los escitas. Después de faltar de su país veintiocho años, de regreso en él tras tanto tiempo, les aguardaba una faena nada inferior a la de Media. Halláronse con que les salía al encuentro un ejército no pequeño; pues las mujeres escitas, como sus maridos estaban ausentes tanto tiempo, se habían unido con sus esclavos.
2. Los escitas sacan los ojos a todos sus esclavos a causa de la leche, su bebida, que obtienen así: emplean unos canutos de hueso muy parecidos a una flauta, los meten en las partes naturales de las yeguas, y soplan por ellos; al tiempo que unos soplan otros ordeñan. Dicen que lo hacen por este motivo: al inflarse de viento las venas de la yegua, sus ubres se relajan. Después de ordeñar la leche, la vierten en unos cuencos de madera, colocan alrededor de ellos a los ciegos, que baten la leche, y lo que sobrenada lo recogen y lo tienen por lo más precioso; estiman en menos el fondo. Por ese motivo los escitas sacan los ojos a cuantos cogen, pues no son labradores, sino pastores.
3. Así fue que de esos esclavos y de sus mujeres había nacido una nueva generación, que luego de conocer su origen, salió al encuentro de los que volvían de Media. Ante todo, aislaron la región abriendo un ancho foso que iba desde los montes Táuricos hasta la laguna Meotis, en el punto en que es más vasta; y luego, allí acampados, combatían contra los escitas que se esforzaban por penetrar. Trabóse la batalla muchas veces, y como los escitas no podían sobreponerse en los combates, uno de ellos dijo así: «¡Qué estamos haciendo, escitas! En combate con nuestros esclavos, si nos matan disminuye nuestro número, si los matamos disminuye el de nuestra futura servidumbre. Ahora, pues, me parece que dejemos nuestras picas y arcos y que tome cada cual el látigo de su caballo, y avance hacia ellos; pues en tanto que nos veían con las armas en la mano, creían ser iguales a nosotros y de igual linaje. Pero cuando nos vieren con el látigo y no con las armas, verán que son nuestros esclavos, y sabido esto no nos harán resistencia».
4. Luego que esto oyeron los escitas, lo llevaron a cabo. Los otros, espantados por lo que sucedía, dejaron de pelear y huyeron. Así dominaron los escitas el Asia, y arrojados después por los medos, volvieron de tal modo a su país. A causa de todo esto Darío quiso castigarles y reunió un ejército contra ellos.
5. Según cuentan los escitas, su nación es la más reciente de todas y tuvo este origen. Hubo en aquella tierra, antes desierta, un hombre que se llamaba Targitao; dicen (y para mí no dicen verdad, pero lo dicen no obstante), que los padres de este Targitao fueron Zeus y una hija del río Borístenes. Tal, pues, dicen que fue el linaje de Targitao, y que nacieron de él tres hijos, Lipóxais, Arpóxais y el menor Coláxais. Reinando éstos, cuentan que cayeron del cielo ciertas piezas de oro: un arado, un yugo, una copa y una segur. Habiéndolas visto primero el mayor de los tres, se acercó con ánimo de tomarlas, pero al acercarse el oro comenzó a arder. Retirado el primero, avanzó el segundo, y el oro hizo otra vez lo mismo. Rechazó a los dos el oro encendido, pero se apagó al acercarse el tercero, el cual se lo llevó a su casa. En atención a esto los dos hermanos mayores entregaron al menor todo el reino.
6. Añaden que de Lipóxais desciende la tribu de los escitas llamados aucatas; del mediano, Arpóxais, la de los que se llaman catiaros y traspies; y del más joven, que fue rey, los que se llaman paralatas. Dicen que todos, en conjunto, llevan el nombre de escolotos, apellido de su rey. Pero los griegos les han llamado escitas.
7. Así cuentan los escitas su origen. Y dicen que desde su primer rey Targitao hasta la invasión de Darío, pasaron en todo mil años y no más. Los reyes guardan aquel oro sagrado con todo celo, y todos los años le rinden culto, propiciándoselo con grandes sacrificios; y aquel que en esa festividad queda dormido al aire libre teniendo consigo ese oro, ese tal, dicen los escitas, no llega al año, y por eso se le da toda la extensión que él mismo puede recorrer a caballo en un día. Como la región era vasta, cuentan que Coláxais fundó tres reinos para sus hijos, e hizo que uno de ellos, aquel en que se guardaba el oro, fuese el más grande. Dicen que las tierras situadas al viento Norte, allende los más remotos habitantes no se pueden ver ni recorrer a causa de las plumas esparcidas, pues la tierra y el aire están llenos de plumas, y éstas son las que impiden la vista.
8. De ese modo hablan los escitas de sí mismos y de la región que cae más arriba de ellos; y de este modo los griegos que moran en el Ponto cuentan que Heracles arreando los bueyes de Gerión llegó a esa tierra, que estaba desierta y que ahora ocupan los escitas. Cuentan que Gerión moraba más allá del Ponto, en una isla que los griegos llaman Eritea, cerca de Gadira, sobre el Océano, más allá de las columnas de Heracles. El Océano empieza desde Levante y corre alrededor de toda la tierra, según dicen por decirlo, pero sin demostrarlo con hechos. Desde allá llegó Heracles a la región llamada ahora Escitia, y como le cogiese un frío temporal, se cubrió con su piel de león y se echó a dormir. Las yeguas de su carro, que pacían sueltas, desaparecieron entre tanto por divino azar.
9. Levantado Heracles de su sueño, según cuentan buscó sus yeguas, y habiendo recorrido toda la región, llegó por fin a la que llaman Tierra Boscosa; allí encontró en una cueva a un ser de dos naturalezas, medio doncella y medio serpiente: de las nalgas arriba, mujer, y abajo, serpiente. Admirado de verla, le preguntó si acaso había visto a sus yeguas perdidas; ella respondió que las tenía; pero que no se las devolvería antes de que él se le uniese, y a ese precio se le unió Heracles. Ella difería la entrega de las yeguas, deseando quedarse el mayor tiempo posible con Heracles, y él quería tomarlas y marcharse. Al fin se las entregó y le dijo: «Estas yeguas que hasta aquí llegaron, yo te las guardé y tú me pagaste el rescate, pues me hallo encinta de tres hijos tuyos. Dime lo que quieres que haga de ellos cuando sean mayores; si los establezco aquí mismo (porque yo soy la soberana de esta comarca), o si te los remito». Así le interrogó ella, y cuentan que él respondió: «Cuando los veas hombres, si haces como te digo no errarás. Aquel de los tres a quien vieres tender este arco de este modo, y de este modo ceñirse este tahalí a ése harás morador del país; pero al que no fuere capaz de hacer lo que mando, envíale fuera de él. Si así hicieres, tú quedarás satisfecha, y obedecerás mis órdenes».
10. Dicen que Heracles aprestó uno de sus arcos (pues hasta entonces llevaba siempre dos), le mostró el tahalí, y le entregó el arco y el tahalí, el cual llevaba en la punta en que se prendía una copa de oro; y después de entregárselo se marchó. Ella, cuando los hijos que le ha-bían nacido se hicieron hombres, les puso nombre, al uno Agatirso, al siguiente Gelono, y Escita al menor, tuvo presentes las órdenes, y ejecutó todo lo encargado. En efecto, dos de sus hijos, Agatirso y Gelono, no fueron capaces de hacer aquella prueba de valor y arrojados por su madre partieron de su tierra, pero el más mozo, Escita, la llevó a cabo y quedó en la región; y de Escita, hijo de Heracles, descienden todos los reyes de los escitas. En memoria de aquella copa, traen los escitas hoy día sus copas pendientes del tahalí, y esto fue lo único que discurrió la madre en favor de Escita. Tal cuentan los griegos que moran en el Ponto.
11. Existe aún otra historia, del siguiente tenor, a la que más me atengo. Los escitas nómades que moraban en el Asia apurados en la guerra por los maságetas, partieron, pasando el río Araxes, hacia la región de los cimerios (pues se dice que la región que ahora ocupan los escitas era antiguamente de los cimerios). Ante el ataque de los escitas, los cimerios deliberaron, como es lógico hacerlo ante ataque de tan grande ejército. Dividiéronse los pareceres, entrambos obstinados, aunque mejor el de los reyes; porque el parecer del pueblo era que convenía partir y no exponerse al peligro por defender la ceniza del hogar; el de los reyes era que se había de pelear por la tierra contra los invasores. Ni el pueblo quería obedecer a los reyes, ni los reyes al pueblo; los unos pensaban partir sin combate entregando la tierra a los invasores: los reyes resolvieron morir y estar sepultados en su patria, y no huir junto con el pueblo, calculando cuántos bienes gozaban y cuántos probables males les sucederían si huían de su patria. Así opinaban, y hallándose discordes y en igual número, lucharon entre sí. El pueblo de los cimerios enterró a todos los que a sus propias manos murieron cerca del río Tiras (donde se ve todavía su sepultura); y una vez enterrados, salió de su tierra. Llegaron los escitas y se apoderaron de la región desierta.
12. Existen aún ahora en Escitia, muros cimerios, existen pasajes cimerios, existe también una comarca con el nombre de Cimeria, y el Bósforo llamado Cimerio. Es manifiesto que los cimerios, huyendo de los escitas al Asia, poblaron también la península donde ahora está Sinope, ciudad griega. Es asimismo manifiesto que los escitas, yendo tras ellos, invadieron Media por haber errado el camino; en efecto, los cimerios huían siguiendo siempre la costa, y los escitas les perseguían teniendo el Cáucaso a su derecha, hasta que invadieron el territorio, desviándose de su camino tierra adentro. Queda dicha esta otra historia, contada juntamente por griegos y bárbaros.
13. Por otra parte, Aristeas, hijo de Caistrobio, y natural de Proconeso ha dicho en su epopeya que, arrobado por Febo, había llegado hasta los isedones; más allá de los isedones habitan los arimaspos, hombres de un solo ojo; más allá de éstos, los grifos que guardan el oro; y más allá de éstos, los hiperbóreos que se extienden hasta el mar. Todas esas naciones, según él, salvo los hiperbóreos, estaban siempre atacando a sus vecinos, y los arimaspos habían sido los primeros. Ellos habían arrojado a los isedones de su tierra, los isedones a los escitas, y los cimerios que habitaban sobre el mar del Sur, apretados por los escitas, desampararon su país. Así, pues, tampoco Aristeas está de acuerdo con los escitas en cuanto a este país.
14. He dicho de dónde era natural Aristeas, el que esto ha afirmado; diré ahora la historia que de él oí en Proconeso y en Cícico. Cuentan que Aristeas, que era noble como el que más, entró en un lavadero en Proconeso, y allí murió, y que el lavandero cerró su taller y se fue a dar parte a los parientes más cercanos del difunto. Corrió por la ciudad la noticia de que estaba muerto Aristeas, cuando un hombre natural de Cícico, que acababa de llegar de la ciudad de Artaca, contradijo a los que contaban tal nueva, diciendo que se había encontrado con Aristeas el cual se dirigía a Cícico, y que había hablado con él. Mientras contradecía el hombre obstinadamente, los parientes del difunto llegaron al lavadero, trayendo las cosas necesarias para llevarse el cadáver; pero, al abrir la casa, ni muerto ni vivo apareció Aristeas. Pasados siete años dicen que se apareció en Proconeso, y compuso la epopeya que los griegos llaman ahora Arimaspos, y después de hacerla desapareció segunda vez.
15. Así cuentan esas ciudades; yo sé este otro caso que sucedió con los metapontinos de Italia, doscientos cuarenta años después de la segunda desaparición de Aristeas, según hallé por cálculo en Proconeso y en Metaponto. Dicen los metapontinos que se les apareció Aristeas en su tierra y les mandó erigir un altar a Apolo y levantar a su lado una estatua con el nombre de Aristeas de Proconeso, explicándoles que entre todos los italianos ellos eran los únicos a cuya tierra hubiese venido Apolo, y le había seguido él, que era ahora Aristeas, pero entonces, cuando seguía al dios, era un cuervo. Tras hablarles en estos términos, dicen los metapontinos que desapareció; que ellos enviaron a Delfos para interrogar al dios qué significaba la aparición de aquel hombre; la Pitia les ordenó que obedeciesen a la aparición, pues más cuenta les tendría obedecerla; ellos la acataron y cumplieron las órdenes. Y, al presente, al lado de la imagen de Apolo está una estatua con el nombre de Aristeas, y alrededor de ella unos laureles. La estatua se alza en la plaza. Baste lo dicho acerca de Aristeas.
16. En cuanto al país de que ha empezado a hablar esta historia, nadie sabe con certeza lo que hay más allá de él. Por lo menos no puedo enterarme de nadie que diga haberlo visto por sus ojos, pues ni el mismo Aristeas de quien poco antes hice mención, ni él siquiera, dijo en su misma epopeya que hubiese llegado más allá de los isedones, antes bien habló de oídas de lo que había más allá, afirmando que los isedones eran quienes lo contaban. Pero cuanto nosotros hemos podido alcanzar con información exacta acerca de las más lejanas tierras, todo se dirá.
17. A partir del emporio de los boristenitas (que es el punto medio de la costa de Escitia), a partir de ese lugar, los primeros habitantes son los calípidas, escitas griegos y más allá de éstos, otro pueblo llamado los alazones. Estos y los calípidas siguen los mismos usos de los escitas, sino que siembran y comen trigo, cebollas, ajos, lentejas y mijo. Más allá de los alazones viven los escitas labradores, quienes no siembran trigo para comerle sino para venderle. Más allá de éstos moran los neuros; la región de los neuros, situada hacia el viento Norte, está despoblada de hombres, que nosotros sepamos.
18. Tales son los pueblos que viven a lo largo del río Hípanis, al Poniente del Borístenes. Pasando el Borístenes, la primera comarca a partir del mar, es la Tierra Boscosa; a partir de ésta, en dirección al Norte, habitan los escitas labradores a quienes llaman boristenitas los griegos que viven cerca del Hípanis, y se llaman a sí mismos olbiopolitas. Estos escitas labradores, pues, ocupan la región que hacia Oriente tiene de largo tres días de camino, extendiéndose hasta un río que tiene por nombre Panticapes, y hacia el viento Norte tiene de largo once días de navegación por el Borístenes arriba. Más allá, sigue el desierto en una vasta extensión; después del desierto moran los andrófagos, pueblo aparte, que no tiene nada de escita. Y más allá de ellos se encuentra ya un verdadero desierto en que no vive nación alguna, que nosotros sepamos.
19. La región situada a Oriente de los escitas labradores, pasando el río Panticapes, la ocupan ya escitas nómades que nada siembran ni cultivan. Toda esta tierra está rasa y sin árboles, excepto la Tierra Boscosa. Dichos nómades ocupan hacia Oriente una región de catorce días de camino, que se extiende hasta el río Gerro.
20. A la otra parte del Gerro se hallan los campos llamados Reales, y los escitas más bravos y numerosos, que tienen por esclavos suyos a los demás escitas; se extienden por el Mediodía hasta la región Táurica; por Levante hasta el foso que abrieron los hijos de los ciegos y hasta el emporio que se llama Cremnos, en la laguna Meotis, y en parte se extienden hasta el río Tanais. Más allá de los escitas reales, hacia el viento Norte, viven los melanclenos, otro pueblo, no escitas; y más allá de los melanclenos hay lagunas y el país está despoblado, que nosotros sepamos
21. Pasando el Tanais, ya no es más Escitia; la primera de las regiones es la de los saurómatas, quienes empiezan desde el vértice de la laguna Meotis y ocupan hacia el viento Norte un espacio de quince días de camino que es todo sin árboles silvestres ni frutales. Viven más allá de ellos, en la segunda región los budinos, quienes ocupan una tierra toda cubierta de espesa arboleda de toda clase.
22. Más allá de los budinos, hacia el Norte, se halla ante todo un país desierto largo de siete días de camino, y después del desierto, inclinándose algo al viento del Este, moran los tiságetas, nación populosa e independiente; viven de la caza. Contiguos a ellos y establecidos en los mismos parajes están los llamados yircas; también éstos viven de la caza, del siguiente modo: un cazador trepa a un árbol y se pone en emboscada, pues hay bosque denso por todo el país; tiene listo a su caballo, enseñado a echarse vientre a tierra para hacerse más pequeño, y a su perro; cuando avizora la fiera desde el árbol, le dispara el arco, monta a caballo y la persigue acompañado del perro. Más allá, en la parte que se inclina a Oriente, viven otros escitas que se separaron de los Reales y así llegaron a ese paraje.
23. Toda la tierra descrita hasta la región de estos escitas es llana y de suelo grueso; pero desde allí es fragosa y pedregosa. Después de un gran espacio de esta tierra fragosa, al pie de unos altos montes, viven unos hombres de quienes se cuenta que son todos calvos de nacimiento, lo mismo los hombres que las mujeres, de narices chatas, mentón grande, y de lenguaje particular; llevan el traje escita, y viven de los árboles. El árbol de que viven se llama póntico; es más o menos del tamaño de una higuera; produce fruto igual a una haba, aunque con hueso: una vez maduro, lo exprimen y cuelan con paños, y mana de él un jugo espeso y negro; el nombre del jugo es asqui, lo chupan y lo beben mezclado con leche; y de la grosura de las heces hacen unas tortas y las comen. No tienen mucho ganado, por no haber allí buenos pastos. Cada cual vive bajo un árbol, cubriéndolo en invierno con un fieltro blanco y tupido, y sin él en verano. Nadie hace daño a estos hombres, pues se dice que son sagrados, y no poseen ningún arma de guerra. Ellos son los que ponen las diferencias entre sus vecinos, y al fugitivo que se acoge a ellos, nadie le molesta. Su nombre es argipeos.
24. Hasta estos calvos, hay conocimiento manifiesto de la región y de los pueblos intermedios, pues hasta allí llegan algunos escitas por quienes no es difícil informarse, y algunos griegos, del emporio del Borístenes, y de los otros emporios del ponto. Los escitas que van allá negocian por medio de siete intérpretes y por medio de siete lenguas.
25. Así que hasta ese pueblo es país conocido; pero nadie puede hablar con certeza de lo que hay más allá de los calvos, por cuanto cortan la extensión altas montañas inaccesibles, y nadie las franquea. Esos calvos dicen (pero para mí no dicen cosas creíbles) que en aquellos montes viven los hombres con pie de cabra; y pasando éstos hay otros hombres que duermen seis meses al año, lo que de todo punto no admito. De la parte situada a Oriente de los calvos se sabe con certeza que la pueblan los isedones; pero de la situada al Norte de los calvos y de los isedones, nada se sabe, excepto lo que ellos mismos cuentan.
26. Dícese que los isedones observan estos usos: cuando a un hombre se le muere su padre, todos los parientes traen reses, y después de sacrificadas y cortar en trozos las carnes, cortan también en trozos al difunto padre del huésped, mezclan toda la carne y sirven el banquete. La cabeza del muerto, después de limpia y pelada, la doran, y luego la usan como una imagen sagrada cuan-do celebran sus grandes sacrificios anuales. El hijo hace esta ceremonia en honor de su padre como los griegos los aniversarios de sus muertos. Por lo demás, dícese que éstos son también justos, y que las mujeres tienen igual poder que los hombres.
27. Así, pues, también este pueblo es conocido. En cuanto a la región que está al Norte de ellos, son los isedones los que hablan de hombres de un solo ojo y de grifos que guardan oro. De los isedones lo han tomado y lo repiten los escitas, y de los escitas hemos tomado los restantes esta creencia, y los llamamos arimaspos en lengua escita, porque los escitas por uno dicen arima, y por ojo spu.
28. Toda la región descrita tiene invierno riguroso por extremo; durante ocho meses al año la helada es tan insufrible que si en ese tiempo echas agua no harás lodo, pero si enciendes fuego harás lodo. Hiélase el mar y todo el Bósforo cimerio. Los escitas que viven de esta parte del foso pasan con sus tropas por encima del hielo y con-ducen sus carros al otro lado, hasta los sindos. En suma, el invierno dura ocho meses al año, y los cuatro restantes son de frío. La naturaleza del invierno es allí muy distinta de la que tienen todos los inviernos de los demás países. En la estación de las lluvias apenas llueve, pero en verano no cesa de llover. Cuando en el resto del mundo hay truenos, no los hay entonces allí, pero en verano son muy frecuentes; y si truena en invierno, suelen maravillarse como de un prodigio. Del mismo modo, si hay un terremoto, sea en verano o en invierno, lo tienen por prodigio. Los caballos tienen resistencia para soportar semejante invierno: los mulos y los asnos no lo resisten en absoluto, mientras en el resto del mundo los caballos parados en el hielo se gangrenan y resisten los asnos y los mulos.
29. Me parece que por esta causa no tiene cuernos la raza de bueyes mochos de aquí; da testimonio en favor de mi opinión un verso de Homero en la Odisea que dice así:

Libia, donde a los corderos brotan al punto las astas.

Y dice bien que en los países cálidos los cuernos salen pronto; pero en los muy fríos, o no los tienen del todo los animales, o bien los tienen apenas.
30. Así sucede allí, pues, a causa del frío. Pero me admiro (ya que desde el principio mi relato anda en busca de agregados) de que en toda la comarca de Élide no puedan nacer mulos, no siendo frío el lugar ni habiendo otra causa alguna manifiesta. Dicen los eleos que de resultas de cierta maldición no les nacen mulos; pero cuando llega el momento de concebir las yeguas, las arrean a los pueblos vecinos, luego, en las tierras vecinas, les echan los asnos hasta que quedan preñadas, y entonces las traen de vuelta.
31. Acerca de las plumas de que dicen los escitas estar lleno el aire, y que a causa de ellas no pueden ver ni recorrer la tierra que queda más allá, tengo la siguiente opinión: más arriba de esa región nieva siempre (menos en verano que en invierno, como es natural). Pues quien haya visto de cerca caer nieve a copos, sabe lo que digo, pues la nieve se parece a las plumas. Por ese mismo invierno, tan crudo, son inhabitables las partes del continente que miran al Norte. Así, creo que los escitas y sus vecinos llaman plumas a los copos de nieve por comparación. Queda dicho, pues, lo que se cuenta sobre las regiones más lejanas.
32. Sobre los hiperbóreos nada dicen ni los escitas ni pueblo alguno de los que moran por ahí, a no ser quizá los isedones; y a mi parecer, ni aun éstos dicen nada, pues lo repetirían los escitas, así como repiten lo de los hombres de un solo ojo. Hesíodo es quien ha hablado de los hiperbóreos, y también Homero en los Epígonos, si realmente compuso Homero esa epopeya.
33. Pero quienes hablan mucho más largamente de ellos son los delios. Dicen que ciertas ofrendas envueltas en rastrojo llegan de los hiperbóreos a los escitas, y de los escitas las tornan unos tras otros los pueblos vecinos, las transportan al Adriático, que es el punto más remoto hacia Poniente y de allí son dirigidas al Mediodía, siendo los dodoneos los primeros griegos que las reciben: desde ellos bajan al golfo de Malis y pasan a Eubea, y de ciudad en ciudad las envían hasta la de Caristo; desde aquí, saltean a Andro, porque los caristios son quienes las llevan a Teno, y los tenios a Delo. De ese modo dicen que llegan a Delo las ofrendas; pero la primera vez los hiperbóreos enviaron para llevar las ofrendas a dos doncellas, a quienes llaman los delios Hipéroca y Laódica, y juntamente con ellas, para su seguridad, a cinco de sus ciudadanos como escolta, esos que ahora son llamados «portadores» y reciben grandes honras en Delo. Viendo los hiperbóreos que no regresaban sus enviados y pareciéndoles fuerte cosa que siempre les tocara perder a sus delegados, llevaron entonces sus ofrendas envueltas en rastrojo hasta sus fronteras, y recomendaron a sus vecinos que las pasasen a otro pueblo; y así pasadas dicen que llegaron a Delo. Yo mismo conozco el siguiente uso, semejante a esas ofrendas: las mujeres de Tracia y de Peonia cuando sacrifican a Ártemis Reina, siempre envuelven sus ofrendas en rastrojo.
34. Sé, por cierto, que así lo hacen. En honor de esas doncellas de los hiperbóreos que murieron en Delo, tanto las muchachas como los mozos se cortan el cabello; ellas antes de la boda se cortan un rizo, lo enroscan alrededor de un huso y lo depositan sobre el sepulcro (el sepulcro está dentro del Artemisio, a mano izquierda del que entra, y sobre él crece un olivo). Todos los mozos de Delo envuelven algunos cabellos alrededor de cierta hierba y lo colocan también sobre el sepulcro.
35. Tal honra reciben estas doncellas de los moradores de Delo. Cuentan los delios asimismo, que Arga y Opis, doncellas de los hiperbóreos, pasando a través de esos mismos pueblos llegaron a Delo aún antes que Hipéroca y Laódica. Porque éstas llegaron para traer a Ilitia el tributo fijado en pago del alumbramiento rápido; pero Arga y Opis, según cuentan, llegaron junto con los mismos dioses, y se les tributan en Delo otros honores: en efecto, las mujeres hacen colecta para ellas invocándolas con los nombres del himno que les compuso Olen, natural de Licia. De ellas aprendieron los isleños y los jonios a celebrar con himnos a Opis y a Arga, invocando su nombre y haciendo colecta. (Este Olen vino de Licia y compuso también los otros himnos antiguos, que se cantan en Delo.) Y la ceniza de las patas quemadas en el altar se emplea para echarla sobre el sepulcro de Arga y Opis. El sepulcro está detrás del Artemisio, vuelto hacia Oriente e inmediato a la hospedería de los naturales de Ceo.
36. Baste lo dicho acerca de los hiperbóreos, pues no cuento el cuento de Ábaris, quien dicen era hiperbóreo, y de cómo llevó la saeta por toda la tierra sin probar bocado. Si hay hombres más allá del viento Norte, los habrá también más allá del Sur. Me río viendo cuántos han trazado ya el contorno de la tierra, y cómo nadie lo explica juiciosamente; trazan un Océano que corre alrededor de una tierra redonda como si saliera del torno y hacen Asia igual a Europa. En pocas palabras declararé yo el tamaño de cada una de ellas y cuál es el trazado de cada cual.
37. El territorio de los persas llega hasta el mar del Sur, llamado Eritreo. Más allá de ellos, hacia el Norte, viven los medos; más allá de los medos, los saspires; más allá de los saspires, los colcos, que llegan hasta el mar del Norte, adonde desagua el río Fasis; estas cuatro naciones se extienden de mar a mar.
38. Desde allí hacia Poniente dos costas corren hasta el mar las cuales describiré. Una de las costas, la que mira al Norte, empezando desde el Fasis, se extiende hasta el mar, siguiendo el Ponto Euxino y el Helesponto hasta el Sigeo de Troya; la parte de esta misma costa que mira al Sur, desde el golfo Miriándico, junto a Fenicia, se extiende hasta el mar hasta el promontorio Triopio. Viven en esa costa treinta naciones.
39. Ésa es una de las costas. La otra, empezando desde Persia, se extiende hasta el mar Eritreo: o sea, Persia, a la cual sigue Asiria, y a ésta, Arabia; ésta termina (pero termina sólo por convención) en el golfo Arábigo, al cual condujo Darío un canal desde el Nilo. Hay, pues, una región ancha y vasta desde Persia hasta Fenicia. Desde Fenicia esa costa corre por este mar [el Mediterráneo], pasando por la Siria Palestina y por Egipto, en donde remata; en ella hay tres naciones solas.
40. Tales son las partes de Asia que se hallan a Poniente de Persia. Las que caen más allá de los persas, medos, saspires y colcos, hacia la aurora y el Levante, las limita el mar Eritreo, y por el Norte el mar Caspio y el río Araxes, que corre hacia Levante. El Asia está poblada hasta la India, pero desde allí, lo que cae a Oriente ya está desierto y nadie puede explicar cómo sea.
41. Tal es Asia y tal su extensión. Libia está en la otra costa, pues desde el Egipto ya sigue Libia. En el Egipto esta costa es estrecha, pues desde este mar hasta el mar Eritreo hay cien mil brazas, que vienen a ser mil estadios; a partir de ese estrecho es ancha por extremo esa costa que se llama Libia.
42. Por eso me maravillo de los que limitaron y dividieron a Libia, Asia y Europa; pues no es corta la diferencia entre ellas: porque, en largo, Europa se extiende frente a las dos juntas, pero en cuanto al ancho es para mí manifiesto que ni merece comparárseles. La Libia, en efecto, se presenta rodeada de mar, menos en el trecho por donde linda con el Asia, siendo Necos, rey de Egipto, el primero de cuantos nosotros sepamos que lo demostró; luego que dejó de abrir el canal que iba desde el Nilo hasta el golfo Arábigo, despachó en unas naves a ciertos fenicios con orden de que a la vuelta navegasen a través de las columnas de Heracles rumbo al mar Mediterráneo, y así llegasen a Egipto. Partieron, pues, los fenicios del mar Eritreo e iban navegando por el mar del Sur; cuando venía el otoño, hacían tierra, sembraban en cualquier punto de Libia en que se hallaran navegando, y aguardaban la siega. Recogida la cosecha, se hacían a la mar; de suerte que, pasados dos años, al tercero doblaron las columnas de Heracles y llegaron al Egipto.[1] Y contaban lo que para mí no es creíble, aunque para otro quizá sí: que navegando alrededor de Libia habían tenido el sol a la derecha.
43. De este modo fue conocida Libia por primera vez. Más tarde los cartagineses son los que hablan de ella, ya que Sataspes, hijo de Teaspis, Aqueménida, no acabó de dar la vuelta a Libia, aunque enviado con ese fin, antes espantado de lo largo y solitario de la navegación, se volvió atrás sin llevar a cabo la empresa que su madre le había impuesto. Porque había forzado a una doncella, hija de Zópiro, hijo de Megabizo, y como por ese delito hubiese de morir empalado por el rey Jerjes, la madre de Sataspes, que era hermana de Darío, intercedió asegurando que ella le impondría mayor castigo que Jerjes: le obligaría a circunnavegar la Libia, hasta que circunnavegándola llegase al golfo Arábigo. Jerjes accedió a esta condición; fue Sataspes al Egipto, y tomando allí una nave con sus marineros, navegó hacia las columnas de Heracles; después de pasarlas y de doblar el promontorio de Libia cuyo nombre es Soloente, navegaba rumbo al Mediodía. Tras de recorrer mucho mar en muchos meses, como siempre era más lo que faltaba, se volvió atrás, navegando rumbo al Egipto. De allí fue a presentarse al rey Jerjes y le dijo que en las tierras más lejanas que había costeado, había visto hombres pequeños que usaban trajes de palma, quienes apenas él arribaba con su navío, abandonaban sus ciudades y se escapaban a las montañas; que ellos, al desembarcar, no les hacían ningún daño y sólo les tomaban víveres. Dijo que el motivo de no haber circunnavegado la Libia era éste: el barco ya no podía avanzar y quedaba detenido. Jerjes no creyó que le decía la verdad, y como no había cumplido la empresa impuesta, le empaló, castigándole con la antigua sentencia. Un eunuco de este Sataspes, apenas oyó que su amo estaba muerto, huyó a Samo llevándose grandes tesoros, los cuales se apropió un samio; y yo que sé su nombre, de intento lo olvido.
44. La mayor parte de Asia fue descubierta por Darío, quien, deseoso de saber en qué parte del mar desagua el río Indo (que es el segundo de todos los ríos en criar cocodrilos), envió en uno navíos, entre otros en quienes confiaba le dirían la verdad, a Escílax de Carianda.[2] Partieron desde la ciudad de Caspatiro y la región Paccíica, y navegaron río abajo rumbo a la aurora y a Levante hasta el mar. Y por el mar navegando hacia Poniente, a los treinta meses aportaron al mismo sitio de donde el rey de Egipto había despachado aquellos fenicios, que antes dije, para circunnavegar la Libia. Después de esta circunnavegación Darío sometió a los indios y utilizó ese mar. De este modo se ha descubierto que, salvo la parte que mira a Levante, el resto de Asia se muestra semejante a la Libia.
45. Pero respecto de Europa, es manifiesto que nadie ha averiguado si por el Levante y por el Norte está rodeada de mar pero sí se sabe que en largo se extiende frente a las dos juntas. Tampoco puedo alcanzar por qué motivo, siendo la tierra una misma, tiene tres nombres diferentes, derivados de nombres de mujeres; ni por qué se le puso por límites el Nilo, río egipcio y el Fasis colco (otros ponen el Tanais en la laguna Meotis y los Pasajes cimerios); ni tampoco puedo averiguar cómo se llaman los que así la dividieron, ni de dónde sacaron los nombres que impusieron. Porque ya muchos griegos dicen que la Libia tiene su nombre de una mujer nacida en aquella tierra, y que el Asia lleva el nombre de la esposa de Prometeo. Pero los lidios reclaman este nombre, diciendo que el Asia se llama así por Asias, hijo de Cotis, hijo de Manes, por quien también se llama Asíade una tribu de Sardes, y no por Asia la de Prometeo. Mas de Europa nadie ha averiguado si está rodeada de mar ni consta de dónde le vino el nombre, o quién se lo impuso; si ya no decimos que la región tomó su nombre de la Europa natural de Tiro, habiendo antes sido anónima como las otras. Pero es sabido que esa Europa era originaria de Asia, y no vino a la tierra que ahora los griegos llaman Europa, sino que solamente fue de Fenicia a Creta y de Creta a Licia. Baste, pues, lo dicho, ya que nos valdremos de los nombres acostumbrados.
46. El Ponto Euxino, contra el que Darío hacía su expedición es, entre todas las regiones, fuera de Escitia, la que presenta los pueblos más rudos. En efecto, de las naciones del Ponto, no podemos señalar por su sabiduría nación alguna, ni sabemos que haya nacido hombre famoso a no ser los escitas y Anacarsis. Los escitas han hallado con sabiduría superior a todos (que sepamos) un solo arbitrio, pero el más importante, para los intereses humanos; en lo demás, por cierto, no les admiro. Y este importantísimo arbitrio consiste en que nadie que vaya contra ellos se les puede escapar, y que si ellos evitan el encuentro, nadie puede sorprenderles. Porque hombres que no tienen construidas ciudades ni murallas, todos sin casa fija, arqueros de a caballo, que no viven del arado sino de sus ganados, que tienen su morada en sus carros ¿cómo no habían de ser inexpugnables e inaccesibles?
47. Han hallado este arbitrio porque la tierra es apropiada y los ríos les ayudan. Pues la tierra es una llanura llena de pastos y bien regada; corren por ella ríos en número no muy inferior al de los canales de Egipto. Nombraré únicamente los ríos renombrados y navegables des-de el mar: el Istro, río de cinco bocas, luego el Tiras, el Hípanis, el Borístenes, el Panticapes, el Hipaciris, el Gerro y el Tanais. Corren del modo siguiente.
48. El Istro, que es el río más grande de cuantos nosotros sepamos, corre siempre igual a sí mismo, así en verano como en invierno; es, por Occidente, el primero entre los ríos de Escitia y es el mayor porque, entre otros ríos que desembocan en él, los siguientes en particular son los que le hacen grande: cinco que corren a través de la misma Escitia: el que los naturales llaman Pórata y los griegos Píreto, y además el Tiaranto, el Arara, el Náparis y el Ordeso. El nombrado primero de estos ríos es caudaloso, y corriendo hacia Oriente junta su agua con el Istro; el nombrado en segundo término, Tiaranto, corre más hacia Poniente y es menor; los otros tres, el Araro, el Náparis y el Ordeso, corren entre esos dos y desembocan en el Istro.
49. Éstos son los ríos propiamente escitas que lo acrecientan. De los agatirsos baja el río Maris a unirse con el Istro, y desde las cumbres del Hemo corren hacia el Norte otros tres grandes ríos, el Atlas, el Auras y el Tíbisis, que desembocan en él. Por la Tracia y por el país de los tracios crobizos, corren el Atris, el Noes y el Artanes que desaguan en el Istro. Desde Peonia y el monte Ródope, desemboca en él el Cío, pasando por medio del Hemo. El río Angro, que desde Iliria corre hacia el Norte, se vierte en la llanura Tribálica y en el río Brongo, y el Brongo en el Istro; así recibe el Istro ambos ríos, que son grandes. De la tierra situada más allá de los ómbricos, desembocan en él el río Carpis y otro río, el Alpis, que también corren hacia el Norte. En suma, el Istro corre por toda Europa, empezando desde los celtas, que son los que viven más hacia Poniente, salvo los cinetas y, corriendo por toda Europa, penetra en el flanco de la Escitia.
50. Así que, reuniendo su agua los mencionados ríos y otros muchos más, resulta el Istro el mayor de todos; si bien comparando corriente con corriente el Nilo le aventaja en caudal, pues no desemboca en él río ni fuente alguna que contribuya a su caudal. El Istro corre siempre igual en verano e invierno por la siguiente razón, según me parece: en invierno se halla en su propia altura y apenas crece un poco más de su natural porque llueve muy poco en esa tierra en invierno, y se halla toda cubierta de nieve. En verano, la nieve caída durante el invierno en cantidad, se funde y corre por todas partes al Istro. Esta nieve que desagua en él lo aumenta, y juntamente con ella muchas lluvias y temporales, pues allí llueve en verano. Y cuanta más agua absorbe el sol en verano que en invierno, tanto más es la que se une al Istro en verano que en invierno. Contrapuestas una y otra resultan compensarse y por eso el Istro se presenta siempre igual.
51. Uno de los ríos de los escitas es, pues, el Istro. Sigue a éste el Tiras, que nace al Norte, comienza a correr desde una gran laguna que divide el territorio escita del neuro. En su desembocadura habitan los griegos que se llaman tiritas.
52. El tercer río, el Hípanis, se lanza desde la Escitia, corre desde una gran laguna, alrededor de la cual pacen caballos blancos salvajes, esta laguna se llama con razón la madre del Hípanis; nace, pues, de ella el río Hípanis y corre por cinco días de navegación con agua escasa y dulce, pero desde ahí hasta el mar por cuatro días de navegación es amargo en extremo: es que desagua en él una fuente amarga, y a tal punto amarga que aunque pequeña inficiona todo el Hípanis, río grande como pocos. Hállase dicha fuente en la linde entre la tierra de los escitas labradores y la de los alazones; su nombre y el del paraje de donde mana es en lengua escita Exampeo, y en la lengua griega Sendas sagradas. El Tiras y el Hípanis acercan sus extremos en la comarca de los alazones, pero a partir de allí corre cada cual separándose y ensanchando el espacio entre ambos.
53. El cuarto es el río Borístenes, el mayor de éstos después del Istro y a nuestro juicio el más productivo, no sólo entre los de Escitia, sino entre todos los demás, salvo el Nilo de Egipto: con éste ningún otro río puede compararse, pero de los restantes el Borístenes es el mas productivo, ya que proporciona los más hermosos y provechosos pastos para el ganado; muchísima y muy escogida pesca; su agua es dulcísima de beber y corre límpida al lado de aguas turbias. En sus márgenes las sementeras son excelentes y donde no siembran la tierra, es lozanísima la hierba. En su desembocadura hay infinita cantidad de sal, que se cuaja por sí misma; proporciona grandes peces sin espina que llaman antaceos [‘esturiones’], para salazón; y muchas otras cosas dignas de admiración. Se sabe que hasta la región de los gerros para la cual hay cuarenta días de navegación, corre desde el Norte: más allá nadie puede decir por qué pueblos pasa; pero es evidente que corre por despoblado a la tierra de los escitas labradores, quienes habitan en sus riberas el espacio de diez días de navegación. De este solo río y del Nilo, no puedo decir cuáles sean sus fuentes y creo que ningún griego pueda decirlo. Al llegar el Borístenes cerca del mar, se le mezcla el Hípanis, que desagua en el mismo pantano. El espacio entre estos dos ríos, a manera de espolón de tierra, se llama promontorio de Hipolao; en él está edificado un templo de Deméter; más allá del templo, vecinos al Hípanis, viven los boristenitas.
54. Hasta aquí lo que se refiere a estos ríos; les sigue el quinto, por nombre Panticapes; también corre desde el Norte y también sale de una laguna; y en medio de ésta y del Borístenes viven los escitas labradores. Desemboca en la Tierra Boscosa y el lugar que llaman Pista de Aquileo.
55. El sexto es el Hipaciris, que parte de una laguna y corriendo por medio de los escitas nómades, desagua cer-ca de la ciudad de Carcinitis, bordeando a su derecha la Tierra Boscosa, y después de atravesarla, se junta con el Borístenes.
56. El séptimo río, el Gerro, se separa del Borístenes en el punto hasta donde es conocido el Borístenes; se separa, pues, desde este sitio, y tiene el nombre del sitio mismo, Gerro. Al correr al mar, divide la región de los nómades de la de los escitas reales, y desemboca en el Hipaciris.
57. El Tanais es el octavo río, el cual en su curso superior corre saliendo de una gran laguna y desagua en otra mayor llamada Meotis, que separa los escitas reales de los saurómatas. En este mismo Tanais desemboca otro río, cuyo nombre es Hirgis.
58. Éstos son los ríos renombrados de que disponen los escitas. La hierba que nace en la Escitia para el ganado es la que más hiel cría de cuantas hierbas sepamos; al abrir las reses puede comprobarse que así es.
59. De ese modo, pues, los escitas abundan en las cosas principales; las otras —las instituciones— se hallan dispuestas en la siguiente forma. Se propician solamente a estos dioses: a Hestia principalmente; luego, a Zeus y a la Tierra, teniendo a la Tierra por mujer de Zeus; después de éstos, a Apolo, Afrodita Urania, Heracles y Ares. Ésos son los dioses que todos los escitas reconocen; pero los llamados escitas reales hacen también sacrificios a Posidón. Llámase en lengua escita Hestia, Tabiti; Zeus, con muchísima razón, a mi parecer, se llama Papeo; la Tierra, Api; Apolo, Getosiro; Afrodita Urania, Argimpasa; Posidón, Tagimasadas. No acostumbran erigir estatuas, altares ni templos sino a Ares: a éste acostumbran erigirlos.
60. En todas sus ceremonias sagradas tienen establecido un mismo sacrificio, cuyo rito es el siguiente: la víctima está en pie, atadas las patas delanteras; el sacrificador, de pie detrás de la res, tira del cabo de la cuerda y la derriba, y al caer la víctima, invoca al dios a quien la sacrifica. Luego le echa un dogal al cuello, y metiendo dentro un palo, lo da vueltas hasta ahogar la víctima. No enciende fuego, ni ofrece primicias, ni hace libación; tras de ahogar y desollar la res, se dedican a cocerla.
61. Como Escitia es una tierra sumamente falta de leña, han hallado este modo para cocer la carne. Luego de desollar la víctima, mondan de carne los huesos, y la echan en unos calderos del país (si los tienen), muy parecidos a los cántaros de Lesbo, sino que son mucho más grandes; la ponen en ellos y la cuecen quemando debajo los huesos de las víctimas. Pero si no tienen a punto el caldero, echan toda la carne mezclada con agua dentro del vientre de la res, y queman debajo los huesos, que arden muy bien: así, un buey se cocerá a sí mismo, e igualmente las demás víctimas. Una vez cocida la carne, el sacrificador corta de ella y de las entrañas una parte como primicias y las arroja delante de sí. Sacrifican todas las bestias de ganado y en particular los caballos.
62. Así sacrifican y tales bestias ofrecen a todos sus dioses; pero para Ares observan este rito. En cada provincia de sus reinos han levantado un santuario de Ares del siguiente tenor: amontonan faginas hasta tres estadios de largo y de ancho, y algo menos de alto; encima disponen una superficie cuadrada abrupta por tres lados y accesible por el cuarto. Cada año agregan ciento cincuenta carros de faginas, pues cada año mengua por los temporales; sobre la pila, levanta cada provincia un antiguo alfange de hierro y ésta es la imagen de Ares. A este alfange ofrecen sacrificios anuales de ganado y caballos, y aun sacrifican a éste más que a los demás dioses. De cuantos enemigos toman vivos, le sacrifican uno de cada cien, y no con el rito con que inmolan a las bestias de ganado, sino con otro diferente. Les derraman vino sobre la cabeza, y los degüellan junto a una vasija; luego, su-ben al montón de faginas y derraman la sangre sobre el alfanje. Llevan, pues, la sangre arriba, y abajo, junto al santuario, hacen lo siguiente: cortan todos los hombros derechos con los brazos de las víctimas degolladas, y los echan al aire; y luego, tras sacrificar a las demás víctimas, se retiran. El brazo queda donde haya caído, lejos del cadáver.
63. Así tienen establecidos sus sacrificios. No usan cerdos para nada, y ni aun quieren de ningún modo criarlos en su tierra.
64. En lo que atañe a la guerra tienen estas ordenanzas: cuando un escita derriba a su primer hombre, bebe su sangre, y presenta al rey la cabeza de cuantos mata en la batalla: si ha traído una cabeza participa de la presa tomada; si no la ha traído, no. La desuella del siguiente modo: la corta en círculo de oreja a oreja, y asiendo de la piel la sacude hasta desprender el cráneo, luego la descarna con una costilla de buey, y la adoba con las manos y así curtida la tiene por servilleta; la ata de las riendas del caballo en que monta y se enorgullece de ella, pues quien posea más servilletas de piel es reputado por el más bravo; muchos de ellos hasta se hacen de esas pieles abrigos para vestir, cosiéndolas como un pellica. Muchos desuellan la mano del enemigo sin quitarle las uñas, y hacen una tapa para su aljaba. Por lo visto la piel del hombre es recia y reluciente, y casi la más blanca y lustrosa de todas. Muchos desuellan a los muertos de pies a cabeza, extienden la piel en maderos y la usan para cubrir sus caballos.
65. Tales son sus usos; con las cabezas, no de todos, sino de sus mayores enemigos hacen lo siguiente. Sierra cada cual todo lo que que pueda por encima de las cejas, y la limpia; si es pobre, la cubre por fuera con cuero crudo de buey solamente y así la usa; pero si es rico, la cubre con el cuero, la dora por dentro y la usa como copa. Esto mismo hacen aun con los familiares, si llegan a enemistarse con ellos y logran vencerlos ante el rey. Cuando un escita recibe huéspedes a quienes estima, les presenta las tales cabezas y les da cuenta de cómo aquéllos, aun siendo sus familiares, le hicieron guerra, y cómo él los venció. Esto consideran ellos prueba de hombría.
66. Una vez al año, cada gobernador de provincia mezcla un cántaro de vino, del cual beben los escitas que hayan muerto algún enemigo; los que no hayan ejecutado tal hazaña, no prueban de ese vino y están sentados, a la vergüenza, y para ellos ésta es la mayor infamia. Pero los que de ellos hubieran matado muchísimos hombres, éstos tienen dos copas cada uno y las beben a un tiempo.
67. Hay entre los escitas muchos adivinos, los cuales adivinan por medio de muchas varas de sauce en esta forma: traen al lugar unos grandes haces de mimbre, los colocan en tierra y los desatan; toman una a una las varillas y vaticinan, y al mismo tiempo que están hablando vuelven a juntarlas y de nuevo las componen: este género de adivinación es heredado de sus abuelos. Los hermafroditas enarees dicen que Afrodita les ha dado la adivinación, y profetizan con la corteza del tilo: parten el tilo en tres tiras, y profetizan enroscándolas alrededor de sus dedos, y desenroscándolas.
68. Cuando el rey de los escitas enferma, envía por los tres adivinos de mayor reputación, quienes vaticinan del modo dicho. Por lo común, dicen sobre todo que tal y tal (nombrando al ciudadano que nombraren) ha jurado en falso por el hogar del rey: pues cuando los escitas quieren hacer el juramento más solemne, acostumbran muy particularmente jurar por el hogar del rey. Al punto, pues, prenden y conducen al que dicen haber jurado en falso, y cuando llega le reconvienen los adivinos, porque, según consta por los vaticinios, ha jurado en falso por el hogar del rey, y por eso está enfermo el rey; el preso niega, dice que no ha jurado en falso y hace grandes extremos. Al negar éste, envía el rey por doble número de adivinos; y si éstos, observando su modo de adivinación, dan con el reo por convicto de perjurio, en seguida le cortan la cabeza, y los primeros adivinos se reparten su hacienda. Pero si los que han venido luego le absuelven, comparecen otros adivinos, y despues muchos otros, y si los más dan al hombre por inocente son los primeros adivinos los condenados a muerte.
69. Los matan entonces del modo siguiente. Llenan un carro de fagina y uncen al yugo los bueyes; luego meten en medio de la fagina a los adivinos con grillos en los pies, con las manos atadas a la espalda y amordazados; prenden fuego a la fagina y espantan a los bueyes, para alejarlos, pero muchos bueyes se abrasan junto con los adivinos y muchos escapan chamuscados cuando la lanza del carro se ha quemado. De mismo modo queman también por otros delitos a sus adivinos llamándoles adivinos falsos. Si el rey manda matar a alguien tampoco perdona a sus hijos, antes mata a todos los varones sin hacer ningún daño a las hembras.
70. De este modo empeñan juramentos los escitas con quienes lo llegan a empeñar: en una gran copa de barro derraman vino y lo mezclan con la sangre de los que empeña el juramento, hiriendo levemente el cuerpo con una lezna o cortándolo con la espada. Después sumergen en la copa un alfanje, unas saetas, una segur y un venablo; hecha esta ceremonia, hacen largas deprecaciones, luego beben los mismos que empeñan juramento, así como las personas más respetables de su séquito.
71. Las sepulturas de los reyes están en el territorio de los gerros, el lugar hasta donde es navegable el Borístenes. Cuando se les muere el rey, abren una gran fosa cuadrada; y cuando la tienen lista, toman el cadáver, el cual tiene el cuerpo encerado, y el vientre antes abierto y limpiado, lleno de juncia machacada, de incienso, de semilla de perejil y de anís, y cosido de nuevo lo transportan en carro a otro pueblo. Los que reciben el cadáver transportado hacen lo mismo que los escitas reales: se cortan un pedazo de la oreja, se rapan el pelo, se hacen cortes alrededor de los brazos, se desgarran la frente y narices, y se traspasan la mano izquierda con sus saetas. Desde allí transportan el cadáver del rey hasta otro pueblo de su dominio, y le acompañan los escitas que fueron los primeros en recibirlo. Después de recorrer todos los pueblos transportando el cadáver, se encuentran entre los gerros, establecidos en el más remoto de los territorios de su dominio, en el lugar de la sepultura. Luego, una vez colocado el cadáver en su tumba, sobre un lecho, clavan a uno y a otro lado del cadáver unas lanzas y sobre ellas tienden maderas que luego cubren con cañizo de mimbres. En el amplio espacio restante de la tumba entierran a una de sus concubinas, a la que han estrangulado, como también a su copero, su cocinero, su caballerizo, su criado, su recadero, sus caballos, primicias de todas las cosas, y unas copas de oro, pues no usan para nada plata y bronce. Hecho esto, todos amontonan tierra para formar un gran túmulo, empeñados a porfia en hacerlo lo más grande posible.
72. Al cabo de un año hacen lo siguiente. Toman los más íntimos de los demás servidores (los cuales son escitas de nacimiento, pues sirven al rey los que él ordena, no habiendo entre ellos servidores comprados con dinero), de estos criados estrangulan cincuenta y juntamente cincuenta caballos de los más hermosos, y vacían y limpian a todos el vientre, lo llenan de paja y lo cosen. Fijan medio aro boca abajo sobre los palos, y el otro medio aro sobre otros dos, clavando así otros muchos. Luego, meten un palo grueso a lo largo de cada caballo hasta el pescuezo, y los suben sobre los aros; los primeros aros sostienen los hombros, y los postreros el vientre, por los muslos; las patas delanteras y traseras quedan suspendidas; ponen a los caballos freno y brida y los tienden hacia adelante, atándolos a un palo. Suben a cada uno de los cincuenta mancebos que han estrangulado sobre un caballo, y los suben de este modo: metiendo a cada cadáver un palo recto por el espinazo hasta el cuello; clavan lo que sobresale por debajo del cuerpo, en un agujero del otro palo, el que atraviesa el caballo. Después de haber colocado alrededor de la tumba semejantes jinetes, se retiran.
73. Así sepultan a los reyes; a los demás escitas cuan-do mueren, los parientes más cercanos les ponen en un carro y les llevan por las casas de sus amigos. Cada uno de éstos recibe con un convite a la comitiva, y sirven al muerto todos los manjares, igual que a los demás; los particulares son llevados así cuarenta días y al cabo reciben sepultura. Después de sepultarles, los escitas se purifican de esta manera: primero se untan y lavan; y después proceden así por lo que toca al cuerpo: plantan tres palos cuyas puntas se unen; alrededor de ellos tienden fieltros de lana y, apretándolas lo más que pueden, meten unas piedras hechas ascuas en una pila colocada en medio de los palos y fieltros.
74. Nace en el país el cáñamo, muy parecido al lino, menos en lo grueso y alto, en los cuales el cáñamo le lleva mucha ventaja. Crece tanto silvestre como cultivado. Los tracios hacen de él ropas muy semejantes a las de lino; nadie que no sea gran conocedor de cáñamo, podría distinguir si son de lino o de cáñamo, y quien no haya visto nunca cáñamo, creerá que son ropas de lino.
75. Así, pues, los escitas toman la semilla de este cáñamo, entran bajo los fieltros y luego echan la semilla sobre las piedras hechas ascuas. La semilla, echada al fuego, sahuma y despide tanto vapor, que ninguna estufa griega la excedería. Los escitas gritan, encantados con el sahumerio, y esto les sirve de baño, pues no se lavan en absoluto el cuerpo con agua. Las mujeres sí derraman agua; raspan un poco de ciprés, de cedro y de palo de incienso contra una piedra áspera, y con las raspaduras, que son espesas, se emplastan todo el cuerpo y el rostro. Con eso, no sólo se impregnan de buen olor, sino también, cuando se quitan al día siguiente la cataplasma, quedan limpias y relucientes.
76. También estas gentes huyen por extremo de seguir usanzas extranjeras: de ningún país y muy particularmente de Grecia, como lo demostraron Anacarsis y, por segunda vez, Esciles. Anacarsis, después de observar muchas tierras y de mostrar en ellas mucha sabiduría, volvía ya a su morada de Escitia, cuando navegando por el Helesponto arribó a Cícico; y como halló a los cicicenos celebrando con gran magnificencia la fiesta de la Madre de los dioses, Anacarsis hizo voto a la Madre de que, si regresaba a su patria sano y salvo, le haría el mismo sacrificio que veía hacer a los cicicenos, y establecería su fiesta nocturna. Así que llegó a Escitia se internó en el sitio que llaman Tierra Boscosa (que se halla junto a la Pista de Aquileo y está toda llena de todo género de árboles); en ella internado, pues, celebró Anacarsis toda la fiesta de la diosa, llevando tamboril e imágenes pendientes del cuello, Uno de los escitas, que le había observado en sus ritos, le denunció al rey Saulio; acudió éste y al ver a Anacarsis en sus ritos, le mató con una saeta. Y si ahora uno pregunta a los escitas por Anacarsis, responden que no le conocen, y es porque viajó por Grecia y siguió usanzas extranjeras. Pero, según supe de Timnes, representante de Ariapites, fue Anacarsis tío paterno de Idantirso, rey de Escitia, e hijo de Gnuro, hijo de Lico, hijo de Espargapites. Y si en verdad era Anacarsis de tal familia, sepa que murió a manos de su hermano; pues Idantirso era hijo de Saulio, y Saulio es quien mató a Anacarsis.
77. Verdad es que oí contar a los del Peloponeso otra historia: que Anacarsis, enviado por el rey de los escitas, se había convertido en un discípulo de Grecia, y que de regreso informó al que le había enviado, que todos los griegos se aplicaban sin tregua a todas las artes, salvo los lacedemonios, que eran los únicos con los que se podía conversar juiciosamente. Pero esta historia es una vanidad forjada por los mismos griegos. Anacarsis, en fin, murió como se dijo más arriba.
78. Tal fue su fortuna, pues, a causa de las usanzas extranjeras y de su trato con los griegos. Muchísimos años después, Esciles, hijo de Ariapites, tuvo el mismo fin. Hijo de Ariapites, rey de los escitas, fue entre otros, Esciles, habido en una mujer de Istria, no del país; esta madre le instruyó en la lengua y en las letras griegas. Al cabo de un tiempo, Ariapites fue alevosamente muerto por el rey de los agatirsos Espargapites; Esciles no sólo heredó el reino, sino también la esposa de su padre, de nombre Opea; era natural de la Escitia, y en ella Ariapites tuvo un hijo llamado Orico. Era Esciles rey de los escitas, pero poco se pagaba de la vida escítica; antes bien se inclinaba mucho más a la griega, conforme a la educación que había recibido. Y hacía así: siempre que llevaba el ejército escita a la ciudad de los boristenitas (estos boristenitas dicen ser milesios), cuando Esciles llegaba allí, solía dejar el ejército en el arrabal, y él se entraba en la plaza, cerraba las puertas, se despojaba del vestido escítico y tomaba el griego. En este traje andaba por la plaza sin guardia ni nadie que le siguiese; pero tenía centinelas a las puertas, no fuese que algún escita le viese en aquel traje. En todo se conducía al modo griego y hacía sacrificios a los dioses, según los usos griegos. Después de pasar un mes o más, tomaba su traje escítico y se volvía. Esto lo hizo muchas veces, se construyó en Borístenes un palacio, y llevó a él por esposa una mujer de la ciudad.
79. Pero como había de llegarle la desgracia, le llegó con el siguiente pretexto. Tuvo deseo de iniciarse en los misterios de Dióniso Báquico, y cuando iba a recibir la iniciación le sucedió muy grande portento. Tenía en la ciudad de los boristenitas una casa vasta y suntuosa (de la que poco antes hice memoria) alrededor de la cual estaban unas esfinges y grifos de mármol blanco; contra esta mansión lanzó el dios un rayo que la abrasó toda. Pero no por eso dejó Esciles de cumplir su iniciación. Ahora bien, los escitas zahieren a los griegos por sus bacanales, porque dicen que no es razonable tener por dios a quien lleva los hombres a la locura. Luego que Esciles se había hecho iniciado de Baco, uno de los boristenitas se burló de los escitas y les dijo: «Escitas, os mofáis de nosotros porque nos embriagamos y se apodera de nosotros Baco; ahora esta divinidad se ha apoderado de vuestro rey, y anda embriagado y enloquecido por el dios. Y si no queréis creerme, seguidme y os le mostraré». Siguiéronle los escitas principales, y el boristenita les condujo y les metió a escondidas en una torre. Cuando Esciles apareció entre el cortejo, los escitas lo llevaron muy a mal, y al salir de allí revelaron a todo el ejército lo que habían visto.
80. Después, al dirigirse Esciles a su morada, los escitas pusieron a su frente a su hermano Octamasades, nacido de una hija de Teres, y se sublevaron contra Esciles. Enterado Esciles de lo que pasaba contra él y de la causa por la que lo hacían, se refugió en Tracia. Cuando lo supo Octamasades llevó su ejército contra Tracia; al llegar junto al Istro, le salieron al encuentro los tracios, y estando a punto de venir a las manos, Sitalces envió a Octamasades un heraldo que dijo así: «¿Para qué hemos de medir fuerzas? Eres hijo de mi hermano y tienes en tu poder un hermano mío; entrégame tú ese hermano y yo te entrego tu Esciles, y no arriesgamos el ejército ni tú ni yo». Ése fue el mensaje que le envió a pregonar Sitalces, porque Sitalces tenía un hermano refugiado en la casa de Octamasades. Convino en ello Octamasades y entregando su propio tío a Sitalces, recibió a su hermano Esciles. Sitalces después de recobrar a su hermano, se retiró, y Octamasades en aquel mismo sitio cortó la cabeza a Esciles. A tal punto defienden los escitas sus propias usanzas, y tal castigo dan a los que agregan costumbres extranjeras a las propias.
81. No he podido averiguar el número de los escitas, antes bien oí informes diversos acerca de su cantidad. Unos decían que eran muchísimos; otros, que eran muy pocos los escitas puros. Esto es lo que me mostraron: hay entre el río Borístenes y el Hípanis un lugar cuyo nombre es Exampeo, del cual hice memoria poco antes, cuando dije que había en él una fuente de agua amarga, de la cual corre el agua que hace impotable el Hípanis. En ese lugar se halla una vasija de bronce, seis veces más grande que la cratera que está en la boca del Ponto, y consagró Pausanias, hijo de Cleómbroto. Para quien nunca haya visto la cratera, lo describiré: el caldero escita contiene fácilmente seiscientas ánforas, y tiene seis dedos de grueso. Decían, pues, los del país, que este caldero se había hecho de puntas de saetas; porque como su rey, de nombre Ariantas, quisiese saber el número de los escitas, mandó a todos los escitas que cada uno trajese una punta de saeta, y amenazaba con pena capital a quien no la trajese. Trájose inmenso número de puntas y decidió hacer con ellas un monumento y dejarlo a la posteridad. Hizo, pues, ese caldero de bronce y lo consagró en ese lugar, Exampeo. Tal oí decir acerca del número de los escitas.
82. El país no contiene ninguna maravilla salvo los ríos, que son los más grandes, con mucho, y los más numerosos. Pero hablaré de algo digno de admiración aun fuera de los ríos y de la extensión de la llanura: muestran una huella de Heracles impresa en una piedra, la cual se parece a la pisada de un hombre, pero tiene dos codos de tamaño y está cerca del río Tiras. Así es, y me remontaré ahora a la historia que iba a contar al comienzo.
83. Mientras Darío hacía sus preparativos contra los escitas y mandaba emisarios para encargar a unos que enviaran tropas, a otros naves, a otros un puente sobre el Bósforo de Tracia, Artabano, hijo de Histaspes y hermano de Darío, le requirió que de ningún modo hiciese la guerra contra los escitas, alegando que no había modo de vencerles; pero como no lograba persuadirle, aunque le aconsejaba bien, dejó de aconsejarle, y Darío, cuando tuvo todo aparejado, sacó su ejército de Susa.
84. Entonces un persa, Eobazo, que tenía tres hijos y los tres servían en el ejército, suplicó a Darío que le dejase uno. Éste le respondió que siendo él su amigo y pidiéndole favor tan módico, le dejaría a los tres. Eobazo se llenó de alegría, esperando que sus hijos quedarían eximidos de la campaña; pero Darío dio orden a los que esto ejecutaban que matasen a todos los hijos de Eobazo.
85. Fueron degollados, y de este modo quedaron allí. Luego que Darío marchó de Susa y llegó al Bósforo de Calcedonia donde se había tendido el puente, se embarcó y navegó rumbo a las islas llamadas Cianeas; las cuales, dicen los griegos, eran en lo antiguo errantes. Y sentado en un promontorio, estuvo contemplando el Ponto, cosa digna de admiración. Porque es el más maravilloso de todos los mares; tiene once mil cien estadios de largo, y de anchura, por donde más ancho es, tres mil trescientos. La boca de este mar tiene cuatro estadios de ancho; y de largo, el canal de la boca llamada Bósforo, en donde se había tendido el puente, cuenta como ciento veinte estadios. El Bósforo se extiende hasta la Propóntide. La Propóntide, que tiene quinientos estadios de ancho y mil cuatrocientos de largo, da al Helesponto, el cual no tiene más de siete estadios de ancho y cuatrocientos de largo. El Helesponto desemboca en un mar abierto que se llama el Egeo.
86. Estas distancias se han medido de este modo: una nave en un día largo recorre por lo general siete mil brazas de camino a lo más; y de noche, seis mil: ahora bien, desde el Fasis hasta la boca del Ponto (que es su mayor largo) hay nueve días y ocho noches de navegación, lo que da ciento diez mil cien brazadas, y estas brazadas once mil cien estadios. Desde la región de los sindos hasta Temiscira, junto al río Termodonte (y en este sentido está la mayor anchura del Ponto) hay tres días y dos noches de navegación; lo que da trescientas treinta mil brazas, y tres mil trescientos estadios. De este modo, pues, he medido el Ponto, el Bósforo y el Helesponto, y son como he dicho. El Ponto presenta también una laguna que desagua en él, y que no es mucho menor que él; se llama Meotis y madre del Ponto.
87. Darío, después de contemplar el Ponto, navegó de vuelta al puente, cuyo ingeniero había sido Mandrocles de Samo. Después de contemplar también el Bósforo, levantó en él dos columnas de mármol blanco, y grabó en una con letras asirias y en otra con griegas, todos los pueblos que conducía; y conducía todos los que acaudillaba. Su número, aparte la escuadra, era de setecientos mil hombres, contando la caballería, y se habían reunido seiscientas naves. Tiempo después, los bizantinos transportaron esas columnas a su ciudad y las emplearon para el altar de Ártemis Ortosia, excepto una sola piedra; ésta, llena de caracteres asirios, fue dejada en Bizancio junto al templo de Baco. El lugar del Bósforo en que el rey Darío echó el puente, según me parece por mis conjeturas, está en medio de Bizancio y del santuario situado en aquella boca.
88. Luego, complacido Darío con el puente de barcas, pagó el décuplo a su ingeniero Mandrocles de Samo. Mandrocles, con las primicias de ello, hizo pintar todo el puente del Bósforo, y al rey Darío sentado en su trono, y al ejército en el acto de pasar; y dedicó la pintura en el templo de Hera, en Samo, con esta inscripción:

Sobre el piscoso Bósforo echó puente
Mandrocles y dio a Hera este recuerdo.
Corona para sí, prez para Samo
Ganó, satisfaciendo al rey Darío.

Ése fue el monumento del constructor del puente.
89. Después de pagar a Mandrocles, Darío pasó a Europa, previniendo a los jonios que navegasen rumbo al Ponto hasta el río Istro, y que cuando llegasen al Istro, le aguardasen allí, haciendo un puente de barcas sobre el río, porque los jonios, los eolios y los helespontios capitaneaban la armada. Cuando la flota pasó por entre las Cianeas, se encaminó en derechura al Istro, y remontándose por el río dos días de navegación desde el mar, hicieron un puente sobre el canal del río, desde donde se dividen las bocas del Istro. Darío, después de pasar el Bósforo por el puente, marchaba a través de Tracia, y llegado que hubo a las fuentes del río Tearo, acampó por tres días.
90. Los vecinos del Tearo dicen que es el río más saludable del mundo para todas las enfermedades y particularmente para sanar la sarna de hombres y caballos. Sus fuentes son cuarenta menos dos; salen todas de una misma peña, pero unas son frías y otras calientes. Están a igual distancia, así de la ciudad de Hereo, próxima a Perinto, como de la Apolonia, en el Ponto Euxino, a dos jornadas de cada una. El Tearo desagua en el río Contadesdo, el Contadesdo en el Agrianes, el Agrianes en el Hebro, y el Hebro en el mar vecino a la ciudad de Eno.
91. Llegado, pues, que hubo Darío al Tearo, acampó allí agradado del río, erigió una columna y en ella grabó una inscripción que dice así: «Las fuentes del río Tearo ofrecen el agua mejor y más bella de todos los ríos; a ellas llegó conduciendo su ejército contra los escitas el varón mejor y más bello de todos los hombres, Darío, hijo de Histaspes, rey de Persia y de todo el continente». Así se escribió en la columna.
92. Partió Darío de allí y llegó a otro río que lleva el nombre de Artesco, y corre por el país de los odrisas. Llegado a ese río hizo lo siguiente: señaló al ejército lugar y ordenó que cada hombre al pasar pusiese una piedra en el lugar señalado; cuando el ejército así lo hizo, se lo llevó dejando allí grandes montones de piedras.
93. Antes de llegar al Istro, el primer pueblo que tomó fueron los getas, que se creen inmortales, pues los tracios que ocupan Salmideso, establecidos más allá de las ciudades de Apolonia y de Mesambria, y llamados cirmianas y nipseos, se entregaron a Darío sin combatir. Pero los getas, que son los más bravos y justos de todos los tracios, se condujeron con arrogancia, y fueron esclavizados inmediatamente.
94. Se creen inmortales por lo siguiente. No piensan que mueren: el que perece va a vivir con el dios Salmoxis, el mismo a quien algunos llaman Gebelizis. Cada cinco años sortean uno, al cual despachan por mensajero a Salmoxis, encargándole lo que por entonces necesitan, y le envían así. Algunos de ellos alineados, tienen tres venablos, otros toman de las manos y de los pies al enviado a Salmoxis, le levantan al aire y le arrojan sobre las picas. Si muere con ellas, les parece que tienen propicio el dios; pero si no muere, a quien reprochan es al mensajero diciéndole que es un malvado, y después de reprocharle, despachan a otro, a quien dan sus encargos mientras todavía vive. Estos mismos tracios, cuando hay truenos y relámpagos, lanzan sus flechas contra el cielo amenazando al dios; y no creen que exista otro dios sino el de ellos.
95. Según tengo entendido de los griegos que moran en el Helesponto y en el Ponto, este Salmoxis fue un hombre que sirvió como esclavo en Samo, y sirvió a Pitágoras, hijo de Mnesarco. Luego, logró la libertad y allegó grandes tesoros con los cuales se marchó a su tierra. Como los tracios viven miserablemente y son bastante simples, este Salmoxis, hecho a la vida de Jonia y a costumbres más sutiles que las de los tracios (ya que ha-bía tratado con griegos y con Pitágoras, no el menos sabio de los griegos), se labró una sala en donde recibía y daba convites a los ciudadanos principales, les enseñaba que ni él ni sus convidados, ni ninguno de sus descendientes moriría, sino que pasarían a cierto paraje donde vivirían siempre y tendrían todos los bienes. En tanto que así platicaba y hacía como he dicho, íbase labrando un aposento subterráneo. Cuando tuvo terminado el aposento, desapareció de la vista de los tracios, se metió bajo tierra, y vivió tres años en el aposento subterráneo. Ellos le echaban de menos y le lloraban por muerto; pero al cuarto año, se les apareció y así creyeron lo que les decía Salmoxis.
96. Así dicen que hizo; yo acerca de esta historia y del aposento subterráneo, ni dejo de creerlo ni lo creo demasiado; pero sospecho que este Salmoxis vivió muchos años antes que Pitágoras. Ya haya existido un hombre llamado Salmoxis, ya sea cierta divinidad nacional de los getas, quede enhorabuena.
97. Así, pues, los getas que observan semejantes prácticas, sometidos por los persas, seguían al resto del ejército. Cuando Darío llegó al Istro con todo su ejército y todos hubieron pasado, mandó a los jonios que deshicieran el puente y que con la gente de las naves le siguiesen por tierra. Estaban ya los jonios a punto de deshacerlo y ejecutar la orden, cuando Coes, hijo de Erxandro, general de los mitileneos, dijo así a Darío, habiendo preguntado antes si le sería grato recibir consejo de quien quisiese darlo: «Rey, vas a guerrear contra una tierra en la que no hallarás campo labrado ni ciudad habitada. Permite que quede en pie este puente en su lugar, y deja por sus guardias a los mismos que lo construyeron. De tal modo, si nos encontramos con los escitas y nos va como deseamos, tendremos el camino para la vuelta; pero si no podemos encontrarles, tendremos la vuelta segura; pues jamás temí que nos vencieran los escitas en batalla, antes bien que, no pudiendo encontrarles nos perdamos y suframos algún desastre. Alguien podría murmurar que digo esto en mi provecho, para quedarme. Yo, rey, te brindo la opinión que me pareció mejor; pero, por lo que a mí toca, te seguiré, y no quisiera que me dejases». Muy bien pareció a Darío la propuesta, y respondió así: «Huésped de Lesbo, cuando esté de vuelta sano y salvo en mi palacio, preséntate sin falta para que corresponda con buenas obras a tu buen consejo».
98. Habiendo dicho estas palabras y hecho setenta nudos en una correa, convocó a los señores de las ciudades jonias y les habló así: «Ciudadanos de Jonia, retiro el parecer que expuse primero acerca del puente; tomad esta correa y haced así. Desde el preciso instante que me viereis marchar contra los escitas, desde ese momento empezaréis a desatar cada día un nudo. Si en este tiempo yo no compareciese y se os pasasen los días de los nudos, os haréis a la vela para vuestra patria; pero hasta entonces, ya que lo he pensado mejor, custodiad el puente y poned en su defensa y custodia todo vuestro celo; si así lo hiciereis me complaceréis en gran manera». Dadas estas órdenes, Darío se apresuró a avanzar.
99. Tracia se proyecta hacia el mar más que Escitia; esta tierra forma un golfo al cual sigue Escitia, y en ella desagua el Istro, que vuelve su desembocadura hacia Levante. A partir del Istro voy a describir la costa de la Escitia misma para medirla. Desde el Istro se encuentra ya la antigua Escitia que mira a Mediodía y al viento Sur, hasta una ciudad llamada Carcinitis; desde ésta, la región que da al mismo mar es montañosa y avanza hacia el Ponto; la puebla la gente táurica hasta la llamada Península Escarpada; y ésta se extiende hasta el mar que mira al viento del Este. Porque dos lados de la frontera de Escitia llevan al mar: tanto al mar de Mediodía como al de Levante, lo mismo que el país del Ática; los taurios, en efecto, ocupan parte de Escitia, como si otra nación y no los atenienses, ocupase en el Ática, el promontorio de Sunio, si saliese más hacia el mar, desde el demo de Tórico hasta el de Anaflisto; digo esto hasta donde se puede comparar lo pequeño con lo grande. Tal es la Táurica; pero para quien no haya costeado esta parte del Ática, se lo mostraré de otro modo: es como si en Yapigia otro pueblo y no los yapigios, ocupase el promontorio y se reservase su extensión empezando desde el puente de Brindis y llegando hasta Tarento. Al dar estos dos lugares doy otros muchos semejantes, a los cuales se parece la Táurica.
100. A partir de la Táurica ocupan ya los escitas la parte que está más allá de los tauros, y cara al mar de Levante, la parte situada a Poniente del Bósforo Cimerio y de la laguna Meotis, hasta el río Tanais, que desagua en el fondo de esa laguna. Pero a partir del Istro, por la parte situada más allá, hacia el interior del continente, Escitia está limitada primero por los agatirsos, luego por los neuros, después por los andrófagos y por último por los melanclenos.
101. Es, pues, la Escitia como un cuadrado, dos lados del cual bordean el mar, siendo igual en todas direcciones el lado que se dirige tierra adentro y el lado que bordea el mar; porque desde el Istro hasta el Borístenes hay diez días de camino, y desde el Borístenes hasta la laguna Meotis otros diez; y tierra adentro desde el mar hasta los melanclenos, situados más allá de los escitas, hay veinte días de camino, y calculo cada día de camino en doscientos estadios. Así que la distancia transversal de Escitia sería de unos cuatro mil estadios, y la longitudinal, que lleva tierra adentro de otros tantos estadios. Tal es, pues, la extensión de esa tierra.
102. Calculando los escitas que no eran capaces de rechazar solos en batalla campal el ejército de Darío, enviaron mensajeros a sus vecinos. Cabalmente, los reyes de esos pueblos se habían reunido y deliberaban sabiendo cuán grande ejército avanzaba contra ellos. Eran los que se habían reunido los reyes de los tauros, neuros, andrófagos, melanclenos, gelonos, budinos y saurómatas.
103. De estos pueblos, los tauros observan tales usos. Sacrifican a su Virgen tanto a los náufragos como a los griegos que prenden en sus piraterías, del modo siguiente. Después de consagrarlos, les golpean la cabeza con una clava. Algunos dicen que despeñan el cuerpo desde el precipicio (porque el templo está levantado sobre un precipicio), y ponen en un palo la cabeza. Otros dicen lo mismo acerca de la cabeza, pero dicen que no despeñan el cuerpo desde el precipicio sino le entierran. La divinidad a quien sacrifican dicen los mismos tauros que es Ifigenia, hija de Agamemnón. Con los enemigos que caen en sus manos, proceden así: les cortan la cabeza, la traen a su casa y atravesándola después con un palo largo, la izan sobre su casa, bien arriba, y en especial sobre la chimenea. Dicen que son guardias que velan por toda la casa. Viven de la presa y de la guerra.
104. Los agatirsos son los hombres más dados al lujo, y muy amigos de adornarse de oro. Tienen con las mujeres trato común para ser hermanos y para que siendo todos familiares, no haya envidia ni odio de unos contra otros. En las demás costumbres se asemejan a los tracios.
105. Los neuros siguen los usos de los escitas. Una generación antes de la expedición de Darío sucedió que hubieron de dejar todo su territorio por las serpientes; aparecieron muchas de su mismo territorio, pero muchas más cayeron de los desiertos del Norte, hasta que hartos de ellas, abandonaron su tierra y se establecieron entre los budinos. Es posible que esos neuros sean magos, pues dicen los escitas y los griegos establecidos en la Escitia, que todo neuro una vez al año se convierte en lobo por pocos días, y vuelve de nuevo a su primera figura. Al decir tal cosa a mí no me convencen, pero no dejan de decirlo y aun juran lo que dicen.
106. Los andrófagos tienen las costumbres más feroces de todos los hombres, no guardan la justicia ni observan ninguna ley. Son nómades, llevan traje semejante al escita, tienen lenguaje propio y son los únicos de estas gentes que comen carne humana.
107. Los melanclenos llevan todos ropas negras; de ahí el nombre que tienen «mantos negros». Siguen los usos de los escitas.
108. Los budinos, que constituyen un pueblo grande y populoso, tienen todos los ojos muy claros y color rojo. Han levantado una ciudad de madera, el nombre de la ciudad es Gelono; cada lado del muro tiene de largo treinta estadios, es alto y todo de madera; las casas y los templos también son de madera. Porque hay ciertamente allí templos de los dioses griegos aderezados a la griega con imágenes, con altares y templos de madera; y cada dos años celebran en honor de Dióniso festividades y bacanales. Pues son los gelonos originariamente griegos que, retirados de los emporios, se establecieron entre los budinos; usan lengua en parte escítica y en parte griega. Los budinos no usan la misma lengua que los gelonos ni el mismo modo de vivir.
109. Los budinos, oriundos del país, son nómades y los únicos de esa tierra que comen piñones. Los gelonos trabajan la tierra, comen pan, poseen huertos y no se les parecen en la figura ni en el color. No obstante, los griegos llaman también budinos a los gelonos, sin razón. Todo el país de los budinos está lleno de bosques de toda especie; en el bosque más espeso hay una laguna grande y honda, y alrededor de ella un pantano y un cañaveral. En ella se cogen nutrias, castores y otros animales de hocico cuadrado; sus pieles sirven para guarecer las zamarras, y sus testículos para curar el mal de madre.
110. Acerca de los saurómatas, se cuenta lo siguiente. Cuando los griegos combatieron contra las Amazonas (a las Amazonas los escitas llaman oiórpata, palabra que equivale en griego a androctónoi [matadoras de hombres] pues oior significa hombre y patá matar), es fama entonces que, vencedores los griegos en la batalla del Termodonte, se hicieron a la vela llevando en tres navíos cuantas Amazonas habían podido tomar prisioneras, pero que en alta mar ellas les atacaron e hicieron pedazos. Mas no entendían de barcos ni de manejar remos; y después de haber matado a los hombres se dejaban llevar a merced de las olas y del viento. Aportaron a Cremnos en la laguna Meotis; Cremnos pertenece a la comarca de los escitas libres. Allí bajaron de las naves las Amazonas y se encaminaron al poblado. Arrebataron la primera manada de caballos con que toparon, y montadas en ellos saqueaban el país de los escitas.
111. No podían éstos atinar con lo que pasaba, pues no conocían la lengua ni el traje ni la nación, y se admiraban de dónde habían podido venir. Teníanlas por hombres de una misma edad, y combatían contra ellas; a consecuencia del combate, los escitas se apoderaron de los cadáveres, y así conocieron que eran mujeres. Tomaron acuerdo sobre el caso y decidieron no matar en adelante a ninguna, y enviarles sus jóvenes en igual número al que, según presumían, sería el de aquéllas; los mancebos habían de acampar cerca de ellas y hacer lo mismo que ellas hiciesen; si les perseguían, no habían de admitir el combate sino que huir y cuando cesasen habían de volver y acampar cerca de ellas. Así habían resuelto los escitas deseando tener hijos de ellas.
112. Los mozos enviados cumplieron las órdenes. Cuando advirtieron las Amazonas que no venían con ánimo hostil, los dejaron enhorabuena, pero cada día un campamento se acercaba más al otro. Los jóvenes, como las Amazonas, no tenían consigo cosa alguna sino sus armas y caballos y vivían de igual modo que ellas, de la caza y de la presa.
113. A mediodía las Amazonas hacían así: se dispersaban de a una o de a dos, y se alejaban unas de otras, dispersándose para satisfacer sus necesidades. Los escitas, que las habían observado, hicieron lo mismo, y uno se abalanzó sobre una de las que andaban solas: no le rechazó la Amazona, antes le dejó hacer. No podía hablarle puesto que no se entendían; pero con señas le indicó que al día siguiente viniese al mismo lugar y que trajese otro (mostrándole por señas que fueran dos), y que ella traería otra. Al volver el mozo, contó esto a los demás; y al día siguiente acudió y trajo consigo otro, y halló a la Amazona con otra que les estaba esperando. Enterados de ello los demás mozos, se amansaron las demás Amazonas.
114. Después juntaron los reales y vivieron en compañía, teniendo cada cual por mujer a aquella con quien primero se había unido. Los hombres no pudieron aprender la lengua de las mujeres, pero las mujeres tomaron la de los hombres, y cuando llegaron a entenderse dijeron los hombres a las Amazonas: «Nosotros tenemos padres, tenemos bienes; así, pues, no sigamos más en esta vida; vámonos y vivamos con nuestro pueblo; por mujeres os tendremos a vosotras, y no a otras algunas». A lo cual respondieron ellas de este modo: «Nosotras no podríamos vivir con vuestras mujeres, pues no tenemos las mismas usanzas que ellas. Nosotras lanzamos el arco, tiramos el venablo, montamos a caballo y no aprendimos labores mujeriles; vuestras mujeres, al contrario, nada saben de lo que os hemos dicho, sino que se quedan en sus carros y hacen sus labores sin salir a caza ni a parte alguna. Luego, no podríamos avenirnos. Pero si queréis gozar fama de justos, y tenernos por mujeres, id a ver a vuestros padres y tomad vuestra parte de sus bienes, volved luego y viviremos aparte».
115. Persuadiéronse los jóvenes y así hicieron. Después de tomar la parte de los bienes que les tocaba, volvieron a las Amazonas, y las mujeres les hablaron así: «Miedo y temor nos da pensar que hemos de vivir en este paraje, parte por haberos privado de vuestros padres, y parte por haber devastado mucho vuestra tierra. Pero ya que tenéis por bien tomarnos por esposas, haced esto junto con nosotras: ea, desamparemos esta tierra, crucemos el Tanais y vivamos allá».
116. Persuadiéronse también a esto los jóvenes, pasaron el Tanais, y anduvieron en dirección a Levante tres días de camino a partir del Tanais, y tres en dirección al viento Norte a partir de la laguna Meotis. Llegados al mismo paraje en que moran al presente, fijaron su morada. Desde entonces las mujeres de los sármatas viven al uso antiguo: van de caza a caballo junto con los hombres o sin ellos, y llevan el mismo traje que los hombres.
117. Los sármatas hablan la lengua escítica, si bien llena de solecismos desde antiguo, ya que las Amazonas no la aprendieron bien. En cuanto al matrimonio tienen esta ordenanza: ninguna doncella se casa si no mata antes un enemigo, y algunas de ellas mueren viejas sin casarse, por no haber podido cumplir la ley.
118. Llegaron, pues, los mensajeros de los escitas ante los reyes congregados de las naciones enumeradas, y les hablaron explicándoles que el persa, después de haber sometido todo lo que había en el otro continente, había echado un puente al canal del Bósforo y pasado a este continente; que después de pasar y de someter a los tracios, estaba tendiendo otro puente sobre el Istro, con intento de reducir también a su mando toda esta parte. «Ahora, pues, de ninguna manera dejéis de tomar partido ni permitáis que perezcamos, antes bien, con un mismo parecer salgamos al encuentro del invasor. Si no lo ha-céis, nosotros, forzados de la necesidad, o dejaremos el país, o nos quedaremos y ajustaremos la paz. Pues ¿qué será de nosotros, si no queréis socorrernos? Y no por esto os irá mejor, porque no viene el persa para atacarnos a nosotros más bien que a vosotros, ni le satisfará someternos a nosotros y abstenerse de vosotros. Os daremos una gran prueba de nuestras razones. Si el persa marchase contra nosotros solos con deseo de vengarse de su esclavitud de antaño, hubiera debido venir contra nosotros, dejando en paz a las otras naciones; y así mostraría a todos que marcha contra los escitas, y no contra los demás. Pero ahora, no bien pasó a nuestro continente, ha subyugado a cuantos se le pusieron delante; y tiene bajo su dominio, no sólo a los restantes tracios, sino también a los getas, que son nuestros vecinos».
119. Tal era el mensaje de los escitas; entraron en consejo los reyes que habían venido de sus pueblos, pero estuvieron divididos los pareceres. El gelono, el budino y el saurómata, de común acuerdo, prometieron socorrer a los escitas. Pero el agatirso, el neuro, el andrófago y los reyes de los melanclenos y de los tauros, les respondieron en estos términos: «Si no hubierais sido los primeros en agraviar a los persas y comenzar la guerra, al pedirnos lo que ahora nos pedís, nos parecería que tenéis razón, os escucharíamos y colaboraríamos con vosotros. En cambio, invadisteis su tierra, y sin tener nosotros parte, dominasteis a los persas todo el tiempo que la divinidad os lo otorgó, y ahora ellos, ya que la misma divinidad les impulsa, os pagan con la misma medida. Nosotros ni entonces agraviamos a esas gentes, ni tampoco ahora trataremos de ser los primeros en agraviarlos. Con todo, si atacase también nuestra tierra y fuese el primero en agraviarnos, no lo sufriremos. Hasta que eso veamos, nos quedaremos en nuestras tierras, porque creemos que los persas no han venido contra nosotros, sino contra los que fueron los culpables de agravio».
120. Traída tal respuesta, cuando los escitas la oyeron, resolvieron no dar ninguna batalla en campo abierto puesto que no se les agregaban esos aliados, sino retroceder y, mientras se retiraban poco a poco, cegar los pozos y las fuentes por donde pasasen y destruir el forraje de la tierra. Se dividieron en dos cuerpos, y al uno de ellos, sobre el que reinaba Escopasis, se debían agregar los saurómatas; ese cuerpo, si el persa se dirigía hacia él, debía retirarse lentamente en derechura al Tanais, escapando a lo largo de la laguna Meotis, pero si el persa volvía grupas, debía atacarle y perseguirle. Ésta era una de las partes del reino a la cual se había fijado el camino que queda dicho; en cuanto a las otras dos partes del reino, la grande sobre la que mandaba Idantirso, y la tercera sobre la que reinaba Taxacis, debían reunirse, y se les debían juntar los gelonos y los budinos; también tenían que retirarse adelantándose a los persas un día de camino, esquivando encuentros y cumpliendo lo que se había resuelto: lo primero, retroceder en derechura a las tierras de los que habían rehusado su alianza, para que también ellos se viesen envueltos en la guerra, y ya que de grado no se habían alistado en la guerra contra los persas, que se viesen envueltos en ella por fuerza; después de esto, volver a su territorio, y atacarles si, tras de deliberarlo, les parecía oportuno.
121. Después de tomar tales resoluciones, salieron los escitas al encuentro del ejército de Darío, despachando como vanguardia a sus mejores jinetes. Los carros en que venían sus hijos, todas sus mujeres, así como sus ganados todos, salvo los que bastaban para su sustento (que fue cuanto retuvieron), todo lo demás lo habían enviado antes con los carros, encargándoles que marchasen siempre hacia el Norte.
122. Todo aquello, pues, lo transportaron por anticipado. La vanguardia de los escitas halló a los persas como a tres días de camino del Istro. Una vez que les hallaron, se les adelantaron un día de camino, y acamparon talando la tierra. Los persas, así que vieron asomar la caballería de los escitas, avanzaron tras el rastro de los que siempre se iban retirando; y luego como enderezaran contra una de las partes, les persiguieron hacia Levante, en dirección al Tanais. Pasaron el río los escitas, y tras ellos lo pasaron los persas, que les iban a los alcances, hasta que atravesaron el país de los saurómatas, y llegaron al de los budinos.
123. Mientras marchaban los persas por la tierra de los escitas y por la de los saurómatas, nada hallaban que destruir pues la tierra estaba yerma. Pero cuando se lanzaron sobre la de los budinos, se encontraron allí con la ciudad de madera que los budinos habían abandonado y vaciado de todo, y la quemaron. Hecho esto, seguían siempre adelante, tras el rastro de los escitas, hasta que atravesaron esa región y llegaron al desierto. Éste no está poblado por gente alguna: cae más allá de la comarca de los budinos y tiene de extensión siete días de camino. Más allá del desierto viven los tiságetas, de cuyo país bajan cuatro grandes ríos, corren por la tierra de los meotas y desaguan en la laguna Meotis; sus nombres son el Lico, el Oaro, el Tanais y el Sirgis.
124. Cuando Darío llegó al desierto hizo alto en su carrera y acampó a orillas del Oaro. Allí levantó ocho grandes fuertes, a igual distancia unos de otros, como sesenta estadios más o menos, cuyas ruinas se conservaban hasta mis días. En tanto que Darío se ocupaba en aquellos fuertes, los escitas perseguidos dieron la vuelta por el Norte y regresaron a la Escitia. Como habían desaparecido totalmente y ya no se les mostraban más, Darío abandonó entonces aquellos fuertes a medio construir, también cambió de dirección y marchó a Occidente, creyendo que aquéllos eran todos los escitas, y que huían a Occidente.
125. Conducía su ejército a marchas forzadas cuando, al llegar a la Escitia, dio con dos partes de los escitas, y así que les halló, iba siguiéndoles, mientras ellos retrocedían con ventaja de un día de camino. Y como no cesase Darío de irles a los alcances, los escitas, conforme a lo que tenían resuelto, se retiraron a las tierras de los que habían rehusado su alianza, y en primer lugar a la de los melanclenos. Cuando escitas y persas la hubieron invadido y perturbado, guiaron los escitas al enemigo a las tierras de los andrófagos, después de perturbar también a éstos, le llevaron hacia los neuros; perturbando también a éstos, los escitas se lanzaron en su huida hacia los agatirsos. Pero los agatirsos, al ver a sus vecinos en fuga y desorden por los escitas, antes que éstos penetrasen, enviaron un heraldo, prohibiendo a los escitas pasar sus fronteras, y previniéndoles que si intentaban invadirles, tendrían que combatir antes con ellos. Después de esta prevención salieron los agatirsos a guardar sus fronteras, con intención de contener a los invasores; en cambio, los melanclenos, andrófagos y neuros, cuando los persas junto con los escitas invadieron sus tierras, no hicieron resistencia y, olvidados de sus amenazas y alborotados, huían sin parar hacia el Norte, hasta el desierto. Los escitas no prosiguieron su marcha hacia los agatirsos, pues les habían negado el paso, y desde la comarca de los neuros guiaron a los persas a la propia.
126. Como todo esto llevaba mucho tiempo y no cesaba, Darío envió un jinete al rey de los escitas, Idantirso, con estas palabras: «Desdichado, ¿por qué huyes siempre, pudiendo hacer una de dos cosas? Si te crees capaz de hacer frente a mi poder, detente, cesa de vagar y combate. Pero si te reconoces inferior a Darío, cesa por lo mismo de correr y, como a tu soberano, tráeme en don tierra y agua y ven a pactar conmigo».
127. A lo cual respondió así el rey de los escitas, Idantirso: «Tal es mi modo de ver, persa. Jamás huí de hombre alguno porque le temiese, ni ahora huyo de ti ni hago cosa nueva que no acostumbrase a hacer en tiempo de paz. Te explicaré también por qué no combato inmediatamente contigo: porque no tenemos ciudades ni plantíos que nos obliguen a venir más pronto a las manos por el temor de que las toméis o los taléis. Pero si necesitáis de cualquier manera venir a las manos a toda prisa, nosotros tenemos las tumbas de nuestros padres; ea, descubridlas e intentad violarlas, conoceréis entonces si combatiremos con vosotros por las tumbas o no combatiremos. Pero antes, si no nos parece oportuno, no vendremos a las manos. Y acerca del encuentro baste lo dicho. Como soberanos míos reconozco solamente a Zeus, mi antepasado, y a Hestia, reina de los escitas. A ti, en lugar del don de tierra y agua, te enviaré tales dones como debes recibir, y a lo que dijiste que eras mi soberano, digo que te vayas enhoramala». Éste es el estilo de los escitas.
128. Así, el heraldo se marchó para llevar esa respuesta a Darío. Los reyes de los escitas, oyendo la palabra esclavitud, se llenaron de cólera. Enviaron entonces a los jonios la parte con quien se hallaban los saurómatas, y a la que dirigía Escopasis, con orden de abocarse con los que guardaban el puente sobre el Istro. Pero los otros que quedaban decidieron no hacer vagar más a los persas, sino cargar sobre ellos siempre que tomaban alimento. Acechaban, pues, cuando los de Darío tomaban alimento, y ejecutaban lo resuelto. La caballería de los escitas ponía siempre en fuga a la de los persas; pero los jinetes al huir se replegaban sobre su infantería, y la infantería venía en su auxilio. Los escitas, después de rechazar la caballería enemiga, se volvían, por temor de la infantería. De noche hacían también los escitas escaramuzas semejantes.
129. Lo que en aquellos ataques ayudó a los persas y perjudicó a los escitas cuando atacaban el campamento de Darío fue —diré una grandísima maravilla— el rebuzno de los asnos y la figura de los mulos; pues la Escitia, como antes he mostrado, no cría asnos ni mulos, ni hay en absoluto en todo el país asno ni mulo a causa del frío. Por eso, el rebuzno de los asnos alborotaba la caballería de los escitas, y muchas veces en el momento de cargar los persas, cuando oían los caballos el rebuzno de los asnos se volvían, alborotados y asombrados, con las orejas paradas, como quienes no habían oído antes semejante voz ni visto tal figura.
130. Ésta fue la ventaja que por un breve tiempo lograron de la guerra. Mas como los escitas viesen muy sobresaltados a los persas, para que se detuvieran más en Escitia y, deteniéndose, padeciesen gran desastre, pues carecían de todo, hicieron así. Dejaban algo de su ganado con sus pastores, y se trasladaban a otro paraje. Llegaban los persas, tomaban el ganado, y se lo llevaban, ufanos de su hazaña.
131. Como sucediera esto muchas veces, al cabo no sabía Darío qué partido tomar. Entendiéronlo los reyes de Escitia, y le enviaron un heraldo que le trajese de regalo un pájaro, un ratón, una rana y cinco flechas. Los persas preguntaban al portador el sentido de los regalos; pero él les respondió que no tenía más orden que entregarlos y volverse cuanto antes, e invitaba a los persas, si eran sabios, a descifrar lo que querían decir los regalos.
132. Al oír esto se pusieron los persas a discutir. El parecer de Darío era que los escitas se le entregaban junto con la tierra y el agua, infiriéndolo de que el ratón se cría en tierra y se alimenta del mismo fruto que el hombre; la rana en el agua; el pájaro es muy parecido al caballo; y las flechas querían decir que entregaban los escitas su propia fuerza. Ése era el parecer que manifestó Darío; se oponía a él Gobrias, uno de los siete que habían dado muerte al mago, quien conjeturaba que los presentes querían decir: «Persas, si no os transformáis en pájaros y voláis al cielo, si no os convertís en ratones y os metéis bajo tierra, si no os volvéis ranas y os echáis en las lagunas, no regresaréis, pues estas flechas os traspasarán».
133. Así conjeturaban los persas sobre los regalos. La parte de los escitas encargada primero de custodiar la orilla de la laguna Meotis, y después, de pasar el Istro para abocarse con los jonios, llegó al puente y les dijo así: «Jonios, a traeros la libertad hemos venido, con tal que nos queráis escuchar. Tenemos entendido que Darío os encargó que guardaseis el puente sesenta días solamente, y que si en ese tiempo no comparecía, os volvieseis a vuestra tierra. Ahora, pues, si así lo hiciereis, estaréis libres de culpa ante él y libres ante nosotros. Permaneced los días fijados, y a partir de entonces retiraos». Como prometieran los jonios que así lo harían, se volvieron con toda rapidez.
134. Los demás escitas, después de enviar los regalos a Darío, se pusieron en formación, infantes y jinetes, para trabar batalla con los persas. Formados así los escitas, pasó por entre ellos una liebre, y cada hombre que la vio, corrió tras ella; ante el alboroto y vocerío de los escitas, Darío preguntó qué tumulto era el del enemigo, y oyendo que perseguían a una liebre, dijo a aquellos con quienes solía comunicar todas las cosas: «Mucho nos desprecian estos hombres; ahora me parece que Gobrias tenía razón en cuanto a los regalos escitas. Y puesto que ya yo opino también así, necesitamos buen consejo para tener vuelta segura». A lo cual Gobrias respondió: «Rey, estaba yo antes más o menos informado por la fama de que no había modo de vencer a estos hombres, pero mejor lo advertí después de venir, viendo que se burlan de nosotros. Ahora, es mi parecer que en cuanto cierre la noche, encendamos los fuegos que solemos encender otras veces; engañemos a los soldados que estén más débiles para la fatiga, atemos a todos los asnos, y partamos, antes de que los escitas enderecen al Istro para deshacer el puente, o los jonios tomen alguna resolución que pueda perdernos».
135. Así aconsejó Gobrias, y cuando llegó la noche Darío siguió su parecer; abandonó en el campamento a los que estaban rendidos de fatiga y a aquellos cuya pérdida menos importaba, y dejó atados todos los asnos. Dejó a los asnos y a los débiles del ejército con este motivo: para que los asnos hiciesen oír su rebuzno, y los hombres quedaron abandonados a causa de su debilidad, pero con el evidente pretexto de que él con la flor del ejército se disponía a atacar a los escitas y ellos, durante ese tiempo, debían defender el campamento. Después de proponer esto a los que quedaban y de encender fuegos, Darío se dirigió al Istro a toda prisa. Los asnos, abandonados de la muchedumbre, rebuznaban mucho más, y al oírles los escitas pensaban sin duda alguna que los persas estaban en el lugar.
136. Pero cuando rayó el día, conociendo los que ha-bían quedado que Darío les había traicionado, tendieron las manos a los escitas y les contaron lo que pasaba. Así que tal oyeron, se juntaron a toda prisa las dos partes de los escitas y la otra con los saurómatas, budinos y gelonos, y persiguieron a los persas en derechura al Istro. Pero como el grueso del ejército persa era la infantería, que no sabía los caminos (como que los caminos no estaban abiertos) mientras la caballería escita conocía aun los atajos del camino, sin encontrarse unos con otros, los escitas llegaron al puente mucho antes que los persas. Advirtiendo que los persas no habían llegado todavía, dijeron a los jonios que estaban en sus naves: «Jonios, se pasó el número de los días, y no hacéis bien en quedaros todavía. Ya que antes permanecíais por miedo, ahora destruid cuanto antes el puente y marchad libres y contentos a vuestras tierras, dando gracias por ello a los dioses y a los escitas; al que fue antaño vuestro señor, le pondremos en tal estado que ya no irá a llevar guerra contra pueblo alguno.
137. A esto, los jonios entraron en consejo. El parecer de Milcíades de Atenas, general y señor del Quersoneso del Helesponto, era obedecer a los escitas y libertar a la Jonia. Mas fue contrario el parecer de Histieo de Mileto, quien decía que en el estado presente, cada uno de ellos era señor de su ciudad gracias a Darío y que, arruinado el poder del rey, ni él mismo podría mandar a los milesios, ni ningún otro a su respectiva ciudad, porque cada una de éstas preferiría la democracia a la tiranía. Cuando declaró Histieo tal parecer, inmediatamente todos los demás se inclinaron a él, aunque antes habían adoptado el de Milcíades.
138. Los que hicieron esa votación, y gozaban de la estima del rey eran los tiranos de las ciudades del Helesponto: Dafnis de Abido, Hipoclo de Lámpsaco, Herofanto de Paria, Metrodoro de Proconeso, Aristágoras de Cícico y Aristón de Bizancio: éstos eran los del Helesponto. De Jonia eran Estratis de Quío, Eaces de Samo, Leodamante de Focea e Histieo de Mileto, cuyo parecer fue el propuesto contra el de Milcíades. De Eolia el único hombre de cuenta que estaba presente era Aristágoras de Cima.
139. Éstos, pues, así que adoptaron el parecer de Histieo, resolvieron completarlo con obras y razones: deshacer la parte del puente que estaba del lado de los escitas, pero deshacerla solamente un tiro de ballesta, para que pareciese que hacían algo cuando en realidad no hacían nada, y para que los escitas no intentasen un ataque si querían pasar el Istro por el puente; y decirles mientras deshacían la parte del puente que llegaba a la Escitia, que harían todo lo que les fuese grato a los escitas. Así completaron el parecer, y luego Histieo respondió así en nombre de todos: «Escitas, buenas son las nue-vas que venís a traernos, y oportunamente nos dais prisa. Por vuestra parte, bien nos habéis guiado, y por la nuestra os servimos con diligencia. Como veis, estamos deshaciendo el puente, y pondremos todo empeño, pues queremos ser libres. Mientras nosotros lo deshacemos, tenéis oportunidad de buscarlos, y cuando los halléis, vengaos y vengadnos como lo merecen».
140. Los escitas, creyendo por segunda vez que los jonios decían la verdad, se volvieron en busca de los persas, pero se equivocaron totalmente de camino. De esta equivocación tenían la culpa los mismos escitas, por haber destruido en esa región el forraje de los caballos y haber cegado las aguas; pues de no haberlo hecho, fácilmente hubieran podido hallar a los persas, si quisieran; en cambio, fracasaron en la parte que les parecía haber planeado mejor. Los escitas buscaban al enemigo recorriendo los parajes de su país donde había heno para los caballos y agua, creídos de que los persas harían su huida por ellos; pero los persas marchaban siguiendo su rastro anterior, y así a duras penas hallaron el vado. Y como llegasen de noche al Istro y encontrasen deshecho el puente, fueron presa de pánico, temiendo que los jonios les hubiesen abandonado.
141. Estaba con Darío un egipcio que tenía la voz más fuerte del mundo. Darío le colocó en la orilla del Istro y le mandó llamar a Histieo de Mileto. Así lo hizo, y atento Histieo, al primer llamado, proporcionó todas las naves para pasar el ejército, y volvió a tender el puente.
142. De este modo escaparon los persas. Los escitas, que los buscaban, por segunda vez no pudieron dar con ellos. Por eso, si consideran a los jonios como libres, los juzgan los hombres más viles y cobardes del mundo; pero si los consideran como esclavos, sostienen que son los más amantes de sus amos y los menos inclinados a huir. Tales injurias lanzan los escitas contra los jonios.
143. Marchando Darío a través de Tracia, llegó a Sesto, en el Quersoneso; desde allí pasó en sus naves al Asia, y dejó por general en Europa al persa Megabazo, a quien una vez dio Darío grande honor, diciendo ante los persas las siguientes palabras. Iba Darío a comer unas granadas, y apenas había abierto la primera, le preguntó su hermano Artabano qué cosa desearía tener en tanto número como granos hay en la granada. Darío respondió que más quería tener tanto número de Megabazos que avasallar a Grecia. Con esas palabras le honró ante los persas, y entonces le dejó por general, al frente de ochenta mil hombres de su ejército.
144. Este mismo Megabazo, por un dicho suyo, dejó entre las gentes del Helesponto memoria inmortal. Estando en Bizancio oyó que los calcedonios habían poblado la región diecisiete años antes que los bizantinos, y al oírlo dijo, que debían entonces de estar ciegos los calcedonios, porque no hubieran desechado el lugar más hermoso de poblar para elegir el más feo, si no estuvieran ciegos. Así, pues, este Megabazo, dejado por general en la región del Helesponto, sometió a los que no eran partidarios de los persas.
145. Eso hacía Megabazo. Por el mismo tiempo marchó sobre la Libia otra grande expedición militar con un pretexto que yo explicaré después de haber explicado lo siguiente. Los hijos de los hijos de los Argonautas, arrojados por los pelasgos que arrebataron de Braurón a las mujeres atenienses, arrojados, pues, de Lemno por los pelasgos, partieron en sus naves para Lacedemonia, acamparon en el Taigeto y encendieron fuego. Los lacedemonios al verlo, enviaron un mensajero para averiguar quiénes eran y de dónde venían. Respondieron ellos a las preguntas del mensajero que eran los minias, descendientes de los héroes de la nave Argo, quienes habían aportado a Lemno y les habían engendrado. Oída esta relación del linaje de los minias, los lacedemonios les enviaron por segunda vez un mensajero y les preguntaron a qué fin habían venido a su tierra y encendido fuego. Replicaron que, echados por los pelasgos habían venido a la tierra de sus padres, lo que era la cosa más justa; que pedían vivir junto con ellos, tener parte en los empleos públicos y en las tierras sorteadas. Los lacedemonios tuvieron a bien recibir a los minias en las condiciones que ellos mismos querían; y los que les movió sobre todo a ello fue que los Tindáridas habían tripulado la nave Argo. Admitieron, pues, a los minias, les dieron parte de su tierra y les distribuyeron en sus tribus. Los minias casaron inmediatamente y desposaron con otros a las doncellas que traían de Lemno.
146. No pasó mucho tiempo cuando ya los minias, ensoberbecidos, pretendieron participar en el trono y cometieron otros actos impíos. Los lacedemonios resolvieron entonces matarles, les prendieron y pusieron en la cárcel. Matan los lacedemonios cuando a alguien matan, de noche: a nadie matan de día. Sucedió, pues, que cuando estaban por ejecutarles, las mujeres de los minias, que eran ciudadanas e hijas de los principales espartanos, solicitaron entrar en la cárcel y hablar cada una con su marido, y se les permitió sin recelar el menor engaño. Ellas, una vez dentro, hicieron así: entregaron a sus maridos todas sus ropas, y tomaron las de ellos; los minias vestidos con trajes de mujer, salieron, como si fueran sus esposas y tras huir de tal manera acamparon de nuevo en el Taigeto.
147. Por aquel mismo tiempo salió de Lacedemonia para fundar una colonia, Teras, hijo de Autesión, hijo de Tisámeno, hijo de Tersandro, hijo de Polinices. Por linaje era Teras cadmeo, tío materno de los hijos de Aristodemo, Eurístenes y Procles; cuando eran éstos todavía niños pequeños, Teras tuvo la regencia del reino de Esparta. Pero cuando sus sobrinos crecieron y asumieron el poder, Teras, llevando a mal ser mandado, ya que había tomado gusto al mandar, dijo que no se quedaría más en Lacedemonia, sino que se volvería por mar con los suyos. Vivían en la isla llamada ahora Tera y antes Calista, descendientes de Membliaro, hijo de Peciles, fenicio. Pues Cadmo, el hijo de Agenor, yendo en busca de Europa, arribó a la isla llamada ahora Tera; y arribado que hubo, ora le agradase la tierra, ora por algún otro motivo, hizo esto: dejó en ella, entre otros fenicios, a Membliaro, su propio pariente. Éstos ocuparon la isla Calista por ocho generaciones antes de llegar Teras de Lacedemonia.
148. A estos hombres se dirigía Teras, trayendo consigo gente de las tribus, con ánimo de avecindarse con ellos y no de echarles, antes bien, de conciliárseles por todas veras. Cuando los minias huidos de la cárcel acamparon en el Taigeto, y mientras los lacedemonios se proponían matarles, Teras intercedió para que no hubiera matanza y se comprometió él mismo a sacarles del país. Aprobaron los lacedemonios su propuesta, y Teras se hizo a la vela con tres naves de treinta remos, para reunirse con los descendientes de Membliaro, pero sin llevarse a todos los minias, sino a unos pocos, pues la mayor parte de ellos se dirigieron contra los paroreatas y los caucones; y habiéndoles arrojado de su territorio, lo dividieron en seis partes, y luego fundaron en ellas estas ciudades: Lepreo, Macisto, Frixas, Pirgo, Epio y Nudio: las más de ellas fueron en mis tiempos asoladas por los eleos. La isla recibió el nombre de su poblador, Teras.
149. El hijo de Teras se negó a embarcarse con él; por eso dijo su padre que le dejaría como oveja entre lobos; y por ese dicho le quedó al mozo el nombre de Eólico [oveja-lobo] y así fue que este nombre prevaleció. Tuvo Eólico por hijo a Egeo, por el cual se llama Egidas una gran tribu de Esparta. Como a los hombres de esta tribu se les muriesen los hijos, por aviso de un oráculo levantaron un santuario a las Erinies de Layo y de Edipo. Y después de esto no se les murieron. Lo mismo aconteció también en Tera a los descendientes de esa tribu,
150. Hasta esta altura de la historia los lacedemonios están de acuerdo con los tereos; pero a partir de aquí, sólo los tereos cuentan que sucedió así: Grinno, hijo de Esanio, descendiente de Teras y rey de la isla, llegó a Delfos llevando una hecatombe de parte de la ciudad. Entre otros conciudadanos le acompañaba Bato, hijo de Polimnesto, del linaje de Eufemo, uno de los minias. Consultando, pues, Grinno, rey de los tereos, acerca de otros asuntos, la Pitia le respondió que fundase una ciudad en la Libia. Grinno le replicó: «Rey, estoy ya muy viejo y agobiado. Manda hacer eso a alguno de los más jóvenes». Y al decir estas palabras señaló a Bato. Por entonces no hubo más. De regreso, no tomaron en cuenta el oráculo por no saber hacia qué parte de la tierra caía Libia, y por no atreverse a enviar una colonia a la ventura.
151. Después, durante siete años no llovió en Tera, y entre tanto se secaron cuantos árboles había en la isla, salvo uno solo. Consultaron los tereos el oráculo, y la Pitia les recordó la colonia de Libia. No viendo remedio alguno de su mal, enviaron mensajeros a Creta que averiguasen si algún cretense o algún extranjero avecindado allí había llegado a Libia. Rodeando la isla, los mensajeros llegaron a la ciudad de Itano, y en ella entraron en relación con un pescador de múrice, llamado Corobio, quien les dijo que arrastrado por los vientos había llegado a una isla de Libia llamada Platea. Tras convencerle con buen salario, se lo llevaron a Tera, y de Tera se hi-cieron a la mar primero unos exploradores, no muchos; guiados por Corobio a aquella isla Platea, le dejaron con víveres para algunos meses, y ellos navegaron con toda rapidez rumbo a Tera para dar a los tereos noticia de la isla.
152. Como estuvieron ausentes más tiempo del concertado, se le acabaron a Corobio todas las provisiones. Entretanto una nave samia, cuyo capitán era Coleo, y que se dirigía al Egipto, fue llevada a esa Platea. Los samios, informados por Corobio de toda la historia, le dejaron víveres para un año, partieron de la isla y se hicieron a la vela deseosos de llegar al Egipto, aunque desviándose por el viento del Este; y como no amainaba, atravesaron las columnas de Heracles, y aportaron a Tarteso, conducidos por divina guía. Era entonces Tarteso para los griegos un mercado virgen, de suerte que cuando volvieron, habían ganado con sus mercancías más que todos los griegos que nosotros sepamos con certeza, siempre después de Sóstrato, de Egina, hijo de Laodamante, porque con éste ningún otro puede contender. Los samios, apartando el diezmo de su ganancia, seis talentos, hicieron un caldero de bronce a manera de cratera argólica, con unas cabezas de grifos que sobresalen del borde; lo dedicaron en el Hereo, sostenido por tres colosos arrodillados, de bronce, cada uno de siete codos de alto. Esta acción fue el comienzo de la gran amistad de los cireneos y tereos para con los samios.
153. Los tereos, después de dejar a Corobio en la isla, llegaron a Tera y dieron cuenta de que habían poblado una isla de Libia. Determinaron los tereos enviar hombres de sus siete distritos sorteando uno de cada dos her-manos, y que Bato fuese por guía y rey. Así enviaron a Platea dos naves de cincuenta remos.
154. Así cuentan los tereos: en todo lo demás ya concuerdan con los cireneos. Los cireneos, en efecto, no concuerdan en absoluto con los tereos por lo que mira a Bato, pues lo cuentan así. Hay en Creta una ciudad, llamada Oaxo, en la que era rey Etearco, el cual, viudo y con una hija, por nombre Frónima, casó con otra mujer. La intrusa juzgó oportuno ser de veras madrastra de Frónima, pues la maltrató y maquinó contra ella mil perfidias; al fin, la acusó de liviana y persuadió a su marido de que así era verdad. Engañado por su mujer, el padre tramó contra su hija una acción impía. Había en Oaxo un mercader tereo, por nombre Temisón; Etearco, después de recibirle por huésped suyo, le conjuró que le sirviese en lo que le pediría; después de jurárselo, le entregó Etearco a su hija y le mandó llevársela y arrojarla al mar. Llevó muy a mal Temisón la mala fe del juramento y, renunciando al vínculo de hospedaje, hizo lo siguiente: tomó a la joven y se embarcó, y cuando estuvo en alta mar, para cumplir el juramento que había empeñado a Etearco, la sumergió en el mar atada con unas cuerdas, la volvió a sacar y arribó a Teras.
155. Allí un hombre principal entre los tereos, Polimnesto tomó a Frónima por concubina. Andando el tiempo tuvo de ella un hijo de habla trabada y balbuciente, a quien se le puso el nombre de Bato, según dicen los tereos y los cireneos, pero según creo yo se le puso algún otro nombre; y fue llamado Bato después de haber aportado a Libia, tanto por el oráculo que oyó en Delfos, como por la dignidad que obtuvo. Porque los libios dicen por rey, Bato, y creo que por ese motivo la Pitia en su oráculo le llamó en lengua líbica, sabedora de que él sería rey de Libia. En efecto, cuando se hizo hombre, fue a Delfos a consultar sobre su voz, y a su consulta respondió así la Pitia:

Bato, vienes por tu voz, mas nuestro rey Febo Apolo
te envía a poblar la Libia, nutridora de rebaños.

como si en lengua griega le dijera: «Oh rey, vienes por tu voz». Él respondió en estos términos: «Rey, vine para pedir un oráculo sobre mi voz y tú me profetizas imposibles, ordenándome que pueble la Libia. ¿Con qué fuerza, con qué poder?» Así diciendo no persuadió al dios a darle otra respuesta; y como le profetizara lo mismo que antes, Bato le dejó con la palabra y regresó a Tera.
156. Pero luego no sólo a él sino también a los otros vecinos de Tera todo les volvía a salir mal; y desconociendo los tereos la causa de sus desventuras enviaron a Delfos a consultar por las calamidades que les aquejaban. La Pitia respondió que si junto con Bato poblaban a Cirene en la Libia, les iría mejor. Entonces los tereos enviaron a Bato con dos navíos de cincuenta remos. Éstos se hicieron a la vela para la Libia, pero como no sabían qué más hacer, se vinieron de vuelta a Tera. A su regreso los tereos les arrojaron flechas, no les dejaron arribar a tierra, y les mandaron que navegasen de vuelta. Obligados a ello, navegaron de vuelta, y poblaron una isla cerca de la Libia, cuyo nombre, según antes dije, es Platea. Dícese que la isla es tan grande como la actual ciudad de Cirene.
157. Vivieron en ella durante dos años y como de nada les aprovechaba, dejaron un hombre solo, y todos los demás partieron para Delfos. Presentándose allí al oráculo, le interrogaron, advirtiéndole que vivían en Libia, y que no por eso les iba mejor. A esto respondió así la Pitia:

Si tú, que no has visto a Libia, nutridora de rebaños,
sabes de ella más que yo que la vi, grande es tu ciencia.

Oída tal respuesta, Bato y los suyos navegaron de vuelta, ya que Apolo no les eximía de fundar su colonia, mientras no llegaran a la misma Libia. Arribaron a su isla, recogieron al que habían dejado, y poblaron en la misma Libia un sitio llamado Aciris, frente a la isla; por ambos lados lo encierran hermosísimos sotos y por el otro corre un río.
158. Seis años moraron en ese paraje; pero en el séptimo, los libios les persuadieron a desampararlo, con rue-gos y con promesa de llevarles a otro sitio mejor. Los libios les sacaron de allí y les condujeron a Poniente, y para que los griegos, al pasar, no viesen el más hermoso de sus lugares, calcularon las horas del día y pasaron por allí de noche. Ese lugar tiene por nombre Irasa. Les llevaron a una fuente que se dice ser de Apolo, y les dijeron: «Griegos, aquí os conviene morar, porque aquí está agujereado el cielo».
159. En vida de Bato, el fundador de la colonia, que reinó cuarenta años, y de Arcesilao su hijo, que reinó dieciséis, vivieron allí los cireneos, tantos en número como al principio habían llegado. Pero en tiempo del tercer rey, llamado Bato el Feliz, la Pitia, con sus oráculos, movió a todos los griegos a navegar a Libia para avecindarse con los cireneos, ya que ellos les invitaban al reparto de la tierra. Lo que vaticinaba decía así:

Todo el que acudiere tarde a la Libia muy amada,
ya dividida la tierra, digo que habrá de pesarle.

Se juntó en Cirene gran gentío; pero se vieron los libios circunvecinos cercenados de mucha tierra, y su rey, por nombre Adicrán, al verse privado de la comarca y agraviado por los cireneos, despachó emisarios a Egipto, y se entregó a Apries, rey de Egipto. Juntó éste un numeroso ejército de egipcios y lo envió contra Cirene. Los cireneos salieron en armas al lugar llamado Irasa y a la fuente Testa; trabaron combate con los egipcios y vencieron en el encuentro. Porque los egipcios, como no habían tenido antes experiencia de los griegos y les desdeñaban fueron derrotados de manera que unos pocos de ellos volvieron a Egipto. Por eso, y porque reprochaban ese desastre a Apries, los egipcios se sublevaron contra él.
160. Ese Bato tuvo por hijo a Arcesilao quien, al comenzar a reinar, riñó con sus hermanos hasta que éstos le dejaron y partieron a otro lugar de Libia. Allí fundaron para sí la ciudad que entonces y ahora se llama Barca, y al mismo tiempo que la fundaban, hicieron que los libios se sublevasen contra los cireneos. Arcesilao hizo después una expedición contra los libios que les habían acogido y contra los que se le habían sublevado; los libios, por miedo de él, huyeron a Oriente. Arcesilao persiguió a los fugitivos hasta hallarse en Leucón, un lugar de Libia, y los libios resolvieron atacarle. En el encuentro vencieron a los cireneos en tal forma, que allí cayeron siete mil hoplitas cireneos. Después de esta desgracia Arcesilao, que estaba enfermo y había tomado una medicina, fue estrangulado por su hermano Haliarco, y a Haliarco mató después a traición la mujer de Arcesilao, que tenía por nombre Erixo.
161. Heredó el reino de Arcesilao su hijo Bato, que era cojo y de pies contrahechos. Por razón del desastre que habían sufrido, los cireneos enviaron a Delfos emisarios para preguntar con qué constitución podrían regirse mejor. Mandó la Pitia que tomasen un reformador de Mantinea de Arcadia; lo pidieron, pues, los cireneos, y los mantineos les entregaron a Demonacte el más estimado de sus ciudadanos. Llegó este hombre a Cirene, e informándose de todo, les repartió en tres tribus según esta disposición: hizo una división con los tereos y los pueblos fronterizos; otra, con los peloponesios y los cretenses; y la tercera, con todos los isleños. Además, reservó para el rey Bato sus posesiones y sacerdocios, pero puso en manos del pueblo todo lo demás que habían poseído antes los reyes.
162. Duró tal estado de cosas el tiempo que vivió Bato; pero en el de su hijo Arcesilao, hubo gran tumulto acerca de las magistraturas. Arcesilao, hijo de Bato el cojo y de Feretima, declaró que no se atendría a lo ordenado por Demonacte de Mantinea, y reclamó todas las prerrogativas de sus antepasados. Se sublevó, fue derrotado y huyó a Samo, y su madre a Salamina de Chipre. En ese tiempo, dominaba en Salamina Eveltón, el que dedicó en Delfos el incensario, digno de verse, que se conserva de el tesoro de los corintios. Ante él llegó Feretima y le pidió un ejército que les restituyese a Cirene; Eveltón le daba todo menos el ejército; ella, al recibir cada don, decía que era hermoso, pero más hermoso sería darle el ejército que había pedido, y esto lo decía a cada dádiva. Regalóle, por último, Eveltón un huso de oro y una rueca con su copo de lana y como Feretima repitiese las mismas palabras, Eveltón replicó que con tales dones se obsequiaba a una mujer y no con un ejército.
163. Por aquel tiempo, Arcesilao, refugiado en Samo, reclutaba a cuantos podía con la promesa de repartirles tierras. Reunido un numeroso ejército, se dirigió a Delfos a consultar el oráculo sobre su vuelta. La Pitia le vaticinó así: «Por cuatro Batos y por cuatro Arcesilaos —ocho generaciones de hombres— Loxias os concede reinar en Cirene; pero os exhorta a que no intentéis siquiera reinar más allá. Por tanto, vuélvete a tu tierra y quédate tranquilo; y si hallares el horno lleno de cántaros, no los cuezas, antes despáchalos enhorabuena. Pero si cocieres la hornada, no entres en el lugar rodeado por las aguas; de no hacerlo así morirás tú mismo y contigo el toro más hermoso».
164. Así vaticinó la Pitia a Arcesilao. Pero él tomó consigo las tropas que tenía en Samo, volvió a Cirene, y apoderado del mando, no se acordaba del oráculo, sino que pedía venganza de sus contrarios por el destierro que había sufrido; algunos de ellos se marcharon para siempre del país; a otros prendió Arcesilao, y les envió a Chipre para que pereciesen, pero fueron llevados por los vientos a Cnido, y los cnidios les salvaron y enviaron a Tera, algunos otros de los cireneos se refugiaron en una gran torre de un particular llamado Aglómaco; Arcesilao la rodeó de leña y le prendió fuego. Pero después de hacerlo, cayó en la cuenta de que eso significaba el oráculo, ya que la Pitia no le había permitido cocer los cántaros que hallase en el horno, y de intento se abstuvo de entrar en Cirene, temiendo la muerte que se le había profetizado, y creyendo que Cirene era el lugar rodeado por las aguas. Estaba casado con una parienta suya, hija del rey de los barceos, por nombre Alacir; dirigióse, pues, allá, pero ciertos barceos y algunos desterrados de Cirene, le descubrieron y le asesinaron mientras andaba por la plaza, juntamente con su suegro Alacir. Así cumplió Arcesilao su destino, habiéndose desviado del oráculo, ya voluntaria, ya involuntariamente.
165. En tanto que Arcesilao se detenía en Barca después de haber causado su propia ruina, Feretima su madre, tenía en Cirene todas las prerrogativas de su hijo, despachando los negocios y tomando parte en el Senado. Pero apenas supo que su hijo había muerto en Barca, huyó a Egipto, pues contaba con los servicios que Arcesilao había hecho a Cambises, hijo de Ciro. En efecto, fue ese Arcesilao quien entregó Cirene a Cambises y se la hizo tributaria. Llegada Feretima a Egipto, se presentó como suplicante de Ariandes, y le rogó que la vengase, valiéndose del pretexto de que por su adhesión a los medos había muerto su hijo.
166. Ese Ariandes había sido nombrado por Cambises gobernador de Egipto, y tiempo después pereció por igualarse con Darío; pues habiendo visto y oído que Darío quería dejar de sí una memoria cual ningún otro rey hubiese hecho, le imitó hasta que llevó su merecido. Acuñó Darío una moneda del oro más acendrado que darse pudiese, y Ariandes, que gobernaba Egipto, hizo otro tanto con moneda de plata; y ahora la plata más acendrada es la ariándica. Informado Darío de lo que hacía Ariandes y acusándole de otra culpa, la de sublevarse, le dio muerte.
167. Entonces ese Ariandes, compadecido de Feretima, le dio todas las tropas de Egipto, así las de tierra como las de mar designando por general de tierra a Amasis, de la tribu marafia, y de mar a Bardes, de la tribu pasargada. Pero antes de despachar el ejército, envió Ariandes a Barca un heraldo para averiguar quién era el que había matado a Arcesilao; todos los barceos se reconocieron culpables por haber recibido de él graves daños. Al oír esto, Ariandes envió entonces su ejército juntamente con Feretima. Este motivo era el pretexto de la expedición; pero a mi parecer, se enviaba ese ejército para conquistar la Libia; porque las poblaciones libias son muchas y diversas, y de ellas pocas eran las que obedecían al Rey, y a las más no se les daba nada de Darío.
168. La población de Libia está distribuida de este modo: comenzando desde el Egipto, los primeros habitantes de la Libia son los adirmáquidas, los cuales siguen por la mayor parte las costumbres egipcias y llevan el mismo traje que los demás libios; sus mujeres llevan en una y otra pierna ajorcas de bronce; llevan el pelo largo; cada cual, cuando coge sus piojos los muerde a su vez y así los arroja; estos son los únicos libios que hacen tal cosa, y los línicos, también, que presentan al rey las doncellas que están por casarse, y el rey desflora a la que le agrada. Estos adirmáquidas se extienden desde el Egipto hasta el puerto que tiene por nombre Plino.
169. Con ellos lindan los giligamas, que ocupan la región que mira a Poniente hasta la isla Afrodisíade. Frente al centro de esta región se halla la isla Platea, que colonizaron los cireneos, y en el continente está el puerto Menelao, y Aciris que los cireneos poblaron. Desde allí comienza el silfio, y desde la isla de Platea se extiende el silfio hasta la boca de la Sirte. Tienen éstos costumbres semejantes a los otros.
170. Por la parte de Poniente lindan con los giligamas los asbistas; éstos viven más allá de Cirene. Los asbistas no llegan hasta el mar, pues ocupan la costa los cireneos. Son entre los libios los más aficionados a manejar cuadrigas. En las más de sus costumbres procuran imitar a los cireneos.
171. Por la parte de Poniente, lindan con los asbistas los ausquisas; éstos viven más allá de Barca y llegan al mar por Evespérides. En medio de la región de los ausquisas viven los bácales, nación poco populosa, los cuales llegan al mar por la ciudad de Tauquira en la región de los barceos. Tienen las mismas costumbres que los pueblos que están más allá de Cirene.
172. Por la parte de Poniente, lindan con los ausquisas los nasamones, nación populosa que en verano deja sus ganados junto al mar y sube a un paraje llamado Augila para cosechar los dátiles, pues allí hay muchas grandes palmas, todas frutales. Cazan langostas, las secan al sol, las muelen y luego espolvorean con ellas la leche y se la beben. Es costumbre tener cada uno muchas mujeres y el trato con ellas es común, de modo semejante a los maságetas: plantan delante de la casa un bastón y se juntan con ellas. Cuando un nasamón casa por primera vez, es costumbre que la primera noche la desposada pase por todos los invitados y se una con ellos, y que cada cual, después de unírsele, le dé el regalo que haya traído de su casa. Los juramentos y adivinación que practican son los siguientes: juran por los hombres tenidos por justos y mejores entre ellos, tocando sus sepulcros. En cuanto a la adivinación, concurren a las tumbas de sus antepasados, y después de hacer sus rezos se acuestan encima, y se gobiernan por lo que ven en sueños. Para darse garantías proceden así: el uno da de beber al otro de su mano, y bebe de la de aquél, y si no tienen nada líquido toman polvo del suelo y lo lamen.
173. Comarcanos de los nasamones son los psilos, quienes han perecido del siguiente modo: el viento del Sur les secó con su soplo las cisternas de agua, y la tierra, como está toda dentro de la Sirte, no tenía agua. Deliberaron los psilos, y de común acuerdo salieron en expedición contra el viento del Sur (digo lo que dicen los libios). Cuando se hallaron en el arenal, sopló el viento del Sur y los sepultó a todos. Y como perecieron, los nasamones poseen su tierra.
174. Más allá de éstos, en dirección al viento Sur, en la región llena de fieras, viven los garamantes, los cuales huyen de todo hombre y de todo trato; no tienen ningún arma, ni saben defenderse.
175. Éstos, pues, viven más allá de los nasamones. Pero a la parte de Poniente, por la costa, siguen los macas, los cuales llevan pelo como penacho, pues dejan crecer el cabello en la coronilla y se rapan los costados. En la guerra llevan como escudos pieles de avestruz. Atraviesa sus tierras el río Cínipe, que baja de una colina llamada de las Gracias, y desagua en el mar. Dicha colina de las Gracias tiene espesa arboleda, mientras lo restante de Libia de que acabo de hablar es rasa; y desde ella al mar hay doscientos estadios.
176. Linderos de los macas son los gindanes, cuyas mujeres llevan en los tobillos muchas jarreteras de piel cada una, y las llevan por esta razón, según se cuenta: por cada hombre que las goza, se ciñen una jarretera. La que más lleva es tenida por la mejor, pues ha sido amada por más hombres.
177. Ocupan el promontorio de dichos gindanes, que avanza hacia el mar, los lotófogos, que viven sólo de comer el fruto del loto. El fruto del loto es del tamaño del lentisco, pero en lo dulce semeja al fruto de la palma; de ese fruto los lotófogos hacen también vino.
178. Por la costa lindan con los lotófogos los maclies, que también se sirven del loto, pero menos que los que dije antes. Se extienden hasta un gran río, de nombre Tritón, que desagua en la gran laguna Tritónide; en ella hay una isla llamada Fla. Dicen que, según un oráculo, los lacedemonios deben poblarla.
179. También se cuenta esta historia: cuando quedó construida la nave Argo al pie del monte Pelión, Jasón embarcó en ella, además de una hecatombe, un trípode de bronce, y queriendo llegar a Delfos bordeaba el Peloponeso; pero al encontrarse en su navegación cerca de Malea, se desencadenó un viento Norte que le arrastró a la Libia, y antes de ver tierra, se halló en los bajíos de la laguna Tritónide. Como no hallase medio para salir, es fama que Tritón se le apareció y le pidió que le diese el trípode, prometiendo mostrarle la salida y sacarles sanos y salvos. Obedeció Jasón, y entonces le mostró Tritón por dónde salir de los bajíos y, habiendo puesto el trípode en su propio templo, profetizó desde él e indicó a Jasón y a sus compañeros toda la historia: que era de toda necesidad que cuando un descendiente de los Argonautas se llevase el trípode, entonces se fundarían alrededor de la laguna Tritónide cien ciudades griegas. Al oír esto los naturales de Libia, escondieron el trípode.
180. Lindan con los maclies los ausees; unos y otros moran en torno de la laguna Tritónide, divididos entre sí por el río Tritón. Los maclies se dejan crecer el pelo en la parte posterior de la cabeza y los ausees en la de adelante. En una fiesta anual de Atenea, las doncellas, repartidas en dos bandos, riñen entre sí a pedradas y a palos y dicen que cumplen los ritos de sus mayores en honra de la diosa indígena a la cual llamamos Atenea. A las doncellas que mueren de aquellas heridas, las llaman falsas doncellas. Antes de invitarlas a combatir, hacen esto en común: cada año adornan a la doncella más hermosa con un morrión corintio y con una panoplia griega, y la llevan en carro alrededor de la laguna. No puedo decir con qué armadura adornasen a sus doncellas antes de tener por vecinos a los griegos, aunque creo las adornarían con la armadura egipcia; afirmo, en efecto, que del Egipto tomaron los griegos el yelmo y el escudo. Por lo que toca a Atenea, dicen ellos que fue hija de Posidón y de la laguna Tritónide, y que enojada por cierto motivo con su padre se entregó a Zeus, el cual la tomó por hija: así lo cuentan. Tienen común el trato con las mujeres, y no cohabitan con ellas sino que se juntan como las bestias. Cuando una mujer tiene un niño crecido, se congregan en un lugar los hombres a los tres meses, y se tiene al niño por hijo de aquel a quien más se parece.
181. He acabado de hablar de los libios nómades de la costa. Más allá de éstos, tierra adentro, está la Libia llena de fieras. Pasada esta tierra corre una loma de arena que se extiende desde la Tebas de Egipto hasta las columnas de Heracles. En esta loma se hallan, a cada diez jornadas más o menos, masas de grandes terrones de sal, que están en unos cerros, y en la cumbre de cada cerro brota de la sal agua fría y dulce; alrededor moran unos hombres, que son los últimos en dirección al desierto y más allá de la región de las fieras. Los primeros a partir de Tebas, a diez días de camino, son los ammonios, que tienen un santuario derivado del de Zeus Tebeo, pues como ya llevo dicho, la estatua de Zeus que hay en Tebas tiene rostro de carnero. Hay allí otra fuente que por la madrugada está tibia; a la hora en que se llena el mercado, más fría; cuando es mediodía se vuelve en extremo fría y entonces riegan con ella los huertos. Al declinar el día, cede el frío, hasta que se pone el sol, y entonces el agua se vuelve tibia; se va calentando hasta acercarse la medianoche, y entonces hierve a borbotones; pasa la medianoche y se enfría hasta la aurora. Esta fuente lleva el nombre de fuente del Sol.
182. Después de los ammonios, a otros diez días de camino por la loma de arena, hay un cerro de sal y agua semejante al de los ammonios, con gentes que moran a su alrededor. Llámase este paraje Augila, y allí acuden los nasamones a cosechar los dátiles.
183. Desde Augila, después de otros diez días de camino, hay otro cerro de sal y agua, con muchas palmas frutales como en los otros lugares; viven en aquel cerro hombres que se llaman garamantes, nación sobremanera populosa, quienes para sembrar cubren la sal con tierra. De ahí parte el trayecto más corto para los lotófagos, treinta días de camino; y ahí se crían también los bueyes que pacen hacia atrás, y pacen hacia atrás por este motivo: tienen las astas inclinadas adelante; por ese motivo retroceden para pacer, y no pueden avanzar porque las astas darían en el suelo; en todo el resto no difieren de los demás bueyes, sino en cuanto al grosor y la lisura del cuero. Van dichos garamantes a caza de los etíopes trogloditas en cuadrigas, pues son los etíopes trogloditas los hombres más ligeros de pies de cuantos hayamos oído contar. Se alimentan los trogloditas de serpientes, lagartos y otros reptiles semejantes: su lengua no se asemeja a ninguna otra, mas chillan a manera de murciélagos.
184. A otros diez días de camino de los garamantes, hay otro cerro de sal y agua, y viven a su alrededor los hombres llamados atarantes, los cuales, de todos los hombres que nosotros sepamos, son los únicos sin nombre, pues en conjunto tienen el nombre de atarantes, pero cada uno de ellos no lleva nombre alguno. Cuando el sol quema con exceso, le maldicen, y además le insultan con los más infames improperios porque les abrasa y atormenta, a ellos y a sus tierras. Después de otros diez días de camino hay otro cerro de sal, agua y gentes que viven alrededor. Contiguo a esta sal hay un monte que tiene por nombre Atlas; es estrecho y redondo por todas partes, dícese que es tan alto, que no es posible ver sus cumbres, porque jamás las abandonan las nubes, ni en verano ni en invierno. Dicen los naturales que este monte es la columna del cielo; de él han tomado el nombre esos hombres, pues se llaman atlantes; dícese que ni comen cosa animada ni tienen sueños.
185. Hasta esos atlantes puedo enumerar los nombres de los que viven en la loma de arena; a partir de ellos, ya no puedo, si bien se extiende la loma hasta las columnas de Heracles y más allá. Hay en ella una salina a cada diez días de camino y viven gentes; todas ellas tienen sus casas hechas de terrones de sal, pues por esa parte de Libia ya no llueve, que si lloviera, no podrían quedar en pie las paredes por ser de sal. Sácase allí sal, así blanca como roja. Más allá de la loma, hacia el Sur, tierra adentro de Libia, el país es un desierto sin agua, sin animales, sin lluvia, sin árboles, y no hay en él humedad alguna.
186. Así que, desde el Egipto hasta la laguna Tritónide, los libios son nómades que comen carne y beben leche, aunque no prueban vaca por el mismo motivo que los egipcios, y no crían cerdos. Aun las mujeres de Cirene tienen escrúpulo de comer carne de vaca por respeto a la egipcia Isis en cuyo honor hacen ayunos y fiestas; y las mujeres de Barca, además de vaca, tampoco prueban cerdo.
187. Tal es esta región. Al Oeste de la laguna Tritónide, no son ya nómades los libios, ni siguen los mismos usos, ni practican con los niños lo que suelen practicar los nómades; porque los libios nómades (no sé si todos, que no puedo decirlo con certeza, pero muchísimos de ellos) hacen así: cuando sus niños llegan a los cuatro años, les queman con un copo de lana grasosa las venas de la coronilla, y algunos los de las sienes, para que en toda la vida no les moleste la flema que baja de la cabeza, y dicen que gracias a eso son sanísimos. Y a decir verdad son los libios los hombres más sanos de cuantos nosotros sepamos; no puedo decir con certeza si gracias a eso, pero son los más sanos. Si al cauterizar a los niños les dan convulsiones, han hallado un remedio: les sanan rociándoles con orina de macho cabrío: digo lo que dicen los mismos libios.
188. Los nómades hacen sus sacrificios del siguiente modo: cortan como primicia la oreja de la víctima y la arrojan arriba de la choza; después de esto le vuelven hacia atrás la cerviz. Sacrifican únicamente al sol y a la luna. A ellos sacrifican, pues, todos los libios, pero los que viven alrededor de la laguna Tritónide sacrifican principalmente a Atenea, y en segundo lugar a Tritón y Posidón.
189. Los griegos tomaron de las mujeres libias el traje y la égida para las estatuas de Atenea, pues salvo que el traje de las libias es de cuero y las borlas de sus égidas no son sierpes, sino correas, todo el resto del atavío es idéntico. Aun más: el nombre de égida revela que ha venido de la Libia el atavío de los Paladios [estatuas de Atenea], pues las libias visten sobre el traje egeas [pellicos] adobadas, guarnecidas de borlas y teñidas de rubia; y los griegos cambiaron el nombre de estas egeas en el de égidas. Creo asimismo que el lamento en los sacrificios tuvo su origen allí, pues las libias lo entonan muy bien. Y de los libios aprendieron los griegos uncir cuatro caballos al carro.
190. Los nómades entierran a sus muertos como los griegos, excepto los nasamones: éstos entierran el cadáver sentado y observan al moribundo cuando expira, para sentarlo, a fin de que no muera boca arriba. Sus casas son de varas de asfodelo entretejidas con juncos, y portátiles. Tales son los usos que observan.
191. Por la parte de Poniente del río Tritón confinan con los ausees, los libios ya labradores que llevan el nombre de maxies y acostumbran poseer casas. Se dejan crecer el pelo en la parte derecha de la cabeza, y se lo rapan en la izquierda; se pintan el cuerpo con bermellón, y pretenden descender de los troyanos. Esta región, así como lo restante de la Libia hacia Poniente, es mucho más abundante en fieras y más boscosa que la región de los nómades, porque la parte oriental de la Libia, que ocupan los nómades, es baja y arenosa hasta el río Tritón; pero desde éste hacia Poniente, que es la de los libios labradores, es en extremo montuosa y boscosa y abundante en fieras. Existen allí las serpientes de enorme tamaño, los leones, elefantes, osos y áspides, asnos con astas, los cinocéfalos y los acéfalos, que tienen los ojos en el pecho, según cuentan los libios, y los hombres salvajes, y las mujeres salvajes, y gran número de otras fieras, no fingidas.
192. Pero ninguno de estos animales se cría entre los nómades, sino estos otros: antílopes de grupa blanca, gacelas, búfalos, asnos (no los que tienen astas, sino otros llamados abstemios, porque en efecto no beben), los antílopes de cuyos cuernos se hacen los brazos de las liras fenicias (es este animal del tamaño de un buey), zorros, hienas, puerco-espines, carneros salvajes, dicties, chacales, panteras, bories, cocodrilos terrestres de tres codos de largo y muy parecidos a los lagartos, avestruces y sierpes pequeñas que tienen cada cual un cuerno. Éstos son los animales propios de dicho país, y asimismo tienen los de los otros, excepto el ciervo y el jabalí: ciervo y jabalí no los hay absolutamente en Libia. Existen allí tres clases de ratones: unos se llaman de dos pies; los otros zegeries (este nombre es líbico, y en lengua griega quiere decir «collados»), y los últimos erizos: críanse también en el silfio unas comadrejas muy semejantes a las de Tarteso. Tantos son los animales que posee la tierra de los libios nómades, hasta donde hemos podido remontarnos en nuestra investigación.
193. Con los maxies lindan los zaveces, cuyas mujeres manejan los carros en la guerra.
194. Con éstos lindan los gizantes, en cuyo país ha-cen las abejas mucha miel, y además se dice que hacen mucho más unos artesanos. Todos se pintan con bermellón y comen monos, de los cuales hay en sus montes copia infinita.
195. Cuentan los cartagineses que frente a los gizantes, está una isla por nombre Círavis, de doscientos estadios de largo, pero angosta, accesible desde el continente, llena de olivos y vides. Cuentan que hay en ella una laguna de cuyo limo sacan granitos de oro las doncellas del país, recogiéndolos con plumas de ave untadas con pez. Yo no sé si esto es verdad, escribo lo que se cuenta, aunque todo podría ser, pues yo mismo he visto cómo en Zacinto se saca la pez del agua de una laguna. Porque hay allí muchas lagunas, y la más grande de ellas cuenta setenta pies en toda dirección, y dos brazas de hondo; hunden en ella un chuzo, a cuya punta han atado un ramo de mirto, y luego sacan en el ramo la pez, la cual huele a betún, pero en lo demás es mejor que la pez de Persia. La vierten en un hoyo cavado cerca de la laguna; y después de juntar una buena cantidad la pasan del hoyo a unos pipotes. Todo lo que cayere en esta laguna pasa por debajo de tierra y desaparece en el mar, que dista como cuatro estadios de la laguna. Así, pues, es verosímil lo que se cuenta de la isla que está frente a Libia.
196. Los cartagineses cuentan también esta historia. Dicen que hay en Libia, más allá de las columnas de Heracles, un paraje habitado; cuando aportan a él, descargan sus mercancías, y luego de ponerlas en fila sobre la playa, se embarcan y hacen humo. Apenas ven el hu-mo los naturales del país, se dirigen al mar, dejan oro para pagar las mercancías y se alejan de ellas. Los cartagineses desembarcan y examinan el oro: si les parece justo precio de sus mercaderías, se lo llevan y se retiran; pero si no les parece bastante, se embarcan de nuevo y se están en sus naves, y los naturales se acercan y agregan más oro hasta contentarles. Ninguno perjudica al otro, pues ni ellos tocan el oro antes de que los libios igualen el valor de las mercaderías, ni los otros tocan las mercaderías antes de que los fenicios les tomen el oro.
197. Ésos son los libios que nosotros podemos nombrar; ya los más de ellos ni ahora ni entonces se les daba nada del rey de los medos. Aún puedo decir lo siguiente sobre ese país: los pueblos que lo ocupan son cuatro y no más, que nosotros sepamos; y de esos pueblos dos son originarios del país y dos no lo son; originarios son los libios y los etíopes, moradores los unos de la parte de la Libia que mira al Norte, y los otros de la que mira al Sur; advenedizos son los fenicios y los griegos.
198. Me parece que tampoco en excelencia es tan valiosa la Libia que pueda compararse ni con Asia ni con Europa, salvo solamente la región de Cínipe que lleva el mismo nombre que su río. Ésta ni cede a la mejor de las tierras de pan llevar, ni se parece en nada al resto de la Libia; su suelo es negro y está regado por fuentes, ni teme sequía, ni se daña por ser demasiada lluvia (porque en esa parte de Libia llueve). El producto de la cosecha llega a la misma cantidad que en la tierra de Babilonia. Buena es también la tierra que ocupan los evesperitas, la cual, cuando se supera a sí misma, rinde ciento por uno, mientras la de Cínipe rinde más de trescientos.
199. La región cirenaica, que es la más alta de la parte de la Libia que ocupan los nómades, tiene, siendo una sola, tres estaciones dignas de admiración. Primero los frutos de la costa llegan a punto de siega y vendimia; recogidos estos frutos, están a punto de recoger los de la región media, más allá de la costa que llaman los Collados; queda recogida esta cosecha de la región media, y ha madurado ya y está a punto la de la tierra más alta, de suerte que al acabarse de comer y beber la primera cosecha del año, se presenta la última: así la cosecha les dura a los cireneos ocho meses. Y sobre este punto baste lo dicho.
200. Los persas, vengadores de Feretima enviados del Egipto por Ariandes, llegaron a Barca y sitiaron la ciudad, intimando que se les entregasen los culpables de la muerte de Arcesilao pero como todo el pueblo había tenido parte en ella, no aceptó la demanda. Entonces sitiaron a Barca durante nueve meses, abrieron minas subterráneas que llevaban a las murallas y dieron vigorosos asaltos. Encontró las minas un herrero mediante un escudo revestido de bronce y así fue como las descubrió: lo llevaba por la parte interior del muro, aplicándolo al suelo de la ciudad. Los demás lugares a que se aplicaba no resonaban, pero sí resonaba aplicado a las minas el bronce del escudo; en ese punto con una contramina mataron los barceos a los zapadores persas. Así fue la traza que discurrieron, y lograron también los barceos rechazar los asaltos.
201. Pasado ya mucho tiempo y muertos muchos de una y otra parte (no menos de la de los persas), Amasis, el general del ejército, discurrió este ardid: advirtiendo que los barceos eran inexpugnables por la fuerza, pero no por la maña, hizo esto. Abrió de noche una hoya ancha, encima de la cual colocó unos maderos débiles, y sobre ellos esparció una capa de tierra en la superficie, que igualó con lo demás del suelo. Al amanecer, Amasis invitó a los barceos a una conferencia; éstos le escucharon gustosos, y al fin decidieron llegar a un acuerdo. Hicieron el siguiente acuerdo: empeñaron juramento estando encima de la hoya disimulada, de que mientras ese suelo fuese como era, el juramento tendría vigor; de que los barceos se obligaban a pagar al rey lo justo, y los persas a no hacer ninguna novedad contra los barceos. Después del juramento, los barceos, confiados en el pacto, salieron de la ciudad y dejaron entrar en la plaza a todo aquel de sus enemigos que quisiese, y abrieron todas las puertas. Los persas, derribando el puente oculto, corrieron al interior de la plaza. Derribaron el puente que habían he-cho por este motivo: para no faltar a su juramento, por cuanto habían convenido con los barceos que el juramento tenía vigor mientras el suelo fuese como entonces era; derribado el puente, el juramento ya no tenía vigor en la región.
202. Feretima, a quien los persas entregaron los barceos más culpables, les empaló alrededor de sus muros, y a las mujeres les cortó los pechos y los clavó también alrededor de los muros. Ordenó que se llevasen los persas por botín a los barceos, excepto a todos los que eran Batíadas y a los que no habían tenido parte en el asesinato; a éstos confió Feretima la ciudad.
203. Así, pues, los persas esclavizaron a los restantes barceos y se marcharon de vuelta. Cuando llegaron a la ciudad de Cirene, los cireneos, en cumplimiento de cierto oráculo, les permitieron pasar por medio de la ciudad. Mientras el ejército pasaba, Badres, el general de la armada, ordenó tomar la ciudad; pero no lo permitió Amasis, general del ejército, alegando que Barca era la única ciudad griega contra la que habían sido enviados. Pero cuando hubieron pasado y acampaban en la colina de Zeus Liceo, se arrepintieron de no haberse apoderado de Cirene, y trataron por segunda vez de entrar en ella, mas no se lo permitieron los cireneos. Cayó sobre los persas, sin que nadie luchara contra ellos, tal terror que huyeron y acamparon a sesenta estadios de distancia. Sentados allí sus reales, les llegó un mensajero de Ariandes que les llamaba; los persas pidieron provisiones para el camino a los cireneos, y habiéndolas obtenido se retiraron a Egipto. Desde este punto cayeron en manos de los libios, quienes, a causa de las ropas y del equipaje, asesinaban a los rezagados y zagueros, hasta que llegaron a Egipto.
204. El punto más remoto de Libia al que llegó este ejército persa es Evespérides. Los barceos, traídos como esclavos, fueron deportados del Egipto y enviados al rey Darío, quien les dio para establecerse una aldea de la región de Bactria. Pusieron ellos a esta aldea el nombre de Barca, y hasta mis días seguía siendo habitada en la Bactria.
205. Tampoco Feretima terminó bien su vida, pues no bien se vengó de los barceos y volvió de Libia a Egipto, murió de mala muerte; ya que, todavía viva, hervía en gusanos, porque los dioses, por lo visto, miran con malos ojos las venganzas demasiado violentas de los hombres. Tal y tan grande fue la venganza que tomó de los barceos Feretima, mujer de Bato.




[1] Primera expedición alrededor de África, entre los años 610-595 a.C.
[2] Hacia el 518 a.C.

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