domingo, 24 de diciembre de 2017

Benjamin Ferrington.-La ciencia griega Capitulo VI Antes y después de Sócrates.

Acabamos de completar nuestro estudio de las principales figuras de la primera época de la ciencia griega, la Edad Heroica, que va de Tales a Demócrito. Los filósofos la han llamado «Época Presocrática» y los historiadores comúnmente la consideran dedicada sobre todo a una audaz pero infundada especulación acerca de las «cosas de los cielos». En la Antigüedad se refería una anécdota a la que se atribuía sentido simbólico: Tales, caminando por la ciudad de Mileto, concentrado en sus pensamientos, cayó en un pozo. La preocupación por «las cosas de arriba» le hizo olvidar lo que había bajo sus pies. Ésa era la consecuencia inevitable de la impía intención de querer establecer una filosofía de la naturaleza. La humanidad fue rescatada de este mal principio —malo según esa opinión— por Sócrates, el gran moralista ateniense, quien «trajo la filosofía del cielo a la tierra». Insistió en que el verdadero estudio de la humanidad es el hombre, y desvió la atención de la física a la ética. Bajo su influencia, la filosofía abandonó su presuntuosa aspiración a comprender el cielo, y se abocó a la tarea más humilde de enseñar al hombre a portarse como tal.
Este enfoque de la relación de Sócrates con sus predecesores es, a nuestro modo de ver, falso. Los antiguos filósofos naturalistas no se concentraban en especulaciones sobre las cosas del cielo, desentendiéndose de los problemas humanos. Por el contrario, lo más característico y original del modo de pensamiento jónico fue que no reconoció distinción fundamental entre el cielo y la tierra, y que trataba de explicarse los misterios del universo en términos de cosas familiares. Para ser precisos, la fuente de la que surgió la filosofía jónica fue la nueva concepción del mundo, que resultó de la fiscalización de la Naturaleza por el técnico, miembro caracterizado de una sociedad libre. Las técnicas eran maneras de bastarse a sí mismo imitando a la naturaleza. El éxito con que estas técnicas fueron aplicadas dio a los filósofos naturalistas jónicos la convicción de que comprendían el mecanismo de la naturaleza. La creencia en la identidad de los procesos técnicos y naturales es la clave de la mentalidad de esa época.
Los siglos VI y V, período conocido como el de la filosofía presocrática, o Edad Heroica de la ciencia, se caracterizaron, no sólo por el pensamiento abstracto, sino también por un gran progreso técnico; y lo que es nuevo y característico de su modo de pensamiento proviene de las técnicas. El desarrollo técnico fue la varita mágica que cambió la vieja estructura social, basada principalmente en la explotación de la tierra, en una nueva forma de sociedad sustentada esencialmente en la manufactura. El progreso técnico originó una nueva clase formada por los industriales y comerciantes, que rápidamente asumió el poder político en las ciudades.
En la primera década del siglo VI, Solón, representante de la nueva clase, intentó modernizar Atenas, la vieja Atenas sacudida por las luchas entre los terratenientes y campesinos. Para llegar a esto, según refiere Plutarco, Solón «invistió a los oficios con honores». «Desvió la atención de los ciudadanos hacia las artes y oficios, y promulgó una ley por la cual un hijo no tenía la obligación de mantener a su padre en la vejez si éste no le había enseñado un oficio». «En esta época —dice Plutarco— el trabajo no era una desgracia, y poseer un oficio no implicaba una inferioridad social». Entonces eran estimados hombres como Anacarsis el Escita, cuyos títulos de gloria fueron haber perfeccionado el ancla e inventar el fuelle y la rueda de alfarero; u hombres como Glauco de Quíos, que inventó el soldador; o Teodoro de Samos, que se acreditó una larga lista de invenciones técnicas, como el nivel, la escuadra, el tomo, la regla, la llave y el método de fundir el bronce.
Estos inventos náuticos e industriales fueron apreciados, entre otros, por los comerciantes de Mileto. La creciente prosperidad de éstos dependió de las manufacturas destinadas a la exportación. Entre ellos aplicó Tales sus conocimientos de matemática y geometría para el perfeccionamiento del arte de la navegación, y para ellos hizo Anaximandro el primer mapa del mundo. Allí fue donde el mundo comenzó a ser concebido como una máquina. El carácter de la época era tal, que los honores eran conferidos a los técnicos. La palabra griega para expresar la sabiduría, sophia, significa aún en esta época «habilidad técnica» y no especulación abstracta; mejor dicho, no se hacía distinción entre ambas, pues la mejor especulación se basaba en la habilidad técnica. El autor de De la medicina antigua no sabía de títulos más altos que el de técnico. En este medio nació la filosofía natural de los jonios. Presentarla tan enteramente absorta en especulaciones sobre los cielos, hasta el punto de negligir los intereses humanos, es falso.
Aún nos falta mencionar el producto más acabado de esta nueva tendencia. En las ciudades libres de la vieja Jonia, la conquista de la naturaleza por la técnica hizo nacer la ambición por extender los dominios de la razón sobre toda la naturaleza, incluyendo Ja vida y el hombre. Hubo un movimiento definido y consciente de pensamiento racional sobre todos los aspectos de la existencia. Hubo una propaganda de esclarecimiento, como lo demuestran muchas páginas de las obras hipocráticas. «Me parece —dice un autor tratando de la misteriosa afección llamada epilepsia— que esta enfermedad no es más divina que otra cualquiera. Tiene, como toda enfermedad, su causa natural. Los hombres piensan que es divina simplemente porque no la comprenden; pero si llaman divino a todo lo que no comprender, ¡bueno! las cosas divinas serían interminables». Éstas son palabras verdaderamente clásicas. Marcan el advenimiento de una nueva época de la cultura humana. En su suave ironía encierran el juicio definitivo sobre una época pasada: el período de la explicación mitológica. A decir verdad, ese punto de vista no ha llegado ni aún hoy a prevalecer en todos los lugares de la tierra. La batalla sigue librándose, y el resultado es dudoso. Los milagros son todavía el fundamento de la opinión de grandes sectores, aun de la humanidad civilizada. La cristiandad no se ha decidido a aceptar una concepción estrictamente naturalista de la historia del cristianismo, ni siquiera de la leyenda de Juana de Arco; pero la vieja proposición continúa obrando silenciosamente en la mente del hombre civilizado. «Los hombres piensan que es divina simplemente porque no la comprenden; pero si llaman divino a todo lo que no comprenden, ¡bueno! las cosas divinas serían interminables». La identificación de lo divino con lo aún no explicado fue el más hábil de los golpes asestados a favor de la razón y la naturaleza.
LA PRIMERA CIENCIA SOCIAL
El movimiento en pro de la ilustración que ha dejado su impronta en los escritos hipocráticos nos ha legado también un esbozo del ascenso de la cultura humana en una obra que es una contribución de primordial importancia de la escuela jónica a la ciencia.[1]
«En la época de la génesis del universo —dice el texto— el cielo y la tierra eran una sola cosa, y sus elementos estaban mezclados; luego sus componentes se separaron, y el cosmos cobró totalmente el orden que ahora observamos en él, pero el Aire continuó en un estado de agitación. Como consecuencia de esta agitación, la porción incandescente del Aire —por su natural tendencia a ascender, debida a su poco peso— se acumuló en los espacios superiores; por esta razón, el Sol y los demás cuerpos celestes fueron envueltos en el movimiento rotatorio. La porción de Aire más densa y turbulenta se unió al elemento húmedo, y ambos se dispusieron en la misma zona, a causa de su peso. Cuando esta materia más pesada se hubo concentrado y girado alrededor de sí misma, los elementos húmedos formaron el mar, y la tierra surgió de los elementos sólidos.
»La tierra fue al principio cenagosa y blanda, y por la sola acción del calor del sol, comenzó a endurecerse. Entonces, debido a ese mismo calor, algunos de los elementos húmedos se dilataron, y la tierra comenzó a burbujear en muchos lugares. En esos lugares se produjeron fermentaciones encerradas en membranas delicadas, fenómeno que aún hoy puede observarse en los pantanos y fangales cuando sobreviene un ascenso rápido de la temperatura del aire, después de un enfriamiento de la tierra. Así, por la acción del calor, los elementos húmedos comenzaron a producir la vida. Los embriones así formados se alimentaron de noche con la niebla que caía del aire ambiente, en tanto que durante el día la acción del calor solar les daba solidez. Al cabo de esta etapa, cuando los embriones hubieron adquirido todo su desarrollo y sus membranas, secas por el calor, se rompieron, aparecieron los seres vivientes de todas clases. Los que habían recibido más calor llegaron a las regiones más altas y se convirtieron en pájaros; los que contenían una proporción mayor de tierra constituyeron la clase de los seres que se arrastran y de otros animales terrestres, en tanto que los que tenían mayor cantidad de elementa húmedo fueron a las regiones semejantes a ellos, y se tornaron lo que llamamos peces. La acción continuada del sol y el viento endureció más aún la tierra, y entonces ya no fue posible traer a la vida a ninguno de los seres mayores; sin embargo, cada uno de los seres vivientes se reprodujo por el contacto con sus semejantes.
»Los primeros hombres vivieron una vida azarosa, como la de los animales salvajes, saliendo a pastar independientemente los unos de los otros, dirigiéndose hacia toda vegetación que los atrajera, y hacia los frutos silvestres de los árboles. La necesidad les enseñó a cooperar, pues los individuos eran presa de los animales salvajes. Sólo cuando el miedo les enseñó a agruparse, comenzaron lentamente a reconocer sus semejantes. El lenguaje fue al principio confuso y carente de sentido. Gradualmente se hizo articulado, atribuyó a cada objeto un sonido convencional e hizo recíprocamente inteligible la conversación sobre cualquier tema.
»Grupos como éstos se formaron sobre toda la tierra habitable, pero no todos tenían la misma forma de hablar, pues cada grupo estableció su lenguaje al azar. Por eso llegaron a existir todas las clases de lenguas. Los primeros grupos constituidos son el origen de todas las razas humanas. Como aún no se habían descubierto las comodidades, los primeros hombres vivieron una vida difícil. Carecían de vestidos; no tenían casa ni fuego, y no conocían los alimentos cultivados; ni siquiera se les ocurrió la idea de almacenar alimentos silvestres, y no hicieron provisiones para cuando pudieran necesitarlas. El resultado fue que murieron en gran número durante los inviernos, por el frío y la desnutrición. Poco a poco, sin embargo, la experiencia les enseñó a refugiarse en cuevas durante el invierno, y a acumular las frutas conservables. Fueron descubiertos el fuego y otras comodidades, y se inventaron las artes y todas las cosas que promueven la vida social. Por la ley general de este proceso, es la necesidad la que enseña todo al hombre. La necesidad es la guía íntima que conduce al hombre a través de cada prueba, y la necesidad tiene en él a un discípulo naturalmente apto, equipado como está, con sus manos, su lenguaje y su ingenio, para cualquier propósito».
Diodoro, que nos ha legado este conciso esbozo de la historia del hombre y de la sociedad, no fue —como bien podemos deducirlo con un cuidadoso análisis de su libro— el más inteligente de los hombres.
Es improbable que hiciera entera justicia al pensamiento del original: no obstante, su texto es aún extraordinariamente impresionante. Al parecer, el escritor tenía un concepto dialéctico de la evolución. Imaginó que, bajo ciertas condiciones históricas, podrían surgir nuevas formas de vida. En una etapa dada de su desarrollo, la tierra es capaz de producir organismos vivos; pasada esta etapa, sucede a la generación espontánea la generación sexual, al menos para los seres más grandes.
El proceso de evolución combina el desarrollo cuantitativo con los saltos cualitativos; además, esta dinámica dialéctica intervino no sólo en el origen y desarrollo de la vida, sino también en la génesis y estructuración de la sociedad. El hombre no es por naturaleza un animal político; se convierte en animal político por un proceso gradual de experiencia, ya que sólo aquellos hombres que aprenden a cooperar escapan a la destrucción provocada por las bestias salvajes. El hombre no ha sido dotado por los dioses del don de la palabra. Por un proceso de evolución histórica se convierte en un animal capaz de hablar. El significado de sus palabras es convencional. En lugar de esforzarse por comprender a la naturaleza analizando el significado de las palabras —procedimiento que más tarde llegaría a ser el vicio característico del pensamiento griego—, el escritor se inclinaba a comprender el significado de las palabras por el estudio de la historia de la sociedad.
El hombre no es por definición, y en su naturaleza esencial, un animal racional; se convierte en animal racional en la rigurosa escuela de la necesidad, y con holgura, pues cuenta con un par de manos capaces. El escritor reconocía la importancia de la técnica en la historia de la cultura humana. Puntualiza que el hombre se distanció de los demás animales, en la carrera por sobrevivir, gracias a su educabilidad superior. Sabemos de otras fuentes que Demócrito, que pudo ser su autor, pensaba que el hombre habría aprendido de la araña a tejer, de la golondrina a edificar, y que imitando a los pájaros aprendió a cantar.
LOS SOFISTAS
La difusión que alcanzaron en Grecia los nuevos modos de pensamiento, actualizados y publicados por hombres como Anaximandro, Empédocles, Anaxágoras y Demócrito, tuvo una influencia difícil de justipreciar, pero no hay duda, que fue grande. Anaxágoras, natural de Clazómenes, que vivió en Atenas del 480 al 450 y enseñó a Pericles cuando era joven, hizo mucho para difundir el nuevo conocimiento. Otro extranjero distinguido que pasó gran parte de su vida en Atenas fue Protágoras de Abdera, el primero de los sofistas —nueva clase de hombres que caracterizan a esta época— que tuvimos oportunidad de mencionar. Los sofistas eran conferenciantes ambulantes que iban de ciudad en ciudad difundiendo las nuevas ideas. Se especializaban en historia y en política, y se decían capaces de enseñar el arte de gobernar. No hay lugar a duda que el fundamento general de sus ideas sobre la sociedad fue la obra del autor anónimo que se ha citado. Platón, que se oponía diametralmente a esta teoría del origen y naturaleza de la civilización, se valió de las opiniones de los sofistas y de su manera de vivir para atacarlos.
Los tres sofistas más notables fueron: Protágoras, a quien ya mencionamos, y que provenía de la misma ciudad que Demócrito: Abdera, que parece haber sido el mayor centro de ilustración; Gorgias, de Leontini (Sicilia), e Hipias, de Elis (en el Peloponeso). Platón los calificó duramente, y mucho de lo que sabemos acerca de ellos está destinado a ilustrarnos acerca de la irresponsabilidad de sus enseñanzas y de la vulgaridad de su autopropaganda. Es dudoso que estas críticas estén bien fundadas. Protágoras dijo: El hombre es la medida de todas las cosas; por eso figura en la historia de la filosofía como representante del principio del subjetivismo en su forma más extrema. Gorgias dijo: La verdad no existe; pero, si existiera, no podría ser conocida, y si pudiera ser conocida, no podría ser comunicada. Se le considera como el prototipo del escéptico. Hipias, que tuvo fama de vanidoso, se distinguía por asistir a los juegos de Olimpia en traje de gala, confeccionado hasta en sus menores detalles con sus propias manos, y se creía preparado para disertar sobre cualquier tema, desde la astronomía hasta la historia antigua. Subjetivismo, escepticismo y vanidad, para no mencionar el afán de lucro, fueron los vicios de ios sofistas, a quienes Sócrates, según Platón, arrebató la conducción del pensamiento griego con el ejemplo de su vida y su conversación.
No es posible entrar en el análisis de las discusiones filosóficas surgidas de los ataques de Platón a los sofistas en una breve historia de la ciencia de Grecia; pero, desde el punto de vista del historiador de la ciencia, debemos decir algunas palabras de cada uno de los tres autores mencionados. Con respecto al primero, Protágoras, es sumamente dudoso que la cita que se le atribuye haya sido correctamente interpretada como una inflexible aseveración del principio del subjetivismo. Protágoras era legislador; a pedido de Pericles, redactó una constitución para la famosa colonia de Turios, en la Italia meridional, comunidad progresista que creía en la planificación, y empleó a un arquitecto pitagórico, Hipodamo de Mileto, para que la transformase en una ciudad modelo. El esclarecido legislador de esta comunidad consideraba las leyes como una creación humana. Compartía la opinión de su compatriota Demócrito sobre la evolución humana. Creía, como los filósofos jónicos, en el concepto contractual de la justicia; cuando dijo que el hombre era la medida de todas las cosas, es casi seguro que quería decir que las instituciones humanas debían adaptarse a las cambiantes necesidades del hombre. Esta idea era antema para Platón, quien pone en boca de Sócrates, en su República, la idea de que el concepto de justicia era eterno, y debía ser comprendido, no a través del estudio de la historia, sino de la razón pura. Éste, y no el principio del subjetivismo, parecería ser el verdadero fundamento de las diferencias entre Protágoras y el Sócrates de Platón.
Es difícil decir cómo debe interpretarse la opinión de Gorgias. Considerémoslo, por su apariencia, como expresión de un escepticismo extremo. En tal sentido, no puede de ningún modo ser considerado como producto del materialismo jónico. La filosofía natural de los jónicos dio a este escepticismo una respuesta mejor que la teoría ideal del Sócrates platónico. Los autores de los tratados hipocráticos estaban convencidos de que la verdad existe, de que puede ser conocida y de que puede ser comunicada. De este modo pensaban Empédocles, Anaxágoras y Demócrito. La tradición científica que ellos caracterizan es el único camino para establecer la objetividad de la verdad. Fue la escuela platónica la que no tardó en caer en un escepticismo que muy bien podría ser resumido en la fórmula de Gorgias. En esa época es la filosofía platónica, y no la tradición científica, la que alimenta el escepticismo.
En cuanto a Hipias, vestido enteramente con trajes hechos por él mismo, pues había fabricado hasta el anillo que llevaba en el dedo, ilustra a la perfección que la antigua tradición de la sabiduría incluía las técnicas. Hilandero, tejedor, curtidor, sastre, zapatero y herrero: todos unidos en su persona, lo hacen una muestra típica del sabio de las generaciones más antiguas, cuyos títulos de sabiduría no estaban reñidos con la habilidad y destreza de sus manos. Ya hemos dicho que era capaz de disertar sobre historia antigua. Es indudable que su concepción de la historia reconocería el papel de los oficios en el progreso humano.
LA REVOLUCIÓN SOCRÁTICA DEL PENSAMIENTO
Si resumimos las evidencias mencionadas en este capítulo, vemos que es completamente inadecuado considerar que los filósofos de la Antigüedad estaban siempre soñando con las cosas del cielo, en detrimento de la comprensión de los problemas humanos; y que es un error describir la revolución socrática del pensamiento como si fuera esencialmente la que trajo la filosofía «del cielo a la tierra». Sería más exacto enunciarlo de este modo: la escuela jónica de la filosofía natural proporcionó una explicación materialista de la evolución del cosmos; inculcó el ideal de la ciencia positiva y el imperio de la ley universal; aportó una descripción de la dinámica de la civilización, en la que el hombre, por la conquista de las técnicas, aparece como autor de su propio progreso; y sostuvo la teoría contractual de la justicia.

Sócrates, por su parte, desalentó la investigación de la naturaleza; sustituyó el ideal de la ciencia positiva por una teoría de ideas estrechamente vinculadas a la creencia en la inmortalidad del Alma, visitante temporal de una envoltura perecedera; trató de explicar teológicamente la Naturaleza y la historia de la humanidad por la providencia; y consideró a la Justicia como idea eterna, independiente del tiempo, lugar y circunstancias. En una palabra, Sócrates abandonó el enfoque científico de la naturaleza y el hombre, que había sido desarrollado por los pensadores de la escuela jónica, desde Tales hasta Demócrito, y lo sustituyó por una concepción religiosa que provenía de Pitágoras y Parménides. Más que a traer la filosofía del cielo a la tierra, se dedicó a persuadir al hombre de que debía vivir de modo tal, que a la muerte su alma volviera al cielo inmediatamente. Puede admitirse que hizo importantes contribuciones a la lógica. Aristóteles le reconoce el haber introducido los conceptos de inducción y definición, pero su dominio de estas artes fue desplegado solamente en las esferas de la ética y la política, y en ellas tuvo un carácter más bien metafísico que histórico. No hizo ninguna contribución a la ciencia.

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