domingo, 24 de diciembre de 2017

Benjamin Ferrington.-La ciencia griega Capitulo VIII Aristóteles

Nos hemos referido a Platón considerándolo como el primer filósofo cuya obra completa se ha conservado. Aristóteles fue a la vez un gran filósofo y un hombre de ciencia notable; y también su obra se ha conservado completa. Fuera de las obras hipocráticas, que difícilmente se pueden atribuir a autores determinados, y representan más bien a una escuela que a un hombre, la obra aristotélica es la primera colección de escritos científicos que ha sobrevivido. Aristóteles es el más antiguo hombre de ciencia griego cuyos trabajos pueden ser debidamente estudiados en su forma original. Desde Tales hasta Demócrito dependemos de fragmentos, de referencias posteriores y de comentarios; en cambio, de la pluma de Aristóteles han llegado hasta nosotros voluminosos tratados.
Sin embargo, aunque la obra de Platón y Aristóteles ha sobrevivido, muy diferente fue la suerte de ambos. Poseemos toda la obra de Platón, que él había preparado para publicar; sólo conjeturas podemos formular sobre los temas de sus clases en la Academia. Aristóteles escribió y publicó diálogos que se han perdido cuando era todavía miembro de la Academia. Lo que sí conservamos es la esencia de las clases que dio como director de su propia institución, el Liceo. La obra de Aristóteles que poseemos está compuesta de tratados técnicos; con excepción de pasajes aislados de interés general y de forma excepcionalmente elaborada, Aristóteles es menos legible que Platón.
Sin tener en cuenta a algunas obras menores, podemos clasificar los escritos de Aristóteles en cuatro temas: l.º) físicos, 2.º) lógicos y metafísicos, 3.º) éticos y políticos, 4.º) biológicos. Los tratados físicos son, desde el punto de vista de la ciencia moderna, los menos satisfactorios, se hallan bajo la influencia de la filosofía teológica de la Academia. Los tratados lógicos y metafísicos representan un gran esfuerzo de revisión crítica de su predecesores, especialmente de Platón. El verdadero resultado de la crítica aristotélica es la transformación de la teoría ideal en un instrumento para el estudio de la naturaleza. Para Aristóteles, las Ideas o Formas no existen fuera de la otra existencia. La ciencia consiste en hallar las Formas permanentes, que son la esencia de los fenómenos cambiantes de la naturaleza. No corresponde que nos ocupemos aquí directamente de sus tratados de ética y política, pero digamos que son de gran importancia, puesto que nos revelan los vínculos, numerosos e íntimos que hay entre la concepción aristotélica de la naturaleza y sus concepciones sobre la sociedad. Su contribución a la ciencia fue máxima en Biología. Se ha dicho que es la mayor contribución a la ciencia jamás hecha por hombre alguno.
Naturalmente, la historia del pensamiento de un hombre como Aristóteles, si pudiéramos obtenerla, sería de un interés extraordinario. Confiemos en que —a grandes rasgos— la poseamos en efecto, aunque sólo últimamente haya sido bien comprendida. Es de considerable interés. Pero, ¿cómo podemos cerciorarnos de que en verdad la conocemos? y ¿cómo permaneció ignorada tanto tiempo?
Compréndase que el interés por la historia del pensamiento de un individuo es un problema moderno. Platón nos ha legado un voluminoso relato de la vida y las conversaciones de Sócrates. En vano buscaremos en él una referencia inteligible respecto a la evolución del pensamiento de su héroe. Sócrates era el hombre más sabio que Platón había conocido. Éste lo hizo vehículo de su propia sabiduría; no fue para Sócrates lo que Boswell para Johnson. Plutarco también nos ha legado una galería de retratos de los grandes hombres de Grecia y Roma en la que no hubo lugar para nadie que no fuera general u hombre de estado. En el índice no figura ningún artista, ningún filósofo, ni ningún hombre de ciencia. No fueron lo que hoy entendemos por biografías las que escribió Plutarco, sino más bien historia militar y política desde un nuevo ángulo: el de los individuos participantes.
Lo mismo puede decirse de su imitador romano, Cornelio Nepote. La gran crisis del mundo griego, el derrumbe del paganismo y la evolución de la cristiandad, inauguró un cambio. En las Meditaciones de Marco Aurelio y en las Confesiones de San Agustín tenemos los elementos de historias del pensamiento, pero éstos no han dado grandes frutos. Cuando el mundo cristiano cobra forma volvemos a tener abundante literatura biográfica, pero las Vidas de los Santos no son sino en un sentido muy superficial historia del pensamiento de esos hombres. Son relatos esquematizados de la actividad de la gracia divina. El Humanismo fue el que señaló el nacimiento de la biografía en el sentido moderno.
Mucho antes de esto, sin embargo, Aristóteles —un Aristóteles sin desarrollo intelectual— había venido a ser parte de la cultura europea. Los escolásticos medievales elaboraron la teología cristiana sobre la base de la obra aristotélica. Los hombres de ciencia del Renacimiento aceptaron o rechazaron los conceptos de Aristóteles. En ambos casos, «Aristóteles» significaba todo lo que había sobrevivido con el nombre de Aristóteles. Toda su producción tuvo igual autoridad. Nadie supo en qué orden había sido escrita, ni se molestó en averiguarlo. Ésta es la razón de por qué la historia del pensamiento de Aristóteles no nos fue revelada.
La reconstrucción detallada del orden en que fue escrita la obra de Aristóteles, no es fácil, y probablemente es imposible. Aristóteles desarrolló para sus alumnos del Liceo una variada gama de temas, por espacio de muchos años. Los cursos de todos esos temas se gestaron bajo su dirección. Unos son anteriores a otros, y existen entre ellos muchas referencias recíprocas; sin embargo, su secuencia natural es clara. La buena acogida dispensada por W. D. Ross (Aristotle, página 19) al orden de composición sugerido por Werner Jaeger en su Aristóteles, constituye un juicio definitivo, dado lo autorizado de su opinión. En esa ordenación, el desarrollo intelectual de Aristóteles corresponde a los acontecimientos exteriores de su vida.
Aristóteles era hijo de un médico de la corte de Filipo II de Macedonia. Sin duda se esperaba que seguiría la carrera de su padre. Era casi seguro que, de acuerdo con la práctica de la época, sería iniciado en el arte de su progenitor. Si así fuera, de niño, habría tenido oportunidad de comprender el doble aspecto de la medicina hipocrática, que, como ya hemos visto, fue a la vez ciencia y técnica. Habría concebido el arte de curar como un cuerpo de ciencia positiva siempre creciente y, como a futuro practicante de ese arte, se le habría enseñado a hacer sangrías, a vendar heridas, a poner cataplasmas y a realizar muchas otras operaciones médicas simples. Más tarde, cuando tuviera alrededor de diecisiete años, se trasladaría a la Academia de Atenas para introducirse en un mundo intelectual y espiritualmente diferente. Allí recibiría una iniciación en matemática pitagórica, que probablemente iría seguida de una rigurosa práctica en dialéctica. Se le enseñaría a comprender las cosas como Parménides lo había aconsejado: no a través de los sentidos, sino a través del razonamiento. Aceptaría la máxima de Parménides, de que la lógica y la realidad se identifican. La meta de su ambición ya no sería conocer la naturaleza, sino lo absoluto, y meditaría largamente estas palabras de Sócrates en el Fedón: «Si hemos de saber algo totalmente, debemos estar libres del cuerpo, y contemplar la verdadera realidad sólo con la visión del alma».
Junto con esta iniciación a la filosofía idealista, Aristóteles aprendería en la Academia a despreciar las técnicas. Si en la niñez aprendió a usar sus manos para curar, allí se le enseñaría que emplearlas, aunque sólo sea en hacer modelos físicos de objetos matemáticos, era cosa vulgar de la que debía avergonzarse. Tal vez Aristóteles no necesitaba esta lección. Su aprendizaje anterior de cirugía no sería óbice para que participara del creciente prejuicio contra el trabajo manual en general. Lo importante para su carrera posterior de biólogo fue que por lo menos en esta especialidad no se avergonzó de usar sus manos.
Aristóteles permaneció casi veinte años en la Academia. Jaeger ha señalado que un pupilaje tan prolongado, en quien se distinguió por su originalidad, no tiene paralelo en la historia intelectual del hombre. Debemos recordar que Aristóteles era un autor reputado cuando todavía era miembro de la Academia. Ross nos recuerda que: «las escuelas antiguas de filosofía eran instituciones de hombres unidos por un espíritu común, que compartían las mismas opiniones fundamentales, pero que proseguían sus propias investigaciones con cierta independencia».
Es evidente que mientras Aristóteles era aún miembro de la Academia, criticó algunos aspectos del platonismo, y en el año 348, cuando murió Platón y la dirección de la Academia fue ocupada por su sobrino Espeusipo, las discrepancias de puntos de vista fueron aún más notables. Aristóteles lamentó la tendencia de la Academia a «desviar la filosofía hacia la matemática», y se alejó de ella. Tendría entonces treinta y siete años. Los trece años siguientes los pasó fuera de Atenas, principalmente en Assos y en Mitilene.
Muchas de sus investigaciones en biología pertenecen a esta época. Huyendo de Atenas y de la matemática, se refugió en Jonia y en la historia natural. ¡Ojalá supiéramos más de sus relaciones y de la potencia de la vieja tradición jónica! Después, en el 334, próximo a los cincuenta años, volvió a Atenas, y en el Liceo instaló su propia escuela. Durante los doce años siguientes, mientras dirigió el Liceo, completó la maravillosa obra que conocemos. En el 323 abandonó nuevamente Atenas, y al año siguiente murió. El conflicto íntimo que trasunta su obra, en destellos de drama espiritual bajo el frío exterior tecnicista, se debe a la combinación de su respeto por el idealismo platónico, con su devoción por la investigación positiva. Dice Ross: «Si nos preguntamos cuáles fueron las condiciones psicológicas más probables del orden en que Aristóteles escribió su obra, deberíamos responder que, verosímilmente, su obra refleja un alejamiento progresivo de la influencia platónica. Su evolución fue desde la abstracción hacia el interés profundo por los hechos concretos, tanto de la naturaleza como de la historia; y tuvo la convicción de que la “forma” y el significado del mundo han de encontrarse fuera de él, sino identificados con su “materia”».
Hace ciento cuarenta años, el famoso platonista Thomas Taylor resumió las diferencias generales entre ambos filósofos, haciendo notar que Aristóteles, aun cuando se ocupó de la teología, lo hizo con criterio materialista, en tanto que Platón consideró hasta los hechos materiales con criterio teológico. Esta física teológica de Platón fue expuesta en su famoso —o notorio— diálogo Timeo, que es a la vez el mejor premio a los tratados físicos de Aristóteles: parte primera y más platónica de las que conservamos de su obra.
Platón en este diálogo nos brinda su concepción del mundo, y constituye la culminación de la filosofía teológica de la tradición pitagórica. En él nos dice que el mundo fenoménico es imagen del mundo eterno, y que la bondad de Dios es la causa de la creación de este mundo fenoménico sobre el modelo del mundo eterno. En otras palabras, sus principales temas los constituyen la providencia y la teología. Argumenta a priori que el mundo es uno, que tiene la forma de una esfera perfecta, que necesariamente esta hecho de los cuatro elementos: Tierra, Aire, Fuego y Agua, y que tiene alma. Nos dice luego que los seres humanos están hechos igualmente con los cuatro elementos, y que asimismo contienen almas. Estas almas han sido instruidas divinamente en la ley moral del universo. El propósito de Dios, al dotar a los hombres de vista y oído, fue que pudieran aprender de la astronomía y la música el ejemplo de la ley y el orden, para utilizarlos en sus propias vidas.
El pasaje siguiente, que explica por qué el mundo tuvo que ser hecho de cuatro elementos, nos aclarará el significado de las palabras de Thomas Taylor, cuando dijo que Platón trataba a la física teológicamente. «Lo creado, siendo corpóreo, ha de ser visible y tangible. Sin el fuego, nada visible puede crearse; nada tangible, sin solidez; nada sólido, sin tierra. Dios, al principio de la creación, hizo el universo con fuego y tierra. Dos elementos no pueden unirse sin un tercero; debe existir el vínculo que los una… Si el universo hubiera podido ser un plano, cualquier elemento intermediario hubiera bastado para unirlo entre sí y consigo, pero como en realidad el universo hubo de ser sólido, y los sólidos siempre deben estar unidos, no por un elemento intermediario, sino por dos, por eso, Dios introdujo el agua y el aire entre la tierra y el fuego, y los hizo —en la medida en que fue posible— proporcionales unos a otros. El aire fue al agua, lo que el fuego al aire; y el agua a la tierra, lo que el aire al agua». La varita mágica de los matemáticos pitagóricos transformó la filosofía natural de los jónicos en teología.
La constitución de los seres humanos es tratada con el mismo criterio apriorístico, por lógica verbal. La patología de la mente y del cuerpo es deducida de la visión general de la estructura del universo, en la forma censurada mucho antes por el autor de De la Medicina antigua. A modo de final, la existencia de las mujeres y de los otros animales inferiores ¡se explica por una doctrina de degeneración progresiva de algunos hombres! «De los hombres creados al principio, los que observaron una conducta cobarde e injusta renacieron en la segunda generación como mujeres; por eso los dioses infundieron en esa oportunidad el deseo de copular. Las bestias que andan a cuatro patas descienden de los hombres completamente ignorantes de los temas de la filosofía y que no contemplaron jamás los cielos».
Al llegar a estos extremos, es probable que Platón ensayara una incursión en lo humorístico, pero debe señalarse que los dardos de su ingenio fueron dirigidos contra los antiguos pensadores jónicos. Anaximandro, anticipándose a conceptos modernos y basándose en evidencias, había sostenido que el hombre descendía del pez; paralelamente, Platón sostuvo que los peces eran descendientes de los hombres. «La cuarta clase de animales, los que viven en el agua, provienen de los hombres más necios» —y prosigue— «y si locos como Anaximandro se convirtieron en peces, otros filósofos se transformaron en pájaros. Los pájaros provienen de la deformación de hombres no dañinos, pero de escaso ingenio, que prestaban atención a las cosas de los cielos, pero que en su simplicidad suponían que la mejor evidencia era la del ojo».
Pero en el Timeo Platón no se limitó a protestar contra el uso de los sentidos, ni fue éste siquiera su objetivo principal. Su polémica contra la filosofía de los antiguos jónicos se extiende a la negación de las explicaciones de los fenómenos naturales que, como hemos visto, éstos habían deducido de la técnica; y las sustituye por explicaciones deducidas de la matemática pitagórica y de la lógica de Parménides. Platón no podía admitir conceptos tales como la solidificación, la licuefacción, la inflamación, la coalescencia, la condensación, etc., es decir, los procesos físicos que los hombres utilizan en las técnicas. Lo que ofreció en su reemplazo puede advertirse en el siguiente pasaje típico:
«Cuando se estableció el ordenamiento del universo, Dios comenzó a proyectar en figuras y números las formas del fuego, el agua, la tierra y el aire, que hasta entonces, aunque mostrando algunos vestigios de su estructura, estaban en el estado que puede esperarse de la ausencia de Dios. Hemos de aceptar como nuestro principio fundamental que Él los hizo como no lo fueron jamás, enteramente hermosos y buenos; tanto como pueden serlo. Lo que ahora debo descubriros es la estructura particular y el origen de cada uno de ellos. La argumentación será novedosa, pero vosotros habéis sido iniciados enrías ramas del conocimiento necesarias para comprender la explicación de mis proposiciones, y por eso seréis capaces de seguirme. Ante todo, es evidente para todos que el fuego, la tierra, el agua y el aire son cuerpos y, como tales, tienen volumen. El volumen está necesariamente limitado por superficies, y las superficies rectilíneas se componen de triángulos. Todos los triángulos derivan de dos; cada uno de éstos tiene un ángulo recto y dos agudos; uno de ellos tiene a cada lado un ángulo que es la mitad de un recto, comprendido entre lados iguales. El otro tiene a cada lado partes desiguales de un ángulo recto, comprendidas entre lados desiguales. Por eso, a medida que proseguimos nuestra argumentación, que combina la necesidad con la probabilidad, postulamos que ésta es la fuente del fuego y de los otros cuerpos. Las fuentes más recónditas que pudieran existir para estos cuerpos son conocidas sólo por Dios y por aquellos a quienes Dios ama». De esta manera, la naturaleza del fuego es explicada por las propiedades del triángulo escaleno. Tal argumentación es famosa en la historia; sin embargo, parece serlo menos que la de Plinio el Viejo acerca del papel del fuego en las técnicas.
Whitehead dice: «La característica más sobresaliente de la tradición filosófica europea es que consiste en una serie de anotaciones de la obra de Platón». Como la filosofía no nos incumbe aquí sino accidentalmente, no tenemos intención de discutir esta aseveración, y sólo deseamos prevenir contra el error de asignar a Platón tal importancia en la historia de la ciencia. Desde el punto de vista científico, el Timeo es una aberración.
Aristóteles, que nació en la época en que se dio a luz La República, era estudiante de la Academia a los veinte años, cuando se comenzaba a escribir el Timeo. Nos brinda esta obra la explicación del universo en que fue sistemáticamente educado. Hemos visto en el capítulo anterior cómo contribuyó Aristóteles a elaborar la astronomía teológica de Platón. Toda su física está también inspirada y viciada por el ideal platónico. No negaremos que haya en sus obras argumentos agudos: podemos recomendar a los lectores el capítulo VIII del libro II de la Física, donde demuestra el carácter teológico de la naturaleza; si no convincente, es, por lo menos, interesante. No falta la crítica de sus predecesores, que alcanza aun a Parménides y a Platón. Pero es el espíritu de ellos el que preside la obra. Es lo que Bacon llamaba disquisiciones; mas el lector moderno quiere evidencias, no argumentaciones.
Nur das Beispiel führt zum Licht;
Vieles Reden thut es nicht.
Lo mismo puede decirse de los otros tratados físicos. El principio fundamental de Platón fue siempre que Dios había configurado las cosas para que fueran, en la medida de sus posibilidades, bellas y buenas. Sustituyendo a Dios por la naturaleza, ésta es la misma teleología que inspira, por ejemplo, el tratado de Aristóteles, De los cielos. El cielo es una esfera porque la esfera es una forma perfecta; describe un círculo, porque sólo el movimiento circular, por no tener principio ni fin, es eterno; y así sucesivamente. De los cielos es un ejercicio muy a la manera del Timeo.
Como ya hemos visto, Aristóteles se convenció cada vez más de la necesidad de la observación, y de la primacía de la clara evidencia de los sentidos, sobre cualquier argumento, aunque éste pareciera aceptable. Se pone en boca de Sócrates, en el Fedón, lo siguiente: «He resuelto refugiarme en los argumentos contra la confusión de los sentidos, para llegar por los argumentos a la determinación de la verdad de la realidad». No sin titubeos, Aristóteles invirtió los términos y confirió la primacía a la evidencia sensorial, cuando ésta prometía más exactitud.
Paralelamente, la observación muestra una firme tendencia a aumentar en sus tratados de física. La Meteorología es posterior entre sus trabajos de física, como se evidencia en el hecho de que el libro I comienza con un resumen del contenido de los trabajos anteriores, es decir, de la Física, el tratado De los cielos y De la generación y la corrupción. Ross, señalando que el contenido de este último tratado «llega a ser en gran parte estéril por la teorización apriorística», con justicia destaca, sin embargo, que «a través de toda la obra hay pruebas de una muy considerable dosis de observación».
En apoyo de esto citamos a continuación sus observaciones sobre el arco iris lunar, «El arco iris se ve de día, y anteriormente se pensó que nunca aparecería de noche como arco iris lunar. Esta opinión era debida a que este fenómeno se produce muy rara vez. No fue, pues, observado, porque aun cuando sucede, ello es poco común. La razón de esto es que los colores no son fáciles de ver en la oscuridad, y que muchos otros factores deben coincidir, y todos ellos en un solo día del mes. Porque, para que haya arco iris lunar, debe haber luna llena, y ésta debe estar saliendo o poniéndose. Por eso, sólo en dos ocasiones hemos visto el arco iris lunar, en más de cincuenta años».
Como ya hemos señalado, el problema de las pretensiones rivales de los sentidos y la razón ocupó la atención de Platón durante toda su vida, y en sus diálogos Teeteto y Sofista contribuyó notablemente a resolverlo. Este problema también perturbó a Aristóteles a través de todos sus trabajos sobre temas de física. En realidad, fue la fuerza conductora de su pensamiento en formación. En la segunda gran sección de su obra, los tratados de metafísica y lógica, encontramos su respuesta a él.
Quizá sea natural que quienes están especialmente interesados en el incremento del conocimiento científico positivo consideren este problema con relativa impaciencia. Esta impaciencia es injustificada, porque la aparición de la idea de ciencia positiva trae aparejado, necesariamente, el problema de la validez del conocimiento. Tan pronto como los hombres consideran conscientemente el problema del Ser (de la existencia), se plantean inevitablemente el nuevo problema del Saber (de la conciencia). Lo que se aprehende por el pensamiento no es el dato directo de los sentidos; así, si llamamos por el único nombre de estrellas a un centenar de objetos que se hallan a la vista, lo hacemos por lo que ellas tienen de común, aunque todas son diferentes. Tan pronto como tratamos de definir lo que ellas tienen de común, hemos comenzado a filosofar. Si decimos con Tales, que todo lo que existe es Agua, nos hemos sumergido aún más profundamente en la metafísica. Las estrellas difieren en posición, pero son cosas más o menos semejantes; mas, ¿qué tienen de común el Agua, la Tierra, el Fuego y el Aire para que intentemos establecer una identidad en cosas tan manifiestamente diferentes? Prosiguiendo con esos problemas, la mente pronto crea por sí misma todo un edificio de conceptos, por medio de los cuales busca comprender a la naturaleza. El problema del Ser ha dado origen al problema del Saber.
La teoría de las Ideas, que asociamos al nombre del Sócrates platónico, fue un intento por resolver el problema del conocimiento. Saber cosas significa clasificarlas, esto es: definir lo que es esencial en ellas, cuál es su Idea o Forma. Esta Idea o Forma es el aspecto permanente e inteligible de las cosas. Como lo enseñó Heráclito, todo está en estado de fluir; pero lo que en verdad fluye, lo que cambia, es el elemento sensible de las cosas. El aspecto inteligible, la Idea, subsiste. Sólo la Idea tiene validez para el pensamiento.
Platón confiere a la Idea una existencia separada de la suya propia. Atribuye a la Idea una existencia real, y enseña que la única ciencia valedera es el conocimiento de las Ideas. Enseña que del mundo cambiante de los sentidos no debemos esperar formamos más que una correcta opinión».
Esta teoría idealista tiene sus aspectos religiosos, pues está vinculada con la creencia en la inmortalidad del alma. El alma inmortal, antes de incorporarse al cuerpo del hombre cuando nace, conoció los modelos eternos, o arquetipos, de las cosas. El cuerpo, con sus oscuras sensaciones, hace conocer solamente el fluir del mundo fenoménico.
La Teoría Idealista, tal como lo sostiene el autor de este libro, tuvo también su aspecto social. Fue una teoría de la clase ociosa. Fue una teoría sólo posible en hombres que pensaban en las cosas, pero que no actuaban sobre ellas. La Idea se separó de las cosas cuando el pensador se alejó del operario. Bacon observó este hecho y lo definió claramente. Llamó «leyes de acción simple» a las Formas de las cosas, y se empeñó en encontrar una ciencia que capacitara al hombre para actuar sobre la materia.
Ahora bien, el anhelo de actuar sobre la materia rara vez aparece en las obras de Aristóteles, exceptuando dos de ellas, la Mecánica, y el libro IV de la Meteorología, que trataremos más adelante, y que a causa de su tendencia práctica ha sido tenido por apócrifo. Desde el punto de vista práctico, la Teoría Idealista era inobjetable para ellos. Lo que molestó en cierto grado a Platón y desveló a Aristóteles fue que suponía abandonar el intento de establecer una ciencia de la naturaleza, y constituía un obstáculo insuperable para ello. La visión del alma podía informarnos del mundo de las Formas, pero sólo los ojos podían aportar los datos necesarios para una ciencia de la Naturaleza.
La consecuencia del último pensamiento de Platón acerca de este problema fue un abandono tácito de la teoría de las Ideas, y su reemplazo por la distinción entre mente y materia. Platón tuvo el concepto de un mundo material, ya inmóvil, ya desordenado; enfrentada a éste, puso la Mente, que es la fuente de la vida y del pensamiento ordenado, y que da a la materia armonía, proporción e inteligibilidad. A esta división de la naturaleza en materia y mente corresponde la división del hombre en cuerpo y alma.
El mismo problema fue retomado por Aristóteles en su Metafísica. La obra es una investigación sobre la naturaleza de la realidad, y como Aristóteles estaba poniendo en práctica «un paulatino alejamiento de la influencia de Platón», el principal problema a considerar fue si las Formas platónicas existían, y en qué sentido. Su respuesta fue, para ser breves, que las Formas existen, pero siempre en inseparable unión con la materia. La hipostatización de las Ideas fue dejada a un lado y la Materia y la Forma aparecen como dos aspectos de la existencia.
Esto fue un gran progreso de la teoría idealista. El problema se aproxima aún más a la solución al ser englobado en una cuestión más amplia: la discusión general de la causa. Aristóteles se distingue de Platón en que más a menudo aludió a sus predecesores jónicos, sin olvidar siquiera el temido nombre de Demócrito. Trató de colocar en su marco histórico a la doctrina de la Academia y al desarrollo que de ella hizo. En toda la evolución del pensamiento sobre la naturaleza de las cosas, que va desde Tales hasta él mismo, Aristóteles, ve avanzar una cuádruple teoría de la causa. Los jónicos, con su búsqueda de un Primer Principio, trataban de encontrar la causa material de las cosas; los pitagóricos, con su insistencia en el número, aludían a la causa formal; Heráclito, con el papel activo que asigna al Fuego, y Empédocles, con su doctrina del Amor y del Odio, se preocuparon por hallar la causa eficiente. Sócrates, al sostener que la razón de que las cosas sean así, y no de otro modo, es que lo mejor es que queden como están, sugería la causa final. Toda explicación adecuada de la naturaleza debe reconocer este cuádruple carácter de la causa.
Esta nueva doctrina de la causa apenas hizo justicia al rico contenido experimental de las enseñanzas de los filósofos anteriores, pero facilitó el camino para nuevos avances en otros terrenos. Aristóteles creó, casi ab initio, una nueva ciencia, o técnica: la lógica. El objeto de esta ciencia fue determinar los límites de la validez del razonamiento, para llegar al conocimiento y la expresión de la realidad.
Mientras predominó la doctrina platónica de las Ideas no fue posible que se desarrollara la ciencia lógica, pues Platón no llenó el vacío existente entre las Ideas (único objeto de la verdadera ciencia) y el mundo fenoménico, que está fuera del alcance de la ciencia. La lógica de Platón no podía revelar el mundo natural. En cambio, Aristóteles comprendió que la Idea no tenía existencia por sí misma, sino que lo que en verdad existe son cosas individuales concretas, unión de materia y forma. La única realidad es la «forma inmaterializada», puesto que la Forma, por no tener existencia separada, no puede ser aprehendida sino por el estudio de las cosas.
Para llegar a lo universal debemos estudiar lo particular; éste es el verdadero problema de la lógica.
Ahora bien, ¿cuáles son los procesos válidos para llegar a lo universal por el estudio de lo particular? ¿Cómo podemos encontrar la Forma en la Materia? Y en caso de encontrarla, ¿cómo podemos válidamente tratarla, utilizarla y extraer conclusiones de ella? Las doctrinas aristotélicas de la Inducción, la Definición y la Deducción, con todas las diversas formas del Silogismo, fueron la respuesta a esos nuevos interrogantes. La lógica de Aristóteles promovió el conocimiento del mundo material tal cual es; no contribuyó a cambiarlo.
Una evolución paralela se produjo en psicología. Así como la Materia y la Forma no podían tener existencia separada en el universo, tampoco en este microcosmos que es el hombre, el cuerpo y el alma podían existir independientemente uno de otro. Ya no se consideró al alma como a un extraño aprisionado temporalmente en el cuerpo, sino que alma y cuerpo fueron dos aspectos del ser vivo. La actividad de la mente no era diferente ni opuesta a la actividad de los sentidos, sino que, sin solución de continuidad, eran partes del mismo proceso vital.
Aristóteles, en su tratado Del alma analiza con perspicacia las bases fisiológicas de las diversas actividades del alma: imaginación, memoria, ensueños y pasiones. Para Aristóteles, los procesas mentales se convirtieron en psicofísicos. Este proceso debió haberse cumplido implicando la negación de la inmortalidad del alma. Pero Aristóteles demuestra a este respecto una reticencia particular. Una sola actividad del alma era para él puramente psíquica; hela aquí: las enseñanzas de sus Metafísica y Lógica habían reivindicado la pretensión de que podía existir una verdadera ciencia de la naturaleza, y de que fuera posible aplicar a las cosas un pensamiento valedero; pero también era posible pensar en el pensamiento. El pensamiento acerca del pensamiento no tenía contenido material alguno, sino sólo formal. Aristóteles pensaba, por eso, que ésta era la más noble actividad de la mente. El hombre, en la medida en que es capaz de esta actividad, puede llamarse inmortal. Pensando en el pensamiento, la parte eterna del hombre se vincula a lo eterno. La parte del alma que piensa en el pensamiento no puede morir. En una frase noble y patética de su Ética, Aristóteles incita al hombre mortal a ser «tan inmortal como le sea posible». La frase, al menos, es inmortal, en el sentido que nosotros los mortales damos a la inmortalidad.
El efecto de la crítica aristotélica a la teoría de las Ideas fue que hizo posible de nuevo la ciencia de la naturaleza. Negando existencia separada a la Idea, afirmando que la Idea existe sólo en la medida en que está incorporada al mundo material, hizo posible que la Idea proporcionara el conocimiento de las apariencias. La tarea del investigador fue descubrir las Formas en el mundo material. Esta nueva concepción de las relaciones entre el Ser y el Conocer proporcionó las bases de su obra de biología, a la que dedicó los últimos doce años de su vida.
Publicó gran cantidad de trabajos referentes a ella; los más importantes son: Historia de los animales, De las partes de los animales y De la generación de los animales, basadas en parte en informaciones de segunda mano y en parte en la investigación personal. Menciona alrededor de 500 clases diferentes de animales. Disecó personalmente alrededor de 50 tipos diferentes. Y aquí tuvo buena ocasión para aplicar su novedosa lógica. La tarea de clasificar al reino animal de acuerdo con sus géneros y especies no fue sino la tarea de descubrir las Formas de la Materia. La biología fue el terreno prefigurado para la aplicación de la lógica aristotélica. No se trataba de modificar a las plantas ni a los animales. Su lógica no tuvo aplicación fructífera en la práctica química, salvo que le pertenezca el libro IV de la Meteorología (véase cap. VII).
Al dedicarse a las investigaciones biológicas, revela nuevamente conciencia de su alejamiento de la tradición de la Academia, a la que tan estrechamente se había ceñido en sus tratados físicos. Siente necesidad de defender sus innovaciones, pero su defensa es ahora firme y confiada. Escribe: «Los objetos naturales pertenecen a dos grandes clases: los inmortales, que no tienen principio ni fin, y los que están sujetos a la degeneración y a la decadencia. Los primeros son dignos de honrarse, pues son divinos, pero están menos al alcance de nuestra observación. Toda nuestra especulación sobre ellos, y nuestra aspiración a conocerlos, sólo en muy raras ocasiones pueden ser confirmadas por la percepción directa. Cuando dirigimos nuestra atención hacia las plantas y los animales perecederos, nos sentimos más capaces de llegar a conocerlos, pues habitamos su mismo mundo. Cualquiera que desee tomarse el trabajo necesario, puede aprender mucho de todas las especies que existen. Ambas investigaciones tienen su encanto. En el caso de los cuerpos celestes, poco podemos saber de su existencia, pues tan lejanos están de nuestro alcance; sin embargo, la veneración que se les tiene confiere a nuestro conocimiento de ellos un grado de placer mayor que el de cualquiera de las cosas que están a nuestro alcance: del mismo modo que para un amante es preferible la mirada casual y fugaz de su amada a la visión completa de muchas otras cosas apreciables. Pero los objetos terrestres tienen la ventaja, desde el punto de vista científico, de nuestro mejor y más completo conocimiento de ellos. En verdad, su vecindad a nosotros y nuestro parentesco pareciera que neutralizan los idéales de la filosofía divina, y, como ya he expresado mi opinión en el problema anterior, me resta tratar la biología, evitando las omisiones todo lo posible, sea grande o pequeño el honor en que ésta es tenida» (De las partes de los animales, I, 5). Este interesante pasaje, que habríamos deseado transcribir más extensamente si tuviéramos espacio, confirma la opinión de que la obra biológica, además de aparecer más tarde que la obra física, es la consecuencia de una nueva posición frente a la naturaleza y la observación.
Al mismo tiempo, en su búsqueda de las Formas en la naturaleza, Aristóteles conservó el método teleológico de interpretación, método que no tiene el apoyo de los biólogos más modernos. Aristóteles había distinguido cuidadosamente la causa Formal de la causa Final. En realidad, ambos conceptos se hallan estrechamente vinculados; las formas representan el aspecto inteligible de la naturaleza, su diseño al natural, a la vez que constituyen el elemento vivo. La Materia es inerte, pasiva; las Formas son activas e impulsan a la naturaleza a modelarse en ellas. La actividad toda de la naturaleza consiste en un extraer el orden del caos, imprimiendo la Forma en la Materia. En síntesis; las Formas no son más que un sinónimo de la Providencia o Dios, con lo que en última instancia la causa Final es indistinguible de la causa Formal.
De este modo reaparece con un ropaje más seductor el viejo modo socrático de explicación, según el cual las cosas son como son porque es para bien que así sean. Nos será de gran ayuda ilustrar lo que se acaba de decir. Elegiremos un ejemplo que otra vez ilustrará la gran divergencia que hay entre la visión de la naturaleza que dan los jónicos y la de los socráticos.
Ya nos hemos referido a la opinión de Anaxágoras, quien decía que fue la posesión de las manos la que hizo al hombre el más inteligente de los animales. Esta opinión lleva involucrada en sí la comprensión del papel de las técnicas en la evolución humana. Escuchemos ahora el argumento con el cual Aristóteles rechaza esta opinión: «De todos los animales, sólo el hombre es erecto, porque su naturaleza y su existencia son divinas. Pensar, ejercitar la inteligencia, es la característica de lo más divino. Esto no es fácil si gran parte del cuerpo está situada en el segmento superior, pues el peso hace perezoso el ejercicio del pensamiento y de la percepción. Por consiguiente, si el peso y el elemento corporal aumentan, los cuerpos deben inclinarse hacia la tierra; entonces, para mayor seguridad, la naturaleza debe sustituir las manos y los brazos por patas delanteras, y de ese modo se originan los cuadrúpedos… Pero, siendo el hombre erecto, no tiene necesidad de patas delanteras; en lugar de ellas, la naturaleza le ha dado brazos y manos. Anaxágoras había dicho que la posesión de las manos había hecho al hombre el más inteligente de los animales. Lo probable es que obtuviera las manos por ser el más inteligente de los animales, porque las manos son herramientas, y la naturaleza, como un hombre inteligente, distribuye las herramientas entre aquellos que pueden usarlas. Es más natural dar una flauta a un auténtico flautista que dar la habilidad de tocarla al hombre que tenga tal flauta; porque esto es agregar lo menor a lo mayor y más excelente, en lugar de añadir lo mayor y más precioso a lo menor. Si, entonces, es mejor que sea así, y si la naturaleza hace siempre lo mejor de lo posible, el hombre no es sabio porque posea manos, sino que, por ser el más sabio de los animales, tiene manos» (De las partes de los animales, IV, 10).
Esto no es más que el Timeo de nuevo. Es sorprendente encontrar este pasaje insertado en la obra biológica de los últimos años de su vida. Es muy probable que haya sido escrito antes, pero no hay parte de los escritos de Aristóteles en que las concepciones del Timeo no puedan repetirse.
Esta cuestión de las manos sirve también para iniciar nuestro último punto. Siguiendo la subdivisión que hicimos en el capítulo en que estudiamos a Platón, hemos discutido hasta ahora la posición de Aristóteles frente a la Astronomía y a lo que los antiguos llamaron física, y hemos visto que significó sólo un avance vacilante y superficial sobre Platón. En segundo lugar, hemos examinado su actitud frente a la investigación por la observación, y hemos encontrado que en sus estudios biológicos ha dado un gran paso adelante. Ahora bien, ¿cuál fue su actitud frente al tercer punto, aquel que se refiere al papel de las técnicas en la sociedad, y a si ellas suministran conceptos para la interpretación de la naturaleza?
Una de las más antiguas, y en muchos conceptos la mejor historia de los precursores de la ciencia griega, proviene del primer libro de Aristóteles, su Metafísica o Teología, como él mismo la llamó. Aquí es gracioso señalar su preocupación por disociar el origen de esta rama de la filosofía, de la producción, de las técnicas. «Que no es una ciencia productiva —escribe— se hace evidente además por las consideraciones de los filósofos más antiguos. Porque los hombres fueron impulsados a estudiar la filosofía, como lo son hoy en día, llevados por la curiosidad. Al principio, se maravillaron con los problemas superficiales; luego progresaron gradualmente maravillándose con dificultades cada vez mayores, por ejemplo: el comportamiento de la luna, los fenómenos del sol y el origen del universo. Ahora bien, el que se asombra y se maravilla se cree un ignorante; por consiguiente, aun el adorador de los mitos es, en cierto sentido, un filósofo, pues un mito es un tejido de enigmas. De ese modo, si se dedicaron a la filosofía para huir de la ignorancia, es evidente que persiguieron la ciencia por el conocimiento mismo, y no con fines utilitarios. Esto es confirmado por el curso de la evolución histórica misma, porque casi todas las exigencias de la comodidad y del refinamiento social habían sido ya aseguradas antes de que comenzara esta forma de cultura. Por eso, es natural que no le atribuyamos ninguna aplicación ulterior. Del mismo modo que calificamos de libre al hombre que vive para sus propios fines, y no para los de otros, así podemos decir de ésta, que es la única ciencia libre del hombre. De todas las ciencias, sólo ella existe por sí misma». Su principal peculiaridad es evidente: que la filosofía es respectó a las ciencias prácticas lo que un hombre libre es respecto a sus esclavos.
Nuevamente, refiriéndose al mismo tema, Aristóteles escribe: «Es natural que en los tiempos más remotos fuese universalmente admirado el inventor de cualquier arte que vaya más allá de las percepciones sensoriales comunes de la humanidad, no sólo por la utilidad que se pudiera encontrar en sus invenciones, sino por la sabiduría que le distinguió de los otros hombres. Pero cuando un buen número de artes ha sido inventado, y algunas de ellas se ocupan de las necesidades y otras de los refinamientos sociales, los inventores de las segundas han sido, como es natural, considerados siempre más sabios que los otros, pues su conocimiento no tenía una utilidad inmediata. Por eso, cuando todo esto había sido ya satisfecho, fueron descubiertas aquellas ciencias que no trataban de las necesidades ni de los placeres de la vida, y esto se produjo primero en los lugares donde el hombre estaba ocioso; por eso, las artes matemáticas fueron concebidas primero en Egipto, pues en este país la casta sacerdotal se entregaba al ocio». De nuevo merece subrayarse el punto principal: que debemos el comienzo del verdadero conocimiento de la realidad a los sacerdotes ociosos de Egipto, y no a los técnicos que descubrieron cómo hacer las cosas.
La importancia que Aristóteles asignó a esta nueva concepción de la naturaleza por la clase ociosa —que llamó Filosofía Primera o Teología— lo condujo a ciertos juicios antihistóricos que contradicen las opiniones de los pensadores antiguos. He aquí algunos:
1.º Aristóteles sostiene que las artes matemáticas fueron inventadas por vez primera en Egipto, porque allí los sacerdotes se entregaban al ocio. La opinión de Herodoto (II, 109), umversalmente aceptada en nuestro tiempo, es que la geometría surgió en Egipto debido a la necesidad de jalonar la tierra después de cada inundación del Nilo.
2.º Aristóteles nos dice que los inventores de los refinamientos de la vida fueron siempre considerados más sabios que los inventores de los utensilios, porque sus invenciones no eran útiles. Platón nos aclara que la concepción de los jónicos era muy diferente, pues nos asegura que los jónicos consideraban como las más importantes de las artes a aquéllas que ayudaban al hombre a complementar e imitar a la naturaleza, tales como la medicina y la agricultura.
3.º Pero la característica más atrayente de todo este pasaje es que, en su deseo de atribuir el origen de la verdadera Filosofía, Aristóteles nos revela que él cree que la ciencia aplicada ya ha cumplido su cometido. Sólo la Metafísica es posible porque: «Casi todas las exigencias de la comodidad y el refinamiento social habían sido aseguradas», porque «todo lo que a eso se refiere había sido ya provisto». La idea de una explotación más efectiva de la naturaleza en beneficio de la humanidad no existía para Aristóteles. El hecho de que las comodidades y los refinamientos estén disponibles sólo para pocos, no se analiza.
Esta concepción no se refleja solamente en sus obras filosóficas y científicas, sino que impregna toda su filosofía política, que únicamente se ocupa del gobierno de los hombres. El problema fundamental es contar con una clase trabajadora fácil de manejar. Aristóteles ambicionaba la desaparición de la clase trabajadora libre y el establecimiento universal de una relación de amo a esclavo. Esto —nos dice— es la finalidad de la Naturaleza; sólo porque la naturaleza no es en un ciento por ciento infalible, no produce dos tipos de hombres físicamente distintos. Cuando el hombre de estado, instruido en la concepción aristotélica, ayude a la naturaleza a realizar su intención; cuando los hombres nazcan en realidad e inequívocamente Amos o Esclavos, o sean divididos por la sociedad en esas dos clases, la clase ociosa estará en libertad de entregarse a los más nobles ejercicios de la inteligencia, a saber: la Metafísica, la Filosofía Primera y la Teología. De este modo, gracias a la existencia de la clase de los esclavos, la clase dirigente estará posibilitada para cumplir el imperativo de «ser tan inmortal como fuese posible» y pensar acerca de los pensamientos, no acerca de las cosas. Hasta la inmortalidad se convierte así en un privilegio de clase.
El fracaso de Aristóteles, tutor de Alejandro, en impulsar un mayor progreso en las técnicas es un reflejo del fracaso general de la sociedad de esa época. Rostovtzeff, en su Mundo helenístico (pág. 1166 y sigts.), analiza este fenómeno. Este autor nos habla de la ineptitud para aclimatar plantas y animales y para aprovechar los yacimientos petrolíferos mesopotánicos y el betún del Mar Muerto; de la falta de progresos técnicos en la agricultura y en la metalurgia; de la incapacidad de descubrir algún perfeccionamiento en los métodos de extracción de minerales, que no fuera la intensificación del trabajo forzado, y el estancamiento de la industria textil en un nivel prehelénico.
Es un cuadro triste, pero es la réplica precisa de las enseñanzas de La República y Las Leyes, de Platón, y de la Metafísica de Aristóteles. El marasmo de la ciencia helénica es sólo un aspecto del estancamiento de la sociedad griega.

NOTA. Acerca de las opiniones de Aristóteles sobre la esclavitud, véase en especial su Política, libro I, capítulos IV-VII.

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