En los capítulos precedentes nos hemos esforzado por extraer de nuevo
el significado de la historia de la ciencia en el mundo antiguo y,
especialmente, en el período de formación del pensamiento griego. El tema es
difícil, y las opiniones se hallan divididas. Nos ocuparemos en este capítulo
de aclarar, en la medida que nos sea posible, cuáles son exactamente las
enseñanzas que vemos en él para el mundo moderno.
En primer lugar, sostenemos que la actividad humana que llamamos
ciencia no se origina como un modo de pensar en las cosas para que seamos
capaces de dar verbalmente respuestas satisfactorias a cualquier problema que
pudiera surgir, sino como un modo de pensar en las cosas para ser capaces de
manipularlas al servicio de fines deseados. El pensamiento científico se
distingue de otros modos de pensamiento porque demuestra su validez en la
práctica. Nuestra opinión en este tema puede ser expresada con las palabras de
un escritor francés cuya obra parece no haber sido comprendida en Gran Bretaña.
«Al mismo tiempo que la idea religiosa —dice Félix Sartiaux—, pero
mucho más lentamente, porque requiere esfuerzo mucho mayor, la idea de ciencia
se separa de la mentalidad mágico-mística del hombre primitivo. Manipulando
herramientas o haciendo objetos con fines previstos, el hombre, a pesar de su
tendencia a representar las cosas según su propia imagen, hace distinciones, se
forma ideas de clases y observa relaciones que no dependen de su imaginación.
De este modo, acaba por saber que las cosas no suceden como ios ritos las
representan y que no se comportan como los espíritus. Si se atuviera a sus
sueños religiosos y mágico-religiosos, nunca podría haber hecho nada. Pero, en verdad,
desde los tiempos más remotos mata animales, y muy pronto los domestica;
cultiva las plantas; extrae metales de los minerales y hace objetos para fines
que ha establecido previamente. Estas acciones, cualesquiera fuesen las
representaciones que las acompañan, tuvieron éxito. En consecuencia,
conscientemente o no, el hombre establece relaciones y se somete a ellas. La
existencia de técnicas que se remontan a la era paleolítica muestra que
existen, aun en el pensamiento más primitivo, señales de un espíritu
científico».[1]
En la antigua civilización del Cercano Oriente, este modo de
pensamiento científico difícilmente logró extenderse más allá de las técnicas
mismas, pero coexistió con una interpretación mitológica del universo. Esta
interpretación mitológica del universo fue desarrollada y transmitida por las
corporaciones de sacerdotes, y tenía finalidad política. Los técnicos —cuya
práctica contenía el germen de la ciencia— estaban ocupados en manipular la
materia; los sacerdotes, sobre cuyos hombros descansaba el mantenimiento de la
estructura social, estaban particularmente ocupados en controlar a los hombres.
Y la necesidad de controlar a los hombres implicaba el mantenimiento de la
interpretación mitológica de los grandes fenómenos de la naturaleza: los
movimientos de los cuerpos celestes, los cambios de las estaciones, de la
vegetación, y las irregularidades o cataclismos de la naturaleza.
La originalidad específica de los pensadores jónicos fue que aplicaron
a la interpretación de los movimientos de los cuerpos celestes y a los grandes
fenómenos de la naturaleza modos de pensar derivados de su dominio de las
técnicas. Circunstancias políticas favorables hicieron que esto fuera posible.
Los jónicos representan un nuevo elemento social: una nueva clase de
industriales y comerciantes, que trajo una paz temporaria y la prosperidad a
las comunidades consumidas por las luchas entre la aristocracia terrateniente y
los campesinos desposeídos. Siendo dominantes en la sociedad, es natural que su
modo de pensar también lo fuera; mientras estaban seguros de poseer el poder
político, no dudaron en ridiculizar las viejas explicaciones mitológicas de la
naturaleza, e intentaron sustituir las explicaciones de «las cosas de arriba»
por las suyas, derivadas de la experiencia práctica en «las cosas de abajo».
Las bases económicas de este modo de concebir el mundo fueron
introducidas en el Ática a comienzos del siglo VI, por Solón. Éste
fue un comerciante que estaba llamado a salvar a Atenas del desesperante impasse en
que había caído durante las luchas habituales entre los terratenientes y los
campesinos. Con la introducción de las técnicas industriales y su intento de
asegurar que cada ateniense enseñara un oficio a su hijo, proporciona otra
alternativa económica a la anterior, basada en la posesión de la tierra.
Entonces, cuando Atenas se convirtió en una democracia, era una ciudad
mercantil e industrial en el seno de una región agrícola.
Dice W. H. S. Jones que «es interesante hacer notar que las artes
fueron distinguidas de las ciencias sólo cuando el pensamiento griego hubo
pasado su cenit».[2] A mediados del
gran siglo V, en el auge de la Edad de Pericles, esta distinción aún no había sido
hecha en Atenas. Fue la época en que un obrero escultor, como Fidias, o un
obrero arquitecto, como Ictino, honraban a la mejor sociedad. Ésta es la
concepción que se refleja en las obras más notables de la literatura de la
época.
Esquilo, por ejemplo, que escribió antes de mediados de dicho siglo,
puso en boca de Prometeo —quien había robado a Júpiter el fuego del cielo— un
espléndido relato imaginario del papel de las técnicas en el desarrollo de la
sociedad humana. El hombre —hace decir a Prometeo— fue al principio tan
ignorante como una criatura. Tenía ojos pero no podía ver; tenía oídos pero no
podía oír, y vivía en un mundo onírico de ilusiones, hasta que Prometeo lo dotó
de mente y del don de la comprensión. ¿En qué consistió este don de la
comprensión? En que mientras el hombre había vivido hasta entonces como un
insecto, en oscuras cuevas subterráneas, sin saber hacer ladrillos ni conocer
la carpintería, ahora vive en casas bien construidas que miran al sol. Antes no
podía prever la llegada del invierno, la primavera o el verano. Ahora había
aprendido a leer en las estrellas y se había preparado un calendario.
Anteriormente no sabía contar ni escribir, ahora tenía un sistema de
números y un alfabeto; antes trabajaba como una bestia de carga, ahora había
dominado a los animales salvajes que llevaban bultos y arneses; antes no sabía
cómo cruzar los mares, curarse cuando se enfermaba o predecir el futuro, ahora
tiene veleros, remedios vegetales y un arte de la adivinación; y para coronarlo
todo, había traído de lugares ocultos en la tierra aquellos tesoros enterrados:
el oro, la plata, el bronce y el hierro.[3] Tal es la descripción del
crecimiento de la civilización que nos legara Esquilo. Para éste, las
conquistas de la técnica son enteramente identificables con el crecimiento de
la inteligencia. La idea de ciencia no aplicada no pasó por su mente.
Pocos años más tarde, Sófocles, en un famoso coro de su Antígona,
retoma el tema de la inventiva técnica del hombre. Las maravillas son muchas
—canta—, pero nada es más maravilloso que el hombre mismo. Él es el poder que
cruza el blanco mar. Hace uso de los vientos tormentosos para que lo lleven
lejos entre olas que amenazan engullirlo. Año tras año, la mula, el nuevo y
fuerte animal que ha derivado del caballo, arrastra sus arados a través de los
campos de la Tierra, el más viejo de los dioses. Con sus trampas, por su
sabiduría superior, caza los pájaros, las bestias y los peces de las
profundidades. Domestica el crinoso caballo y el infatigable toro, que pone
bajo el yugo. Ha aprendido por sí mismo a hablar y a pensar. Ha aprendido de
igual modo a conducirse civilizadamente. Se hizo casas para guarecerse de la
helada y la lluvia. Encontró remedio para todo, excepto para la muerte. Puede
curar las enfermedades. Su ingeniosidad técnica, aunque lo conduce a veces al
mal y a veces al bien, muestra una sabiduría que desafía a la imaginación.
Éstas son paráfrasis vulgares de una poesía intraducibie de esos
grandes tributos rendidos a la genial inventiva del hombre, pero servirán para
señalar su contenido.
La lista de las conquistas humanas en Sófocles es la misma que en
Esquilo, pero mientras que la trama obliga a éste a atribuir la invención de
todas las técnicas a Prometeo, Sófocles sostiene abiertamente aquello que
Esquilo, por supuesto, no intenta negar, a saber, que todas ellas son
conquistas del hombre mismo. Ésta fue igualmente la opinión de su
contemporáneo, el filósofo Anaxágoras, quien también vivió en la Atenas de
Pericles, y enseñó que gracias a la posesión de un par de manos hábiles se
convirtió en sabio.
A causa de la destrucción de los libros y documentos antiguos, no es
fácil ilustrar con la abundancia que fuera de desear el método de los
científicos filósofos que consideraron a las técnicas como la clave para
comprender la dinámica de la naturaleza. Sin embargo, el tratado que ya hemos
analizado con cierta extensión señala la contribución que hizo el cocinero a la
comprensión de la naturaleza humana y de la naturaleza en general, y entre
otros numerosos ejemplos, hemos visto el intento de Empédocles de dilucidar
mediante experimentos con el reloj de agua la relación que hubiera entre la
atmósfera exterior y la circulación de la sangre en el cuerpo humano. Este
experimento llega también a la conclusión de que las operaciones fundamentales
de la naturaleza, la interacción entre los elementos, tienen lugar a un nivel
que está por debajo de la aprehensión de nuestros sentidos. Fue un problema
para los científicos deducir las operaciones ocultas a la observación, de las
que eran visibles.
Existe otro escrito hipocrático[4] que nos muestra cómo los hombres
de ciencia trataron de utilizar este método; el tratado parece ser obra del
director de un gimnasio que vivió a fines del siglo V.
Creía que la naturaleza humana consistía en una mezcla de fuego y agua. Su
dificultad residía en que esos elementos, de los que dependen las actividades
vitales del hombre, eran en última instancia como el aire investigado por
Empédocles: demasiado sutiles para que el hombre los percibiera directamente.
Ahora bien, ¿cómo superó esta dificultad? Por su ideario es evidente que había
estudiado a Heráclito, a Empédocles y a Anaxágoras, en cuyo pensamiento acerca
del universo hemos encontrado numerosas pruebas de la influencia de las
técnicas. De igual modo que esos cosmólogos habían utilizado ideas derivadas de
las técnicas para explicar la naturaleza del universo, así nuestro médico
recurre a las técnicas para la explicación de la naturaleza del hombre. Al
igual que sus predecesores, que empleando el mismo método también lo hicieron,
dice una cantidad de disparates. Pero el punto que nos preocupa por el momento
es el método y no los resultados.
En primer lugar enuncia su principio general. Los procesos invisibles
de la naturaleza humana —nos dice— pueden observarse si se analizan los
procesos visibles de las técnicas. Los hombres no comprenden este punto porque
no alcanzan a ver que los procesos técnicos que dominan conscientemente son
imitaciones de los procesos inconscientes del hombre. La mente de los dioses
—explica— ha enseñado a los hombres a copiar en sus artes las funciones de sus
cuerpos. Los hombres comprenden las artes (es decir, las utilizan con éxito),
pero no alcanzan a comprender de qué son copias. Los hombres debieran
comprender que las artes son la clave de las operaciones oscuras de la naturaleza.
Aquí es importante considerar qué entendía el autor por comprender.
No quería decir la habilidad para dar una explicación verbal; significa, según
él, la habilidad para actuar conscientemente en el logro de un fin deseado.
Desea actuar sobre el cuerpo humano para promover y preservar su salud. Piensa
que de las artes existentes puede extraer sugestiones para el nuevo arte de la
salud que intenta crear. Las artes hacia las que dirige su atención son: la del
adivino, la del herrero, la del tejedor, la del zapatero, la del carpintero, la
del constructor, la del músico, la del cocinero, la del curtidor, la del
cestero, la del orfebre, la del escultor, la del alfarero y la del escriba.
La idea central parece ser que, si actuamos correctamente en lo
referente a los aspectos visibles de las cosas, los aspectos invisibles que
deseamos se producirían inevitablemente. En este sentido ve una analogía entre
ciertos procesos fisológicos y la adivinación. El adivino, observando lo
visible, es decir, los acontecimientos del presente, es capaz de predecir lo
invisible, es decir, los hechos futuros; de igual modo que un hombre y una
mujer, por el acto presente de la unión sexual, inician el proceso que en el
futuro desembocará en el nacimiento de un niño. Análogamente —deduce—, podemos
aspirar a descubrir el curso de la acción presente que determinará la salud
futura.
Trata de acercarse más a la solución del problema, considerando la
fabricación de las herramientas de hierro. En su concepción de las cosas, el
hombre es una mezcla de fuego y agua, pero éstos son también los elementos que
forman el acero. El herrero soplando el fuego sobre el hierro extrae alimentos
del hierro, que se convierte en rarificado y flexible. Luego lo bate, lo suelda y lo
templa con agua. El temple con agua es un modo de devolverle la nutrición. Pues
lo mismo sucede con el hombre cuando es educado. Su aliento aventa el fuego que
hay en él y que consume su alimento. Una vez «rarificado», golpeado, triturado
y purificado, entonces la aplicación del agua, es decir, alimento, lo hace fuerte.
No continuaremos señalando las analogías que el autor vio entre sus
regímenes de salud y la larga lista de otras artes que menciona, pues todas
ellas son fantásticas, pero sería un error considerarlas desprovistas de todo
valor científico. Sólo aquellos que no estén familiarizados con las prodigiosas
dificultades de las primeras etapas de cualquier ciencia, y con la tentativa de
aventurar hipótesis que acompañan a esas etapas, caerán en tal terror. Nuestro
autor se había propuesto hacer varias cosas a los cuerpos los hombres. Sus
prescripciones de ejercicios, baños, masajes, purgantes dietas están lejos de
ser inútiles. Por comparación con otras artes, intenta extraer una comprensión
clara de lo que está haciendo.
Pero nuestro deseo principal no es valorar los resultados, sino
establecer la naturaleza del método. Cuanto más fantásticas son las analogías
entre los procesos fisiológicos y las técnicas industriales, más significativo
es el hecho de que nuestro autor haya recurrido a este método. En un nivel más
primitivo habría supuesto que el cuerpo era la morada de los espíritus, y todo
lo habría recetado de acuerdo con esa suposición; en cambio, ahora piensa que
la fisiología humana es semejante a las operaciones del herrero, del zapatero y
del alfarero, y receta de acuerdo con ello. La primitiva concepción de la
naturaleza había sido transformada por la misma fuerza que había transformado a
la sociedad primitiva: la práctica de las técnicas de producción.
En el período anterior del pensamiento griego, cuando las ciencias no
estaban separadas de la técnica, la ciencia fue simplemente un modo de hacer algo;
con Platón se tornó en un modo de conocer que, en ausencia de cualquier prueba práctica,
significó sólo discurrir lógicamente. Esta «nueva clase de ciencia», como
cambio en el carácter de la sociedad. Los historiadores de la sociedad discuten
aún el grado preciso en que las técnicas industriales habían pasado a manos de
los esclavos en la época de Platón.
Para nuestros fines no es necesario dar una respuesta más precisa a la
cuestión que decir que para Platón y Aristóteles era normal y deseable que los
ciudadanos fueran eximidos de la carga de las tareas manuales, y aun del
gobierno directo de los trabajadores. El tipo de ciencia que aspiraban a crear
era una ciencia para ciudadanos que no estuvieran consagrados a tareas de
dominar el mundo físico; su modo de explicación excluyó necesariamente a las
ideas derivadas de las técnicas. Su ciencia consistió en ser capaces de dar la
respuesta exacta a cualquier cuestión que se les formulara. La exactitud de tal
respuesta dependía principalmente de su consistencia lógica. No todo esto era
negativo. Los enormes avances realizados en matemáticas, especialmente bajo el
estímulo de Platón y la influencia de la Academia, transformaron la concepción
del universo.
Mientras los jónicos tuvieron ideas tan incorrectas acerca del tamaño y
la distancia de los cuerpos celestes, que su astronomía es indistinguible de la
meteorología, los matemáticos comenzaron pronto a revelar que nuestro mundo no
es sino una partícula en un vasto universo de espacio. Asimismo los jónicos,
fértiles en ideas, progresaron poco en su capacidad de analizar las
consecuencias lógicas de ellas. Una página de buena lógica aristotélica puede
hacer que su mundo dialéctico parezca tan primitivo como es, a la luz de los
matemáticos, su concepto acerca del Sol, la Luna y las estrellas; pero, a pesar
de los progresos en matemáticas y lógica, la separación de la ciencia del contacto
fertilizante y regulador de la técnica constituyó un golpe de gracia del cual
la ciencia no pudo recobrarse a lo largo de toda la antigüedad y la Edad Media.
La nueva concepción de ciencia, que nació con Platón y Aristóteles,
tuvo evidentemente su origen en la nueva forma de sociedad fundada en la
distinción entre el ciudadano y el esclavo. No hay aspecto del pensamiento de
Platón que no refleje la fundamental dicotomía derivada de esta división de la
sociedad. En la teoría de la esclavitud enunciada, el esclavo no fue
considerado como ser racional. Sólo el amo estaba dotado de razón, pues el
esclavo podía tener «una opinión correcta» sólo si seguía estrictamente las
directrices de su amo; esta relación de «amo a esclavo» fue fundamental en
todas las esferas del pensamiento plátonico.
En la esfera política Platón concibe la relación entre gobernante y
gobernado en términos de amo y esclavo; supone que el gobierno es para bien del
gobernado, pero no requiere su consentimiento. Esos hombres de oro, los aristócratas
esclarecidos que han de gobernar, son una pequeña minoría de la población.
Todos los demás son en cierto grado esclavos, cuya única posibilidad de obrar
bien consiste en obedecer mecánicamente las órdenes de sus superiores. El
artesano, librado a sí mismo, no podría gobernarse, porque se dejaría arrastrar
por sus propios apetitos. Platón concibe singularmente que las principales
actividades de los trabajadores están concentradas no en sus manos, sino entre
sus pechos y espaldas. Los artesanos están frente a los filósofos en la
relación de esclavos a amos. No hay diferencia entre el arte del propietario de
esclavos y el del rey, excepto en la magnitud de sus respectivos dominios. Ésta
es la doctrina que Platón predicó en la ciudad cuya vida democrática había sido
fundamentada con la implantación de las artes por Solón.
La psicología, la fisiología y la ética de Platón fueron todas
concebidas para adaptarse a este plan. Para el Estado, Platón concibió tres
clases: los Gobernantes, sus Auxiliares —los soldados y los policías— y los
Productores. La introducción de una tercera clase no implica ninguna variante
fundamental de la vinculación de amo a esclavo, porque la principal función de
los Auxiliares es asegurar el dominio de los Gobernantes sobre los Productores.
Siguiendo esta analogía, se hace constar al alma de tres partes: la razón, el
espíritu y los apetitos. La razón corresponde a los gobernantes, el espíritu a
los policías y los apetitos a los trabajadores. Aquí percibimos el significado social de
rechazar la opinión de Anaxágoras, quien decía que la mano había sido el
instrumento principal en la creación de la inteligencia. Los trabajadores no
son seres dotados de habilidad manual, sino de apetito. Comparad a Platón con
Esquilo y Sófocles, y comprended la magnitud del cambio.
El aspecto fisiológico de esta psicología de clase fue expuesto
detalladamente en el Timeo.
La cabeza está separada del tronco por el cuello, porque la parte divina del
alma, que está situada en la cabeza, no debe ser contaminada por la parte
mortal, que está situada en el tronco. El tronco mismo está dividido por el
diafragma a fin de que los elementos feminoides y serviles del alma puedan
alojarse aparte en la porción inferior, mientras que el elemento masculino y
espiritual está colocado encima «al alcance del oído», como él dice, «del
discurrir de la razón» que se realiza en la cabeza, para que pueda combinarse
con la razón suprimiendo cualquier rebelión de los apetitos.
El sistema ético que fluye de esta psicología es intransigente y
puritano. Hay un profundo abismo entre el alma y el cuerpo. El alma se halla
frente al cuerpo en la relación del amo al esclavo. La noción de que las
sensaciones corporales de placer y dolor deban servir a la mente como
fundamento de las acciones éticas ha de ser considerada con las mismas reservas
que los preceptos políticos según los cuales la plebe debiera tener voz en la
elaboración de las leyes.
La misma clave fue aplicada a la interpretación del sistema del
universo. La mente y la materia se oponen la una a la otra, como el amo y el
esclavo. Si hay en la naturaleza algún orden o belleza, es porque la mente
impone orden en la materia, que es esencialmente desordenada; de donde se
deduce que la razón y no la evidencia sensible es la verdadera ciencia. La
razón nos pone en contacto directo con la mente, que impone orden a la materia.
En el mundo fenoménico,
con el cual tienen tratos los sentidos, este orden es alcanzado de manera
imperfecta.
Esta nueva concepción de la relación entre la mente y la materia
implica un alejamiento radical de la primera premisa de la vieja escuela de los
filósofos naturalistas; éstos sostenían que necesariamente hay un orden en el
mundo material, y que la mente humana aprehende la verdad en la medida en que
aprehende el orden necesario. Este orden sólo puede ser aprehendido por la
evidencia sensible. La experiencia humana en el ejercicio de las técnicas
proporciona los indicios necesarios para interpretar esa evidencia. Para
Platón, sin embargo, la verdadera ciencia es teológica, y consiste en
interpretar los fenómenos a la luz de los fines a los cuales se supone que
aspira la Mente, que se esfuerza por dirigir todas las cosas. Estos fines son
descubiertos, no por la observación, sino por la razón. La verdad se descubrirá
no intentando actuar sobre la naturaleza, sino discurriendo sobre sus fines.
Esta nueva y extraña concepción de la materia, como un principio de
desorden, fundamenta también la filosofía de Aristóteles. «A la materia se la
hace responsable de la mayoría de las irregularidades», como lo señala uno de
sus investigadores,[5] quien al mismo
tiempo observa que esto implica un alejamiento radical de la concepción jónica.
Este autor no puede dar respuesta al enigma que surge de sus investigadores, ni
es probable que pueda hacerlo mientras continúe observando el problema desde
una posición equivocada. La clase de la extraña concepción de Aristóteles no se
hallará en sus tratados físicos, sino en su Política. Como para Platón, la
relación de amo a esclavo constituye el modelo fundamental para su pensamiento
en cada una de las otras esferas.
Aristóteles, como es bien sabido, fue un defensor de la esclavitud,
alegando que ésta es natural. Como una autoridad contemporánea nos lo recuerda,[6] al llamarla
«natural», quiere significar que «se ajusta al modelo que abarca la naturaleza
toda». Para decirlo con las propias palabras de Aristóteles: «En cada cosa
compuesta sé halla siempre un factor gobernante y un factor sometido, y esta
característica de las cosas vivientes está presente en ellos, como una
consecuencia de la propia naturaleza».[7] No nos dejemos
confundir por la mala lógica. Es difícil suponer que Aristóteles considerara
realmente que amo y esclavo formaran una «cosa compuesta»; pero toda la lógica
de la justificación aristotélica de la esclavitud, es mala. Como ya lo señalara
Montesquieu hace tiempo, «Aristóteles intenta demostrar que la esclavitud es
natural, pero no lo prueba con todo lo que dice». Lo que nos ocupa ahora no es
la pretendida justificación de la esclavitud sino las consecuencias que acarrea
a su ciencia esa pretendida justificación. Tomando la relación de amo a esclavo
como un esquema que llena la naturaleza toda, Aristóteles considera a la
materia como refractaria, desordenada y resistente, y a la Naturaleza o Mente
como imponiendo a la materia la realización de fines determinados. Los
atributos que Aristóteles aplica a la materia serán enigmáticos mientras no
comprendamos que son los mismos atributos que aplica al esclavo.
De esta concepción de la relación de la naturaleza con la materia
deriva su famosa cuádruple teoría de la causa. De acuerdo con Aristóteles, los
antiguos pensadores —los filósofos naturalistas jónicos— habían considerado
sólo la causa material, y habían constituido solamente una primitiva y
«vacilante» forma de ciencia; esto es cuanto podría esperarse de ellos, ya que
en todas las manifestaciones de la naturaleza consideraban sólo el elemento
esclavizado o sometido. Aristóteles propone tres tipos más de causa: la
Eficiente, la Formal y la Final. Éstos son los tipos de causa que explican cómo
la Naturaleza impone fines a la materia refractaria.
Ésta es la concepción aristotélica dominante de la ciencia, es decir,
la comprensión del modo en que la Naturaleza, que se parece al Amo por los
fines a que aspira, impone sus designios sobre la materia, que a menudo se
opone a esos fines y, como el esclavo, nada puede conseguir sino bajo la
dirección de una voluntad superior. Llega a proclamar que la dificultad es
distinguir un esclavo natural de un amo natural se debe al fracaso de la Naturaleza
en imponer su voluntad sobre la materia. La Naturaleza pretende —continúa—
producir un tipo de hombre que se reconocerá inmediatamente como desprovisto de
razón: «Un instrumento vivo»; pero no puede hacerlo porque la materia es
refractaria. Parte de su arte de la política está dirigida a mejorar esta
impotencia de la Naturaleza; cuando los hombres son esclavos naturales y no lo
saben, es tarea de los amos naturales hacérselo comprender.
En un capítulo anterior hemos visto de qué manera el aporte de ideas de
la esfera político-religiosa había afectado al desarrollo de la astronomía; he
aquí una nueva ilustración sobre el mismo punto. La antigua concepción jónica
de un orden objetivo de la Naturaleza había sido extraída de la necesidad de
adaptarse al comportamiento de la materia, para tener éxito en la realización
de los procesos técnicos. No fue la regularidad del movimiento de los cuerpos
celestes, lo que dio al hombre su primera idea de la existencia de una
regularidad en la naturaleza, sino la experiencia siempre repetida de que las
cosas tienen su propio comportamiento invariable; que los cardos no dan higos
ni puede hacerse el bronce más duro a menos que se mezcle una porción de estaño
con diez de cobre, ni alcanzar la octava a menos que la cuerda sea dividida por
la mitad. La concepción de la Naturaleza como infinitamente variada e
ingeniosa, pero inexorable en sus leyes, es la concepción de los técnicos que
trataban de dominar la materia. La nueva concepción de la Naturaleza
atribuyéndole fines, y creyendo que dirigía esos fines hacia la materia,
subordinada pero refractaria, es la concepción del amo que gobierna al esclavo.
Hemos completado nuestro breve estudio del período inicial; nos hemos
impuesto un objetivo limitado, y sabemos cuán imperfectamente lo hemos
alcanzado. Hemos pasado revista a la contribución que hicieron a la ciencia
cierto número de hombres extraordinarios. Tales, Anáximandro, Anaxímenes,
Heráclito, Pitágoras, Parménides, Empédocles, Anaxágoras, Demócrito, Sócrates,
Platón y Aristóteles, para no nombrar a los innumerables contribuidores a la
obra hipocrática. El tiempo no ha podido debilitar la fascinación que ejerce su
pensamiento; pero nuestro propósito no se habría alcanzado, ni el significado
que tiene para nosotros la ciencia griega habría sido revelado, a menos de
aclarar lo que tantos historiadores han soslayado: la íntima relación que hay
entre el desenvolvimiento de este grupo de teorías y de actividades prácticas
que llamamos ciencia, y la vida de la sociedad en la que se dan.
Pronto se escribirán mejores historias de la ciencia griega que las que
ahora existen, pero el requisito necesario para ello es la adquisición de un
mejor conocimiento de la historia técnica de la Antigüedad Clásica, y de su
interacción con toda la vida de la época. La comprensión de la ciencia griega
no adelantará si los historiadores, en lugar de revelar la génesis histórica de
las teorías de los griegos, consumen sus energías preguntándose si los griegos,
por algún extraordinario don de genio especulativo, no habrían sido capaces de
saltarse los siglos y anticiparse a los hallazgos de la ciencia moderna. Si
Aristóteles, por ejemplo, habla de algún comportamiento irregular de la
materia, no es sensato tratar de explicar esto sugiriendo que anticipaba la
moderna teoría de la indeterminación, pues se hallan al alcance de la mano
explicaciones mejores. La historia de la ciencia debe ser realmente histórica.
NOTA BIBLIOGRÁFICA
1.— ESCRITORES DE LA ANTIGÜEDAD: El texto donde mejor pueden estudiarse
las reliquias fragmentarias de los pensadores griegos, desde Tales a Demócrito,
es la Obra de HERMANN DIELS, Die
Fragmente der Vorsokratiker (5.ª ed. por Walther Kranz, 1934).
Las obras de KATHLEEN FREEMAN, Companion
to the Pre-Socratic Philosophers y Ancilla to the Pre-Socratic Philosopher
(Basil Blackwell, Oxford, 1946 y 1948), facilitan al lector inglés el estudio
de estos textos. Más recientemente, el período ha sido estudiado,
autorizadamente, en The
Presocratic Philosophers, por G. S. Kirk y J. E. Raven
(Cambridge, 1960). Los escritos de los hipocráticos están bien representados
por cuatros volúmenes de la Loeb Classical Library (Heiremann, Londres).
2.— ESCRITORES MODERNOS: A las referencias dadas en el texto quiero
agregar dos: a) HAROLD CHERNISS, Aristotle’s
Criticism of Pre-socratic Philosophy (Johns Hopkins Press, 1935);
b) RODOLFO MONDOLFO, «Sugestiones de la técnica en las concepciones de los ruralistas
presocráticos», en Archeion,
Nueva Serie, tomo II, volumen XXIII, n.º I.
Ver también Zeller-Mondolfo Filosofía dei Greci, Vol. II, part. I,
pp. 27 ss. (Florencia, 1938). El primero de estos escritores ilustra con
abrumador aporte de pruebas cómo Aristóteles fracasó al dar la descripción
verdadera de las enseñanzas de los presocráticos. El porqué de este fracaso es
explicado mejor por Mondolfo diciendo que los escritos de los viejos pensadores
abundan en referencias a las técnicas, que, en una sociedad ya cambiada,
parecían ser indignas de los filósofos.
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