1.
Después de la muerte de Ciro, heredó el reino Cambises, hijo de Ciro y de
Casandana, hija de Farnaspes; cuando ésta había muerto, Ciro hizo gran duelo, y
ordenó a todos sus súbditos hacer duelo. Hijo de esta mujer y de Ciro, Cambises
contaba como esclavos heredados de su padre a los jonios y a los eolios, y
preparaba una expedición contra el Egipto, tomando consigo entre otros súbditos,
a los griegos, de quienes era señor.
2. Antes del reinado de Psamético, creían los egipcios
que eran los hombres más antiguos. Pero desde que Psamético comenzó a reinar y
quiso saber quiénes eran los más antiguos, desde entonces piensan que los
frigios son más antiguos que ellos, y ellos más que todos los demás. Psamético,
como en sus averiguaciones no pudo dar con ningún medio de saber cuáles eran
los hombres más antiguos, discurrió esta traza. Entregó a un pastor dos niños
recién nacidos, de padres vulgares, para que los criase en sus apriscos de la
manera siguiente: mandóle que nadie delante de ellos pronunciase palabra
alguna, que yaciesen solos en una cabaña solitaria, que a su hora les llevase
unas cabras, y después de hartarles de leche les diese los demás cuidados. Esto
hacía y encargaba Psamético, deseoso de oír la primera palabra en que los dos
niños prorrumpirían, al cesar en sus gritos inarticulados. Y así sucedió. Hacía
dos años que el pastor procedía de tal modo, cuando al abrir la puerta y
entrar, cayeron a sus pies los dos niños, y tendiéndole las manos, pronunciaron
la palabra becos. La primera vez que lo oyó el pastor, guardó silencio,
pero como muchas veces al irlos a ver y cuidar, repetían esa palabra, dio aviso
a su amo, por cuya orden condujo los niños a su presencia. Al oírlos a su vez
el mismo Psamético, indagó qué hombres usan el nombre becos, e indagando halló que así llaman al
pan los frigios. De tal modo, y razonando por tal experiencia, admitieron los
egipcios que los frigios eran más antiguos que ellos. Que pasase en estos
términos yo mis-mo lo oí en Menfis de boca de los sacerdotes de Hefesto, si
bien los griegos, entre otras muchas necedades, cuentan que Psamético mandó
cortar la lengua a ciertas mujeres, y ordenó después que los niños se criasen
con ellas.
3. Todo esto decían sobre la crianza de los niños.
También oí otras noticias en Menfis conversando con los sacerdotes de Hefesto;
y me dirigí a Tebas y a Heliópolis por este mismo asunto, para ver si
concordarían con los relatos de Menfis, ya que los sacerdotes de Heliópolis son
tenidos por los más eruditos del Egipto. En esos relatos, lo que escuché
tocante a los dioses no estoy dispuesto a narrarlo (salvo solamente sus
nombres) pues juzgo que acerca de ellos todos los hombres saben lo mismo.
Cuanto en este punto mencione, lo haré forzado por el hilo de la narración.
4. Tocante a las cosas humanas, decían a una voz
que los egipcios habían sido los primeros entre todos los hombres en inventar
el año, dividiéndolo en las doce partes correspondientes a las estaciones, y
decían que habían inventado esto gobernándose por las estrellas. A mi entender,
calculan más sabiamente que los griegos, pues los griegos intercalan cada
tercer año un mes por razón de las estaciones, pero los egipcios, calculando
treinta días para cada uno de los doce meses, añaden a este número cinco días
cada año, y así el ciclo de las estaciones, en su curso, se les presenta
siempre en la misma fecha. Decían también que los egipcios habían sido los
primeros en introducir los nombres de los doce dioses, y que de ellos los
tomaron los griegos; los primeros en asignar a los dioses altares, estatuas y
templos, y en tallar figuras en la piedra. Y en cuanto a la mayor parte de
tales pretensiones, demostraban con hechos que así había sucedido. Añadían que
Min fue el primer hombre que reinó en Egipto; en sus tiempos, el Egipto todo,
fuera del nomo[1]
de Tebas, era un pantano, y que nada aparecía entonces de cuanto terreno
aparece ahora más abajo del lago Meris, distante del mar siete días de
navegación, remontando el río.
5. Y me parece que discurrían bien acerca de su
país: ya que es evidente, aun sin haberlo oído antes, con sólo verlo, para
quien tenga entendimiento, que el Egipto adonde navegan los griegos es para los
egipcios tierra adquirida y don del río, y lo mismo la región que está más
arriba de ese lago, hasta tres días de navegación, acerca de lo cual nada de
eso decían los sacerdotes, pero es semejante. Pues la naturaleza de la tierra
del Egipto es ésta: ante todo, cuando todavía estás navegando, distante de
tierra un día de singladura, si echas la sonda sacarás lodo, y hallarás once
brazas de profundidad. Lo cual prueba que hasta allí llega el poso del río.
6. En segundo lugar, la extensión del Egipto a lo
largo del mar, es de sesenta esquenos, según nosotros limitamos al
Egipto, desde el golfo Plintinetes hasta el lago Serbónide, junto al cual se
dilata el monte Casio; a partir de este lago, pues, es de sesenta esquenos. Los
que son pobres en tierras, miden el suelo por brazas; los que son menos pobres
lo miden por estadios; los que poseen mucha tierra por parasangas, y los que poseen inmensa extensión,
por esquenos. La parasanga equivale a treinta estadios, y el esqueno,
medida egipcia, a sesenta estadios. Así que la costa del Egipto sería de
tres mil seiscientos estadios de largo.
7. Desde Heliópolis, penetrando en el interior, es
el Egipto ancho, del todo llano, bien regado y cenagoso. Para subir desde el
mar hasta Heliópolis, hay un camino más o menos del mismo largo que el camino
que lleva desde Atenas, comenzando en el altar de los doce dioses, hasta Pisa y
el templo de Zeus Olímpico: si se hiciese la cuenta, se hallaría pequeña la
diferencia entre estos dos caminos, no más de quince estadios, pues al que va
de Atenas a Pisa le faltan cinco estadios para tener mil quinientos, y el que
va del mar a Heliópolis llega a este número cabal.
8. De Heliópolis arriba, es el Egipto angosto. Por
un lado se extienden los montes de Arabia, desde el Norte al Mediodía y al
viento Noto, avanzando siempre tierra adentro hasta el mar llamado Eritreo; en
ellos están las canteras que se abrieron para construir las pirámides de
Menfis. Los montes terminan en este punto, y hacen un recodo hacia el lugar que
tengo dicho; allí donde son más largos, según averigüé, llevan dos meses de
camino de Levante a Poniente y su extremo oriental produce incienso. Así son
estos montes. En la parte de Egipto, confinante con la Libia, se extienden
otros montes pedregosos, donde están las pirámides; están cubiertos de arena, y
se extienden en la misma dirección que la parte de los montes de Arabia que se
dirige al Mediodía. Así, pues, a partir de Heliópolis la región no es vasta,
para ser del Egipto; y, durante catorce días de navegación río arriba, el
Egipto es estrecho, siendo el valle entre los montes referidos una tierra
llana. Y allí donde es más estrecho, me pareció tener aproximadamente no más de
doscientos estadios desde los montes llamados Arábigos hasta los Líbicos. A
partir de allí, el Egipto es otra vez ancho.
9. Tal es la naturaleza de este país. Desde
Heliópolis hasta Tebas hay nueve días de navegación, trayecto de cuatro mil
ochocientos sesenta estadios, que son ochenta y un esquenos. Sumando los
estadios que tiene el Egipto: la costa, como he demostrado antes, tiene tres
mil seiscientos, y ahora indicaré qué distancia hay desde el mar hasta Tebas
tierra adentro: seis mil ciento veinte, y desde Tebas hasta la ciudad llamada
Elefantina hay mil ochocientos estadios.
10. La mayor parte de dicho país, según decían los
sacerdotes, y según también me parecía, es una tierra adquirida por los
egipcios. Porque el valle entre los montes de que he hablado, que se hallan
arriba de la ciudad de Menfis, se me figuraba que había sido en algún tiempo un
golfo marino, como la comarca de Ilión, la de Teutrania, la de Éfeso y la
llanura del Meandro, para comparar estas pequeñeces con aquella grandeza, ya
que ninguno de los ríos que cegaron estos parajes merece compararse en tamaño
con una sola boca del Nilo, que tiene cinco. Cierto que hay otros ríos que, sin
tener la grandeza del Nilo, han producido grandes efectos; yo puedo dar sus
nombres, principalmente, el del río Aqueloo, que corriendo por Acarnania y
desembocando en el mar, ha convertido ya en tierra firme la mitad de las islas
Equínades.
11. En la región de Arabia, no lejos del Egipto,
existe un golfo marino, el cual penetra desde el mar llamado Eritreo y tan
largo y estrecho como voy a decir: en cuanto al largo de su recorrido, quien
desde su fondo comienza a navegar hasta mar abierto, pone cuarenta días a remo;
y en cuanto al ancho donde más ancho es el golfo, medio día de navegación,
todos los días tiene flujo y reflujo. Creo que el Egipto debió de ser un golfo
semejante a éste, que desde el mar del Norte se internara en Etiopía, y que el
golfo Arábigo se dirigía desde el mar del Sur hacia la Siria, casi comunicados
entre sí por sus fondos y separados por una pequeña lengua de tierra. Pues si
el Nilo quisiera torcer su curso hacia el golfo Arábigo, ¿quién le impedirá cegarlo
en su curso dentro de veinte mil años? Yo creo que aun dentro de diez mil años
lo podría cegar. ¿Cómo, pues, en el tiempo transcurrido antes de que yo naciese
no pudo cegarse un golfo, aun mucho mayor que éste, por un río tan grande y tan
activo?
12. En cuanto al Egipto, pues, creo a quienes eso dicen,
y a mí me parece que es así, sin duda alguna, viendo que el Egipto sale hacia
el mar más que las tierras vecinas, que en sus montes aparecen conchas; que la
sal aflora de tal modo que hasta desgasta las pirámides; y que ese monte que
está arriba de Menfis es el único en el Egipto que tenga arena. Además, el
Egipto no se parece por su suelo ni a la Arabia comarcana, ni a la Libia, ni a
la Siria (los sirios ocupan la costa de Arabia); antes bien es una tierra
negruzca y quebradiza, como que es un cenagal y poso, traído de Etiopía por el
río. En cambio, la tierra de Libia vemos que es más bien roja y algo arenosa, y
la de Arabia y la de Siria es más bien arcillosa y pedregosa.
13. También me referían los sacerdotes la siguiente
gran prueba acerca de esta tierra: en el reinado de Meris, cuando el río
llegaba a ocho codos por lo menos, regaba la parte del Egipto que está más
abajo de Menfis, y no hacía aún novecientos años que había muerto Meris. Pero
ahora si el río no sube por lo menos a quince o dieciséis codos, no se desborda
sobre la región. Me parece que los egipcios que viven en los parajes situados
más abajo del lago Meris, y principalmente en el llamado Delta, si esa región
gana altura a proporción y aumenta de igual modo, al no inundarla el Nilo, han
de sufrir para siempre en el porvenir lo que una vez dijeron ellos mismos que
ha-bían de sufrir los griegos. Pues enterados de que en toda la comarca de los
griegos llueve, y de que no está regada por ríos como la de ellos, dijeron que
algún día los griegos, defraudados en su gran esperanza, pasarían terrible
hambre. Esa palabra quiere decir que si el dios no quisiera darles lluvia sino
sequía, los griegos serían presa del hambre, pues no tienen ningún otro medio
de procurarse agua, sino sólo Zeus.
14. Razón tienen los egipcios para haber hablado
así de los griegos: pero veamos ahora, que a su vez explicaré a los egipcios su
situación. Si como antes dije, la región situada más abajo de Menfis (porque
ésa es la región que aumenta) aumentase en altura en la proporción en que
aumentó en el pasado, ¿qué les quedará a los egipcios que moran ahí sino pasar
hambre, ya que no caerá lluvia en el país, ni el río podrá desbordarse sobre
los campos? Pero en verdad, por ahora estos son los que con menor fatiga
recogen el fruto de la tierra, no ya entre todos los hombres, sino entre los
demás egipcios. No tienen el trabajo de abrir surcos con el arado, ni de
escardar, ni de hacer ningún trabajo de cuantos hacen los demás hombres que se
afanan por sus cosechas; sino que, cuando por sí mismo el río viene a regar los
campos y después de regarlos se retira, entonces cada cual siembra su propio
campo metiendo en él piaras; después que las piaras hunden la semilla con sus
pisadas, aguarda la siega, hace trillar el grano por las piaras y así lo
recoge.
15. Si quisiéramos adoptar acerca del Egipto la opinión
de los jonios, quienes afirman que sólo el Delta es Egipto —su costa, dicen, va
desde la atalaya llamada de Perseo hasta los saladeros de Pelusio, por espacio
de cuarenta esquenos; del
mar al interior dicen que se extiende hasta la ciudad de Cercasoro, donde el
Nilo se divide en dos brazos que corren hacia Pelusio y hacia Canopo; el resto
del Egipto pertenece, según ellos, parte a la Libia, parte a la Arabia—,
adoptando tal explicación podríamos demostrar que antiguamente los egipcios no
tenían tierra. Ya el Delta, por lo menos (como los mismos egipcios dicen y a mí
me parece) es un terreno aluvial recién surgido, por decirlo así. Si, pues, no
tenían ninguna tierra, ¿a qué el vano empeño de creerse los hombres más antiguos?
No precisaban hacer la experiencia de los dos niños para observar el primer
idioma que profiriesen. Mas no creo que los egipcios naciesen juntamente con el
Delta, llamado Egipto por los jonios, sino que existiesen siempre desde que
hubo hombres, y que al avanzar el terreno muchos quedaron atrás, y muchos
fueron bajando. Por lo demás, antiguamente se llamaba Egipto la ciudad de
Tebas, cuyo contorno es de seis mil ciento veinte estadios.
16. Si nosotros juzgamos acertadamente en estas materias,
no es buena la opinión de los jonios acerca del Egipto. Pero si la opinión de
los jonios es acertada, demuestra que los griegos y los mismos jonios no saben
contar cuando dicen que toda la tierra se divide en tres partes: Europa, Asia y
Libia; deben añadir por cuarta el Delta de Egipto, ya que no pertenece al Asia
ni a la Libia. Pues, a esa cuenta no es el Nilo quien deslinda el Asia de la
Libia; el Nilo se abre en el vértice del Delta, de tal suerte que vendría a
quedar en el intervalo entre Asia y Libia.
17. Dejamos a un lado la opinión de los jonios; y decimos
lo siguiente acerca de esta materia: Egipto es todo el país habitado por los
egipcios, así como es Cilicia el habitado por los cilicios y Asiria por los
asirios; y no sabemos de ningún otro límite verdadero entre Asia y Libia sino
la frontera de los egipcios. Pero si adoptamos la opinión corriente entre los
griegos, diremos que todo Egipto, empezando desde las Cataratas y de la ciudad
de Elefantina, se divide en dos partes y lleva ambos nombres: una parte
pertenece a la Libia y otra al Asia. En efecto, a partir de las Cataratas el
Nilo corre al mar dividiendo al Egipto en dos partes. Hasta la ciudad de Cercasoro
el Nilo corre por un solo cauce y desde esta ciudad se divide en tres brazos:
el uno se dirige a Levante y se llama boca Pelusia; el otro de los brazos va
hacia Poniente y se llama boca Canópica; y de los brazos del Nilo el que es
recto, sigue así: corre hacia arriba y llega al vértice del Delta; desde allí
corta el Delta por el medio y se echa en el mar; no es el brazo que le aporta
menor caudal ni es el menos célebre, y se llama boca Sebennítica. Hay aún otras
dos bocas que se desprenden de la Sebennítica y se dirigen al mar, llamadas la
una Saítica y la otra Mendesia. La boca Bolbitina y la Bucólica no son naturales
sino excavadas.
18. También da testimonio en favor de mi opinión de
que el Egipto tiene la extensión que yo demuestro en mi relato, el oráculo de
Amón, del que yo me enteré después de formar mi opinión sobre el Egipto. Los
vecinos de la ciudad de Marea y de Apis, que moran en las fronteras de la
Libia, creyéndose libios y no egipcios, disgustados con el ritual de los
sacrificios, y no queriendo abstenerse de la carne de vaca, enviaron al
santuario de Amón, y afirmaron que no tenían nada de común con los egipcios,
pues vivían fuera del Delta y hablaban diversa lengua, y que deseaban les fuese
lícito comer de todo. Pero el dios no les permitió hacerlo, respondiéndoles que
era Egipto la comarca que riega el Nilo en sus inundaciones, y que eran
egipcios los que moraban más abajo de Elefantina, y bebían de ese río. Tal fue
la respuesta. El Nilo, cuando está crecido, no sólo inunda el Delta sino
también parte de los territorios que se consideran líbico y arábigo, por
espacio de dos jornadas de camino a cada lado; algunas veces más todavía que
eso, otras menos.
19. Sobre la naturaleza del río nada pude alcanzar,
ni de los sacerdotes, ni de ningún otro. Yo estaba deseoso de averiguar de
ellos estos puntos: por qué el Nilo crece y se desborda durante cien días a
partir del solsticio del verano, y cuando se acerca a este número de días, se
retira y baja su corriente, y está escaso por todo el invierno, hasta el nuevo
solsticio de verano. Acerca de estos puntos nada pude alcanzar de los egipcios,
cuando les preguntaba qué poder posee el Nilo de tener naturaleza contraria a
la de los demás ríos. Eso preguntaba porque quería saber lo que llevo dicho y
también preguntaba por qué es el único río que no emite brisas.
20. Algunos griegos, queriendo señalarse por su
cien-cia, discurrieron tres explicaciones diferentes acerca de este río; dos de
las cuales no estimo dignas de mención, pero solamente quiero indicarlas. La
una de ellas dice que los vientos etesias[2]
son la causa de crecer el río, porque le impiden desaguar en el mar. Pero
muchas veces no han soplado los etesias y el Nilo hace lo mismo. Ade-más, si
los etesias fueran la causa, debía pasar lo mismo, en las mismas condiciones
que al Nilo, en todos los demás ríos que corren opuestos a los etesias, y en tanto
mayor grado aún, cuanto por ser más pequeños presentan débil corriente; en
cambio, hay muchos ríos en Siria y muchos en Libia a los cuales no pasa nada
semejante a lo que pasa con el Nilo.
21. La otra opinión es menos docta que la primera,
pero despierta más admiración como relato; dice que el Nilo hace sus
inundaciones porque procede del Océano, y que el Océano corre alrededor de toda
la tierra.
22. La tercera de las explicaciones, con mucho la
más plausible, es la más equivocada, pues nada dice al afirmar que el Nilo nace
de la nieve derretida. El río corre desde Libia, a través de Etiopía, y
desemboca en el Egipto; ¿cómo, pues, podría nacer de la nieve si corre de lugares
muy calientes a lugares más fríos? Para un hombre capaz de razonar sobre tales
materias hay muchas pruebas de que ni siquiera es verosímil que nazca de la
nieve. Proporcionan el primero y más importante testimonio los vientos
calientes que soplan desde esas regiones; el segundo, el hecho de que la región
nunca tiene lluvia ni hielo, y después que cae nieve es de absoluta necesidad
que llueva a los cinco días, de tal modo que si nevase habría lluvia en estos
parajes; en tercer lugar, los naturales son negros por el calor. Milanos y
golondrinas no faltan en todo el año, y las grullas que huyen del invierno de
Escitia acuden a invernar a estas regiones. Por poco que nevase en la región
donde nace y que atraviesa el Nilo, nada de esto sucedería, según necesariamente
se prueba.
23. El que hace afirmaciones acerca del Océano, como
ha remontado su noticia a lo desconocido no puede ser refutado: yo, a lo menos,
no conozco ningún río Océano. Creo, sí, que Homero o alguno de los poetas anteriores
inventó el nombre y lo introdujo en poesía.
24. Si después de censurar las opiniones expuestas
debo manifestar mi opinión sobre estos arcanos, diré por qué me parece que
crece el Nilo en verano. En invierno el sol, rechazado por las tempestades de
su antigua órbita, llega al sur de la Libia. Para demostrarlo lo más brevemente
posible, ya todo queda dicho, pues es natural que la región a la que más se
acerque o a la que recorra este dios esté más pobre en aguas, y queden secos
los cauces de los ríos locales.
25. Para demostrarlo más largamente, el caso es
así. Al recorrer el sol el sur de la Libia procede de este modo: como en todo
tiempo el aire de esos parajes es sereno, y la región caliente y sin vientos
fríos, al recorrerla obra el mismo efecto que suele obrar en verano, en su
curso en medio del cielo: atrae el agua hacia sí y, atraída, la rechaza hacia
los lugares altos, los vientos la toman y luego la esparcen y disuelven; y es
natural que los vientos que soplan de esta región, el Sur y el Suroeste, sean
con mucho los más lluviosos de todos los vientos. No creo que el sol envíe
siempre toda el agua que toma anualmente del Nilo, sino que la reserva también
para sí. Cuando se mitiga el invierno vuelve otra vez el sol al medio del
cielo, y desde entonces atrae hacia sí igualmente el agua de todos los ríos.
Hasta este momento, los demás ríos, gracias a la abundante agua de lluvia que
se les une (pues su territorio recibe lluvia y está surcado de corrientes),
corre con gran caudal; pero en verano, cuando les faltan las lluvias, y el sol los
absorbe, su corriente es débil. Pero como el Nilo no recibe lluvias, y es absorbido
por el sol, natural es que sea el único río que en este tiempo corra mucho más
menguado, comparado con sí mismo, que en verano; pues en verano es absorbido, a
la par que todos los demás ríos, mientras en invierno es el único reducido.
26. Así, pues, pienso que el sol es la causa de
estos hechos. A mi parecer también es causa de que allá el aire sea seco, pues
lo abrasa en su órbita; por eso siempre reina verano en el sur de la Libia.
Pues si se trastornase el orden de las estaciones; y en la parte del cielo
donde ahora se hallan el viento Norte y el Invierno, se asentaran el Sur y el
Mediodía, y en donde está ahora el Sur se estableciese el Norte, si así fuera, rechazado
el sol del medio del cielo por el invierno y el viento Norte, pasaría por el
norte de Europa como recorre ahora el sur de Etiopía, y al atravesar toda
Europa pienso que haría con el Istro como ahora obra con el Nilo.
27. Acerca de la brisa y por qué no se exhala del Nilo,
tengo esta opinión: natural es que no haya viento alguno originario de países
muy calurosos, pues la brisa suele provenir de algún lugar frío. Sean en fin
estas cosas como son y como desde un principio han sido.
28. En cuanto a las fuentes del Nilo, ninguno de
cuantos traté, egipcio, libio o griego, declaró conocerlas, salvo el escriba
del tesoro sagrado de Atenea en la ciudad de Sais en Egipto. Y me pareció que
bromeaba al afirmar que las conocía puntualmente. Decíame que ha-bía dos montes
cuyas cumbres acababan en picos, situados entre la ciudad de Elefantina y la de
Siena, en la Tebaida; esos montes se llamaban Crofi el uno y Mofi el otro, y
las fuentes del Nilo, de insondable profundidad, manan en medio de ellos; la
mitad del agua corre hacia el Egipto, cara al viento Norte, y la otra, hacia
Etiopía y al viento Sur. De que las fuentes tengan insondable profundidad,
decía, hizo la prueba el rey Psamético, quien mandó trenzar un cable de
millares y millares de brazos, lo soltó y no llegó a fondo. Pero este escriba,
si lo que contaba había sucedido de veras, demostraba (en mi concepto) que en
ese lugar hay violentos remolinos, con flujo y reflujo, por precipitarse el
agua contra los montes, de suerte que la sonda echada no puede irse al fondo.
29. De nadie más pude averiguar nada; pero averigüé
estas otras noticias, las más remotas, cuando llegué como testigo ocular hasta
la ciudad de Elefantina, y desde ahí, de oídas, gracias a mis investigaciones.
Remontando camino desde Elefantina, se encuentra un lugar escarpado; aquí para
marchar es preciso atar el barco por entrambos lados como un buey, y si se
rompe la cuerda, el barco se va, arrebatado por la fuerza de la corriente. En
este lugar hay cuatro días de navegación; el Nilo es aquí sinuoso como el
Meandro, y son doce los esquenos que hay que atravesar de ese modo.
Después llegarás a una llanura lisa donde el Nilo rodea una isla que lleva el
nombre de Tacompso; a partir de Elefantina hacia el interior, viven ya los
etíopes, que pueblan también la mitad de la isla, la otra mitad los egipcios.
Sigue a la isla un gran lago, alrededor del cual moran los etíopes nómadas;
cuando lo hubieres atravesado, llegarás al lecho del Nilo, el cual desemboca en
ese lago. Luego desembarcarás y andarás a lo largo del río cuarenta días,
porque se levantan en el Nilo escollos y agudas peñas a causa de las cuales es
imposible navegar. Cuando hayas atravesado este lugar en los cuarenta días, te
embarcarás en otra nave, navegarás doce días y llegarás a una gran ciudad cuyo
nombre es Méroe. Dícese que esta ciudad es la metrópoli de los demás etíopes;
sus habitantes veneran únicamente entre los dioses a Zeus y a Dióniso, a
quienes tributan grandes honras; tienen un oráculo de Zeus: salen en campaña
cuando este dios se lo ordena con sus profecías y se dirigen adonde les ordena.
30. Navegando desde esa ciudad, en otro tanto tiempo
como en el que llegaste de Elefantina a la metrópoli de los etíopes, llegarás a
los Desertores. El nombre de esos Desertores es Asmach, y esa palabra significa
en lengua griega «los que asisten a la izquierda del rey». Desertaron
doscientos cuarenta mil soldados y se pasaron a los etíopes con la ocasión que
referiré. En el reinado de Psamético estaban establecidas en la ciudad de
Elefantina guarniciones contra los etíopes, otra en Dafnas de Pelusio contra
los árabes y asirios, y otra en Marea contra la Libia; todavía en mis tiempos,
bajo el dominio persa, las guarniciones se mantienen tal como estaban en el reinado
de Psamético, ya que los persas montan guardia en Elefantina y en Dafnas.
Sucedió que los egipcios habían montado guardia tres años sin que nadie les
relevara de la guardia; después de deliberar y de común acuerdo, abandonaron
todos a Psamético y se fueron a Etiopía. Informado Psamético, corrió en su
seguimiento, y cuando los alcanzó, les dirigió largas súplicas, oponiéndose a
que abandonaran a los dioses patrios, a sus hijos y mujeres, y uno de ellos,
según se cuenta, mostrando su miembro viril, dijo que en cualquier parte donde
lo tuvieran, tendría hijos y mujeres. Cuando llegaron a Etiopía, se entregaron
al rey, y él les recompensó de este modo: había ciertos etíopes con quienes
había tenido diferencias; invitó a los desertores a arrojarlos y ocupar su
territorio. Y una vez establecidos entre los etíopes, fueron humanizándose
éstos por aprender las costumbres egipcias.
31. Así, pues, el Nilo es conocido, aparte su curso
en Egipto, por cuatro meses de navegación y de camino; tantos, en efecto,
resultan los meses empleados en total para ir desde Elefantina hasta estos
Desertores; y corre desde la región vespertina y poniente; pero más allá nadie
puede hablar con certidumbre, porque es una región desierta, a causa del calor.
32. No obstante, he aquí lo que oí de boca de
algunos cireneos: decían que habían ido al oráculo de Amón, y habían entrado en
coloquio con Etearco, rey de los amonios, y que de conversación en
conversación, vinieron a hablar sobre el Nilo, y sobre que nadie conocía sus
fuentes. Etearco contó que una vez habían llegado a su presencia unos nasamones
(este pueblo es libio y ocupa la Sirte y el territorio situado a Oriente de la
Sirte en un corto espacio); cuando llegaron los nasamones y se les preguntó si
podrían contar algo más acerca de los desiertos de la Libia, le refirieron que
hubo en su tierra ciertos jóvenes audaces, hijos de hombres poderosos, que al
llegar a la edad viril habían discurrido, entre otras extravagancias, sortear a
cinco de entre ellos para ver los desiertos de la Libia y si podían ver algo
más que los que habían visto las tierras más remotas. Porque la costa mediterránea
de la Libia, empezando desde Egipto hasta el cabo Soloente, que pone fin a la
Libia, la pueblan toda los libios (y diversas tribus de libios), salvo lo que
ocupan griegos y fenicios; pero más allá de la costa y de los pueblos próximos
al mar, Libia es región de fieras; y más allá de la región de fieras es un
arenal, terriblemente árido y del todo desierto. Aquellos jóvenes, despachados
por sus camaradas y bien provistos de víveres y de agua, pasaron primero por la
región poblada; después de recorrer ésta llegaron a la región de las fieras, y
desde ésta atravesaron el desierto, enderezando el camino hacia el viento
Oeste. Después de recorrer un vasto arenal durante muchos días, vieron por fin
árboles en una llanura, y acercándose empezaron a echar mano al fruto que
estaba sobre los árboles. Mientras estaban cogiéndolo, les atacaron ciertos
hombrecillos, de menos de mediana altura, los apresaron y se los llevaron; los
nasamones no entendían su lengua ni los que los llevaban entendían la de los
nasamones. Los llevaron por dilatados pantanos, y después de recorridos éstos,
a una ciudad en la cual todos tenían la misma talla que los conductores, y eran
menos negros. Junto a la ciudad corría un gran río, de Poniente a Levante, y en
él se veían cocodrilos.
33. Hasta aquí contaré la fábula de Etearco el amonio;
añadiré sólo que decía, según contaban los cireneos, que los nasamones habían
vuelto, y que los hombres a los cuales habían llegado eran todos hechiceros.
Etearco conjeturaba que el río que bordeaba la ciudad era el Nilo, y la razón
así lo quiere. En efecto, el Nilo viene de Libia, y la corta por el medio; y
según conjeturo, juzgando lo desconocido por lo manifiesto, nace a la misma
distancia que el Istro. Porque el Istro comienza desde la ciudad de Pirene, en
la región de los celtas y corre cortando a Europa por el medio (los celtas
están más allá de las columnas de Heracles, lindantes con los cinesios, los
cuales, de todos los pueblos establecidos en Europa, son los que viven más a
Poniente); y termina el Istro desembocando en el ponto Euxino, después de
atravesar Europa, en donde se encuentra Istria, poblada por los colonos de
Mileto.
34. El Istro, como corre por tierra poblada, es de
muchos conocido, pero nadie puede hablar sobre las fuentes del Nilo, porque la
Libia a través de la cual corre es desierta y despoblada. Queda dicho sobre su
curso, hasta donde me fue posible llegar con mis investigaciones. El Nilo va a
parar a Egipto, y Egipto cae más o menos enfrente de la Cilicia montuosa; desde
allí hasta Sinope en el ponto Euxino hay camino recto de cinco días para un
hombre diligente. Sinope está enfrente del paraje donde el Istro desemboca en
el mar. Así, me parece que el Nilo, que atraviesa toda la Libia, es igual al
Istro.
35. Acerca del Nilo baste lo dicho. Paso a hablar
del Egipto con detenimiento; pues comparado con cualquier otro país, es el que
más maravillas tiene y el que más obras presenta superiores a todo
encarecimiento. A causa de esto hablaré más del Egipto. Los egipcios, con su clima
particular y con su río, que ofrece naturaleza distinta de la de los demás
ríos, han establecido en casi todas las cosas, leyes y costumbres contrarias a
las de los demás hombres. Allí son las mujeres las que compran y trafican, y
los hombres se quedan en casa, y tejen. Tejen los demás empujando la trama
hacia arriba, y los egipcios ha-cia abajo. Los hombres llevan la carga sobre la
cabeza, y las mujeres sobre los hombros. Las mujeres orinan de pie, y los
hombres sentados. Hacen sus necesidades en casa, y comen fuera, por las calles,
dando por razón que lo indecoroso, aunque necesario, debe hacerse a escondidas,
y lo no indecoroso, a las claras. Ninguna mujer se consagra allí por
sacerdotisa a dios o diosa alguna: los hombres son allí sacerdotes de todos los
dioses y de todas las diosas. Los varones no tienen ninguna obligación de
alimentar a sus padres contra su voluntad; pero las hijas tienen entera
obligación de alimentarlos, aun contra su voluntad.
36. En los otros países los sacerdotes de los
dioses se dejan crecer el cabello; en Egipto se rapan. Entre los demás pueblos
es costumbre, en caso de duelo, cortarse el cabello los más allegados al
difunto; los egipcios, cuando hay una muerte se dejan crecer el cabello en
cabeza y barba, mientras hasta entonces se rapaban. Los demás hombres viven
separados de los animales, los egipcios viven junto con ellos. Los demás se
alimentan de trigo y cebada; pero para un egipcio alimentarse de estos granos es
la mayor afrenta; ellos se alimentan de olyra, que algunos llaman
también espelta. Amasan la pasta con los pies, el lodo con las manos y recogen
el estiércol. Los demás hombres (excepto los que lo han aprendido de los
egipcios) dejan su miembro viril tal como nació, pero ellos se circuncidan. Los
hombres usan cada uno dos vestidos y las mujeres uno solo. Los demás fijan por
fuera los anillos y cuerdas de las velas, los egipcios por dentro. Los griegos
trazan las letras y calculan con piedrecillas llevando la mano de izquierda a
derecha; los egipcios de derecha a izquierda, y por hacer así dicen que ellos
lo hacen al derecho y los griegos al revés. Usan dos géneros de letras, las
unas llamadas sagradas, las otras populares.
37. Por ser supersticiosos en exceso, mucho más que
todos los hombres, usan de las siguientes ceremonias. Beben en vasos de bronce
y cada día los limpian, no éste sí y aquél no, sino todos. Llevan ropa de lino,
siempre recién lavada, poniendo en esto particular esmero. Se circuncidan por razones
de aseo, prefiriendo ser aseados más bien que bien parecidos. Los sacerdotes se
rapan todo el cuerpo día por medio, para que ni piojo ni otra sabandija alguna
se encuentre en ellos al tiempo de sus servicios divinos. Llevan los sacerdotes
solamente vestido de lino y calzado de papiro, y no les está permitido ponerse
otro vestido ni otro calzado. Se lavan con agua fría, dos veces al día y dos
veces a la noche, y cumplen otras prácticas religiosas en número infinito, por
así decirlo. Disfrutan en cambio de no pocas ventajas, pues no gastan ni
consumen nada de su propia hacienda; se les cuecen panes sagrados y a cada cual
le toca por día gran cantidad de carne de vaca y de ganso; también se les da
vino de uva; pero no les está permitido comer pescado. Los egipcios no siembran
en absoluto habas en sus campos, y las que hubieran crecido, ni las mascan ni
las comen cocidas, y los sacerdotes ni toleran verlas, teniéndolas por
legumbres impuras. No hay un solo sacerdote para cada uno de los dioses, sino
muchos, uno de los cuales es sumo sacerdote; cuando alguno muere, su hijo le reemplaza.
38. Piensan los egipcios que los toros pertenecen a
Épafo, y por este motivo los examinan así: si le encuentran aunque sea un solo
pelo negro, ya no le tienen por puro. Hace la búsqueda uno de los sacerdotes
encargados de ello, estando la res ya en pie, ya boca arriba; le hace sacar la
lengua por si está pura de las señales prescritas, de las cuales hablaré en
otro relato; y mira también si los pelos de la cola han crecido naturalmente.
Si está puro de todas esas señales, lo marca enroscándole en las astas un
papiro, y pegándole luego cierta tierra a manera de lacre, en la que imprime su
sello; y así lo llevan. Quien sacrifica una víctima no marcada tiene pena de
muerte.
39. De este modo, pues, se examina la res; el
sacrificio está entre ellos así establecido. Conducen la res ya marcada al
altar donde sacrifican; prenden fuego; y luego al pie del altar derraman vino
sobre la víctima y la degüellan invocando al dios; después de degollada, le cortan
la cabeza. Desuellan el cuerpo de la res y cargando de maldiciones la cabeza,
se la llevan; donde hay mercado y mercaderes griegos establecidos, la llevan al
mercado y la venden; allí donde no hay griegos, la arrojan al río. Maldicen a la
cabeza diciéndole que si algún mal amenaza a los que hacen el sacrificio o a
todo Egipto, se vuelva sobre esa cabeza. En cuanto a las cabezas de las reses
sacrificadas y a la libación del vino, todos los egipcios observan las mismas
normas para todos los sacrificios, y por esta norma ningún egipcio probará la
cabeza de ningún otro animal.
40. La extracción de las entrañas de las víctimas y
el modo de quemarlas son distintos para cada sacrificio. Voy a hablar del de la
divinidad que tienen por más grande y a la cual consagran la más grande
festividad. Después de desollar el buey y de rezar, le sacan toda la tripa,
dejando en el cuerpo las asaduras y la grasa, cortan las patas, la punta del
lomo, las espaldillas y el pescuezo. Tras esto, rellenan el resto del cuerpo
del buey de pan de harina pura, de miel, uvas pasas, higos, incienso, mirra y
otros aromas; así relleno, lo queman derramando sobre él aceite en gran
abundancia. Antes de sacrificar ayunan y mientras se está quemando la víctima,
todos se golpean el pecho. Después de golpearse sirven en convite lo que quedó
de las víctimas.
41. Todos los egipcios sacrifican toros y terneros
puros, pero no les es lícito sacrificar las hembras, por estar consagradas a
Isis. La imagen de Isis es una mujer con astas de buey, tal como los griegos
pintan a Ío; y los egipcios todos a una veneran a las vacas muchísimo más que a
todas las bestias de ganado. Por ese motivo, ningún egipcio ni egipcia besaría
a un griego en la boca, ni se serviría de cuchillo, asador o caldero de un
griego, ni probaría carne de buey puro trinchado con un cuchillo griego.
Sepultan del siguiente modo a los bueyes difuntos:
echan las hembras al río, y entierran a los machos en el arrabal de cada
pueblo, dejando por seña una o entrambas de sus astas salidas sobre la tierra.
Cuando está podrido y ha llegado el tiempo fijado, arriba a cada ciudad una
barca que sale de la isla llamada Prosopitis. La isla está en el Delta, y tiene
nueve esquenos de contorno. En esta isla Prosopitis hay entre otras
muchas ciudades una de donde salen las barcas destinadas a recoger los huesos
de los bueyes; el nombre de la ciudad es Atarbequis, y en ella se levanta un
venerable santuario de Afrodita. De esa ciudad parten muchas gentes para
diferentes ciudades; desentierran los huesos, se los llevan y los sepultan
todos en un solo lugar. Del mismo modo que a los bueyes sepultan también a las
demás bestias, cuando mueren, pues en este punto tal es su ley, y en efecto,
tampoco a éstas matan.
42. Todos cuantos han levantado el templo de Zeus
de Tebas o pertenecen al nomo de Tebas, se abstienen de las ovejas pero
matan las cabras, lo que no es de extrañar (porque todos los egipcios no
veneran a una a los mismos dioses, salvo Isis y Osiris, el cual, según dicen,
es Dióniso: a éstos todos los veneran a una). Por el contrario, todos cuantos
poseen un santuario de Mendes o pertenecen al nomo mendesio, se
abstienen, al contrario, de las cabras, pero matan a las ovejas. Los de Tebas y
los que a su ejemplo se abstienen de las ovejas, dicen que esa regla les ha
sido impuesta por los siguientes motivos: Heracles quería ver a toda costa a
Zeus, quien no quería ser visto de él. Al fin después de porfiar Heracles, Zeus
ideó esta traza: desolló un carnero, le cortó la cabeza, se tapó con ella, se
vistió el vellón y así se presentó a Heracles. Por eso los egipcios hacen la
imagen de Zeus con cabeza de carnero; y a ejemplo de los egipcios, los amonios,
que son colonos de los egipcios y de los etíopes, y se sirven de una lengua
intermedia entre las de entrambos. Y me parece que también tomaron de él su
nombre de amonios, ya que los egipcios llaman Amón a Zeus. Por esa razón los de
Tebas no sacrifican carneros y los miran como sagrados. Pero un día al año, en
la fiesta de Zeus, matan un carnero, le desuellan y con la piel visten la
imagen de Zeus del mismo modo que en la fábula, y luego le presentan otra
imagen, de Heracles. Después de esto, todos los del templo se golpean
lamentando al carnero, y luego le entierran en un ataúd sagrado.
43. Acerca de Heracles oí contar que era uno de los
doce dioses. Acerca del otro Heracles que conocen los griegos, no pude oír nada
en ningún lugar del Egipto. De que los egipcios no tomaron de los griegos el
nombre de Heracles, antes bien los griegos lo tomaron de los egipcios (y entre
los griegos, los que pusieron el nombre de Heracles al hijo de Anfitrión), de
que es así tengo entre muchas pruebas la siguiente: el padre y la madre de este
Heracles, Anfitrión y Alcmena, eran ambos por su abolengo originarios de
Egipto; además confiesan los egipcios que no conocen los nombres de Posidón ni
de los Dióscuros, ni están admitidos entre sus demás dioses. Pero si hubieran
tomado de los griegos el nombre de alguna divinidad, de éstos hubieran debido
acordarse, no en último, sino en primer lugar, si es que ya entonces se dedicaban
a la navegación y había navegantes griegos, como creo y mi opinión me persuade;
de suerte que los egipcios hubieran aprendido el nombre de estos dioses más
bien que el de Heracles. Por el contrario, Heracles es dios antiguo entre los
egipcios: según ellos dicen, han pasado diecisiete mil años desde que los ocho
dioses engendraron a los doce dioses, uno de los cuales piensan que es
Heracles, hasta el reinado de Amasis.
44. Deseando obtener sobre estas materias conocimiento
claro de quienes podían decírmelo, me embarqué para Tiro de Fenicia, porque oí
decir que allí había un santuario venerable de Heracles. Lo vi, ricamente adornado
de muchas ofrendas, y entre ellas dos columnas, la una de oro acendrado, la otra
de piedra esmeralda, que de noche resplandecía sobremanera. Entré en plática
con los sacerdotes del dios, y les pregunté cuánto tiempo hacía de la erección
de su santuario, y hallé que tampoco iban acordes con los griegos, pues decían
que el santuario del dios había sido erigido al mismo tiempo que se fundaba
Tiro, y que hacía dos mil trescientos años que estaba poblada Tiro. Vi en Tiro
otro santuario de Heracles, con el sobrenombre de Tasio. Y también pasé a Taso,
donde encontré un santuario de Heracles erigido por los fenicios, que se
hicieron a la mar en busca de Europa, y fundaron a Taso; y esto sucedió cinco
generaciones antes de nacer en Grecia Heracles, hijo de Anfitrión. Estas averiguaciones
prueban claramente que es Heracles un dios antiguo, y que hacen muy bien
aquellos griegos que han levantado dos especies de templos de Heracles, en uno
de los cuales le hacen sacrificio como a inmortal, con el sobrenombre de
olímpico, y en el otro le rinden honras fúnebres como a héroe.
45. Entre las muchas historias desatinadas que refieren
los griegos, se encuentra esta necia fábula que dicen sobre Heracles: que
cuando llegó a Egipto, los egipcios le coronaron y le llevaron en procesión
para sacrificarle a Zeus; él se quedó quieto por un tiempo, pero cuando comenzaron
el sacrificio junto al altar recurrió a la fuerza y los pasó a cuchillo a
todos. Al contar esto, me parece que los griegos ignoran de todo punto la
naturaleza y costumbres de los egipcios. ¿Cómo intentarían sacrificar hombres,
cuando no les es lícito sacrificar animales, salvo los cerdos, toros y terneros
que sean puros, y gansos? Además, ¿cómo es posible que Heracles solo, y todavía
mortal, según declaran, pudiera acabar con tantos millares? Sobre lo dicho
acerca de esas materias, séannos benévolos tanto los dioses como los héroes.
46. Los egipcios que dije, no matan cabras ni
machos cabríos por esta razón: los mendesios cuentan a Pan por uno de los ocho
dioses, y dicen que esos ocho dioses existieron antes de los doce, y los
pintores y escultores pintan y esculpen a Pan como los griegos, con rostro de
cabra y patas de chivo, sin que crean que sea así, sino igual a los demás
dioses. Y no me es muy grato decir por qué lo representan así. Los mendesios
veneran a todas las cabras, más a los machos que a las hembras y a ellos tributan
los cabreros mayores honras, principalmente a uno entre todos, el cual, cuando
muere causa gran duelo a todo el nomo mendesio. En Egipto tanto el macho
cabrío como Pan se llaman Mendes. En aquel nomo sucedió en mis días este
prodigio: un cabrón se juntó abiertamente con una mujer: esto llegó a
conocimiento de todos.
47. Los egipcios miran al puerco como animal impuro;
por eso, si al pasar alguien roza un puerco, va a bañarse al río con sus
vestidos, y por eso los porquerizos, aunque sean naturales del país, son los
únicos entre todos en no entrar en ningún templo, y nadie quiere darles en
matrimonio sus hijas ni tomar las de ellos, viéndose obligados a casarse entre
sí. Los egipcios no juzgan lícito sacrificar cerdos a los demás dioses sino
solamente a la Luna y a Dióniso, y en un tiempo mismo, en un mismo plenilunio,
sacrifican cerdos y comen la carne. Acerca de por qué abominan de los cerdos en
las demás festividades pero los sacrifican en ésta, hay un relato que cuentan los
egipcios, pero aunque lo sé no considero muy conveniente referirlo. El
sacrificio de los cerdos a la Luna se hace así: después de sacrificar la
víctima, juntan la punta de la cola, el bazo y el redaño, cubren todo con la
gordura que rodea los intestinos y luego lo arrojan al fuego. La carne restante
se come el día del plenilunio en el que se haya hecho el sacrificio, en otro
día ya no la probarían. Los pobres, a causa de su indigencia, modelan puercos
de pasta, los cuecen y los sacrifican.
48. La tarde de la fiesta de Dióniso, cada cual
mata en honor de Dióniso un cerdo en la puerta de su casa y lo entrega al mismo
porquerizo a quien lo compró para que se lo lleve. Celebran los egipcios lo
restante de la fiesta casi lo mismo que los griegos, aunque sin coros. En vez
de los falos han inventado otra cosa: unos títeres de un codo de alto, que las
mujeres llevan por las aldeas, y que mueven un miembro no mucho menor que lo
restante del cuerpo. Un flautista va delante y siguen las mujeres cantando a Dióniso.
Acerca de la desproporción del miembro, y de por qué es la única parte del
cuerpo que mueven, se cuenta cierto relato sagrado.
49. Por eso me parece que ya Melampo, hijo de Amitaón,
no ignoraba, antes conocía muy bien este sacrificio. En efecto, Melampo fue quien
introdujo entre los griegos el nombre de Dióniso, su sacrificio y la procesión
del falo; en rigor no lo explicó todo por entero; antes bien, los sabios que le
sucedieron lo explicaron más cumplidamente. Pero la procesión del falo en honor
de Dióniso, Melampo fue quien la introdujo, y por su enseñanza ha-cen los
griegos lo que hacen. Yo afirmo, pues, que Melampo fue varón sabio que adquirió
el arte de la adivinación, averiguó en Egipto muchas cosas y entre otras introdujo
entre los griegos, mudando algunos pormenores, las relativas a Dióniso. Porque
yo no diré que coinciden por azar las ceremonias hechas a este dios en Egipto y
entre los griegos, pues entonces serían conformes al carácter griego ni se
hubieran introducido recientemente. Y de ninguna manera admitiré que los
egipcios tomaran de los griegos esta o cualquier otra costumbre. Lo más verosímil,
a mi parecer, es que oyó Melampo lo concerniente a Dióniso, de Cadmo de Tiro y
los que con él llegaron de Fenicia a la región llamada ahora Beocia.
50. Las designaciones de casi todos los dioses vinieron
del Egipto a Grecia: pues encuentro por mis indagaciones que vinieron de los
bárbaros, y creo que llegaron principalmente del Egipto. Como no sean, en
efecto, las designaciones de Posidón y de los Dióscuros, según he dicho ya, y
además las de Hera, Hestia, Temis, las Cárites y las Nereidas, todas las demás
las han tenido siempre los egipcios en su país: digo lo que dicen los mismos
egipcios. Las designaciones de los dioses que dicen no conocer, ésas, según
creo, se deben a los pelasgos, salvo la de Posidón, a quien conocieron por los
libios, pues ningún pueblo sino los libios ha poseído desde un comienzo este
nombre ni rindió honores a aquel dios. No acostumbran tampoco los egipcios
tributar ningún culto a los héroes.
51. Estas usanzas y otras además de que hablaré,
las practican los griegos a ejemplo de los egipcios; pero el hacer itifálicas
las estatuas de Hermes, no lo han aprendido de los egipcios sino de los
pelasgos; los atenienses fueron los primeros entre todos los griegos que lo adoptaron
y de éstos, los demás: pues ya se contaban los atenienses entre los griegos,
cuando vinieron a convivir en su país los pelasgos, por donde también empezaron
a ser mirados como griegos. Quien esté iniciado en los misterios de los
Cabiros, que los samotracios celebran y que han recibido de los pelasgos, ese
hombre sabe lo que digo, ya que esos pelasgos que convivieron con los atenienses,
moraban antes en Samotracia, y de ellos han recibido los samotracios los
misterios. Los atenienses, pues, fueron los primeros griegos que aprendieron de
los pelasgos a hacer itifálicas las imágenes de Hermes. Los pelasgos contaban
acerca de esto cierto relato sagrado que se declara en los misterios de
Samotracia.
52. Antes los pelasgos, según sé porque lo oí en Dodona,
hacían todos los sacrificios invocando a los «dioses», sin dar a ninguno de
ellos nombre ni sobrenombre, pues no los habían oído todavía. Los habían
llamado dioses (theoí) porque por haber puesto (thentes) en orden
las cosas, tenían en sus manos la distribución de todo. Después de transcurrido
largo tiempo, aprendieron los nombres de los dioses, venidos de Egipto (salvo
el de Dióniso, que aprendieron mucho más tarde) y después de un tiempo
consultaron sobre los nombres el oráculo de Dodona. Este oráculo pasa ahora por
el más antiguo entre los griegos, y en ese tiempo era el único. Y al preguntarle
en Dodona los pelasgos si adoptarían las designaciones que habían venido de los
bárbaros, el oráculo respondió que las adoptaran. Desde aquella época hacían
sacrificios empleando las designaciones de los dioses, y de los pelasgos las
recibieron luego los griegos.
53. Sobre el origen de cada dios, o sobre si todos
existieron siempre, sobre cuáles son sus formas, nada sabían hasta ayer y
anteayer, por decirlo así. Porque me parece que Hesíodo y Homero fueron
cuatrocientos años más antiguos que yo, y no más; y ellos son los que compusieron
la teogonía de los griegos, asignaron a los dioses sus sobrenombres, les
distribuyeron artes y honores e indicaron sus formas; los poetas de quienes se
dice que fueron anteriores a estos dos, son, a mi parecer, posteriores. De todo
esto afirman lo primero las sacerdotisas de Dodona, y lo último, que se refiere
a Hesíodo y Homero, lo afirmo yo.
54. A propósito de los oráculos, del que está en Grecia
y del que está en Libia, los griegos cuentan la siguiente historia. Decían los
sacerdotes de Zeus tebano que los fenicios se llevaron de Tebas dos
sacerdotisas, y vendieron la una de ellas en Libia, según habían averiguado y
la otra en Grecia; esas mujeres fueron las primeras en establecer los oráculos
en los pueblos dichos. Al preguntarles yo de dónde sabían tan exactamente lo
que decían, respondieron que habían hecho los egipcios gran búsqueda de estas
mujeres y que no habían podido ha-llarlas, pero que luego habían averiguado
acerca de ellas lo que me contaban.
55. Esto fue lo que oí en Tebas de boca de los sacerdotes;
he aquí lo que dicen las Promántides dodoneas. Dos palomas negras volaron desde
Tebas a Egipto, la una de ellas llegó a Libia y la otra a Dodona, y posada en
una haya, les dijo con voz humana que era preciso hubiese allí un oráculo de
Zeus; los dodoneos comprendieron que era divina la orden, y por eso la
cumplieron. Cuentan que la paloma que partió a Libia ordenó a los libios establecer
el oráculo de Amón; este oráculo también es de Zeus. Así decían las
sacerdotisas dodoneas, la mayor de las cuales se llamaba Promenea, la segunda
Timáreta y la menor Nicandra. Y concordaban con ellas los demás dodoneos
relacionados con el templo.
56. Yo tengo sobre tal punto la siguiente opinión:
si de veras los fenicios se llevaron las sacerdotisas y vendieron la una de
ellas en Libia, y la otra en Grecia, me parece que esta mujer fue vendida en
Tesprocia, región de la que ahora se llama Grecia, y antes, siendo la misma, se
llamaba Pelasgia. Luego, mientras era esclava allí levantó a Zeus un santuario
al pie de una encina: como era natural, que habiendo servido en Tebas en el
templo de Zeus, guardase su memoria allí donde había llegado. Después, cuando
aprendió la lengua griega, estableció el oráculo, y contó que una hermana suya
había sido vendida en Libia por los mismos fenicios que la habían vendido a
ella.
57. Pienso que los dodoneos llamaron a las mujeres
palomas porque eran bárbaras, y se les figuraba que hablaban a semejanza de
aves. Dicen que con el tiempo la paloma habló con voz humana, esto es, cuando
la mujer les decía cosas inteligibles; mientras hablaba en lengua bárbara les
parecía proferir voces a la manera de ave, pues ¿de qué modo una paloma podría
hablar con voz humana? Al decir que la paloma era negra, indican que la mujer
era egipcia.
58. La adivinación que se practica en Tebas egipcia
y la que se practica en Dodona son parecidas. También ha llegado de Egipto la
adivinación por las víctimas. Los egipcios fueron los primeros que celebraron
fiestas religiosas nacionales, procesiones y dedicación de ofrendas, y de ellos
las han aprendido los griegos. Y ésta es para mí la prueba: las fiestas
egipcias se celebran evidentemente desde hace mucho tiempo; las griegas se
celebraron desde hace poco.
59. No tienen los egipcios fiesta religiosa
nacional una vez al año sino muchas. La principal, en la que ponen más empeño,
es la que van a celebrar en la ciudad de Bubastis en honor de Ártemis, y la
segunda en la ciudad de Busiris en honor de Isis, pues en esta ciudad hay un
templo muy grande de Isis; esta ciudad egipcia se levanta en medio del Delta.
Isis, en lengua griega, es Deméter. Reúnense para la tercera en Sais en honra
de Atenea; para la cuarta en Heliópolis en honor del Sol; para la quinta en
Buto en honor de Leto; y para la sexta en Papremis en honor de Ares.
60. Cuando se dirigen a Bubastis hacen así: navegan
juntos hombres y mujeres, y cada barca contiene una mu-chedumbre de ambos
sexos. Algunas de las mujeres tienen sonajas y las repican; los hombres tañen
sus flautas durante todo el viaje, y el resto de hombres y mujeres cantan y
palmotean. Y cuando en su navegación llegan a alguna otra ciudad, arriman la
barca a tierra y hacen esto: algunas mujeres continúan haciendo lo que he
dicho; otras motejan a gritos a las vecinas de la ciudad; otras danzan; otras,
puestas de pie, levantan sus vestiduras. Así hacen en cada ciudad que
encuentran a orillas del río. Cuando arriban a Bubastis celebran su fiesta
ofreciendo grandes sacrificios. En esa fiesta se gasta más vino de uva que en
todo el resto del año. Se reúnen, sin contar los niños, entre hombres y
mujeres, hasta setecientos mil, según dicen los del país.
61. He aquí lo que pasa en Bubastis. Más arriba he
dicho cómo celebran la fiesta de Isis en la ciudad de Busiris. Acabado el
sacrificio, todos y todas se golpean, millares y millares de hombres. No me es
lícito decir por quién se golpean. Todos los carios que viven en Egipto hacen
mayores extremos, hasta el punto de cortarse la frente con sus navajas, y con
esto quedan marcados por extranjeros y no egipcios.
62. Cuando se reúnen en la ciudad de Sais, en la noche
del sacrificio, encienden todos muchas lámparas al aire libre alrededor de sus
casas. Las lámparas son unos platillos llenos de aceite y sal, en los cuales
sobrenada la mecha que arde la noche entera. Esta fiesta se llama la
Candelaria. Los egipcios que no concurren a esta fiesta observan la noche del sacrificio
y todos encienden también lámparas, de modo que no sólo arden en Sais, sino por
todo el Egipto. Hay un relato sagrado sobre la causa por la que ha deparado a
esta noche sus luminarias y sus honras.
63; Cuando van a Heliópolis y a Buto, sólo hacen sacrificios.
En Papremis, hacen sacrificios y ritos sagrados como en las otras partes, pero
al ponerse el sol, algunos de los sacerdotes están ocupados alrededor de la
imagen, mientras la mayoría, con mazas en la mano, se colocan en la entrada del
santuario, y otros hombres, más de mil, que cumplen votos, cada cual asimismo
con sus palos, se colocan juntos en la otra parte del templo. La víspera
transportan la imagen, que está en un templete de madera dorada, a otra sala sagrada.
Entonces, los pocos sacerdotes que han quedado alrededor de la imagen,
arrastran un carro de cuatro ruedas que lleva el templete y la estatua que está
dentro del templete. Los sacerdotes apostados en el vestíbulo no les dejan
entrar; pero los que están cumpliendo sus votos, vienen en socorro del dios y
les golpean mientras aquéllos se defienden. Ármase entonces un recio combate de
maza, se rompen la cabeza y aun muchos mueren de las heridas, a lo que creo;
los egipcios, sin embargo, dicen que nadie muere.
Los del país cuentan que la fiesta se instituyó a
raíz de este suceso: vivía en aquel santuario la madre de Ares, Ares se había
criado lejos y cuando llegó a la edad viril quiso conocerla; y los servidores
de su madre, como no le habían visto antes, no le permitieron pasar y le apartaron;
pero él se trajo hombres de otra ciudad, trató duramente a los servidores, y
entró a ver a su madre. Dicen que a raíz de ese
suceso, quedó instituida esta pendencia en la fiesta de Ares.
64. También fueron los egipcios los primeros
en observar la práctica religiosa de no unirse con mujeres en los santuarios,
ni entrar en los santuarios sin lavarse después de estar con mujeres. Casi
todas las demás gentes, quitando egipcios
y griegos, se unen en los santuarios y levantándose del lado de sus mujeres entran
sin lavarse en los templos, persuadidos de que los hombres son como los demás
animales; pues vemos que todos los animales de ganado y todo género de pájaros,
se juntan en los templos y recintos de los dioses; y si esto no fuese grato a
la divinidad, tampoco lo harían los animales. Éstos, pues, alegan tales
razones, pero su proceder no me es grato.
65. Los egipcios observan en extremo las prácticas
religiosas, y particularmente la siguiente. Aunque el Egipto confina con la
Libia, no abunda mucho en animales; pero los que hay, sean domésticos o no lo
sean, son todos tenidos por sagrados. Si dijera por qué motivo son sagrados,
llegaría a hablar de materias divinas, cosa que sobre todas evito tratar, pues
lo que de ellos he dicho por encima, lo hice necesariamente obligado. La regla
sobre los animales es así: como guardianes del alimento de cada especie por
separado están designados en Egipto hom-bres y mujeres, que transmiten su cargo
de padres a hijos. Cada uno de los moradores de las ciudades cumple ante ellos
de este modo los votos que hace al dios a quien corresponde el animal: rapa la
cabeza de sus hijos, o toda o la mitad o la tercera parte; coloca el pelo en
una balanza, lo equilibra con plata, y entrega su peso a la guardiana de los
animales; a cambio de la plata, ella corta pescado y da de comer a los
animales, pues éste es el alimento que les está asignado. Quien mata una de
estas bestias, si voluntariamente, sufre pena de muerte; si involuntariamente,
paga la multa que fijan los sacerdotes. Quien mata un ibis o un gavilán,
voluntaria o involuntariamente, muere sin falta.
66. Grande es la abundancia de animales domésticos
y sería mucho mayor si los gatos no sufrieran este percance: las hembras
después de parir no se allegan ya a los machos, y éstos, por más que tratan de
juntarse con ellas, no lo logran; acuden, pues, a esta astucia: quitan, por
fuerza o por maña, a las hembras sus cachorros y los matan, pero no los comen.
Las hembras, despojadas de sus cachorros y deseosas de otros, se allegan de este
modo a los machos, porque este animal es amante de su cría. Cuando hay un
incendio, pasa con los gatos un hecho extraordinario. Porque los egipcios se
colocan de trecho en trecho guardando a los gatos, sin ocuparse de extinguir el
fuego; pero los gatos cruzan por entre los hombres a saltos por encima de ellos
y se lanzan al fuego. Cuando tal sucede, gran pesar se apodera de los egipcios.
En las casas en que un gato muere de muerte natural, todos los moradores se
rapan las cejas solamente; pero al morir un perro, se rapan la cabeza y todo el
cuerpo.
67. Los gatos son llevados después de muertos a locales
sagrados, y allí son embalsamados y sepultados, en la ciudad de Bubastis. Cada
cual entierra las perras en ataúdes sagrados en su respectiva ciudad, y del mismo
modo se sepulta a los icneumones. Llevan las musarañas y gavilanes a la ciudad
de Buto; los ibis a la de Hermópolis; pero a los osos, que escasean y a los lobos,
que no son mucho mayores que zorros, los entierran allí donde los encuentren
tendidos.
68. La naturaleza del cocodrilo es la siguiente:
durante los cuatro meses de invierno riguroso no come nada. Siendo cuadrúpedo,
es a la vez terrestre y acuático: en efecto, pone los huevos y saca las crías
en tierra, pasa la mayor parte del día en seco, pero toda la noche en el río,
por ser entonces el agua más caliente que el aire libre y el rocío. De todas
las criaturas mortales ésta es que sepamos, la que de más pequeña se vuelve más
grande, pues los huevos que pone no son mucho más grandes que los de ganso, y
el joven cocodrilo sale a proporción, pero crece hasta llegar a diecisiete
codos, y más todavía. Tiene ojos de cerdo, y los dientes grandes, salientes y a
proporción de su cuerpo. Es el único de los animales que carece de lengua;
tampoco mueve la quijada inferior, y también es el único de los animales que
acerca la quijada de arriba a la de abajo. Tiene uñas fuertes, y piel cubierta
de escamas, impenetrable en el dorso. Es ciego dentro del agua, pero al aire
libre su vista es agudísima. A causa de su permanencia en el agua, tiene el
interior de la boca llena de sanguijuelas. Así, huye de él todo pájaro y animal,
pero está en paz con él el tróquilo, de quien recibe beneficio, pues al salir
del agua el cocodrilo y abrir la boca (cosa que hace ordinariamente vuelto al
céfiro), se le mete en ella el tróquilo y le engulle las sanguijuelas;
complacido con el beneficio, el cocodrilo no causa el menor daño al tróquilo.
69. Para algunos egipcios los cocodrilos son sagrados;
para otros, no y los tratan como enemigos. Las gentes que moran alrededor de
Tebas o del lago Meris los creen muy sagrados. Unos y otros crían un cocodrilo
amaestrado y amansado; le ponen en las orejas pendientes de oro y piedras
artificiales, y ajorcas en las patas delanteras. Les dan alimentos especiales y
víctimas, y les cuidan inmejorablemente en vida; a su muerte los entierran
embalsamados en ataúdes sagrados. Pero los habitantes de la comarca de
Elefantina, no los creen sagrados y hasta los comen. No los llaman cocodrilos
sino jampsas; los jonios los llamaron cocodrilos, por la semejanza con
los cocodrilos (o lagartos) que se crían en sus albarradas.
70. Muchos y varios son los modos de cazarlos; anoto
el que me parece más digno de ser referido. El cazador ata al anzuelo como cebo
un lomo de cerdo; lo arroja al medio del río, y se está en la orilla con un lechoncito
vivo, al cual golpea. Al oír el gruñido, el cocodrilo se lanza en su dirección,
y topando con el lomo lo engulle, y los otros tiran de él. Una vez sacado a tierra,
ante todo el cazador le emplasta los ojos con lodo; tras esa previsión es muy
fácil domarlo; sin ella, sería difícil.
71. Los hipopótamos son sagrados en el nomo de
Papremis; para los demás egipcios no son sagrados. La figura que presentan es
la siguiente: es cuadrúpedo, con la pezuña hendida como el buey, tiene las
narices romas, crin de caballo, muestra dientes salientes, cola y relincho de
caballo, y tamaño como el del toro más grande. Su cuero es tan grueso, que
cuando se seca se hacen con él astas de venablos.
72. Críanse también en el río nutrias que los
egipcios consideran sagradas. También tienen por sagrado entre los peces al que
llaman lepidoto (escamoso) y a la anguila, y dicen que estos dos están
consagrados al Nilo, como entre las aves el ganso de Egipto.
73. Aún hay allí otra ave sagrada cuyo nombre es fénix.
Yo no la he visto sino en pintura. Raras son, en efecto, las veces que acude,
cada quinientos años según dicen los de Heliópolis, y cuentan que viene cuando
se muere el padre. Si se parece a su pintura, es del tamaño y figura
siguientes: las plumas de las alas son parte doradas y parte carmesí; es muy
semejante al águila en contorno y tamaño. Cuentan (cuento no creíble para mí)
que ejecuta esta traza: parte desde Arabia y traslada al templo del Sol el cuerpo
de su padre, conservado en mirra, y lo sepulta en el templo del Sol. Lo
traslada así: forma ante todo un huevo de mirra, tan grande cuanto sea capaz de
llevar, y luego prueba si puede cargarlo; hecha la prueba, lo vacía y mete a su
padre; rellena con otra porción de mirra la concavidad en la que había puesto a
su padre, hasta llegar, con el cadáver, al peso primitivo. Así conservado, lo
lleva al templo del Sol en Egipto. He aquí lo que, según dicen, hace ese
pájaro.
74. En los alrededores de Tebas hay serpientes sagradas,
nada dañinas a los hombres, de tamaño pequeño, que llevan dos cuernos en la
punta de la cabeza. Al morir las entierran en el santuario de Zeus, pues dicen
que están consagradas a ese dios.
75. Hay un lugar de Arabia situado cerca de la
ciudad de Buto, a ese lugar vine cuando me informé sobre las serpientes aladas.
Cuando llegué vi huesos y espinazos de serpientes, en cantidad que no alcanzo a
referir. Veíanse montones de espinazos, grandes, menores y más pequeños
todavía, pero eran muchos. El sitio, en que están esparcidos los espinazos,
tiene este aspecto: es una quebrada estrecha que va de los montes a una
llanura, y esta llanura linda con la del Egipto. Cuéntase que, con la
primavera, las serpientes aladas vuelan desde la Arabia al Egipto, y que los
ibis les salen al encuentro en esa quebrada, no permiten a las serpientes pasar
al país, y las matan. Por este servicio dicen los árabes que el ibis recibe
gran veneración de los egipcios, y convienen los egipcios en que por esto
veneran a esas aves.
76. La figura del ibis es ésta: es todo negro por extremo,
tiene patas de grulla, pico suavemente encorvado, tamaño del rascón. Ésta es la
figura de los ibis negros que pelean con las serpientes; la de los ibis que
andan más entre la gente (porque hay dos clases de ibis) es ésta: tienen la
cabeza y todo el cuello pelado, plumaje blanco salvo la cabeza, el pescuezo, la
punta de las alas y de la rabadilla (todas las partes que dije son negras por
extremo); en las patas y en el pico se asemejan a la otra especie. La forma de
la serpiente es como la de la hidra; las alas que lleva no tienen plumas, antes
bien son muy semejantes a las del murciélago. Baste lo dicho sobre los animales
sagrados.
77. En cuanto a los egipcios, unos viven en el
Egipto cultivado y, como ejercitan la memoria sobre todos los demás hombres,
son con mucho los más sabios en historia de quienes yo haya tenido experiencia.
Observan este modo de vida: se purgan tres días seguidos cada mes, persiguiendo
la salud a fuerza de vomitivos y lavativas, persuadidos de que todas las
enfermedades del hombre nacen de los manjares que sirven de alimento. Son por
otra parte los egipcios los más sanos de todos los hombres, después de los
libios; a mi entender a causa del clima, ya que las estaciones no cambian,
porque en los cambios surgen principalmente las enfermedades humanas: en los
cambios de todas las cosas y particularmente de las estaciones. Comen el pan
que hacen de olyra, al cual dan el nombre de cyllestis. Beben
vino hecho de cebada, pues no hay viñas en el país. De los pescados, comen
crudos algunos después de secados al sol, y otros adobados en salmuera.
De las aves, también comen crudas las codornices, ánades y las aves pequeñas,
preparándolas antes en salmuera. Todo el resto de aves y peces que se
encuentre entre ellos, excepto los señalados como divinos, todos los demás los
comen cocidos o asados.
78. En los convites de la gente rica, cuando ha acabado
la comida, un hombre pasa a la redonda un cadáver, hecho de madera, en su
ataúd, imitado a la perfección por el labrado y la pintura, tamaño en todo de
un codo o dos, y al enseñarlo dice a cada uno de los comensales: «Mírale, bebe
y huelga, que así serás cuando mueras». Tal es lo que hacen en los convites.
79. Observan las usanzas patrias y no adquieren ninguna
otra. Entre otras suyas notables, lo es el que posean una sola canción, el Lino, que también se canta en Fenicia, en
Chipre y otras partes; en cada país lleva distinto nombre, pero parece ser la
misma que cantan los griegos con el nombre de Lino. Y entre otras cosas que me admiran,
referentes a los egipcios, es una, de dónde tomaron el nombre, pues parece que
la han cantado siempre. En egipcio Lino se llama Máneros. Los egipcios me
dijeron que era el hijo único del primer rey de Egipto, que murió prematuramente
y fue honrado por los egipcios con tales endechas, y que ésta ha sido su
primera y única canción.
80. En esta otra costumbre concuerdan los egipcios
con los griegos, aunque sólo con los lacedemonios: los jóvenes, al encontrarse
con los ancianos, se levantan de su asiento. Pero en este otro particular no
concuerdan con ningún pueblo griego: en la calle, en lugar de saludarse de
palabra, hacen una reverencia, bajando la mano hasta la rodilla.
81. Visten túnicas de lino, con franjas alrededor
de las piernas, a las que llaman calasiris. Sobre ellas, echados por
encima, llevan mantos de lana blanca. No obstante, no traen ropas de lana en
los santuarios, ni se entierran con ellas, pues no lo permite su religión.
Convienen en esto con las ceremonias llamadas órficas y báquicas que son
egipcias, y con las pitagóricas, pues no está permitido a ninguno de los participantes
en esos misterios ser sepultado con ropas de lana. Acerca de todo esto se
cuenta un relato sagrado.
82. Los egipcios han discurrido además estas otras
invenciones: a cuál de los dioses corresponde cada mes y cada día; qué le sucederá
a cada uno, cómo acabará, qué conducta seguirá, según el día en que hubiese
nacido; doctrinas de que se han valido los poetas griegos. Han descubierto más
presagios que todos los demás hombres juntos, porque cuando sucede un presagio,
observan el resultado y lo anotan; y si alguna vez, más tarde, se produce algo
semejante, piensan que ha de tener el mismo resultado.
83. Tienen establecida así la adivinación: a ningún
hombre incumbe el arte, sino a algunos dioses. Está, en efecto, allí el oráculo
de Heracles, el de Apolo, el de Atenea, el de Ártemis, el de Ares, el de Zeus y
el de Leto, en la ciudad de Buto, al que honran con preferencia a todos los
demás oráculos.
84. Tienen la medicina repartida en la forma siguiente:
cada médico atiende a una enfermedad y no más. Todo está lleno de médicos: unos
son médicos de los ojos, otros de la cabeza, otros de los dientes, de las
vísceras del vientre, de las enfermedades ocultas.
85. Los duelos y funerales son así: cuando en una casa
muere un hombre de cierta importancia, todas las mujeres de la casa se
emplastan de lodo la cabeza y el rostro. Luego dejan en casa al difunto, y
ellas recorren la ciudad, golpeándose, ceñida la ropa a la cintura y mostrando
los pechos, en compañía de todos sus parientes. En otra parte plañen los
hombres, también ceñida la ropa a la cintura. Concluido esto, llevan el cadáver
para embalsamarlo.
86. Hay gentes establecidas para tal trabajo y que
tienen tal oficio. Estos, cuando se les trae un cadáver, presentan a los que lo
han traído unos modelos de madera, pintados imitando un cadáver. La más
primorosa de estas figuras, dicen, es la de aquel cuyo nombre no juzgo pío
proferir a este propósito. La segunda que enseñan es inferior y más barata, y
la tercera es la más barata. Después de explicadas, preguntan de qué modo
desean se les prepare el muerto; cuando han cerrado el trato, se retiran; los
artesanos se quedan en sus talleres y ejecutan en esta forma el embalsamamiento
más primoroso. Ante todo meten por las narices un hierro corvo y sacan el
cerebro, parte sacándolo de ese modo, parte por drogas que introducen. Después
hacen un tajo con piedra afilada de Etiopía a lo largo de la ijada, sacan todos
los intestinos, los limpian, lavan con vino de palma y después con aromas
molidos. Luego llenan el vientre de mirra pura molida, canela, y otros aromas,
salvo incienso, y cosen de nuevo la abertura. Después de estos preparativos
embalsaman el cadáver cubriéndolo de nitro durante setenta días, y no está
permitido adobarle más días. Cuando han pasado los setenta, lavan el cadáver y
fajan todo su cuerpo con vendas cortadas en tela fina de hilo y le untan con
aquella goma de que se sirven por lo común los egipcios en vez de cola.
Entonces lo reciben los parientes, mandan hacer un ataúd de madera, lo guardan
y lo depositan en una cámara funeraria colocándolo en pie, contra la pared.
87. Ése es el modo más suntuoso de preparar los cadáveres.
Para los que quieren la forma media y huyen de la suntuosidad los preparan así:
llenan unos clísteres de aceite de cedro y con ellos llenan los intestinos del
cadáver, sin extraerlos ni cortar el vientre, introduciendo el clíster por el
ano e impidiendo que vuelva a salir, y lo embalsaman durante los días fijados.
El último sacan del vientre el aceite que habían introducido antes; el cual tiene
tanta fuerza, que arrastra consigo intestinos y entrañas ya disueltos. La carne
la disuelve el nitro, y sólo resta del cadáver la piel y los huesos. Una vez
hecho esto, entregan el cadáver sin cuidarse de más.
88. El tercer modo de embalsamar con que preparan a
los menos pudientes es éste: lavan con purgante los intestinos, embalsaman el
cadáver durante los setenta días, y lo entregan después para que se lo lleven.
89. En cuanto a las mujeres de los nobles, no las entregan
para embalsamar inmediatamente que mueren, y lo mismo las mujeres muy hermosas
o principales, sino las entregan a los embalsamadores tres o cuatro días después.
Hacen esto para que los embalsamadores no se unan a las mujeres. Cuentan en
efecto, que se sorprendió a uno mientras se unía a una mujer recién muerta, y
que un compañero de oficio le había delatado.
90. Si un hombre, lo mismo egipcio que forastero,
ha sido arrebatado por un cocodrilo o por el mismo río, y aparece muerto, los
hombres de la ciudad a la que ha sido arrojado deben sin falta embalsamarle,
tributarle las mayores honras y sepultarle en ataúdes sagrados. No se permite a
ningún otro tocarlo ni de los parientes ni de los amigos, sino que los mismos
sacerdotes del Nilo, con sus propias manos le sepultan pues su cadáver es
tenido por algo más que humano.
91. Huyen de adoptar los usos de los griegos, y,
para decirlo en una palabra, los usos de ningún otro pueblo. Lo egipcios
observan en general tal norma. Pero hay en el nomo de Tebas, vecina a
Neápolis, una gran ciudad, Quemmis. En esa ciudad está un santuario de Perseo,
el hijo de Dánae, cuadrado, rodeado de palmas. El pórtico del templo es muy
grande, de piedra, y en él están en pie dos grandes estatuas de piedra; dentro
de este recinto hay un templo, y en él la estatua de Perseo. Los quemmitas
cuentan que muchas veces se les aparece Perseo por la comarca, y muchas veces
en su templo que se encuentra la sandalia que ha calzado, tamaña de dos codos,
y que cuando la sandalia ha aparecido, todo Egipto prospera. Eso es lo que
cuentan, y en honor de Perseo observan estas costumbres griegas: instituyen un
certamen gímnico con todo género de competición, y proponen por premio reses,
mantos y pieles. Cuando les pregunté por qué Perseo solía aparecerse a ellos
solamente, y por qué se apartaban de los demás egipcios en instituir un
certamen gímnico, me respondieron que Perseo era originario de su ciudad; pues
Dánao y Linceo eran quemmitas que habían pasado por mar a Grecia, y trazando la
genealogía llegaron desde ellos a Perseo. Cuando éste arribó a Egipto con el
mismo objeto que refieren los griegos de traer de Libia la cabeza de la
Gorgona, visitó también —decían— la ciudad de Quemmis, y reconoció a todos sus
parientes; cuando arribó a Egipto ya sabía el nombre de Quemmis, pues lo había
oído a su madre, y por su mandato celebraban en su honor un certamen gímnico.
92. Observan los usos hasta aquí referidos los egipcios
que moran más arriba de los pantanos; los que viven en los pantanos siguen en
general las mismas costumbres que los demás egipcios, particularmente en tener
cada cual una sola mujer, como los griegos; pero para procurarse sustento
barato han discurrido estos medios. Cuando el río se hincha y la llanura queda
convertida en mar, brotan en el agua muchos lirios, que los egipcios llaman
lotos. Después de segarlos y secarlos al sol, extraen lo que hay en el medio
del loto, que se parece a la adormidera, lo machacan y hacen con ello sus panes
cocidos al horno. También es comestible la raíz del mismo loto, medianamente
dulce, redonda y del tamaño de una manzana. Hay otros lirios que nacen también
en el río, parecidos a las rosas, cuyo fruto se halla en otro cáliz que sale de
la raíz, muy semejante en forma al panal de las avispas; en él se apiñan granos
comestibles del tamaño del hueso de la aceituna; y se comen tanto tiernos como
secos. En cuanto al papiro, que brota cada año, una vez arrancado de los pantanos,
cortan la parte superior para otros usos, y comen la parte inferior que queda,
larga de un codo. Los que quieren papiro muy sabroso, lo tuestan cubierto en un
horno al rojo, y así lo comen. Algunas gentes de esa región viven solamente de
pescado; después de cogerlos y sacarles las tripas, los secan al sol, y se
alimentan luego de ellos, cuando están secos.
93. No hay muchos cardúmenes en los ríos, pero se
crían en las lagunas, y hacen así: cuando sienten el impulso de fecundar, nadan
en cardúmenes hacia el mar; los dirigen los machos, despidiendo la semilla; las
hembras que los siguen, la sorben y con eso se fecundan. Después de empreñarse
en el mar, nadan todos de vuelta hacia su morada; pero entonces ya no dirigen
los machos, sino que pasa a las hembras la dirección. Al dirigir los cardúmenes
hacen lo que hacían los machos: despiden sus huevos, pequeños como granos de
mijo, y los machos que las siguen los engullen. Esos granos son peces. De los
granos que quedan sin devorar, nacen los pescados que se crían. Se observa que
los que se cogen en su salida al mar, tienen la cabeza magullada a la izquierda,
pero los cogidos a la vuelta la tienen magullada a la derecha. Les sucede esto
por la siguiente razón: van hacia el mar siguiendo la orilla izquierda, y
cuando nadan de vuelta, siguen la misma orilla, arrimándose y tocándola cuanto
pueden para que la corriente no les desvíe de su camino. Apenas comienza a
crecer el Nilo, se empiezan a llenar ante todo las hoyas de la tierra y los pantanos
vecinos al río, con el agua que de él se infiltra. Y así que se van llenando en
seguida todo ello se puebla de pececillos. Creo conocer cuál es su probable
origen: el año anterior, al menguar el Nilo, los peces se retiran con las
últimas aguas, dejando sus huevos en el lodo; cuando transcurre su tiempo y de
nuevo llega el agua, de esos huevos nacen en seguida estos peces. He aquí lo
que puede decirse en cuanto a los peces.
94. Los egipcios que viven alrededor de los
pantanos emplean cierto aceite obtenido del fruto del ricino: los egipcios lo llaman
kiki, y lo preparan así. Siembran en la orilla de los ríos y de los
lagos ese ricino que en Grecia crece silvestre; sembrado en Egipto da fruto
copioso, aunque maloliente. Una vez cogido, unos lo machacan y estrujan, otros
lo tuestan y cuecen y recogen lo que mana. Es un líquido graso, no menos útil
para las lámparas que el aceite, pero despide olor fuerte.
95. Contra los mosquitos, que son abundantes, han
ideado lo que sigue: los que viven más allá de los pantanos se guarecen en
torres, a las que suben para dormir porque, los mosquitos, vencidos por los
vientos, no pueden volar alto; los que moran alrededor de los pantanos, en vez
de las torres, han ideado este otro remedio: cada cual posee una red, con la
que pesca de día, y durante la noche la usa así: rodea con la red la cama en
que descansa, y luego se mete y duerme bajo la red. Si duerme uno envuelto en
su manto o en una sábana los mosquitos le pican a través de ellos, pero a
través de la red ni intentan hacerlo.
96. Las barcas de carga se fabrican allí de madera
de acacia, cuyo aspecto es muy semejante al loto de Cirene; su lágrima es la
goma. Pues de esa acacia cortan maderos como de dos codos, los disponen como
ladrillos, y construyen la embarcación de este modo: sujetan los maderos de dos
codos con largos y gruesos clavos. Construida de ese modo la embarcación, en la
parte superior tienden las vigas; no usan para nada de costillas y por dentro
calafatean las junturas con papiro. Hacen un solo timón, que pasa por la quilla.
Emplean mástil y velas de papiro. Estas barcas no pueden navegar río arriba, si
no sopla viento vivo, y andan a remolque desde la orilla; pero río abajo se
transportan de este modo: tienen un cañizo de varas de tamariz entrelazadas con
cañas, y una piedra agujereada que pesa más o menos dos talentos. Arrojan delante
de la barca para que sea llevado a flor de agua el cañizo atado con un cable, y
detrás la piedra atada con otro cable; el cañizo, impelido por la corriente,
marcha rápidamente y tira de la baris (que así se llaman estas barcas),
mientras la piedra se arrastra detrás y tocando fondo dirige su curso. Tienen
muchas barcas de éstas, y algunas cargan muchos miles de talentos.
97. Cuando el Nilo inunda el país, únicamente las
ciudades sobresalen del agua, muy semejantes a las islas en el mar Egeo, pues
el resto de Egipto se convierte en un mar, y sólo las poblaciones sobresalen.
Durante la inundación, ya no navegan por la corriente del río, sino a través de
la llanura. Por lo menos, al remontarse de Náucratis a Menfis, la navegación
bordea las pirámides; pero no es ése el rumbo, sino por el vértice del Delta y
por la ciudad de Cercasoro.
98. Si desde el mar y desde Canopo, navegas a
través de la llanura rumbo a Náucratis, llegarás a la ciudad de Antila y a la
que lleva el nombre de Arcandro. De estas ciudades, Antila, que es
considerable, está señalada para el calzado de la esposa del monarca que reine
en Egipto; lo cual se hace desde que Egipto está bajo el dominio persa. La otra
ciudad, me parece que toma su nombre del yerno de Dánao, Arcandro, hijo de
Ftío, hijo de Aqueo; pues se llama, en efecto, ciudad de Arcandro. Puede que
haya existido otro Arcandro, pero sin duda el nombre no es egipcio.
99. Hasta aquí todo cuanto he dicho es mi observación,
mi opinión y mi investigación; en adelante voy a contar los relatos egipcios
tal como los oí, aunque también les agregaré algo de mi observación. Min, el
primero que reinó en Egipto, decían los sacerdotes, protegió con un dique a
Menfis; porque el río corría todo hacia la montaña arenosa, en dirección a
Libia, y Min formó con terraplenes el recodo que se encuentra a Mediodía, a
unos cien estadios más arriba de Menfis, dejó en seco el antiguo cauce y derivó
el río por medio de canales para que corriese a igual distancia de las dos
montañas. Aún ahora, bajo el dominio de los persas, ese recodo del Nilo está
muy vigilado y reforzado todos los años, para que corra desviado, pues si se le
antoja al río romper por allí el dique y desbordarse, toda Menfis correría el
riesgo de anegarse. Cuando este Min, que fue el primer rey, logró secar el
terreno de donde había desviado el Nilo, fundó en él la ciudad que ahora se
llama Menfis (Menfis se encuentra realmente en la parte estrecha de Egipto), y
por fuera mandó excavar un lago derivado del río por el Norte y el Occidente
(ya que por el Oriente la limita el mismo Nilo); y edificó en la ciudad el
famoso santuario de Hefesto, que es grande y muy digno de memoria.
100. Después de Min, enumeraban los sacerdotes según
un libro trescientos treinta nombres de otros reyes. En tantas generaciones,
dieciocho eran etíopes, una sola mujer, nativa, y los demás eran varones
egipcios. La mujer que reinó tenía por nombre Nitocris, lo mismo que la que
reinó en Babilonia. Contaban que para vengar a su hermano —el cual era rey de
Egipto, los egipcios le ha-bían matado, y luego de matarle le entregaron a ella
el reino—, para vengarle, quitó la vida a muchos egipcios por medio de este
ardid. Mandó construir una vasta habitación subterránea y, con pretexto de
inaugurarla, aunque con intención de maquinar otras cosas, convidó a un
banquete a muchos de los egipcios, los que sabía haber sido principales
cómplices en la muerte. En medio del convite soltó el río sobre ellos por medio
de un gran conducto oculto. No contaban más acerca de la reina sino que, en
cuanto ejecutó su intento, se arrojó a una estancia llena de ceniza, a fin de
escapar a la venganza.
101. De los demás reyes decían que no habían dejado
monumento alguno y, por lo tanto, carecían de todo esplendor, salvo uno solo,
el último de ellos, llamado Meris; éste dejó como monumentos el pórtico del
templo de Hefesto, que mira al Norte, mandó excavar un lago (más adelante
mostraré cuántos estadios de perímetro tiene), y levantó en él unas pirámides
de cuyo tamaño haré mención junto con el lago. Tantos fueron los monumentos que
dejó Meris, cuando de los demás, nadie dejó nada.
102. Por lo mismo pasaré a éstos en silencio, para
hacer mención del rey que les sucedió, y cuyo nombre fue Sesostris. Decían de
él los sacerdotes, que salió primero del golfo arábigo con naves largas,
sometió a los habitantes de las costas del mar Eritreo, y continuando su
navegación llegó a un mar que a causa de los bajíos ya no era navegable.
Después, al volver a Egipto (según el relato de los sacerdotes) juntó un
ejército numeroso y marchó por tierra firme, sometiendo a cuanto pueblo encontraba.
Cuando se encontraba con pueblos aguerridos que combatían esforzadamente por su
libertad, erigía en su comarca unas columnas con una inscripción que decía su
nombre, el de su patria y cómo con su fuerza los había sometido; pero cuando tomaba
las ciudades sin combate ni dificultad, grababa en las columnas lo mismo que en
las de los pueblos que se habían mostrado valientes, pero grababa además los
miembros de una mujer, queriendo declarar que eran cobardes.
103. En esta forma recorrió el continente, hasta
que pasó de Asia a Europa, y sometió a los escitas y a los tracios: me parece
que ése es el punto más alejado al que llegó el ejército egipcio, pues en su
país aparecen erigidas las columnas, y más allá ya no. Desde este término,
dando la vuelta, emprendió el regreso; y cuando estuvo cerca del río Fasis, no
puedo decir con certeza si entonces el mismo rey separó alguna gente de su ejército,
y la dejó como colonos de la región, o si algunos de sus soldados, pesarosos de
tanto viaje, se quedaron de suyo en los alrededores del río Fasis.
104. Porque evidentemente los colcos parecen ser
egipcios. Esto que digo, lo pensé yo antes de oírselo a nadie. Cuando me puse a
meditar en ello, interrogué a unos y otros; y los colcos se acordaban de los
egipcios más que los egipcios de los colcos, si bien decían los egipcios que,
en su opinión, los colcos eran parte del ejército de Sesostris. Yo lo había
presumido por este motivo: porque son negros y de pelo crespo (pero esto no
lleva a nada, puesto que hay otros pueblos así), y mucho más porque son los
únicos, entre todos los hombres que se circuncidan desde sus orígenes, colcos,
egipcios y etíopes. Los fenicios y los asirios de Palestina, confiesan ellos
mismos haberlo aprendido de los egipcios. Los sirios comarcanos del río
Termodonte y del Partenio, y los macrones, sus vecinos, afirman haberlo
aprendido recientemente de los colcos. Éstos son los únicos hombres que se
circuncidan, y es evidente que lo hacen del mismo modo que los egipcios. Entre
los egipcios mismos y los etíopes no puedo decir cuál de los dos pueblos
aprendió esta costumbre del otro, pues evidentemente es muy antigua. Pero tengo
una gran prueba de que la aprendieron al tratarse con los egipcios, ya que
todos los fenicios que tratan con los griegos, no imitan más a los egipcios en
la circuncisión, y no circuncidan a los hijos que les nacen.
105. Ea, pues, diré de los colcos, otro punto en
que se asemejan a los egipcios; ellos y los egipcios son los únicos que
trabajan el lino del mismo modo. Entre los griegos el lino cólquico se llama
sardónico, y egipcio, el que llega de Egipto.
106. En cuanto a las columnas que levantaba Sesostris,
rey de Egipto, en diversas regiones, las más ya no parecen; pero yo mismo vi
las que existen en la Siria Palestina, con la inscripción de que he hablado y
los miembros de una mujer. Hay también en Jonia dos figuras de ese hombre esculpidas
en la roca; una en el camino que va del territorio de Éfeso a Focea; otra, en
el que va de Sardes a Esmirna. En ambas partes está esculpido un hombre alto de
cinco palmos, con lanza en la mano derecha, y arco en la izquierda; y por el
estilo la restante armadura, ya que es parte egipcia y parte etiópica. Desde un
hombro a otro corren esculpidos por el pecho caracteres egipcios sagrados que
dicen: Esta región la gané con mis hombros. No indica allí quién sea ni
de dónde venga, pero en otras partes lo ha indicado. Algunos de los que vieron
tales figuras conjeturan que es la imagen de Mem-nón, mas están muy lejos de la
verdad.
107. Mientras que el egipcio Sesostris regresaba trayendo
muchos hombres de los pueblos cuyos territorios había sometido, al llegar de
vuelta a Dafnas de Pelusio —contaban los sacerdotes— el hermano a quien Sesostris
había confiado el Egipto le invitó a él y con él a sus hijos a un convite,
amontonó leña alrededor de la casa, y luego de amontonada, la prendió. Cuando
Sesostris lo advirtió, consultó inmediatamente con su mujer, pues también
llevaba a su mujer en su compañía. Y ella le aconsejó que de los seis hijos que
tenían tendiera dos sobre la hoguera para formar un puente sobre las llamas, y
salvarse ellos andando por sobre los muertos. Así hizo Sesostris; dos de sus
hijos murieron quemados de esa manera, los restantes se salvaron junto con su
padre.
108. Una vez vuelto Sesostris a Egipto y vengado de
su hermano, se sirvió de la muchedumbre que traía consigo, de los territorios
que había sometido, para este fin: ellos fueron los que arrastraron las enormes
piedras llevadas en su reinado al templo de Hefesto, y ellos cavaron a la
fuerza todos los canales que ahora existen en Egipto, y sin proponérselo
hicieron que Egipto, antes recorrido por carros y caballos, dejase de serlo; en
efecto: desde aquella sazón, Egipto es todo llanura, no puede ser recorrida por
carros y caballos; causa de esto son los canales, muchos en número y orientados
en todas direcciones. El rey cortó el terreno por este motivo: cuantos egipcios
tenían sus ciudades no sobre el río, sino tierra adentro, ésos, cuando el río
se retiraba, faltos de agua, utilizaban el líquido bastante salobre de los
pozos. Por ese motivo, pues, se abrieron canales en Egipto.
109. Ese rey, decían los sacerdotes, distribuyó la
tierra a todos los egipcios, dando a cada uno un lote igual, en forma de
cuadrado. Partiendo de esta distribución, estableció las rentas, ordenando que
se pagara un tributo anual. Si el río se llevaba parte del lote de alguien,
debía éste acudir al rey, e indicarle lo que había pasado; el rey enviaba
gentes para examinar y medir en cuánto había disminuido el terreno, para que en
adelante pagase a proporción el tributo fijado. Me parece que, inventada de
aquí la geometría, pasó después a Grecia. Pues en verdad el reloj de sol, el
gnomon y las doce partes del día lo aprendieron los griegos de los babilonios.
110. Éste fue el único rey egipcio que ejerció dominio
sobre la Etiopía. Dejó como monumentos delante del templo de Hefesto unas
estatuas de piedra, dos de las cuales, la suya y la de su esposa, de treinta
codos, y las de sus hijos, que son cuatro, de veinte codos cada una. Mucho
tiempo después, el sacerdote de Hefesto no permitió que el persa Darío colocase
su estatua delante de éstas, diciéndole que no había realizado proezas tales
como Sesostris; pues Sesostris, no habiendo sometido menos pueblos que Darío,
sometió también a los escitas, y Darío no había podido vencer a los escitas; y
no era justo que colocase su estatua delante de las ofrendas de aquél si no le
había sobrepasado en hazañas. Cuentan que Darío perdonó
estas palabras.
111. Muerto Sesostris, decían, heredó el reino
su hijo Feros. Éste no emprendió ninguna campaña y tuvo la desgracia de
volverse ciego por esta causa: bajaba el río en una de las mayores avenidas, llegando entonces a dieciocho
codos, había anegado los cultivos y, azotado por el viento, levantaba oleaje.
Dicen que ese rey, presa de orgullosa temeridad, tomó su lanza y la arrojó en
medio de los remolinos del río. En seguida enfermó de los ojos y perdió la
vista. Diez años vivió ciego, y al undécimo le llegó un oráculo de la ciudad de
Buto que le anunciaba el término de su castigo, y que recobraría la vista si se
lavaba los ojos con la orina de una mujer que hubiese conocido únicamente a su
marido, sin comercio con ningún otro hombre. Probó primero la de su propia
mujer; pero como no recobraba la vista, siguió haciendo prueba en la de muchas.
Cuando recobró la vista, condujo todas las mujeres que había puesto a prueba,
excepto aquella con cuya orina había sanado, a cierta ciudad que se llama al
presente Tierra Roja, y allí las quemó a todas, junto con la ciudad. A aquella
con cuya orina había recobrado la vista, la tuvo por mujer. Cuando curó de su
enfermedad, entre otras ofrendas que consagró en todos los santuarios, merecen
particular mención los monumentos dignos de verse que consagró en el templo del
Sol: son dos obeliscos de piedra, cada cual de una sola pieza, de cien codos de
alto y ocho de ancho.
112. Decían que después de éste, heredó el reino un
ciudadano de Menfis, cuyo nombre en lengua griega es Proteo; su recinto sagrado
está ahora en Menfis, muy bello y bien adornado, sito al Sur del templo de
Hefesto. Alrededor de este recinto viven los fenicios de Tiro, y se llama todo
aquel lugar Campo de los tirios. Dentro del recinto sagrado de Proteo hállase
un santuario que se llama Afrodita forastera. Conjeturo que ese santuario es de
Helena, hija de Tíndaro, no sólo porque he oído el relato de cómo Helena moró
en el palacio de Proteo, sino también porque lleva la advocación de Afrodita, y
ninguno de los demás santuarios de Afrodita lleva la advocación de forastera.
113. Cuando yo interrogaba a los sacerdotes acerca
de Helena, me contaron que había sucedido con ella del siguiente modo:
Alejandro, luego que hubo robado a Helena de Esparta, se embarcó de vuelta a su
patria; al encontrarse en el Egeo, unos vientos contrarios lo arrojaron al mar
de Egipto, y desde allí, pues no paraban los vientos, arribó a Egipto, a la
boca del Nilo que ahora se llama Canópica y a Tariqueas. Había en la playa, y
lo hay todavía, un santuario de Heracles; al esclavo que en él se refugia, de
cualquier dueño sea, si se entrega al dios y recibe los estigmas sagrados, no
es lícito tocarle. Esta ley, desde el principio hasta mis tiempos, se ha mantenido
idéntica. Informados, pues, de la ley del santuario, los criados de Alejandro
se apartaron de él y, sentados como suplicantes del dios, acusaron a Alejandro,
con ánimo de dañarle refiriendo toda la historia de Helena, y del agravio
infringido a Menelao; así le acusaban en presencia de los sacerdotes y del
guardián de esa boca del río cuyo nombre era Tonis.
114. Al oírles, Tonis envió a toda prisa un mensaje
para Proteo, que decía así: «Acaba de llegar un extranjero de linaje teucro,
que ha cometido en Grecia un crimen impío: ha seducido la esposa de su mismo
huésped, y se lleva a esta mujer e inmensos tesoros; los vientos le arrojaron a
tu tierra. ¿Le dejaremos que se haga a la mar impunemente, o le quitaremos lo
que traía consigo?» Proteo envió un correo con la siguiente respuesta: «A ese
hombre, sea quien fuere, que ha cometido un crimen impío contra su mismo
huésped, prendedle y llevadle a mi presencia para que sepa yo qué razones podrá
dar».
115. Al oír esta orden, Tonis prendió a Alejandro y
retuvo sus naves; luego le condujo a Menfis con Helena, sus tesoros, y además
con los suplicantes. Trasladados todos, Proteo preguntó a Alejandro quién era y
de dónde navegaba; Alejandro le expuso su linaje; le dijo el nombre de su
patria, y le refirió su viaje y el puerto de donde procedía. Luego preguntó
Proteo de dónde había tomado a Helena; como Alejandro se enredaba en su
explicación y no decía la verdad, los suplicantes de Heracles le desmintieron y
dieron cuenta puntual del agravio. Al fin, Proteo pronunció esta sentencia: «Si
no pusiese mucho empeño en no matar a ningún extranjero de cuantos, arrojados
por los vientos, han venido a mis dominios, yo vengaría al griego en ti, ¡oh el
más vil de todos los hombres! que, recibido como huésped, cometiste el más impío
crimen. Te llegaste a la esposa de tu propio huésped; y no contento con esto le
diste alas y te la llevas robada. Y ni aún esto te bastó, y te vienes después
de haber saqueado la casa de tu huésped. Ahora bien: ya que pongo mucho empeño
en no matar extranjeros, no te mataré; pero no te permitiré que te lleves a esa
mujer con los tesoros, sino que guardaré una y otros para tu huésped griego,
hasta que él mismo quiera venir a llevárselos. A ti y a tus compañeros os
ordeno salir de mis dominios dentro de tres días; si no, seréis tratados como
enemigos».
116. Así, decían los sacerdotes, fue la llegada de
He-lena al palacio de Proteo. Y me parece que Homero tuvo noticia de esta
historia; pero como no era tan apta para la epopeya como aquella de que se
sirvió, la dejó a un lado, aunque manifestando que también la conocía. Está
claro por lo que compuso en la Ilíada (y en ninguna otra parte se
desdijo) acerca de la peregrinación de Alejandro, el cual, cuando se llevaba a
Helena perdió el rumbo, aportó en sus rodeos a diferentes países y entre ellos
a Sidón, ciudad de Fenicia. De ellos hace memoria Homero en la Aristía de
Diomedes; sus versos dicen así:
allí los peplos bordados, obra de esclavas sidonias
que de Sidón trajo Paris, semejante a un dios del
cielo
cuando cruzó el ancho mar en viaje funesto y trajo
a la divina Ilión, a Helena, de ilustre padre.
Y también hace memoria en la Odisea en los
siguientes versos:
Tan sabias drogas tenía, Helena, hija de Zeus,
regalo de Polidamna la egipcia, esposa de Ton,
que el fértil suelo de Egipto engendra copia de
drogas
muy variadas, saludables muchas y muchas letales.
Y Menelao dice a Telémaco estos otros:
Por más que ansiaba volver, me retuvieron los
dioses
en Egipto, por no hacerles acabado sacrificio.
En estos versos Homero demuestra que conocía la
peregrinación de Alejandro al Egipto, pues Siria confina con el Egipto, y los
fenicios, a quienes pertenece Sidón, viven en Siria.
117. Conforme a estos versos se demuestra también —y
no incierta, sino seguramente— que los Cantares ciprios no son de Homero,
sino de algún otro poeta; pues en los Cantares ciprios se dice que
Alejandro, cuando trajo a Helena, llegó en tres días de Esparta a Ilión, con
viento propicio y mar serena, y en la Ilíada dice que perdió su rumbo al
traerla.
118. Pero queden enhorabuena Homero y los Cantares
ciprios. Cuando pregunté a los sacerdotes sobre si era o no
fábula necia lo que cuentan los griegos acerca de la guerra de Troya, me
contestaron con la siguiente narración, que decían haber averiguado del mismo
Menelao. Después del rapto de Helena, llegó a la tierra de los teucros un gran
ejército griego en socorro de Menelao. Luego de desembarcar y acampar, enviaron
a Ilión embajadores y fue con ellos el mismo Menelao; entrado que hubieron en
la plaza, reclamaron a Helena y los tesoros que había hurtado Alejandro, y
exigieron satisfacción de la injuria. Pero los troyanos, entonces y después,
con juramento o sin él dijeron lo mismo: que no tenían a Helena ni los tesoros
demandados; que todo eso se hallaba en Egipto, y que no era justo dar ellos
satisfacción de lo que retenía el rey egipcio. Los griegos, pensando que los troyanos
se mofaban, sitiaron la ciudad hasta tomarla; mas después de tomada, como no aparecía
Helena, y oían siempre la misma explicación, se convencieron al fin y enviaron
a Menelao para que se presentase ante Proteo.
119. Llegó Menelao al Egipto, remontó el río hasta
Menfis, y cuando contó la verdad de las cosas, no sólo obtuvo grandes regalos
de hospitalidad, sino también recibió intacta a Helena, y además todos sus
tesoros. A pesar de tales beneficios, Menelao se condujo inicuamente con los
egipcios, pues deseando hacerse a la vela, como le retenían vientos contrarios
y esta situación duraba mucho tiempo, maquinó un crimen impío: tomó dos niños
de unas gentes del país, y los despedazó en sacrificio. Después, cuando se
divulgó el crimen, abominado y perseguido, huyó con sus naves hacia Libia. Qué
rumbo siguiese después desde allí, no pudieron decirme los egipcios; y
declaraban que sabían lo referido, parte por sus averiguaciones y parte lo
conocían con certeza, por haber acontecido en su país.
120. Así decían los sacerdotes egipcios. A la
verdad, yo también doy crédito a la historia de Helena, tomando en cuenta lo
siguiente: si Helena hubiera estado en Troya, hubiera sido devuelta a los
griegos, quisiese o no quisiese Alejandro. Porque ni Príamo hubiera sido tan insensato
ni sus demás deudos, como para poner en riesgo sus vidas, las de sus hijos y la
de la ciudad para que Alejandro gozara de Helena. Aun cuando en los primeros
tiempos decidieran no restituirla, después de perecer muchos troyanos en cada
encuentro con los griegos y de que no hubiese batalla en que no muriesen dos o
tres o aun más hijos del mismo Príamo (si se ha de hablar dando crédito a los
poetas épicos), con tales desgracias sospecho que aunque el mismo Príamo gozase
de Helena, la hubiese devuelto a los aqueos, si con eso iba a librarse de los
males que le rodeaban. Ni tampoco había de tocar a Alejandro el reino, de
suerte que, siendo Príamo viejo, los asuntos estaban en sus manos; antes bien
Héctor, que era mayor y más hombre que aquél, había de heredar a la muerte de Príamo,
y no le convenía permitir la indignidad de su hermano, y eso cuando por su
causa le sucedían grandes desgracias a él en particular y a todos los demás
troyanos. Es que no tenían cómo devolver a Helena, y aunque decían la verdad,
no les daban crédito los griegos; la divinidad, para decir lo que siento,
disponía que pereciesen con total ruina para hacer manifiesto a los hombres que
por los grandes crímenes infligen los dioses grandes castigos. Lo que he dicho
es mi opinión personal.
121. Heredó el reino de Proteo, decían los
sacerdotes, Rampsinito, quien dejó como monumentos los pórticos del templo de
Hefesto orientados a Occidente; y frente a estos pórticos levantó dos estatuas,
de veinticinco codos de altura, de las cuales a la que mira al Norte, llaman
los egipcios el Verano y a la que mira al Mediodía, el Invierno; a la que
llaman Verano, reverencian y adoran y hacen lo contrario con la que llaman
Invierno.
Cuentan que este rey poseyó tanta riqueza en plata
que ninguno de los reyes que le sucedieron llegó a sobrepasarle, ni siquiera a
acercársele. Queriendo guardar en seguro sus tesoros, mandó labrar un aposento
de piedra, una de cuyas paredes daba a la fachada del palacio. El constructor,
con aviesa intención, discurrió lo que sigue: aparejó una de las piedras de
modo que pudieran retirarla fácilmente del muro dos hombres o uno solo. Acabado
el aposento, el rey guardó en él sus riquezas. Andando el tiempo, y hallándose
el arquitecto al fin de sus días, llamó a sus hijos (pues tenía dos) y les
refirió cómo había mirado por ellos, y cómo al construir el tesoro del rey
había discurrido para que pudieran vivir en opulencia; y después de explicarles
claramente lo relativo al modo de sacar la piedra, les dio sus medidas, y les
dijo que si seguían su aviso serían ellos los tesoreros del rey.
Cuando murió, sus hijos no tardaron mucho en poner
manos a la obra. Fueron al palacio de noche, hallaron en el edificio la piedra,
la retiraron fácilmente y se llevaron gran cantidad de dinero. Al abrir el rey
el aposento, se asombró de ver que faltaba dinero en las tinajas y no tenía a
quien culpar, pues estaban enteros los sellos y cerrado el aposento. Como al
abrir por segunda y tercera vez el aposento siempre veía mermar el tesoro,
porque los ladrones no cesaban de saquearle, hizo lo siguiente: mandó hacer
unos lazos y armarios alrededor de las tinajas donde estaba el dinero. Los
ladrones volvieron como antes, y así que entró uno y se acercó a una tinaja,
quedó al punto cogido en el lazo. Cuando advirtió en qué difícil trance estaba,
llamó en seguida a su hermano, le mostró su situación y le pidió que entrase al
instante y que le cortase la cabeza, no fuese que, al ser visto y reconocido,
hiciese perecer también a aquél. Al otro le pareció que decía bien, le obedeció
y así lo hizo; y después de ajustar la piedra, se fue a su casa llevándose la
cabeza de su hermano. Apenas rayó el día, el rey entró en el aposento y quedó
pasmado al ver que en el lazo estaba el cuerpo descabezado del ladrón, el
edificio intacto, sin entrada ni salida alguna. Lleno de confusión hizo esto:
mandó colgar del muro el cadáver del ladrón y poner centinelas con orden de
prender y presentarle aquel a quien vieran llorar o mostrar compasión. La madre
del ladrón llevó muy a mal que el cadáver pendiese, y dirigiéndose al hijo que
le quedaba, le mandó que se ingeniase de cualquier modo para desatar el cuerpo
de su hermano y traerlo; y si no se preocupaba en hacerlo, le amenazó con
presentarse ella misma al rey y denunciar que él tenía el dinero. El hijo,
vivamente apenado por su madre, y no pudiendo convencerla por mucho que dijese,
trazó lo que sigue: aparejó unos borricos, llenó odres de vino, los cargó sobre
ellos y los fue arreando. Cuando estuvo cerca de los que guardaban el cadáver
colgado, él mismo tiró las bocas de dos o tres odres, deshaciendo las ataduras;
y al correr el vino empezó a golpearse la cabeza y a dar grandes voces como no
sabiendo a qué borrico acudir primero. A la vista de tanto vino, los guardas
del muerto corrieron al camino con sus vasijas teniendo a ganancia recoger el
vino que se derramaba. Al principio fingió enojo y les llenó de improperios;
pero como los guardas le consolaban, poco a poco simuló calmarse y dejar el
enojo, y al fin sacó los borricos del camino y ajustó sus pellejos. Entraron en
pláticas y uno de los guardas chanceándose con él le hizo reír y el arriero les
regaló uno de sus odres. Ellos se tendieron allí mismo, tal como estaban no
pensando más que en beber y le convidaron para que les hiciese compañía y se
quedase a beber con ellos. Él se quedó sin ha-cerse de rogar, y como mientras
bebían le agasajaban muy cordialmente, les regaló otro de los odres. Bebiendo a
discreción, los guardas quedaron completamente borrachos y vencidos del sueño,
y se durmieron en el mismo lugar en que habían bebido. Entrada ya la noche, el
ladrón desató el cuerpo de su hermano y por mofa, rapó a todos los guardias la
mejilla derecha, coloco el cadáver sobre los borricos y se marchó a su casa,
cumplidas ya las órdenes de su madre.
Al dársele parte al rey de que había sido robado el
cadáver del ladrón, lo tomó muy a mal; pero deseando encontrar a toda costa
quién era el que tales trazas imaginaba, hizo lo que sigue, cosa para mí
increíble: puso a su propia hija en el lupanar, encargándole que acogiese
igualmente a todos, pero que antes de unirse con ellos les obligara a contarle
la acción más sutil y más criminal que hubiesen cometido en su vida; y que si
alguno le refería lo que había pasado con el ladrón, le prendiese y no le
dejase salir. La hija puso por obra las órdenes de su padre y, entendiendo el
ladrón la mira con que ello se hacía, quiso sobrepasar al rey en astucia e
imaginó esto: cortó el brazo, desde el hombro, a un hombre recién muerto, y se
fue llevándoselo bajo el manto; cuando visitó a la hija del rey y ésta hizo la
misma pregunta que a los demás, contestó que su acción más criminal había sido
cortar la cabeza a su mismo hermano, cogido en el lazo del tesoro del rey, y su
acción más sutil la de emborrachar a los guardias y descolgar el cadáver de su
hermano. Al oír esto, la princesa asió de él, pero el ladrón le tendió en la
oscuridad el brazo del muerto. Ella lo apretó creyendo tener cogido al ladrón
por la mano, mientras éste, dejándole el brazo muerto salió huyendo por la
puerta. Cuando se comunicó esta nueva al rey, quedó pasmado de la sagacidad y
audacia del hombre. Finalmente, envió un bando a todas las ciudades para
anunciar que le ofrecía impunidad y le prometía grandes dádivas si comparecía
ante su presencia. El ladrón tuvo confianza y se presentó. Rampsinito quedó tan
maravillado que le dio su misma hija por esposa como al hombre más entendido
del mundo, pues los egipcios eran superiores a los demás hombres, y él,
superior a los egipcios.
122. Luego —decían los sacerdotes— este mismo rey
bajó vivo al lugar donde creen los griegos que está el Hades, y jugó a los
dados con Deméter, ganándole unas partidas y perdiendo otras; y volvió a salir,
trayendo como regalo de ella una servilleta de oro. Desde la bajada de
Rampsinito y su vuelta, decían, celebran los egipcios una festividad, la cual
bien sé que aún observaban en mis días; pero no puedo afirmar si es por ese
motivo. En ese mismo día los sacerdotes tejen un manto, vendan los ojos de uno
de ellos que lleva puesto ese manto, le conducen al camino que va al templo de
Deméter, y ellos se vuelven atrás. Cuentan que dos lobos conducen al sacerdote
de los ojos vendados al templo de Deméter, distante veinte estadios de la
ciudad, y que luego los lobos le traen de vuelta desde el templo hasta ese
mismo lugar.
123. Admita lo que cuentan los egipcios aquel para
quien sean creíbles semejantes historias; yo, en todo mi relato, me propongo
escribir lo que he oído contar a cada cual. Dicen los egipcios que Deméter y Dióniso
son los soberanos del infierno. Los egipcios son también los primeros en decir
que el alma del hombre es inmortal, y que al morir el cuerpo, entra siempre en
otro animal que entonces nace; después que ha recorrido todos los animales
terrestres, marinos y volátiles, torna a entrar en un cuerpo humano que está
por nacer; y cumple ese ciclo en tres mil años. Hay ciertos griegos que
adoptaron esa doctrina, cuáles más temprano, cuáles más tarde, como si fuera
propia de ellos; y aunque sé sus nombres, no los escribo.
124. Hasta el reinado de Rampsinito, según los sacerdotes,
estuvo el Egipto en el mejor orden y en gran prosperidad; pero Queops, que
reinó después, precipitó a los egipcios en total miseria. Primeramente, cerró
todos los templos y les impidió ofrecer sacrificios; ordenó después que todos
trabajasen para él. Los unos tenían orden de arrastrar piedras desde las
canteras del monte Arábigo hasta el Nilo; después de transportadas las piedras
por el río en barcas, mandó a los otros recibirlas y arrastrarlas hasta el
monte que llaman Líbico. Trabajaban por bandas de cien mil hombres, cada una
tres meses. El tiempo en el que penó el pueblo para construir el camino para conducir
las piedras fue de diez años; y la obra que hicieron es a mi parecer no muy
inferior a la pirámide (pues tiene cinco estadios de largo, diez brazas de
ancho y ocho de alto en su mayor altura), y está construida de piedra labrada y
esculpida con figuras. Diez años, pues, pasaron para construir ese camino y las
cámaras subterráneas en el cerro sobre las que se levantan las pirámides,
cámaras que dispuso para su sepultura en una isla, formada al introducir un
canal del Nilo. Para construir la pirámide, se emplearon veinte años: es
cuadrada, cada lado es de ocho pletros de largo, tiene otros tantos de altura,
de piedra labrada y ajustada perfectamente; ninguna de las piedras es menor de
treinta pies.
125. La pirámide se construyó de este modo: a manera
de gradas, que algunos llaman adarves y otros zócalos. Hecho así el comienzo,
levantaron las demás piedras con máquinas formadas de maderos cortos, que las
alzaban desde el suelo hasta la primera hilera de las gradas; cuando subían
hasta ella la piedra era colocada en otra máquina levantada sobre la primera
grada y desde ésta era levantada hasta la segunda hilera por otra máquina.
Porque había tantas máquinas como hileras de gradas o bien la misma máquina,
siendo una sola y fácilmente transportable, la irían llevando de grada en
grada, cada vez que descargaban la piedra: demos las dos explicaciones,
exactamente como las dan ellos. La parte más alta de la pirámide fue labrada
primero, después labraron lo que seguía y por último la parte que estribaba en
el suelo y era la más baja de todas. En la pirámide está anotado con letras
egipcias cuánto se gastó en rábanos, en cebollas y en ajos para los obreros; y
si bien me acuerdo, al leerme el intérprete la inscripción, me dijo que la
cuenta ascendía a mil seiscientos talentos de plata. Y si esto es así ¿cuánto
sin duda se habrá gastado en las herramientas con que trabajaban y en alimentos
y vestidos para los obreros, ya que construyeron las obras durante el tiempo
mencionado y además trabajaron otro tiempo, durante el cual tallaron y
transportaron la piedra y labraron la excavación subterránea, tiempo nada
breve?
126. A tal extremo de maldad llegó Queops que, por
carecer de dinero, puso a su propia hija en el lupanar con orden de ganar
cierta suma, no me dijeron exactamente cuánto. Cumplió la hija la orden de su
parte, y aún ella por su cuenta quiso dejar un monumento, y pidió a cada uno de
los que la visitaban que le regalara una sola piedra; y decían que con esas
piedras se había construido la pirámide que está en medio de las tres delante
de la pirámide grande, cada uno de cuyos lados tiene pletro y medio.
127. Decían los egipcios que este Queops reinó cincuenta
años, y que a su muerte, heredó el reino su hermano Quefrén. Éste se condujo
del mismo modo que el otro en general y particularmente en levantar una pirámide
que no llega a las dimensiones de la de Queops, pues yo mismo la medí. Tampoco
tiene cámaras subterráneas, ni llega a ella un canal desde el Nilo, como a la
de Queops, que corra por un conducto construido y rodee por dentro una isla, en
la cual dicen que yace Queops. Quefrén fabricó la parte inferior de su
monumento, de piedra etiópica abigarrada, y la hizo cuarenta pies más baja que
la otra, y vecina a la grande; ambas se levantan en un mismo cerro, que tendrá
unos cien pies de alto.
128. Decían que Quefrén reinó cincuenta y seis
años. Calculan que ésos son los ciento seis años durante los cuales los egipcios
vivieron en total miseria y durante todo ese tiempo los templos, que habían
sido cerrados, no se abrieron. Por el odio contra los dos reyes, los egipcios
no tienen mucho deseo de nombrarlos; de suerte que dan a las pirámides el
nombre del pastor Filitis, quien por aquel tiempo apacentaba sus rebaños por
esos lugares.
129. Decían que después de Quefrén reinó Micerino,
hijo de Queops. Éste, disgustado con los actos de su padre, abrió los templos,
y permitió al pueblo, oprimido hasta la última miseria, que se retirara a sus
ocupaciones y sacrificios. Entre todos los reyes, fue el que dio más justas
sentencias, y por eso ensalzan a Micerino sobre todos cuantos fueron reyes de
Egipto. No sólo juzgaba íntegramente, sino que, a quien criticaba la sentencia,
le daba de lo suyo para contentarle. Aunque era bondadoso con sus súbditos y
observaba tal conducta, le aconteció, como primera de sus desgracias, morirse
su hija, única prole que tenía en su casa. Muy apenado por el infortunio
sobrevenido y queriendo sepultar a su hija por modo extraordinario, hizo labrar
una vaca de madera hueca, la doró, y en ella sepultó a la hija que se le había
muerto.
130. Esa vaca no fue cubierta de tierra, antes bien
era visible todavía en mis tiempos, en la ciudad de Sais, colocada en el palacio
en una cámara adornada. Ante ella queman todos los días todo género de perfume,
y todas las noches se le enciende su lámpara perenne. Cerca de esta vaca, en
otra cámara, están las imágenes de las concubinas de Micerino, según decían los
sacerdotes de la ciudad de Sais; son estatuas colosales de madera, desnudas,
unas veinte, más o menos, en número; no puedo decir quiénes sean, sino lo que
se cuenta acerca de ellas.
131. Sobre la vaca y los colosos cuentan algunos
esta historia: Micerino se prendó de su hija, y la gozó a pesar de ella. Dicen
luego, que la joven se ahorcó de dolor, que el rey la sepultó en aquella vaca,
que su madre cortó las manos de las criadas que entregaron la hija al padre, y
que ahora les ha pasado a sus imágenes lo mismo que les pasó en vida. Los que
así hablan, a mi entender, desatinan, en toda la historia, particularmente en
cuanto a las manos de los colosos, pues hemos visto nosotros mismos que han
perdido las manos por el tiempo; y aún en mis días se veían a los pies de las
estatuas.
132. La vaca está toda cubierta con un manto de púrpura,
pero muestra el cuello y la cabeza, dorados con una gruesa capa de oro, y lleva
en medio de sus astas un círculo de oro que imita el del sol. No está en pie
sino hincada, y su tamaño es el de una vaca viva grande. La sacan fuera de la
cámara todos los años cuando los egipcios plañen al dios que yo no nombro a
este propósito; entonces es cabalmente cuando sacan al público la vaca. Porque,
según dicen, la hija al morir, pidió a su padre Micerino ver el sol una vez al
año.
133. Después de la desastrada muerte de su hija, le
sucedió lo siguiente a Micerino: le llegó de la ciudad de Buto un oráculo con
el aviso de que iba a vivir sólo seis años, y morir al séptimo. Lleno de
indignación, Micerino envió al oráculo a reprochar a su vez al dios porque su
padre y su tío, que habían cerrado los templos, sin preocuparse de los dioses,
oprimiendo además a los hombres, habían vivido largo tiempo y él, que era pío,
iba a morir tan pronto. Vínole del oráculo por segunda respuesta que por lo
mismo se le acortaba la vida, por no haber hecho lo que debía hacer, pues el
Egipto debía ser oprimido duramente ciento cincuenta años, y sus dos antecesores
lo habían comprendido y él no. Oído esto y advirtiendo Micerino que su fallo
estaba ya dado, mandó fabricar gran cantidad de lámparas y, cuando llegaba la
noche, las encendía, bebía y se daba buena vida día y noche, sin cesar,
paseando por los pantanos y los prados y por dondequiera hubiese muy buenos
lugares de recreo. Todo lo cual discurrió con el intento de demostrar que el
oráculo había mentido, para tener doce años en lugar de seis, convirtiendo las
noches en días.
134. También Micerino dejó una pirámide, mucho
menor que la de su padre; cada lado es de tres pletros menos veinte pies: es
cuadrada, y hasta la mitad, de piedra etiópica. Pretenden algunos griegos que
pertenece a la cortesana Rodopis, pero no dicen bien, y me parece que lo dicen
sin saber siquiera quién fue Rodopis, pues no le hubieran atribuido la construcción
de semejante pirámide, en la cual se han gastado infinitos millares de talentos,
por decirlo así. Además, Rodopis no floreció en el reinado de Micerino, sino en
el de Amasis. En efecto: muchísimos años después de los reyes que dejaron las pirámides,
vivió Rodopis, natural de Tracia, esclava de Yadmón de Samo, hijo de
Hefestópolis, y compañera de esclavitud del fabulista Esopo. Pues también él
fue esclavo de Yadmón, como se demuestra sin duda por esta prueba: cuando los
de Delfos, en obediencia a un oráculo, pregonaron muchas veces quién quería
recoger la indemnización por la muerte de Esopo, nadie se presentó, y quien la
recogió fue otro Yadmón, hijo del hijo de Yadmón. Así, pues, Esopo había sido
esclavo de Yadmón.
135. Rodopis pasó al Egipto conducida por Xantes,
natural de Samo; y aunque había pasado para granjear con su cuerpo, fue puesta
en libertad mediante una gran suma de dinero por un hombre de Mitilene, Caraxo,
hijo de Escamandrónimo y hermano de la poetisa Safo. Así, pues, quedó libre Rodopis
y permaneció en el Egipto y, por ser muy atrayente, juntó muchos caudales como
para Rodopis, pero no como para levantar semejante pirámide. Y pues quien
quiera puede ver hasta hoy la décima parte de sus bienes, no deben atribuírsele
grandes riquezas. Porque Rodopis quiso dejar en Grecia un monumento suyo, para
lo cual mandó hacer un objeto que nadie jamás hubiese hecho ni aun pensado, y
lo consagró en Delfos como memoria particular. Al efecto, con la décima parte
de su hacienda mandó hacer muchos asadores de hierro, como para atravesar un
buey, tantos como alcanzase ese diezmo, y los envió a Delfos; aún hoy están
amontonados detrás del altar que consagraron los de Quío, frente al templo
mismo. Suelen ser atrayentes las cortesanas de Náucratis. Y no sólo ésta de
quien estamos contando llegó a ser tan famosa que todos los griegos conocían el
nombre de Rodopis; sino también residió después otra, por nombre Arquídica,
cantada por toda la Grecia, aunque menos celebrada que la primera. Cuando
Caraxo, luego de rescatar a Rodopis, volvió a Mitilene, Safo le zahirió mucho
en una canción.
136. Dejo de hablar de Rodopis. Contaban los sacerdotes
que, después de Micerino, fue rey de Egipto, Asiquis, que mandó hacer los
pórticos del templo de Hefesto que dan al Levante, y que son con mucho los más
bellos y los más grandes; pues aunque todos los pórticos tienen figuras
esculpidas y presentan infinita variedad de fábrica, aquéllos sobresalen con
gran ventaja. En su reinado, por ser muy escasa la comunicación de dinero, se
dictó entre los egipcios una ley por la cual se daba en prenda el cadáver de su
padre; y se añadió más todavía a esa ley: que el que diera un préstamo era
dueño de todo el sepulcro del que lo tomaba; y al que empeñaba esa prenda y no
quería pagar su deuda, se le impuso la pena de no poder ser enterrado al morir,
ni en la tumba de sus mayores ni en otra alguna, ni poder sepultar a ninguno de
los suyos que muriera. Deseoso este rey de superar a los que habían antes
reinado en Egipto, dejó como monumento una pirámide de ladrillo, en la cual
está grabada en piedra una inscripción que dice así: «No me desprecies
comparándome con las pirámides de piedra; las sobrepaso tanto como Zeus a los
demás dioses. Hundieron una pértiga en el lago, recogieron el barro pegado a la
pértiga, hicieron con él ladrillos y de ese modo me levantaron».
137. Esto es cuanto hizo aquel rey. Después de él reinó
un ciego de la ciudad de Anisis, llamado Anisis. En su reinado se lanzaron
contra el Egipto con un numeroso ejército los etíopes con su rey Sábacos: el
rey ciego huyó a los pantanos, y el etíope reinó cincuenta años en Egipto,
durante los cuales procedió así: cuando algún egipcio cometía un delito, no
quería matar a nadie, y condenaba a cada cual conforme a la gravedad del
delito, ordenándoles levantar terraplenes junto a la ciudad de donde eran
naturales. Y de este modo las ciudades quedaron todavía más altas; la primera
vez, los terraplenes habían sido levantados por los que habían abierto los
canales en tiempos del rey Sesostris; la segunda, en el reinado del etíope; y
las ciudades quedaron muy altas. Y siendo altas otras ciudades de Egipto, la
más terraplenada, a mi parecer, es la ciudad de Bubastis, en la cual hay un
santuario de la diosa Bubastis muy digno de memoria: porque otros santuarios hay más grandes y más suntuosos, pero ninguno
más placentero a la vista que éste. Bubastis, en lengua griega, es Ártemis.
138. Su santuario es así: salvo por su
entrada, en lo demás es una isla, porque vienen desde el Nilo dos canales que no
se juntan sino corren separados hasta la entrada del santuario, rodeando uno
por un lado y otro por otro; cada
uno tiene cien pies de ancho, y árboles que les dan sombra. Sus pórticos son de
diez brazas de alto adornados con figuras de seis codos, dignas de nota. Se
halla el santuario en el centro de la ciudad, y al recorrerla se lo ve desde
todas partes, porque, levantada la ciudad con terraplén, y mantenido el templo
como desde el principio se edificó, queda visible. Lo rodea un muro con figuras
esculpidas; hay un bosque de árboles altísimos, plantados alrededor de un
templo grande, dentro del cual está la estatua. El ancho y el largo del
santuario en toda dirección, es de un estadio. Delante de la entrada corre un
camino empedrado de tres estadios de largo, más o menos, y unos cuatro pletros
de ancho, que a través de la plaza se dirige a Levante. A uno y otro lado del
camino están plantados árboles que tocan el cielo; lleva al santuario de
Hermes. Tal, pues, es este santuario.
139. Contaban que la retirada del etíope se realizó
de este modo. Se dio a la fuga porque vio en sueños tal visión: parecióle que
estaba a su lado un hombre que le aconsejaba reunir a todos los sacerdotes de
Egipto y partirlos por el medio. Luego de tener esa visión, dijo que los dioses
le presentaban ese pretexto para que cometiese alguna impiedad contra las cosas
sagradas y recibiese algún mal de parte de los dioses o de los hombres; que él
no lo haría y, puesto que se había cumplido el plazo profetizado a su imperio,
se retiraría. En efecto, hallándose
en Etiopía, los oráculos que consultan los etíopes habían predicho que reinaría
cincuenta años en Egipto. Como había pasado ese tiempo y le turbaba la visión
de su sueño, Sábacos se marchó voluntariamente del Egipto.
140. Al irse el etíope del Egipto, tomó de nuevo el
mando el rey ciego, llegado de los pantanos, donde vivió cincuenta años en una
isla que había terraplenado con tierra y ceniza, pues siempre que venían a
traerle víveres los egipcios, a hurto del etíope, según tenía ordenado, a cada
cual les pedía que junto con el regalo le trajese ceniza. Nadie pudo hallar
esta isla antes que Amirteo, y en más de setecientos años no fueron capaces de
hallarla los reyes anteriores a Amirteo. El nombre de esta isla es Elbo, y su
tamaño en toda dirección es de diez estadios.
141. Después de éste reinó el sacerdote de Hefesto,
por nombre Setos. Este rey en nada contaba con la gente de armas de Egipto, y
hacía poco caso de ellos, como si nunca hubiera de necesitarlos; y entre otros
desaires que les infirió, les quitó las yugadas de tierra escogida, doce a cada
soldado, que les habían dado los reyes anteriores. Luego Sanacaribo, rey de los
árabes y de los asirios, dirigió contra Egipto un gran ejército, y los
guerreros del país no quisieron ayudarle. Viéndose el sacerdote en apuros,
entró en el santuario y lamentó ante la imagen la desventura que estaba a punto
de padecer. En medio de sus lamentos le tomó el sueño y le pareció, en su
visión, que el dios estaba a su lado y le animaba, asegurándole que ningún mal
le sucedería si hacía frente al ejército de los árabes, porque él mismo le
enviaría auxiliares. Confiado en estos sueños, llevó consigo los egipcios que
quisieron seguirle, y acampó en Pelusio, que es la entrada para Egipto; no le
seguía un solo hombre de la gente de armas, sino los mercaderes, artesanos y
placeros. Después que llegaron los enemigos, a la noche se esparció por ellos
una muchedumbre de ratones agrestes que comieron las aljabas, los arcos, y,
finalmente, las agarraderas de los escudos; a tal punto que al día siguiente,
al huir desarmados, cayeron en gran número. Y ahora se levanta en el santuario
de Hefesto la estatua de piedra de ese rey con un ratón en la mano, y una inscripción
que dice: «Mírame, y sé pío».
142. Hasta esta altura de mi relato fueron mis informantes
los egipcios a una con los sacerdotes; y me mostraban que desde el primer rey
hasta este sacerdote de Hefesto que reinó último, habían pasado trescientas cuarenta
y una generaciones humanas, y en ellas habían existido otros tantos grandes sacerdotes
y reyes. Ahora bien: trescientas generaciones en línea masculina son cien mil
años, porque tres generaciones en línea masculina son cien años; y las cuarenta
y una que restan todavía, que se agregaban a las trescientas, componen mil trescientas
cuarenta. Así, decían que en once mil trescientos cuarenta años ningún dios
había aparecido en forma humana, y decían que, ni antes ni después, en los
demás reyes que había tenido Egipto, se había visto cosa semejante. Durante ese
tiempo, decían, el sol había partido cuatro veces de su lugar acostumbrado,
saliendo dos veces desde el punto donde ahora se pone, y poniéndose dos veces
en el punto de donde ahora sale, sin que por eso se hubiese alterado cosa
alguna en Egipto, ni de las que nacen de la tierra, ni de las que nacen del
río, ni en cuanto a enfermedades, ni en cuanto a muerte.
143. Hallándose en Tebas, antes que yo, el historiador
Hecateo, trazó su genealogía enlazando su estirpe con un dios en decimosexto
grado. Y los sacerdotes de Zeus hicieron con él lo mismo que después conmigo,
aunque yo no tracé mi genealogía. Me introdujeron en un gran templo y me
enseñaron y contaron tantos colosos de madera como dije, porque cada gran
sacerdote coloca allí su imagen en vida. Los sacerdotes, pues, me los contaban,
y me mostraban que cada uno era hijo de su padre, reconociéndolas todas, desde
la imagen del que había muerto último hasta que las mostraron todas. A Hecateo,
que había trazado su genealogía enlazando su estirpe con un dios en decimosexto
grado, le refutaron la genealogía, negándose a admitirle que de un dios naciera
un hombre. Y le refutaron la genealogía de este modo: decían que cada uno de
los colosos era un piromis, hasta demostrarle que los trescientos
cuarenta y cinco colosos, eran piromis, hijo de piromis sin
enlazarlos con dios ni con héroe. Piromis en lengua griega quiere decir
hombre de bien.
144. Así, pues, enseñaban que los representados por
las estatuas habían sido hombres de bien, muy diferentes de dioses. Antes de
estos hombres, los dioses eran quienes reinaban en el Egipto, morando entre los
mortales, y teniendo siempre uno de ellos el poder. El último que reinó allí
fue Horo, hijo de Osiris, a quien los griegos llaman Apolo; fue el último que
reinó en Egipto después de haber depuesto a Tifón. Osiris en lengua griega es Dióniso.
145. Entre los griegos son tenidos por los dioses
más modernos Heracles, Dióniso y Pan; entre los egipcios Pan es antiquísimo,
uno de los ocho llamados dioses pri-meros; Heracles es uno de la segunda
dinastía, llamada de los doce dioses, y Dióniso, uno de la tercera dinastía,
que nació de los doce dioses. Tengo arriba declarados los años que según los
mismos egipcios corrieron desde He-racles hasta el rey Amasis; dícese que son
más aun desde Pan y menos que todos desde Dióniso, aunque entre éste y el rey
Amasis cuentan quince mil años; y los egipcios dicen que lo saben con certeza,
pues siempre cuentan y anotan los años. Pero desde Dióniso, el que dicen nacido
de Semele, hija de Cadmo, hasta mí, hay mil años a lo sumo, y desde Heracles,
el hijo de Alcmena, unos novecientos; y desde Pan, el de Penélope (pues los
griegos dicen que de ella y de Hermes nació Pan), hasta mí hay menos que desde
la guerra de Troya, unos ochocientos años.
146. De esas dos opiniones cada cual puede adoptar
aquella cuyas razones más le persuadan; mi parecer sobre ellas ya está
declarado. Porque si Dióniso el de Semele, y Pan, nacido de Penélope, se
hubieran hecho célebres y hubieran envejecido en Grecia como Heracles, hijo de
Anfitrión, podría decirse que éstos también fueron mortales y adoptaron el
nombre de dioses que nacieron antes. Pero ahora dicen los griegos que a Dióniso
apenas nacido, lo cosió Zeus en su muslo, y lo llevó a Nisa que está en
Etiopía, más allá de Egipto; y respecto de Pan, ni saben decir dónde paró
después de nacer. Para mí, pues, es claro que los griegos oyeron el nombre de
estos dioses, después que el de los demás y que datan su nacimiento desde la
época en que lo oyeron.
147. Todo lo anterior es lo que cuentan los mismos
egipcios. Ahora referiré lo que sucedió en ese país, según dicen otros pueblos
y lo confirman los egipcios; y también agregaré algo de mi observación.
Viéndose libres los egipcios después del reinado del sacerdote de Hefesto (y
como en ningún momento fueron capaces de vivir sin rey), dividieron todo el
Egipto en doce partes, y establecieron doce reyes. Éstos, enlazados con
casamientos, reinaban ateniéndose a las siguientes leyes: no destronarse unos a
otros, no buscar de poseer uno más que otro, y ser muy fieles amigos. Se
impusieron esas leyes que observaron rigurosamente porque al principio, apenas
establecidos en el mando un oráculo les anunció que sería rey de todo Egipto
aquel de entre ellos que hiciese libaciones con una copa de bronce en el templo
de Hefesto: pues, en efecto, se reunían en todos los templos.
148. Acordaron dejar un monumento en común, y así
acordados, construyeron un laberinto, algo más allá del lago Meris situado
cerca de la ciudad llamada de los Cocodrilos. Yo lo vi, y en verdad es superior
a toda ponderación. Si uno sumara los edificios y obras de arte de los griegos,
las hallaría inferiores en trabajo y en costo a dicho laberinto, aunque es
ciertamente digno de nota el templo de Éfeso y el de Samo. Aun las pirámides
eran sin duda superiores a toda ponderación, y cada una de ellas digna de
muchas grandes obras griegas, pero el laberinto sobrepasa a las pirámides.
Tiene doce patios cubiertos, y con puertas enfrentadas, seis contiguas vueltas
al Norte, y seis contiguas vueltas al Sur; por fuera las rodea un muro. Las
estancias son dobles, unas subterráneas, otras levantadas sobre aquéllas, en
número de tres mil, mil quinientas de cada especie. Las estancias levantadas
sobre el suelo las hemos visto y recorrido nosotros mismos, y hablamos de ellas
después de haberlas contemplado, las subterráneas las conocemos de oídas, porque
los egipcios encargados de ellas, de ningún modo querían enseñármelas, diciendo
que se hallaban allí los sepulcros de los reyes que primero edificaron ese laberinto,
y los de los cocodrilos sagrados. Así, de las estancias subterráneas hablamos
de oídas; las de arriba, superiores a toda obra humana, las vimos con nuestros
propios ojos. Los pasajes entre las salas y los rodeos entre los patios, llenos
de artificio, proporcionaban infinita maravilla al pasar de un patio a las
estancias y de las estancias a otros patios. El techo de todo esto es de
piedra, como las paredes, y las paredes están llenas de figuras grabadas. Cada
patio está rodeado de columnas de piedra blanca, perfectamente ajustada. Al
ángulo donde acaba el laberinto está adosada una pirámide de cuarenta brazas,
en la cual están grabadas grandes figuras; el camino que lleva a ella está
abierto bajo tierra.
149. Mas, aunque sea tal ese laberinto, causa
todavía mayor admiración el lago llamado Meris, cerca del cual está edificado
ese laberinto. Su contorno es de tres mil seiscientos estadios, que son sesenta
esquenos, igual que la costa de Egipto mismo; corre a lo largo de Norte
a Sur, y tiene cincuenta brazas de hondura donde más hondo es. Por sí mismo
muestra que está excavado artificialmente. En el centro, más o menos, se
levantan dos pirámides, cada una de las cuales sobresale cincuenta brazas del
agua, y debajo del agua tienen construido otro tanto; y encima de cada una se
halla un coloso de piedra sentado en su trono. Así, las pirámides tienen cien
brazas, y las cien brazas son justamente un estadio de seis pletros, midiendo
la braza seis pies o cuatro codos, pues el pie tiene cuatro palmos y el codo,
seis. El agua del lago no nace allí mismo (porque esta comarca es notablemente
árida) sino que ha sido conducida por un canal desde el Nilo; durante seis
meses corre adentro, hacia el lago, y durante seis meses corre afuera, hacia el
Nilo. Y cuando corre afuera, en los seis meses reporta al fisco un talento de
plata cada día por los pescados, y cuando el agua corre hacia el lago, reporta
veinte minas.
150. Decían los naturales que este lago desemboca
subterráneamente en la Sirte de Libia, dirigiéndose tierra adentro hacia
Poniente, a lo largo de la montaña que está más allá de Menfis. Como no veía yo
en parte alguna la tierra proveniente de tal excavación, y ello me preocupaba,
pregunté a los que moraban más cerca del lago dónde estaba la tierra extraída.
Ellos me explicaron adónde había sido llevada y me persuadieron fácilmente.
Porque había oído contar que en Nínive, ciudad de los asirios había sucedido
otro tanto. Unos ladrones tuvieron la idea de llevarse los grandes tesoros de
Sardanapalo, hijo de Nino, que estaban guardados en depósitos. Medida la distancia,
comenzaron desde su casa a cavar una mina hacia el palacio; y cuando venía la
noche echaban al río Tigris, que corre a lo largo de Nínive, la tierra que extraían
de la mina, hasta realizar lo que se proponían. Otro tanto oí que sucedió en la
excavación del lago de Egipto, sólo que no lo hacían de noche sino de día; la
tierra que iban extrayendo los egipcios la llevaban al Nilo, el cual,
recibiéndola no podía menos de esparcirla. Así, pues, cuentan que se excavó
este lago.
151. Cierta vez que los doce reyes justicieros
sacrificaban en el santuario de Hefesto, y se preparaban a hacer las libaciones
el último día de la fiesta, el gran sacerdote les trajo las copas de oro en que
solían hacer libación, pero se equivocó en el número y trajo once, siendo ellos
doce. Entonces Psamético, el que de ellos estaba último, como no tenía copa, se
quitó el yelmo de bronce, lo tendió e hizo con él su libación. Todos los otros
reyes llevaban yelmo y lo tenían en aquel instante. Psamético había tendido su
yelmo sin ninguna mala fe; pero los reyes, considerando su acción, y la
profecía que se les había predicho (según la cual aquel de entre ellos que
libase con copa de bronce sería único rey de Egipto) en memoria del oráculo no
creyeron justo matar a Psamético, hallando al interrogarle que no había obrado
con ninguna premeditación, pero acordaron confinarle en los pantanos,
despojándole de casi todo su poder, con orden de no salir de ellos ni estar en
relación con el resto del Egipto.
152. Este Psamético, huyendo antes del etíope Sábacos
que había matado a su padre Necos se había refugiado en Siria; cuando el etíope
se retiró, con motivo de la visión que tuvo en sueños, lo trajeron de vuelta
los egipcios del nomo Sais. Y luego, siendo rey, por segunda vez padeció
destierro, en los pantanos, por orden de los once reyes, a causa del yelmo.
Entendiendo que había sido agraviado por ellos, pensó vengarse de sus perseguidores.
Envió a consultar al oráculo de Leto, en la ciudad de Buto, donde está el
oráculo más veraz entre los egipcios. Y vínole una profecía de que la venganza
le llegaría del mar, cuando apareciesen hombres de bronce. Grande fue su
desconfianza de que le socorrieran hombres de bronce, pero no pasó mucho
tiempo, cuando ciertos jonios y carios que iban en corso, aportaron al Egipto,
obligados por la necesidad. Saltaron a tierra con su armadura de bronce, y un
egipcio que jamás había visto hombres armados de bronce, llegó a los pantanos y
avisó a Psamético que unos hombres de bronce venidos del mar, saqueaban el
llano. Conociendo Psamético que se cumplía el oráculo, dio muestras de amistad
a los jonios y carios, y a fuerza de grandes promesas les persuadió a ponerse
de su parte. Cuando los hubo persuadido, con los egipcios de su bando y con los
auxiliares, depuso a los reyes.
153. Apoderado Psamético de todo Egipto, levantó en
honor de Hefesto, en Menfis, los pórticos que miran al viento Sur, y enfrente
de los pórticos levantó en honor de Apis un patio, en el que se cría Apis,
cuando aparece, rodeado de columnas y lleno de figuras; en lugar de columnas,
sostienen el patio unos colosos de doce codos. Apis, en la lengua de los
griegos, es Épafo.
154. A los jonios y carios que le habían ayudado,
Psamético permitió morar en terrenos, unos enfrente de otros, por medio de los
cuales corre el Nilo, y a los que puso el nombre de Campamento. Les dio estos
terrenos y les entregó todo lo demás que les había prometido. Confióles,
asimismo, ciertos niños egipcios para que les instruyeran en la lengua griega;
de éstos, que aprendieron la lengua, descienden los intérpretes que hay ahora
en Egipto. Los jonios y carios moraron largo tiempo en esos terrenos, los
cuales están junto al mar, un poco más abajo de la ciudad de Bubastis, en la
boca del Nilo llamada Pelusia. Andando el tiempo, el rey Amasis los trasladó de
allí y los estableció en Menfis, convirtiéndolos en su guardia contra los
egipcios. Desde que se establecieron en Egipto, por medio de su trato, nosotros
los griegos sabemos con exactitud todo lo que sucede en el país, comenzando
desde el reinado de Psamético, pues son los primeros hombres de otra lengua que
se establecieron en Egipto; y aún en mis días quedaban en los terrenos desde
los cuales habían sido trasladados, los cabrestantes de sus naves y las ruinas
de sus casas.
155. De este modo, pues, Psamético se apoderó del
Egipto. Muchas veces mencioné el oráculo de Buto, y ahora hablaré especialmente
de él, pues lo merece. Este oráculo de Egipto es un santuario de Leto situado
en una gran ciudad, cerca de la boca del Nilo llamada Sebenítica, al remontar
río arriba desde el mar; el nombre de la ciudad donde está el oráculo es Buto,
conforme antes la he nombrado; en esa ciudad de Buto hay un santuario de Apolo
y de Ártemis. Y el templo de Leto, en el cual está el oráculo, es una obra en
sí grandiosa; y tiene un pórtico de diez brazas de alto. Pero diré lo que causa
mayor maravilla de cuanto allí puede verse: hay en ese recinto de Leto un
templo construido de una sola piedra, así en alto como en largo; cada pared
tiene iguales dimensiones: cuarenta codos cada una. El tejado del techo es otra
piedra, cuyo alero tiene cuatro codos.
156. Así, pues, el templo es para mí lo más
admirable de cuantas cosas se ven en este santuario; de las que están en
segundo lugar, lo es la isla Quemmis. Está situada en un lago hondo y
espacioso, junto al santuario de Buto, y los egipcios dicen que flota. Yo, por
cierto, no la vi flotar ni moverse, y quedé atónito al oír que una isla era
verdaderamente flotante. Pero sí hay en ella un templo grande de Apolo, en el
que están levantados tres altares, y crecen muchas palmas y otros árboles, unos
estériles, otros frutales. Los egipcios afirman que es flotante y lo confirman
con esta historia. Dicen que Leto, una de las ocho deidades que existieron
primero, moraba en la ciudad de Buto, donde se encuentra ese oráculo, y en esa
isla, que no era flotante antes, recibió a Apolo, en depósito de Isis, y le
salvó, escondiéndole en la isla que hoy dicen que flota, cuando vino Tifón, que
todo lo registraba, para apoderarse del hijo de Osiris. (Apolo y Ártemis, según
los egipcios, fueron hijos de Dióniso y de Isis; y Leto fue su nodriza y
salvadora. En egipcio, Apolo es Horo; Deméter, Isis, y Ártemis, Bubastis; y de
esta historia y no de otra alguna, hurtó Esquilo, hijo de Euforión, lo que diré,
apartándose de cuantos poetas le precedieron: presentó, en efecto, a Ártemis
como hija de Deméter.) Por ese motivo la isla se volvió flotante. Así cuentan
esa historia.
157. Psamético reinó en Egipto cincuenta y nueve
años, de los cuales durante treinta menos uno estuvo sitiando a Azoto, gran
ciudad de la Siria, hasta que la tomó. Esta Azoto, de todas las ciudades que
sepamos, fue la que por más tiempo resistió a un asedio.
158. Hijo de Psamético fue Necos, que reinó en Egipto,
y fue el primero en la empresa del canal, abierto después por el persa Darío,
que lleva al mar Eritreo. Su largo es de cuatro días de navegación, y se le
cavó de ancho tal que por él pueden bogar dos trirremes a la par. El agua le
llega desde el Nilo, y le llega algo más arriba de la ciudad de Bubastis,
pasando por Patumo, la ciudad de Arabia; desemboca en el mar Eritreo. Empezóse
la excavación en la parte de la llanura de Egipto, vecina de Arabia; con esa
llanura confina hacia el Sur la montaña que se extiende cerca de Menfis, en la
cual se hallan las canteras. El canal corre por el pie de este monte, a lo
largo, de Poniente a Levante, y luego se dirige a las quebradas, partiendo
desde la montaña hacia el Mediodía y viento Sur, hasta el golfo Arábigo. En el
paraje donde es más corto y directo el camino para pasar del mar Mediterráneo
al meridional —paraje llamado Eritreo—, desde el monte Casio, que divide Egipto
y Siria, de allí al golfo Arábigo, hay mil estadios; éste es el camino más
directo: el canal es mucho más largo, en cuanto es más sinuoso. Cuando no
excavaban, en el reinado de Necos, perecieron ciento veinte mil egipcios, y en
medio de la excavación, Necos se interrumpió, pues le detuvo un oráculo,
diciéndole que estaba trabajando para el bárbaro. Bárbaros llaman los egipcios
a cuantos no tienen su misma lengua.
159. Necos, después de interrumpir el canal, se dedicó
a las expediciones militares. Mandó construir trirremes, unas junto al mar del Norte,
y otras en el golfo Arábigo, junto al mar Eritreo, cuyos cabrestantes se ven todavía.
Necos se servía de estas naves en su oportunidad. Por tierra venció a los
asirios en el encuentro de Magdolo; después de la batalla, tomó a Caditis, que
es una gran ciudad de Siria, y consagró a Apolo el vestido que llevaba al
realizar esas hazañas, enviándolo al santuario de los Bránquidas, en Mileto.
Después de reinar en total dieciséis años, murió dejando el mando a su hijo
Psammis.
160. Mientras Psammis reinaba en Egipto, llegaron
unos embajadores de los eleos jactándose de haber instituido el certamen de
Olimpia con la mayor justicia y concierto del mundo, y creyendo que los
egipcios mismos, los hombres más sabios del mundo, no podrían inventar nada
mejor. Luego que llegaron a Egipto los eleos y dijeron el motivo por el que
habían llegado, el rey convocó a los egipcios que tenían fama de ser más
sabios. Reunidos los egipcios, oyeron de boca de los eleos todo cuanto deben
observar en un certamen; y después de contado todo, dijeron que venían para
conocer si los egipcios podían inventar nada más justo. Los egipcios, después
de haber deliberado, preguntaron a los eleos si tomaban parte en los juegos sus
conciudadanos. Ellos respondieron que a cualquiera estaba permitido, ya de
entre ellos, ya de los demás griegos, tomar parte en los juegos. Los egipcios
replicaron que al disponerlo así habían faltado por completo a la justicia,
pues era del todo imposible que no favorecieran en la competencia al ciudadano
y fueran injustos con el forastero; que si de veras querían establecer con
justicia los juegos, y con este fin habían venido a Egipto, les exhortaban a
instituir el certamen para participantes forasteros y que a ningún eleo le estuviese
permitido participar. Así aconsejaron los egipcios a los eleos.
161. Psammis reinó solamente seis años; hizo una
expedición contra Etiopía; murió inmediatamente, y le sucedió su hijo Apries,
el cual, después de su bisabuelo Psamético, fue el más feliz de todos los reyes
anteriores. Tuvo el mando veinticinco años durante los cuales llevó su ejército
contra Sidón, y combatió con los tirios por mar. Pero había de alcanzarle la
mala suerte, y le alcanzó con la ocasión que narraré más por extenso en mis relatos
líbicos, y sucintamente por ahora Apries envió un gran ejército contra los de
Cirene y sufrió una gran derrota. Los egipcios le echaron la culpa y se
sublevaron contra él, pensando que los había enviado con premeditación a un
desastre para que pereciesen y él mandase con más seguridad al resto de los
egipcios. Indignados por ello se sublevaron abiertamente, así los que habían
vuelto como los amigos de los que habían perecido.
162. Enterado Apries de esto, envió a Amasis para
que, con buenas palabras, hiciera desistir a los sublevados. Cuando Amasis
llegó y trataba de reprimirles para que no se rebelasen, mientras hablaba, uno
de ellos, que estaba a su espalda, le colocó un casco, y al ponérselo dijo que
se lo ponía para proclamarle rey. No sentó mal esto a Amasis, según lo
demostró, pues cuando le alzaron rey de Egipto los sublevados, se preparó para
marchar contra Apries. Informado Apries de lo sucedido, envió contra Amasis a
un hombre principal entre los egipcios que le rodeaban, por nombre Patarbemis,
con orden de que le trajera vivo a Amasis. Cuando llegó Patarbemis y llamó a
Amasis, éste, que se hallaba a caballo, levantó el muslo e hizo una chocarrería
diciéndole que la remitiese a Apries. No obstante, Patarbemis le instó a que se
presentase ante el rey, que enviaba por él; Amasis respondió que hacía tiempo
se preparaba a hacerlo y que no tendría por qué quejarse Apries, pues iba a
comparecer él y a llevar muchos otros. No se engañó Patarbemis sobre el sentido
de estas palabras, y viendo los preparativos, regresó a prisa, queriendo informar
cuanto antes al rey de lo que se trataba. Cuando Apries le vio volver sin traer
a Amasis, sin pensar más y lleno de cólera, mandó cortarle las orejas y narices.
Al ver los demás egipcios, que todavía eran sus partidarios, a un personaje de
los más principales, tan afrentosamente mutilado, se pasaron sin aguardar más tiempo
a los otros y se entregaron a Amasis.
163. Enterado de esta nueva sublevación, Apries armó
a sus auxiliares y marchó contra los egipcios; tenía consigo treinta mil
auxiliares, carios y jonios. Su palacio, grande y digno de admiración, estaba
en la ciudad de Sais. Apries y los suyos marcharon contra los egipcios; Amasis
y los suyos contra los forasteros; unos y otros llegaron a la ciudad de
Momenfis, prontos para medir sus fuerzas.
164. Hay siete clases de egipcios de las cuales una
se llama la de los sacerdotes, otra la de los guerreros, otra la de boyeros,
otra la de porquerizos, otra la de mercaderes, otra la de intérpretes y otra la
de pilotos. Todas éstas son las clases de los egipcios, y toman nombre de sus
oficios. Los guerreros se llaman calasiries y hermotibies, y pertenecen a los
siguientes nomos (pues todo Egipto está dividido en nomos):
165. Éstos son los nomos de los hermotibies:
el de Busiris, Sais, Quemmis, Papremis, la isla llamada Prosopitis y la mitad
de Nato. De esos nomos son naturales los hermotibies quienes cuando
alcanzaron su mayor número, eran ciento sesenta mil hombres. Ninguno de ellos
ha aprendido oficio alguno, sino que se dedican a las armas.
166. A los calasiries corresponden estos otros nomos;
el de Bubastis, Tebas, Aftis, Tanis, Mendes, Sebenis, Atribis, Faraitis,
Tmuis, Onofis, Anitis, y Miécforis (este nomo mora en una isla frente a
la ciudad de Bubastis). Esos nomos son de los calasiries quienes, cuando
alcanzaron su mayor número, eran doscientos cincuenta mil hombres. Tampoco les
está permitido a éstos ejercer ningún oficio, y ejercen solamente los de la
guerra, de padres a hijos.
167. No puedo decir con certeza si esto lo han adoptado
los griegos de los egipcios, pues veo que tracios, escitas, persas, lidios, y
casi todos los bárbaros, tienen en menor estima entre sus conciudadanos a los
que aprenden algún oficio y a sus hijos; y tienen por nobles a los que desechan
los trabajos manuales y mayormente a los que se dedican a la guerra. Lo cierto
es que han adoptado este juicio todos los griegos, y principalmente los lacedemonios:
los corintios son los que menos vituperan a los artesanos.
168. Los guerreros eran los únicos entre los
egipcios, quitando los sacerdotes, que tenían estos privilegios especiales:
cada uno tenía reservadas doce aruras de tierra, libres de impuesto. (La
arura tiene por todos lados cien codos egipcios, y el codo egipcio es
igual al samio.) Tenían ese privilegio todos juntos, los siguientes los disfrutaban
sucesivamente, nunca unos mismos. Cada año mil calasiries y otros tantos
hermotibies servían de guardia al rey; a éstos, además de las aruras, se
les daban otras prerrogativas: cinco minas de pan cocido a cada uno, dos minas
de carne de vaca y cuatro jarros de vino. Tal era la ración que se daba a los
que estaban de guardia.
169. Después de marchar al encuentro, Apries al
frente de los auxiliares, y Amasis al de todos los egipcios, llegaron a la
ciudad de Momenfis y empeñaron el combate. Bien combatieron los extranjeros,
pero fueron vencidos por ser muy inferiores en número. Apries, según dicen,
pensaba que ni un dios podía derribarle de su trono: tan firmemente creía
habérselo establecido. No obstante, fue derrotado entonces en ese encuentro y,
he-cho prisionero, y fue conducido a la ciudad de Sais, al palacio antes suyo y
entonces ya de Amasis. Por algún tiempo vivió en el palacio y Amasis le trató
bien; pero como los egipcios murmuraban diciendo que no obraba con justicia
manteniendo al peor enemigo, tanto de ellos como de él mismo, al fin entregó
Apries a los egipcios. Ellos le estrangularon y enterraron en las sepulturas de
sus antepasados, las cuales se hallan aún en el santuario de Atenea, muy cerca
del templo, al entrar a mano izquierda. Los moradores de Sais dieron sepultura
a todos los reyes naturales de este nomo dentro, en el santuario. Pues
aunque el monumento de Amasis está más apartado del templo que el de Apries y
de sus progenitores, también está, con todo, en el patio del santuario; es un
pórtico de piedra, grande, adornado de columnas a modo de troncos de palma, con
otros suntuosos ornamentos: dentro del pórtico hay dos portales, y en ellos
está el ataúd.
170. También está en Sais, en el santuario de
Atenea, a espaldas del templo y contiguo a todo su muro, el sepulcro de aquel
cuyo nombre no juzgo pío proferir a este propósito. Dentro del recinto se
levantan también dos grandes obeliscos de piedra, y junto a ellos hay un lago hermoseado
con un pretil de piedra bien labrada en círculo, tamaño, a mi parecer, como el
lago de Delo, que llaman redondo.
171. En ese lago hacen de noche representaciones de
la pasión de Aquél, a las cuales los egipcios llaman misterios. Acerca de esto,
aunque sé más sobre cada punto, guardaré piadoso silencio. Y respecto a la
iniciación de Deméter, que los griegos llaman tesmoforia, también
guardaré piadoso silencio, salvo para lo que de ella sea pío decir. Las hijas
de Dánao fueron quienes trajeron estos misterios del Egipto y los enseñaron a
las mujeres pelasgas; luego, cuando los dorios arrojaron toda la población del
Peloponeso, se perdió esta iniciación; los árcades, que de los peloponesios,
fueron quienes quedaron sin ser arrojados, son los únicos que la conservaron.
172. Así derrocado Apries, reinó Amasis, que era
del nomo de Sais, y la ciudad de que venía se llama Siuf. Al principio,
los egipcios no hacían mucho caso de Amasis y le desdeñaban como a hombre antes
plebeyo y de familia oscura; mas luego él se los atrajo con discreción y sin
arrogancia. Entre otras infinitas alhajas, tenía Amasis una bacía de oro, en la
que, así él como todos sus convidados, se lavaban los pies en cada ocasión; la
hizo pedazos y mandó forjar con ellos la estatua de una divinidad, que erigió
en el sitio más conveniente de la ciudad. Los egipcios acudían a la estatua y
la veneraban con gran fervor. Amasis, enterado de lo que hacían los ciudadanos,
convocó a los egipcios y les reveló que la estatua había salido de la bacía en
la que antes vomitaban, orinaban y se lavaban los pies, y que entonces
veneraban con gran fervor; pues bien, les dijo, había pasado con él lo mismo
que con la bacía; si antes había sido plebeyo, ahora era rey, y les ordenaba
que le honraran y respetaran.
173. De tal modo se atrajo a los egipcios, al punto
de que tuvieran por bien ser sus siervos. El orden que guardaba en sus asuntos
era el siguiente: por la mañana, hasta la hora en que se llena el mercado,
despachaba con tesón los negocios que le presentaban; pero desde esa hora lo
pasaba bebiendo y burlando de sus convidados, y se mostraba frívolo y
chocarrero. Pesarosos sus amigos, le reconvinieron en estos términos: «Rey, no
te gobiernas bien precipitándote a tanta truhanería. Tú, majestuosamente
sentado en majestuoso trono, debías despachar todo el día los negocios, y así
sabrían los egipcios que están gobernados por un gran hombre y tú tendrías
mejor fama. Lo que ahora haces es muy impropio de un rey». Amasis les replicó
así: «Los que poseen un arco, lo tienden cuando precisan emplearlo, porque si
lo tuvieran tendido todo el tiempo, se rompería y no podrían usarlo en el
momento necesario. Tal es la condición del hombre; si quisiera estar siempre en
una ocupación seria sin entregarse a ratos a la holganza, se volvería loco o mentecato,
sin darse cuenta. Y por saber esto, doy parte de mi tiempo al trabajo y parte
al descanso». Así respondió a sus amigos.
174. Es fama que Amasis, aun cuando particular, era
amigo de convites y de burlas, y nada serio; cuando por entregarse a la bebida
y a la buena vida, le faltaba lo necesario, iba robando por aquí y por allá.
Los que afirmaban que les había robado lo llevaban, pese a sus negativas, ante
el oráculo que cada cual tuviese; muchas veces los oráculos le condenaron y
muchas veces le dieron por inocente. Cuando fue rey hizo esto: con todos los
dioses que le habían absuelto del cargo de ladrón, ni se preocupó de sus
templos, ni dio nada para mantenerlos, ni acudía a sacrificar, por no merecer
nada y tener oráculos falsos, pero de todos los que le habían condenado por ladrón,
se preocupó muchísimo, por ser dioses de verdad, que pronunciaban oráculos
veraces.
175. En honor de Atenea edificó Amasis en Sais unos
pórticos admirables, sobrepasando con mucho a todos en la altura y grandeza,
así como en el tamaño y calidad de las piedras; además, consagró unos grandes
colosos y enormes esfinges de rostro masculino, e hizo traer para reparaciones
otras piedras de extraordinario tamaño. Acarreábanse éstas, unas desde las
canteras vecinas a Menfis, y otras, enormes, desde la ciudad de Elefantina,
distante de Sais veinte días de navegación. Lo que de todo ello me causa no
menor sino mayor admiración, es esto. Transportó desde Elefantina un templete
de una sola pieza; lo transportaron durante tres años; dos mil conductores estaban
encargados del transporte, todos los cuales eran pilotos. Esta cámara tiene por
fuera veintiún codos de largo, catorce de ancho y ocho de alto. Ésas son, por
fuera, las medidas de la cámara de una sola pieza; pero por dentro tiene de
largo dieciocho codos y veinte dedos; de ancho doce codos y de alto cinco.
Hállase junto a la entrada del templo. No la arrastraron adentro, según dicen,
por este motivo: mientras arrastraban la cámara, el que dirigía la obra,
agobiado por el trabajo, prorrumpió en un gemido por el largo tiempo pasado; Amasis
tuvo escrúpulo y no dejó que la arrastraran más adelante; dicen también algunos
que pereció bajo ella un hombre de los que la movían con palancas, y por ese
motivo no fue arrastrada al interior.
176. En todos los demás templos renombrados dedicó
asimismo Amasis obras dignas de contemplarse; y principalmente en Menfis, el
coloso que yace boca arriba delante del templo de Hefesto, de sesenta y cinco
pies de largo. En el mismo pedestal se levantan dos colosos de piedra etiópica,
de veinte pies de altura cada cual, a un lado y a otro del grande. Otro coloso
de piedra de igual tamaño hay en Sais, y tendido del mismo modo que el coloso
de Menfis. Amasis fue también el que construyó en honor de Isis el santuario
que está en Menfis, que es grande y muy digno de contemplarse.
177. Dícese que bajo el reinado de Amasis fue cuando
el Egipto más prosperó, así por el beneficio que el río proporcionaba a la
tierra, como por lo que la tierra proporcionaba a los hombres; y que había
entonces allí, en todo, veinte mil ciudades habitadas. Amasis es quien dictó a
los egipcios esta ley: cada año todo egipcio debe declarar al jefe de su nomo
de qué vive; el que no lo hace ni declara un modo de vida legítimo, tiene
pena de muerte. Solón de Atenas tomó del Egipto esta ley y la dictó a los
atenienses, y éstos la observan para siempre, porque es una ley sin tacha.
178. Como amigo de los griegos, hizo Amasis mercedes
a algunos de ellos, pero además, concedió a todos los que pasaban al Egipto, la
ciudad de Náucratis como morada; y a los que rehusaran morar allí y venían en
sus navegaciones, les dio lugares donde levantar a sus dioses altares y
templos. Y por cierto el más grande de esos templos, el más famoso y más
frecuentado, es el llamado Helenio. Éstas son las ciudades que lo levantaron en
común: entre las jonias, Quío, Teos, Focea y Clazómena; entre las dóricas,
Rodas, Cnido, Halicarnaso y Fasélide; y entre las eolias, únicamente Mitilene.
De estas ciudades es el templo, y ellas nombran los jefes de emporio, pues
todas las demás ciudades que pretenden tener parte en el templo, lo pretenden
sin ningún derecho. Separadamente erigieron los eginetas su templo de Zeus, los
samios otro de Hera, y los milesios de Apolo.
179. Antiguamente Náucratis, y ninguna otra ciudad,
era el único emporio de Egipto; si alguien aportaba a cualquiera otra de las
bocas del Nilo, había de jurar que no había sido su ánimo ir allá, y tras el
juramento, debía navegar en su misma nave a la boca Canópica; y si los vientos
contrarios le impedían navegar, debía rodear el Delta, transportando la carga
en barcas hasta llegar a Náucratis: tal era el privilegio de Náucratis.
180. Cuando los Anficciones contrataron por trescientos
talentos la fábrica del templo que está ahora en Delfos (porque el que estaba
antes ahí mismo se había quemado por azar), tocaba a los de Delfos contribuir
con la cuarta parte de la contrata. Recorrían los de Delfos las ciudades
recogiendo presentes, y en cada colecta no fue del Egipto de donde menos
alcanzaron, pues Amasis les dio mil talentos de alumbre y los griegos
establecidos en Egipto, veinte minas.
181. Ajustó Amasis un tratado de amistad y alianza
con los de Cirene, y no tuvo a menos casar allí, ya por antojo de tener una
griega, ya aparte de esto por amistad con los de Cirene. Casó, pues, según
unos, con una hija de Bato, hija de Arcesilao, según otros, con una hija de
Critobulo, ciudadano principal, y su nombre era Ládica. Cuando Amasis se
acostaba con ella, nunca podía llegar a conocerla, aunque se unía con las otras
mujeres. Y como siempre sucedía lo mismo, Amasis dijo a esta Ládica: «Mujer, me
has hechizado, y nada te salvará de perecer de muerte que jamás se haya dado a
mujer alguna». Como a pesar de las negativas de Ládica no se aplacaba Amasis,
ella prometió en su mente a Afrodita que si esa noche la conocía Amasis —pues
éste era el remedio de su desgracia— le enviaría una estatua a Cirene. Después
de la promesa, la conoció inmediatamente Amasis y desde entonces, siempre que
se le allegaba Amasis la conocía y después de eso la amó mucho. Ládica cumplió
su promesa a la diosa, pues mandó hacer una estatua y la envió a Cirene, y se
conserva allí hasta mis tiempos, colocada fuera de la ciudad. A esta Ládica,
cuando Cambises se apoderó de Egipto, y supo por ella quién era, la remitió
intacta a Cirene.
182. Amasis también consagró ofrendas en Grecia: en
Cirene la estatua dorada de Atenea, y un retrato suyo pintado; en Lindo dos
estatuas de piedra ofrecidas a la Atenea de Lindo, un corselete de lino, obra
digna de contemplarse; y dos retratos suyos, de madera, que hasta mis tiempos
estaban en el gran templo detrás de las puertas. Hizo las ofrendas de Samo, por
el vínculo de hospedaje que tenía con Polícrates, hijo de Eaces; las de Lindo,
no por ningún vínculo de hospedaje, sino porque es fama que levantaron el
santuario de Atenea en Lindo las hijas de Dánao, allí arribadas cuando huían de
los hijos de Egipto. Fue el primer hombre que tomó a Chipre y la redujo a pagar
tributo.
[1] Nomo equivalía a provincia o distrito, y recibía el nombre de su metrópoli
o capital.
[2] Vientos del Norte que soplan
periódicamente durante el verano, sobre el Mediterraneo oriental.
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