domingo, 24 de diciembre de 2017

Heródoto los nueve libros de la historia Libro segundo: Euterpe

1. Después de la muerte de Ciro, heredó el reino Cambises, hijo de Ciro y de Casandana, hija de Farnaspes; cuando ésta había muerto, Ciro hizo gran duelo, y ordenó a todos sus súbditos hacer duelo. Hijo de esta mujer y de Ciro, Cambises contaba como esclavos heredados de su padre a los jonios y a los eolios, y preparaba una expedición contra el Egipto, tomando consigo entre otros súbditos, a los griegos, de quienes era señor.
2. Antes del reinado de Psamético, creían los egipcios que eran los hombres más antiguos. Pero desde que Psamético comenzó a reinar y quiso saber quiénes eran los más antiguos, desde entonces piensan que los frigios son más antiguos que ellos, y ellos más que todos los demás. Psamético, como en sus averiguaciones no pudo dar con ningún medio de saber cuáles eran los hombres más antiguos, discurrió esta traza. Entregó a un pastor dos niños recién nacidos, de padres vulgares, para que los criase en sus apriscos de la manera siguiente: mandóle que nadie delante de ellos pronunciase palabra alguna, que yaciesen solos en una cabaña solitaria, que a su hora les llevase unas cabras, y después de hartarles de leche les diese los demás cuidados. Esto hacía y encargaba Psamético, deseoso de oír la primera palabra en que los dos niños prorrumpirían, al cesar en sus gritos inarticulados. Y así sucedió. Hacía dos años que el pastor procedía de tal modo, cuando al abrir la puerta y entrar, cayeron a sus pies los dos niños, y tendiéndole las manos, pronunciaron la palabra becos. La primera vez que lo oyó el pastor, guardó silencio, pero como muchas veces al irlos a ver y cuidar, repetían esa palabra, dio aviso a su amo, por cuya orden condujo los niños a su presencia. Al oírlos a su vez el mismo Psamético, indagó qué hombres usan el nombre becos, e indagando halló que así llaman al pan los frigios. De tal modo, y razonando por tal experiencia, admitieron los egipcios que los frigios eran más antiguos que ellos. Que pasase en estos términos yo mis-mo lo oí en Menfis de boca de los sacerdotes de Hefesto, si bien los griegos, entre otras muchas necedades, cuentan que Psamético mandó cortar la lengua a ciertas mujeres, y ordenó después que los niños se criasen con ellas.
3. Todo esto decían sobre la crianza de los niños. También oí otras noticias en Menfis conversando con los sacerdotes de Hefesto; y me dirigí a Tebas y a Heliópolis por este mismo asunto, para ver si concordarían con los relatos de Menfis, ya que los sacerdotes de Heliópolis son tenidos por los más eruditos del Egipto. En esos relatos, lo que escuché tocante a los dioses no estoy dispuesto a narrarlo (salvo solamente sus nombres) pues juzgo que acerca de ellos todos los hombres saben lo mismo. Cuanto en este punto mencione, lo haré forzado por el hilo de la narración.
4. Tocante a las cosas humanas, decían a una voz que los egipcios habían sido los primeros entre todos los hombres en inventar el año, dividiéndolo en las doce partes correspondientes a las estaciones, y decían que habían inventado esto gobernándose por las estrellas. A mi entender, calculan más sabiamente que los griegos, pues los griegos intercalan cada tercer año un mes por razón de las estaciones, pero los egipcios, calculando treinta días para cada uno de los doce meses, añaden a este número cinco días cada año, y así el ciclo de las estaciones, en su curso, se les presenta siempre en la misma fecha. Decían también que los egipcios habían sido los primeros en introducir los nombres de los doce dioses, y que de ellos los tomaron los griegos; los primeros en asignar a los dioses altares, estatuas y templos, y en tallar figuras en la piedra. Y en cuanto a la mayor parte de tales pretensiones, demostraban con hechos que así había sucedido. Añadían que Min fue el primer hombre que reinó en Egipto; en sus tiempos, el Egipto todo, fuera del nomo[1] de Tebas, era un pantano, y que nada aparecía entonces de cuanto terreno aparece ahora más abajo del lago Meris, distante del mar siete días de navegación, remontando el río.
5. Y me parece que discurrían bien acerca de su país: ya que es evidente, aun sin haberlo oído antes, con sólo verlo, para quien tenga entendimiento, que el Egipto adonde navegan los griegos es para los egipcios tierra adquirida y don del río, y lo mismo la región que está más arriba de ese lago, hasta tres días de navegación, acerca de lo cual nada de eso decían los sacerdotes, pero es semejante. Pues la naturaleza de la tierra del Egipto es ésta: ante todo, cuando todavía estás navegando, distante de tierra un día de singladura, si echas la sonda sacarás lodo, y hallarás once brazas de profundidad. Lo cual prueba que hasta allí llega el poso del río.
6. En segundo lugar, la extensión del Egipto a lo largo del mar, es de sesenta esquenos, según nosotros limitamos al Egipto, desde el golfo Plintinetes hasta el lago Serbónide, junto al cual se dilata el monte Casio; a partir de este lago, pues, es de sesenta esquenos. Los que son pobres en tierras, miden el suelo por brazas; los que son menos pobres lo miden por estadios; los que poseen mucha tierra por parasangas, y los que poseen inmensa extensión, por esquenos. La parasanga equivale a treinta estadios, y el esqueno, medida egipcia, a sesenta estadios. Así que la costa del Egipto sería de tres mil seiscientos estadios de largo.
7. Desde Heliópolis, penetrando en el interior, es el Egipto ancho, del todo llano, bien regado y cenagoso. Para subir desde el mar hasta Heliópolis, hay un camino más o menos del mismo largo que el camino que lleva desde Atenas, comenzando en el altar de los doce dioses, hasta Pisa y el templo de Zeus Olímpico: si se hiciese la cuenta, se hallaría pequeña la diferencia entre estos dos caminos, no más de quince estadios, pues al que va de Atenas a Pisa le faltan cinco estadios para tener mil quinientos, y el que va del mar a Heliópolis llega a este número cabal.
8. De Heliópolis arriba, es el Egipto angosto. Por un lado se extienden los montes de Arabia, desde el Norte al Mediodía y al viento Noto, avanzando siempre tierra adentro hasta el mar llamado Eritreo; en ellos están las canteras que se abrieron para construir las pirámides de Menfis. Los montes terminan en este punto, y hacen un recodo hacia el lugar que tengo dicho; allí donde son más largos, según averigüé, llevan dos meses de camino de Levante a Poniente y su extremo oriental produce incienso. Así son estos montes. En la parte de Egipto, confinante con la Libia, se extienden otros montes pedregosos, donde están las pirámides; están cubiertos de arena, y se extienden en la misma dirección que la parte de los montes de Arabia que se dirige al Mediodía. Así, pues, a partir de Heliópolis la región no es vasta, para ser del Egipto; y, durante catorce días de navegación río arriba, el Egipto es estrecho, siendo el valle entre los montes referidos una tierra llana. Y allí donde es más estrecho, me pareció tener aproximadamente no más de doscientos estadios desde los montes llamados Arábigos hasta los Líbicos. A partir de allí, el Egipto es otra vez ancho.
9. Tal es la naturaleza de este país. Desde Heliópolis hasta Tebas hay nueve días de navegación, trayecto de cuatro mil ochocientos sesenta estadios, que son ochenta y un esquenos. Sumando los estadios que tiene el Egipto: la costa, como he demostrado antes, tiene tres mil seiscientos, y ahora indicaré qué distancia hay desde el mar hasta Tebas tierra adentro: seis mil ciento veinte, y desde Tebas hasta la ciudad llamada Elefantina hay mil ochocientos estadios.
10. La mayor parte de dicho país, según decían los sacerdotes, y según también me parecía, es una tierra adquirida por los egipcios. Porque el valle entre los montes de que he hablado, que se hallan arriba de la ciudad de Menfis, se me figuraba que había sido en algún tiempo un golfo marino, como la comarca de Ilión, la de Teutrania, la de Éfeso y la llanura del Meandro, para comparar estas pequeñeces con aquella grandeza, ya que ninguno de los ríos que cegaron estos parajes merece compararse en tamaño con una sola boca del Nilo, que tiene cinco. Cierto que hay otros ríos que, sin tener la grandeza del Nilo, han producido grandes efectos; yo puedo dar sus nombres, principalmente, el del río Aqueloo, que corriendo por Acarnania y desembocando en el mar, ha convertido ya en tierra firme la mitad de las islas Equínades.
11. En la región de Arabia, no lejos del Egipto, existe un golfo marino, el cual penetra desde el mar llamado Eritreo y tan largo y estrecho como voy a decir: en cuanto al largo de su recorrido, quien desde su fondo comienza a navegar hasta mar abierto, pone cuarenta días a remo; y en cuanto al ancho donde más ancho es el golfo, medio día de navegación, todos los días tiene flujo y reflujo. Creo que el Egipto debió de ser un golfo semejante a éste, que desde el mar del Norte se internara en Etiopía, y que el golfo Arábigo se dirigía desde el mar del Sur hacia la Siria, casi comunicados entre sí por sus fondos y separados por una pequeña lengua de tierra. Pues si el Nilo quisiera torcer su curso hacia el golfo Arábigo, ¿quién le impedirá cegarlo en su curso dentro de veinte mil años? Yo creo que aun dentro de diez mil años lo podría cegar. ¿Cómo, pues, en el tiempo transcurrido antes de que yo naciese no pudo cegarse un golfo, aun mucho mayor que éste, por un río tan grande y tan activo?
12. En cuanto al Egipto, pues, creo a quienes eso dicen, y a mí me parece que es así, sin duda alguna, viendo que el Egipto sale hacia el mar más que las tierras vecinas, que en sus montes aparecen conchas; que la sal aflora de tal modo que hasta desgasta las pirámides; y que ese monte que está arriba de Menfis es el único en el Egipto que tenga arena. Además, el Egipto no se parece por su suelo ni a la Arabia comarcana, ni a la Libia, ni a la Siria (los sirios ocupan la costa de Arabia); antes bien es una tierra negruzca y quebradiza, como que es un cenagal y poso, traído de Etiopía por el río. En cambio, la tierra de Libia vemos que es más bien roja y algo arenosa, y la de Arabia y la de Siria es más bien arcillosa y pedregosa.
13. También me referían los sacerdotes la siguiente gran prueba acerca de esta tierra: en el reinado de Meris, cuando el río llegaba a ocho codos por lo menos, regaba la parte del Egipto que está más abajo de Menfis, y no hacía aún novecientos años que había muerto Meris. Pero ahora si el río no sube por lo menos a quince o dieciséis codos, no se desborda sobre la región. Me parece que los egipcios que viven en los parajes situados más abajo del lago Meris, y principalmente en el llamado Delta, si esa región gana altura a proporción y aumenta de igual modo, al no inundarla el Nilo, han de sufrir para siempre en el porvenir lo que una vez dijeron ellos mismos que ha-bían de sufrir los griegos. Pues enterados de que en toda la comarca de los griegos llueve, y de que no está regada por ríos como la de ellos, dijeron que algún día los griegos, defraudados en su gran esperanza, pasarían terrible hambre. Esa palabra quiere decir que si el dios no quisiera darles lluvia sino sequía, los griegos serían presa del hambre, pues no tienen ningún otro medio de procurarse agua, sino sólo Zeus.
14. Razón tienen los egipcios para haber hablado así de los griegos: pero veamos ahora, que a su vez explicaré a los egipcios su situación. Si como antes dije, la región situada más abajo de Menfis (porque ésa es la región que aumenta) aumentase en altura en la proporción en que aumentó en el pasado, ¿qué les quedará a los egipcios que moran ahí sino pasar hambre, ya que no caerá lluvia en el país, ni el río podrá desbordarse sobre los campos? Pero en verdad, por ahora estos son los que con menor fatiga recogen el fruto de la tierra, no ya entre todos los hombres, sino entre los demás egipcios. No tienen el trabajo de abrir surcos con el arado, ni de escardar, ni de hacer ningún trabajo de cuantos hacen los demás hombres que se afanan por sus cosechas; sino que, cuando por sí mismo el río viene a regar los campos y después de regarlos se retira, entonces cada cual siembra su propio campo metiendo en él piaras; después que las piaras hunden la semilla con sus pisadas, aguarda la siega, hace trillar el grano por las piaras y así lo recoge.
15. Si quisiéramos adoptar acerca del Egipto la opinión de los jonios, quienes afirman que sólo el Delta es Egipto —su costa, dicen, va desde la atalaya llamada de Perseo hasta los saladeros de Pelusio, por espacio de cuarenta esquenos; del mar al interior dicen que se extiende hasta la ciudad de Cercasoro, donde el Nilo se divide en dos brazos que corren hacia Pelusio y hacia Canopo; el resto del Egipto pertenece, según ellos, parte a la Libia, parte a la Arabia—, adoptando tal explicación podríamos demostrar que antiguamente los egipcios no tenían tierra. Ya el Delta, por lo menos (como los mismos egipcios dicen y a mí me parece) es un terreno aluvial recién surgido, por decirlo así. Si, pues, no tenían ninguna tierra, ¿a qué el vano empeño de creerse los hombres más antiguos? No precisaban hacer la experiencia de los dos niños para observar el primer idioma que profiriesen. Mas no creo que los egipcios naciesen juntamente con el Delta, llamado Egipto por los jonios, sino que existiesen siempre desde que hubo hombres, y que al avanzar el terreno muchos quedaron atrás, y muchos fueron bajando. Por lo demás, antiguamente se llamaba Egipto la ciudad de Tebas, cuyo contorno es de seis mil ciento veinte estadios.
16. Si nosotros juzgamos acertadamente en estas materias, no es buena la opinión de los jonios acerca del Egipto. Pero si la opinión de los jonios es acertada, demuestra que los griegos y los mismos jonios no saben contar cuando dicen que toda la tierra se divide en tres partes: Europa, Asia y Libia; deben añadir por cuarta el Delta de Egipto, ya que no pertenece al Asia ni a la Libia. Pues, a esa cuenta no es el Nilo quien deslinda el Asia de la Libia; el Nilo se abre en el vértice del Delta, de tal suerte que vendría a quedar en el intervalo entre Asia y Libia.
17. Dejamos a un lado la opinión de los jonios; y decimos lo siguiente acerca de esta materia: Egipto es todo el país habitado por los egipcios, así como es Cilicia el habitado por los cilicios y Asiria por los asirios; y no sabemos de ningún otro límite verdadero entre Asia y Libia sino la frontera de los egipcios. Pero si adoptamos la opinión corriente entre los griegos, diremos que todo Egipto, empezando desde las Cataratas y de la ciudad de Elefantina, se divide en dos partes y lleva ambos nombres: una parte pertenece a la Libia y otra al Asia. En efecto, a partir de las Cataratas el Nilo corre al mar dividiendo al Egipto en dos partes. Hasta la ciudad de Cercasoro el Nilo corre por un solo cauce y desde esta ciudad se divide en tres brazos: el uno se dirige a Levante y se llama boca Pelusia; el otro de los brazos va hacia Poniente y se llama boca Canópica; y de los brazos del Nilo el que es recto, sigue así: corre hacia arriba y llega al vértice del Delta; desde allí corta el Delta por el medio y se echa en el mar; no es el brazo que le aporta menor caudal ni es el menos célebre, y se llama boca Sebennítica. Hay aún otras dos bocas que se desprenden de la Sebennítica y se dirigen al mar, llamadas la una Saítica y la otra Mendesia. La boca Bolbitina y la Bucólica no son naturales sino excavadas.
18. También da testimonio en favor de mi opinión de que el Egipto tiene la extensión que yo demuestro en mi relato, el oráculo de Amón, del que yo me enteré después de formar mi opinión sobre el Egipto. Los vecinos de la ciudad de Marea y de Apis, que moran en las fronteras de la Libia, creyéndose libios y no egipcios, disgustados con el ritual de los sacrificios, y no queriendo abstenerse de la carne de vaca, enviaron al santuario de Amón, y afirmaron que no tenían nada de común con los egipcios, pues vivían fuera del Delta y hablaban diversa lengua, y que deseaban les fuese lícito comer de todo. Pero el dios no les permitió hacerlo, respondiéndoles que era Egipto la comarca que riega el Nilo en sus inundaciones, y que eran egipcios los que moraban más abajo de Elefantina, y bebían de ese río. Tal fue la respuesta. El Nilo, cuando está crecido, no sólo inunda el Delta sino también parte de los territorios que se consideran líbico y arábigo, por espacio de dos jornadas de camino a cada lado; algunas veces más todavía que eso, otras menos.
19. Sobre la naturaleza del río nada pude alcanzar, ni de los sacerdotes, ni de ningún otro. Yo estaba deseoso de averiguar de ellos estos puntos: por qué el Nilo crece y se desborda durante cien días a partir del solsticio del verano, y cuando se acerca a este número de días, se retira y baja su corriente, y está escaso por todo el invierno, hasta el nuevo solsticio de verano. Acerca de estos puntos nada pude alcanzar de los egipcios, cuando les preguntaba qué poder posee el Nilo de tener naturaleza contraria a la de los demás ríos. Eso preguntaba porque quería saber lo que llevo dicho y también preguntaba por qué es el único río que no emite brisas.
20. Algunos griegos, queriendo señalarse por su cien-cia, discurrieron tres explicaciones diferentes acerca de este río; dos de las cuales no estimo dignas de mención, pero solamente quiero indicarlas. La una de ellas dice que los vientos etesias[2] son la causa de crecer el río, porque le impiden desaguar en el mar. Pero muchas veces no han soplado los etesias y el Nilo hace lo mismo. Ade-más, si los etesias fueran la causa, debía pasar lo mismo, en las mismas condiciones que al Nilo, en todos los demás ríos que corren opuestos a los etesias, y en tanto mayor grado aún, cuanto por ser más pequeños presentan débil corriente; en cambio, hay muchos ríos en Siria y muchos en Libia a los cuales no pasa nada semejante a lo que pasa con el Nilo.
21. La otra opinión es menos docta que la primera, pero despierta más admiración como relato; dice que el Nilo hace sus inundaciones porque procede del Océano, y que el Océano corre alrededor de toda la tierra.
22. La tercera de las explicaciones, con mucho la más plausible, es la más equivocada, pues nada dice al afirmar que el Nilo nace de la nieve derretida. El río corre desde Libia, a través de Etiopía, y desemboca en el Egipto; ¿cómo, pues, podría nacer de la nieve si corre de lugares muy calientes a lugares más fríos? Para un hombre capaz de razonar sobre tales materias hay muchas pruebas de que ni siquiera es verosímil que nazca de la nieve. Proporcionan el primero y más importante testimonio los vientos calientes que soplan desde esas regiones; el segundo, el hecho de que la región nunca tiene lluvia ni hielo, y después que cae nieve es de absoluta necesidad que llueva a los cinco días, de tal modo que si nevase habría lluvia en estos parajes; en tercer lugar, los naturales son negros por el calor. Milanos y golondrinas no faltan en todo el año, y las grullas que huyen del invierno de Escitia acuden a invernar a estas regiones. Por poco que nevase en la región donde nace y que atraviesa el Nilo, nada de esto sucedería, según necesariamente se prueba.
23. El que hace afirmaciones acerca del Océano, como ha remontado su noticia a lo desconocido no puede ser refutado: yo, a lo menos, no conozco ningún río Océano. Creo, sí, que Homero o alguno de los poetas anteriores inventó el nombre y lo introdujo en poesía.
24. Si después de censurar las opiniones expuestas debo manifestar mi opinión sobre estos arcanos, diré por qué me parece que crece el Nilo en verano. En invierno el sol, rechazado por las tempestades de su antigua órbita, llega al sur de la Libia. Para demostrarlo lo más brevemente posible, ya todo queda dicho, pues es natural que la región a la que más se acerque o a la que recorra este dios esté más pobre en aguas, y queden secos los cauces de los ríos locales.
25. Para demostrarlo más largamente, el caso es así. Al recorrer el sol el sur de la Libia procede de este modo: como en todo tiempo el aire de esos parajes es sereno, y la región caliente y sin vientos fríos, al recorrerla obra el mismo efecto que suele obrar en verano, en su curso en medio del cielo: atrae el agua hacia sí y, atraída, la rechaza hacia los lugares altos, los vientos la toman y luego la esparcen y disuelven; y es natural que los vientos que soplan de esta región, el Sur y el Suroeste, sean con mucho los más lluviosos de todos los vientos. No creo que el sol envíe siempre toda el agua que toma anualmente del Nilo, sino que la reserva también para sí. Cuando se mitiga el invierno vuelve otra vez el sol al medio del cielo, y desde entonces atrae hacia sí igualmente el agua de todos los ríos. Hasta este momento, los demás ríos, gracias a la abundante agua de lluvia que se les une (pues su territorio recibe lluvia y está surcado de corrientes), corre con gran caudal; pero en verano, cuando les faltan las lluvias, y el sol los absorbe, su corriente es débil. Pero como el Nilo no recibe lluvias, y es absorbido por el sol, natural es que sea el único río que en este tiempo corra mucho más menguado, comparado con sí mismo, que en verano; pues en verano es absorbido, a la par que todos los demás ríos, mientras en invierno es el único reducido.
26. Así, pues, pienso que el sol es la causa de estos hechos. A mi parecer también es causa de que allá el aire sea seco, pues lo abrasa en su órbita; por eso siempre reina verano en el sur de la Libia. Pues si se trastornase el orden de las estaciones; y en la parte del cielo donde ahora se hallan el viento Norte y el Invierno, se asentaran el Sur y el Mediodía, y en donde está ahora el Sur se estableciese el Norte, si así fuera, rechazado el sol del medio del cielo por el invierno y el viento Norte, pasaría por el norte de Europa como recorre ahora el sur de Etiopía, y al atravesar toda Europa pienso que haría con el Istro como ahora obra con el Nilo.
27. Acerca de la brisa y por qué no se exhala del Nilo, tengo esta opinión: natural es que no haya viento alguno originario de países muy calurosos, pues la brisa suele provenir de algún lugar frío. Sean en fin estas cosas como son y como desde un principio han sido.
28. En cuanto a las fuentes del Nilo, ninguno de cuantos traté, egipcio, libio o griego, declaró conocerlas, salvo el escriba del tesoro sagrado de Atenea en la ciudad de Sais en Egipto. Y me pareció que bromeaba al afirmar que las conocía puntualmente. Decíame que ha-bía dos montes cuyas cumbres acababan en picos, situados entre la ciudad de Elefantina y la de Siena, en la Tebaida; esos montes se llamaban Crofi el uno y Mofi el otro, y las fuentes del Nilo, de insondable profundidad, manan en medio de ellos; la mitad del agua corre hacia el Egipto, cara al viento Norte, y la otra, hacia Etiopía y al viento Sur. De que las fuentes tengan insondable profundidad, decía, hizo la prueba el rey Psamético, quien mandó trenzar un cable de millares y millares de brazos, lo soltó y no llegó a fondo. Pero este escriba, si lo que contaba había sucedido de veras, demostraba (en mi concepto) que en ese lugar hay violentos remolinos, con flujo y reflujo, por precipitarse el agua contra los montes, de suerte que la sonda echada no puede irse al fondo.
29. De nadie más pude averiguar nada; pero averigüé estas otras noticias, las más remotas, cuando llegué como testigo ocular hasta la ciudad de Elefantina, y desde ahí, de oídas, gracias a mis investigaciones. Remontando camino desde Elefantina, se encuentra un lugar escarpado; aquí para marchar es preciso atar el barco por entrambos lados como un buey, y si se rompe la cuerda, el barco se va, arrebatado por la fuerza de la corriente. En este lugar hay cuatro días de navegación; el Nilo es aquí sinuoso como el Meandro, y son doce los esquenos que hay que atravesar de ese modo. Después llegarás a una llanura lisa donde el Nilo rodea una isla que lleva el nombre de Tacompso; a partir de Elefantina hacia el interior, viven ya los etíopes, que pueblan también la mitad de la isla, la otra mitad los egipcios. Sigue a la isla un gran lago, alrededor del cual moran los etíopes nómadas; cuando lo hubieres atravesado, llegarás al lecho del Nilo, el cual desemboca en ese lago. Luego desembarcarás y andarás a lo largo del río cuarenta días, porque se levantan en el Nilo escollos y agudas peñas a causa de las cuales es imposible navegar. Cuando hayas atravesado este lugar en los cuarenta días, te embarcarás en otra nave, navegarás doce días y llegarás a una gran ciudad cuyo nombre es Méroe. Dícese que esta ciudad es la metrópoli de los demás etíopes; sus habitantes veneran únicamente entre los dioses a Zeus y a Dióniso, a quienes tributan grandes honras; tienen un oráculo de Zeus: salen en campaña cuando este dios se lo ordena con sus profecías y se dirigen adonde les ordena.
30. Navegando desde esa ciudad, en otro tanto tiempo como en el que llegaste de Elefantina a la metrópoli de los etíopes, llegarás a los Desertores. El nombre de esos Desertores es Asmach, y esa palabra significa en lengua griega «los que asisten a la izquierda del rey». Desertaron doscientos cuarenta mil soldados y se pasaron a los etíopes con la ocasión que referiré. En el reinado de Psamético estaban establecidas en la ciudad de Elefantina guarniciones contra los etíopes, otra en Dafnas de Pelusio contra los árabes y asirios, y otra en Marea contra la Libia; todavía en mis tiempos, bajo el dominio persa, las guarniciones se mantienen tal como estaban en el reinado de Psamético, ya que los persas montan guardia en Elefantina y en Dafnas. Sucedió que los egipcios habían montado guardia tres años sin que nadie les relevara de la guardia; después de deliberar y de común acuerdo, abandonaron todos a Psamético y se fueron a Etiopía. Informado Psamético, corrió en su seguimiento, y cuando los alcanzó, les dirigió largas súplicas, oponiéndose a que abandonaran a los dioses patrios, a sus hijos y mujeres, y uno de ellos, según se cuenta, mostrando su miembro viril, dijo que en cualquier parte donde lo tuvieran, tendría hijos y mujeres. Cuando llegaron a Etiopía, se entregaron al rey, y él les recompensó de este modo: había ciertos etíopes con quienes había tenido diferencias; invitó a los desertores a arrojarlos y ocupar su territorio. Y una vez establecidos entre los etíopes, fueron humanizándose éstos por aprender las costumbres egipcias.
31. Así, pues, el Nilo es conocido, aparte su curso en Egipto, por cuatro meses de navegación y de camino; tantos, en efecto, resultan los meses empleados en total para ir desde Elefantina hasta estos Desertores; y corre desde la región vespertina y poniente; pero más allá nadie puede hablar con certidumbre, porque es una región desierta, a causa del calor.
32. No obstante, he aquí lo que oí de boca de algunos cireneos: decían que habían ido al oráculo de Amón, y habían entrado en coloquio con Etearco, rey de los amonios, y que de conversación en conversación, vinieron a hablar sobre el Nilo, y sobre que nadie conocía sus fuentes. Etearco contó que una vez habían llegado a su presencia unos nasamones (este pueblo es libio y ocupa la Sirte y el territorio situado a Oriente de la Sirte en un corto espacio); cuando llegaron los nasamones y se les preguntó si podrían contar algo más acerca de los desiertos de la Libia, le refirieron que hubo en su tierra ciertos jóvenes audaces, hijos de hombres poderosos, que al llegar a la edad viril habían discurrido, entre otras extravagancias, sortear a cinco de entre ellos para ver los desiertos de la Libia y si podían ver algo más que los que habían visto las tierras más remotas. Porque la costa mediterránea de la Libia, empezando desde Egipto hasta el cabo Soloente, que pone fin a la Libia, la pueblan toda los libios (y diversas tribus de libios), salvo lo que ocupan griegos y fenicios; pero más allá de la costa y de los pueblos próximos al mar, Libia es región de fieras; y más allá de la región de fieras es un arenal, terriblemente árido y del todo desierto. Aquellos jóvenes, despachados por sus camaradas y bien provistos de víveres y de agua, pasaron primero por la región poblada; después de recorrer ésta llegaron a la región de las fieras, y desde ésta atravesaron el desierto, enderezando el camino hacia el viento Oeste. Después de recorrer un vasto arenal durante muchos días, vieron por fin árboles en una llanura, y acercándose empezaron a echar mano al fruto que estaba sobre los árboles. Mientras estaban cogiéndolo, les atacaron ciertos hombrecillos, de menos de mediana altura, los apresaron y se los llevaron; los nasamones no entendían su lengua ni los que los llevaban entendían la de los nasamones. Los llevaron por dilatados pantanos, y después de recorridos éstos, a una ciudad en la cual todos tenían la misma talla que los conductores, y eran menos negros. Junto a la ciudad corría un gran río, de Poniente a Levante, y en él se veían cocodrilos.
33. Hasta aquí contaré la fábula de Etearco el amonio; añadiré sólo que decía, según contaban los cireneos, que los nasamones habían vuelto, y que los hombres a los cuales habían llegado eran todos hechiceros. Etearco conjeturaba que el río que bordeaba la ciudad era el Nilo, y la razón así lo quiere. En efecto, el Nilo viene de Libia, y la corta por el medio; y según conjeturo, juzgando lo desconocido por lo manifiesto, nace a la misma distancia que el Istro. Porque el Istro comienza desde la ciudad de Pirene, en la región de los celtas y corre cortando a Europa por el medio (los celtas están más allá de las columnas de Heracles, lindantes con los cinesios, los cuales, de todos los pueblos establecidos en Europa, son los que viven más a Poniente); y termina el Istro desembocando en el ponto Euxino, después de atravesar Europa, en donde se encuentra Istria, poblada por los colonos de Mileto.
34. El Istro, como corre por tierra poblada, es de muchos conocido, pero nadie puede hablar sobre las fuentes del Nilo, porque la Libia a través de la cual corre es desierta y despoblada. Queda dicho sobre su curso, hasta donde me fue posible llegar con mis investigaciones. El Nilo va a parar a Egipto, y Egipto cae más o menos enfrente de la Cilicia montuosa; desde allí hasta Sinope en el ponto Euxino hay camino recto de cinco días para un hombre diligente. Sinope está enfrente del paraje donde el Istro desemboca en el mar. Así, me parece que el Nilo, que atraviesa toda la Libia, es igual al Istro.
35. Acerca del Nilo baste lo dicho. Paso a hablar del Egipto con detenimiento; pues comparado con cualquier otro país, es el que más maravillas tiene y el que más obras presenta superiores a todo encarecimiento. A causa de esto hablaré más del Egipto. Los egipcios, con su clima particular y con su río, que ofrece naturaleza distinta de la de los demás ríos, han establecido en casi todas las cosas, leyes y costumbres contrarias a las de los demás hombres. Allí son las mujeres las que compran y trafican, y los hombres se quedan en casa, y tejen. Tejen los demás empujando la trama hacia arriba, y los egipcios ha-cia abajo. Los hombres llevan la carga sobre la cabeza, y las mujeres sobre los hombros. Las mujeres orinan de pie, y los hombres sentados. Hacen sus necesidades en casa, y comen fuera, por las calles, dando por razón que lo indecoroso, aunque necesario, debe hacerse a escondidas, y lo no indecoroso, a las claras. Ninguna mujer se consagra allí por sacerdotisa a dios o diosa alguna: los hombres son allí sacerdotes de todos los dioses y de todas las diosas. Los varones no tienen ninguna obligación de alimentar a sus padres contra su voluntad; pero las hijas tienen entera obligación de alimentarlos, aun contra su voluntad.
36. En los otros países los sacerdotes de los dioses se dejan crecer el cabello; en Egipto se rapan. Entre los demás pueblos es costumbre, en caso de duelo, cortarse el cabello los más allegados al difunto; los egipcios, cuando hay una muerte se dejan crecer el cabello en cabeza y barba, mientras hasta entonces se rapaban. Los demás hombres viven separados de los animales, los egipcios viven junto con ellos. Los demás se alimentan de trigo y cebada; pero para un egipcio alimentarse de estos granos es la mayor afrenta; ellos se alimentan de olyra, que algunos llaman también espelta. Amasan la pasta con los pies, el lodo con las manos y recogen el estiércol. Los demás hombres (excepto los que lo han aprendido de los egipcios) dejan su miembro viril tal como nació, pero ellos se circuncidan. Los hombres usan cada uno dos vestidos y las mujeres uno solo. Los demás fijan por fuera los anillos y cuerdas de las velas, los egipcios por dentro. Los griegos trazan las letras y calculan con piedrecillas llevando la mano de izquierda a derecha; los egipcios de derecha a izquierda, y por hacer así dicen que ellos lo hacen al derecho y los griegos al revés. Usan dos géneros de letras, las unas llamadas sagradas, las otras populares.
37. Por ser supersticiosos en exceso, mucho más que todos los hombres, usan de las siguientes ceremonias. Beben en vasos de bronce y cada día los limpian, no éste sí y aquél no, sino todos. Llevan ropa de lino, siempre recién lavada, poniendo en esto particular esmero. Se circuncidan por razones de aseo, prefiriendo ser aseados más bien que bien parecidos. Los sacerdotes se rapan todo el cuerpo día por medio, para que ni piojo ni otra sabandija alguna se encuentre en ellos al tiempo de sus servicios divinos. Llevan los sacerdotes solamente vestido de lino y calzado de papiro, y no les está permitido ponerse otro vestido ni otro calzado. Se lavan con agua fría, dos veces al día y dos veces a la noche, y cumplen otras prácticas religiosas en número infinito, por así decirlo. Disfrutan en cambio de no pocas ventajas, pues no gastan ni consumen nada de su propia hacienda; se les cuecen panes sagrados y a cada cual le toca por día gran cantidad de carne de vaca y de ganso; también se les da vino de uva; pero no les está permitido comer pescado. Los egipcios no siembran en absoluto habas en sus campos, y las que hubieran crecido, ni las mascan ni las comen cocidas, y los sacerdotes ni toleran verlas, teniéndolas por legumbres impuras. No hay un solo sacerdote para cada uno de los dioses, sino muchos, uno de los cuales es sumo sacerdote; cuando alguno muere, su hijo le reemplaza.
38. Piensan los egipcios que los toros pertenecen a Épafo, y por este motivo los examinan así: si le encuentran aunque sea un solo pelo negro, ya no le tienen por puro. Hace la búsqueda uno de los sacerdotes encargados de ello, estando la res ya en pie, ya boca arriba; le hace sacar la lengua por si está pura de las señales prescritas, de las cuales hablaré en otro relato; y mira también si los pelos de la cola han crecido naturalmente. Si está puro de todas esas señales, lo marca enroscándole en las astas un papiro, y pegándole luego cierta tierra a manera de lacre, en la que imprime su sello; y así lo llevan. Quien sacrifica una víctima no marcada tiene pena de muerte.
39. De este modo, pues, se examina la res; el sacrificio está entre ellos así establecido. Conducen la res ya marcada al altar donde sacrifican; prenden fuego; y luego al pie del altar derraman vino sobre la víctima y la degüellan invocando al dios; después de degollada, le cortan la cabeza. Desuellan el cuerpo de la res y cargando de maldiciones la cabeza, se la llevan; donde hay mercado y mercaderes griegos establecidos, la llevan al mercado y la venden; allí donde no hay griegos, la arrojan al río. Maldicen a la cabeza diciéndole que si algún mal amenaza a los que hacen el sacrificio o a todo Egipto, se vuelva sobre esa cabeza. En cuanto a las cabezas de las reses sacrificadas y a la libación del vino, todos los egipcios observan las mismas normas para todos los sacrificios, y por esta norma ningún egipcio probará la cabeza de ningún otro animal.
40. La extracción de las entrañas de las víctimas y el modo de quemarlas son distintos para cada sacrificio. Voy a hablar del de la divinidad que tienen por más grande y a la cual consagran la más grande festividad. Después de desollar el buey y de rezar, le sacan toda la tripa, dejando en el cuerpo las asaduras y la grasa, cortan las patas, la punta del lomo, las espaldillas y el pescuezo. Tras esto, rellenan el resto del cuerpo del buey de pan de harina pura, de miel, uvas pasas, higos, incienso, mirra y otros aromas; así relleno, lo queman derramando sobre él aceite en gran abundancia. Antes de sacrificar ayunan y mientras se está quemando la víctima, todos se golpean el pecho. Después de golpearse sirven en convite lo que quedó de las víctimas.
41. Todos los egipcios sacrifican toros y terneros puros, pero no les es lícito sacrificar las hembras, por estar consagradas a Isis. La imagen de Isis es una mujer con astas de buey, tal como los griegos pintan a Ío; y los egipcios todos a una veneran a las vacas muchísimo más que a todas las bestias de ganado. Por ese motivo, ningún egipcio ni egipcia besaría a un griego en la boca, ni se serviría de cuchillo, asador o caldero de un griego, ni probaría carne de buey puro trinchado con un cuchillo griego.
Sepultan del siguiente modo a los bueyes difuntos: echan las hembras al río, y entierran a los machos en el arrabal de cada pueblo, dejando por seña una o entrambas de sus astas salidas sobre la tierra. Cuando está podrido y ha llegado el tiempo fijado, arriba a cada ciudad una barca que sale de la isla llamada Prosopitis. La isla está en el Delta, y tiene nueve esquenos de contorno. En esta isla Prosopitis hay entre otras muchas ciudades una de donde salen las barcas destinadas a recoger los huesos de los bueyes; el nombre de la ciudad es Atarbequis, y en ella se levanta un venerable santuario de Afrodita. De esa ciudad parten muchas gentes para diferentes ciudades; desentierran los huesos, se los llevan y los sepultan todos en un solo lugar. Del mismo modo que a los bueyes sepultan también a las demás bestias, cuando mueren, pues en este punto tal es su ley, y en efecto, tampoco a éstas matan.
42. Todos cuantos han levantado el templo de Zeus de Tebas o pertenecen al nomo de Tebas, se abstienen de las ovejas pero matan las cabras, lo que no es de extrañar (porque todos los egipcios no veneran a una a los mismos dioses, salvo Isis y Osiris, el cual, según dicen, es Dióniso: a éstos todos los veneran a una). Por el contrario, todos cuantos poseen un santuario de Mendes o pertenecen al nomo mendesio, se abstienen, al contrario, de las cabras, pero matan a las ovejas. Los de Tebas y los que a su ejemplo se abstienen de las ovejas, dicen que esa regla les ha sido impuesta por los siguientes motivos: Heracles quería ver a toda costa a Zeus, quien no quería ser visto de él. Al fin después de porfiar Heracles, Zeus ideó esta traza: desolló un carnero, le cortó la cabeza, se tapó con ella, se vistió el vellón y así se presentó a Heracles. Por eso los egipcios hacen la imagen de Zeus con cabeza de carnero; y a ejemplo de los egipcios, los amonios, que son colonos de los egipcios y de los etíopes, y se sirven de una lengua intermedia entre las de entrambos. Y me parece que también tomaron de él su nombre de amonios, ya que los egipcios llaman Amón a Zeus. Por esa razón los de Tebas no sacrifican carneros y los miran como sagrados. Pero un día al año, en la fiesta de Zeus, matan un carnero, le desuellan y con la piel visten la imagen de Zeus del mismo modo que en la fábula, y luego le presentan otra imagen, de Heracles. Después de esto, todos los del templo se golpean lamentando al carnero, y luego le entierran en un ataúd sagrado.
43. Acerca de Heracles oí contar que era uno de los doce dioses. Acerca del otro Heracles que conocen los griegos, no pude oír nada en ningún lugar del Egipto. De que los egipcios no tomaron de los griegos el nombre de Heracles, antes bien los griegos lo tomaron de los egipcios (y entre los griegos, los que pusieron el nombre de Heracles al hijo de Anfitrión), de que es así tengo entre muchas pruebas la siguiente: el padre y la madre de este Heracles, Anfitrión y Alcmena, eran ambos por su abolengo originarios de Egipto; además confiesan los egipcios que no conocen los nombres de Posidón ni de los Dióscuros, ni están admitidos entre sus demás dioses. Pero si hubieran tomado de los griegos el nombre de alguna divinidad, de éstos hubieran debido acordarse, no en último, sino en primer lugar, si es que ya entonces se dedicaban a la navegación y había navegantes griegos, como creo y mi opinión me persuade; de suerte que los egipcios hubieran aprendido el nombre de estos dioses más bien que el de Heracles. Por el contrario, Heracles es dios antiguo entre los egipcios: según ellos dicen, han pasado diecisiete mil años desde que los ocho dioses engendraron a los doce dioses, uno de los cuales piensan que es Heracles, hasta el reinado de Amasis.
44. Deseando obtener sobre estas materias conocimiento claro de quienes podían decírmelo, me embarqué para Tiro de Fenicia, porque oí decir que allí había un santuario venerable de Heracles. Lo vi, ricamente adornado de muchas ofrendas, y entre ellas dos columnas, la una de oro acendrado, la otra de piedra esmeralda, que de noche resplandecía sobremanera. Entré en plática con los sacerdotes del dios, y les pregunté cuánto tiempo hacía de la erección de su santuario, y hallé que tampoco iban acordes con los griegos, pues decían que el santuario del dios había sido erigido al mismo tiempo que se fundaba Tiro, y que hacía dos mil trescientos años que estaba poblada Tiro. Vi en Tiro otro santuario de Heracles, con el sobrenombre de Tasio. Y también pasé a Taso, donde encontré un santuario de Heracles erigido por los fenicios, que se hicieron a la mar en busca de Europa, y fundaron a Taso; y esto sucedió cinco generaciones antes de nacer en Grecia Heracles, hijo de Anfitrión. Estas averiguaciones prueban claramente que es Heracles un dios antiguo, y que hacen muy bien aquellos griegos que han levantado dos especies de templos de Heracles, en uno de los cuales le hacen sacrificio como a inmortal, con el sobrenombre de olímpico, y en el otro le rinden honras fúnebres como a héroe.
45. Entre las muchas historias desatinadas que refieren los griegos, se encuentra esta necia fábula que dicen sobre Heracles: que cuando llegó a Egipto, los egipcios le coronaron y le llevaron en procesión para sacrificarle a Zeus; él se quedó quieto por un tiempo, pero cuando comenzaron el sacrificio junto al altar recurrió a la fuerza y los pasó a cuchillo a todos. Al contar esto, me parece que los griegos ignoran de todo punto la naturaleza y costumbres de los egipcios. ¿Cómo intentarían sacrificar hombres, cuando no les es lícito sacrificar animales, salvo los cerdos, toros y terneros que sean puros, y gansos? Además, ¿cómo es posible que Heracles solo, y todavía mortal, según declaran, pudiera acabar con tantos millares? Sobre lo dicho acerca de esas materias, séannos benévolos tanto los dioses como los héroes.
46. Los egipcios que dije, no matan cabras ni machos cabríos por esta razón: los mendesios cuentan a Pan por uno de los ocho dioses, y dicen que esos ocho dioses existieron antes de los doce, y los pintores y escultores pintan y esculpen a Pan como los griegos, con rostro de cabra y patas de chivo, sin que crean que sea así, sino igual a los demás dioses. Y no me es muy grato decir por qué lo representan así. Los mendesios veneran a todas las cabras, más a los machos que a las hembras y a ellos tributan los cabreros mayores honras, principalmente a uno entre todos, el cual, cuando muere causa gran duelo a todo el nomo mendesio. En Egipto tanto el macho cabrío como Pan se llaman Mendes. En aquel nomo sucedió en mis días este prodigio: un cabrón se juntó abiertamente con una mujer: esto llegó a conocimiento de todos.
47. Los egipcios miran al puerco como animal impuro; por eso, si al pasar alguien roza un puerco, va a bañarse al río con sus vestidos, y por eso los porquerizos, aunque sean naturales del país, son los únicos entre todos en no entrar en ningún templo, y nadie quiere darles en matrimonio sus hijas ni tomar las de ellos, viéndose obligados a casarse entre sí. Los egipcios no juzgan lícito sacrificar cerdos a los demás dioses sino solamente a la Luna y a Dióniso, y en un tiempo mismo, en un mismo plenilunio, sacrifican cerdos y comen la carne. Acerca de por qué abominan de los cerdos en las demás festividades pero los sacrifican en ésta, hay un relato que cuentan los egipcios, pero aunque lo sé no considero muy conveniente referirlo. El sacrificio de los cerdos a la Luna se hace así: después de sacrificar la víctima, juntan la punta de la cola, el bazo y el redaño, cubren todo con la gordura que rodea los intestinos y luego lo arrojan al fuego. La carne restante se come el día del plenilunio en el que se haya hecho el sacrificio, en otro día ya no la probarían. Los pobres, a causa de su indigencia, modelan puercos de pasta, los cuecen y los sacrifican.
48. La tarde de la fiesta de Dióniso, cada cual mata en honor de Dióniso un cerdo en la puerta de su casa y lo entrega al mismo porquerizo a quien lo compró para que se lo lleve. Celebran los egipcios lo restante de la fiesta casi lo mismo que los griegos, aunque sin coros. En vez de los falos han inventado otra cosa: unos títeres de un codo de alto, que las mujeres llevan por las aldeas, y que mueven un miembro no mucho menor que lo restante del cuerpo. Un flautista va delante y siguen las mujeres cantando a Dióniso. Acerca de la desproporción del miembro, y de por qué es la única parte del cuerpo que mueven, se cuenta cierto relato sagrado.
49. Por eso me parece que ya Melampo, hijo de Amitaón, no ignoraba, antes conocía muy bien este sacrificio. En efecto, Melampo fue quien introdujo entre los griegos el nombre de Dióniso, su sacrificio y la procesión del falo; en rigor no lo explicó todo por entero; antes bien, los sabios que le sucedieron lo explicaron más cumplidamente. Pero la procesión del falo en honor de Dióniso, Melampo fue quien la introdujo, y por su enseñanza ha-cen los griegos lo que hacen. Yo afirmo, pues, que Melampo fue varón sabio que adquirió el arte de la adivinación, averiguó en Egipto muchas cosas y entre otras introdujo entre los griegos, mudando algunos pormenores, las relativas a Dióniso. Porque yo no diré que coinciden por azar las ceremonias hechas a este dios en Egipto y entre los griegos, pues entonces serían conformes al carácter griego ni se hubieran introducido recientemente. Y de ninguna manera admitiré que los egipcios tomaran de los griegos esta o cualquier otra costumbre. Lo más verosímil, a mi parecer, es que oyó Melampo lo concerniente a Dióniso, de Cadmo de Tiro y los que con él llegaron de Fenicia a la región llamada ahora Beocia.
50. Las designaciones de casi todos los dioses vinieron del Egipto a Grecia: pues encuentro por mis indagaciones que vinieron de los bárbaros, y creo que llegaron principalmente del Egipto. Como no sean, en efecto, las designaciones de Posidón y de los Dióscuros, según he dicho ya, y además las de Hera, Hestia, Temis, las Cárites y las Nereidas, todas las demás las han tenido siempre los egipcios en su país: digo lo que dicen los mismos egipcios. Las designaciones de los dioses que dicen no conocer, ésas, según creo, se deben a los pelasgos, salvo la de Posidón, a quien conocieron por los libios, pues ningún pueblo sino los libios ha poseído desde un comienzo este nombre ni rindió honores a aquel dios. No acostumbran tampoco los egipcios tributar ningún culto a los héroes.
51. Estas usanzas y otras además de que hablaré, las practican los griegos a ejemplo de los egipcios; pero el hacer itifálicas las estatuas de Hermes, no lo han aprendido de los egipcios sino de los pelasgos; los atenienses fueron los primeros entre todos los griegos que lo adoptaron y de éstos, los demás: pues ya se contaban los atenienses entre los griegos, cuando vinieron a convivir en su país los pelasgos, por donde también empezaron a ser mirados como griegos. Quien esté iniciado en los misterios de los Cabiros, que los samotracios celebran y que han recibido de los pelasgos, ese hombre sabe lo que digo, ya que esos pelasgos que convivieron con los atenienses, moraban antes en Samotracia, y de ellos han recibido los samotracios los misterios. Los atenienses, pues, fueron los primeros griegos que aprendieron de los pelasgos a hacer itifálicas las imágenes de Hermes. Los pelasgos contaban acerca de esto cierto relato sagrado que se declara en los misterios de Samotracia.
52. Antes los pelasgos, según sé porque lo oí en Dodona, hacían todos los sacrificios invocando a los «dioses», sin dar a ninguno de ellos nombre ni sobrenombre, pues no los habían oído todavía. Los habían llamado dioses (theoí) porque por haber puesto (thentes) en orden las cosas, tenían en sus manos la distribución de todo. Después de transcurrido largo tiempo, aprendieron los nombres de los dioses, venidos de Egipto (salvo el de Dióniso, que aprendieron mucho más tarde) y después de un tiempo consultaron sobre los nombres el oráculo de Dodona. Este oráculo pasa ahora por el más antiguo entre los griegos, y en ese tiempo era el único. Y al preguntarle en Dodona los pelasgos si adoptarían las designaciones que habían venido de los bárbaros, el oráculo respondió que las adoptaran. Desde aquella época hacían sacrificios empleando las designaciones de los dioses, y de los pelasgos las recibieron luego los griegos.
53. Sobre el origen de cada dios, o sobre si todos existieron siempre, sobre cuáles son sus formas, nada sabían hasta ayer y anteayer, por decirlo así. Porque me parece que Hesíodo y Homero fueron cuatrocientos años más antiguos que yo, y no más; y ellos son los que compusieron la teogonía de los griegos, asignaron a los dioses sus sobrenombres, les distribuyeron artes y honores e indicaron sus formas; los poetas de quienes se dice que fueron anteriores a estos dos, son, a mi parecer, posteriores. De todo esto afirman lo primero las sacerdotisas de Dodona, y lo último, que se refiere a Hesíodo y Homero, lo afirmo yo.
54. A propósito de los oráculos, del que está en Grecia y del que está en Libia, los griegos cuentan la siguiente historia. Decían los sacerdotes de Zeus tebano que los fenicios se llevaron de Tebas dos sacerdotisas, y vendieron la una de ellas en Libia, según habían averiguado y la otra en Grecia; esas mujeres fueron las primeras en establecer los oráculos en los pueblos dichos. Al preguntarles yo de dónde sabían tan exactamente lo que decían, respondieron que habían hecho los egipcios gran búsqueda de estas mujeres y que no habían podido ha-llarlas, pero que luego habían averiguado acerca de ellas lo que me contaban.
55. Esto fue lo que oí en Tebas de boca de los sacerdotes; he aquí lo que dicen las Promántides dodoneas. Dos palomas negras volaron desde Tebas a Egipto, la una de ellas llegó a Libia y la otra a Dodona, y posada en una haya, les dijo con voz humana que era preciso hubiese allí un oráculo de Zeus; los dodoneos comprendieron que era divina la orden, y por eso la cumplieron. Cuentan que la paloma que partió a Libia ordenó a los libios establecer el oráculo de Amón; este oráculo también es de Zeus. Así decían las sacerdotisas dodoneas, la mayor de las cuales se llamaba Promenea, la segunda Timáreta y la menor Nicandra. Y concordaban con ellas los demás dodoneos relacionados con el templo.
56. Yo tengo sobre tal punto la siguiente opinión: si de veras los fenicios se llevaron las sacerdotisas y vendieron la una de ellas en Libia, y la otra en Grecia, me parece que esta mujer fue vendida en Tesprocia, región de la que ahora se llama Grecia, y antes, siendo la misma, se llamaba Pelasgia. Luego, mientras era esclava allí levantó a Zeus un santuario al pie de una encina: como era natural, que habiendo servido en Tebas en el templo de Zeus, guardase su memoria allí donde había llegado. Después, cuando aprendió la lengua griega, estableció el oráculo, y contó que una hermana suya había sido vendida en Libia por los mismos fenicios que la habían vendido a ella.
57. Pienso que los dodoneos llamaron a las mujeres palomas porque eran bárbaras, y se les figuraba que hablaban a semejanza de aves. Dicen que con el tiempo la paloma habló con voz humana, esto es, cuando la mujer les decía cosas inteligibles; mientras hablaba en lengua bárbara les parecía proferir voces a la manera de ave, pues ¿de qué modo una paloma podría hablar con voz humana? Al decir que la paloma era negra, indican que la mujer era egipcia.
58. La adivinación que se practica en Tebas egipcia y la que se practica en Dodona son parecidas. También ha llegado de Egipto la adivinación por las víctimas. Los egipcios fueron los primeros que celebraron fiestas religiosas nacionales, procesiones y dedicación de ofrendas, y de ellos las han aprendido los griegos. Y ésta es para mí la prueba: las fiestas egipcias se celebran evidentemente desde hace mucho tiempo; las griegas se celebraron desde hace poco.
59. No tienen los egipcios fiesta religiosa nacional una vez al año sino muchas. La principal, en la que ponen más empeño, es la que van a celebrar en la ciudad de Bubastis en honor de Ártemis, y la segunda en la ciudad de Busiris en honor de Isis, pues en esta ciudad hay un templo muy grande de Isis; esta ciudad egipcia se levanta en medio del Delta. Isis, en lengua griega, es Deméter. Reúnense para la tercera en Sais en honra de Atenea; para la cuarta en Heliópolis en honor del Sol; para la quinta en Buto en honor de Leto; y para la sexta en Papremis en honor de Ares.
60. Cuando se dirigen a Bubastis hacen así: navegan juntos hombres y mujeres, y cada barca contiene una mu-chedumbre de ambos sexos. Algunas de las mujeres tienen sonajas y las repican; los hombres tañen sus flautas durante todo el viaje, y el resto de hombres y mujeres cantan y palmotean. Y cuando en su navegación llegan a alguna otra ciudad, arriman la barca a tierra y hacen esto: algunas mujeres continúan haciendo lo que he dicho; otras motejan a gritos a las vecinas de la ciudad; otras danzan; otras, puestas de pie, levantan sus vestiduras. Así hacen en cada ciudad que encuentran a orillas del río. Cuando arriban a Bubastis celebran su fiesta ofreciendo grandes sacrificios. En esa fiesta se gasta más vino de uva que en todo el resto del año. Se reúnen, sin contar los niños, entre hombres y mujeres, hasta setecientos mil, según dicen los del país.
61. He aquí lo que pasa en Bubastis. Más arriba he dicho cómo celebran la fiesta de Isis en la ciudad de Busiris. Acabado el sacrificio, todos y todas se golpean, millares y millares de hombres. No me es lícito decir por quién se golpean. Todos los carios que viven en Egipto hacen mayores extremos, hasta el punto de cortarse la frente con sus navajas, y con esto quedan marcados por extranjeros y no egipcios.
62. Cuando se reúnen en la ciudad de Sais, en la noche del sacrificio, encienden todos muchas lámparas al aire libre alrededor de sus casas. Las lámparas son unos platillos llenos de aceite y sal, en los cuales sobrenada la mecha que arde la noche entera. Esta fiesta se llama la Candelaria. Los egipcios que no concurren a esta fiesta observan la noche del sacrificio y todos encienden también lámparas, de modo que no sólo arden en Sais, sino por todo el Egipto. Hay un relato sagrado sobre la causa por la que ha deparado a esta noche sus luminarias y sus honras.
63; Cuando van a Heliópolis y a Buto, sólo hacen sacrificios. En Papremis, hacen sacrificios y ritos sagrados como en las otras partes, pero al ponerse el sol, algunos de los sacerdotes están ocupados alrededor de la imagen, mientras la mayoría, con mazas en la mano, se colocan en la entrada del santuario, y otros hombres, más de mil, que cumplen votos, cada cual asimismo con sus palos, se colocan juntos en la otra parte del templo. La víspera transportan la imagen, que está en un templete de madera dorada, a otra sala sagrada. Entonces, los pocos sacerdotes que han quedado alrededor de la imagen, arrastran un carro de cuatro ruedas que lleva el templete y la estatua que está dentro del templete. Los sacerdotes apostados en el vestíbulo no les dejan entrar; pero los que están cumpliendo sus votos, vienen en socorro del dios y les golpean mientras aquéllos se defienden. Ármase entonces un recio combate de maza, se rompen la cabeza y aun muchos mueren de las heridas, a lo que creo; los egipcios, sin embargo, dicen que nadie muere.
Los del país cuentan que la fiesta se instituyó a raíz de este suceso: vivía en aquel santuario la madre de Ares, Ares se había criado lejos y cuando llegó a la edad viril quiso conocerla; y los servidores de su madre, como no le habían visto antes, no le permitieron pasar y le apartaron; pero él se trajo hombres de otra ciudad, trató duramente a los servidores, y entró a ver a su madre. Dicen que a raíz de ese suceso, quedó instituida esta pendencia en la fiesta de Ares.
64. También fueron los egipcios los primeros en observar la práctica religiosa de no unirse con mujeres en los santuarios, ni entrar en los santuarios sin lavarse después de estar con mujeres. Casi todas las demás gentes, quitando egipcios y griegos, se unen en los santuarios y levantándose del lado de sus mujeres entran sin lavarse en los templos, persuadidos de que los hombres son como los demás animales; pues vemos que todos los animales de ganado y todo género de pájaros, se juntan en los templos y recintos de los dioses; y si esto no fuese grato a la divinidad, tampoco lo harían los animales. Éstos, pues, alegan tales razones, pero su proceder no me es grato.
65. Los egipcios observan en extremo las prácticas religiosas, y particularmente la siguiente. Aunque el Egipto confina con la Libia, no abunda mucho en animales; pero los que hay, sean domésticos o no lo sean, son todos tenidos por sagrados. Si dijera por qué motivo son sagrados, llegaría a hablar de materias divinas, cosa que sobre todas evito tratar, pues lo que de ellos he dicho por encima, lo hice necesariamente obligado. La regla sobre los animales es así: como guardianes del alimento de cada especie por separado están designados en Egipto hom-bres y mujeres, que transmiten su cargo de padres a hijos. Cada uno de los moradores de las ciudades cumple ante ellos de este modo los votos que hace al dios a quien corresponde el animal: rapa la cabeza de sus hijos, o toda o la mitad o la tercera parte; coloca el pelo en una balanza, lo equilibra con plata, y entrega su peso a la guardiana de los animales; a cambio de la plata, ella corta pescado y da de comer a los animales, pues éste es el alimento que les está asignado. Quien mata una de estas bestias, si voluntariamente, sufre pena de muerte; si involuntariamente, paga la multa que fijan los sacerdotes. Quien mata un ibis o un gavilán, voluntaria o involuntariamente, muere sin falta.
66. Grande es la abundancia de animales domésticos y sería mucho mayor si los gatos no sufrieran este percance: las hembras después de parir no se allegan ya a los machos, y éstos, por más que tratan de juntarse con ellas, no lo logran; acuden, pues, a esta astucia: quitan, por fuerza o por maña, a las hembras sus cachorros y los matan, pero no los comen. Las hembras, despojadas de sus cachorros y deseosas de otros, se allegan de este modo a los machos, porque este animal es amante de su cría. Cuando hay un incendio, pasa con los gatos un hecho extraordinario. Porque los egipcios se colocan de trecho en trecho guardando a los gatos, sin ocuparse de extinguir el fuego; pero los gatos cruzan por entre los hombres a saltos por encima de ellos y se lanzan al fuego. Cuando tal sucede, gran pesar se apodera de los egipcios. En las casas en que un gato muere de muerte natural, todos los moradores se rapan las cejas solamente; pero al morir un perro, se rapan la cabeza y todo el cuerpo.
67. Los gatos son llevados después de muertos a locales sagrados, y allí son embalsamados y sepultados, en la ciudad de Bubastis. Cada cual entierra las perras en ataúdes sagrados en su respectiva ciudad, y del mismo modo se sepulta a los icneumones. Llevan las musarañas y gavilanes a la ciudad de Buto; los ibis a la de Hermópolis; pero a los osos, que escasean y a los lobos, que no son mucho mayores que zorros, los entierran allí donde los encuentren tendidos.
68. La naturaleza del cocodrilo es la siguiente: durante los cuatro meses de invierno riguroso no come nada. Siendo cuadrúpedo, es a la vez terrestre y acuático: en efecto, pone los huevos y saca las crías en tierra, pasa la mayor parte del día en seco, pero toda la noche en el río, por ser entonces el agua más caliente que el aire libre y el rocío. De todas las criaturas mortales ésta es que sepamos, la que de más pequeña se vuelve más grande, pues los huevos que pone no son mucho más grandes que los de ganso, y el joven cocodrilo sale a proporción, pero crece hasta llegar a diecisiete codos, y más todavía. Tiene ojos de cerdo, y los dientes grandes, salientes y a proporción de su cuerpo. Es el único de los animales que carece de lengua; tampoco mueve la quijada inferior, y también es el único de los animales que acerca la quijada de arriba a la de abajo. Tiene uñas fuertes, y piel cubierta de escamas, impenetrable en el dorso. Es ciego dentro del agua, pero al aire libre su vista es agudísima. A causa de su permanencia en el agua, tiene el interior de la boca llena de sanguijuelas. Así, huye de él todo pájaro y animal, pero está en paz con él el tróquilo, de quien recibe beneficio, pues al salir del agua el cocodrilo y abrir la boca (cosa que hace ordinariamente vuelto al céfiro), se le mete en ella el tróquilo y le engulle las sanguijuelas; complacido con el beneficio, el cocodrilo no causa el menor daño al tróquilo.
69. Para algunos egipcios los cocodrilos son sagrados; para otros, no y los tratan como enemigos. Las gentes que moran alrededor de Tebas o del lago Meris los creen muy sagrados. Unos y otros crían un cocodrilo amaestrado y amansado; le ponen en las orejas pendientes de oro y piedras artificiales, y ajorcas en las patas delanteras. Les dan alimentos especiales y víctimas, y les cuidan inmejorablemente en vida; a su muerte los entierran embalsamados en ataúdes sagrados. Pero los habitantes de la comarca de Elefantina, no los creen sagrados y hasta los comen. No los llaman cocodrilos sino jampsas; los jonios los llamaron cocodrilos, por la semejanza con los cocodrilos (o lagartos) que se crían en sus albarradas.
70. Muchos y varios son los modos de cazarlos; anoto el que me parece más digno de ser referido. El cazador ata al anzuelo como cebo un lomo de cerdo; lo arroja al medio del río, y se está en la orilla con un lechoncito vivo, al cual golpea. Al oír el gruñido, el cocodrilo se lanza en su dirección, y topando con el lomo lo engulle, y los otros tiran de él. Una vez sacado a tierra, ante todo el cazador le emplasta los ojos con lodo; tras esa previsión es muy fácil domarlo; sin ella, sería difícil.
71. Los hipopótamos son sagrados en el nomo de Papremis; para los demás egipcios no son sagrados. La figura que presentan es la siguiente: es cuadrúpedo, con la pezuña hendida como el buey, tiene las narices romas, crin de caballo, muestra dientes salientes, cola y relincho de caballo, y tamaño como el del toro más grande. Su cuero es tan grueso, que cuando se seca se hacen con él astas de venablos.
72. Críanse también en el río nutrias que los egipcios consideran sagradas. También tienen por sagrado entre los peces al que llaman lepidoto (escamoso) y a la anguila, y dicen que estos dos están consagrados al Nilo, como entre las aves el ganso de Egipto.
73. Aún hay allí otra ave sagrada cuyo nombre es fénix. Yo no la he visto sino en pintura. Raras son, en efecto, las veces que acude, cada quinientos años según dicen los de Heliópolis, y cuentan que viene cuando se muere el padre. Si se parece a su pintura, es del tamaño y figura siguientes: las plumas de las alas son parte doradas y parte carmesí; es muy semejante al águila en contorno y tamaño. Cuentan (cuento no creíble para mí) que ejecuta esta traza: parte desde Arabia y traslada al templo del Sol el cuerpo de su padre, conservado en mirra, y lo sepulta en el templo del Sol. Lo traslada así: forma ante todo un huevo de mirra, tan grande cuanto sea capaz de llevar, y luego prueba si puede cargarlo; hecha la prueba, lo vacía y mete a su padre; rellena con otra porción de mirra la concavidad en la que había puesto a su padre, hasta llegar, con el cadáver, al peso primitivo. Así conservado, lo lleva al templo del Sol en Egipto. He aquí lo que, según dicen, hace ese pájaro.
74. En los alrededores de Tebas hay serpientes sagradas, nada dañinas a los hombres, de tamaño pequeño, que llevan dos cuernos en la punta de la cabeza. Al morir las entierran en el santuario de Zeus, pues dicen que están consagradas a ese dios.
75. Hay un lugar de Arabia situado cerca de la ciudad de Buto, a ese lugar vine cuando me informé sobre las serpientes aladas. Cuando llegué vi huesos y espinazos de serpientes, en cantidad que no alcanzo a referir. Veíanse montones de espinazos, grandes, menores y más pequeños todavía, pero eran muchos. El sitio, en que están esparcidos los espinazos, tiene este aspecto: es una quebrada estrecha que va de los montes a una llanura, y esta llanura linda con la del Egipto. Cuéntase que, con la primavera, las serpientes aladas vuelan desde la Arabia al Egipto, y que los ibis les salen al encuentro en esa quebrada, no permiten a las serpientes pasar al país, y las matan. Por este servicio dicen los árabes que el ibis recibe gran veneración de los egipcios, y convienen los egipcios en que por esto veneran a esas aves.
76. La figura del ibis es ésta: es todo negro por extremo, tiene patas de grulla, pico suavemente encorvado, tamaño del rascón. Ésta es la figura de los ibis negros que pelean con las serpientes; la de los ibis que andan más entre la gente (porque hay dos clases de ibis) es ésta: tienen la cabeza y todo el cuello pelado, plumaje blanco salvo la cabeza, el pescuezo, la punta de las alas y de la rabadilla (todas las partes que dije son negras por extremo); en las patas y en el pico se asemejan a la otra especie. La forma de la serpiente es como la de la hidra; las alas que lleva no tienen plumas, antes bien son muy semejantes a las del murciélago. Baste lo dicho sobre los animales sagrados.
77. En cuanto a los egipcios, unos viven en el Egipto cultivado y, como ejercitan la memoria sobre todos los demás hombres, son con mucho los más sabios en historia de quienes yo haya tenido experiencia. Observan este modo de vida: se purgan tres días seguidos cada mes, persiguiendo la salud a fuerza de vomitivos y lavativas, persuadidos de que todas las enfermedades del hombre nacen de los manjares que sirven de alimento. Son por otra parte los egipcios los más sanos de todos los hombres, después de los libios; a mi entender a causa del clima, ya que las estaciones no cambian, porque en los cambios surgen principalmente las enfermedades humanas: en los cambios de todas las cosas y particularmente de las estaciones. Comen el pan que hacen de olyra, al cual dan el nombre de cyllestis. Beben vino hecho de cebada, pues no hay viñas en el país. De los pescados, comen crudos algunos después de secados al sol, y otros adobados en salmuera. De las aves, también comen crudas las codornices, ánades y las aves pequeñas, preparándolas antes en salmuera. Todo el resto de aves y peces que se encuentre entre ellos, excepto los señalados como divinos, todos los demás los comen cocidos o asados.
78. En los convites de la gente rica, cuando ha acabado la comida, un hombre pasa a la redonda un cadáver, hecho de madera, en su ataúd, imitado a la perfección por el labrado y la pintura, tamaño en todo de un codo o dos, y al enseñarlo dice a cada uno de los comensales: «Mírale, bebe y huelga, que así serás cuando mueras». Tal es lo que hacen en los convites.
79. Observan las usanzas patrias y no adquieren ninguna otra. Entre otras suyas notables, lo es el que posean una sola canción, el Lino, que también se canta en Fenicia, en Chipre y otras partes; en cada país lleva distinto nombre, pero parece ser la misma que cantan los griegos con el nombre de Lino. Y entre otras cosas que me admiran, referentes a los egipcios, es una, de dónde tomaron el nombre, pues parece que la han cantado siempre. En egipcio Lino se llama Máneros. Los egipcios me dijeron que era el hijo único del primer rey de Egipto, que murió prematuramente y fue honrado por los egipcios con tales endechas, y que ésta ha sido su primera y única canción.
80. En esta otra costumbre concuerdan los egipcios con los griegos, aunque sólo con los lacedemonios: los jóvenes, al encontrarse con los ancianos, se levantan de su asiento. Pero en este otro particular no concuerdan con ningún pueblo griego: en la calle, en lugar de saludarse de palabra, hacen una reverencia, bajando la mano hasta la rodilla.
81. Visten túnicas de lino, con franjas alrededor de las piernas, a las que llaman calasiris. Sobre ellas, echados por encima, llevan mantos de lana blanca. No obstante, no traen ropas de lana en los santuarios, ni se entierran con ellas, pues no lo permite su religión. Convienen en esto con las ceremonias llamadas órficas y báquicas que son egipcias, y con las pitagóricas, pues no está permitido a ninguno de los participantes en esos misterios ser sepultado con ropas de lana. Acerca de todo esto se cuenta un relato sagrado.
82. Los egipcios han discurrido además estas otras invenciones: a cuál de los dioses corresponde cada mes y cada día; qué le sucederá a cada uno, cómo acabará, qué conducta seguirá, según el día en que hubiese nacido; doctrinas de que se han valido los poetas griegos. Han descubierto más presagios que todos los demás hombres juntos, porque cuando sucede un presagio, observan el resultado y lo anotan; y si alguna vez, más tarde, se produce algo semejante, piensan que ha de tener el mismo resultado.
83. Tienen establecida así la adivinación: a ningún hombre incumbe el arte, sino a algunos dioses. Está, en efecto, allí el oráculo de Heracles, el de Apolo, el de Atenea, el de Ártemis, el de Ares, el de Zeus y el de Leto, en la ciudad de Buto, al que honran con preferencia a todos los demás oráculos.
84. Tienen la medicina repartida en la forma siguiente: cada médico atiende a una enfermedad y no más. Todo está lleno de médicos: unos son médicos de los ojos, otros de la cabeza, otros de los dientes, de las vísceras del vientre, de las enfermedades ocultas.
85. Los duelos y funerales son así: cuando en una casa muere un hombre de cierta importancia, todas las mujeres de la casa se emplastan de lodo la cabeza y el rostro. Luego dejan en casa al difunto, y ellas recorren la ciudad, golpeándose, ceñida la ropa a la cintura y mostrando los pechos, en compañía de todos sus parientes. En otra parte plañen los hombres, también ceñida la ropa a la cintura. Concluido esto, llevan el cadáver para embalsamarlo.
86. Hay gentes establecidas para tal trabajo y que tienen tal oficio. Estos, cuando se les trae un cadáver, presentan a los que lo han traído unos modelos de madera, pintados imitando un cadáver. La más primorosa de estas figuras, dicen, es la de aquel cuyo nombre no juzgo pío proferir a este propósito. La segunda que enseñan es inferior y más barata, y la tercera es la más barata. Después de explicadas, preguntan de qué modo desean se les prepare el muerto; cuando han cerrado el trato, se retiran; los artesanos se quedan en sus talleres y ejecutan en esta forma el embalsamamiento más primoroso. Ante todo meten por las narices un hierro corvo y sacan el cerebro, parte sacándolo de ese modo, parte por drogas que introducen. Después hacen un tajo con piedra afilada de Etiopía a lo largo de la ijada, sacan todos los intestinos, los limpian, lavan con vino de palma y después con aromas molidos. Luego llenan el vientre de mirra pura molida, canela, y otros aromas, salvo incienso, y cosen de nuevo la abertura. Después de estos preparativos embalsaman el cadáver cubriéndolo de nitro durante setenta días, y no está permitido adobarle más días. Cuando han pasado los setenta, lavan el cadáver y fajan todo su cuerpo con vendas cortadas en tela fina de hilo y le untan con aquella goma de que se sirven por lo común los egipcios en vez de cola. Entonces lo reciben los parientes, mandan hacer un ataúd de madera, lo guardan y lo depositan en una cámara funeraria colocándolo en pie, contra la pared.
87. Ése es el modo más suntuoso de preparar los cadáveres. Para los que quieren la forma media y huyen de la suntuosidad los preparan así: llenan unos clísteres de aceite de cedro y con ellos llenan los intestinos del cadáver, sin extraerlos ni cortar el vientre, introduciendo el clíster por el ano e impidiendo que vuelva a salir, y lo embalsaman durante los días fijados. El último sacan del vientre el aceite que habían introducido antes; el cual tiene tanta fuerza, que arrastra consigo intestinos y entrañas ya disueltos. La carne la disuelve el nitro, y sólo resta del cadáver la piel y los huesos. Una vez hecho esto, entregan el cadáver sin cuidarse de más.
88. El tercer modo de embalsamar con que preparan a los menos pudientes es éste: lavan con purgante los intestinos, embalsaman el cadáver durante los setenta días, y lo entregan después para que se lo lleven.
89. En cuanto a las mujeres de los nobles, no las entregan para embalsamar inmediatamente que mueren, y lo mismo las mujeres muy hermosas o principales, sino las entregan a los embalsamadores tres o cuatro días después. Hacen esto para que los embalsamadores no se unan a las mujeres. Cuentan en efecto, que se sorprendió a uno mientras se unía a una mujer recién muerta, y que un compañero de oficio le había delatado.
90. Si un hombre, lo mismo egipcio que forastero, ha sido arrebatado por un cocodrilo o por el mismo río, y aparece muerto, los hombres de la ciudad a la que ha sido arrojado deben sin falta embalsamarle, tributarle las mayores honras y sepultarle en ataúdes sagrados. No se permite a ningún otro tocarlo ni de los parientes ni de los amigos, sino que los mismos sacerdotes del Nilo, con sus propias manos le sepultan pues su cadáver es tenido por algo más que humano.
91. Huyen de adoptar los usos de los griegos, y, para decirlo en una palabra, los usos de ningún otro pueblo. Lo egipcios observan en general tal norma. Pero hay en el nomo de Tebas, vecina a Neápolis, una gran ciudad, Quemmis. En esa ciudad está un santuario de Perseo, el hijo de Dánae, cuadrado, rodeado de palmas. El pórtico del templo es muy grande, de piedra, y en él están en pie dos grandes estatuas de piedra; dentro de este recinto hay un templo, y en él la estatua de Perseo. Los quemmitas cuentan que muchas veces se les aparece Perseo por la comarca, y muchas veces en su templo que se encuentra la sandalia que ha calzado, tamaña de dos codos, y que cuando la sandalia ha aparecido, todo Egipto prospera. Eso es lo que cuentan, y en honor de Perseo observan estas costumbres griegas: instituyen un certamen gímnico con todo género de competición, y proponen por premio reses, mantos y pieles. Cuando les pregunté por qué Perseo solía aparecerse a ellos solamente, y por qué se apartaban de los demás egipcios en instituir un certamen gímnico, me respondieron que Perseo era originario de su ciudad; pues Dánao y Linceo eran quemmitas que habían pasado por mar a Grecia, y trazando la genealogía llegaron desde ellos a Perseo. Cuando éste arribó a Egipto con el mismo objeto que refieren los griegos de traer de Libia la cabeza de la Gorgona, visitó también —decían— la ciudad de Quemmis, y reconoció a todos sus parientes; cuando arribó a Egipto ya sabía el nombre de Quemmis, pues lo había oído a su madre, y por su mandato celebraban en su honor un certamen gímnico.
92. Observan los usos hasta aquí referidos los egipcios que moran más arriba de los pantanos; los que viven en los pantanos siguen en general las mismas costumbres que los demás egipcios, particularmente en tener cada cual una sola mujer, como los griegos; pero para procurarse sustento barato han discurrido estos medios. Cuando el río se hincha y la llanura queda convertida en mar, brotan en el agua muchos lirios, que los egipcios llaman lotos. Después de segarlos y secarlos al sol, extraen lo que hay en el medio del loto, que se parece a la adormidera, lo machacan y hacen con ello sus panes cocidos al horno. También es comestible la raíz del mismo loto, medianamente dulce, redonda y del tamaño de una manzana. Hay otros lirios que nacen también en el río, parecidos a las rosas, cuyo fruto se halla en otro cáliz que sale de la raíz, muy semejante en forma al panal de las avispas; en él se apiñan granos comestibles del tamaño del hueso de la aceituna; y se comen tanto tiernos como secos. En cuanto al papiro, que brota cada año, una vez arrancado de los pantanos, cortan la parte superior para otros usos, y comen la parte inferior que queda, larga de un codo. Los que quieren papiro muy sabroso, lo tuestan cubierto en un horno al rojo, y así lo comen. Algunas gentes de esa región viven solamente de pescado; después de cogerlos y sacarles las tripas, los secan al sol, y se alimentan luego de ellos, cuando están secos.
93. No hay muchos cardúmenes en los ríos, pero se crían en las lagunas, y hacen así: cuando sienten el impulso de fecundar, nadan en cardúmenes hacia el mar; los dirigen los machos, despidiendo la semilla; las hembras que los siguen, la sorben y con eso se fecundan. Después de empreñarse en el mar, nadan todos de vuelta hacia su morada; pero entonces ya no dirigen los machos, sino que pasa a las hembras la dirección. Al dirigir los cardúmenes hacen lo que hacían los machos: despiden sus huevos, pequeños como granos de mijo, y los machos que las siguen los engullen. Esos granos son peces. De los granos que quedan sin devorar, nacen los pescados que se crían. Se observa que los que se cogen en su salida al mar, tienen la cabeza magullada a la izquierda, pero los cogidos a la vuelta la tienen magullada a la derecha. Les sucede esto por la siguiente razón: van hacia el mar siguiendo la orilla izquierda, y cuando nadan de vuelta, siguen la misma orilla, arrimándose y tocándola cuanto pueden para que la corriente no les desvíe de su camino. Apenas comienza a crecer el Nilo, se empiezan a llenar ante todo las hoyas de la tierra y los pantanos vecinos al río, con el agua que de él se infiltra. Y así que se van llenando en seguida todo ello se puebla de pececillos. Creo conocer cuál es su probable origen: el año anterior, al menguar el Nilo, los peces se retiran con las últimas aguas, dejando sus huevos en el lodo; cuando transcurre su tiempo y de nuevo llega el agua, de esos huevos nacen en seguida estos peces. He aquí lo que puede decirse en cuanto a los peces.
94. Los egipcios que viven alrededor de los pantanos emplean cierto aceite obtenido del fruto del ricino: los egipcios lo llaman kiki, y lo preparan así. Siembran en la orilla de los ríos y de los lagos ese ricino que en Grecia crece silvestre; sembrado en Egipto da fruto copioso, aunque maloliente. Una vez cogido, unos lo machacan y estrujan, otros lo tuestan y cuecen y recogen lo que mana. Es un líquido graso, no menos útil para las lámparas que el aceite, pero despide olor fuerte.
95. Contra los mosquitos, que son abundantes, han ideado lo que sigue: los que viven más allá de los pantanos se guarecen en torres, a las que suben para dormir porque, los mosquitos, vencidos por los vientos, no pueden volar alto; los que moran alrededor de los pantanos, en vez de las torres, han ideado este otro remedio: cada cual posee una red, con la que pesca de día, y durante la noche la usa así: rodea con la red la cama en que descansa, y luego se mete y duerme bajo la red. Si duerme uno envuelto en su manto o en una sábana los mosquitos le pican a través de ellos, pero a través de la red ni intentan hacerlo.
96. Las barcas de carga se fabrican allí de madera de acacia, cuyo aspecto es muy semejante al loto de Cirene; su lágrima es la goma. Pues de esa acacia cortan maderos como de dos codos, los disponen como ladrillos, y construyen la embarcación de este modo: sujetan los maderos de dos codos con largos y gruesos clavos. Construida de ese modo la embarcación, en la parte superior tienden las vigas; no usan para nada de costillas y por dentro calafatean las junturas con papiro. Hacen un solo timón, que pasa por la quilla. Emplean mástil y velas de papiro. Estas barcas no pueden navegar río arriba, si no sopla viento vivo, y andan a remolque desde la orilla; pero río abajo se transportan de este modo: tienen un cañizo de varas de tamariz entrelazadas con cañas, y una piedra agujereada que pesa más o menos dos talentos. Arrojan delante de la barca para que sea llevado a flor de agua el cañizo atado con un cable, y detrás la piedra atada con otro cable; el cañizo, impelido por la corriente, marcha rápidamente y tira de la baris (que así se llaman estas barcas), mientras la piedra se arrastra detrás y tocando fondo dirige su curso. Tienen muchas barcas de éstas, y algunas cargan muchos miles de talentos.
97. Cuando el Nilo inunda el país, únicamente las ciudades sobresalen del agua, muy semejantes a las islas en el mar Egeo, pues el resto de Egipto se convierte en un mar, y sólo las poblaciones sobresalen. Durante la inundación, ya no navegan por la corriente del río, sino a través de la llanura. Por lo menos, al remontarse de Náucratis a Menfis, la navegación bordea las pirámides; pero no es ése el rumbo, sino por el vértice del Delta y por la ciudad de Cercasoro.
98. Si desde el mar y desde Canopo, navegas a través de la llanura rumbo a Náucratis, llegarás a la ciudad de Antila y a la que lleva el nombre de Arcandro. De estas ciudades, Antila, que es considerable, está señalada para el calzado de la esposa del monarca que reine en Egipto; lo cual se hace desde que Egipto está bajo el dominio persa. La otra ciudad, me parece que toma su nombre del yerno de Dánao, Arcandro, hijo de Ftío, hijo de Aqueo; pues se llama, en efecto, ciudad de Arcandro. Puede que haya existido otro Arcandro, pero sin duda el nombre no es egipcio.
99. Hasta aquí todo cuanto he dicho es mi observación, mi opinión y mi investigación; en adelante voy a contar los relatos egipcios tal como los oí, aunque también les agregaré algo de mi observación. Min, el primero que reinó en Egipto, decían los sacerdotes, protegió con un dique a Menfis; porque el río corría todo hacia la montaña arenosa, en dirección a Libia, y Min formó con terraplenes el recodo que se encuentra a Mediodía, a unos cien estadios más arriba de Menfis, dejó en seco el antiguo cauce y derivó el río por medio de canales para que corriese a igual distancia de las dos montañas. Aún ahora, bajo el dominio de los persas, ese recodo del Nilo está muy vigilado y reforzado todos los años, para que corra desviado, pues si se le antoja al río romper por allí el dique y desbordarse, toda Menfis correría el riesgo de anegarse. Cuando este Min, que fue el primer rey, logró secar el terreno de donde había desviado el Nilo, fundó en él la ciudad que ahora se llama Menfis (Menfis se encuentra realmente en la parte estrecha de Egipto), y por fuera mandó excavar un lago derivado del río por el Norte y el Occidente (ya que por el Oriente la limita el mismo Nilo); y edificó en la ciudad el famoso santuario de Hefesto, que es grande y muy digno de memoria.
100. Después de Min, enumeraban los sacerdotes según un libro trescientos treinta nombres de otros reyes. En tantas generaciones, dieciocho eran etíopes, una sola mujer, nativa, y los demás eran varones egipcios. La mujer que reinó tenía por nombre Nitocris, lo mismo que la que reinó en Babilonia. Contaban que para vengar a su hermano —el cual era rey de Egipto, los egipcios le ha-bían matado, y luego de matarle le entregaron a ella el reino—, para vengarle, quitó la vida a muchos egipcios por medio de este ardid. Mandó construir una vasta habitación subterránea y, con pretexto de inaugurarla, aunque con intención de maquinar otras cosas, convidó a un banquete a muchos de los egipcios, los que sabía haber sido principales cómplices en la muerte. En medio del convite soltó el río sobre ellos por medio de un gran conducto oculto. No contaban más acerca de la reina sino que, en cuanto ejecutó su intento, se arrojó a una estancia llena de ceniza, a fin de escapar a la venganza.
101. De los demás reyes decían que no habían dejado monumento alguno y, por lo tanto, carecían de todo esplendor, salvo uno solo, el último de ellos, llamado Meris; éste dejó como monumentos el pórtico del templo de Hefesto, que mira al Norte, mandó excavar un lago (más adelante mostraré cuántos estadios de perímetro tiene), y levantó en él unas pirámides de cuyo tamaño haré mención junto con el lago. Tantos fueron los monumentos que dejó Meris, cuando de los demás, nadie dejó nada.
102. Por lo mismo pasaré a éstos en silencio, para hacer mención del rey que les sucedió, y cuyo nombre fue Sesostris. Decían de él los sacerdotes, que salió primero del golfo arábigo con naves largas, sometió a los habitantes de las costas del mar Eritreo, y continuando su navegación llegó a un mar que a causa de los bajíos ya no era navegable. Después, al volver a Egipto (según el relato de los sacerdotes) juntó un ejército numeroso y marchó por tierra firme, sometiendo a cuanto pueblo encontraba. Cuando se encontraba con pueblos aguerridos que combatían esforzadamente por su libertad, erigía en su comarca unas columnas con una inscripción que decía su nombre, el de su patria y cómo con su fuerza los había sometido; pero cuando tomaba las ciudades sin combate ni dificultad, grababa en las columnas lo mismo que en las de los pueblos que se habían mostrado valientes, pero grababa además los miembros de una mujer, queriendo declarar que eran cobardes.
103. En esta forma recorrió el continente, hasta que pasó de Asia a Europa, y sometió a los escitas y a los tracios: me parece que ése es el punto más alejado al que llegó el ejército egipcio, pues en su país aparecen erigidas las columnas, y más allá ya no. Desde este término, dando la vuelta, emprendió el regreso; y cuando estuvo cerca del río Fasis, no puedo decir con certeza si entonces el mismo rey separó alguna gente de su ejército, y la dejó como colonos de la región, o si algunos de sus soldados, pesarosos de tanto viaje, se quedaron de suyo en los alrededores del río Fasis.
104. Porque evidentemente los colcos parecen ser egipcios. Esto que digo, lo pensé yo antes de oírselo a nadie. Cuando me puse a meditar en ello, interrogué a unos y otros; y los colcos se acordaban de los egipcios más que los egipcios de los colcos, si bien decían los egipcios que, en su opinión, los colcos eran parte del ejército de Sesostris. Yo lo había presumido por este motivo: porque son negros y de pelo crespo (pero esto no lleva a nada, puesto que hay otros pueblos así), y mucho más porque son los únicos, entre todos los hombres que se circuncidan desde sus orígenes, colcos, egipcios y etíopes. Los fenicios y los asirios de Palestina, confiesan ellos mismos haberlo aprendido de los egipcios. Los sirios comarcanos del río Termodonte y del Partenio, y los macrones, sus vecinos, afirman haberlo aprendido recientemente de los colcos. Éstos son los únicos hombres que se circuncidan, y es evidente que lo hacen del mismo modo que los egipcios. Entre los egipcios mismos y los etíopes no puedo decir cuál de los dos pueblos aprendió esta costumbre del otro, pues evidentemente es muy antigua. Pero tengo una gran prueba de que la aprendieron al tratarse con los egipcios, ya que todos los fenicios que tratan con los griegos, no imitan más a los egipcios en la circuncisión, y no circuncidan a los hijos que les nacen.
105. Ea, pues, diré de los colcos, otro punto en que se asemejan a los egipcios; ellos y los egipcios son los únicos que trabajan el lino del mismo modo. Entre los griegos el lino cólquico se llama sardónico, y egipcio, el que llega de Egipto.
106. En cuanto a las columnas que levantaba Sesostris, rey de Egipto, en diversas regiones, las más ya no parecen; pero yo mismo vi las que existen en la Siria Palestina, con la inscripción de que he hablado y los miembros de una mujer. Hay también en Jonia dos figuras de ese hombre esculpidas en la roca; una en el camino que va del territorio de Éfeso a Focea; otra, en el que va de Sardes a Esmirna. En ambas partes está esculpido un hombre alto de cinco palmos, con lanza en la mano derecha, y arco en la izquierda; y por el estilo la restante armadura, ya que es parte egipcia y parte etiópica. Desde un hombro a otro corren esculpidos por el pecho caracteres egipcios sagrados que dicen: Esta región la gané con mis hombros. No indica allí quién sea ni de dónde venga, pero en otras partes lo ha indicado. Algunos de los que vieron tales figuras conjeturan que es la imagen de Mem-nón, mas están muy lejos de la verdad.
107. Mientras que el egipcio Sesostris regresaba trayendo muchos hombres de los pueblos cuyos territorios había sometido, al llegar de vuelta a Dafnas de Pelusio —contaban los sacerdotes— el hermano a quien Sesostris había confiado el Egipto le invitó a él y con él a sus hijos a un convite, amontonó leña alrededor de la casa, y luego de amontonada, la prendió. Cuando Sesostris lo advirtió, consultó inmediatamente con su mujer, pues también llevaba a su mujer en su compañía. Y ella le aconsejó que de los seis hijos que tenían tendiera dos sobre la hoguera para formar un puente sobre las llamas, y salvarse ellos andando por sobre los muertos. Así hizo Sesostris; dos de sus hijos murieron quemados de esa manera, los restantes se salvaron junto con su padre.
108. Una vez vuelto Sesostris a Egipto y vengado de su hermano, se sirvió de la muchedumbre que traía consigo, de los territorios que había sometido, para este fin: ellos fueron los que arrastraron las enormes piedras llevadas en su reinado al templo de Hefesto, y ellos cavaron a la fuerza todos los canales que ahora existen en Egipto, y sin proponérselo hicieron que Egipto, antes recorrido por carros y caballos, dejase de serlo; en efecto: desde aquella sazón, Egipto es todo llanura, no puede ser recorrida por carros y caballos; causa de esto son los canales, muchos en número y orientados en todas direcciones. El rey cortó el terreno por este motivo: cuantos egipcios tenían sus ciudades no sobre el río, sino tierra adentro, ésos, cuando el río se retiraba, faltos de agua, utilizaban el líquido bastante salobre de los pozos. Por ese motivo, pues, se abrieron canales en Egipto.
109. Ese rey, decían los sacerdotes, distribuyó la tierra a todos los egipcios, dando a cada uno un lote igual, en forma de cuadrado. Partiendo de esta distribución, estableció las rentas, ordenando que se pagara un tributo anual. Si el río se llevaba parte del lote de alguien, debía éste acudir al rey, e indicarle lo que había pasado; el rey enviaba gentes para examinar y medir en cuánto había disminuido el terreno, para que en adelante pagase a proporción el tributo fijado. Me parece que, inventada de aquí la geometría, pasó después a Grecia. Pues en verdad el reloj de sol, el gnomon y las doce partes del día lo aprendieron los griegos de los babilonios.
110. Éste fue el único rey egipcio que ejerció dominio sobre la Etiopía. Dejó como monumentos delante del templo de Hefesto unas estatuas de piedra, dos de las cuales, la suya y la de su esposa, de treinta codos, y las de sus hijos, que son cuatro, de veinte codos cada una. Mucho tiempo después, el sacerdote de Hefesto no permitió que el persa Darío colocase su estatua delante de éstas, diciéndole que no había realizado proezas tales como Sesostris; pues Sesostris, no habiendo sometido menos pueblos que Darío, sometió también a los escitas, y Darío no había podido vencer a los escitas; y no era justo que colocase su estatua delante de las ofrendas de aquél si no le había sobrepasado en hazañas. Cuentan que Darío perdonó estas palabras.
111. Muerto Sesostris, decían, heredó el reino su hijo Feros. Éste no emprendió ninguna campaña y tuvo la desgracia de volverse ciego por esta causa: bajaba el río en una de las mayores avenidas, llegando entonces a dieciocho codos, había anegado los cultivos y, azotado por el viento, levantaba oleaje. Dicen que ese rey, presa de orgullosa temeridad, tomó su lanza y la arrojó en medio de los remolinos del río. En seguida enfermó de los ojos y perdió la vista. Diez años vivió ciego, y al undécimo le llegó un oráculo de la ciudad de Buto que le anunciaba el término de su castigo, y que recobraría la vista si se lavaba los ojos con la orina de una mujer que hubiese conocido únicamente a su marido, sin comercio con ningún otro hombre. Probó primero la de su propia mujer; pero como no recobraba la vista, siguió haciendo prueba en la de muchas. Cuando recobró la vista, condujo todas las mujeres que había puesto a prueba, excepto aquella con cuya orina había sanado, a cierta ciudad que se llama al presente Tierra Roja, y allí las quemó a todas, junto con la ciudad. A aquella con cuya orina había recobrado la vista, la tuvo por mujer. Cuando curó de su enfermedad, entre otras ofrendas que consagró en todos los santuarios, merecen particular mención los monumentos dignos de verse que consagró en el templo del Sol: son dos obeliscos de piedra, cada cual de una sola pieza, de cien codos de alto y ocho de ancho.
112. Decían que después de éste, heredó el reino un ciudadano de Menfis, cuyo nombre en lengua griega es Proteo; su recinto sagrado está ahora en Menfis, muy bello y bien adornado, sito al Sur del templo de Hefesto. Alrededor de este recinto viven los fenicios de Tiro, y se llama todo aquel lugar Campo de los tirios. Dentro del recinto sagrado de Proteo hállase un santuario que se llama Afrodita forastera. Conjeturo que ese santuario es de Helena, hija de Tíndaro, no sólo porque he oído el relato de cómo Helena moró en el palacio de Proteo, sino también porque lleva la advocación de Afrodita, y ninguno de los demás santuarios de Afrodita lleva la advocación de forastera.
113. Cuando yo interrogaba a los sacerdotes acerca de Helena, me contaron que había sucedido con ella del siguiente modo: Alejandro, luego que hubo robado a Helena de Esparta, se embarcó de vuelta a su patria; al encontrarse en el Egeo, unos vientos contrarios lo arrojaron al mar de Egipto, y desde allí, pues no paraban los vientos, arribó a Egipto, a la boca del Nilo que ahora se llama Canópica y a Tariqueas. Había en la playa, y lo hay todavía, un santuario de Heracles; al esclavo que en él se refugia, de cualquier dueño sea, si se entrega al dios y recibe los estigmas sagrados, no es lícito tocarle. Esta ley, desde el principio hasta mis tiempos, se ha mantenido idéntica. Informados, pues, de la ley del santuario, los criados de Alejandro se apartaron de él y, sentados como suplicantes del dios, acusaron a Alejandro, con ánimo de dañarle refiriendo toda la historia de Helena, y del agravio infringido a Menelao; así le acusaban en presencia de los sacerdotes y del guardián de esa boca del río cuyo nombre era Tonis.
114. Al oírles, Tonis envió a toda prisa un mensaje para Proteo, que decía así: «Acaba de llegar un extranjero de linaje teucro, que ha cometido en Grecia un crimen impío: ha seducido la esposa de su mismo huésped, y se lleva a esta mujer e inmensos tesoros; los vientos le arrojaron a tu tierra. ¿Le dejaremos que se haga a la mar impunemente, o le quitaremos lo que traía consigo?» Proteo envió un correo con la siguiente respuesta: «A ese hombre, sea quien fuere, que ha cometido un crimen impío contra su mismo huésped, prendedle y llevadle a mi presencia para que sepa yo qué razones podrá dar».
115. Al oír esta orden, Tonis prendió a Alejandro y retuvo sus naves; luego le condujo a Menfis con Helena, sus tesoros, y además con los suplicantes. Trasladados todos, Proteo preguntó a Alejandro quién era y de dónde navegaba; Alejandro le expuso su linaje; le dijo el nombre de su patria, y le refirió su viaje y el puerto de donde procedía. Luego preguntó Proteo de dónde había tomado a Helena; como Alejandro se enredaba en su explicación y no decía la verdad, los suplicantes de Heracles le desmintieron y dieron cuenta puntual del agravio. Al fin, Proteo pronunció esta sentencia: «Si no pusiese mucho empeño en no matar a ningún extranjero de cuantos, arrojados por los vientos, han venido a mis dominios, yo vengaría al griego en ti, ¡oh el más vil de todos los hombres! que, recibido como huésped, cometiste el más impío crimen. Te llegaste a la esposa de tu propio huésped; y no contento con esto le diste alas y te la llevas robada. Y ni aún esto te bastó, y te vienes después de haber saqueado la casa de tu huésped. Ahora bien: ya que pongo mucho empeño en no matar extranjeros, no te mataré; pero no te permitiré que te lleves a esa mujer con los tesoros, sino que guardaré una y otros para tu huésped griego, hasta que él mismo quiera venir a llevárselos. A ti y a tus compañeros os ordeno salir de mis dominios dentro de tres días; si no, seréis tratados como enemigos».
116. Así, decían los sacerdotes, fue la llegada de He-lena al palacio de Proteo. Y me parece que Homero tuvo noticia de esta historia; pero como no era tan apta para la epopeya como aquella de que se sirvió, la dejó a un lado, aunque manifestando que también la conocía. Está claro por lo que compuso en la Ilíada (y en ninguna otra parte se desdijo) acerca de la peregrinación de Alejandro, el cual, cuando se llevaba a Helena perdió el rumbo, aportó en sus rodeos a diferentes países y entre ellos a Sidón, ciudad de Fenicia. De ellos hace memoria Homero en la Aristía de Diomedes; sus versos dicen así:

allí los peplos bordados, obra de esclavas sidonias
que de Sidón trajo Paris, semejante a un dios del cielo
cuando cruzó el ancho mar en viaje funesto y trajo
a la divina Ilión, a Helena, de ilustre padre.

Y también hace memoria en la Odisea en los siguientes versos:

Tan sabias drogas tenía, Helena, hija de Zeus,
regalo de Polidamna la egipcia, esposa de Ton,
que el fértil suelo de Egipto engendra copia de drogas
muy variadas, saludables muchas y muchas letales.

Y Menelao dice a Telémaco estos otros:

Por más que ansiaba volver, me retuvieron los dioses
en Egipto, por no hacerles acabado sacrificio.

En estos versos Homero demuestra que conocía la peregrinación de Alejandro al Egipto, pues Siria confina con el Egipto, y los fenicios, a quienes pertenece Sidón, viven en Siria.
117. Conforme a estos versos se demuestra también —y no incierta, sino seguramente— que los Cantares ciprios no son de Homero, sino de algún otro poeta; pues en los Cantares ciprios se dice que Alejandro, cuando trajo a Helena, llegó en tres días de Esparta a Ilión, con viento propicio y mar serena, y en la Ilíada dice que perdió su rumbo al traerla.
118. Pero queden enhorabuena Homero y los Cantares ciprios. Cuando pregunté a los sacerdotes sobre si era o no fábula necia lo que cuentan los griegos acerca de la guerra de Troya, me contestaron con la siguiente narración, que decían haber averiguado del mismo Menelao. Después del rapto de Helena, llegó a la tierra de los teucros un gran ejército griego en socorro de Menelao. Luego de desembarcar y acampar, enviaron a Ilión embajadores y fue con ellos el mismo Menelao; entrado que hubieron en la plaza, reclamaron a Helena y los tesoros que había hurtado Alejandro, y exigieron satisfacción de la injuria. Pero los troyanos, entonces y después, con juramento o sin él dijeron lo mismo: que no tenían a Helena ni los tesoros demandados; que todo eso se hallaba en Egipto, y que no era justo dar ellos satisfacción de lo que retenía el rey egipcio. Los griegos, pensando que los troyanos se mofaban, sitiaron la ciudad hasta tomarla; mas después de tomada, como no aparecía Helena, y oían siempre la misma explicación, se convencieron al fin y enviaron a Menelao para que se presentase ante Proteo.
119. Llegó Menelao al Egipto, remontó el río hasta Menfis, y cuando contó la verdad de las cosas, no sólo obtuvo grandes regalos de hospitalidad, sino también recibió intacta a Helena, y además todos sus tesoros. A pesar de tales beneficios, Menelao se condujo inicuamente con los egipcios, pues deseando hacerse a la vela, como le retenían vientos contrarios y esta situación duraba mucho tiempo, maquinó un crimen impío: tomó dos niños de unas gentes del país, y los despedazó en sacrificio. Después, cuando se divulgó el crimen, abominado y perseguido, huyó con sus naves hacia Libia. Qué rumbo siguiese después desde allí, no pudieron decirme los egipcios; y declaraban que sabían lo referido, parte por sus averiguaciones y parte lo conocían con certeza, por haber acontecido en su país.
120. Así decían los sacerdotes egipcios. A la verdad, yo también doy crédito a la historia de Helena, tomando en cuenta lo siguiente: si Helena hubiera estado en Troya, hubiera sido devuelta a los griegos, quisiese o no quisiese Alejandro. Porque ni Príamo hubiera sido tan insensato ni sus demás deudos, como para poner en riesgo sus vidas, las de sus hijos y la de la ciudad para que Alejandro gozara de Helena. Aun cuando en los primeros tiempos decidieran no restituirla, después de perecer muchos troyanos en cada encuentro con los griegos y de que no hubiese batalla en que no muriesen dos o tres o aun más hijos del mismo Príamo (si se ha de hablar dando crédito a los poetas épicos), con tales desgracias sospecho que aunque el mismo Príamo gozase de Helena, la hubiese devuelto a los aqueos, si con eso iba a librarse de los males que le rodeaban. Ni tampoco había de tocar a Alejandro el reino, de suerte que, siendo Príamo viejo, los asuntos estaban en sus manos; antes bien Héctor, que era mayor y más hombre que aquél, había de heredar a la muerte de Príamo, y no le convenía permitir la indignidad de su hermano, y eso cuando por su causa le sucedían grandes desgracias a él en particular y a todos los demás troyanos. Es que no tenían cómo devolver a Helena, y aunque decían la verdad, no les daban crédito los griegos; la divinidad, para decir lo que siento, disponía que pereciesen con total ruina para hacer manifiesto a los hombres que por los grandes crímenes infligen los dioses grandes castigos. Lo que he dicho es mi opinión personal.
121. Heredó el reino de Proteo, decían los sacerdotes, Rampsinito, quien dejó como monumentos los pórticos del templo de Hefesto orientados a Occidente; y frente a estos pórticos levantó dos estatuas, de veinticinco codos de altura, de las cuales a la que mira al Norte, llaman los egipcios el Verano y a la que mira al Mediodía, el Invierno; a la que llaman Verano, reverencian y adoran y hacen lo contrario con la que llaman Invierno.
Cuentan que este rey poseyó tanta riqueza en plata que ninguno de los reyes que le sucedieron llegó a sobrepasarle, ni siquiera a acercársele. Queriendo guardar en seguro sus tesoros, mandó labrar un aposento de piedra, una de cuyas paredes daba a la fachada del palacio. El constructor, con aviesa intención, discurrió lo que sigue: aparejó una de las piedras de modo que pudieran retirarla fácilmente del muro dos hombres o uno solo. Acabado el aposento, el rey guardó en él sus riquezas. Andando el tiempo, y hallándose el arquitecto al fin de sus días, llamó a sus hijos (pues tenía dos) y les refirió cómo había mirado por ellos, y cómo al construir el tesoro del rey había discurrido para que pudieran vivir en opulencia; y después de explicarles claramente lo relativo al modo de sacar la piedra, les dio sus medidas, y les dijo que si seguían su aviso serían ellos los tesoreros del rey.
Cuando murió, sus hijos no tardaron mucho en poner manos a la obra. Fueron al palacio de noche, hallaron en el edificio la piedra, la retiraron fácilmente y se llevaron gran cantidad de dinero. Al abrir el rey el aposento, se asombró de ver que faltaba dinero en las tinajas y no tenía a quien culpar, pues estaban enteros los sellos y cerrado el aposento. Como al abrir por segunda y tercera vez el aposento siempre veía mermar el tesoro, porque los ladrones no cesaban de saquearle, hizo lo siguiente: mandó hacer unos lazos y armarios alrededor de las tinajas donde estaba el dinero. Los ladrones volvieron como antes, y así que entró uno y se acercó a una tinaja, quedó al punto cogido en el lazo. Cuando advirtió en qué difícil trance estaba, llamó en seguida a su hermano, le mostró su situación y le pidió que entrase al instante y que le cortase la cabeza, no fuese que, al ser visto y reconocido, hiciese perecer también a aquél. Al otro le pareció que decía bien, le obedeció y así lo hizo; y después de ajustar la piedra, se fue a su casa llevándose la cabeza de su hermano. Apenas rayó el día, el rey entró en el aposento y quedó pasmado al ver que en el lazo estaba el cuerpo descabezado del ladrón, el edificio intacto, sin entrada ni salida alguna. Lleno de confusión hizo esto: mandó colgar del muro el cadáver del ladrón y poner centinelas con orden de prender y presentarle aquel a quien vieran llorar o mostrar compasión. La madre del ladrón llevó muy a mal que el cadáver pendiese, y dirigiéndose al hijo que le quedaba, le mandó que se ingeniase de cualquier modo para desatar el cuerpo de su hermano y traerlo; y si no se preocupaba en hacerlo, le amenazó con presentarse ella misma al rey y denunciar que él tenía el dinero. El hijo, vivamente apenado por su madre, y no pudiendo convencerla por mucho que dijese, trazó lo que sigue: aparejó unos borricos, llenó odres de vino, los cargó sobre ellos y los fue arreando. Cuando estuvo cerca de los que guardaban el cadáver colgado, él mismo tiró las bocas de dos o tres odres, deshaciendo las ataduras; y al correr el vino empezó a golpearse la cabeza y a dar grandes voces como no sabiendo a qué borrico acudir primero. A la vista de tanto vino, los guardas del muerto corrieron al camino con sus vasijas teniendo a ganancia recoger el vino que se derramaba. Al principio fingió enojo y les llenó de improperios; pero como los guardas le consolaban, poco a poco simuló calmarse y dejar el enojo, y al fin sacó los borricos del camino y ajustó sus pellejos. Entraron en pláticas y uno de los guardas chanceándose con él le hizo reír y el arriero les regaló uno de sus odres. Ellos se tendieron allí mismo, tal como estaban no pensando más que en beber y le convidaron para que les hiciese compañía y se quedase a beber con ellos. Él se quedó sin ha-cerse de rogar, y como mientras bebían le agasajaban muy cordialmente, les regaló otro de los odres. Bebiendo a discreción, los guardas quedaron completamente borrachos y vencidos del sueño, y se durmieron en el mismo lugar en que habían bebido. Entrada ya la noche, el ladrón desató el cuerpo de su hermano y por mofa, rapó a todos los guardias la mejilla derecha, coloco el cadáver sobre los borricos y se marchó a su casa, cumplidas ya las órdenes de su madre.
Al dársele parte al rey de que había sido robado el cadáver del ladrón, lo tomó muy a mal; pero deseando encontrar a toda costa quién era el que tales trazas imaginaba, hizo lo que sigue, cosa para mí increíble: puso a su propia hija en el lupanar, encargándole que acogiese igualmente a todos, pero que antes de unirse con ellos les obligara a contarle la acción más sutil y más criminal que hubiesen cometido en su vida; y que si alguno le refería lo que había pasado con el ladrón, le prendiese y no le dejase salir. La hija puso por obra las órdenes de su padre y, entendiendo el ladrón la mira con que ello se hacía, quiso sobrepasar al rey en astucia e imaginó esto: cortó el brazo, desde el hombro, a un hombre recién muerto, y se fue llevándoselo bajo el manto; cuando visitó a la hija del rey y ésta hizo la misma pregunta que a los demás, contestó que su acción más criminal había sido cortar la cabeza a su mismo hermano, cogido en el lazo del tesoro del rey, y su acción más sutil la de emborrachar a los guardias y descolgar el cadáver de su hermano. Al oír esto, la princesa asió de él, pero el ladrón le tendió en la oscuridad el brazo del muerto. Ella lo apretó creyendo tener cogido al ladrón por la mano, mientras éste, dejándole el brazo muerto salió huyendo por la puerta. Cuando se comunicó esta nueva al rey, quedó pasmado de la sagacidad y audacia del hombre. Finalmente, envió un bando a todas las ciudades para anunciar que le ofrecía impunidad y le prometía grandes dádivas si comparecía ante su presencia. El ladrón tuvo confianza y se presentó. Rampsinito quedó tan maravillado que le dio su misma hija por esposa como al hombre más entendido del mundo, pues los egipcios eran superiores a los demás hombres, y él, superior a los egipcios.
122. Luego —decían los sacerdotes— este mismo rey bajó vivo al lugar donde creen los griegos que está el Hades, y jugó a los dados con Deméter, ganándole unas partidas y perdiendo otras; y volvió a salir, trayendo como regalo de ella una servilleta de oro. Desde la bajada de Rampsinito y su vuelta, decían, celebran los egipcios una festividad, la cual bien sé que aún observaban en mis días; pero no puedo afirmar si es por ese motivo. En ese mismo día los sacerdotes tejen un manto, vendan los ojos de uno de ellos que lleva puesto ese manto, le conducen al camino que va al templo de Deméter, y ellos se vuelven atrás. Cuentan que dos lobos conducen al sacerdote de los ojos vendados al templo de Deméter, distante veinte estadios de la ciudad, y que luego los lobos le traen de vuelta desde el templo hasta ese mismo lugar.
123. Admita lo que cuentan los egipcios aquel para quien sean creíbles semejantes historias; yo, en todo mi relato, me propongo escribir lo que he oído contar a cada cual. Dicen los egipcios que Deméter y Dióniso son los soberanos del infierno. Los egipcios son también los primeros en decir que el alma del hombre es inmortal, y que al morir el cuerpo, entra siempre en otro animal que entonces nace; después que ha recorrido todos los animales terrestres, marinos y volátiles, torna a entrar en un cuerpo humano que está por nacer; y cumple ese ciclo en tres mil años. Hay ciertos griegos que adoptaron esa doctrina, cuáles más temprano, cuáles más tarde, como si fuera propia de ellos; y aunque sé sus nombres, no los escribo.
124. Hasta el reinado de Rampsinito, según los sacerdotes, estuvo el Egipto en el mejor orden y en gran prosperidad; pero Queops, que reinó después, precipitó a los egipcios en total miseria. Primeramente, cerró todos los templos y les impidió ofrecer sacrificios; ordenó después que todos trabajasen para él. Los unos tenían orden de arrastrar piedras desde las canteras del monte Arábigo hasta el Nilo; después de transportadas las piedras por el río en barcas, mandó a los otros recibirlas y arrastrarlas hasta el monte que llaman Líbico. Trabajaban por bandas de cien mil hombres, cada una tres meses. El tiempo en el que penó el pueblo para construir el camino para conducir las piedras fue de diez años; y la obra que hicieron es a mi parecer no muy inferior a la pirámide (pues tiene cinco estadios de largo, diez brazas de ancho y ocho de alto en su mayor altura), y está construida de piedra labrada y esculpida con figuras. Diez años, pues, pasaron para construir ese camino y las cámaras subterráneas en el cerro sobre las que se levantan las pirámides, cámaras que dispuso para su sepultura en una isla, formada al introducir un canal del Nilo. Para construir la pirámide, se emplearon veinte años: es cuadrada, cada lado es de ocho pletros de largo, tiene otros tantos de altura, de piedra labrada y ajustada perfectamente; ninguna de las piedras es menor de treinta pies.
125. La pirámide se construyó de este modo: a manera de gradas, que algunos llaman adarves y otros zócalos. Hecho así el comienzo, levantaron las demás piedras con máquinas formadas de maderos cortos, que las alzaban desde el suelo hasta la primera hilera de las gradas; cuando subían hasta ella la piedra era colocada en otra máquina levantada sobre la primera grada y desde ésta era levantada hasta la segunda hilera por otra máquina. Porque había tantas máquinas como hileras de gradas o bien la misma máquina, siendo una sola y fácilmente transportable, la irían llevando de grada en grada, cada vez que descargaban la piedra: demos las dos explicaciones, exactamente como las dan ellos. La parte más alta de la pirámide fue labrada primero, después labraron lo que seguía y por último la parte que estribaba en el suelo y era la más baja de todas. En la pirámide está anotado con letras egipcias cuánto se gastó en rábanos, en cebollas y en ajos para los obreros; y si bien me acuerdo, al leerme el intérprete la inscripción, me dijo que la cuenta ascendía a mil seiscientos talentos de plata. Y si esto es así ¿cuánto sin duda se habrá gastado en las herramientas con que trabajaban y en alimentos y vestidos para los obreros, ya que construyeron las obras durante el tiempo mencionado y además trabajaron otro tiempo, durante el cual tallaron y transportaron la piedra y labraron la excavación subterránea, tiempo nada breve?
126. A tal extremo de maldad llegó Queops que, por carecer de dinero, puso a su propia hija en el lupanar con orden de ganar cierta suma, no me dijeron exactamente cuánto. Cumplió la hija la orden de su parte, y aún ella por su cuenta quiso dejar un monumento, y pidió a cada uno de los que la visitaban que le regalara una sola piedra; y decían que con esas piedras se había construido la pirámide que está en medio de las tres delante de la pirámide grande, cada uno de cuyos lados tiene pletro y medio.
127. Decían los egipcios que este Queops reinó cincuenta años, y que a su muerte, heredó el reino su hermano Quefrén. Éste se condujo del mismo modo que el otro en general y particularmente en levantar una pirámide que no llega a las dimensiones de la de Queops, pues yo mismo la medí. Tampoco tiene cámaras subterráneas, ni llega a ella un canal desde el Nilo, como a la de Queops, que corra por un conducto construido y rodee por dentro una isla, en la cual dicen que yace Queops. Quefrén fabricó la parte inferior de su monumento, de piedra etiópica abigarrada, y la hizo cuarenta pies más baja que la otra, y vecina a la grande; ambas se levantan en un mismo cerro, que tendrá unos cien pies de alto.
128. Decían que Quefrén reinó cincuenta y seis años. Calculan que ésos son los ciento seis años durante los cuales los egipcios vivieron en total miseria y durante todo ese tiempo los templos, que habían sido cerrados, no se abrieron. Por el odio contra los dos reyes, los egipcios no tienen mucho deseo de nombrarlos; de suerte que dan a las pirámides el nombre del pastor Filitis, quien por aquel tiempo apacentaba sus rebaños por esos lugares.
129. Decían que después de Quefrén reinó Micerino, hijo de Queops. Éste, disgustado con los actos de su padre, abrió los templos, y permitió al pueblo, oprimido hasta la última miseria, que se retirara a sus ocupaciones y sacrificios. Entre todos los reyes, fue el que dio más justas sentencias, y por eso ensalzan a Micerino sobre todos cuantos fueron reyes de Egipto. No sólo juzgaba íntegramente, sino que, a quien criticaba la sentencia, le daba de lo suyo para contentarle. Aunque era bondadoso con sus súbditos y observaba tal conducta, le aconteció, como primera de sus desgracias, morirse su hija, única prole que tenía en su casa. Muy apenado por el infortunio sobrevenido y queriendo sepultar a su hija por modo extraordinario, hizo labrar una vaca de madera hueca, la doró, y en ella sepultó a la hija que se le había muerto.
130. Esa vaca no fue cubierta de tierra, antes bien era visible todavía en mis tiempos, en la ciudad de Sais, colocada en el palacio en una cámara adornada. Ante ella queman todos los días todo género de perfume, y todas las noches se le enciende su lámpara perenne. Cerca de esta vaca, en otra cámara, están las imágenes de las concubinas de Micerino, según decían los sacerdotes de la ciudad de Sais; son estatuas colosales de madera, desnudas, unas veinte, más o menos, en número; no puedo decir quiénes sean, sino lo que se cuenta acerca de ellas.
131. Sobre la vaca y los colosos cuentan algunos esta historia: Micerino se prendó de su hija, y la gozó a pesar de ella. Dicen luego, que la joven se ahorcó de dolor, que el rey la sepultó en aquella vaca, que su madre cortó las manos de las criadas que entregaron la hija al padre, y que ahora les ha pasado a sus imágenes lo mismo que les pasó en vida. Los que así hablan, a mi entender, desatinan, en toda la historia, particularmente en cuanto a las manos de los colosos, pues hemos visto nosotros mismos que han perdido las manos por el tiempo; y aún en mis días se veían a los pies de las estatuas.
132. La vaca está toda cubierta con un manto de púrpura, pero muestra el cuello y la cabeza, dorados con una gruesa capa de oro, y lleva en medio de sus astas un círculo de oro que imita el del sol. No está en pie sino hincada, y su tamaño es el de una vaca viva grande. La sacan fuera de la cámara todos los años cuando los egipcios plañen al dios que yo no nombro a este propósito; entonces es cabalmente cuando sacan al público la vaca. Porque, según dicen, la hija al morir, pidió a su padre Micerino ver el sol una vez al año.
133. Después de la desastrada muerte de su hija, le sucedió lo siguiente a Micerino: le llegó de la ciudad de Buto un oráculo con el aviso de que iba a vivir sólo seis años, y morir al séptimo. Lleno de indignación, Micerino envió al oráculo a reprochar a su vez al dios porque su padre y su tío, que habían cerrado los templos, sin preocuparse de los dioses, oprimiendo además a los hombres, habían vivido largo tiempo y él, que era pío, iba a morir tan pronto. Vínole del oráculo por segunda respuesta que por lo mismo se le acortaba la vida, por no haber hecho lo que debía hacer, pues el Egipto debía ser oprimido duramente ciento cincuenta años, y sus dos antecesores lo habían comprendido y él no. Oído esto y advirtiendo Micerino que su fallo estaba ya dado, mandó fabricar gran cantidad de lámparas y, cuando llegaba la noche, las encendía, bebía y se daba buena vida día y noche, sin cesar, paseando por los pantanos y los prados y por dondequiera hubiese muy buenos lugares de recreo. Todo lo cual discurrió con el intento de demostrar que el oráculo había mentido, para tener doce años en lugar de seis, convirtiendo las noches en días.
134. También Micerino dejó una pirámide, mucho menor que la de su padre; cada lado es de tres pletros menos veinte pies: es cuadrada, y hasta la mitad, de piedra etiópica. Pretenden algunos griegos que pertenece a la cortesana Rodopis, pero no dicen bien, y me parece que lo dicen sin saber siquiera quién fue Rodopis, pues no le hubieran atribuido la construcción de semejante pirámide, en la cual se han gastado infinitos millares de talentos, por decirlo así. Además, Rodopis no floreció en el reinado de Micerino, sino en el de Amasis. En efecto: muchísimos años después de los reyes que dejaron las pirámides, vivió Rodopis, natural de Tracia, esclava de Yadmón de Samo, hijo de Hefestópolis, y compañera de esclavitud del fabulista Esopo. Pues también él fue esclavo de Yadmón, como se demuestra sin duda por esta prueba: cuando los de Delfos, en obediencia a un oráculo, pregonaron muchas veces quién quería recoger la indemnización por la muerte de Esopo, nadie se presentó, y quien la recogió fue otro Yadmón, hijo del hijo de Yadmón. Así, pues, Esopo había sido esclavo de Yadmón.
135. Rodopis pasó al Egipto conducida por Xantes, natural de Samo; y aunque había pasado para granjear con su cuerpo, fue puesta en libertad mediante una gran suma de dinero por un hombre de Mitilene, Caraxo, hijo de Escamandrónimo y hermano de la poetisa Safo. Así, pues, quedó libre Rodopis y permaneció en el Egipto y, por ser muy atrayente, juntó muchos caudales como para Rodopis, pero no como para levantar semejante pirámide. Y pues quien quiera puede ver hasta hoy la décima parte de sus bienes, no deben atribuírsele grandes riquezas. Porque Rodopis quiso dejar en Grecia un monumento suyo, para lo cual mandó hacer un objeto que nadie jamás hubiese hecho ni aun pensado, y lo consagró en Delfos como memoria particular. Al efecto, con la décima parte de su hacienda mandó hacer muchos asadores de hierro, como para atravesar un buey, tantos como alcanzase ese diezmo, y los envió a Delfos; aún hoy están amontonados detrás del altar que consagraron los de Quío, frente al templo mismo. Suelen ser atrayentes las cortesanas de Náucratis. Y no sólo ésta de quien estamos contando llegó a ser tan famosa que todos los griegos conocían el nombre de Rodopis; sino también residió después otra, por nombre Arquídica, cantada por toda la Grecia, aunque menos celebrada que la primera. Cuando Caraxo, luego de rescatar a Rodopis, volvió a Mitilene, Safo le zahirió mucho en una canción.
136. Dejo de hablar de Rodopis. Contaban los sacerdotes que, después de Micerino, fue rey de Egipto, Asiquis, que mandó hacer los pórticos del templo de Hefesto que dan al Levante, y que son con mucho los más bellos y los más grandes; pues aunque todos los pórticos tienen figuras esculpidas y presentan infinita variedad de fábrica, aquéllos sobresalen con gran ventaja. En su reinado, por ser muy escasa la comunicación de dinero, se dictó entre los egipcios una ley por la cual se daba en prenda el cadáver de su padre; y se añadió más todavía a esa ley: que el que diera un préstamo era dueño de todo el sepulcro del que lo tomaba; y al que empeñaba esa prenda y no quería pagar su deuda, se le impuso la pena de no poder ser enterrado al morir, ni en la tumba de sus mayores ni en otra alguna, ni poder sepultar a ninguno de los suyos que muriera. Deseoso este rey de superar a los que habían antes reinado en Egipto, dejó como monumento una pirámide de ladrillo, en la cual está grabada en piedra una inscripción que dice así: «No me desprecies comparándome con las pirámides de piedra; las sobrepaso tanto como Zeus a los demás dioses. Hundieron una pértiga en el lago, recogieron el barro pegado a la pértiga, hicieron con él ladrillos y de ese modo me levantaron».
137. Esto es cuanto hizo aquel rey. Después de él reinó un ciego de la ciudad de Anisis, llamado Anisis. En su reinado se lanzaron contra el Egipto con un numeroso ejército los etíopes con su rey Sábacos: el rey ciego huyó a los pantanos, y el etíope reinó cincuenta años en Egipto, durante los cuales procedió así: cuando algún egipcio cometía un delito, no quería matar a nadie, y condenaba a cada cual conforme a la gravedad del delito, ordenándoles levantar terraplenes junto a la ciudad de donde eran naturales. Y de este modo las ciudades quedaron todavía más altas; la primera vez, los terraplenes habían sido levantados por los que habían abierto los canales en tiempos del rey Sesostris; la segunda, en el reinado del etíope; y las ciudades quedaron muy altas. Y siendo altas otras ciudades de Egipto, la más terraplenada, a mi parecer, es la ciudad de Bubastis, en la cual hay un santuario de la diosa Bubastis muy digno de memoria: porque otros santuarios hay más grandes y más suntuosos, pero ninguno más placentero a la vista que éste. Bubastis, en lengua griega, es Ártemis.
138. Su santuario es así: salvo por su entrada, en lo demás es una isla, porque vienen desde el Nilo dos canales que no se juntan sino corren separados hasta la entrada del santuario, rodeando uno por un lado y otro por otro; cada uno tiene cien pies de ancho, y árboles que les dan sombra. Sus pórticos son de diez brazas de alto adornados con figuras de seis codos, dignas de nota. Se halla el santuario en el centro de la ciudad, y al recorrerla se lo ve desde todas partes, porque, levantada la ciudad con terraplén, y mantenido el templo como desde el principio se edificó, queda visible. Lo rodea un muro con figuras esculpidas; hay un bosque de árboles altísimos, plantados alrededor de un templo grande, dentro del cual está la estatua. El ancho y el largo del santuario en toda dirección, es de un estadio. Delante de la entrada corre un camino empedrado de tres estadios de largo, más o menos, y unos cuatro pletros de ancho, que a través de la plaza se dirige a Levante. A uno y otro lado del camino están plantados árboles que tocan el cielo; lleva al santuario de Hermes. Tal, pues, es este santuario.
139. Contaban que la retirada del etíope se realizó de este modo. Se dio a la fuga porque vio en sueños tal visión: parecióle que estaba a su lado un hombre que le aconsejaba reunir a todos los sacerdotes de Egipto y partirlos por el medio. Luego de tener esa visión, dijo que los dioses le presentaban ese pretexto para que cometiese alguna impiedad contra las cosas sagradas y recibiese algún mal de parte de los dioses o de los hombres; que él no lo haría y, puesto que se había cumplido el plazo profetizado a su imperio, se retiraría. En efecto, hallándose en Etiopía, los oráculos que consultan los etíopes habían predicho que reinaría cincuenta años en Egipto. Como había pasado ese tiempo y le turbaba la visión de su sueño, Sábacos se marchó voluntariamente del Egipto.
140. Al irse el etíope del Egipto, tomó de nuevo el mando el rey ciego, llegado de los pantanos, donde vivió cincuenta años en una isla que había terraplenado con tierra y ceniza, pues siempre que venían a traerle víveres los egipcios, a hurto del etíope, según tenía ordenado, a cada cual les pedía que junto con el regalo le trajese ceniza. Nadie pudo hallar esta isla antes que Amirteo, y en más de setecientos años no fueron capaces de hallarla los reyes anteriores a Amirteo. El nombre de esta isla es Elbo, y su tamaño en toda dirección es de diez estadios.
141. Después de éste reinó el sacerdote de Hefesto, por nombre Setos. Este rey en nada contaba con la gente de armas de Egipto, y hacía poco caso de ellos, como si nunca hubiera de necesitarlos; y entre otros desaires que les infirió, les quitó las yugadas de tierra escogida, doce a cada soldado, que les habían dado los reyes anteriores. Luego Sanacaribo, rey de los árabes y de los asirios, dirigió contra Egipto un gran ejército, y los guerreros del país no quisieron ayudarle. Viéndose el sacerdote en apuros, entró en el santuario y lamentó ante la imagen la desventura que estaba a punto de padecer. En medio de sus lamentos le tomó el sueño y le pareció, en su visión, que el dios estaba a su lado y le animaba, asegurándole que ningún mal le sucedería si hacía frente al ejército de los árabes, porque él mismo le enviaría auxiliares. Confiado en estos sueños, llevó consigo los egipcios que quisieron seguirle, y acampó en Pelusio, que es la entrada para Egipto; no le seguía un solo hombre de la gente de armas, sino los mercaderes, artesanos y placeros. Después que llegaron los enemigos, a la noche se esparció por ellos una muchedumbre de ratones agrestes que comieron las aljabas, los arcos, y, finalmente, las agarraderas de los escudos; a tal punto que al día siguiente, al huir desarmados, cayeron en gran número. Y ahora se levanta en el santuario de Hefesto la estatua de piedra de ese rey con un ratón en la mano, y una inscripción que dice: «Mírame, y sé pío».
142. Hasta esta altura de mi relato fueron mis informantes los egipcios a una con los sacerdotes; y me mostraban que desde el primer rey hasta este sacerdote de Hefesto que reinó último, habían pasado trescientas cuarenta y una generaciones humanas, y en ellas habían existido otros tantos grandes sacerdotes y reyes. Ahora bien: trescientas generaciones en línea masculina son cien mil años, porque tres generaciones en línea masculina son cien años; y las cuarenta y una que restan todavía, que se agregaban a las trescientas, componen mil trescientas cuarenta. Así, decían que en once mil trescientos cuarenta años ningún dios había aparecido en forma humana, y decían que, ni antes ni después, en los demás reyes que había tenido Egipto, se había visto cosa semejante. Durante ese tiempo, decían, el sol había partido cuatro veces de su lugar acostumbrado, saliendo dos veces desde el punto donde ahora se pone, y poniéndose dos veces en el punto de donde ahora sale, sin que por eso se hubiese alterado cosa alguna en Egipto, ni de las que nacen de la tierra, ni de las que nacen del río, ni en cuanto a enfermedades, ni en cuanto a muerte.
143. Hallándose en Tebas, antes que yo, el historiador Hecateo, trazó su genealogía enlazando su estirpe con un dios en decimosexto grado. Y los sacerdotes de Zeus hicieron con él lo mismo que después conmigo, aunque yo no tracé mi genealogía. Me introdujeron en un gran templo y me enseñaron y contaron tantos colosos de madera como dije, porque cada gran sacerdote coloca allí su imagen en vida. Los sacerdotes, pues, me los contaban, y me mostraban que cada uno era hijo de su padre, reconociéndolas todas, desde la imagen del que había muerto último hasta que las mostraron todas. A Hecateo, que había trazado su genealogía enlazando su estirpe con un dios en decimosexto grado, le refutaron la genealogía, negándose a admitirle que de un dios naciera un hombre. Y le refutaron la genealogía de este modo: decían que cada uno de los colosos era un piromis, hasta demostrarle que los trescientos cuarenta y cinco colosos, eran piromis, hijo de piromis sin enlazarlos con dios ni con héroe. Piromis en lengua griega quiere decir hombre de bien.
144. Así, pues, enseñaban que los representados por las estatuas habían sido hombres de bien, muy diferentes de dioses. Antes de estos hombres, los dioses eran quienes reinaban en el Egipto, morando entre los mortales, y teniendo siempre uno de ellos el poder. El último que reinó allí fue Horo, hijo de Osiris, a quien los griegos llaman Apolo; fue el último que reinó en Egipto después de haber depuesto a Tifón. Osiris en lengua griega es Dióniso.
145. Entre los griegos son tenidos por los dioses más modernos Heracles, Dióniso y Pan; entre los egipcios Pan es antiquísimo, uno de los ocho llamados dioses pri-meros; Heracles es uno de la segunda dinastía, llamada de los doce dioses, y Dióniso, uno de la tercera dinastía, que nació de los doce dioses. Tengo arriba declarados los años que según los mismos egipcios corrieron desde He-racles hasta el rey Amasis; dícese que son más aun desde Pan y menos que todos desde Dióniso, aunque entre éste y el rey Amasis cuentan quince mil años; y los egipcios dicen que lo saben con certeza, pues siempre cuentan y anotan los años. Pero desde Dióniso, el que dicen nacido de Semele, hija de Cadmo, hasta mí, hay mil años a lo sumo, y desde Heracles, el hijo de Alcmena, unos novecientos; y desde Pan, el de Penélope (pues los griegos dicen que de ella y de Hermes nació Pan), hasta mí hay menos que desde la guerra de Troya, unos ochocientos años.
146. De esas dos opiniones cada cual puede adoptar aquella cuyas razones más le persuadan; mi parecer sobre ellas ya está declarado. Porque si Dióniso el de Semele, y Pan, nacido de Penélope, se hubieran hecho célebres y hubieran envejecido en Grecia como Heracles, hijo de Anfitrión, podría decirse que éstos también fueron mortales y adoptaron el nombre de dioses que nacieron antes. Pero ahora dicen los griegos que a Dióniso apenas nacido, lo cosió Zeus en su muslo, y lo llevó a Nisa que está en Etiopía, más allá de Egipto; y respecto de Pan, ni saben decir dónde paró después de nacer. Para mí, pues, es claro que los griegos oyeron el nombre de estos dioses, después que el de los demás y que datan su nacimiento desde la época en que lo oyeron.
147. Todo lo anterior es lo que cuentan los mismos egipcios. Ahora referiré lo que sucedió en ese país, según dicen otros pueblos y lo confirman los egipcios; y también agregaré algo de mi observación. Viéndose libres los egipcios después del reinado del sacerdote de Hefesto (y como en ningún momento fueron capaces de vivir sin rey), dividieron todo el Egipto en doce partes, y establecieron doce reyes. Éstos, enlazados con casamientos, reinaban ateniéndose a las siguientes leyes: no destronarse unos a otros, no buscar de poseer uno más que otro, y ser muy fieles amigos. Se impusieron esas leyes que observaron rigurosamente porque al principio, apenas establecidos en el mando un oráculo les anunció que sería rey de todo Egipto aquel de entre ellos que hiciese libaciones con una copa de bronce en el templo de Hefesto: pues, en efecto, se reunían en todos los templos.
148. Acordaron dejar un monumento en común, y así acordados, construyeron un laberinto, algo más allá del lago Meris situado cerca de la ciudad llamada de los Cocodrilos. Yo lo vi, y en verdad es superior a toda ponderación. Si uno sumara los edificios y obras de arte de los griegos, las hallaría inferiores en trabajo y en costo a dicho laberinto, aunque es ciertamente digno de nota el templo de Éfeso y el de Samo. Aun las pirámides eran sin duda superiores a toda ponderación, y cada una de ellas digna de muchas grandes obras griegas, pero el laberinto sobrepasa a las pirámides. Tiene doce patios cubiertos, y con puertas enfrentadas, seis contiguas vueltas al Norte, y seis contiguas vueltas al Sur; por fuera las rodea un muro. Las estancias son dobles, unas subterráneas, otras levantadas sobre aquéllas, en número de tres mil, mil quinientas de cada especie. Las estancias levantadas sobre el suelo las hemos visto y recorrido nosotros mismos, y hablamos de ellas después de haberlas contemplado, las subterráneas las conocemos de oídas, porque los egipcios encargados de ellas, de ningún modo querían enseñármelas, diciendo que se hallaban allí los sepulcros de los reyes que primero edificaron ese laberinto, y los de los cocodrilos sagrados. Así, de las estancias subterráneas hablamos de oídas; las de arriba, superiores a toda obra humana, las vimos con nuestros propios ojos. Los pasajes entre las salas y los rodeos entre los patios, llenos de artificio, proporcionaban infinita maravilla al pasar de un patio a las estancias y de las estancias a otros patios. El techo de todo esto es de piedra, como las paredes, y las paredes están llenas de figuras grabadas. Cada patio está rodeado de columnas de piedra blanca, perfectamente ajustada. Al ángulo donde acaba el laberinto está adosada una pirámide de cuarenta brazas, en la cual están grabadas grandes figuras; el camino que lleva a ella está abierto bajo tierra.
149. Mas, aunque sea tal ese laberinto, causa todavía mayor admiración el lago llamado Meris, cerca del cual está edificado ese laberinto. Su contorno es de tres mil seiscientos estadios, que son sesenta esquenos, igual que la costa de Egipto mismo; corre a lo largo de Norte a Sur, y tiene cincuenta brazas de hondura donde más hondo es. Por sí mismo muestra que está excavado artificialmente. En el centro, más o menos, se levantan dos pirámides, cada una de las cuales sobresale cincuenta brazas del agua, y debajo del agua tienen construido otro tanto; y encima de cada una se halla un coloso de piedra sentado en su trono. Así, las pirámides tienen cien brazas, y las cien brazas son justamente un estadio de seis pletros, midiendo la braza seis pies o cuatro codos, pues el pie tiene cuatro palmos y el codo, seis. El agua del lago no nace allí mismo (porque esta comarca es notablemente árida) sino que ha sido conducida por un canal desde el Nilo; durante seis meses corre adentro, hacia el lago, y durante seis meses corre afuera, hacia el Nilo. Y cuando corre afuera, en los seis meses reporta al fisco un talento de plata cada día por los pescados, y cuando el agua corre hacia el lago, reporta veinte minas.
150. Decían los naturales que este lago desemboca subterráneamente en la Sirte de Libia, dirigiéndose tierra adentro hacia Poniente, a lo largo de la montaña que está más allá de Menfis. Como no veía yo en parte alguna la tierra proveniente de tal excavación, y ello me preocupaba, pregunté a los que moraban más cerca del lago dónde estaba la tierra extraída. Ellos me explicaron adónde había sido llevada y me persuadieron fácilmente. Porque había oído contar que en Nínive, ciudad de los asirios había sucedido otro tanto. Unos ladrones tuvieron la idea de llevarse los grandes tesoros de Sardanapalo, hijo de Nino, que estaban guardados en depósitos. Medida la distancia, comenzaron desde su casa a cavar una mina hacia el palacio; y cuando venía la noche echaban al río Tigris, que corre a lo largo de Nínive, la tierra que extraían de la mina, hasta realizar lo que se proponían. Otro tanto oí que sucedió en la excavación del lago de Egipto, sólo que no lo hacían de noche sino de día; la tierra que iban extrayendo los egipcios la llevaban al Nilo, el cual, recibiéndola no podía menos de esparcirla. Así, pues, cuentan que se excavó este lago.
151. Cierta vez que los doce reyes justicieros sacrificaban en el santuario de Hefesto, y se preparaban a hacer las libaciones el último día de la fiesta, el gran sacerdote les trajo las copas de oro en que solían hacer libación, pero se equivocó en el número y trajo once, siendo ellos doce. Entonces Psamético, el que de ellos estaba último, como no tenía copa, se quitó el yelmo de bronce, lo tendió e hizo con él su libación. Todos los otros reyes llevaban yelmo y lo tenían en aquel instante. Psamético había tendido su yelmo sin ninguna mala fe; pero los reyes, considerando su acción, y la profecía que se les había predicho (según la cual aquel de entre ellos que libase con copa de bronce sería único rey de Egipto) en memoria del oráculo no creyeron justo matar a Psamético, hallando al interrogarle que no había obrado con ninguna premeditación, pero acordaron confinarle en los pantanos, despojándole de casi todo su poder, con orden de no salir de ellos ni estar en relación con el resto del Egipto.
152. Este Psamético, huyendo antes del etíope Sábacos que había matado a su padre Necos se había refugiado en Siria; cuando el etíope se retiró, con motivo de la visión que tuvo en sueños, lo trajeron de vuelta los egipcios del nomo Sais. Y luego, siendo rey, por segunda vez padeció destierro, en los pantanos, por orden de los once reyes, a causa del yelmo. Entendiendo que había sido agraviado por ellos, pensó vengarse de sus perseguidores. Envió a consultar al oráculo de Leto, en la ciudad de Buto, donde está el oráculo más veraz entre los egipcios. Y vínole una profecía de que la venganza le llegaría del mar, cuando apareciesen hombres de bronce. Grande fue su desconfianza de que le socorrieran hombres de bronce, pero no pasó mucho tiempo, cuando ciertos jonios y carios que iban en corso, aportaron al Egipto, obligados por la necesidad. Saltaron a tierra con su armadura de bronce, y un egipcio que jamás había visto hombres armados de bronce, llegó a los pantanos y avisó a Psamético que unos hombres de bronce venidos del mar, saqueaban el llano. Conociendo Psamético que se cumplía el oráculo, dio muestras de amistad a los jonios y carios, y a fuerza de grandes promesas les persuadió a ponerse de su parte. Cuando los hubo persuadido, con los egipcios de su bando y con los auxiliares, depuso a los reyes.
153. Apoderado Psamético de todo Egipto, levantó en honor de Hefesto, en Menfis, los pórticos que miran al viento Sur, y enfrente de los pórticos levantó en honor de Apis un patio, en el que se cría Apis, cuando aparece, rodeado de columnas y lleno de figuras; en lugar de columnas, sostienen el patio unos colosos de doce codos. Apis, en la lengua de los griegos, es Épafo.
154. A los jonios y carios que le habían ayudado, Psamético permitió morar en terrenos, unos enfrente de otros, por medio de los cuales corre el Nilo, y a los que puso el nombre de Campamento. Les dio estos terrenos y les entregó todo lo demás que les había prometido. Confióles, asimismo, ciertos niños egipcios para que les instruyeran en la lengua griega; de éstos, que aprendieron la lengua, descienden los intérpretes que hay ahora en Egipto. Los jonios y carios moraron largo tiempo en esos terrenos, los cuales están junto al mar, un poco más abajo de la ciudad de Bubastis, en la boca del Nilo llamada Pelusia. Andando el tiempo, el rey Amasis los trasladó de allí y los estableció en Menfis, convirtiéndolos en su guardia contra los egipcios. Desde que se establecieron en Egipto, por medio de su trato, nosotros los griegos sabemos con exactitud todo lo que sucede en el país, comenzando desde el reinado de Psamético, pues son los primeros hombres de otra lengua que se establecieron en Egipto; y aún en mis días quedaban en los terrenos desde los cuales habían sido trasladados, los cabrestantes de sus naves y las ruinas de sus casas.
155. De este modo, pues, Psamético se apoderó del Egipto. Muchas veces mencioné el oráculo de Buto, y ahora hablaré especialmente de él, pues lo merece. Este oráculo de Egipto es un santuario de Leto situado en una gran ciudad, cerca de la boca del Nilo llamada Sebenítica, al remontar río arriba desde el mar; el nombre de la ciudad donde está el oráculo es Buto, conforme antes la he nombrado; en esa ciudad de Buto hay un santuario de Apolo y de Ártemis. Y el templo de Leto, en el cual está el oráculo, es una obra en sí grandiosa; y tiene un pórtico de diez brazas de alto. Pero diré lo que causa mayor maravilla de cuanto allí puede verse: hay en ese recinto de Leto un templo construido de una sola piedra, así en alto como en largo; cada pared tiene iguales dimensiones: cuarenta codos cada una. El tejado del techo es otra piedra, cuyo alero tiene cuatro codos.
156. Así, pues, el templo es para mí lo más admirable de cuantas cosas se ven en este santuario; de las que están en segundo lugar, lo es la isla Quemmis. Está situada en un lago hondo y espacioso, junto al santuario de Buto, y los egipcios dicen que flota. Yo, por cierto, no la vi flotar ni moverse, y quedé atónito al oír que una isla era verdaderamente flotante. Pero sí hay en ella un templo grande de Apolo, en el que están levantados tres altares, y crecen muchas palmas y otros árboles, unos estériles, otros frutales. Los egipcios afirman que es flotante y lo confirman con esta historia. Dicen que Leto, una de las ocho deidades que existieron primero, moraba en la ciudad de Buto, donde se encuentra ese oráculo, y en esa isla, que no era flotante antes, recibió a Apolo, en depósito de Isis, y le salvó, escondiéndole en la isla que hoy dicen que flota, cuando vino Tifón, que todo lo registraba, para apoderarse del hijo de Osiris. (Apolo y Ártemis, según los egipcios, fueron hijos de Dióniso y de Isis; y Leto fue su nodriza y salvadora. En egipcio, Apolo es Horo; Deméter, Isis, y Ártemis, Bubastis; y de esta historia y no de otra alguna, hurtó Esquilo, hijo de Euforión, lo que diré, apartándose de cuantos poetas le precedieron: presentó, en efecto, a Ártemis como hija de Deméter.) Por ese motivo la isla se volvió flotante. Así cuentan esa historia.
157. Psamético reinó en Egipto cincuenta y nueve años, de los cuales durante treinta menos uno estuvo sitiando a Azoto, gran ciudad de la Siria, hasta que la tomó. Esta Azoto, de todas las ciudades que sepamos, fue la que por más tiempo resistió a un asedio.
158. Hijo de Psamético fue Necos, que reinó en Egipto, y fue el primero en la empresa del canal, abierto después por el persa Darío, que lleva al mar Eritreo. Su largo es de cuatro días de navegación, y se le cavó de ancho tal que por él pueden bogar dos trirremes a la par. El agua le llega desde el Nilo, y le llega algo más arriba de la ciudad de Bubastis, pasando por Patumo, la ciudad de Arabia; desemboca en el mar Eritreo. Empezóse la excavación en la parte de la llanura de Egipto, vecina de Arabia; con esa llanura confina hacia el Sur la montaña que se extiende cerca de Menfis, en la cual se hallan las canteras. El canal corre por el pie de este monte, a lo largo, de Poniente a Levante, y luego se dirige a las quebradas, partiendo desde la montaña hacia el Mediodía y viento Sur, hasta el golfo Arábigo. En el paraje donde es más corto y directo el camino para pasar del mar Mediterráneo al meridional —paraje llamado Eritreo—, desde el monte Casio, que divide Egipto y Siria, de allí al golfo Arábigo, hay mil estadios; éste es el camino más directo: el canal es mucho más largo, en cuanto es más sinuoso. Cuando no excavaban, en el reinado de Necos, perecieron ciento veinte mil egipcios, y en medio de la excavación, Necos se interrumpió, pues le detuvo un oráculo, diciéndole que estaba trabajando para el bárbaro. Bárbaros llaman los egipcios a cuantos no tienen su misma lengua.
159. Necos, después de interrumpir el canal, se dedicó a las expediciones militares. Mandó construir trirremes, unas junto al mar del Norte, y otras en el golfo Arábigo, junto al mar Eritreo, cuyos cabrestantes se ven todavía. Necos se servía de estas naves en su oportunidad. Por tierra venció a los asirios en el encuentro de Magdolo; después de la batalla, tomó a Caditis, que es una gran ciudad de Siria, y consagró a Apolo el vestido que llevaba al realizar esas hazañas, enviándolo al santuario de los Bránquidas, en Mileto. Después de reinar en total dieciséis años, murió dejando el mando a su hijo Psammis.
160. Mientras Psammis reinaba en Egipto, llegaron unos embajadores de los eleos jactándose de haber instituido el certamen de Olimpia con la mayor justicia y concierto del mundo, y creyendo que los egipcios mismos, los hombres más sabios del mundo, no podrían inventar nada mejor. Luego que llegaron a Egipto los eleos y dijeron el motivo por el que habían llegado, el rey convocó a los egipcios que tenían fama de ser más sabios. Reunidos los egipcios, oyeron de boca de los eleos todo cuanto deben observar en un certamen; y después de contado todo, dijeron que venían para conocer si los egipcios podían inventar nada más justo. Los egipcios, después de haber deliberado, preguntaron a los eleos si tomaban parte en los juegos sus conciudadanos. Ellos respondieron que a cualquiera estaba permitido, ya de entre ellos, ya de los demás griegos, tomar parte en los juegos. Los egipcios replicaron que al disponerlo así habían faltado por completo a la justicia, pues era del todo imposible que no favorecieran en la competencia al ciudadano y fueran injustos con el forastero; que si de veras querían establecer con justicia los juegos, y con este fin habían venido a Egipto, les exhortaban a instituir el certamen para participantes forasteros y que a ningún eleo le estuviese permitido participar. Así aconsejaron los egipcios a los eleos.
161. Psammis reinó solamente seis años; hizo una expedición contra Etiopía; murió inmediatamente, y le sucedió su hijo Apries, el cual, después de su bisabuelo Psamético, fue el más feliz de todos los reyes anteriores. Tuvo el mando veinticinco años durante los cuales llevó su ejército contra Sidón, y combatió con los tirios por mar. Pero había de alcanzarle la mala suerte, y le alcanzó con la ocasión que narraré más por extenso en mis relatos líbicos, y sucintamente por ahora Apries envió un gran ejército contra los de Cirene y sufrió una gran derrota. Los egipcios le echaron la culpa y se sublevaron contra él, pensando que los había enviado con premeditación a un desastre para que pereciesen y él mandase con más seguridad al resto de los egipcios. Indignados por ello se sublevaron abiertamente, así los que habían vuelto como los amigos de los que habían perecido.
162. Enterado Apries de esto, envió a Amasis para que, con buenas palabras, hiciera desistir a los sublevados. Cuando Amasis llegó y trataba de reprimirles para que no se rebelasen, mientras hablaba, uno de ellos, que estaba a su espalda, le colocó un casco, y al ponérselo dijo que se lo ponía para proclamarle rey. No sentó mal esto a Amasis, según lo demostró, pues cuando le alzaron rey de Egipto los sublevados, se preparó para marchar contra Apries. Informado Apries de lo sucedido, envió contra Amasis a un hombre principal entre los egipcios que le rodeaban, por nombre Patarbemis, con orden de que le trajera vivo a Amasis. Cuando llegó Patarbemis y llamó a Amasis, éste, que se hallaba a caballo, levantó el muslo e hizo una chocarrería diciéndole que la remitiese a Apries. No obstante, Patarbemis le instó a que se presentase ante el rey, que enviaba por él; Amasis respondió que hacía tiempo se preparaba a hacerlo y que no tendría por qué quejarse Apries, pues iba a comparecer él y a llevar muchos otros. No se engañó Patarbemis sobre el sentido de estas palabras, y viendo los preparativos, regresó a prisa, queriendo informar cuanto antes al rey de lo que se trataba. Cuando Apries le vio volver sin traer a Amasis, sin pensar más y lleno de cólera, mandó cortarle las orejas y narices. Al ver los demás egipcios, que todavía eran sus partidarios, a un personaje de los más principales, tan afrentosamente mutilado, se pasaron sin aguardar más tiempo a los otros y se entregaron a Amasis.
163. Enterado de esta nueva sublevación, Apries armó a sus auxiliares y marchó contra los egipcios; tenía consigo treinta mil auxiliares, carios y jonios. Su palacio, grande y digno de admiración, estaba en la ciudad de Sais. Apries y los suyos marcharon contra los egipcios; Amasis y los suyos contra los forasteros; unos y otros llegaron a la ciudad de Momenfis, prontos para medir sus fuerzas.
164. Hay siete clases de egipcios de las cuales una se llama la de los sacerdotes, otra la de los guerreros, otra la de boyeros, otra la de porquerizos, otra la de mercaderes, otra la de intérpretes y otra la de pilotos. Todas éstas son las clases de los egipcios, y toman nombre de sus oficios. Los guerreros se llaman calasiries y hermotibies, y pertenecen a los siguientes nomos (pues todo Egipto está dividido en nomos):
165. Éstos son los nomos de los hermotibies: el de Busiris, Sais, Quemmis, Papremis, la isla llamada Prosopitis y la mitad de Nato. De esos nomos son naturales los hermotibies quienes cuando alcanzaron su mayor número, eran ciento sesenta mil hombres. Ninguno de ellos ha aprendido oficio alguno, sino que se dedican a las armas.
166. A los calasiries corresponden estos otros nomos; el de Bubastis, Tebas, Aftis, Tanis, Mendes, Sebenis, Atribis, Faraitis, Tmuis, Onofis, Anitis, y Miécforis (este nomo mora en una isla frente a la ciudad de Bubastis). Esos nomos son de los calasiries quienes, cuando alcanzaron su mayor número, eran doscientos cincuenta mil hombres. Tampoco les está permitido a éstos ejercer ningún oficio, y ejercen solamente los de la guerra, de padres a hijos.
167. No puedo decir con certeza si esto lo han adoptado los griegos de los egipcios, pues veo que tracios, escitas, persas, lidios, y casi todos los bárbaros, tienen en menor estima entre sus conciudadanos a los que aprenden algún oficio y a sus hijos; y tienen por nobles a los que desechan los trabajos manuales y mayormente a los que se dedican a la guerra. Lo cierto es que han adoptado este juicio todos los griegos, y principalmente los lacedemonios: los corintios son los que menos vituperan a los artesanos.
168. Los guerreros eran los únicos entre los egipcios, quitando los sacerdotes, que tenían estos privilegios especiales: cada uno tenía reservadas doce aruras de tierra, libres de impuesto. (La arura tiene por todos lados cien codos egipcios, y el codo egipcio es igual al samio.) Tenían ese privilegio todos juntos, los siguientes los disfrutaban sucesivamente, nunca unos mismos. Cada año mil calasiries y otros tantos hermotibies servían de guardia al rey; a éstos, además de las aruras, se les daban otras prerrogativas: cinco minas de pan cocido a cada uno, dos minas de carne de vaca y cuatro jarros de vino. Tal era la ración que se daba a los que estaban de guardia.
169. Después de marchar al encuentro, Apries al frente de los auxiliares, y Amasis al de todos los egipcios, llegaron a la ciudad de Momenfis y empeñaron el combate. Bien combatieron los extranjeros, pero fueron vencidos por ser muy inferiores en número. Apries, según dicen, pensaba que ni un dios podía derribarle de su trono: tan firmemente creía habérselo establecido. No obstante, fue derrotado entonces en ese encuentro y, he-cho prisionero, y fue conducido a la ciudad de Sais, al palacio antes suyo y entonces ya de Amasis. Por algún tiempo vivió en el palacio y Amasis le trató bien; pero como los egipcios murmuraban diciendo que no obraba con justicia manteniendo al peor enemigo, tanto de ellos como de él mismo, al fin entregó Apries a los egipcios. Ellos le estrangularon y enterraron en las sepulturas de sus antepasados, las cuales se hallan aún en el santuario de Atenea, muy cerca del templo, al entrar a mano izquierda. Los moradores de Sais dieron sepultura a todos los reyes naturales de este nomo dentro, en el santuario. Pues aunque el monumento de Amasis está más apartado del templo que el de Apries y de sus progenitores, también está, con todo, en el patio del santuario; es un pórtico de piedra, grande, adornado de columnas a modo de troncos de palma, con otros suntuosos ornamentos: dentro del pórtico hay dos portales, y en ellos está el ataúd.
170. También está en Sais, en el santuario de Atenea, a espaldas del templo y contiguo a todo su muro, el sepulcro de aquel cuyo nombre no juzgo pío proferir a este propósito. Dentro del recinto se levantan también dos grandes obeliscos de piedra, y junto a ellos hay un lago hermoseado con un pretil de piedra bien labrada en círculo, tamaño, a mi parecer, como el lago de Delo, que llaman redondo.
171. En ese lago hacen de noche representaciones de la pasión de Aquél, a las cuales los egipcios llaman misterios. Acerca de esto, aunque sé más sobre cada punto, guardaré piadoso silencio. Y respecto a la iniciación de Deméter, que los griegos llaman tesmoforia, también guardaré piadoso silencio, salvo para lo que de ella sea pío decir. Las hijas de Dánao fueron quienes trajeron estos misterios del Egipto y los enseñaron a las mujeres pelasgas; luego, cuando los dorios arrojaron toda la población del Peloponeso, se perdió esta iniciación; los árcades, que de los peloponesios, fueron quienes quedaron sin ser arrojados, son los únicos que la conservaron.
172. Así derrocado Apries, reinó Amasis, que era del nomo de Sais, y la ciudad de que venía se llama Siuf. Al principio, los egipcios no hacían mucho caso de Amasis y le desdeñaban como a hombre antes plebeyo y de familia oscura; mas luego él se los atrajo con discreción y sin arrogancia. Entre otras infinitas alhajas, tenía Amasis una bacía de oro, en la que, así él como todos sus convidados, se lavaban los pies en cada ocasión; la hizo pedazos y mandó forjar con ellos la estatua de una divinidad, que erigió en el sitio más conveniente de la ciudad. Los egipcios acudían a la estatua y la veneraban con gran fervor. Amasis, enterado de lo que hacían los ciudadanos, convocó a los egipcios y les reveló que la estatua había salido de la bacía en la que antes vomitaban, orinaban y se lavaban los pies, y que entonces veneraban con gran fervor; pues bien, les dijo, había pasado con él lo mismo que con la bacía; si antes había sido plebeyo, ahora era rey, y les ordenaba que le honraran y respetaran.
173. De tal modo se atrajo a los egipcios, al punto de que tuvieran por bien ser sus siervos. El orden que guardaba en sus asuntos era el siguiente: por la mañana, hasta la hora en que se llena el mercado, despachaba con tesón los negocios que le presentaban; pero desde esa hora lo pasaba bebiendo y burlando de sus convidados, y se mostraba frívolo y chocarrero. Pesarosos sus amigos, le reconvinieron en estos términos: «Rey, no te gobiernas bien precipitándote a tanta truhanería. Tú, majestuosamente sentado en majestuoso trono, debías despachar todo el día los negocios, y así sabrían los egipcios que están gobernados por un gran hombre y tú tendrías mejor fama. Lo que ahora haces es muy impropio de un rey». Amasis les replicó así: «Los que poseen un arco, lo tienden cuando precisan emplearlo, porque si lo tuvieran tendido todo el tiempo, se rompería y no podrían usarlo en el momento necesario. Tal es la condición del hombre; si quisiera estar siempre en una ocupación seria sin entregarse a ratos a la holganza, se volvería loco o mentecato, sin darse cuenta. Y por saber esto, doy parte de mi tiempo al trabajo y parte al descanso». Así respondió a sus amigos.
174. Es fama que Amasis, aun cuando particular, era amigo de convites y de burlas, y nada serio; cuando por entregarse a la bebida y a la buena vida, le faltaba lo necesario, iba robando por aquí y por allá. Los que afirmaban que les había robado lo llevaban, pese a sus negativas, ante el oráculo que cada cual tuviese; muchas veces los oráculos le condenaron y muchas veces le dieron por inocente. Cuando fue rey hizo esto: con todos los dioses que le habían absuelto del cargo de ladrón, ni se preocupó de sus templos, ni dio nada para mantenerlos, ni acudía a sacrificar, por no merecer nada y tener oráculos falsos, pero de todos los que le habían condenado por ladrón, se preocupó muchísimo, por ser dioses de verdad, que pronunciaban oráculos veraces.
175. En honor de Atenea edificó Amasis en Sais unos pórticos admirables, sobrepasando con mucho a todos en la altura y grandeza, así como en el tamaño y calidad de las piedras; además, consagró unos grandes colosos y enormes esfinges de rostro masculino, e hizo traer para reparaciones otras piedras de extraordinario tamaño. Acarreábanse éstas, unas desde las canteras vecinas a Menfis, y otras, enormes, desde la ciudad de Elefantina, distante de Sais veinte días de navegación. Lo que de todo ello me causa no menor sino mayor admiración, es esto. Transportó desde Elefantina un templete de una sola pieza; lo transportaron durante tres años; dos mil conductores estaban encargados del transporte, todos los cuales eran pilotos. Esta cámara tiene por fuera veintiún codos de largo, catorce de ancho y ocho de alto. Ésas son, por fuera, las medidas de la cámara de una sola pieza; pero por dentro tiene de largo dieciocho codos y veinte dedos; de ancho doce codos y de alto cinco. Hállase junto a la entrada del templo. No la arrastraron adentro, según dicen, por este motivo: mientras arrastraban la cámara, el que dirigía la obra, agobiado por el trabajo, prorrumpió en un gemido por el largo tiempo pasado; Amasis tuvo escrúpulo y no dejó que la arrastraran más adelante; dicen también algunos que pereció bajo ella un hombre de los que la movían con palancas, y por ese motivo no fue arrastrada al interior.
176. En todos los demás templos renombrados dedicó asimismo Amasis obras dignas de contemplarse; y principalmente en Menfis, el coloso que yace boca arriba delante del templo de Hefesto, de sesenta y cinco pies de largo. En el mismo pedestal se levantan dos colosos de piedra etiópica, de veinte pies de altura cada cual, a un lado y a otro del grande. Otro coloso de piedra de igual tamaño hay en Sais, y tendido del mismo modo que el coloso de Menfis. Amasis fue también el que construyó en honor de Isis el santuario que está en Menfis, que es grande y muy digno de contemplarse.
177. Dícese que bajo el reinado de Amasis fue cuando el Egipto más prosperó, así por el beneficio que el río proporcionaba a la tierra, como por lo que la tierra proporcionaba a los hombres; y que había entonces allí, en todo, veinte mil ciudades habitadas. Amasis es quien dictó a los egipcios esta ley: cada año todo egipcio debe declarar al jefe de su nomo de qué vive; el que no lo hace ni declara un modo de vida legítimo, tiene pena de muerte. Solón de Atenas tomó del Egipto esta ley y la dictó a los atenienses, y éstos la observan para siempre, porque es una ley sin tacha.
178. Como amigo de los griegos, hizo Amasis mercedes a algunos de ellos, pero además, concedió a todos los que pasaban al Egipto, la ciudad de Náucratis como morada; y a los que rehusaran morar allí y venían en sus navegaciones, les dio lugares donde levantar a sus dioses altares y templos. Y por cierto el más grande de esos templos, el más famoso y más frecuentado, es el llamado Helenio. Éstas son las ciudades que lo levantaron en común: entre las jonias, Quío, Teos, Focea y Clazómena; entre las dóricas, Rodas, Cnido, Halicarnaso y Fasélide; y entre las eolias, únicamente Mitilene. De estas ciudades es el templo, y ellas nombran los jefes de emporio, pues todas las demás ciudades que pretenden tener parte en el templo, lo pretenden sin ningún derecho. Separadamente erigieron los eginetas su templo de Zeus, los samios otro de Hera, y los milesios de Apolo.
179. Antiguamente Náucratis, y ninguna otra ciudad, era el único emporio de Egipto; si alguien aportaba a cualquiera otra de las bocas del Nilo, había de jurar que no había sido su ánimo ir allá, y tras el juramento, debía navegar en su misma nave a la boca Canópica; y si los vientos contrarios le impedían navegar, debía rodear el Delta, transportando la carga en barcas hasta llegar a Náucratis: tal era el privilegio de Náucratis.
180. Cuando los Anficciones contrataron por trescientos talentos la fábrica del templo que está ahora en Delfos (porque el que estaba antes ahí mismo se había quemado por azar), tocaba a los de Delfos contribuir con la cuarta parte de la contrata. Recorrían los de Delfos las ciudades recogiendo presentes, y en cada colecta no fue del Egipto de donde menos alcanzaron, pues Amasis les dio mil talentos de alumbre y los griegos establecidos en Egipto, veinte minas.
181. Ajustó Amasis un tratado de amistad y alianza con los de Cirene, y no tuvo a menos casar allí, ya por antojo de tener una griega, ya aparte de esto por amistad con los de Cirene. Casó, pues, según unos, con una hija de Bato, hija de Arcesilao, según otros, con una hija de Critobulo, ciudadano principal, y su nombre era Ládica. Cuando Amasis se acostaba con ella, nunca podía llegar a conocerla, aunque se unía con las otras mujeres. Y como siempre sucedía lo mismo, Amasis dijo a esta Ládica: «Mujer, me has hechizado, y nada te salvará de perecer de muerte que jamás se haya dado a mujer alguna». Como a pesar de las negativas de Ládica no se aplacaba Amasis, ella prometió en su mente a Afrodita que si esa noche la conocía Amasis —pues éste era el remedio de su desgracia— le enviaría una estatua a Cirene. Después de la promesa, la conoció inmediatamente Amasis y desde entonces, siempre que se le allegaba Amasis la conocía y después de eso la amó mucho. Ládica cumplió su promesa a la diosa, pues mandó hacer una estatua y la envió a Cirene, y se conserva allí hasta mis tiempos, colocada fuera de la ciudad. A esta Ládica, cuando Cambises se apoderó de Egipto, y supo por ella quién era, la remitió intacta a Cirene.
182. Amasis también consagró ofrendas en Grecia: en Cirene la estatua dorada de Atenea, y un retrato suyo pintado; en Lindo dos estatuas de piedra ofrecidas a la Atenea de Lindo, un corselete de lino, obra digna de contemplarse; y dos retratos suyos, de madera, que hasta mis tiempos estaban en el gran templo detrás de las puertas. Hizo las ofrendas de Samo, por el vínculo de hospedaje que tenía con Polícrates, hijo de Eaces; las de Lindo, no por ningún vínculo de hospedaje, sino porque es fama que levantaron el santuario de Atenea en Lindo las hijas de Dánao, allí arribadas cuando huían de los hijos de Egipto. Fue el primer hombre que tomó a Chipre y la redujo a pagar tributo.






[1] Nomo equivalía a provincia o distrito, y recibía el nombre de su metrópoli o capital.
[2] Vientos del Norte que soplan periódicamente durante el verano, sobre el Mediterraneo oriental.

No hay comentarios:

Publicar un comentario