a. El minia Melampo, nieto de Creteo, vivía en
Pilos, Mesenia, y fue el primer mortal al que se concedieron los dones
proféticos, el primero que practicó la medicina, el primero que edificó templos
a Dioniso en Grecia y el primero que mezcló el vino con agua[1].
b. Su hermano Biante, por quien sentía gran afecto,
se enamoró de su prima Pero, y eran tantos los pretendientes a su mano que su
padre Neleo la prometió al hombre que pudiera ahuyentar de Milacas el ganado
del rey Fílaco. Éste apreciaba ese ganado más que cualquier otra cosa del
mundo, con excepción de su hijo único Ificlo, y lo guardaba personalmente con
la ayuda de un perro que nunca dormía y al que nadie se podía acercar.
c. Ahora bien, Melampo entendía el lenguaje de las
aves, pues le había limpiado los oídos, lamiéndoselos, una carnada agradecida
de serpientes jóvenes a las que había librado de la muerte a manos de sus
sirvientes y los cadáveres de cuyos padres había enterrado piadosamente.
Además, Apolo, con quien se encontró un día en las orillas del río Alfeo, le
enseñó a profetizar examinando las entrañas de las víctimas sacrificadas[2]. Así fue cómo supo que
quienquiera que tratase de robar el ganado de Fílaco lo recibiría como
obsequio, pero sólo después de haber estado encarcelado durante exactamente un
año. Como Biante estaba desesperado, Melampo decidió ir al establo de Fílaco en
plena noche, pero tan pronto como intentó tocar una vaca el perro le mordió en
la pierna y Fílaco, levantándose de un salto de la paja en que dormía, lo hizo
encarcelar. Eso era, por supuesto, lo que esperaba Melampo.
d. En la tarde del día en que terminaba su año de
encarcelamiento oyó Melampo a dos carcomas que hablaban en el extremo de la
viga que se introducía en la pared sobre su cabeza. Una de ellas preguntó con
un suspiro de cansancio:
—¿Cuántos días de roer nos quedan todavía, hermana?
La otra, con la boca llena de polvo de madera,
contestó:
—Estamos progresando mucho. La viga caerá mañana al
amanecer si no perdemos el tiempo en conversaciones inútiles.
Melampo gritó al oír eso:
—¡Fílaco, Fílaco, te ruego que me traslades a otra
celda!
Aunque Fílaco se rió de las razones de Melampo, le
trasladó a otra celda. Cuando la viga cayó en la hora predicha y mató a una de
las mujeres que ayudaban a sacar la cama, la presciencia de Melampo dejó
asombrado a Fílaco.
—Te concederé la libertad y el ganado —le dijo— si
curas de la impotencia a mi hijo Ificlo.
e. Melampo accedió. Comenzó la tarea sacrificando
dos toros a Apolo, y después de haber quemado los fémures con la grasa, dejó las
reses muertas junto al altar. Poco después descendieron dos buitres y uno de
ellos le dijo al otro:
—Deben haber pasado varios años desde que estuvimos
aquí la última vez. Fue cuando Fílaco castraba carneros y nosotros tuvimos
nuestros gajes.
—Lo recuerdo —dijo el otro— Ificlo que entonces era
todavía un niño, vio que se le acercaba su padre con un cuchillo manchado con
sangre y se asustó. Al parecer temía que le castrara también a él, porque se
puso a gritar con todas sus fuerzas. Fílaco clavó el cuchillo en el peral
sagrado que se alzaba aquí, para no perderlo, mientras corría a consolar a
Ificlo. Ese susto explica la impotencia. ¡Pero Fílaco se olvidó de recoger el
cuchillo! Allí está todavía, clavado en el árbol, pero la corteza ha cubierto
su hoja y sólo se ve el extremo del mango.
—En ese caso —observó el primer buitre— el remedio
de la impotencia de Ificlo sería extraer el cuchillo, raspar el orín dejado por
la sangre de carnero y administrárselo, mezclado con agua, durante diez días
seguidos.
—Estoy de acuerdo —declaró el otro buitre—. ¿Pero
quién aún con menos inteligencia que nosotros, sería lo suficientemente sensato
como para prescribir semejante medicina?
f. Así pudo Melampo curar a Ificlo, quien no tardó
en engendrar un hijo llamado Podarces; y, habiendo reclamado primeramente el
ganado y luego a Pero, entregó ésta, todavía virgen, a su agradecido hermano
Biante[3].
g. Ahora bien, Preto, hijo de Abante, que reinaba en
Argólide juntamente con Acrisio, se había casado con Estenebea,
quien le dio tres hijas llamadas Lisipe, Ifínoe e Ifianasa, aunque algunos
llaman a las dos menores Hipónoe y Cirianasa. Bien porque habían ofendido a
Dioniso, o bien porque habían ofendido a Hera por haber incurrido excesivamente
en amoríos, o robando el oro de su imagen en Tirinto, la capital de su padre,
los dioses enloquecieron a las tres, que recorrían furiosas las montañas como vacas
picadas por el tábano, conduciéndose de la manera más desordenada y atacando a
los viajeros[4].
h. Cuando Melampo se enteró de eso fue a Tirinto y
se ofreció a curarlas, con la condición de que Preto le recompesara con la tercera
parte de su reino.
—El precio es demasiado alto
—replicó Preto bruscamente, y Melampo se retiró.
La locura se extendió a las mujeres argivas, muchas
de las cuales mataban a sus hijos, abandonaban sus hogares y en su desvarío
iban a unirse a las tres hijas de Preto, por lo que no había seguridad en los
caminos y los rebaños de ovejas y el ganado vacuno sufrían fuertes pérdidas,
porque las mujeres desenfrenadas descuartizaban a los animales y los devoraban
crudos. Al ver eso Preto se apresuró a llamar a Melampo para decirle que
aceptaba sus condiciones.
—No, no —dijo Melampo—, así como ha aumentado la
enfermedad, así también han aumentado mis honorarios. Dame a mí una tercera
parte de tu reino y dale otra tercera parte a mi hermano Biante, y me
comprometo a librarte de esa calamidad. Si te niegas, no quedará en su hogar
una sola mujer argiva.
Preto aceptó y Melampo le aconsejó:
—Promete veinte bueyes rojos a Helio —yo te diré lo
que debes decir— y todo andará bien.
i. En conformidad, Preto prometió los bueyes a
Helio, con la condición de que sus hijas y las acompañantes de éstas se
curasen, y Helio que lo ve todo, prometió inmediatamente
a Artemis que le daría los nombres de ciertos reyes que no habían hecho sacrificios,
con la condición de que convenciera a Hera para que anulara su maldición de las
mujeres argivas. Ahora bien, Artemis había perseguido y dado muerte
recientemente a la ninfa Calisto para complacer a Hera, por lo que no tuvo
dificultad en ponerla de su lado en el asunto. Así es como se hacen las cosas
tanto en el cielo como en la tierra: una mano lava a la otra.
j. Luego Melampo, ayudado por Biante y un grupo
escogido de jóvenes fornidos condujeron a la desordenada multitud de mujeres de
las montañas a Sición, donde se curaron de su locura, y luego las purificaron
mediante la inmersión en un pozo sagrado. Como no encontraron a las hijas de
Preto entre aquella chusma, Melampo y Biante fueron otra vez en su busca y
persiguieron a las tres hasta Lusi en Arcadia, donde se refugiaron en una cueva
que daba al río Estigia. Allí Lisipe e Ifianasa recuperaron su juicio y se purificaron,
pero Ifínoe había muerto en el camino.
k. Melampo, se casó luego con Lisipe; Biante (cuya
esposa Pero había muerto hacía poco) se casó con Ifianasa, y Preto recompensó a
ambos de acuerdo con su promesa. Pero algunos dicen que el verdadero nombre de
Preto era Anaxágoras[5].
*
1. Todos los hechiceros alegaban que les habían
lamido los oídos las serpientes, de las que se sostenía que encarnaban los
espíritus de los héroes oraculares («El lenguaje de los animales», por J. R.
Frazer, Archeological Review, i,
1888), y que así podían comprender el lenguaje de las aves y los insectos
(véase I05.g y 158.p). Los sacerdotes de Apolo parecen haber sido
excepcionalmente astutos al alegar que profetizaban por este medio.
2. La impotencia de Ificlo es real más bien que
mítica: el orín del cuchillo para castrar sería una cura psicológica apropiada
para la impotencia causada por un temor súbito y estaría de acuerdo con los
principios de la magia simpática. Apolodoro describe el árbol en el cual fue
clavado el cuchillo como una encina, pero es más probable que fuera el peral
silvestre consagrado a la Diosa Blanca del Peloponeso (véase 74.6), que da sus
frutos en mayo, el mes de la castidad forzosa; Fílaco había agraviado a la diosa
al herir su árbol. La alegación del hechicero de que le habían enseñado el
tratamiento los buitres —aves importantes en los augurios (véase 119.z)—
reforzaría la creencia en su eficacia. Al nombre de Pero se le ha dado el
significado de «mutilado o deficiente», referencia a la impotencia de Ificlo,
que es el tema principal de la fábula, más bien que el significado de «saco de
cuero», referencia al dominio que Pero tenía de los vientos (véase 36.1).
3. Parece que «Melampo», un caudillo de los eolios
provenientes de Pilos, arrebató parte de Argólide a los pobladores cananeos que
se decían hijos de Abante (palabra semita que significa «padre»), es decir del
dios Melkarth (véase 70.5) e instituyó un reino doble. Su obtención del ganado
de Fílaco («guardián»), que poseía un perro que no dormía, recuerda el décimo
trabajo de Heracles, y el mito se basa igualmente en la costumbre helena de comprar
una novia con el producto de un robo de ganado (véase 132.1).
4. «Preto» parece ser otro nombre de Ofión, el
demiurgo (véase 1.a). La madre de sus hijas era Estenebea, la diosa Luna como
vaca, es decir, lo, que se volvió loca de un modo muy parecido (véase 56.a) y
sus nombres son títulos de la misma diosa en su capacidad destructora como
Lamia (véase 61.1), y como Hipólita, cuyas yeguas salvajes descuartizaban al
rey sagrado al final de su reinado (véase 71.a). Pero la orgía para la que las
sacerdotisas de la Luna se disfrazaban de yeguas debe distinguirse de la danza
del tábano para producir la lluvia, para la que se disfrazaban de novillas
(véase 56.1); y de la orgía otoñal del culto a la cabra, cuando despedazaban a
niños y animales bajo la influencia tóxica del aguamiel, el vino o la cerveza
de hiedra (véase 27.2). La toma por los eolios del templo de la diosa en Lusi,
relatada aquí en forma mítica, puso fin a las orgías de las yeguas salvajes; la
violación de Deméter por Posidón (véase 16.5) registra el mismo acontecimiento.
Las libaciones hechas a la diosa Serpiente en un templo arcadio situado entre
Sición y Lusi pueden explicar la fábula de la muerte de Ifínoe.
5. El reconocimiento oficial en Delfos, Corinto,
Esparta y Atenas del culto extático del vino correspondiente a Dioniso, hecho
muchos siglos después, tenía por finalidad desalentar todos los ritos
anteriores más primitivos; y parece haber puesto fin al canibalismo y al
asesinato ritual, excepto en las partes más salvajes de Grecia. En Patras,
Acaya, por ejemplo, Ártemis Tridaria («triple asignadora de suertes») había
exigido el sacrificio anual de niños y niñas, con las cabezas coronadas de
hiedra y trigo, en las orgías de la cosecha. Esta costumbre, que, según se
decía, tenía por objeto expiar la profanación del templo por dos amantes,
Melanipo y Cometo, sacerdotisa de Ártemis, terminó con la llegada de un arca
que contenía la imagen de Dioniso y que llevó Eurípilo (véase 160.x) desde
Troya (Pausanias: vii.19.1-3).
6. Melampodes
(«pies negros») es un nombre clásico común para los egipcios (véase 60.a); y
las fábulas acerca de cómo Melampo comprendía lo que decían las aves y los
insectos, es probable que sean de origen africano y no eolio.
[1]
Apolodoro: ii.2.2; Ateneo:
ii.p.45.
[2]
Apolodoro: i.9.11.
[3]
Homero: Odisea xi.281-97, con escoliasta;
Apolodoro: i.9.12.
[4] Hesíodo: Catálogo de mujeres; Apolodoro: ii.4.1;
Diodoro Sículo: iv.68; Servio sobre las Églogas
de Virgilio vi.48.
[5]
Apolodoro: ii.2.1-2; Baquílides:
Epinicia x.40-112; Herodoto: ix.34;
Diodoro Sículo: iv.68; Pausanias: ii.18.4; iv.36.3; v.5.5 y viii.18.3;
Escoliasta sobre las Odas nemeas de
Píndaro íx.13.
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