jueves, 14 de diciembre de 2017

71. LAS YEGUAS DE GLAUCO

a. Glauco, hijo de Sísifo y Mérope y padre de Belerofontes vivía en Potnias, cerca de Tebas, donde menospreciando el poder de Afrodita, no permitió que sus yeguas criasen. De ese modo esperaba hacerlas más briosas que otras competidoras en las carreras de carros, que constituían su interés principal. Pero Afrodita se sintió ofendida y se quejó a Zeus de que Glauco había llegado a alimentar a las yeguas con carné humana. Cuando Zeus le permitió hacer lo que deseara contra Glauco, ella llevó a las yeguas una noche a que bebieran de un pozo que le estaba consagrado y pacieran una hierba llamada hipomanes que crecía en su boca. Hizo eso poco antes que Jasón celebrara los juegos fúnebres de Pelias en la costa marítima de Yolco, y, tan pronto como Glauco unció las yeguas a su carro, los animales se desbocaron, derribaron el carro y arrastraron a Glauco por el suelo, enredado en las riendas, por todo lo largo del estadio, y luego lo devoraron vivo[1]. Pero algunos dicen que esto sucedió en Potnies, y no en Yolco; y otros que Glauco se arrojó al mar afligido por Melicertes, el hijo de Atamante; o que Glauco era el nombre que se dio a Melicertes después de su muerte[2].
b. El ánima de Glauco, llamada Taraxipo, o Excita-caballos, todavía frecuenta el Istmo de Corinto, donde su padre Sísifo le enseñó por primera vez el arte del auriga, y se deleita asustando a los caballos en los Juegos ístmicos, causando así muchas muertes. Otro asustador de caballos es el espectro de Mirtilo, a quien mató Pélope. Frecuenta el estadio de Olimpia, donde los aurigas le ofrecen sacrificios con la esperanza de evitar la muerte[3].

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1. Los mitos de Licurgo (véase 27.e) y Diomedes (véase 130.b) sugieren que el rey sagrado pre-heleno era descuartizado al final de su reinado por mujeres disfrazadas de yeguas. En la época helena este ritual fue modificado de manera que la víctima moría arrastrada por una cuadriga, como en los mitos de Hipólito (véase 101.g), Layo (véase 105.d) Enómao (véase 109.j), Abdero (véase 130.1), Héctor (véase 163.4) y otros. En las festividades del Año Nuevo en Babilonia, cuando se creía que el dios Sol, Marduk, encarnado en el rey, estaba en el Infierno luchando con el monstruo marino Tiamat (véase 73.7), se dejaba suelto en la calle un carro tirado por cuatro caballos indómitos, para simbolizar el estado caótico del mundo durante la transmisión de la corona; probablemente con un muñeco que representaba al auriga trabado en las riendas. Si el ritual babilonio tenía el mismo origen que el griego, un niño interrex sucedería al Rey en el trono y el lecho durante su fallecimiento de un sólo día y al amanecer del día siguiente le arrastrarían detrás del carro, como en los mitos de Faetonte (véase 42.2) e Hipólito (véase 101.g). El Rey era entonces reinstalado en su trono.
2. El mito de Glauco es poco corriente. No sólo sufre las consecuencias del rompimiento del carro, sino que, además, le devoran lis yeguas. El que despreciara a Afrodita y no dejara que parieran sus yeguas índica una tentativa patriarcal de suprimir las festividades eróticas de Tebas en honor de las Potniadas («las poderosas»), o sea, la tríada de la Luna.
3. El Taraxipo parece haber sido una estatua regia arcaica que marcaba la primera vuelta del estadio; distraía a los caballos que corrían por primera vez en el estadio en el momento en que el auriga trataba de cortar camino y tomar la curva interior, pero era también el lugar donde se representaba el rompimiento del carro del rey viejo o su interrex quitándole las pezoneras (véase 109.j).
4. Es probable que Glauco («gris verdoso») fuera, en cierto sentido, el representante minoico que iba al Istmo (véase 90.7) con los edictos anuales y en otro Melicertes (Melkardi, «guardián de la ciudad»), título fenicio del rey de Corinto, quien teóricamente llegaba cada año, recién nacido, cabalgando en un delfín (véase 70.5 y 87.2), y era arrojado al mar cuando terminaba su reinado (véase 96.3).





[1] Homero: Ilíada vi.154; Apolodoro: ii.3.1; Pausanias: vi.20.9; Higinio: Fábulas 250 y 273; Ovidio: Ibis 557; Escoliasta sobre Orestes de Eurípides 318 y Fenicias 1131; Eliano: Naturaleza de los animales xv.25.

[2] Estrabón: ix.2.24; Ateneo: vii. págs. 296-7.

[3] Pausanias: vi.20.8.

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