1.
Migraciones de las tribus en el último tercio del ii milenio a. C.
Del siglo xiii al xii a. C., en la península
balcánica y en el Asia Menor se produjeron grandes migraciones de tribus, en el
curso de las cuales fueron sometidos a destrucción los reinos de Micenas y
Creta, y destruida Troya, produciéndose grandes cambios económico-sociales y
culturales en la cuenca del mar Egeo.
El resultado de estas migraciones tribales se hizo sentir más allá de
los límites del mundo creto-micénico. Aceleró la división del reino hitita,
minó definitivamente el dominio de los faraones de la XX dinastía en Palestina
y Fenicia y determinó, según la suposición de muchos científicos, la migración
de los etruscos desde el Asia Menor a la península apenina, migración que tuvo
tan importantes consecuencias para la antigua Italia.
En la literatura histórica soviética, la significación de estos
grandiosos procesos migratorios no era, hasta hace poco, estimada y a veces
incluso se la ignoraba. Esto se debió a la influencia de las concepciones de N.
I. Marr, quien rechazaba o minimizaba la significación histórica que tenían las
migraciones. Debe dejarse constancia, sin embargo, de que N. I. Marr y sus
continuadores no eran originales en estos problemas. Ya a finales del siglo XIX
el historiador burgués alemán I. Beloch intentó negar las migraciones dorias y
afirmó que las tribus griegas eran autóctonas de los sitios en que se las halla
en el primer milenio anterior a nuestra era.
El desplazamiento de las tribus en la cuenca del mar Egeo pasó a
realizarse en gran escala en la segunda mitad del segundo milenio a. C.
Por ello, se lo analiza como fenómeno regular, condicionado por el desarrollo
económico desigual de las diferentes regiones.
De impulso básico a esas migraciones sirvieron los movimientos de las
tribus dorias que habitaron originariamente en la periferia septentrional del
mundo aqueo y se dirigieron de allí hacia el sur desplazando a los aqueos y a
los cretenses. La causa de estos movimientos migratorios fue el desarrollo de
las fuerzas productivas, que provocó la primera gran división social del
trabajo y, como resultado de ello, la división social, la aparición de la
propiedad privada y la tendencia a la conquista de tierras, esclavos, ganado y
otros bienes.
De este modo, las migraciones masivas de las tribus dorias se operaron
en medio de la descomposición interior del régimen de la comunidad gentilicia
primitiva, cuando eran inevitables las guerras de conquista: «La guerra hecha
en el pasado únicamente para vengar la usurpación o con el fin de extender un
territorio que ha llegado a ser insuficiente, hácese ahora sin más propósito
que el saqueo y se convierte en una industria permanente.»
2. La
antigua tradición sobre las migraciones de las tribus en el último tercio del ii milenio a. C.
De las migraciones dorias dan noticia los autores antiguos, que se
valieron principalmente de mitos y leyendas acerca de los héroes y, en parte,
de datos toponímicos. Es comprensible que debemos utilizar con precaución estas
noticias y someterlas a una crítica cuidadosa. No obstante, la dirección
general que siguió la migración y sus principales etapas no provocan dudas. En
lo que respecta a la fecha de estas migraciones, los autores antiguos la hacen
coincidir con el final de la guerra de Troya: «Hasta después de la guerra de
Troya —señala Tucídides—, en la Hélade se operó el desplazamiento de los
habitantes y de las nuevas poblaciones, de tal manera que ese país conoció el
reposo y por ello no prosperaba.»
La tradición antigua conservó un recuerdo nítido de las migraciones de
los tesalios de Epiro a la región que recibió de ellos su nombre. Después de
esto, los beocios por ellos desplazados invadieron a su vez la Cadmea, se
apoderaron de ella y a su turno la denominaron Beocia.
Todos estos acontecimientos, tan acordes con los cálculos de
Tucídides, tuvieron lugar dentro de los sesenta años que siguieron a la caída
de Ilion; esto es, si se toman en cuenta los datos de la tradición de la guerra
de Troya (1194-1184 a. C.), ya a finales del siglo xii a. C.
Es entonces cuando, de acuerdo con los datos de la tradición antigua,
comienza el más grandioso movimiento migratorio de las tribus dorias. Tucídides
sitúa la conquista del Peloponeso por los dorios ochenta años después de la
caída de Ilión, es decir, en 1104. Sócrates y Eforo dan una fecha más tardía:
1069. En ambos casos, estos datos tradicionales se deben analizar solamente
como jalones cronológicos aproximados. Existen, como ya hemos mencionado,
sólidas bases para pensar que la migración doria tuvo lugar a finales del siglo
xiii. Por lo visto, esto se
vinculó con las migraciones anteriormente mencionadas de los tesalios y
beocios.
La tradición antigua explica estas migraciones masivas por las luchas
de poderosos héroes, forjadores del derecho hereditario, como si anteriormente
les hubiera pertenecido a ellos la tierra. En particular, la tradición acerca
de las invasiones dorias en el Peloponeso estaba estrechamente entrelazada con
las leyendas sobre la denominada «vuelta de los heráclidas», en las cuales se
cuenta cómo Heracles (Hércules) luchó por la posesión del Peloponeso y cómo sus
descendientes, los heráclidas, lo hicieron al frente de las tribus griegas y dorias
que invadieron dicha región. El fondo social de estos relatos mitológicos es
completamente claro. Los basileus de Argos, Esparta y Mesenia tendieron a
elevar su autoridad y fundar su derecho en los territorios conquistados,
haciendo referencia al derecho divino de sus antepasados. Y he aquí que fue
creada una complicada y artificial genealogía que hace remontar la ascendencia
real a Heracles, el héroe divinizado sobre cuyas hazañas se elaboraron tantos
mitos. Es característica de la tradición antigua trazar una severa distinción
entre los dorios y los heráclidas. Heracles se presenta como un héroe aqueo
cuya estirpe se emparenta con Perseo; se alia con Egimios, hijo de Doros,
fundador de las tribus dorias, y recibe de él la tercera parte del reino. El hijo
de Heracles, Hilos, desterrado del Peloponeso, se aleja hacia el norte, hacia
los dorios, y comparte del poder con los hijos de Egimios: Pánfilo y Dímano.
Los descendientes de Hilos reciben el nombre de híleos, y las otras dos tribus
dorias, dímanos y panfilios, son denominadas así en honor de sus ascendientes,
los hijos de Egimios.
Por medio de estas genealogías artificiales, los jefes dorios trataron
de probar, costara lo que costase, su origen aqueo. Incluso muchos siglos
después, cuando las migraciones dorias eran ya cosa de un lejano pasado, el rey
de Esparta, Cleómenes I, declara con orgullo a una sacerdotisa de Atenas: «no
soy dorio, sino aqueo». Por supuesto, es muy posible que los dorios admitieran
en su seno algunas gens aqueas. Incluso el nombre de las tribus de los pánfilos
es interpretado por ciertos investigadores como «gentes de todas las tribus»,
pero es sugestivo que precisamente los basileus tendieran a remontar su origen
no hacia los conquistadores, sino hacia las tribus vencidas. En esto puede ser
que se hiciera sentir el recuerdo de la más elevada cultura aquea del tiempo
micénico.
El mito de los heráclidas que pretendían la herencia de sus
ascendientes Heracles y Perseo parecía muy convincente a la mayoría de los
autores griegos como explicación de la invasión del Peloponeso por los dorios.
Solamente Tucídides tendió a descubrir las causas más profundas y reales de
este acontecimiento. Antes de la guerra de Troya y también largo tiempo después
de su destrucción, escribe, en la Hélade no hubo sedentariedad. «Por lo visto,
el país que hoy se denomina Hélade está poblado desde no hace mucho tiempo.
Antiguamente tuvieron lugar en él migraciones y cada pueblo dejaba fácilmente
su tierra, siendo desplazado por otros pueblos, cada vez en mayor número».
Tucídides explica claramente estos choques entre las tribus, por causas
puramente económicas: «la tendencia al lucro condujo a que los débiles llegaran
a ser esclavos de los más fuertes, así como las ciudades más poderosas,
apoyándose en su riqueza, subyugaban a las más pequeñas». Sin embargo,
Tucídides hace notar otras veces cómo regiones más desarrolladas en el sentido
económico fueron sometidas a los ataques de sus vecinos más retrasados. «Si
gracias a la feracidad del suelo —escribe— el poder de algunas tribus estaba
creciendo, entonces se engendraron desacuerdos internos que las llevaron a la
perdición y, al mismo tiempo, provocaban atentados por parte de las tribus
exteriores.» De esta manera, Tucídides subraya la desigualdad del desarrollo económico-social
de las diferentes partes de Grecia y llama la atención acerca de cómo la lucha
social (que él denomina discordias internas) facilitaba en las entrañas de la
sociedad más desarrollada la invasión de las tribus más atrasadas.
3. La
cuestión de las primeras poblaciones dorias
La cuestión de la patria original de las primeras tribus dorias es muy
complicada y confusa. Los autores antiguos dan nombres diferentes de comarcas
montañosas de la parte septentrional de Grecia como lugar de su más antigua
residencia. Al mismo tiempo, se señala la ausencia en los dorios de una
sedentariedad estable.
Así, de acuerdo con Herodoto, ellos ocuparon en tiempos inmemoriales,
«en la época del rey Deucalión», mítico contemporáneo del diluvio universal, la
Ftiótida, en el sur de Tesalia; después se trasladaron hacia el norte, a la
Hestiótida, al pie del Osa y del Olimpo, de donde fueron desplazados por los
cadmeos, y se asentaron en el Pindo.
Estas noticias son en parte confirmadas por otros autores. Píndalo,
que utilizara fuentes anteriores (por ejemplo, los poemas de Hesíodo), también
busca la patria de los dorios en la región de la cordillera del Pindo. Diodoro
de Sicilia, mucho más detalladamente que Herodoto, dilucida la permanencia de
los dorios en la Ftiótida recurriendo a toda clase de tradiciones.
Sin embargo, todos esos sitios no fueron los emplazamientos primitivos
de las tribus que nos interesan y es sintomático que la geografía homérica, en
particular la interesante descripción de los participantes en la guerra de
Troya, en la segunda canción de la Ilíada, ignora por completo todo el
ciclo legendario en que se apoyan los autores precitados, aunque el mismo
nombre de dorios era ya conocido para los creadores de la época homérica. Por
extraño que parezca, las antiguas menciones sobre los dorios se vinculan con la
isla de Creta.
En la Odisea leemos: «En medio del inquieto mar existe una
tierra hermosa y fértil, Creta, rodeada por todas partes de agua, isla abundante
en hombres y ciudades, de las que cuenta hasta noventa. En ellas se hablan y
escuchan diversidad de lenguas, pues moran allí los aqueos; los magnánimos
cretenses, sus naturales; los cidonios, los dorios de cabellos crespos,
divididos en tres tribus, y los divinos pelasgos. Entre las ciudades se halla
Cnosos...»
De este modo, según la Odisea, resulta que ya en la remota
antigüedad, cuando en los principales centros de la isla, como Cnosos, estaban
todavía establecidos los antecesores de los griegos, los pelasgos, penetraron
los dorios, desplazando más tarde a los antiguos habitantes o asimilándose a
ellos. Algunos investigadores suponen que los primeros pobladores dorios
ocuparon la parte oriental de Creta. Tal se desprende de los datos arqueológicos
(hallazgos de espadas del tipo septentrional en esta parte de la isla) y de la
nomenclatura geográfica. Las ciudades de Hierapitna y Día en la región señalada
corresponden con Di y Pinda, en el sur de la Macedonia meridional. En la
vecindad de la Ftiótida debe buscarse el lugar de origen de los dorios.
Partidarios de esa hipótesis (Veid, Dyer y otros) señalan que ello se
explica muy bien por la ausencia de menciones de los dorios en el segundo canto
de la Ilíada. La presencia de tribus que vivían al norte del Olimpo y en
el oeste de Tracia no era tomada en cuenta, ya que las mismas no se habían
aliado ni con los aqueos ni con los troyanos.
4.
Dirección y etapas básicas de las migraciones dorias
La vanguardia de los emigrantes dorios se desplazó hacia el sur, al
parecer por vía marítima. El mar Egeo, sembrado de islas, no presentaba mayores
obstáculos para sus migraciones, ni aun tomando en cuenta el primitivismo de
las embarcaciones de aquel entonces. Quizá no sea casual que las primeras
noticias sobre los dorios en los poemas homéricos aparezcan ligadas
precisamente con las islas de Creta y de Rodas.
En el segundo canto de la Ilíada, si bien los dorios no son
mencionados directamente, hay un interesante relato acerca de su jefe
Tlepólemo, hijo de Heracles, que mató a su tío y, temiendo la venganza de los
parientes, abandonó la patria con un gran ejército para peregrinar por los
mares: «Por fin pudo llegar a Rodas el peregrino que tantas penalidades ha
sufrido, y allí se estableció con los suyos, formando tres tribus, y se
hicieron querer por Zeus, que reina sobre los dioses y los hombres».
La característica división doria en tres tribus que existían en Rodas
y la pertenencia del jefe al clan de los heráclidas confirman este testimonio
épico, tanto más cuanto que en tiempos posteriores la población de esta isla
fue doria.
De este modo se pueden trazar, claro está que como suposición, las
primeras etapas de la migración doria: desde el sur de Macedonia, una de las
corrientes se trasladó por mar a las islas de Creta y Rodas y la otra por vía
terrestre a Tesalia y Epiro. Habiendo atravesado el desfiladero de las
Termópilas, ocuparon la Driópida, cuyo nombre cambiaron por el de Dórida.
Beloch, sometiendo a dura crítica la tradición antigua, afirma que
existe una consonancia casual que hace mucho tiempo condujo a la creación de la
leyenda sobre el origen septentrional de los dorios del Peloponeso. Señala
particularmente la insignificancia de territorio y la pobreza de la Dórida,
considerando que allí no podía haber alojamiento y sostén para tribus
numerosas. Sin embargo, contra semejante argumentación del investigador alemán
fueron formuladas objeciones de mucho peso por el historiador soviético
Schmidt. En primer lugar llamó la atención acerca del hecho de que las
fronteras de la Dórida no siempre fueron tales como en la época clásica. En la
antigüedad esta región podía haber sido mucho más amplia. Por otra parte, la
cantidad de los dorios en el siglo xii
no es posible imaginarla como particularmente numerosa. La Dórida continuó
siendo dórica en los tiempos posteriores, y los espartanos, considerándola su
metrópoli, tomaron por deber prestarle ayuda militar en caso de guerra con sus
vecinos.
Cabe pensar que es dudoso que la permanencia de las tribus dorias en
la Dórida haya sido prolongada. Dicha región era para la mayoría de los
inmigrantes tan sólo un sitio de tránsito en la ruta hacia el Peloponeso y
únicamente una minoría se establecía allí sólidamente.
Al parecer, de la Dórida los dorios se dirigieron al Peloponeso. De
acuerdo con la tradición arcadia, trataron primero de abrirse camino en la
península por tierra, a través del istmo, pero la tentativa fracasó. Muchos
siglos después, en la época de la guerra greco-persa, los tegeotas narraban con
orgullo la hazaña de su jefe, Equemo, que mató en duelo a Hilos, héroe epónimo
de una de las tribus dorias. Según la leyenda, después del primer fracaso, los
conquistadores eligieron la vía marítima, medio por el cual obtuvieron esta vez
pleno éxito. Con ayuda de los locrios, que traicionaron a los aqueos, navegaron
a través del golfo de Corinto, desde Naupacta hasta el promontorio del Riy y
penetraron en el interior de la península. Pasaron sin detenerse por Acaya y
Arcadia, y ocuparon las regiones más densamente pobladas del Peloponeso:
Argólida, Laconia, Mesenia y el istmo.
La conquista siguió gradualmente. La invasión terrestre fue reforzada
por embarcaciones que navegaban por el Egeo. La invasión en el istmo de Corinto
comenzó con el desembarco en Soligeios, en la orilla del golfo Sarónico. En la
conquista de Argos, el punto de apoyo de los dorios fue el punto costero
denominado Temenión. Megara fue conquistada en una época considerablemente
posterior en relación con Corinto, y la colonizaron inmigrantes dorios
(dorización). La Argólida fue asimilada por los dorios también gradualmente. La
población local conservó los derechos civiles y formó tribus complementarias
que se unieron a las tres tribus dorias. Por vía pacífica fueron asimiladas
Flionte, Trecene y Sición; los habitantes de esas ciudades compartieron sus
tierras con los forasteros y ulteriormente se fundieron con ellos. En otros
casos, los aqueos emigraron de su patria, como, por ejemplo, sucedió en
Epidauro. Sea como fuere, después de la conquista de Argos, los dorios no
encontraron significativa resistencia en la parte nororiental del Peloponeso.
Mucho más lentamente, y con muchos obstáculos, se produjo la asimilación de la
Laconia.
En la parte occidental del Peloponeso, los dorios poblaron la Mesenia,
en un proceso acerca de cuyos acontecimientos tenemos pocas noticias, ya que la
tradición mesenia está muy desfigurada por las posteriores, que se refieren al
tiempo de la guerra con Esparta y al período que siguió al establecimiento de
la independencia de Mesenia (370 a. C.). En dicha tradición se
menciona la formación en territorio mesenio de una ciudad doria, Esteníclaros,
que jugó el mismo papel que Esparta en la Laconia. Es posible que la
consolidación de los dorios en Mesenia se produjera sólo después de su
conquista por los espartanos (xi
a. C.).
Más allá de las fronteras del Peloponeso, los dorios poblaron una
serie de islas (Creta, Egina, Tera, Rodas y otras) y al suroeste las costas del
Asia Menor (ciudades de Cnido, Halicarnaso y otras). En Creta y Rodas se
instalaron desde muy temprano, pero su predominio en esas islas se consolidó
solamente después de la colonización del Peloponeso.
Las migraciones dorias determinaron, y en lo fundamental y por un
largo tiempo, la ubicación de las tribus griegas. Los aqueos se conservaron
como grupo étnico aislado tan sólo en la Arcadia, región montañosa que no tiene
salida al mar y por lo mismo el más aislado en la Grecia meridional. Allí se
continuó utilizando el dialecto aqueo. La masa fundamental de la población
local del Peloponeso fue asimilada completamente por los dorios. Una parte de
los aqueos emigra hacia el Ática, las islas de Creta y Chipre, pero solamente
en esta última conservaron su dialecto.
Durante la invasión doria se separó definitivamente de las tribus el
grupo jonio, que más tarde desempeñaría papel tan importante en la historia de
Grecia. Su más antigua residencia es fijada por la tradición en el Ática y en
la Acaya. De esta última fueron desplazados por los aqueos, los cuales, a su
vez, lo fueron por los dorios. La afluencia de las tribus del Peloponeso
aceleró la posesión, por los jonios, de la parte sur del Ática, donde al principio
habían existido en gran número los pelasgos. Más adelante, los jonios poblaron
casi todas las islas del mar Egeo y parte de las costas del Asia Menor.
El cuarto gran grupo de las tribus griegas, los eolios, todavía antes
de la emigración de los dorios ocuparon Tesalia y Beocia, y más tarde
colonizaron Lesbos y la Eólida. La agrupación de las tribus en el territorio
noroeste no cambió esencialmente. Sólo de los lugares cercanos al mar, donde se
fundaron las colonias dorias (corintias), fueron desplazados los habitantes
locales.
5.
Los griegos y los pueblos del Asia Menor
Aún antes de la migración masiva descrita, las tribus aqueas
consiguieron radicarse en el Asia Menor, donde al parecer ya entonces fundaron
Mileto, que más tarde se convirtió en jónica. En el siglo xiv a. C. los aqueos son
mencionados en sus documentos por los hititas como vecinos occidentales de su
reino. En los comienzos del siglo xiii,
el rey hitita Dudjali condujo una guerra victoriosa contra el aqueo Atarisias.
Los mitos griegos, a su vez, también se refieren a las regiones
pobladas por los griegos, a frecuentes migraciones desde Grecia al Asia Menor
en una remota antigüedad. Así, el mítico héroe Belerofonce, que emigró de
Corinto al Asia Menor, donde gobernó junto con el rey Iobates de Licia,
permaneciendo allí hasta el fin de su vida, no obstante lo cual su nieto Glauco
recuerda su origen aqueo. El héroe arcadio Télefo también emigró al Asia Menor
y se estableció como rey de Misia. Su hijo Eurípilo es mencionado en la Odisea
en calidad de rey ceteo, seguramente de los hititas. (Reiteramos que es
probable que el nombre de Télefo, de acuerdo con la opinión de algunos
investigadores, corresponda al nombre hitita Telefina.)
Después de la desintegración de los hititas, las potencias griegas
mantuvieron estrechos vínculos con Frigia y Lidia. Según parece, el acervo
mitológico griego incluía temas de la epopeya de las tribus del Asia Menor.
Existen elementos que permiten suponer que las tribus griegas, conjuntamente
con las del Asia Menor, realizaron campañas en Palestina y Egipto. Es sabido,
por ejemplo, que alrededor del 1250 a. C., en Egipto irrumpieron los
aqueos y los etruscos (cuya patria era la Lidia, según la afirmación de Herodoto),
así como los antepasados de los lidios y otros.
Los ataques contra Egipto de los pueblos del Norte, marítimos, se
repiten a comienzos del siglo xii
a. C., en tiempos de Ramsés IV. Esta vez, junto a los aqueos encontramos a
los pelasgos y carios. Así también estas tribus pangriegas de la cuenca del
Egeo, bajo la presión de los dorios, se precipitaron sobre Egipto y Palestina.
Una parte se asentó en la costa palestina, pero en el valle del Nilo no
lograron éxito. Las inscripciones de Meneftah y Ramsés IV hablan de su completa
derrota, de lo cual tenemos referencias indirectas por uno de los relatos de la
Odisea, que habla de una desafortunada invasión de cretenses a Egipto y
con toda franqueza describe el carácter rapaz de esa expedición: «De pronto se
encendió en los cretenses el salvaje desenfreno y, enloquecidos, robaron los
campos feraces de los habitantes pacíficos de Egipto; se abalanzaron a raptar a
las mujeres y niños de corta edad, y a matar bestialmente a los varones. La
alarma llegó hasta los habitantes de la ciudad. Por la mañana temprano, un
fuerte ejército...», a cuyo frente estaba el faraón, derrotó a los cretenses.
De esta forma, los documentos orientales están completamente de
acuerdo con la tradición griega acerca de las migraciones masivas en la mitad
oriental del Mediterráneo durante los siglos xiii
y xii a. C. La guerra de
Troya y la migración doria, la colonización del Asia Menor y la derrota de los
«pueblos marítimos» en Egipto y Palestina fueron etapas separadas de estas
migraciones masivas. La historia de Grecia en el período analizado no puede ser
desprendida de la del Asia Menor.
A la mitología griega se transmitieron muchos temas hititas,
lidios y frigios. En el arte griego se advierten no pocos elementos orientales.
En particular, la representación de la Esfinge en forma de león alado con
rostro de mujer, que se remonta a un prototipo diferente del egipcio. El famoso
gorro frigio era un típico tocado hitita. De esta manera, la influencia de la
cultura oriental (del Asia Menor, Fenicia y Egipto) dejó ciertas huellas en el
desarrollo posterior de la cultura griega.
El momento culminante de las migraciones que describimos más arriba lo
constituyeron las migraciones a Italia de los etruscos, los cuales, como
fehacientemente lo prueba el investigador búlgaro B. Georgiev, descendían de
los troyanos.
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