sábado, 13 de enero de 2018

Augusto Progo de Lis Grecia Frente a Roma Historia de la Liga Aquea Libro I Arato de Sición 9. NUBARRONES DE OCCIDENTE

 9.
 NUBARRONES DE OCCIDENTE
  
 La recuperación de la Liga Aquea en 217 fue posible gracias a la campaña de Filipo en la Grecia central, que retuvo a la mayor parte de las fuerzas etolias en el norte. A mediados de ese verano los etolios volvieron a pedir la paz a través de Rodas y Quíos, a las que se unieron otros estados neutrales como Bizancio y Egipto. Filipo se mostró vagamente interesado, pero continuó las operaciones, preparando el traslado de sus fuerzas al Peloponeso para consolidar su predominio allí. Precisamente cuando se encontraba en Argos, presenciando los juegos atléticos Nemeos a la espera de la llegada del grueso de sus tropas, le llegó la sorprendente noticia de que el cartaginés Aníbal había derrotado hasta la aniquilación a un ejército romano en Trasimeno, en Etruria. Esto abría nuevas posibilidades, que inmediatamente consultó con su nuevo consejero, Demetrio de Faros.
 Demetrio fue un personaje singular. Condottiero griego, había conseguido cierta influencia al servicio del reino ilirio del Adriático hasta su derrota ante Roma en 229. Se puso entonces al servicio de los romanos, y poco después, desde su pequeño reino en Faros, se dedicó a la piratería en las costas del Adriático. Llegó a alcanzar la posición de regente del reino de Iliria, al casarse con la madre del heredero al trono, todavía menor de edad. Pronto estableció estrechas relaciones con la corte macedonia y participó, a la cabeza de un contingente ilirio, en la batalla de Selasia, en 222, a las órdenes de Antígono Dosón. En 219 fue desalojado de su reino de Faros por los romanos, cansados de sus actos de piratería y preocupados por la situación en el Adriático ante la inminencia de la guerra con Aníbal. Tras un año como jefe pirata en el Egeo, perseguido por los rodios, se puso al servicio de Filipo de Macedonia y rápidamente se convirtió en su consejero, deslumbrado el rey ante la figura del experimentado aventurero, que había recorrido todas las costas griegas desde al Adriático al Egeo. Demetrio excitó hábilmente la ambición del rey, y lo instó a aprovechar la derrota romana ante Aníbal. Con Roma debilitada, Filipo tenía a su alcance toda la costa adriática, tan bien conocida por Demetrio, que le serviría como trampolín hacia la rica región griega del sur de Italia. Se trataba de repetir la ambición de Pirro sesenta años después.
 ...creía [Demetrio] que lo debido en aquellas circunstancias era terminar, lo más pronto posible, la guerra contra los etolios e dedicarse a los problemas de la Iliria y a una subsiguiente expedición a Italia. Le aseguró que ya ahora toda Grecia estaba bajo su imperio y que seguiría estándolo: los aqueos lo harían espontáneamente, por la adhesión que sentían hacia él; y los etolios, constreñidos por el terror que les habían causado los hechos de la guerra presente. Una invasión de Italia, afirmó, era el principio del dominio universal, cosa que le correspondía a él más que a cualquier otro. Y éste era el momento, después de la derrota romana. Polibio, 5. 101.

 Por supuesto, no podemos estar seguros de que Polibio no esté cargando las tintas sobre los objetivos de Filipo, exagerándolos para justificar la posterior intervención romana en Grecia, pero la actuación del rey macedonio en los años siguientes nos hace pensar que en algún momento los tomó en serio. En todo caso, llevó a Macedonia a tomar partido en el gran conflicto mediterráneo que estaba a punto de estallar.

 Roma y Macedonia al inicio de la Segunda Guerra Púnica.
 Filipo decidió perseguir las quimeras de un imperio en Italia y se avino a parlamentar con los etolios. Reunido con los aqueos, éstos aceptaron iniciar las negociaciones. Los etolios, debilitados por las derrotas del año anterior, y presionados por la presencia de un ejército macedonio frente a sus costas, amenazando con una nueva invasión, recibieron aliviados los ofrecimientos de Filipo. Tras varias rondas de conversaciones el acuerdo final en Naupacto, en el otoño de 217, fue sorprendentemente fácil y benigno para ambas partes, que pudieron conservar las conquistas que mantenían en ese momento. La causa de esa rapidez la tenemos en el discurso de Agelao, el nuevo estratego etolio:
 ...en esta guerra da lo mismo que los romanos venzan a los cartagineses o que éstos triunfen de los romanos, ya que, mírese como se mire, lo lógico es que los vencedores no se den por satisfechos con la posesión de Italia y de Sicilia: acudirán aquí y ampliarán sus operaciones y desplegarán sus fuerzas más allá de lo que es justo. Todos debemos estar alerta, pero principalmente Filipo... si aguarda a que los nubarrones que ahora se levantan por occidente se cernieran sobre parajes griegos, mucho me temo que estas treguas y estas guerras, en una palabra, estos juegos con los que ahora nos entretenemos mutuamente se nos trunquen a todos... Polibio, 5. 104.
 Ante los riesgos del futuro, Grecia se echaba en los brazos de Macedonia, único poder capaz de enfrentarse a las potencias occidentales. Pero no debemos engañarnos. No cabe duda de que, para muchos griegos, agitar ante Filipo el trapo de la conquista de Italia era una forma elegante de alejarlo de sus sueños de hegemonía en Grecia. La consecuencia más importante fue que la diplomacia griega empezó a mirar hacia occidente. Filipo y sus aliados se fueron acercando a Aníbal, pero los estados que desconfiaban de los macedonios empezaron a pensar en Roma como posible contrapeso a su hegemonía. Mientras tanto, los aqueos pudieron creer que iniciaban un periodo de paz, protegidos por su estrecha alianza con los macedonios y la relación personal entre su líder, Arato, y el rey Filipo. Dos veces se habían visto en grave peligro, acosados por espartanos y etolios, y en ambas ocasiones la intervención macedonia, primero de Antígono Dosón, luego del propio Filipo, había resuelto las dificultades. En mayo de 216 fue elegido estratego uno de los más fieles seguidores de Arato, Timoxeno, mientras las ciudades se disponían a recuperar la normalidad, con la esperanza de que comenzaba un periodo de paz y prosperidad bajo una benévola hegemonía macedonia:
 Los aqueos, tan pronto se deshicieron de la guerra, eligieron por general a Timoxeno y se reintegraron a sus costumbres y modo de vida. Igualmente las restantes ciudades peloponesias recuperaron sus bienes, cultivaron las tierras, renovaron las asambleas y los sacrificios patrios y los demás ritos, tradicionales en cada lugar, en honor de los dioses. Las poblaciones casi habían olvidado todo eso debido a las guerras continuas precedentes. Polibio, 5, 106.
 En ese momento Filipo se preparaba para sus nuevos planes respecto a Roma. A finales de 217 condujo expediciones contra tribus tracias e ilirias de la frontera norte, para asegurarse una retaguardia tranquila, a la vez que incrementaba la experiencia de sus tropas. Durante el invierno organizó su expedición a Italia, y al iniciarse el verano de 216 concentró su ejército y una armada, y avanzó por mar hacia la costa adriática. Sin embargo, el rumor falso de que una flota romana había zarpado de Sicilia hizo que cundiera el pánico y Filipo se retiró de forma apresurada. Un paralelo antiguo con los ejemplos de la Armada de 1588, Napoleón en 1805 o Hitler en 1940. La gran superioridad naval romana impedía, excepto en caso de un acontecimiento extraordinario, que pudiera repetirse una gran invasión de Italia como la de Pirro medio siglo antes.
 Pero ese acontecimiento extraordinario pareció haber ocurrido justo en ese momento, semanas después de la huida de los macedonios. Las noticias, a mediados de agosto, de la enorme victoria cartaginesa en Cannas, con la destrucción simultánea de los dos ejércitos consulares romanos, devolvieron los ánimos a Filipo, y mandó embajadores a Italia con el objetivo de llegar a un acuerdo con Aníbal para el traslado del ejército macedonio a Italia. Tras varias vicisitudes los embajadores se reunieron con el general cartaginés, firmaron un pacto de alianza y llegaron al acuerdo de que los cartagineses obligarían a los romanos, una vez vencidos, a abandonar sus conquistas en la costa oriental del Adriático, que serían entregadas a Macedonia. Pero ese acuerdo no llegó a tiempo a oídos de Filipo. En el camino de regreso a Macedonia, los embajadores fueron retenidos por los romanos, que descubrieron así la alianza entre Aníbal y Filipo y, sobrecogidos todavía por la derrota en Cannas, se vieron enfrentados a una nueva amenaza desde oriente. Al contrario que muchos historiadores modernos, los romanos sí se tomaron en serio la posibilidad de un desembarco macedonio en Italia. El recuerdo de Pirro del Epiro, que había llegado a Italia y combatido a Roma sólo algo más de medio siglo antes, seguía vivo. E medio de una situación crítica, por la falta de hombres y de recursos para enfrentarse a Aníbal, cuando Roma estaba alistando esclavos para cubrir los huecos en sus filas, el senado ordenó apostar una flota de veinticinco quinquerremes en Brindisi al mando del pretor Marco Valerio Levino, para enfrentarse a la amenaza real de una acción macedonia a través del Adriático. No debemos nunca olvidar ese miedo, que Roma nunca olvidó, a una invasión macedónica, cuando nos refiramos a la política romana hacia Grecia en las décadas siguientes.
 Mientras tanto Filipo, ignorante del acuerdo establecido entre sus embajadores y Aníbal, y de la captura de aquellos, envió otra embajada, con lo que las noticias del asentimiento parcial de Aníbal a la alianza no le llegaron hasta el final del verano, cuando la temporada de navegación ya estaba terminando. Sin duda tuvo que sentirse decepcionado. Sus fantasías de dominio universal se veían reducidas a la promesa de Aníbal de apoyarle en la lucha por el control de la costa iliria. Sus energías tendrían que ser dirigidas hacia otro lado. Este malentendido entre Aníbal y Filipo fue, quizás, decisivo. Si Filipo hubiera tenido el apoyo de Aníbal para cruzar a Italia, es poco probable que Roma hubiera podido impedir su derrota, pero Italia era demasiado pequeña para las ambiciones de los dos caudillos. Aníbal, al reservarse para sí el control del sur de Italia, había sellado su destino, aunque todavía no lo sabía. A partir de 216 Filipo se olvidó de sus ilusiones imperiales y centró sus esfuerzos en Grecia, con lo que no volvería a presentarse otra posibilidad de llegar a una colaboración efectiva con Aníbal. Eso permitió a Roma recuperarse.
 A finales de año Filipo regresó al Peloponeso, donde se le presentó una nueva oportunidad de ampliar su hegemonía. Mesenia, en el extremo sudoccidental del Peloponeso, había tenido una historia dramática, semejante en cierta medida a la de la Polonia contemporánea. Perdió su independencia frente a Esparta durante el siglo VII antes de Cristo, derrota trágica tras la cual su rey Aristodemo se suicidó sobre la tumba de su hija, sacrificada por él para propiciarse la victoria. Los mesenios se convirtieron desde entonces en siervos de los espartanos, y durante siglos su territorio y su trabajo permitieron sostener a Esparta como gran potencia griega, a pesar de varias rebeliones fracasadas. Su liberación no llegó hasta mediados del siglo IV antes de Cristo, cuando Epaminondas de Tebas derrotó a Esparta y la obligó a abandonar Mesenia, que se organizó como una confederación de ciudades independientes. Los mesenios trataron desde entonces de permanecer al margen de los conflictos de la época, y aunque se vieron enfrentados de forma alternativa con espartanos, aqueos y etolios, consiguieron mantener su autonomía. Pero sus éxitos frente a los enemigos exteriores no fueron suficientes para enfrentarse a la crisis interna.
 Como ya vimos en la Esparta de Cleómenes, las desigualdades sociales llevaron a la formación de un movimiento de reforma, favorable a la redistribución de las tierras entre los ciudadanos y la abolición de las deudas, que se enfrentó, inevitablemente, con la oposición de los aristócratas propietarios. El conflicto estalló violentamente a finales de 215 y pronto degeneró en guerra civil. Filipo, aliado de los mesenios, se presentó en Messene, la capital, como mediador. Como en Esparta unos años antes, el rey macedonio se puso de parte del movimiento de reforma social, inspirando una violenta revolución que causó la muerte de unos doscientos propietarios, y el subsiguiente reparto de sus tierras entre los ciudadanos pobres. Filipo se manifestaba así, ahora abiertamente, como defensor de los desheredados, en un momento en que las ideas revolucionarias estaban ganando partidarios por toda Grecia. Muchos filósofos estoicos, como Cleantes de Asso, Blosio de Cumas o Esfero, estaban propagando una ideología de revolución social basada en los principios de igualdad de todos los individuos. Los monarcas griegos -ya vimos a Agis y Cleómenes de Esparta y a Antígono Gonatas de Macedonia- se apoyaron en esas ideas y en las demandas de reformas revolucionarias para presentarse como sostenedores de un nuevo modelo de sociedad, basado en una monarquía totalitaria que impusiera un orden igualitario, de una forma paralela a como surgieron los estados totalitarios del siglo XX a partir de los principios filosóficos de muchos pensadores del siglo XIX. Filipo V seguía aquí una tradición preexistente en su dinastía y viva en las teorías político-sociales de su tiempo, y que se mantendrían hasta la definitiva conquista romana, como veremos más adelante.
 Debemos tener en cuenta que las ciudades griegas estaban bajo el control, en casi todos los lados, de las oligarquías latifundistas, que seguían una política de independencia y resistencia frente a las intervenciones de los reinos helenísticos, tanto en Grecia como en Asia Menor. Apoyando los movimientos de reforma social, Filipo podía contar con una poderosa palanca en los asuntos internos de las ciudades. De nuevo el paralelo moderno con la política soviética, a lo largo de la mayor parte del siglo XX, de apoyar y sostener cualquier movimiento de reforma social o económica anti-liberal, anti-colonial o populista, tuviera o no bases ideológicas marxistas, como forma de ganar influencia internacional y capacidad de intervención en diferentes regiones del mundo. Arato de Sición llegó a Messene poco después de la revolución, sin ocultar su desagrado por lo ocurrido, que parecía seguir el modelo de la Esparta de Licurgo y amenazaba con extenderse a la propia Liga. Su hijo, Arato el joven, llegó a enfrentarse personalmente a Filipo, aunque la disputa no tuvo consecuencias inmediatas.
 El Peloponeso en 215
 La desconfianza aumentó pronto. En aquellos días Filipo, acompañado por su comitiva, subió a la cima del monte Itome, centro sagrado de Mesenia, a celebrar un sacrificio. Lo que ocurrió allí nos es descrito por Polibio, aunque no podamos estar totalmente seguros de la completa historicidad de la narración. Admirado de la fortaleza del recinto, Filipo preguntó a sus consejeros sobre la posibilidad de establecer en ella una guarnición. Demetrio de Faros le animó a hacerlo, ya que junto con el Acrocorinto y Orcómeno, Itome le permitiría controlar todo el Peloponeso. A continuación Arato fue invitado a expresar su opinión, y contestó con una amenaza apenas velada.
 Arato callaba, pero el rey le rogó que expusiera su opinión. Entonces, puesto en un aprieto, Arato contestó: Si te es posible ocupar este lugar sin romper tu trato con los mesenios, te aconsejo que lo tomes, pero si tomarlo ahora con tu comitiva te representa perder las demás acrópolis y la guardia que has recibido de Antígono para vigilar a los aliados, mira no te valga más ahora retirar a tus hombres de aquí, pero dejar intacta tu palabra: conservarás a los mesenios y también a los otros aliados. Polibio, 7. 11
 Aparentemente Filipo no se molestó, y abandonó Mesenia sin más intervenciones, pero su relación con Arato se enfrió desde entonces. El aqueo descubría definitivamente en ese momento el objetivo central de la monarquía macedonia de imponer un dominio soberano sobre Grecia, mientras que Filipo empezaba a tantear los límites a partir de los cuales su estrategia tendría que enfrentarse a la oposición de la Liga Aquea. Más adelante el rey invitó a Arato a acompañarle en su campaña iliria de 214, pero el aqueo trató de convencerle, infructuosamente, de que firmara la paz con Roma y abandonara sus proyectos de expansión en el Adriático. Las noticias procedentes de Italia mostraban que los romanos, lejos de desanimarse ante las derrotas del año anterior, estaban plantando cara ante Aníbal y preparándose para una guerra larga y, aunque la mayoría de los griegos seguía contando con la victoria de los cartagineses, la experiencia política de Arato, su contacto con los asuntos romanos y, muy posiblemente, su simpatía por Roma, le indicaban que el resultado final del conflicto no era tan claro y podría tardar todavía bastante tiempo. Pero Filipo, cansado de sus reprensiones, pensando que sus asuntos en el Peloponeso se habían estabilizado definitivamente, y con la mente fija en el objetivo de controlar la costa adriática, terminó por desplazarlo de su corte, molesto ante un consejero que le contradecía constantemente.

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