9.
NUBARRONES DE OCCIDENTE
La recuperación de la Liga Aquea en 217 fue posible gracias a la
campaña de Filipo en la Grecia central, que retuvo a la mayor parte de las
fuerzas etolias en el norte. A mediados de ese verano los etolios volvieron a
pedir la paz a través de Rodas y Quíos, a las que se unieron otros estados
neutrales como Bizancio y Egipto. Filipo se mostró vagamente interesado, pero
continuó las operaciones, preparando el traslado de sus fuerzas al Peloponeso
para consolidar su predominio allí. Precisamente cuando se encontraba en Argos,
presenciando los juegos atléticos Nemeos a la espera de la llegada del grueso
de sus tropas, le llegó la sorprendente noticia de que el cartaginés Aníbal
había derrotado hasta la aniquilación a un ejército romano en Trasimeno, en
Etruria. Esto abría nuevas posibilidades, que inmediatamente consultó con su
nuevo consejero, Demetrio de Faros.
Demetrio fue un personaje singular. Condottiero griego, había
conseguido cierta influencia al servicio del reino ilirio del Adriático hasta
su derrota ante Roma en 229. Se puso entonces al servicio de los romanos, y
poco después, desde su pequeño reino en Faros, se dedicó a la piratería en las
costas del Adriático. Llegó a alcanzar la posición de regente del reino de
Iliria, al casarse con la madre del heredero al trono, todavía menor de edad.
Pronto estableció estrechas relaciones con la corte macedonia y participó, a la
cabeza de un contingente ilirio, en la batalla de Selasia, en 222, a las
órdenes de Antígono Dosón. En 219 fue desalojado de su reino de Faros por los
romanos, cansados de sus actos de piratería y preocupados por la situación en
el Adriático ante la inminencia de la guerra con Aníbal. Tras un año como jefe
pirata en el Egeo, perseguido por los rodios, se puso al servicio de Filipo de
Macedonia y rápidamente se convirtió en su consejero, deslumbrado el rey ante
la figura del experimentado aventurero, que había recorrido todas las costas
griegas desde al Adriático al Egeo. Demetrio excitó hábilmente la ambición del
rey, y lo instó a aprovechar la derrota romana ante Aníbal. Con Roma
debilitada, Filipo tenía a su alcance toda la costa adriática, tan bien
conocida por Demetrio, que le serviría como trampolín hacia la rica región
griega del sur de Italia. Se trataba de repetir la ambición de Pirro sesenta
años después.
...creía [Demetrio] que lo
debido en aquellas circunstancias era terminar, lo más pronto posible, la
guerra contra los etolios e dedicarse a los problemas de la Iliria y a una
subsiguiente expedición a Italia. Le aseguró que ya ahora toda Grecia estaba
bajo su imperio y que seguiría estándolo: los aqueos lo harían espontáneamente,
por la adhesión que sentían hacia él; y los etolios, constreñidos por el terror
que les habían causado los hechos de la guerra presente. Una invasión de
Italia, afirmó, era el principio del dominio universal, cosa que le
correspondía a él más que a cualquier otro. Y éste era el momento, después de
la derrota romana. Polibio, 5. 101.
Por supuesto, no podemos estar seguros de que Polibio no esté
cargando las tintas sobre los objetivos de Filipo, exagerándolos para
justificar la posterior intervención romana en Grecia, pero la actuación del
rey macedonio en los años siguientes nos hace pensar que en algún momento los
tomó en serio. En todo caso, llevó a Macedonia a tomar partido en el gran
conflicto mediterráneo que estaba a punto de estallar.
Roma y Macedonia al inicio de la Segunda Guerra Púnica.
Filipo decidió perseguir
las quimeras de un imperio en Italia y se avino a parlamentar con los etolios.
Reunido con los aqueos, éstos aceptaron iniciar las negociaciones. Los etolios,
debilitados por las derrotas del año anterior, y presionados por la presencia
de un ejército macedonio frente a sus costas, amenazando con una nueva
invasión, recibieron aliviados los ofrecimientos de Filipo. Tras varias rondas
de conversaciones el acuerdo final en Naupacto, en el otoño de 217, fue
sorprendentemente fácil y benigno para ambas partes, que pudieron conservar las
conquistas que mantenían en ese momento. La causa de esa rapidez la tenemos en
el discurso de Agelao, el nuevo estratego etolio:
...en esta guerra da lo
mismo que los romanos venzan a los cartagineses o que éstos triunfen de los
romanos, ya que, mírese como se mire, lo lógico es que los vencedores no se den
por satisfechos con la posesión de Italia y de Sicilia: acudirán aquí y
ampliarán sus operaciones y desplegarán sus fuerzas más allá de lo que es
justo. Todos debemos estar alerta, pero principalmente Filipo... si aguarda a
que los nubarrones que ahora se levantan por occidente se cernieran sobre
parajes griegos, mucho me temo que estas treguas y estas guerras, en una
palabra, estos juegos con los que ahora nos entretenemos mutuamente se nos
trunquen a todos... Polibio, 5. 104.
Ante los riesgos del futuro, Grecia se echaba en los brazos de
Macedonia, único poder capaz de enfrentarse a las potencias occidentales. Pero
no debemos engañarnos. No cabe duda de que, para muchos griegos, agitar ante
Filipo el trapo de la conquista de Italia era una forma elegante de alejarlo de
sus sueños de hegemonía en Grecia. La consecuencia más importante fue que la
diplomacia griega empezó a mirar hacia occidente. Filipo y sus aliados se
fueron acercando a Aníbal, pero los estados que desconfiaban de los macedonios
empezaron a pensar en Roma como posible contrapeso a su hegemonía. Mientras
tanto, los aqueos pudieron creer que iniciaban un periodo de paz, protegidos
por su estrecha alianza con los macedonios y la relación personal entre su
líder, Arato, y el rey Filipo. Dos veces se habían visto en grave peligro,
acosados por espartanos y etolios, y en ambas ocasiones la intervención
macedonia, primero de Antígono Dosón, luego del propio Filipo, había resuelto
las dificultades. En mayo de 216 fue elegido estratego uno de los más fieles
seguidores de Arato, Timoxeno, mientras las ciudades se disponían a recuperar
la normalidad, con la esperanza de que comenzaba un periodo de paz y
prosperidad bajo una benévola hegemonía macedonia:
Los aqueos, tan pronto se
deshicieron de la guerra, eligieron por general a Timoxeno y se reintegraron a
sus costumbres y modo de vida. Igualmente las restantes ciudades peloponesias
recuperaron sus bienes, cultivaron las tierras, renovaron las asambleas y los
sacrificios patrios y los demás ritos, tradicionales en cada lugar, en honor de
los dioses. Las poblaciones casi habían olvidado todo eso debido a las guerras
continuas precedentes. Polibio, 5, 106.
En ese momento Filipo se preparaba para sus nuevos planes respecto
a Roma. A finales de 217 condujo expediciones contra tribus tracias e ilirias
de la frontera norte, para asegurarse una retaguardia tranquila, a la vez que
incrementaba la experiencia de sus tropas. Durante el invierno organizó su
expedición a Italia, y al iniciarse el verano de 216 concentró su ejército y
una armada, y avanzó por mar hacia la costa adriática. Sin embargo, el rumor
falso de que una flota romana había zarpado de Sicilia hizo que cundiera el
pánico y Filipo se retiró de forma apresurada. Un paralelo antiguo con los
ejemplos de la Armada de 1588, Napoleón en 1805 o Hitler en 1940. La gran
superioridad naval romana impedía, excepto en caso de un acontecimiento
extraordinario, que pudiera repetirse una gran invasión de Italia como la de
Pirro medio siglo antes.
Pero ese acontecimiento extraordinario pareció haber ocurrido
justo en ese momento, semanas después de la huida de los macedonios. Las
noticias, a mediados de agosto, de la enorme victoria cartaginesa en Cannas,
con la destrucción simultánea de los dos ejércitos consulares romanos,
devolvieron los ánimos a Filipo, y mandó embajadores a Italia con el objetivo
de llegar a un acuerdo con Aníbal para el traslado del ejército macedonio a
Italia. Tras varias vicisitudes los embajadores se reunieron con el general
cartaginés, firmaron un pacto de alianza y llegaron al acuerdo de que los cartagineses
obligarían a los romanos, una vez vencidos, a abandonar sus conquistas en la
costa oriental del Adriático, que serían entregadas a Macedonia. Pero ese
acuerdo no llegó a tiempo a oídos de Filipo. En el camino de regreso a
Macedonia, los embajadores fueron retenidos por los romanos, que descubrieron
así la alianza entre Aníbal y Filipo y, sobrecogidos todavía por la derrota en
Cannas, se vieron enfrentados a una nueva amenaza desde oriente. Al contrario
que muchos historiadores modernos, los romanos sí se tomaron en serio la
posibilidad de un desembarco macedonio en Italia. El recuerdo de Pirro del
Epiro, que había llegado a Italia y combatido a Roma sólo algo más de medio
siglo antes, seguía vivo. E medio de una situación crítica, por la falta de
hombres y de recursos para enfrentarse a Aníbal, cuando Roma estaba alistando
esclavos para cubrir los huecos en sus filas, el senado ordenó apostar una
flota de veinticinco quinquerremes en Brindisi al mando del pretor Marco
Valerio Levino, para enfrentarse a la amenaza real de una acción macedonia a
través del Adriático. No debemos nunca olvidar ese miedo, que Roma nunca
olvidó, a una invasión macedónica, cuando nos refiramos a la política romana
hacia Grecia en las décadas siguientes.
Mientras tanto Filipo, ignorante del acuerdo establecido entre sus
embajadores y Aníbal, y de la captura de aquellos, envió otra embajada, con lo
que las noticias del asentimiento parcial de Aníbal a la alianza no le llegaron
hasta el final del verano, cuando la temporada de navegación ya estaba
terminando. Sin duda tuvo que sentirse decepcionado. Sus fantasías de dominio
universal se veían reducidas a la promesa de Aníbal de apoyarle en la lucha por
el control de la costa iliria. Sus energías tendrían que ser dirigidas hacia
otro lado. Este malentendido entre Aníbal y Filipo fue, quizás, decisivo. Si
Filipo hubiera tenido el apoyo de Aníbal para cruzar a Italia, es poco probable
que Roma hubiera podido impedir su derrota, pero Italia era demasiado pequeña
para las ambiciones de los dos caudillos. Aníbal, al reservarse para sí el
control del sur de Italia, había sellado su destino, aunque todavía no lo
sabía. A partir de 216 Filipo se olvidó de sus ilusiones imperiales y centró
sus esfuerzos en Grecia, con lo que no volvería a presentarse otra posibilidad
de llegar a una colaboración efectiva con Aníbal. Eso permitió a Roma
recuperarse.
A finales de año Filipo regresó al Peloponeso, donde se le
presentó una nueva oportunidad de ampliar su hegemonía. Mesenia, en el extremo
sudoccidental del Peloponeso, había tenido una historia dramática, semejante en
cierta medida a la de la Polonia contemporánea. Perdió su independencia frente
a Esparta durante el siglo VII antes de Cristo, derrota trágica tras la cual su
rey Aristodemo se suicidó sobre la tumba de su hija, sacrificada por él para
propiciarse la victoria. Los mesenios se convirtieron desde entonces en siervos
de los espartanos, y durante siglos su territorio y su trabajo permitieron
sostener a Esparta como gran potencia griega, a pesar de varias rebeliones
fracasadas. Su liberación no llegó hasta mediados del siglo IV antes de Cristo,
cuando Epaminondas de Tebas derrotó a Esparta y la obligó a abandonar Mesenia,
que se organizó como una confederación de ciudades independientes. Los mesenios
trataron desde entonces de permanecer al margen de los conflictos de la época,
y aunque se vieron enfrentados de forma alternativa con espartanos, aqueos y
etolios, consiguieron mantener su autonomía. Pero sus éxitos frente a los
enemigos exteriores no fueron suficientes para enfrentarse a la crisis interna.
Como ya vimos en la Esparta de Cleómenes, las desigualdades
sociales llevaron a la formación de un movimiento de reforma, favorable a la
redistribución de las tierras entre los ciudadanos y la abolición de las
deudas, que se enfrentó, inevitablemente, con la oposición de los aristócratas
propietarios. El conflicto estalló violentamente a finales de 215 y pronto
degeneró en guerra civil. Filipo, aliado de los mesenios, se presentó en Messene,
la capital, como mediador. Como en Esparta unos años antes, el rey macedonio se
puso de parte del movimiento de reforma social, inspirando una violenta
revolución que causó la muerte de unos doscientos propietarios, y el
subsiguiente reparto de sus tierras entre los ciudadanos pobres. Filipo se
manifestaba así, ahora abiertamente, como defensor de los desheredados, en un
momento en que las ideas revolucionarias estaban ganando partidarios por toda
Grecia. Muchos filósofos estoicos, como Cleantes de Asso, Blosio de Cumas o
Esfero, estaban propagando una ideología de revolución social basada en los
principios de igualdad de todos los individuos. Los monarcas griegos -ya vimos
a Agis y Cleómenes de Esparta y a Antígono Gonatas de Macedonia- se apoyaron en
esas ideas y en las demandas de reformas revolucionarias para presentarse como
sostenedores de un nuevo modelo de sociedad, basado en una monarquía
totalitaria que impusiera un orden igualitario, de una forma paralela a como
surgieron los estados totalitarios del siglo XX a partir de los principios
filosóficos de muchos pensadores del siglo XIX. Filipo V seguía aquí una
tradición preexistente en su dinastía y viva en las teorías político-sociales
de su tiempo, y que se mantendrían hasta la definitiva conquista romana, como
veremos más adelante.
Debemos tener en cuenta que las ciudades griegas estaban bajo el
control, en casi todos los lados, de las oligarquías latifundistas, que seguían
una política de independencia y resistencia frente a las intervenciones de los
reinos helenísticos, tanto en Grecia como en Asia Menor. Apoyando los
movimientos de reforma social, Filipo podía contar con una poderosa palanca en
los asuntos internos de las ciudades. De nuevo el paralelo moderno con la
política soviética, a lo largo de la mayor parte del siglo XX, de apoyar y
sostener cualquier movimiento de reforma social o económica anti-liberal,
anti-colonial o populista, tuviera o no bases ideológicas marxistas, como forma
de ganar influencia internacional y capacidad de intervención en diferentes
regiones del mundo. Arato de Sición llegó a Messene poco después de la
revolución, sin ocultar su desagrado por lo ocurrido, que parecía seguir el
modelo de la Esparta de Licurgo y amenazaba con extenderse a la propia Liga. Su
hijo, Arato el joven, llegó a enfrentarse personalmente a Filipo, aunque la
disputa no tuvo consecuencias inmediatas.
El Peloponeso en 215
La desconfianza aumentó
pronto. En aquellos días Filipo, acompañado por su comitiva, subió a la cima
del monte Itome, centro sagrado de Mesenia, a celebrar un sacrificio. Lo que
ocurrió allí nos es descrito por Polibio, aunque no podamos estar totalmente
seguros de la completa historicidad de la narración. Admirado de la fortaleza
del recinto, Filipo preguntó a sus consejeros sobre la posibilidad de
establecer en ella una guarnición. Demetrio de Faros le animó a hacerlo, ya que
junto con el Acrocorinto y Orcómeno, Itome le permitiría controlar todo el
Peloponeso. A continuación Arato fue invitado a expresar su opinión, y contestó
con una amenaza apenas velada.
Arato callaba, pero el rey
le rogó que expusiera su opinión. Entonces, puesto en un aprieto, Arato
contestó: Si te es posible ocupar este lugar sin romper tu trato con los
mesenios, te aconsejo que lo tomes, pero si tomarlo ahora con tu comitiva te
representa perder las demás acrópolis y la guardia que has recibido de Antígono
para vigilar a los aliados, mira no te valga más ahora retirar a tus hombres de
aquí, pero dejar intacta tu palabra: conservarás a los mesenios y también a los
otros aliados. Polibio, 7. 11
Aparentemente Filipo no se molestó, y abandonó Mesenia sin más
intervenciones, pero su relación con Arato se enfrió desde entonces. El aqueo
descubría definitivamente en ese momento el objetivo central de la monarquía
macedonia de imponer un dominio soberano sobre Grecia, mientras que Filipo
empezaba a tantear los límites a partir de los cuales su estrategia tendría que
enfrentarse a la oposición de la Liga Aquea. Más adelante el rey invitó a Arato
a acompañarle en su campaña iliria de 214, pero el aqueo trató de convencerle,
infructuosamente, de que firmara la paz con Roma y abandonara sus proyectos de
expansión en el Adriático. Las noticias procedentes de Italia mostraban que los
romanos, lejos de desanimarse ante las derrotas del año anterior, estaban
plantando cara ante Aníbal y preparándose para una guerra larga y, aunque la
mayoría de los griegos seguía contando con la victoria de los cartagineses, la
experiencia política de Arato, su contacto con los asuntos romanos y, muy
posiblemente, su simpatía por Roma, le indicaban que el resultado final del
conflicto no era tan claro y podría tardar todavía bastante tiempo. Pero
Filipo, cansado de sus reprensiones, pensando que sus asuntos en el Peloponeso
se habían estabilizado definitivamente, y con la mente fija en el objetivo de
controlar la costa adriática, terminó por desplazarlo de su corte, molesto ante
un consejero que le contradecía constantemente.
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