viernes, 12 de enero de 2018

José Alberto Pérez Martínez Esparta Las batallas que forjaron la leyenda Batalla de Notio 406 a.C.

 

   Batalla de Notio 406 a.C.

  La batalla de Notio, una vez más protagonizada por espartanos y atenienses, supone otra decisiva victoria de los primeros en el último tramo de la Guerra del Peloponeso. Por un lado, supone una pequeña recuperación tras un largo período de estancamiento en el que se podría decir que Esparta experimenta un ligero retroceso con respecto a Atenas desde la victoria en Sicilia y la ocupación de la fortaleza de Decelia. Por otro lado, marca el viraje definitivo en las relaciones de Esparta con Persia que, a la sazón, se habían enturbiado a causa de un Tisafernes convertido en la marioneta del ateniense Alcibiades. Esa mejora de las relaciones entre Esparta y Persia tendrán, sin embargo, un protagonista de excepción, Lisandro, que de aquí a la conclusión de la guerra, será el auténtico hombre fuerte de la política lacedemonia y el gran artífice de su victoria en la guerra.


 Antecedentes

  Los años transcurridos entre 415 y 411 a.C. son los más difíciles para el bando ateniense. En primer lugar, Demóstenes y Nicias, estrategos atenienses, fueron duramente derrotados durante la campaña de Sicilia por los siracusanos apoyados por Esparta. No solo la derrota sino el modo en que se produjo, con una retirada y una masiva pérdida de hombres y barcos en el campo de batalla, sumió a Atenas en el más profundo de los pesimismos. Además, el que por entonces había sido depositario de la total confianza de los atenienses, Alcibíades, fue condenado en ausencia por un presunto sacrilegio y terminó recalando en la enemiga Esparta, donde tuvo una calurosa acogida. Tras este fatal desenlace en Sicilia solo dos años más tarde los atenienses fueron testigos de cómo eran “sitiados” por los espartanos muy cerca de su propio territorio: Decelia. Aquel lugar era de vital importancia para Atenas puesto que constituía la principal ruta de suministros para la ciudad. La mayor parte del abastecimiento de cereales se producía a través de aquel promontorio y su ocupación significaba que la única alternativa era la del cabo Sunio, al sur de Atenas, provocando la carestía de los alimentos y agravando la crisis de la ciudad que, poco a poco, veía como su tesoro público mermaba significativamente. Probablemente la peor de las noticias de este evento para los atenienses fuera enterarse de que había sido el mismo Alcibíades quien había animado a los espartanos a ocupar dicho lugar por saber que era de vital importancia para la ciudad. A diferencia de las primeras invasiones del Ática destinadas a devastar los campos atenienses, ésta si era especialmente dañina porque de aquí procedía la mayor parte del suministro de grano de Atenas. Además, su posición privilegiada en un alto, daba la posibilidad a los espartanos de tener la visión de todos los territorios que circundaban Atenas y, en consecuencia, ver con anticipación todos los movimientos del enemigo.

 

     Evidentemente, estos dos graves contratiempos no pasaron desapercibidos para el resto de ciudades griegas que pronto comenzaron a abandonar sus alianzas con Atenas y tampoco para el imperio persa, que vio una oportunidad única de reducir por fin al imperio ateniense de manera definitiva. Todo parecía allanarse, por tanto, para Esparta en su camino hacia la victoria. Pero la alianza con Persia, de la que tantos rendimientos se esperaban, se complicó hasta el extremo de alargar la guerra merced a las ambigüedades de éstos y los engaños y maquinaciones del ilustre Alcibíades.

 

   Esparta, por su parte, se mostraba exultante tras la victoria en Sicilia y el “cortejo” de los persas. Muchos de sus ciudadanos sintieron que disfrutarían de una mayor riqueza, que Esparta sería más poderosa y más grande y que las familias de algunos particulares verían por fin su prosperidad acrecentada (Diod. 11, 50). La alianza con Persia que podía proveerla tanto de dinero como de naves, era excepcionalmente interesante. El ofrecimiento persa se materializó a través de dos embajadas a Esparta: una desde Quíos y Eritras, al frente de la cual viajaba Tisafernes y otra al frente de la cual viajaba Farnabazo, sátrapa de la provincia helespontina del imperio. Ambas solicitaban la ayuda espartana para encender la rebelión contra Atenas, del mismo modo que antes lo habían hecho los eubeos y los lesbios. Así fue como se concluyó el tratado de Epílico, que arrancaba el compromiso de una “amistad duradera” entre lacedemonios y persas (Andoc. 29). Esparta finalmente se decantó por enviar naves a Quíos, y con Alcibíades y Calcideo al mando, lograron no solo la sublevación de ésta sino también un amplio eco entre otras ciudades próximas como Eritras, Clazómenas, Heras y Lebedo. Pero si hubo alguien que jugó un papel destacado a la hora de hacer realidad ese tratado entre Esparta y Persia, fue el prófugo ateniense Alcibiades. El hecho de que hubiera sido él el autor intelectual de la victoria de Sicilia y la exitosa fortificación de Decelia, le habían granjeado un gran prestigio en Esparta, cuyo máximo consejo se avenía con facilidad a escuchar sus propuestas. Sin embargo, los prometedores comienzos de la colaboración pronto vendrían a debilitarse merced a un asunto de alcoba que involucraba al mismo Alcibiades y a la esposa del rey espartano Agis, Timaea, con la que se dice mantuvo un apasionado romance. Como resultado de semejante affaire, el ateniense se vio obligado a huir de Esparta al saberse perseguido por la orden de captura que el monarca espartano emitió contra su vida. Su destino fue, precisamente, la corte de Tisafernes. Recordemos que Alcibíades había sido condenado en Atenas años antes y tras perder la protección de Agis, ahora se le unía la de Esparta. Pero si Alcibíades quedaba en una delicada situación, Esparta tampoco salía bien parada de su marcha. La estrecha relación que Alcibiades y Tisafernes empezaron a cosechar, derivó en las maquinaciones del primero para que el segundo no siguiera apoyando tan decididamente a la ciudad lacedemonia. Le explicó que lo que más interesaba a los persas era el equilibrio de fuerzas entre Esparta y Atenas en el Egeo, ya que la victoria de una podía significar un aumento de poder que pudiera hacer sombra al suyo. Así que instó a Tisafernes a reducir y dilatar la financiación de los lacedemonios y prolongar la guerra entre ellos. Los persas se dilataron bastante en pagar los sueldos a los peloponesios y, además, se estaban planteando la posibilidad de reducirles el salario. Lo que sí está claro es que Tisafernes entregó a Alcibíades toda su confianza (Thuc. 45, 2 // 46, 5) y a partir de entonces, la alianza perso-peloponesia comenzó a peligrar. Según Kagan, para Tisafernes la ayuda al bando peloponesio no había ido como esperaba. Él estaba convencido de una rápida expansión de la rebelión por toda jonia y una temprana conclusión de la guerra. Al no ser así, ésta se alargaría en el tiempo y requeriría de más tropas y más fondos. Para Esparta la pérdida del apoyo de Tisafernes significaba retroceder ampliamente. Los atenienses seguían dominando los mares y un enfrentamiento naval estaría claramente decantado a favor de Atenas como terminaría demostrándose.

 

     A pesar de ello, Esparta y Persia renovaron su alianza. A instancias de Terímenes, el tratado previo fue revisado y los espartanos lograron retocar algunos puntos que consideraban necesarios vista la experiencia previa. Puede que el tratado anterior no fuese equitativo, pero sí necesario. Los peloponesios apenas podían avanzar sin la ayuda de los persas y valga como prueba las empresas de Astíoco, navarco lacedemonio, poco antes del segundo tratado con Tisafernes. Desde Quíos había tratado de apagar cualquier intento de rebelión tomando rehenes y atacando todos los posibles puntos de resistencia ateniense, aunque finalmente no tuvo éxito. Sus estrategias fracasaron y además, el tiempo obró en su contra. Por otro lado, los lesbios solicitaron su ayuda para formar su rebelión. Sin embargo, las disensiones internas encabezadas por Corinto dieron al traste con dicha iniciativa. En un segundo intento por prender la mecha de la rebelión en Lesbos, Astíoco invitó a Pedárito, gobernador espartano de Quíos, a unirse a la empresa. Sin embargo, éste la rechazó lo que obligó a Astíoco a abandonar su plan. Unas veces por inferioridad naval, otras veces por disensiones internas, estaba claro que el bando peloponesio no estaba preparado todavía para presentar una candidatura seria a la victoria. Y eso a pesar de que la flota ateniense pasaba por sus momentos más bajos. Para el bando peloponesio no tener de su lado al imperio era como caminar sin guía por una senda oscura. Por ello, cuando la actitud de Tisafernes fue la de distanciarse del bando peloponesio, surgieron los problemas. En primer lugar, porque el imperio era la principal fuente de financiación de los marinos peloponesios y los constantes retrasos en los pagos perjudicaron gravemente a la moral de la tropa lo que irremediablemente desembocó en no pocas quejas públicas por parte de éstos. En segundo lugar, el papel que estaba desempeñando Astíoco, totalmente adherido y confiado de la buena voluntad de Tisafernes, tampoco jugó a su favor. Los propios peloponesios y especialmente los siracusanos, criticaban su falta de decisión y el hecho de haber dejado pasar varias oportunidades de asestar un duro golpe a los atenienses cuando no atacó su flota en el momento más adecuado. Precisamente, la excusa del supuesto envío de una flota fenicia prometida por Tisafernes fue lo que terminó por precipitar la ruptura de facto de Esparta con el sátrapa persa. Como relata Tucídides, parece que Astíoco se empeñó en esperar este refuerzo de barcos para atacar a los atenienses. Pero parece que, de hecho, él era el único que creía en la existencia de esa flota de apoyo. Por un lado, los peloponesios lo interpretaron como un gesto de cobardía para dilatar o evitar un ataque a la flota enemiga. Y, por otro lado, es muy probable que para ese momento Tisafernes ya se hubiera convencido de lo positivo que sería seguir el consejo de Alcibíades de no apoyar a ningún bando en concreto, por lo que no creo que estuviera entre sus planes enviar una flota (Thuc. 8, 88).  Después de esta enésima indecisión de Astíoco, se produjo en Samos una consecuencia inevitable. Tras regresar a Mileto, eludiendo una vez más el combate con los atenienses, fue presionado para que llevara a cabo una acción definitiva.  Clearco, capitán de cuarenta naves, marchó a informar de lo que estaba aconteciendo al sátrapa de Anatolia septentrional Farnabazo, quien había prometido pagarles el total de lo que se les adeudaba si le ayudaban a rebelar, todas las villas que tenían los atenienses en su provincia. La respuesta no se hizo esperar. La consecuencia de esta colaboración con Farnabazo la tenemos, en primer lugar, en que la paga de los soldados es satisfecha y, por otro lado, la armada peloponesia por fin se resuelve a una acción bélica, una vez que las naves de Míndaro han alcanzado hábilmente el Helesponto. Sin embargo, a pesar de la aparente mejoría de la situación de los soldados y la determinación de Míndaro a vencer en la batalla, los cambios no se traducen en una victoria y los desesperados atenienses, a pesar de la convulsa situación interna que vivían en los últimos tiempos, logran derrotar a la escuadra peloponesia en la batalla de Cinosema en 411 a.C. Esta victoria supuso un respiro para ellos, ya que, como dice Kagan, en caso de haber sido derrotados y perdida su flota, no habrían tenido tiempo para construir una nueva debido a la ausencia de fondos. La conclusión más importante de esta batalla es que, como dijimos al comienzo y como también confirma Kagan, Esparta gozaba ya de todo el apoyo material y logístico del imperio, pero le faltaba la singladura de la experiencia. Veintiún barcos peloponesios fueron capturados y el resto puesto en fuga hacia Abidos donde tenían su base en el Helesponto. Mientras, gracias a esta victoria, Atenas alargó su presencia en la contienda y recuperó Cícico que le permitió obtener dinero (Thuc. 8 ) y prepararse para un nuevo enfrentamiento.

 

     Esparta que no había sabido aprovechar esta primera oportunidad para dar un golpe de efecto a la guerra, no tardó en recomponerse e intentar una nueva acción encaminada al mismo resultado. Ello se desprende de lo dicho por Tucídides donde relata la toma de naves enemigas por parte de los peloponesios en Eleunte, seguramente a fin de rearmarse. Recordemos que éstos habían perdido veintiuna trirremes en la anterior contienda, lo que le restaba superioridad numérica con respecto a los atenienses. Puede que contrariados por la derrota, el bando peloponesio optara, además, por traer la flota de Dorieo, que se componía de catorce naves, hasta el Helesponto. Este oficial siracusano estaba embarcado tratando de aplacar una rebelión en Rodas, mientras sus movimientos estaban siendo vigilados por Alcibiades desde Samos. Cuando las naves de Dorieo fueron avistadas, los atenienses lograron bloquearlo y desviarle hasta la costa de Reteo, lo que provocó la salida precipitada de Míndaro y Farnabazo en su ayuda con ochenta y cuatro naves. Es importante reseñar como, tras haber perdido veintiún barcos en Cinosema, la flota peloponesia reaparece con un número incluso mayor que el anterior de naves preparadas para la lucha, concretamente noventa y siete (ochenta y cuatro de Míndaro y catorce de Dorieo) Cuando Kagan mencionaba que de haber perdido en Cinosema la flota ateniense habría estado abocada a la derrota final, se justifica diciendo que no habrían tenido ni tiempo ni fondos para reconstruir una nueva flota, y, sin embargo, los peloponesios, en apenas unos meses lograron restablecer prácticamente el mismo número de naves que tenían antes de la misma batalla (sin contar las de Dorieo). Esto solo puede explicarse por el apoyo que estaba recibiendo de Persia. Aunque es cierto que Tucídides refiere la toma de naves enemigas en Eleunte, es imposible imaginar que no se utilizaran fondos para reparar o incluso construir algunas de ellas. Y esos fondos provendrían de Persia, sin lugar a dudas.

 

    En cualquier caso, ambas flotas mantuvieron una lucha igualada hasta la aparición de Alcibiades con diez y ocho naves más, lo que elevó el número de naves atenienses a noventa y dos. Con un número de naves parejo, la experiencia ateniense volvió a decantar la balanza y al anochecer, el propio Míndaro optó por retirarse a Abidos y gracias a eso y a la oscuridad, evitó un desastre mayor. Los atenienses tomaron treinta naves peloponesias y quince que habían perdido en Cinosema (Xen. Hell. 1, 1, 6). Una vez más, la logística que los persas estaban brindando a la escuadra peloponesia se tornaban inútiles. De haber podido, los atenienses podían haber aniquilado casi por completo a la escuadra perso-peloponesia en aquella misma acción. Sin embargo, las rebeliones internas (caso de Eubea) a las que tenía que hacer frente y la ausencia de financiación les impidieron asestar el golpe definitivo. Solo la aparición, más tarde de Terámenes con veinte naves de Macedonia y Trasibulo con otras veinte (Xen. Hell. 1, 1, 12) les permitió replantearse la posibilidad de navegar hacia Cícico (donde se había reubicado la flota peloponesia) y enfrentarse de nuevo a Míndaro y Farnabazo. Ese lapsus de tiempo le valió a los peloponesios para que, una vez más, gracias al apoyo logístico persa, pudieran recomponer su flota y prepararse para otro nuevo asalto, el tercero casi consecutivo.

 

    Éste tuvo lugar en la primavera de 410 a.C. y una vez más, se demostró la pericia de Atenas en el mar. Sin saber Míndaro la cantidad de barcos que el enemigo había conseguido reunir (Xen. Hell. 1, 1, 15), se percató de cuarenta pero no contó con otros tantos de la flota Cardia (Diod. 12, 39, 4). Según Kagan, Míndaro cayó en la trampa pensando que tenía una superioridad de dos a uno. Simulando una retirada, Alcibiades -al que Atenas le había permitido de manera excepcional dirigir su armada- atrajo a su flota lejos de la costa y entonces giró en redondo. Míndaro logró acercarse a la costa para recibir el apoyo del ejército de tierra de Farnabazo lo que equilibró en parte la contienda. Sin embargo, la llegada de Terámenes con tropas terrestres para apoyar al resto de la escuadra ateniense terminó por doblegar a la fuerza combinada perso-peloponesia y al propio Míndaro, que perdió la vida luchando. Aquella doble victoria en tierra y mar redundó en la buena moral del bando ateniense que atrapó a todas las naves enemigas excepto las siracusanas y puso en fuga a los peloponesios que perdieron Cícico y con ello su influencia en el Helesponto. Los detalles de la batalla quedaron ampliamente relatados por Diodoro (13, 50-52). Es fácil hacerse a la idea de lo que el resultado supuso para ambos bandos. Mientras los atenienses celebraron la victoria llenos de ánimo, en el bando peloponesio cundió la desolación. Ello queda atestiguado por la carta enviada por Hipócrates a Esparta en la que afirmaba que las naves estaban perdidas, Míndaro muerto y los hombres hambrientos apostillando que no sabían qué hacer (Xen. Hell. 1, 1, 23). Parece bastante normal teniendo en cuenta que no solo habían fracasado en el mar que era el terreno en el que estaban obligados a ganar si querían vencer en la guerra, sino que en la última contienda también habían caído en tierra. El optimismo tras la sustitución de Tisafernes por Farnabazo se había tornado en un evidente pesimismo y la victoria que antes parecía más segura y cercana por poder presentar una candidatura seria a dominar el mar, corría el peligro de volver al punto de inicio y el empate técnico entre ambas potencias. Ni el dinero, ni la flota ni el apoyo persa se habían traducido en la superioridad esperada. Más bien al contrario, la escuadra peloponesia había perdido el control del Helesponto y la amenaza que se cernía sobre la principal ruta de suministro de grano para Atenas, se había disipado. Es decir, Esparta estaba ahora más lejos de su objetivo que hacía apenas un año a pesar de contar con mayor apoyo logístico.

 

    De nuevo, las relaciones de Esparta con Persia, que habían mejorado desde la elección de Farnabazo y el alejamiento de Tisafernes, volvieron a jugar un papel fundamental para evitar lo que hubiera sido la retirada definitiva de Esparta de la contienda marítima. De no haber tenido el apoyo económico persa, no es difícil imaginar que, tras haber perdido la flota entera, los peloponesios habrían tenido que regresar a casa no solo sin conseguir una victoria que se resistía sino además, con pocas expectativas de regresar pronto al combate ya que el monto para reconstruir una flota de aquellas dimensiones, superaría con creces las posibilidades financieras de toda la Liga del Peloponeso. Como veremos, ni siquiera las buenas intenciones de Farnabazo convencerían a los peloponesios para volver pronto a pelear. Sin embargo, el hecho de que el imperio persa estuviera decidido a invertir gran parte de sus esfuerzos en derrotar a Atenas, hizo que Farnabazo, recién consumada la derrota, alentara a sus aliados peloponesios y los proveyera de equipamiento para dos meses además de mantas (Xen. Hell.1, 1, 24). A diferencia de Tisafernes, la tutela de Farnabazo se estaba caracterizando por el pago puntual y regular de la soldada, lo que influía en el ánimo de los peloponesios. Además de eso, se reunió con los trierarcos y ordenó reconstruir cada uno de los barcos que se hubieran perdido en los astilleros de Antandros (Xen. Hell 1, 1,25).

 

     A pesar de estos esfuerzos de Farnabazo, los peloponesios habían perdido casi ciento cincuenta y cinco trirremes en apenas unos meses, lo que hacía deseable un período de paz. Así fue como Esparta acudió a Atenas con una propuesta de paz en la que se preveía la devolución de territorios y el canje de prisioneros (Diod.12, 52, 3). Puede que movidos por un exultante optimismo los atenienses la rechazaron. Si analizamos fríamente es una postura lógica. Como afirma Kagan, las relaciones con Tisafernes estaban prácticamente rotas y la derrota de Cícico que habría sorprendido al mismo Farnabazo, podía hacer que el rey persa optara por abandonar el apoyo que ofrecía a Esparta y preocuparse de otras zonas calientes de su imperio. Además hay que recordar que la iniciativa espartana de pedir la paz a Atenas sin contar con Persia suponía una violación de sus acuerdos, lo que empujaba aún más a la ruptura total de relaciones entre ambos.

 

 El resurgir de Esparta: Lisandro y Ciro

 

   A pesar de que debido a los malos resultados obtenidos la colaboración de Persia y Esparta estaba a punto de disolverse, el Gran Rey de Persia quiso dejar clara su total adscripción al bando peloponesio y para ello, comenzó a adoptar medidas encaminadas a reforzar esa alianza y concluir la guerra cuanto antes. Se apresuró a enviar a su hijo Ciro como káranos (Comandante supremo de las fuerzas militares) poniéndose al frente de todas las tierras de la costa (Xen. Hell. 1, 4, 3). Con Farnabazo en un segundo plano y Tisafernes apartado del mando, ahora sería Ciro quien se encargaría de guiar la colaboración de Persia con Esparta. El príncipe Ciro, por su parte, tenía sus propias aspiraciones. Ello no quiere decir que no estuviera interesado en apoyar a Esparta, pero era evidente que sus miras (junto con las de su madre Parisatis) estaban puestas en el trono de Persia, donde tenía no pocos enemigos. Ello le habría llevado a concebir el apoyo a Esparta como una suerte de inversión a largo plazo en su carrera hacia el trono. La oposición que su candidatura despertaría en su propio país podría quedar silenciada con el apoyo de una potencia extranjera.

 

   Si la entrada del imperio persa en favor del bando peloponesio resultó definitiva, el nombramiento de Lisandro como navarco también lo fue, al menos en la misma proporción. Las principales fuentes, Plutarco y Jenofonte, atribuyen el mérito de esa providencial ayuda a este singular espartano. Las calculadas gestiones que realizó para ganarse a Ciro, según estos escritores resultaron determinantes a la hora de decantar la guerra hacia un bando concreto.

 

   Desconocemos la fecha exacta de su nacimiento por lo que sería difícil tratar de determinar su edad. Su nacimiento fue fruto de la unión entre Aristócrito y una mujer hilota. Por tanto, Lisandro sería un mothax, una clase social inferior a los homoioi o espartiatas, resultante de la unión entre un espartiata y una mujer esclava. Este hecho no le libraría pues, de pasar una infancia que habría transcurrido en la más absoluta pobreza según nos informa Plutarco. Parece bastante cierto, además, que Lisandro fue un niño aplicado, obediente a sus superiores y moderado en sus pasiones. Como bien señala Plutarco, el único deseo que Lisandro no se preocupó en contener fue aquel que le serviría para ser honrado y recordado de por vida a la par de aquel que le entregara a Esparta el dominio de toda Grecia.  Además de un niño disciplinado se dice de él que también tuvo la virtud de la humildad y el desprecio por lo material, otras más de las atribuciones que se esperaban de un buen espartano. Plutarco nos dice que fue “más obsequiador que los poderosos” y que habiendo colmado a Esparta de riquezas con oro y plata después de la guerra, no guardó nada para sí mismo. Recordemos que tradicionalmente Esparta se había caracterizado por un sistema de vida austero y poco apegado a lo material. Por eso, cuando Plutarco dice que “llenó Esparta de riqueza” también añade “de codicia”. Muchos creen y, entre ellos Plutarco, que uno de los grandes males de Esparta fue el haber admitido todas las riquezas que le fueron entregadas tras la guerra. Señalan este hecho como el principio de su decadencia. Sin embargo, analizando los datos de manera fría y distante, podemos comprobar como el término de la guerra supuso para Esparta los años de mayor prosperidad ya que, gracias a ese dinero consiguió construir una flota capaz de enfrentarse a la ateniense y además, fue capaz de continuar su expansión hacia el este, presentándose en Asia con nuevas unidades militares que hasta entonces no se le conocían. Esparta, gracias a la victoria de Lisandro supo adaptarse a su nueva situación y sacar provecho de ella durante décadas.

 

   Con un Ciro que, a la sazón rondaría los 16 o 17 años, totalmente respaldado por el Gran Rey para apoyar a los lacedemonios y con un Lisandro dispuesto a encumbrar a Esparta hasta cotas nunca antes conocidas, la nueva colaboración resultó excepcionalmente fructífera. El joven heredero llenó de dinero las arcas espartanas y preparó los suficientes barcos como para que Esparta contara con una flota realmente competitiva y dispuesta a disputar el poderío en el mar a los atenienses. Reforzar la infantería habría servido de poco, ya que por lo visto anteriormente, las batallas más importantes se disputarían en el mar. Acerca de la entrevista que ambos mandatarios mantuvieron, es bueno rememorarla con las palabras del mismo Jenofonte: “(Lisandro) éste llegó a Rodas, tomó allí unas naves y partió para Cosa y Mileto, y desde aquí para Éfeso, y permaneció allí con setenta naves hasta que Ciro llegó a Sardes. Después que llegó, fue a verle con los embajadores a Lacedemonia. Allí entonces criticaban a Tisafernes por lo que había hecho y pedían a Ciro mismo que tomase más interés por la guerra. Ciro dijo que su padre le había ordenado eso y que él mismo no tenía otras intenciones que realizar todo; que había venido con quinientos talentos y que, si éstos no bastaban emplearía sus propios bienes, además de los que su padre y si también éstos eran insuficientes, destruiría el trono sobre el que estaba sentado, que era de oro y plata. Ellos le elogiaban por ello y le instaban a fijar un sueldo de una dracma ática diaria por tripulante, explicando que si el sueldo fuera éste, los remeros atenienses dejarían las naves y él gastaría menos dinero. Ciro dijo que ellos tenían razón pero que no podía hacer más de lo que el rey le ordenó; que había además unos convenios redactados así, dar treinta minas a cada nave al mes, cuantas quieran equipar los lacedemonios. Lisandro se calló entonces. Pero después de la cena, cuando Ciro brindó por él qué le agradaría más que hiciese, dijo: “Que añadas un óbolo al sueldo de cada tripulante”. Desde ese momento el sueldo fue de cuatro óbolos; antes de un trióbolo. Además, pagó lo que debía y adelantó el sueldo de un mes, de modo que el ejército estaba mucho más dispuesto.

 

       La reunión sirvió principalmente para que Ciro confirmara el respaldo del imperio a la causa peloponesia de manera rotunda. Por un lado quería poner fin al período de inestabilidad que habían supuesto los años de colaboración con Tisafernes y, por otro, deseaba que el conflicto entre los griegos concluyera de una vez por todas. Tanto Ciro como su padre fueron de la opinión de que les sería más cercano a sus intereses que fueran los peloponesios los que salieran mejor parados de semejante guerra civil ya que, el imperio marítimo ateniense siempre podría constituir un obstáculo a su propia existencia y estabilidad, amén de las afrentas causadas en el pasado. Ni los ruegos de los atenienses que enviaron embajadores a Ciro ni las insistencias de Tisafernes fueron escuchadas por el Gran Rey o por su hijo. El imperio había tomado una decisión y esta parecía irrevocable.

 

  

 

 La batalla

   Para Alcibíades, Notio tenía un gran atractivo  y es que, aunque no podía ser considerada como una base naval al uso, era un lugar desde donde realizar incursiones contra Éfeso, la base espartana. Además, podía romper la comunicación de esta ciudad con Quíos a fin de evitar la presencia espartana en el Helesponto.

 

  Por su parte, una de las primeras medidas adoptadas por Lisandro una vez comenzada la campaña, fue reunir una flota de 90 naves que estaban en Éfeso y prepararlas para entrar en combate. A pesar de esa ligera ventaja numérica, Lisandro no se precipitó. Por un lado, el tiempo estaba de su parte y su programa de entrenamiento de las tropas se había revelado lo suficientemente efectivo como para armar una flota eficaz. Por supuesto, todo ello conjugado con un notable aumento de salarios de los marinos merced a las donaciones de Ciro. Esto repercutió no solo en la buena moral de los soldados espartanos, sino también en que vació las naves enemigas de marineros, que solo atendían a razones económicas para luchar por uno u otro bando. Este hecho, sin embargo, debió de urgir a actuar al bando ateniense, antes de ver disminuidos sus efectivos sobremanera y arriesgarse a una derrota. Parece que Alcibiades intentó una y otra vez sin éxito que Lisandro saliera a presentar batalla, pero el lacedemonio no estaba dispuesto a arriesgar más de lo necesario y mantuvo su frialdad. Tras un mes de repetidos intentos, Alcibiades marchó de Notio para apoyar a la flota de Trasibulo en el asedio a Focea. Esta maniobra entendió que podría motivar la salida de Lisandro al combate, ya que la toma de Focea podría significar retener un excelente lugar desde el que lanzar ataques sobre otras ciudades de interés para Esparta. Por eso Alcibiades llevó solo naves de transporte y dejó en Éfeso al grueso de sus tropas a cargo de Antíoco, que pilotaba su nave. Parece que dicho nombramiento fue bastante polémico ya que Antíoco no ostentaba uno de los grandes rangos y semejante flota habría requerido de la experiencia de otro gran general al mando. La única orden expresa que Antíoco recibió de Alcibíades fue la de no atacar a Lisandro bajo ningún concepto. Aunque en un principio no tenía orden en tal sentido, Antíoco zarpó de Notio, ciudad próxima a Éfeso y se dejó ver con dos naves demasiado cerca de las de Lisandro. Este hecho debió de ser considerado una provocación por el navarca espartano que lanzó varias naves en su persecución. Sin embargo, este gesto no fue producto de la precipitación. Lisandro llevaba meses estudiando a la flota ateniense, gracias a las noticias que determinados desertores le pasaban. Además, también estaba al tanto de lo ocurrido en la batalla de Cícico, por lo que era buen conocedor de sus maniobras. Precisamente Antíoco quiso emular lo realizado por Alcibiades en Cícico, tratando de atraer a Lisandro a la batalla con el señuelo de una pequeña flota de avanzadilla que, más tarde y por sorpresa, sería reforzada por el resto de trirremes. De esa manera, calculaba Antíoco, las tropas de Lisandro saldrían del puerto a capturar la pequeña flota mientras el grueso de las naves atenienses bloquearía un hipotético regreso al puerto de éstas. Bloqueados ya en alta mar, a Lisandro no le quedaría otra opción que plantar batalla. Sin embargo, estos cálculos se hicieron sin tener en cuenta al genio militar que se hallaba encabezando las tropas espartanas. El barco de Lisandro se fue directo a por el de Antíoco y lo hundió. Las otras nueve naves que componían esa flotilla de anzuelo, se dieron a la fuga ante el espanto que les produjo la caída de su líder. En medio del caos y la confusión, la flota espartana comenzó a perseguir y dar caza a los huidizos atenienses. Las pocas naves de apoyo que habían quedado en el puerto de Notio se vieron obligadas a salir apresuradamente a ayudar al malogrado Antioco, lo que es probable que influyera en su desordenada formación. Aquello terminó costando a los atenienses una dolorosa derrota además de 22 trirremes y varios prisioneros. Enterado Alcibiades, regresó inmediatamente de Focea tres días después y trató de enmendar el error de su lugarteniente intentando sin éxito que la flota de Lisandro, ya recogida de nuevo en Éfeso, saliera a combatir. Pero Lisandro se mantuvo frío e inteligente. El número de barcos atenienses sobrepasaba en mucho a sus naves y habría supuesto una imprudencia sin sentido salir a pelear. En lugar de eso, prefirió atrincherarse y esperar acontecimientos, si bien le dio tiempo a erigir un trofeo en Notio para conmemorar su victoria.

 

  

 Consecuencias

   A pesar de la inyección de moral que para el bando espartano supuso aquella victoria, sus positivas consecuencias no tuvieron un eco inmediato. Lo que podría haber supuesto el inicio del fin de la guerra, todavía tuvo que dilatarse más por una cuestión puramente formal del ejército espartano. Y es que Lisandro había comandado la flota espartano bajo el título de navarco, cargo que por definición, solo podía desempañarse por espacio de un año no reelegible. Al poco de finalizar la batalla, la navarquía de Lisandro expiró y en su lugar fue elegido Calicrátidas. La valía de este gallardo general lacedemonio nunca debería ponerse en duda, pero su derrota frente a los atenienses en la siguiente batalla en la que ambas escuadras se enfrentaron (Batalla de Arginusas 406 a.C.) no solo le costó la vida, sino que emplazó a las autoridades espartanas a buscar una solución jurídica urgente a fin de reponer en su antiguo puesto al ya querido y victorioso Lisandro. Lograr ese equilibrio favorable en la guerra, le había llevado a Esparta demasiados años y bajo ningún concepto deseaban que la contienda volviera a igualarse.


 

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