Batalla de Notio 406 a.C.
La batalla de Notio,
una vez más protagonizada por espartanos y atenienses, supone otra decisiva
victoria de los primeros en el último tramo de la Guerra del Peloponeso. Por un
lado, supone una pequeña recuperación tras un largo período de estancamiento en
el que se podría decir que Esparta experimenta un ligero retroceso con respecto
a Atenas desde la victoria en Sicilia y la ocupación de la fortaleza de
Decelia. Por otro lado, marca el viraje definitivo en las relaciones de Esparta
con Persia que, a la sazón, se habían enturbiado a causa de un Tisafernes
convertido en la marioneta del ateniense Alcibiades. Esa mejora de las relaciones
entre Esparta y Persia tendrán, sin embargo, un protagonista de excepción,
Lisandro, que de aquí a la conclusión de la guerra, será el auténtico hombre
fuerte de la política lacedemonia y el gran artífice de su victoria en la
guerra.
Antecedentes
Los años
transcurridos entre 415 y 411 a.C. son los más difíciles para el bando
ateniense. En primer lugar, Demóstenes y Nicias, estrategos atenienses, fueron
duramente derrotados durante la campaña de Sicilia por los siracusanos apoyados
por Esparta. No solo la derrota sino el modo en que se produjo, con una
retirada y una masiva pérdida de hombres y barcos en el campo de batalla, sumió
a Atenas en el más profundo de los pesimismos. Además, el que por entonces
había sido depositario de la total confianza de los atenienses, Alcibíades, fue
condenado en ausencia por un presunto sacrilegio y terminó recalando en la
enemiga Esparta, donde tuvo una calurosa acogida. Tras este fatal desenlace en
Sicilia solo dos años más tarde los atenienses fueron testigos de cómo eran
“sitiados” por los espartanos muy cerca de su propio territorio: Decelia. Aquel
lugar era de vital importancia para Atenas puesto que constituía la principal
ruta de suministros para la ciudad. La mayor parte del abastecimiento de
cereales se producía a través de aquel promontorio y su ocupación significaba
que la única alternativa era la del cabo Sunio, al sur de Atenas, provocando la
carestía de los alimentos y agravando la crisis de la ciudad que, poco a poco,
veía como su tesoro público mermaba significativamente. Probablemente la peor
de las noticias de este evento para los atenienses fuera enterarse de que había
sido el mismo Alcibíades quien había animado a los espartanos a ocupar dicho
lugar por saber que era de vital importancia para la ciudad. A diferencia de
las primeras invasiones del Ática destinadas a devastar los campos atenienses,
ésta si era especialmente dañina porque de aquí procedía la mayor parte del
suministro de grano de Atenas. Además, su posición privilegiada en un alto,
daba la posibilidad a los espartanos de tener la visión de todos los
territorios que circundaban Atenas y, en consecuencia, ver con anticipación
todos los movimientos del enemigo.
Evidentemente, estos dos graves
contratiempos no pasaron desapercibidos para el resto de ciudades griegas que
pronto comenzaron a abandonar sus alianzas con Atenas y tampoco para el imperio
persa, que vio una oportunidad única de reducir por fin al imperio ateniense de
manera definitiva. Todo parecía allanarse, por tanto, para Esparta en su camino
hacia la victoria. Pero la alianza con Persia, de la que tantos rendimientos se
esperaban, se complicó hasta el extremo de alargar la guerra merced a las
ambigüedades de éstos y los engaños y maquinaciones del ilustre Alcibíades.
Esparta, por su parte, se mostraba exultante tras
la victoria en Sicilia y el “cortejo” de los persas. Muchos de sus ciudadanos
sintieron que disfrutarían de una mayor riqueza, que Esparta sería más poderosa
y más grande y que las familias de algunos particulares verían por fin su
prosperidad acrecentada (Diod. 11, 50).
La alianza con Persia que podía proveerla tanto de dinero como de naves, era
excepcionalmente interesante. El ofrecimiento persa se materializó a través de
dos embajadas a Esparta: una desde Quíos y Eritras, al frente de la cual
viajaba Tisafernes y otra al frente de la cual viajaba Farnabazo, sátrapa de la
provincia helespontina del imperio. Ambas solicitaban la ayuda espartana para
encender la rebelión contra Atenas, del mismo modo que antes lo habían hecho
los eubeos y los lesbios. Así fue como se concluyó el tratado de Epílico, que
arrancaba el compromiso de una “amistad duradera” entre lacedemonios y persas (Andoc. 29). Esparta finalmente se
decantó por enviar naves a Quíos, y con Alcibíades y Calcideo al mando,
lograron no solo la sublevación de ésta sino también un amplio eco entre otras
ciudades próximas como Eritras, Clazómenas, Heras y Lebedo. Pero si hubo
alguien que jugó un papel destacado a la hora de hacer realidad ese tratado
entre Esparta y Persia, fue el prófugo ateniense Alcibiades. El hecho de que
hubiera sido él el autor intelectual de la victoria de Sicilia y la exitosa
fortificación de Decelia, le habían granjeado un gran prestigio en Esparta,
cuyo máximo consejo se avenía con facilidad a escuchar sus propuestas. Sin
embargo, los prometedores comienzos de la colaboración pronto vendrían a
debilitarse merced a un asunto de alcoba que involucraba al mismo Alcibiades y
a la esposa del rey espartano Agis, Timaea, con la que se dice mantuvo un
apasionado romance. Como resultado de semejante affaire, el ateniense se vio obligado a huir de Esparta al saberse
perseguido por la orden de captura que el monarca espartano emitió contra su
vida. Su destino fue, precisamente, la corte de Tisafernes. Recordemos que
Alcibíades había sido condenado en Atenas años antes y tras perder la
protección de Agis, ahora se le unía la de Esparta. Pero si Alcibíades quedaba
en una delicada situación, Esparta tampoco salía bien parada de su marcha. La
estrecha relación que Alcibiades y Tisafernes empezaron a cosechar, derivó en
las maquinaciones del primero para que el segundo no siguiera apoyando tan
decididamente a la ciudad lacedemonia. Le explicó que lo que más interesaba a
los persas era el equilibrio de fuerzas entre Esparta y Atenas en el Egeo, ya
que la victoria de una podía significar un aumento de poder que pudiera hacer
sombra al suyo. Así que instó a Tisafernes a reducir y dilatar la financiación
de los lacedemonios y prolongar la guerra entre ellos. Los persas se dilataron
bastante en pagar los sueldos a los peloponesios y, además, se estaban
planteando la posibilidad de reducirles el salario. Lo que sí está claro es que
Tisafernes entregó a Alcibíades toda su confianza (Thuc. 45, 2 // 46, 5) y a partir de entonces, la alianza
perso-peloponesia comenzó a peligrar. Según Kagan, para Tisafernes la ayuda al
bando peloponesio no había ido como esperaba. Él estaba convencido de una
rápida expansión de la rebelión por toda jonia y una temprana conclusión de la
guerra. Al no ser así, ésta se alargaría en el tiempo y requeriría de más
tropas y más fondos. Para Esparta la pérdida del apoyo de Tisafernes
significaba retroceder ampliamente. Los atenienses seguían dominando los mares
y un enfrentamiento naval estaría claramente decantado a favor de Atenas como
terminaría demostrándose.
A pesar de ello, Esparta y Persia
renovaron su alianza. A instancias de Terímenes, el tratado previo fue revisado
y los espartanos lograron retocar algunos puntos que consideraban necesarios
vista la experiencia previa. Puede que el tratado anterior no fuese equitativo,
pero sí necesario. Los peloponesios apenas podían avanzar sin la ayuda de los
persas y valga como prueba las empresas de Astíoco, navarco lacedemonio, poco
antes del segundo tratado con Tisafernes. Desde Quíos había tratado de apagar
cualquier intento de rebelión tomando rehenes y atacando todos los posibles
puntos de resistencia ateniense, aunque finalmente no tuvo éxito. Sus
estrategias fracasaron y además, el tiempo obró en su contra. Por otro lado,
los lesbios solicitaron su ayuda para formar su rebelión. Sin embargo, las
disensiones internas encabezadas por Corinto dieron al traste con dicha
iniciativa. En un segundo intento por prender la mecha de la rebelión en
Lesbos, Astíoco invitó a Pedárito, gobernador espartano de Quíos, a unirse a la
empresa. Sin embargo, éste la rechazó lo que obligó a Astíoco a abandonar su
plan. Unas veces por inferioridad naval, otras veces por disensiones internas,
estaba claro que el bando peloponesio no estaba preparado todavía para
presentar una candidatura seria a la victoria. Y eso a pesar de que la flota
ateniense pasaba por sus momentos más bajos. Para el bando peloponesio no tener
de su lado al imperio era como caminar sin guía por una senda oscura. Por ello,
cuando la actitud de Tisafernes fue la de distanciarse del bando peloponesio,
surgieron los problemas. En primer lugar, porque el imperio era la principal
fuente de financiación de los marinos peloponesios y los constantes retrasos en
los pagos perjudicaron gravemente a la moral de la tropa lo que
irremediablemente desembocó en no pocas quejas públicas por parte de éstos. En segundo lugar, el papel que estaba
desempeñando Astíoco, totalmente adherido y confiado de la buena voluntad de
Tisafernes, tampoco jugó a su favor. Los propios peloponesios y especialmente
los siracusanos, criticaban su falta de decisión y el hecho de haber dejado
pasar varias oportunidades de asestar un duro golpe a los atenienses cuando no atacó
su flota en el momento más adecuado. Precisamente,
la excusa del supuesto envío de una flota fenicia prometida por Tisafernes fue
lo que terminó por precipitar la ruptura de
facto de Esparta con el sátrapa persa. Como relata Tucídides, parece que
Astíoco se empeñó en esperar este refuerzo de barcos para atacar a los
atenienses. Pero parece que, de hecho, él era el único que creía en la
existencia de esa flota de apoyo. Por un lado, los peloponesios lo
interpretaron como un gesto de cobardía para dilatar o evitar un ataque a la
flota enemiga. Y, por otro lado, es muy probable que para ese momento
Tisafernes ya se hubiera convencido de lo positivo que sería seguir el consejo
de Alcibíades de no apoyar a ningún bando en concreto, por lo que no creo que estuviera
entre sus planes enviar una flota (Thuc.
8, 88). Después de esta enésima indecisión de Astíoco, se produjo en
Samos una consecuencia inevitable. Tras regresar a Mileto, eludiendo una vez
más el combate con los atenienses, fue presionado para que llevara a cabo una
acción definitiva. Clearco, capitán de cuarenta naves, marchó a informar
de lo que estaba aconteciendo al sátrapa de Anatolia septentrional Farnabazo,
quien había prometido pagarles el total de lo que se les adeudaba si le ayudaban
a rebelar, todas las villas que tenían los atenienses en su provincia. La
respuesta no se hizo esperar. La consecuencia de esta colaboración con
Farnabazo la tenemos, en primer lugar, en que la paga de los soldados es
satisfecha y, por otro lado, la armada peloponesia por fin se resuelve a una
acción bélica, una vez que las naves de Míndaro han alcanzado hábilmente el
Helesponto. Sin embargo, a pesar de la aparente mejoría de la situación de los
soldados y la determinación de Míndaro a vencer en la batalla, los cambios no
se traducen en una victoria y los desesperados atenienses, a pesar de la
convulsa situación interna que vivían en los últimos tiempos, logran derrotar a
la escuadra peloponesia en la batalla de Cinosema en 411 a.C. Esta victoria
supuso un respiro para ellos, ya que, como dice Kagan, en caso de haber sido
derrotados y perdida su flota, no habrían tenido tiempo para construir una
nueva debido a la ausencia de fondos. La conclusión más importante de esta
batalla es que, como dijimos al comienzo y como también confirma Kagan, Esparta
gozaba ya de todo el apoyo material y logístico del imperio, pero le faltaba la
singladura de la experiencia. Veintiún barcos peloponesios fueron capturados y
el resto puesto en fuga hacia Abidos donde tenían su base en el Helesponto.
Mientras, gracias a esta victoria, Atenas alargó su presencia en la contienda y
recuperó Cícico que le permitió obtener dinero (Thuc. 8 ) y prepararse para un
nuevo enfrentamiento.
Esparta que no había sabido
aprovechar esta primera oportunidad para dar un golpe de efecto a la guerra, no
tardó en recomponerse e intentar una nueva acción encaminada al mismo
resultado. Ello se desprende de lo dicho por Tucídides donde relata la toma de
naves enemigas por parte de los peloponesios en Eleunte, seguramente a fin de
rearmarse. Recordemos que éstos habían perdido veintiuna trirremes en la
anterior contienda, lo que le restaba superioridad numérica con respecto a los
atenienses. Puede que contrariados por la derrota, el bando peloponesio optara,
además, por traer la flota de Dorieo, que se componía de catorce naves, hasta
el Helesponto. Este oficial siracusano estaba embarcado tratando de aplacar una
rebelión en Rodas, mientras sus movimientos estaban siendo vigilados por
Alcibiades desde Samos. Cuando las naves de Dorieo fueron avistadas, los
atenienses lograron bloquearlo y desviarle hasta la costa de Reteo, lo que
provocó la salida precipitada de Míndaro y Farnabazo en su ayuda con ochenta y
cuatro naves. Es importante reseñar como, tras haber perdido veintiún barcos en
Cinosema, la flota peloponesia reaparece con un número incluso mayor que el
anterior de naves preparadas para la lucha, concretamente noventa y siete
(ochenta y cuatro de Míndaro y catorce de Dorieo) Cuando Kagan mencionaba que de
haber perdido en Cinosema la flota ateniense habría estado abocada a la derrota
final, se justifica diciendo que no habrían tenido ni tiempo ni fondos para
reconstruir una nueva flota, y, sin embargo, los peloponesios, en apenas unos
meses lograron restablecer prácticamente el mismo número de naves que tenían
antes de la misma batalla (sin contar las de Dorieo). Esto solo puede
explicarse por el apoyo que estaba recibiendo de Persia. Aunque es cierto que
Tucídides refiere la toma de naves enemigas en Eleunte, es imposible imaginar
que no se utilizaran fondos para reparar o incluso construir algunas de ellas.
Y esos fondos provendrían de Persia, sin lugar a dudas.
En cualquier caso, ambas flotas mantuvieron
una lucha igualada hasta la aparición de Alcibiades con diez y ocho naves más,
lo que elevó el número de naves atenienses a noventa y dos. Con un número de
naves parejo, la experiencia ateniense volvió a decantar la balanza y al
anochecer, el propio Míndaro optó por retirarse a Abidos y gracias a eso y a la
oscuridad, evitó un desastre mayor. Los atenienses tomaron treinta naves
peloponesias y quince que habían perdido en Cinosema (Xen. Hell. 1, 1, 6). Una vez más, la logística que los
persas estaban brindando a la escuadra peloponesia se tornaban inútiles. De
haber podido, los atenienses podían haber aniquilado casi por completo a la
escuadra perso-peloponesia en aquella misma acción. Sin embargo, las rebeliones
internas (caso de Eubea) a las que tenía que hacer frente y la ausencia de
financiación les impidieron asestar el golpe definitivo. Solo la aparición, más
tarde de Terámenes con veinte naves de Macedonia y Trasibulo con otras veinte
(Xen. Hell. 1, 1, 12) les permitió
replantearse la posibilidad de navegar hacia Cícico (donde se había reubicado
la flota peloponesia) y enfrentarse de nuevo a Míndaro y Farnabazo. Ese lapsus
de tiempo le valió a los peloponesios para que, una vez más, gracias al apoyo
logístico persa, pudieran recomponer su flota y prepararse para otro nuevo
asalto, el tercero casi consecutivo.
Éste tuvo lugar en la primavera de 410 a.C.
y una vez más, se demostró la pericia de Atenas en el mar. Sin saber Míndaro la
cantidad de barcos que el enemigo había conseguido reunir (Xen. Hell. 1, 1, 15), se percató de cuarenta pero no contó con
otros tantos de la flota Cardia (Diod. 12, 39, 4). Según Kagan, Míndaro cayó en la trampa pensando que tenía una
superioridad de dos a uno. Simulando una retirada, Alcibiades -al que Atenas le
había permitido de manera excepcional dirigir su armada- atrajo a su flota
lejos de la costa y entonces giró en redondo. Míndaro logró acercarse a la
costa para recibir el apoyo del ejército de tierra de Farnabazo lo que
equilibró en parte la contienda. Sin embargo, la llegada de Terámenes con
tropas terrestres para apoyar al resto de la escuadra ateniense terminó por
doblegar a la fuerza combinada perso-peloponesia y al propio Míndaro, que
perdió la vida luchando. Aquella doble victoria en tierra y mar redundó en la
buena moral del bando ateniense que atrapó a todas las naves enemigas excepto
las siracusanas y puso en fuga a los peloponesios que perdieron Cícico y con
ello su influencia en el Helesponto. Los detalles de la batalla quedaron
ampliamente relatados por Diodoro (13,
50-52). Es fácil hacerse a la idea de lo que el resultado supuso para ambos
bandos. Mientras los atenienses celebraron la victoria llenos de ánimo, en el
bando peloponesio cundió la desolación. Ello queda atestiguado por la carta
enviada por Hipócrates a Esparta en la que afirmaba que las naves estaban
perdidas, Míndaro muerto y los hombres hambrientos apostillando que no sabían
qué hacer (Xen. Hell. 1, 1, 23).
Parece bastante normal teniendo en cuenta que no solo habían fracasado en el
mar que era el terreno en el que estaban obligados a ganar si querían vencer en
la guerra, sino que en la última contienda también habían caído en tierra. El
optimismo tras la sustitución de Tisafernes por Farnabazo se había tornado en
un evidente pesimismo y la victoria que antes parecía más segura y cercana por
poder presentar una candidatura seria a dominar el mar, corría el peligro de
volver al punto de inicio y el empate técnico entre ambas potencias. Ni el
dinero, ni la flota ni el apoyo persa se habían traducido en la superioridad
esperada. Más bien al contrario, la escuadra peloponesia había perdido el
control del Helesponto y la amenaza que se cernía sobre la principal ruta de
suministro de grano para Atenas, se había disipado. Es decir, Esparta estaba
ahora más lejos de su objetivo que hacía apenas un año a pesar de contar con
mayor apoyo logístico.
De nuevo, las relaciones de Esparta con
Persia, que habían mejorado desde la elección de Farnabazo y el alejamiento de
Tisafernes, volvieron a jugar un papel fundamental para evitar lo que hubiera
sido la retirada definitiva de Esparta de la contienda marítima. De no haber
tenido el apoyo económico persa, no es difícil imaginar que, tras haber perdido
la flota entera, los peloponesios habrían tenido que regresar a casa no solo
sin conseguir una victoria que se resistía sino además, con pocas expectativas
de regresar pronto al combate ya que el monto para reconstruir una flota de
aquellas dimensiones, superaría con creces las posibilidades financieras de
toda la Liga del Peloponeso. Como veremos, ni siquiera las buenas intenciones
de Farnabazo convencerían a los peloponesios para volver pronto a pelear. Sin
embargo, el hecho de que el imperio persa estuviera decidido a invertir gran
parte de sus esfuerzos en derrotar a Atenas, hizo que Farnabazo, recién consumada
la derrota, alentara a sus aliados peloponesios y los proveyera de equipamiento
para dos meses además de mantas (Xen.
Hell.1, 1, 24). A diferencia de Tisafernes, la tutela de Farnabazo se
estaba caracterizando por el pago puntual y regular de la soldada, lo que
influía en el ánimo de los peloponesios. Además de eso, se reunió con los
trierarcos y ordenó reconstruir cada uno de los barcos que se hubieran perdido
en los astilleros de Antandros (Xen. Hell
1, 1,25).
A pesar de estos esfuerzos de
Farnabazo, los peloponesios habían perdido casi ciento cincuenta y cinco
trirremes en apenas unos meses, lo que hacía deseable un período de paz. Así
fue como Esparta acudió a Atenas con una propuesta de paz en la que se preveía
la devolución de territorios y el canje de prisioneros (Diod.12, 52, 3). Puede que movidos por un exultante optimismo los
atenienses la rechazaron. Si analizamos fríamente es una postura lógica. Como
afirma Kagan, las relaciones con Tisafernes estaban prácticamente rotas y la
derrota de Cícico que habría sorprendido al mismo Farnabazo, podía hacer que el
rey persa optara por abandonar el apoyo que ofrecía a Esparta y preocuparse de
otras zonas calientes de su imperio. Además hay que recordar que la iniciativa
espartana de pedir la paz a Atenas sin contar con Persia suponía una violación
de sus acuerdos, lo que empujaba aún más a la ruptura total de relaciones entre
ambos.
El resurgir de Esparta: Lisandro y Ciro
A pesar de que debido a los malos resultados
obtenidos la colaboración de Persia y Esparta estaba a punto de disolverse, el
Gran Rey de Persia quiso dejar clara su total adscripción al bando peloponesio
y para ello, comenzó a adoptar medidas encaminadas a reforzar esa alianza y
concluir la guerra cuanto antes. Se apresuró a enviar a su hijo Ciro como káranos (Comandante supremo de las
fuerzas militares) poniéndose al frente de todas las tierras de la costa (Xen. Hell. 1, 4, 3). Con Farnabazo en un
segundo plano y Tisafernes apartado del mando, ahora sería Ciro quien se encargaría
de guiar la colaboración de Persia con Esparta. El príncipe Ciro, por su parte,
tenía sus propias aspiraciones. Ello no quiere decir que no estuviera
interesado en apoyar a Esparta, pero era evidente que sus miras (junto con las
de su madre Parisatis) estaban puestas en el trono de Persia, donde tenía no
pocos enemigos. Ello le habría llevado a concebir el apoyo a Esparta como una
suerte de inversión a largo plazo en su carrera hacia el trono. La oposición
que su candidatura despertaría en su propio país podría quedar silenciada con
el apoyo de una potencia extranjera.
Si la entrada del imperio persa en favor del
bando peloponesio resultó definitiva, el nombramiento de Lisandro como navarco
también lo fue, al menos en la misma proporción. Las principales fuentes,
Plutarco y Jenofonte, atribuyen el mérito de esa providencial ayuda a este
singular espartano. Las calculadas gestiones que realizó para ganarse a Ciro,
según estos escritores resultaron determinantes a la hora de decantar la guerra
hacia un bando concreto.
Desconocemos la fecha exacta de su nacimiento por
lo que sería difícil tratar de determinar su edad. Su nacimiento fue fruto de
la unión entre Aristócrito y una mujer hilota. Por tanto, Lisandro sería un mothax, una clase social inferior a los homoioi o espartiatas, resultante de la
unión entre un espartiata y una mujer esclava. Este hecho no le libraría pues,
de pasar una infancia que habría transcurrido en la más absoluta pobreza según
nos informa Plutarco. Parece bastante cierto, además, que Lisandro fue un niño
aplicado, obediente a sus superiores y moderado en sus pasiones. Como bien
señala Plutarco, el único deseo que Lisandro no se preocupó en contener fue
aquel que le serviría para ser honrado y recordado de por vida a la par de
aquel que le entregara a Esparta el dominio de toda Grecia. Además de un
niño disciplinado se dice de él que también tuvo la virtud de la humildad y el
desprecio por lo material, otras más de las atribuciones que se esperaban de un
buen espartano. Plutarco nos dice que fue “más
obsequiador que los poderosos” y que habiendo colmado a Esparta de riquezas
con oro y plata después de la guerra, no guardó nada para sí mismo. Recordemos
que tradicionalmente Esparta se había caracterizado por un sistema de vida
austero y poco apegado a lo material. Por eso, cuando Plutarco dice que “llenó Esparta de riqueza” también añade
“de codicia”. Muchos creen y, entre
ellos Plutarco, que uno de los grandes males de Esparta fue el haber admitido
todas las riquezas que le fueron entregadas tras la guerra. Señalan este hecho
como el principio de su decadencia. Sin embargo, analizando los datos de manera
fría y distante, podemos comprobar como el término de la guerra supuso para
Esparta los años de mayor prosperidad ya que, gracias a ese dinero consiguió
construir una flota capaz de enfrentarse a la ateniense y además, fue capaz de
continuar su expansión hacia el este, presentándose en Asia con nuevas unidades
militares que hasta entonces no se le conocían. Esparta, gracias a la victoria
de Lisandro supo adaptarse a su nueva situación y sacar provecho de ella
durante décadas.
Con un Ciro que, a la sazón rondaría los 16 o 17
años, totalmente respaldado por el Gran Rey para apoyar a los lacedemonios y
con un Lisandro dispuesto a encumbrar a Esparta hasta cotas nunca antes
conocidas, la nueva colaboración resultó excepcionalmente fructífera. El joven
heredero llenó de dinero las arcas espartanas y preparó los suficientes barcos
como para que Esparta contara con una flota realmente competitiva y dispuesta a
disputar el poderío en el mar a los atenienses. Reforzar la infantería habría
servido de poco, ya que por lo visto anteriormente, las batallas más
importantes se disputarían en el mar. Acerca de la entrevista que ambos mandatarios
mantuvieron, es bueno rememorarla con las palabras del mismo Jenofonte: “(Lisandro) éste llegó a Rodas, tomó allí
unas naves y partió para Cosa y Mileto, y desde aquí para Éfeso, y permaneció
allí con setenta naves hasta que Ciro llegó a Sardes. Después que llegó, fue a
verle con los embajadores a Lacedemonia. Allí entonces criticaban a Tisafernes
por lo que había hecho y pedían a Ciro mismo que tomase más interés por la
guerra. Ciro dijo que su padre le había ordenado eso y que él mismo no tenía
otras intenciones que realizar todo; que había venido con quinientos talentos y
que, si éstos no bastaban emplearía sus propios bienes, además de los que su
padre y si también éstos eran
insuficientes, destruiría el trono sobre el que estaba sentado, que era de oro
y plata. Ellos le elogiaban por ello y le instaban a fijar un sueldo de una
dracma ática diaria por tripulante, explicando que si el sueldo fuera éste, los
remeros atenienses dejarían las naves y él gastaría menos dinero. Ciro dijo que
ellos tenían razón pero que no podía hacer más de lo que el rey le ordenó; que
había además unos convenios redactados así, dar treinta minas a cada nave al
mes, cuantas quieran equipar los lacedemonios. Lisandro se calló entonces. Pero
después de la cena, cuando Ciro brindó por él qué le agradaría más que hiciese,
dijo: “Que añadas un óbolo al sueldo de cada tripulante”. Desde ese momento el
sueldo fue de cuatro óbolos; antes de un trióbolo. Además, pagó lo que debía y
adelantó el sueldo de un mes, de modo que el ejército estaba mucho más
dispuesto.
La reunión sirvió principalmente
para que Ciro confirmara el respaldo del imperio a la causa peloponesia de
manera rotunda. Por un lado quería poner fin al período de inestabilidad que
habían supuesto los años de colaboración con Tisafernes y, por otro, deseaba
que el conflicto entre los griegos concluyera de una vez por todas. Tanto Ciro
como su padre fueron de la opinión de que les sería más cercano a sus intereses
que fueran los peloponesios los que salieran mejor parados de semejante guerra
civil ya que, el imperio marítimo ateniense siempre podría constituir un
obstáculo a su propia existencia y estabilidad, amén de las afrentas causadas
en el pasado. Ni los ruegos de los atenienses que enviaron embajadores a Ciro ni
las insistencias de Tisafernes fueron escuchadas por el Gran Rey o por su hijo.
El imperio había tomado una decisión y esta parecía irrevocable.
La batalla
Para Alcibíades, Notio tenía un gran
atractivo y es que, aunque no podía ser considerada como una base naval
al uso, era un lugar desde donde realizar incursiones contra Éfeso, la base
espartana. Además, podía romper la comunicación de esta ciudad con Quíos a fin
de evitar la presencia espartana en el Helesponto.
Por su parte, una
de las primeras medidas adoptadas por Lisandro una vez comenzada la campaña,
fue reunir una flota de 90 naves que estaban en Éfeso y prepararlas para entrar
en combate. A pesar de esa ligera ventaja numérica, Lisandro no se precipitó.
Por un lado, el tiempo estaba de su parte y su programa de entrenamiento de las
tropas se había revelado lo suficientemente efectivo como para armar una flota
eficaz. Por supuesto, todo ello conjugado con un notable aumento de salarios de
los marinos merced a las donaciones de Ciro. Esto repercutió no solo en la
buena moral de los soldados espartanos, sino también en que vació las naves
enemigas de marineros, que solo atendían a razones económicas para luchar por
uno u otro bando. Este hecho, sin embargo, debió de urgir a actuar al bando
ateniense, antes de ver disminuidos sus efectivos sobremanera y arriesgarse a
una derrota. Parece que Alcibiades intentó una y otra vez sin éxito que
Lisandro saliera a presentar batalla, pero el lacedemonio no estaba dispuesto a
arriesgar más de lo necesario y mantuvo su frialdad. Tras un mes de repetidos
intentos, Alcibiades marchó de Notio para apoyar a la flota de Trasibulo en el
asedio a Focea. Esta maniobra entendió que podría motivar la salida de Lisandro
al combate, ya que la toma de Focea podría significar retener un excelente
lugar desde el que lanzar ataques sobre otras ciudades de interés para Esparta.
Por eso Alcibiades llevó solo naves de transporte y dejó en Éfeso al grueso de
sus tropas a cargo de Antíoco, que pilotaba su nave. Parece que dicho
nombramiento fue bastante polémico ya que Antíoco no ostentaba uno de los
grandes rangos y semejante flota habría requerido de la experiencia de otro
gran general al mando. La única orden expresa que Antíoco recibió de Alcibíades
fue la de no atacar a Lisandro bajo ningún concepto. Aunque en un principio no
tenía orden en tal sentido, Antíoco zarpó de Notio, ciudad próxima a Éfeso y se
dejó ver con dos naves demasiado cerca de las de Lisandro. Este hecho debió de
ser considerado una provocación por el navarca
espartano que lanzó varias naves en su persecución. Sin embargo, este gesto
no fue producto de la precipitación. Lisandro llevaba meses estudiando a la
flota ateniense, gracias a las noticias que determinados desertores le pasaban.
Además, también estaba al tanto de lo ocurrido en la batalla de Cícico, por lo
que era buen conocedor de sus maniobras. Precisamente Antíoco quiso emular lo
realizado por Alcibiades en Cícico, tratando de atraer a Lisandro a la batalla
con el señuelo de una pequeña flota de avanzadilla que, más tarde y por
sorpresa, sería reforzada por el resto de trirremes. De esa manera, calculaba
Antíoco, las tropas de Lisandro saldrían del puerto a capturar la pequeña flota
mientras el grueso de las naves atenienses bloquearía un hipotético regreso al
puerto de éstas. Bloqueados ya en alta mar, a Lisandro no le quedaría otra
opción que plantar batalla. Sin embargo, estos cálculos se hicieron sin tener
en cuenta al genio militar que se hallaba encabezando las tropas espartanas. El
barco de Lisandro se fue directo a por el de Antíoco y lo hundió. Las otras
nueve naves que componían esa flotilla de anzuelo, se dieron a la fuga ante el
espanto que les produjo la caída de su líder. En medio del caos y la confusión,
la flota espartana comenzó a perseguir y dar caza a los huidizos atenienses.
Las pocas naves de apoyo que habían quedado en el puerto de Notio se vieron
obligadas a salir apresuradamente a ayudar al malogrado Antioco, lo que es
probable que influyera en su desordenada formación. Aquello terminó costando a
los atenienses una dolorosa derrota además de 22 trirremes y varios
prisioneros. Enterado Alcibiades, regresó inmediatamente de Focea tres días
después y trató de enmendar el error de su lugarteniente intentando sin éxito
que la flota de Lisandro, ya recogida de nuevo en Éfeso, saliera a combatir.
Pero Lisandro se mantuvo frío e inteligente. El número de barcos atenienses
sobrepasaba en mucho a sus naves y habría supuesto una imprudencia sin sentido
salir a pelear. En lugar de eso, prefirió atrincherarse y esperar
acontecimientos, si bien le dio tiempo a erigir un trofeo en Notio para
conmemorar su victoria.
Consecuencias
A pesar de la inyección de moral que para el
bando espartano supuso aquella victoria, sus positivas consecuencias no
tuvieron un eco inmediato. Lo que podría haber supuesto el inicio del fin de la
guerra, todavía tuvo que dilatarse más por una cuestión puramente formal del
ejército espartano. Y es que Lisandro había comandado la flota espartano bajo
el título de navarco, cargo que por
definición, solo podía desempañarse por espacio de un año no reelegible. Al
poco de finalizar la batalla, la navarquía de Lisandro expiró y en su lugar fue
elegido Calicrátidas. La valía de este gallardo general lacedemonio nunca debería
ponerse en duda, pero su derrota frente a los atenienses en la siguiente
batalla en la que ambas escuadras se enfrentaron (Batalla de Arginusas 406
a.C.) no solo le costó la vida, sino que emplazó a las autoridades espartanas a
buscar una solución jurídica urgente a fin de reponer en su antiguo puesto al
ya querido y victorioso Lisandro. Lograr ese equilibrio favorable en la guerra,
le había llevado a Esparta demasiados años y bajo ningún concepto deseaban que
la contienda volviera a igualarse.
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