16.
¿QUÉ HACEMOS CON LOS
ROMANOS?
En la asamblea que se reunió en Corinto en la primavera de 194
Flaminio anunció por sorpresa la completa retirada de todas las tropas romanas
de Grecia, en cumplimiento de la solemne promesa de libertad pronunciada en la
declaración de Corinto de 196. Ahora rememoraba ante los aqueos las falsas
acusaciones de los dirigentes de la Liga Etolia sobre los romanos como nuevos
tiranos de Grecia en sustitución de Filipo de Macedonia. Después, en su
discurso, se permitió a aconsejar a los aqueos sobre su futuro, exponiendo un
programa político claro.
...que usasen la libertad
con moderación... que velasen por la concordia en las ciudades los jefes y los
estamentos sociales entre sí, y todas las ciudades en común: si se mantenían
unidos, no habría rey ni tirano alguno que tuviese fuerza suficiente contra
ellos... que pusieran cuidado en salvaguardar y defender la libertad conseguida
con las armas de otros y restituida por la lealtad de los extranjeros, para que
el pueblo romano supiera que había otorgado la libertad a quienes eran dignos
de ella. Tito Livio, 34. 49
Ningún otro texto explicaría con más exactitud lo que esperaba
Roma del porvenir: una Grecia libre, unida, dominada por los propietarios, pero
con la conciencia clara de que esa libertad y prosperidad se debía a Roma y
dependía de ella. Roma no deseaba una expansión territorial en una Grecia que
le era ajena, aunque, plenamente consciente de su poderío, estaba firmemente
implicada en mantener una influencia directa sobre sus asuntos internos y un
orden favorable a sus intereses.
Terminado el discurso de
Flaminio se abrieron las puertas de la fortaleza de Acrocorinto, y la
guarnición romana comenzó a marchar entre los vítores de los asistentes. En las
semanas siguientes Flaminio fue retirando las otras guarniciones de Calcis,
Oreo y Demetrias, y con las legiones reunidas embarcó hacia Italia. A
principios del verano no quedaba ningún soldado romano en Grecia.
Una vez en Roma, Flaminio celebró un espectacular triunfo de tres
días, y se convirtió en uno de los líderes más influyentes de la política
romana. Mientras, en el Peloponeso, se abrió el turno de los reproches y los
enfrentamientos. Evidentemente el partido pro macedonio había desaparecido,
tras la derrota de Filipo y el descalabro de Argos, donde había estado su
principal núcleo de apoyo. Sólo en algunos grupos populares se mantuvo el
recuerdo de los reyes macedonios como monarcas benefactores. La entrega por el
rey Filipo de la ciudad de Argos al tirano Nabis de Esparta, en 198, volatilizó
cualquier rastro de activismo pro macedonio entre sus traicionados ciudadanos,
y redujo la influencia argiva en la política federal. Pero también el partido
pro romano de Aristeno había sufrido un duro golpe tras la guerra con Esparta.
Las decisiones de Flaminio respecto a Nabis, desoyendo las peticiones aqueas de
asaltar la ciudad y derrocarlo, demostraron a muchos que Roma seguiría,
evidentemente, una política propia en Grecia, guiada por sus propios intereses
y no los de los aqueos.
Debemos tener en cuenta que para los aqueos, y sobre todo para los
megapolitanos, la cuestión espartana era un elemento esencial de su política
interior y exterior. Además de enemigo tradicional, Esparta era la gran amenaza
exterior para la Liga, como se había visto desde la Guerra de Cleómenes en
227-223. Además Esparta era el foco de las ideas de reforma social que
defendían la abolición de deudas y la redistribución de la propiedad. Y por si
faltara poco, Esparta era el gran obstáculo para la consecución del objetivo
final de la Liga: la unificación del Peloponeso. Cuando Flaminio accedió,
contrariando los ruegos y peticiones del gobierno aqueo, al mantenimiento de
Nabis en el gobierno espartano, la Liga Aquea sufrió una decepción muy
profunda. La defensa que hacía Aristeno de una colaboración absoluta y sin
condiciones con el poder romano quedaba así desacreditada. La Liga Aquea debía
tener buenas relaciones con Roma, pero no convertirse simplemente en un
instrumento de las decisiones del senado romano.
Estas ideas fueron desarrolladas pronto por una nueva facción
aquea, que la historiografía del siglo XIX llamó el partido “nacional”. Su idea
fundamental era la de conservar la alianza con Roma, pero manteniendo una
política independiente, basada en los intereses de la Liga. Defendía que los
aqueos deberían estar dispuestos, cuando Roma actuara contra los objetivos aqueos,
a enfrentarse a las decisiones romanas. A discutir con los romanos de igual a
igual, y ceder a sus exigencias sólo tras tratar, por todos los medios, de
convencer a los romanos de lo inadecuado de sus mandatos. Este partido tuvo su
origen en Megalópolis, donde la confianza en la autonomía política y militar de
la Liga respecto a poderes externos crecía en torno a la figura de Filopemen,
de la misma forma que la idea gaullista de una Europa independiente de los
estadounidenses y los soviéticos convirtió a Francia en el centro de la
diplomacia europea en los años sesenta. Filopemen regresó a su ciudad en fecha
incierta, quizás después de 196, de su auto-exilio en Creta, con gran seguridad
debido al final de las guerras internas en las que había participado como
general mercenario al servicio de la ciudad de Gortina. Pronto se rodeó de sus
antiguos subordinados de las campañas contra Esparta de 207-201, un grupo de
jóvenes unidos por su común origen megapolitano, que habían servido en las
unidades de élite de caballería que Filopemen organizó desde su hiparquía de
210, y que compartían una admiración incondicional por su general. Personajes
como Diófanes, Arcón o Licortas, oficiales de la caballería megapolitana,
llegaron a ser pronto los hombres de confianza de Filopemen, asegurando para él
el control absoluto de la política en Megalópolis, y permitiéndole convertirse
en la principal alternativa al desacreditado liderazgo de Aristeno y su partido
pro romano.
No conocemos los pasos concretos de esa lucha, pero sí, a través
de Polibio, los términos de la discusión, que dominó el enfrentamiento político
interno de la federación en las décadas siguientes. Para Aristeno y los pro
romanos, las bases de la política aquea estaban claras.
Aristeno dirigía la política
de un modo tal, que estaba dispuesto a hacer lo conveniente a los romanos,
algunas cosas incluso antes de que estos las indicaran. Sin embargo, no se
puede negar que procuraba siempre dar la impresión de respetar las leyes
aqueas, y que ponía el máximo interés en gozar de tal reputación. Pero si
alguna ley chocaba con las instrucciones llegadas de Roma, en tal caso cedía.
Polibio, 24. 11
Aristeno siempre defendió la sumisión a Roma como forma de
fortalecer la independencia y la seguridad de la Liga. Pudo presentar el
ejemplo de Flaminio, el representante del senado en Grecia, un filo-heleno
interesado en el bienestar y progreso de los griegos, como reflejo del respeto
que Roma sentía ante la cultura helena. No había necesidad de oponerse a Roma.
Roma defendía el mismo tipo de sociedad que los propietarios aqueos querían
conservar frente a las amenazas exteriores –las monarquías helenísticas y sus
intentos de dominar Grecia–, y las amenazas internas –la revolución social, el
reparto de tierras y la abolición de deudas–. Pero su rival político,
Filopemen, se rebeló ante lo que consideraba la humillación de los griegos bajo
un poder extranjero y bárbaro, que había que sufrir, evidentemente, pero
manteniendo la autonomía hasta donde fuera posible.
...cuando los romanos
solicitaban algo que no caía dentro de los límites establecidos [por las leyes
y los intereses aqueos], no se prestaba [Filopemen] voluntariamente a hacerlo.
Respondía que, en principio, los romanos debían argüir sus puntos de vista y
efectuar, luego, una segunda demanda... Polibio, 24. 11
Estas posturas no eran, en ningún caso, oportunistas, sino el
resultado de una meditación consciente, por parte de ambos líderes, sobre las
consecuencias a largo plazo que los distintos tipos de política respecto a los
romanos tendrían sobre el desarrollo de la Liga. Para Aristeno, la superioridad
militar de Roma dejaba a los griegos una única opción.
Si tenemos la potencia
necesaria para resistir, y estamos en condiciones de hacerlo, hagámoslo, pero,
si no podemos, ¿por qué vamos a aspirar a lo imposible y a descuidar lo
posible?... o bien se debe demostrar que somos capaces de no obedecer
sumisamente, o bien, si ni siquiera nos atrevemos a decir esto, entonces
debemos estar dispuestos a acatar todas las órdenes. Polibio, 24. 12
Aquí Aristeno estaba hablando a los propietarios del norte del
Peloponeso, y a los de las pequeñas ciudades del interior sin tradición
militar, poco interesados en problemas políticos o diplomáticos, y cuya
principal preocupación era asegurarse un marco pacífico en el que desenvolver
la vida cotidiana. De hecho, tras los grandes ataques romanos y etolios de los
años 211-208, estas ciudades habían disfrutado de más de una década de
tranquilidad y seguridad, que no podían dejar de ver se debía al benevolente
dominio del mar por la armada romana. ¿Qué sentido tenía arriesgarse al
enfrentamiento o a las represalias de Roma? Pero existía otra Liga, la de las
grandes ciudades como Megalópolis, Argos o, desde 196, Corinto, todas ellas con
una gloriosa historia, con una consolidada tradición militar y diplomática, que
no podían aceptar que la recién obtenida independencia no viniera acompañara de
una política autónoma, propia. Grecia no podía quedar reducida a ser un
apéndice del poder romano. Esas ideas se vieron reflejadas en el discurso de
Filopemen y su partido.
...si nosotros mismos,
desconociendo nuestros derechos, nos declaramos dispuestos a hacer cualquier
cosa que se nos ordene, ¿qué diferencia habrá entre el linaje aqueo y el de los
sicilianos, el de los capuanos y los de otros ya esclavizados desde antiguo?...
usemos de nuestro derecho y no nos abandonemos, teniendo como tenemos grandes y
espléndidas oportunidades de colaborar con los romanos. Digo lo que sé. A los
griegos les llegará el momento en que se verán forzados a obedecer las órdenes
que se les den, pero ¿querrá acaso alguno ver que esto ocurra en nuestro
tiempo? Polibio, 24. 13
Las diferencias entre los dos partidos eran claras, pero no
debemos olvidar que tanto Aristeno como Filopemen tenían la misma base social y
los mismos intereses. No existían dudas sobre la necesidad de asegurar, como
puntal de la política aquea, la alianza con Roma. A pesar de sus reservas,
Filopemen no dudó, ni por un momento, que Roma no era sólo el poder fundamental
en Grecia. Los romanos defendían el tipo de mundo y sociedad en el que él
creía. Era un propietario, interesado como Aristeno en defender la estabilidad
social y económica de las ciudades de la Liga, enemigo radical de las reformas
sociales que buscaban una redistribución de la propiedad y la influencia
política. Lo cual conduce al elemento central de la discusión entre los dos
grupos. Tanto los pro romanos como el partido “nacional” estaban de acuerdo en
que el poderío romano era incontestable, e incluso que era bueno apoyarse en él
como forma de proteger la Federación Aquea de enemigos externos e internos.
Incluso los “nacionalistas” aceptaban que tarde o temprano Grecia quedaría bajo
control diplomático de Roma. ¿Qué sentido tenía por tanto oponerse a ella? Para
Filopemen una postura de defensa del interés y el prestigio griego no hacía más
que ralentizar el proceso, no lo impedía, con el agravante de que estaba
plantando las raíces de una tensión progresiva entre Grecia y Roma, que podría
desembocar en un conflicto directo. Las comunidades griegas de Italia y Sicilia
se integrarían lenta y pacíficamente dentro del orden romano, y compartirían
sus oportunidades y beneficios. ¿Por qué no pasó lo mismo en Grecia? Porque en
la lucha política entre Filopemen y Aristeno salió vencedor el primero.
El momento del primer enfrentamiento entre las dos posturas fue en
los años 194-193. Aristeno había dominado el gobierno aqueo desde 198, pero en
193 la crítica general ante lo que se consideró una debilidad, aceptar sin
resistencia que Flaminio pactara con Nabis de Esparta su permanencia en el
poder, le llevó a la derrota en las elecciones federales de mayo. Filopemen
logró la victoria apoyado en una opinión pública cada vez más preocupada por
las injerencias romanas en la vida cotidiana de la federación, y receptiva a la
postura de Filopemen de desarrollar una política más agresiva con Esparta a
pesar de las previsibles protestas romanas. La Liga Aquea, como muchos estados
de la Europa de finales del siglo XX, se hizo cada vez más susceptible ante el
predominio de Roma en Grecia.
De hecho, la Europa de principios del siglo XXI se enfrenta a una
elección semejante a la que tuvieron que responder los griegos de mediados del
siglo II antes de Cristo. Ante diversas amenazas exteriores –ya no interiores,
presumiblemente–, el poderío militar estadounidense se presenta como un apoyo
esencial para asegurar el modelo de sociedad occidental. ¿Qué camino seguir?
Alinearse con los Estados Unidos significa, es evidente, defender que
Washington se convierta en el centro de poder mundial, y el triunfo del modelo
de sociedad capitalista, asumiendo una posición subordinada de Europa a medio
plazo. Por el contrario, enfrentarse a los Estados Unidos, aun a la manera de
Filopemen, tratando de persuadir de la bondad de un mundo basado en un poder
multipolar, defender que Nueva York –sede de Naciones Unidas– se convierta en
un centro de poder mundial alternativo, puede implicar una tensión que lleve al
conflicto. Estados Unidos, como la Roma de mediados del siglo II antes de
Cristo, es ahora demasiado consciente de su posición en la estrategia mundial
como para aceptar una retirada de su papel de superpotencia militar y mucho
menos para poner ese poderío al servicio de intereses ajenos. La cuestión
central para la Europa de nuestros días es cómo enfrentarse a ese dilema
–alinearse con Estados Unidos o defender la multipolaridad–. En las páginas
siguientes veremos cómo respondieron a ese reto los griegos en una situación
equivalente, y las consecuencias de sus actos. Obviamente ni la historia se
repite ni lo que pudo pensar un griego antiguo tiene relación directa con
nuestra forma de ver el mundo, pero no está de más estudiar la historia
completa que los griegos vivieron, y que nosotros sólo hemos recorrido en
parte.
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