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TAMBORES DE GUERRA
En el verano de 172, en medio de rumores de guerra inminente,
muchos estados griegos despacharon embajadas a Roma intentando influir en el
desarrollo de los acontecimientos. La legación del reino de Pérgamo, el
principal aliado de los romanos en Grecia, estaba encabezada por el propio rey,
Éumenes. Eso nos muestra, mejor que ningún otro hecho, la gravedad de la
situación. Para Pérgamo las circunstancias eran delicadas en extremo. Como fiel
aliado de Roma, Éumenes II había terminado por atraer hacia sí gran parte de
los odios y desconfianzas que había sembrado en Grecia la diplomacia romana.
Macedonia, Rodas, y en general la mayor parte de la opinión pública griega,
veían en él un peón de la política romana, un traidor a la causa de la
libertad. El progresivo ascenso de Macedonia al estatus de potencia, unido a la
posibilidad de que gran parte de Grecia se uniera a ella para restringir la
influencia romana, representaba un enorme peligro para el rey de Pérgamo.
El caso de la Liga Aquea era sintomático. Formalmente aliada de
Roma, y por tanto de Pérgamo, había rechazado todos los esfuerzos de Éumenes de
entablar relaciones más estrechas, en las mismas condiciones, al menos, que el
tradicional aliado de los aqueos, Egipto. Por añadidura la opinión pública era cada
vez más pro macedonia, y era previsible que, tarde o temprano, los líderes del
partido “nacional” aqueo se inclinaran por una colaboración diplomática más
activa con Perseo para contrapesar la omnipresente influencia romana. Algo
parecido se podría decir de los demás estados griegos, sobre todo de la
influyente república rodia. Para Éumenes, por tanto, era imprescindible una
acción romana inmediata, que cortara de raíz las pretensiones macedonias de
reconstruir su antigua posición dominante en Grecia.
Reunido el senado romano llamó en primer lugar a Éumenes, con el
que celebró una sesión secreta. Esa intimidad causó una gran ansiedad en el
resto de las embajadas, que en sesiones posteriores trataron de contrapesar
intentando desprestigiarle. Pero esto no hizo más que aumentar la confianza de
Roma en la alianza con Pérgamo. Las embajadas fueron fríamente despedidas con
el mensaje de que Roma no olvidaría a aquellos estados que habían demostrado su
amistad y adhesión en momentos delicados, y con la impresión de que había
decidido, tras su conferencia con Éumenes, impedir cualquier intento de
Macedonia de recuperar una posición de dominio.
A finales del verano de 172 las embajadas griegas regresaron a sus
ciudades de origen, mientras los rumores de guerra se iban acrecentando. El rey
Éumenes aprovechó el camino de retorno para visitar, algo habitual en una época
donde los viajes eran raros, el santuario de Apolo en Delfos, uno de los
centros religiosos más importantes de Grecia. No debemos dejar de lado, por
supuesto, las motivaciones políticas. Recordemos que sólo dos años antes Perseo
había utilizado otra visita al mismo lugar para tratar de recomponer sus lazos
con las pequeñas confederaciones de Grecia central. Una vez desembarcado en
Cirra inició el camino hacia el santuario.
Al principio avanzaba desde
el mar rodeado por el tropel de sus amigos y escoltas; después, la columna se
fue estirando debido a la falta de espacio. Al llegar al punto donde no había
más remedio que avanzar de uno en uno, el primero en entrar en el sendero fue
Pantaleón, un principal etolio con el que había entablado conservación el rey.
Surgen entonces los emboscados y hacen rodar dos piedras de gran tamaño que
alcanzan al rey, una en la cabeza y otra en el hombro. Perdió el conocimiento y
rodó desde el sendero hacia la pendiente, cayéndole encima una gran cantidad de
piedras cuando ya estaba tendido. Tito Livio 42. 15
En medio de la natural confusión los agresores huyeron, mientras
la noticia de la muerte del rey se difundía a gran velocidad. Su hermano Atalo,
que recibió la noticia a los pocos días en la corte de Pérgamo, se proclamó
nuevo rey y contrajo matrimonio con su cuñada, la reina. Pero el rey no había
muerto. Algunos de sus escoltas corrieron a socorrerlo y descubrieron que,
aunque malherido, había sobrevivido al atentado. Inmediatamente fue trasladado
en total secreto, para impedir nuevas agresiones, primero a su nave y luego, a
través de Corinto, a la isla de Egina, enclave bajo soberanía de Pérgamo. Allí
permanecería varios meses mientras se recuperaba, reprochando a su hermano la
excesiva prisa en ocupar trono y alcoba.
El atentado contra Éumenes hizo llegar la tensión internacional al
punto de ruptura. En Roma se presentaron testigos que aseguraron no sólo que la
iniciativa había partido de Perseo, sino que, además, preparaba tramas secretas
para atentar contra legados y generales romanos en el puerto de Brindisi, punto
de salida desde Italia hacia Grecia. Una embajada romana tuvo entonces un
violento encuentro con el propio Perseo en la corte de Pella.
… si estaban dispuestos a
que se hiciera un tratado en términos de igualdad, él [Perseo], por su parte, vería qué le convenía hacer,
y suponía que ellos [los embajadores romanos], por la suya, harían sus consultas de acuerdo con los intereses de su
Estado. Y con esto salió bruscamente, y se comenzó a hacer salir a todos del
palacio. Entonces ellos denunciaron el tratado de alianza y amistad. Encendido
por estas palabras se paró y a voces los conminó a salir de las fronteras de su
reino en un plazo de tres días. Tito Livio 42. 25
La ruptura era definitiva. En Roma, ante lo avanzado de la
estación, se decidió aplazar la declaración oficial de guerra hasta la elección
de nuevos cónsules, pero se iniciaron rápidamente los preparativos militares.
Pronto varios legados senatoriales comenzaron a recorrer el Mediterráneo
oriental para sondear la opinión de los diversos estados griegos. La respuesta
fue unánime. Todos los grandes reinos, Pérgamo, Bitinia, Capadocia, Siria, Egipto,
conscientes de su debilidad, se alinearon con Roma, aunque sólo Pérgamo se
mostró dispuesto a enviar fuerzas militares. Cartago y Numidia se pusieron a
disposición de Roma para cualquier tipo de necesidad de hombres o recursos. Las
ligas griegas, –aqueos, etolios, beocios, tesalios, cretenses–, y todas las
ciudades del Egeo, aseguraron su apoyo. Incluso algunos pueblos tracios, al
norte de Macedonia, se presentaron como aliados. Pero como veremos, tras esa
fachada de fidelidad se escondía una latente simpatía por Macedonia, esperando
la oportunidad de manifestarse.
A principios de 171 fue nombrado general para la guerra en Grecia
el cónsul Publio Licinio Craso, tras una seria trifulca con su colega en el
consulado. La guerra parecía una oportunidad única de enriquecimiento y
prestigio, como lo habían sido las guerras con Filipo V y Antioco de Siria dos
décadas antes. No hubo dificultades de alistamiento ante la afluencia de
voluntarios. De hecho existieron serias disputas entre los centuriones sobre
los puestos intermedios en las legiones, que fueron formadas con soldados
bisoños y oficiales veteranos de la guerra contra Antioco de Siria veinte años
antes. Como era habitual la flota, cuyos navíos fueron elegidos de entre las
abundantes reservas de viejas embarcaciones de las guerras contra Aníbal,
Filipo y Antioco, zarpó hacia el Egeo durante la primavera. A principios del
verano el ejército embarcó en Brindisi con rumbo a Grecia.
Mientras la guerra no fue oficial Perseo trató de dar una
sensación de normalidad, enviando mensajeros a Roma para que inquirieran la
razón de la llegada de tropas a Grecia. Fueron despachados con evasivas. Quinto
Marcio, un antiguo cónsul con experiencia en los asuntos griegos, se trasladó a
Macedonia y mantuvo con Perseo conversaciones insustanciales que dieran tiempo
a la movilización de las fuerzas romanas, algo que no fue bien visto en ciertos
círculos tradicionalistas del senado, que consideraban que el engaño deliberado
no era digno de la política romana. Entretanto comenzaban a aparecer los
primeros síntomas de que la opinión pública griega no estaba tan bien dispuesta
hacia la intervención romana como parecía superficialmente. Acarnianos y
beocios, junto a los cretenses y Bitinia, mostraban claras simpatías hacia
Macedonia. Incluso alguna ciudad beocia como Haliarto se declaró abiertamente
aliada de Perseo. Rodas era claramente reticente. Los reinos de Siria y Egipto,
aunque en relaciones amistosas con Roma, estaban demasiado inmersos en sus
propios conflictos como para pensar en intervenir. Por otra parte, la Liga
Etolia y Tesalia estaban sumidas en una crisis interna tan grave que su
posición no era, en ningún aspecto, clara.
Dentro de la Liga Aquea las circunstancias no eran distintas.
Cuando los legados senatoriales Publio Cornelio Léntulo y su hermano Servio
llegaron al Peloponeso, se encontraron con un auditorio hostil.
Los Léntulos, en su
recorrido por las plazas del Peloponeso, animaban a todas las ciudades sin
distinción a colaborar con los romanos en la guerra contra Perseo con el mismo
ánimo y la misma lealtad con que les habían ayudado en la guerra contra Filipo
primero y contra Antioco después; con ello provocaban murmullos de protesta en
las asambleas… Tito Livio 42. 37
La causa de la mala acogida era, formalmente, el poco tacto de los
romanos, al tratar a las ciudades mesenias y eleas, integrantes, aunque
recientes, de la Liga, de forma independiente al resto de los aqueos, lo que
avivaba viejos resentimientos territoriales dentro de la confederación. Pero la
protesta no hubiera existido sin un previo prejuicio anti romano entre los
aqueos. Polibio nos trasmite, a través de Tito Livio, la rápida polarización de
la vida política de la Liga en tres grandes facciones. Por un lado la pro
romana, representada por el partido de Calícrates de Leonte, con poco apoyo
popular pero que aprovechaba el temor al poderío de Roma para forzar el
mantenimiento de una alianza formal. Por otro la pro macedonia, que sí contaba
con la simpatía del pueblo, sobre todo de las clases bajas, pero no que
disponía de influencia en las instituciones y eran perseguida, lo que llevó al
exilio en Macedonia de sus principales líderes, como Leónidas de Esparta o
Licón. Por último, el partido “nacional”, del que formaba parte Polibio, el
grupo con mayor influencia y éxito político, mantenía una posición ambigua.
Un tercer grupo, el de los
mejores y más inteligentes… lo que preferían era no que uno de los dos bandos [romanos
o macedonios] se hiciese más poderoso que
el otro, sino que la paz fuese la resultante de un equilibrio entre ambos,
conservando íntegras sus fuerzas unos y otros; de este modo sus ciudades,
situadas entre las dos potencias, estarían en inmejorable posición al contar
siempre con una de ellas frente a los abusos de la otra. Sintiendo así,
observaban en silencio y sin comprometerse los enfrentamientos entre los
partidarios de uno y otro bando. Tito Livio 42. 30
Esta posición era mayoritaria entre las élites políticas de toda
Grecia, aunque se siguió manteniendo una apariencia de alianza con Roma. Una
petición romana de mil soldados aqueos para reforzar la posición clave de
Calcis, en Eubea, fue rápidamente cumplimentada. Pero al mismo tiempo se
discutía intensamente la forma de detener la guerra y mantener a los romanos
fuera de Grecia. No sabemos hasta que punto eran conscientes los romanos de
ello, pero muy probablemente suponían que su poderío bastaría para mantener en
silencio esas voces hasta que la victoria sobre Perseo asegurara de forma
definitiva su hegemonía en el Mediterráneo.
El cónsul Licinio y su ejército, formado por dos legiones y
contingentes de aliados itálicos, unos 25.000 hombres en total, iniciaron su
progresión hacia el interior en el verano de 171. La ruta que siguieron, a
través del Epiro, fue la misma que en tiempos de Flaminio, cuando la guerra
contra Filipo. Licinio contaba con que el control de Tesalia permitiría
asegurar la colaboración de tesalios, etolios, aqueos y beocios.
Simultáneamente una flota, al mando del pretor Lucrecio, se haría con el
control del Egeo y reduciría los núcleos de resistencia en algunas ciudades
beocias aliadas con Perseo. El camino hasta Tesalia resultó más duro de lo
esperado, sobre todo al cruzar el macizo del Pindo, lo que obligó a un periodo
de reorganización. Por añadidura la respuesta de los aliados fue tibia. Sólo
Éumenes, junto a su hermano Atalo, llegaron con una fuerza importante, seis mil
infantes y mil jinetes. Los aqueos enviaron sólo mil quinientos soldados
ligeros sin caballería. El conjunto de la coalición de aliados representó una
fuerza decepcionante.
También les llegaron al mismo lugar a los
romanos otras tropas auxiliares procedentes de todos los pueblos de todos los
lugares de Grecia, la mayoría de los cuales, tan reducido era su número,
cayeron en el olvido. Los apoloniatas enviaron trescientos soldados de
caballería y cien de infantería. Los etolios constituían el equivalente a un
ala [unos quinientos hombres] con
todos los jinetes que habían llegado de toda la nación, y en cuanto a los
tesalios, de los que se esperaba la caballería al completo, no había más de
trescientos jinetes en el campamento romano. Tito Livio 42.55.8-10
3ª Guerra Macedonia. Campaña de 171
Licinio estableció su
base cerca de Larisa, y allí esperó, sin un plan definido, los movimientos de
Perseo, que se había mantenido hasta entonces a la expectativa. Hasta el último
momento Perso esperó llegar a un acuerdo con el senado, espejismo alimentado
por la embajada de Marcio, que ya vimos era simplemente una añagaza romana para
ganar tiempo. Trató de solicitar la mediación de Rodas, el estado neutral por
excelencia, enviando allí una embajada
Los embajadores añadieron
que el rey confiaba en que habría paz, pues había enviado embajadores a Roma a
propuesta de Marcio y Atilio. Si los romanos persistían en desencadenar la
guerra contraviniendo el tratado, entonces los rodios tendrían que poner en
juego toda su influencia y todos sus recursos para el restablecimiento de la
paz; si con los ruegos no conseguían nada, habría que actuar para evitar que se
concentrasen en un solo pueblo la autoridad y el poder universales. Tito
Livio 42. 46
Estas perspectivas resultaron ilusorias. Los embajadores enviados
a Roma fueron despedidos por el senado sin respuesta. Incluso los estados
griegos más anti romanos se negaron a intervenir en apoyo de la posición de
Perseo. Rodas respondió a sus peticiones declarando que deseaba la paz, pero
que se veía obligada por su alianza con Roma. El inicio de las hostilidades era
un hecho.
El rey, tras ver defraudadas sus esperanzas, se resignó a la
guerra. Pero su posición no era, ni mucho menos, débil. Durante los veinticinco
años anteriores, tras la derrota frente a Roma en 197, la política de la corte
de Pella, primero con Filipo y luego con Perseo, fue la de reconstruir el
poderío militar macedonio. Y lo consiguieron con creces.
Había almacenado trigo para
diez años para treinta mi infantes y cinco mil jinetes, de modo que podía
pasarse sin recurrir a sus campos ni a los del enemigo para hacer acopio de
trigo. Disponía de tal cantidad de dinero que tenía preparada la paga militar,
también para diez años, de diez mil soldados mercenarios, aparte de las tropas
macedónicas, y eso sin contar la renta que recaudaba cada año de las minas
reales. Armas había almacenado en sus arsenales como para un ejército tres
veces mayor. Tito Livio 42. 12
Sin duda debemos contar con un punto de exageración, pero está
claro que Perseo disponía del ejército más poderoso del mundo griego. La
tradición militar de Macedonia era antigua y prestigiosa, y el rey podía contar
con el apoyo, total y sin reservas, de toda la población. Llegado el momento
pudo movilizar un ejército entrenado y fiel, unos treinta mil macedonios, nueve
mil tracios y cuatro mil mercenarios griegos. Sin un poder naval con el que
enfrentarse a la armada romana, e incapaz de defender a sus escasos aliados,
Perseo resolvió mantenerse a la defensiva y, tras recibir noticias del avance
de las tropas romanas, ocupó el paso de Tempe, vía de acceso muy angosta a
Macedonia desde Tesalia, y esperó la llegada de Licinio saqueando la Tesalia
oriental desde su campamento en Sicurio.
Pronto los dos ejércitos se vieron enfrentados, y tras unos días
de escaramuzas Perseo se presentó por sorpresa con su caballería y tropas
ligeras ante el campamento romano, en el cerro Calínico. Movilizada a su vez la
caballería romana, pronto se vio superada por la acometividad de los
mercenarios tracios de Perseo. El choque terminó cuando las tropas aliadas
griegas del flanco izquierdo romano huyeron ante el ataque de la caballería
macedonia. Sólo la intervención en el último momento del pequeño cuerpo de
caballería tesalio permitió la retirada de la vanguardia romana, con gran
número de bajas, al campamento. En ese momento llegó el grueso de la infantería
macedonia, dispuesta presentar batalla a las legiones, que tras la derrota de
su caballería se mantenían temerosamente a la defensiva tras las
fortificaciones de su campamento. Pero Perseo prefirió no arriesgarse y se
retiró victorioso. Muchos de sus generales se mostraron irritados con la
decisión, y el propio Polibio, a través de Livio, deja traslucir un cierto
lamento ante la oportunidad perdida.
Al día siguiente el rey
avanzó para provocar a su enemigo a combate, y al percatarse de que se había
instalado el campamento [romano] en
posición segura al otro lado del río, reconocía que sin duda había sido una
equivocación no acosar a los vencidos el día anterior, pero que era más grave
su error por haber permanecido quieto durante la noche… Tito Livio 42. 60
Si Licinio hubiera sido derrotado, quizás Perseo podría haber
contado con el apoyo de buena parte de Grecia, que se hubiera levantado contra
Roma. Pero Perseo se mostró prudente. Los recursos romanos eran virtualmente
inagotables, y el senado hubiera mandado nuevos ejércitos, como ya había hecho
en la guerra con Aníbal. Por el contrario, una derrota macedonia hubiera
supuesto el final inmediato de la guerra, ya que no podría movilizar un nuevo
ejército para defenderse. Además, para Perseo su ejército era un instrumento
esencial, la base de su poder. No lo arriesgaría en ninguna circunstancia.
Prefirió enviar embajadores al cónsul con propuestas de paz, contando con que
su victoria le daba una posición de fuerza. Las condiciones que ofreció eran
extraordinariamente benignas, mantener el statu
quo anterior a la declaración de guerra, pero la respuesta fue arrogante,
de acuerdo con las tradiciones romanas.
… los romanos contestaron
con la exigencia de que Perseo se entregara incondicionalmente y de que
resignara en el senado romano la potestad de decidir a su arbitrio los asuntos
de Macedonia. Polibio 27. 8
Los esfuerzos posteriores de Perseo por sobornar al cónsul fueron
inútiles, y terminó por retirarse a su campamento de Sicurio y mantener una
estrategia defensiva. Mientras tanto la noticia de la derrota romana se
extendió por toda Grecia, provocando una conmoción general. En el campamento
romano la responsabilidad del fracaso fue endosada a la caballería etolia, a la
que se acusó de provocar la desbandada de las tropas griegas con su huida.
Varios de sus comandantes, sospechosos de simpatizar con la causa macedonia,
fueron deportados a Italia, acusados de cobardía. Los tesalios, por el
contrario, fueron felicitados y recompensados. Pero eso no evitó que por toda
Grecia la pérdida del aura de imbatibilidad de Roma desatara un sentimiento de
euforia anti romana.
Cuando, después del triunfo
macedonio, la noticia del choque de las caballerías se propagó por Grecia,
fulgió como una centella la inclinación de las masas a favor de Perseo, la cual
hasta entonces muchos habían ocultado. Polibio 27. 9
Esto provocó sutiles pero importantes cambios en la política
interna de los diferentes estados. Continuó la fidelidad oficial a la alianza
romana pero, tanto dentro de la opinión pública como entre los grupos
dirigentes, la figura de Perseo y las ideas favorables a una mediación en el
conflicto fueron ganando terreno. La victoria romana seguía siendo descontada,
pero el conflicto podría ser mucho más largo de lo esperado, y muchos pensaron
que Roma terminaría por aceptar una paz de compromiso con Macedonia, algo para
lo que todos los estados griegos debían estar preparados.
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