sábado, 13 de enero de 2018

Augusto Progo de Lis Grecia Frente a Roma Historia de la Liga Aquea Libro III  Polibio de Megalópolis 22 TAMBORES DE GUERRA

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 TAMBORES DE GUERRA

 En el verano de 172, en medio de rumores de guerra inminente, muchos estados griegos despacharon embajadas a Roma intentando influir en el desarrollo de los acontecimientos. La legación del reino de Pérgamo, el principal aliado de los romanos en Grecia, estaba encabezada por el propio rey, Éumenes. Eso nos muestra, mejor que ningún otro hecho, la gravedad de la situación. Para Pérgamo las circunstancias eran delicadas en extremo. Como fiel aliado de Roma, Éumenes II había terminado por atraer hacia sí gran parte de los odios y desconfianzas que había sembrado en Grecia la diplomacia romana. Macedonia, Rodas, y en general la mayor parte de la opinión pública griega, veían en él un peón de la política romana, un traidor a la causa de la libertad. El progresivo ascenso de Macedonia al estatus de potencia, unido a la posibilidad de que gran parte de Grecia se uniera a ella para restringir la influencia romana, representaba un enorme peligro para el rey de Pérgamo.
 El caso de la Liga Aquea era sintomático. Formalmente aliada de Roma, y por tanto de Pérgamo, había rechazado todos los esfuerzos de Éumenes de entablar relaciones más estrechas, en las mismas condiciones, al menos, que el tradicional aliado de los aqueos, Egipto. Por añadidura la opinión pública era cada vez más pro macedonia, y era previsible que, tarde o temprano, los líderes del partido “nacional” aqueo se inclinaran por una colaboración diplomática más activa con Perseo para contrapesar la omnipresente influencia romana. Algo parecido se podría decir de los demás estados griegos, sobre todo de la influyente república rodia. Para Éumenes, por tanto, era imprescindible una acción romana inmediata, que cortara de raíz las pretensiones macedonias de reconstruir su antigua posición dominante en Grecia.
 Reunido el senado romano llamó en primer lugar a Éumenes, con el que celebró una sesión secreta. Esa intimidad causó una gran ansiedad en el resto de las embajadas, que en sesiones posteriores trataron de contrapesar intentando desprestigiarle. Pero esto no hizo más que aumentar la confianza de Roma en la alianza con Pérgamo. Las embajadas fueron fríamente despedidas con el mensaje de que Roma no olvidaría a aquellos estados que habían demostrado su amistad y adhesión en momentos delicados, y con la impresión de que había decidido, tras su conferencia con Éumenes, impedir cualquier intento de Macedonia de recuperar una posición de dominio.
 A finales del verano de 172 las embajadas griegas regresaron a sus ciudades de origen, mientras los rumores de guerra se iban acrecentando. El rey Éumenes aprovechó el camino de retorno para visitar, algo habitual en una época donde los viajes eran raros, el santuario de Apolo en Delfos, uno de los centros religiosos más importantes de Grecia. No debemos dejar de lado, por supuesto, las motivaciones políticas. Recordemos que sólo dos años antes Perseo había utilizado otra visita al mismo lugar para tratar de recomponer sus lazos con las pequeñas confederaciones de Grecia central. Una vez desembarcado en Cirra inició el camino hacia el santuario.
 Al principio avanzaba desde el mar rodeado por el tropel de sus amigos y escoltas; después, la columna se fue estirando debido a la falta de espacio. Al llegar al punto donde no había más remedio que avanzar de uno en uno, el primero en entrar en el sendero fue Pantaleón, un principal etolio con el que había entablado conservación el rey. Surgen entonces los emboscados y hacen rodar dos piedras de gran tamaño que alcanzan al rey, una en la cabeza y otra en el hombro. Perdió el conocimiento y rodó desde el sendero hacia la pendiente, cayéndole encima una gran cantidad de piedras cuando ya estaba tendido. Tito Livio 42. 15
 En medio de la natural confusión los agresores huyeron, mientras la noticia de la muerte del rey se difundía a gran velocidad. Su hermano Atalo, que recibió la noticia a los pocos días en la corte de Pérgamo, se proclamó nuevo rey y contrajo matrimonio con su cuñada, la reina. Pero el rey no había muerto. Algunos de sus escoltas corrieron a socorrerlo y descubrieron que, aunque malherido, había sobrevivido al atentado. Inmediatamente fue trasladado en total secreto, para impedir nuevas agresiones, primero a su nave y luego, a través de Corinto, a la isla de Egina, enclave bajo soberanía de Pérgamo. Allí permanecería varios meses mientras se recuperaba, reprochando a su hermano la excesiva prisa en ocupar trono y alcoba.
 El atentado contra Éumenes hizo llegar la tensión internacional al punto de ruptura. En Roma se presentaron testigos que aseguraron no sólo que la iniciativa había partido de Perseo, sino que, además, preparaba tramas secretas para atentar contra legados y generales romanos en el puerto de Brindisi, punto de salida desde Italia hacia Grecia. Una embajada romana tuvo entonces un violento encuentro con el propio Perseo en la corte de Pella.
 … si estaban dispuestos a que se hiciera un tratado en términos de igualdad, él [Perseo], por su parte, vería qué le convenía hacer, y suponía que ellos [los embajadores romanos], por la suya, harían sus consultas de acuerdo con los intereses de su Estado. Y con esto salió bruscamente, y se comenzó a hacer salir a todos del palacio. Entonces ellos denunciaron el tratado de alianza y amistad. Encendido por estas palabras se paró y a voces los conminó a salir de las fronteras de su reino en un plazo de tres días. Tito Livio 42. 25
 La ruptura era definitiva. En Roma, ante lo avanzado de la estación, se decidió aplazar la declaración oficial de guerra hasta la elección de nuevos cónsules, pero se iniciaron rápidamente los preparativos militares. Pronto varios legados senatoriales comenzaron a recorrer el Mediterráneo oriental para sondear la opinión de los diversos estados griegos. La respuesta fue unánime. Todos los grandes reinos, Pérgamo, Bitinia, Capadocia, Siria, Egipto, conscientes de su debilidad, se alinearon con Roma, aunque sólo Pérgamo se mostró dispuesto a enviar fuerzas militares. Cartago y Numidia se pusieron a disposición de Roma para cualquier tipo de necesidad de hombres o recursos. Las ligas griegas, –aqueos, etolios, beocios, tesalios, cretenses–, y todas las ciudades del Egeo, aseguraron su apoyo. Incluso algunos pueblos tracios, al norte de Macedonia, se presentaron como aliados. Pero como veremos, tras esa fachada de fidelidad se escondía una latente simpatía por Macedonia, esperando la oportunidad de manifestarse.
 A principios de 171 fue nombrado general para la guerra en Grecia el cónsul Publio Licinio Craso, tras una seria trifulca con su colega en el consulado. La guerra parecía una oportunidad única de enriquecimiento y prestigio, como lo habían sido las guerras con Filipo V y Antioco de Siria dos décadas antes. No hubo dificultades de alistamiento ante la afluencia de voluntarios. De hecho existieron serias disputas entre los centuriones sobre los puestos intermedios en las legiones, que fueron formadas con soldados bisoños y oficiales veteranos de la guerra contra Antioco de Siria veinte años antes. Como era habitual la flota, cuyos navíos fueron elegidos de entre las abundantes reservas de viejas embarcaciones de las guerras contra Aníbal, Filipo y Antioco, zarpó hacia el Egeo durante la primavera. A principios del verano el ejército embarcó en Brindisi con rumbo a Grecia.
 Mientras la guerra no fue oficial Perseo trató de dar una sensación de normalidad, enviando mensajeros a Roma para que inquirieran la razón de la llegada de tropas a Grecia. Fueron despachados con evasivas. Quinto Marcio, un antiguo cónsul con experiencia en los asuntos griegos, se trasladó a Macedonia y mantuvo con Perseo conversaciones insustanciales que dieran tiempo a la movilización de las fuerzas romanas, algo que no fue bien visto en ciertos círculos tradicionalistas del senado, que consideraban que el engaño deliberado no era digno de la política romana. Entretanto comenzaban a aparecer los primeros síntomas de que la opinión pública griega no estaba tan bien dispuesta hacia la intervención romana como parecía superficialmente. Acarnianos y beocios, junto a los cretenses y Bitinia, mostraban claras simpatías hacia Macedonia. Incluso alguna ciudad beocia como Haliarto se declaró abiertamente aliada de Perseo. Rodas era claramente reticente. Los reinos de Siria y Egipto, aunque en relaciones amistosas con Roma, estaban demasiado inmersos en sus propios conflictos como para pensar en intervenir. Por otra parte, la Liga Etolia y Tesalia estaban sumidas en una crisis interna tan grave que su posición no era, en ningún aspecto, clara.
 Dentro de la Liga Aquea las circunstancias no eran distintas. Cuando los legados senatoriales Publio Cornelio Léntulo y su hermano Servio llegaron al Peloponeso, se encontraron con un auditorio hostil.
 Los Léntulos, en su recorrido por las plazas del Peloponeso, animaban a todas las ciudades sin distinción a colaborar con los romanos en la guerra contra Perseo con el mismo ánimo y la misma lealtad con que les habían ayudado en la guerra contra Filipo primero y contra Antioco después; con ello provocaban murmullos de protesta en las asambleas… Tito Livio 42. 37
 La causa de la mala acogida era, formalmente, el poco tacto de los romanos, al tratar a las ciudades mesenias y eleas, integrantes, aunque recientes, de la Liga, de forma independiente al resto de los aqueos, lo que avivaba viejos resentimientos territoriales dentro de la confederación. Pero la protesta no hubiera existido sin un previo prejuicio anti romano entre los aqueos. Polibio nos trasmite, a través de Tito Livio, la rápida polarización de la vida política de la Liga en tres grandes facciones. Por un lado la pro romana, representada por el partido de Calícrates de Leonte, con poco apoyo popular pero que aprovechaba el temor al poderío de Roma para forzar el mantenimiento de una alianza formal. Por otro la pro macedonia, que sí contaba con la simpatía del pueblo, sobre todo de las clases bajas, pero no que disponía de influencia en las instituciones y eran perseguida, lo que llevó al exilio en Macedonia de sus principales líderes, como Leónidas de Esparta o Licón. Por último, el partido “nacional”, del que formaba parte Polibio, el grupo con mayor influencia y éxito político, mantenía una posición ambigua.
 Un tercer grupo, el de los mejores y más inteligentes… lo que preferían era no que uno de los dos bandos [romanos o macedonios] se hiciese más poderoso que el otro, sino que la paz fuese la resultante de un equilibrio entre ambos, conservando íntegras sus fuerzas unos y otros; de este modo sus ciudades, situadas entre las dos potencias, estarían en inmejorable posición al contar siempre con una de ellas frente a los abusos de la otra. Sintiendo así, observaban en silencio y sin comprometerse los enfrentamientos entre los partidarios de uno y otro bando. Tito Livio 42. 30
 Esta posición era mayoritaria entre las élites políticas de toda Grecia, aunque se siguió manteniendo una apariencia de alianza con Roma. Una petición romana de mil soldados aqueos para reforzar la posición clave de Calcis, en Eubea, fue rápidamente cumplimentada. Pero al mismo tiempo se discutía intensamente la forma de detener la guerra y mantener a los romanos fuera de Grecia. No sabemos hasta que punto eran conscientes los romanos de ello, pero muy probablemente suponían que su poderío bastaría para mantener en silencio esas voces hasta que la victoria sobre Perseo asegurara de forma definitiva su hegemonía en el Mediterráneo.
 El cónsul Licinio y su ejército, formado por dos legiones y contingentes de aliados itálicos, unos 25.000 hombres en total, iniciaron su progresión hacia el interior en el verano de 171. La ruta que siguieron, a través del Epiro, fue la misma que en tiempos de Flaminio, cuando la guerra contra Filipo. Licinio contaba con que el control de Tesalia permitiría asegurar la colaboración de tesalios, etolios, aqueos y beocios. Simultáneamente una flota, al mando del pretor Lucrecio, se haría con el control del Egeo y reduciría los núcleos de resistencia en algunas ciudades beocias aliadas con Perseo. El camino hasta Tesalia resultó más duro de lo esperado, sobre todo al cruzar el macizo del Pindo, lo que obligó a un periodo de reorganización. Por añadidura la respuesta de los aliados fue tibia. Sólo Éumenes, junto a su hermano Atalo, llegaron con una fuerza importante, seis mil infantes y mil jinetes. Los aqueos enviaron sólo mil quinientos soldados ligeros sin caballería. El conjunto de la coalición de aliados representó una fuerza decepcionante.
 También les llegaron al mismo lugar a los romanos otras tropas auxiliares procedentes de todos los pueblos de todos los lugares de Grecia, la mayoría de los cuales, tan reducido era su número, cayeron en el olvido. Los apoloniatas enviaron trescientos soldados de caballería y cien de infantería. Los etolios constituían el equivalente a un ala [unos quinientos hombres] con todos los jinetes que habían llegado de toda la nación, y en cuanto a los tesalios, de los que se esperaba la caballería al completo, no había más de trescientos jinetes en el campamento romano. Tito Livio 42.55.8-10

 3ª Guerra Macedonia. Campaña de 171
 Licinio estableció su base cerca de Larisa, y allí esperó, sin un plan definido, los movimientos de Perseo, que se había mantenido hasta entonces a la expectativa. Hasta el último momento Perso esperó llegar a un acuerdo con el senado, espejismo alimentado por la embajada de Marcio, que ya vimos era simplemente una añagaza romana para ganar tiempo. Trató de solicitar la mediación de Rodas, el estado neutral por excelencia, enviando allí una embajada
 Los embajadores añadieron que el rey confiaba en que habría paz, pues había enviado embajadores a Roma a propuesta de Marcio y Atilio. Si los romanos persistían en desencadenar la guerra contraviniendo el tratado, entonces los rodios tendrían que poner en juego toda su influencia y todos sus recursos para el restablecimiento de la paz; si con los ruegos no conseguían nada, habría que actuar para evitar que se concentrasen en un solo pueblo la autoridad y el poder universales. Tito Livio 42. 46
 Estas perspectivas resultaron ilusorias. Los embajadores enviados a Roma fueron despedidos por el senado sin respuesta. Incluso los estados griegos más anti romanos se negaron a intervenir en apoyo de la posición de Perseo. Rodas respondió a sus peticiones declarando que deseaba la paz, pero que se veía obligada por su alianza con Roma. El inicio de las hostilidades era un hecho.
 El rey, tras ver defraudadas sus esperanzas, se resignó a la guerra. Pero su posición no era, ni mucho menos, débil. Durante los veinticinco años anteriores, tras la derrota frente a Roma en 197, la política de la corte de Pella, primero con Filipo y luego con Perseo, fue la de reconstruir el poderío militar macedonio. Y lo consiguieron con creces.
 Había almacenado trigo para diez años para treinta mi infantes y cinco mil jinetes, de modo que podía pasarse sin recurrir a sus campos ni a los del enemigo para hacer acopio de trigo. Disponía de tal cantidad de dinero que tenía preparada la paga militar, también para diez años, de diez mil soldados mercenarios, aparte de las tropas macedónicas, y eso sin contar la renta que recaudaba cada año de las minas reales. Armas había almacenado en sus arsenales como para un ejército tres veces mayor. Tito Livio 42. 12
 Sin duda debemos contar con un punto de exageración, pero está claro que Perseo disponía del ejército más poderoso del mundo griego. La tradición militar de Macedonia era antigua y prestigiosa, y el rey podía contar con el apoyo, total y sin reservas, de toda la población. Llegado el momento pudo movilizar un ejército entrenado y fiel, unos treinta mil macedonios, nueve mil tracios y cuatro mil mercenarios griegos. Sin un poder naval con el que enfrentarse a la armada romana, e incapaz de defender a sus escasos aliados, Perseo resolvió mantenerse a la defensiva y, tras recibir noticias del avance de las tropas romanas, ocupó el paso de Tempe, vía de acceso muy angosta a Macedonia desde Tesalia, y esperó la llegada de Licinio saqueando la Tesalia oriental desde su campamento en Sicurio.
 Pronto los dos ejércitos se vieron enfrentados, y tras unos días de escaramuzas Perseo se presentó por sorpresa con su caballería y tropas ligeras ante el campamento romano, en el cerro Calínico. Movilizada a su vez la caballería romana, pronto se vio superada por la acometividad de los mercenarios tracios de Perseo. El choque terminó cuando las tropas aliadas griegas del flanco izquierdo romano huyeron ante el ataque de la caballería macedonia. Sólo la intervención en el último momento del pequeño cuerpo de caballería tesalio permitió la retirada de la vanguardia romana, con gran número de bajas, al campamento. En ese momento llegó el grueso de la infantería macedonia, dispuesta presentar batalla a las legiones, que tras la derrota de su caballería se mantenían temerosamente a la defensiva tras las fortificaciones de su campamento. Pero Perseo prefirió no arriesgarse y se retiró victorioso. Muchos de sus generales se mostraron irritados con la decisión, y el propio Polibio, a través de Livio, deja traslucir un cierto lamento ante la oportunidad perdida.
 Al día siguiente el rey avanzó para provocar a su enemigo a combate, y al percatarse de que se había instalado el campamento [romano] en posición segura al otro lado del río, reconocía que sin duda había sido una equivocación no acosar a los vencidos el día anterior, pero que era más grave su error por haber permanecido quieto durante la noche… Tito Livio 42. 60
 Si Licinio hubiera sido derrotado, quizás Perseo podría haber contado con el apoyo de buena parte de Grecia, que se hubiera levantado contra Roma. Pero Perseo se mostró prudente. Los recursos romanos eran virtualmente inagotables, y el senado hubiera mandado nuevos ejércitos, como ya había hecho en la guerra con Aníbal. Por el contrario, una derrota macedonia hubiera supuesto el final inmediato de la guerra, ya que no podría movilizar un nuevo ejército para defenderse. Además, para Perseo su ejército era un instrumento esencial, la base de su poder. No lo arriesgaría en ninguna circunstancia. Prefirió enviar embajadores al cónsul con propuestas de paz, contando con que su victoria le daba una posición de fuerza. Las condiciones que ofreció eran extraordinariamente benignas, mantener el statu quo anterior a la declaración de guerra, pero la respuesta fue arrogante, de acuerdo con las tradiciones romanas.
 … los romanos contestaron con la exigencia de que Perseo se entregara incondicionalmente y de que resignara en el senado romano la potestad de decidir a su arbitrio los asuntos de Macedonia. Polibio 27. 8
 Los esfuerzos posteriores de Perseo por sobornar al cónsul fueron inútiles, y terminó por retirarse a su campamento de Sicurio y mantener una estrategia defensiva. Mientras tanto la noticia de la derrota romana se extendió por toda Grecia, provocando una conmoción general. En el campamento romano la responsabilidad del fracaso fue endosada a la caballería etolia, a la que se acusó de provocar la desbandada de las tropas griegas con su huida. Varios de sus comandantes, sospechosos de simpatizar con la causa macedonia, fueron deportados a Italia, acusados de cobardía. Los tesalios, por el contrario, fueron felicitados y recompensados. Pero eso no evitó que por toda Grecia la pérdida del aura de imbatibilidad de Roma desatara un sentimiento de euforia anti romana.
 Cuando, después del triunfo macedonio, la noticia del choque de las caballerías se propagó por Grecia, fulgió como una centella la inclinación de las masas a favor de Perseo, la cual hasta entonces muchos habían ocultado. Polibio 27. 9
 Esto provocó sutiles pero importantes cambios en la política interna de los diferentes estados. Continuó la fidelidad oficial a la alianza romana pero, tanto dentro de la opinión pública como entre los grupos dirigentes, la figura de Perseo y las ideas favorables a una mediación en el conflicto fueron ganando terreno. La victoria romana seguía siendo descontada, pero el conflicto podría ser mucho más largo de lo esperado, y muchos pensaron que Roma terminaría por aceptar una paz de compromiso con Macedonia, algo para lo que todos los estados griegos debían estar preparados.
 



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