viernes, 12 de enero de 2018

José Alberto Pérez Martínez Esparta Las batallas que forjaron la leyenda Batalla de Mantinea 418 a.C

   Batalla de Mantinea 418 a.C.

 

   La Paz de Nicias de 421 a.C. no terminó de mitigar los vientos de guerra que confluían entre Esparta y Atenas y las facciones contrarias a la paz que existían en ambas ciudades, se dedicaron a boicotear todo lo posible desde el comienzo el tratado. Si bien en Atenas esa facción belicista estuvo bien encarnada en Alcibiades, en Esparta serán dos éforos, Cleobulo y Jénares quienes se afanen en establecer todas las alianzas posibles con el fin de prolongar la política de Brásidas y derrotar de una vez por todas a Atenas. Semejante caldo de cultivo terminará como no podía ser de otra manera, con un nuevo enfrentamiento entre ambas ciudades en lo que se ha conocido como la batalla de Mantinea.

 

  

 Antecedentes

  En Esparta, la Paz de Nicias vino a agravar la fuerte división política interna que ya se conocía incluso antes de la campaña de Brásidas. Por un lado, estaba la facción o corriente que abogaba por la paz y la cordialidad con Atenas y por otra, la facción o corriente que dedicó todos sus esfuerzos a boicotear el tratado y reactivar las hostilidades con la misma. Esta última corriente estaría encabezada por los éforos Cleobulo y Jénares (Thuc. 5, 36, 1) que fueron nombrados éforos en el invierno de 421-420 a.C. Su primera medida fue apresurarse a buscar una alianza con beocios, corintios y, finalmente, con los argivos (Thuc. 5, 36, 1). Aliarse con los primeros significaba, no solo obtener el apoyo de una región vecina de Atenas con la que siempre había mantenido una cierta conflictividad, sino también lograr para sí lo que ellos consideraban podía ser moneda de cambio con los atenienses por Pilos (que aún se hallaba en su poder) es decir, la fortaleza de Panacto. Los espartanos consideraban clave este movimiento puesto que, solo a cambio de poder negociar con Panacto, tendrían la posibilidad de recuperar Pilos y reiniciar la guerra con los atenienses con unas mínimas garantías. De lo contrario, si los beocios se acercaban a Atenas, tanto Panacto como Pilos, caerían en poder de éstos, y sería peligroso reanudar las hostilidades. Por su parte, los beocios, exigieron a cambio concertar una alianza con ellos antes de entregar la fortaleza y a los prisioneros atenienses (Thuc. 5, 39, 2). Este hecho hizo dudar a Esparta que entendería que las relaciones con Atenas podrían enturbiarse si firmaba una alianza semejante con Beocia, puesto que el acuerdo que habían firmado lo prohibía expresamente (Thuc. 5, 39, 3). Sin embargo, con la línea “dura” en el eforado de Esparta, parece que esta posibilidad no importó demasiado y Esparta y Beocia terminaron firmando el acuerdo. Ésta le entregó la fortaleza a Esparta que procedió a su demolición. Dicha alianza parecía solo el comienzo de una política fructífera para la ciudad lacedemonia, que también trató de atraerse a su “archienemiga tradicional, Argos, lo que era muy deseado por ésta (Thuc. 5, 36, 1). Si el plan seguía los cauces previstos, los beocios deberían entenderse también con los argivos y hacer a éstos aliados, a su vez, de los lacedemonios (Thuc. 5, 36, 1). Pero, la negativa de última hora de los beocios (Thuc. 5, 38, 1) a dicho plan, hizo que los embajadores que iban a ser enviados a Argos, no lo fueran, dejando inconcluso un proyecto que, de haber salido adelante, habría puesto a Esparta en una situación inmejorable. A pesar de ello, aun existió una última oportunidad de arreglar las cosas. Argos, ante la extraña tardanza de los beocios en enviar a sus embajadores, decidió acudir a Esparta (Thuc. 5, 40, 1) y logró un principio de acuerdo para redactar un tratado. Pero el hecho de que los espartanos les invitaran a volver a su ciudad y exponerlo ante la asamblea, resultó ser un grave error que, a la postre y en concurso con otras circunstancias, terminó por extinguir la posibilidad de una alianza entre ambas. La demora se tradujo en la no conclusión del mismo (Thuc. 5, 41, 2-3) y esto, unido a los esfuerzos de Alcibíades por forzar una alianza de Atenas con Argos, terminó por hacer desaparecer cualquier intento de que Esparta sacara una posición favorable con respecto a Atenas. La iniciativa para reanudar las hostilidades, pasó al bando ateniense que logró atraerse a los argivos a su causa y dejó prácticamente aislada a Esparta que, por otro lado, con dos monarcas poco inclinados a la guerra con Atenas, se limitó a esperar acontecimientos.

 

     Esta facción más favorable a la paz y la no agresión con Atenas, estaría encabezada por los reyes, Plistoanacte y Agis. La diarquía espartana en esos años no sería, en ningún caso, continuadora de la activa política exterior que parecía haberse instalado en Esparta con la campaña de Brásidas. En primer lugar, Plistoanacte estaba en el segundo período de su reinado. Durante el primero había sido objeto de destierro a causa de las sospechas de soborno que sobre él recayeron cuando se retiró del Ática durante su invasión sin motivo aparente (Thuc. 2, 21, 1) Puesto que aquel soborno no ha quedado acreditado, podría entenderse que si entonces no tuvo razón para atacar Atenas, tampoco la tendría ahora. Y si el soborno fue real, entonces tendría sobrados motivos para no atacar tampoco y reavivar la añeja polémica que solo podría perjudicarle puesto que, por lo que parece, no gozaría de gran popularidad entre el demos espartano sino más bien lo contrario (Thuc. 5, 16, 1-2). Otro motivo que deja muy a las claras su intención de alejarse de aventuras fuera del Peloponeso, es su expedición contra los parrasios de Arcadia a causa de unas disputas internas (Thuc. 5, 33, 1). Tan pronto como se ve incapaz de salvar el fuerte de Cípsela, decide regresar sin pena ni gloria a Esparta. En segundo lugar, Agis fue un rey que, en ocasiones por las circunstancias y en ocasiones por su mismo carácter, no estaba llamado a ser precursor de una política exterior más agresiva y tampoco heredero de la que instauró Brásidas. En 426 a.C. había detenido una invasión del Ática por una serie de terremotos (Thuc. 3, 89) y en 425 a.C. abortó otra invasión cuando solo habían transcurrido quince días de campaña (Thuc. 4, 2, 6). Además, más adelante, fue multado por no avanzar y derrotar a los argivos cuando se daban todas las circunstancias para ello (Thuc. 5, 54-57). Acciones, en definitiva, poco decididas que, sin embargo, contrastarán con las campañas que llevará a cabo a partir de 413 a.C. Existieron además, una serie de motivos razonables que por sí solos obligarían a los espartanos a ser prudentes. El primero de ellos, la recuperación de los hombres capturados en Esfacteria en poder de los atenienses. Tal y como informa Tucídides, se trataba de espartiatas (Thuc. 5, 15, 2) es decir, hombres del más alto rango y parientes de hombres de igual categoría. El progresivo descenso que había experimentado el número de éstos en los últimos tiempos, hacía que ésta no fuera una razón sin importancia y que el mismo hecho presionara para lograr su retorno casi a cualquier precio. En segundo lugar, la paz firmada con Argos en 451 a.C. expiraba ahora (Thuc. 5, 14, 4) y el hecho de mantener un frente de guerra abierto tan lejos del Peloponeso como en Calcídica, acarreaba el peligro de que los argivos se aliaran con los atenienses, dejando al Peloponeso excesivamente desprotegido y a merced de que éstos les atacaran directamente, lo que habría obligado a la ciudad a mantener una guerra en dos frentes.

 

   De la manera que fuese, la Paz de Nicias quiso suponer un statu quo ante bellum en el cual los lacedemonios se comprometieron a devolver Anfípolis, Panacto y los prisioneros atenienses que estuvieran en su poder y, además, marcharse de Torone, Escione y de todas aquellas poblaciones que habían reconquistado los atenienses o que todavía asediaban (Thuc. 5, 18). Todas estas aceptaciones vinieron a corroborar el hecho de que Esparta tenía la determinación (por los motivos que ya hemos señalado) de abandonar su presencia en el norte de Grecia así como los frutos que había obtenido de la influencia que allí había establecido Brásidas, y volver a sus límites territoriales en el Peloponeso. Para Kagan, sin embargo, si hubo alguien beneficiado de este tratado fue Esparta, por el hecho de que sellar un acuerdo le permitiría ganar tiempo para recuperarse y retomar, más adelante, el proyecto de supremacía sobre Grecia. Sin embargo, en mi opinión, Esparta había perdido una ocasión única de continuar perjudicando a Atenas. Su presencia en Anfípolis le estorbaba enormemente por ser una ciudad que les proveía de madera para la construcción naval y de la que recibían importantes ingresos (Thuc. 4, 108, 1). Además, el acceso que ahora tendrían los lacedemonios a los aliados de Atenas que tanto temía Tucídides (4, 108, 2) se convirtió en realidad cuando muchos de éstos decidieron pasarse al bando peloponesio (Thuc. 4, 107, 3). En definitiva, Esparta estaba logrando una zona de amplia influencia que hubiera mantenido a los atenienses distraídos y ocupados. Ahora, sin embargo, Esparta renunciaba a todo aquello y volvía a parapetarse en su península dejando, una vez más, que los atenienses, esta vez a través de Alcibíades, recuperaran la iniciativa del conflicto sellando una alianza con Argos, reiniciando una campaña anti espartana y boicoteando la Paz de Nicias. Bien porque los planes de Cleobulo y Jénares no se materializaron, bien porque los diarcas no tenían intención de continuar la guerra con Atenas, lo que resultó fue que Esparta quedó en una frágil posición sobre el escenario político del momento, no solo en Grecia, sino también dentro del mismo Peloponeso, donde solo Tegea se comprometió a no marchar contra ellos (Thuc. 5, 32, 4).

 

   Mientras que la facción negociadora y diplomática encabezada por Nicias en Atenas se mantuviera en el poder, no habría motivo para alarmarse. Sin embargo, lo que ocurrió fue que Alcibíades, declarado anti espartano, resultó elegido strategos y aquella decisión afectó directamente al frágil compromiso de Nicias. La política pacifista espartana no podría sostenerse mucho tiempo sin un homólogo en Atenas que correspondiera a esa política y, mucho menos, cuando Argos optó definitivamente por aliarse con Atenas. La candidez lacedemonia ante estos acontecimientos fue proverbial y solo su posterior victoria en Mantinea en 418 a.C. evitó un mal mayor.

 

   La embajada que Esparta envió a tratar la cuestión de Argos a Atenas se convirtió, gracias las maquinaciones de Alcibíades, en una farsa de cara a la asamblea ateniense. De un golpe los embajadores espartanos perdieron toda credibilidad y a Nicias le resultó muy complicado reconducir esa imagen. Sin embargo, lo intentó y, a su vez, envió una embajada ateniense a Esparta (Thuc. 5, 46, 2-5) aunque con la exigencia clave de devolver Panacto, algo que los espartanos difícilmente aceptarían, más cuando aún esperaban que se les repusiera Pilos. Como era de esperar, Nicias no consiguió nada de Esparta y los atenienses montaron en cólera contra él y contra su política conciliadora, concertando, a sugerencia de Alcibíades, el tratado con Argos (Thuc. 5, 47). A dicha alianza se sumaron, además, Mantinea y Élide, en lo que se conoce como la cuádruple alianza. Muy probablemente a causa de este aislamiento en el que ahora quedaba inmersa la ciudad lacedemonia, tuvo lugar un humillante episodio para la ciudad acontecido en los Juego Olímpicos de 420 a.C. celebrados en Élide. Esta ciudad prohibió a los espartanos el acceso al recinto sagrado a resultas de una antigua disputa sobre Lépreo. Como bien habrían calculado los eleos, los espartanos no se atrevieron a replicar con la fuerza, sino que sus quejas se redujeron al ámbito formal de protesta. Cualquier mínimo intento del uso de la fuerza por parte de éstos, habría sido rápidamente contestado por los nuevos y poderosos aliados de Élide que, sin habérselo solicitado, ya habían enviado contingentes de argivos y mantineos (Thuc. 5, 50, 3)  por si acaso los lacedemonios recurrían a la acción armada. Los lacedemonios no solo tuvieron que soportar la prohibición al recinto sagrado sino también aguantar cuando uno de sus atletas fue golpeado por rabducos, sin poder hacer nada al respecto. Sin embargo, ésta no fue la única consecuencia de la timorata política espartana. Muy humillante también fue el hecho de que los beocios sustituyeran en el mando de Heraclea de Traquinia al lacedemonio Agesípidas (Thuc. 5, 52, 1). Aquel acto respondía al miedo que los beocios sentirían por los atenienses si mantenían a un lacedemonio al mando de una ciudad tan cercana al Ática y también a la percepción de debilidad que ahora dimanaba de Esparta. Al fin y al cabo, los lacedemonios iban a comenzar a experimentar una serie de problemas en el Peloponeso que los mantendrían ocupados y dificultaría la ayuda que les pudieran requerir.

 

   A la flamante alianza compuesta por Atenas, Argos, Mantinea y Elide, solo le faltaba un componente para ser extraordinaria: Corinto. Curiosamente, solo unos años antes, con el recién estrenado tratado de paz entre Esparta y Atenas, el descontento que cundió entre los aliados de ambos bandos fue grande, y entre esos desencantados estaba Corinto, que criticó la actitud de Esparta en dicho acuerdo. Aquello la empujó a buscar el apoyo de Argos para conformar una alianza que se convirtiera en la alternativa a la hegemonía de ésta en la península. Como era de esperar y por razones de coherencia histórica, Argos aceptó (Thuc. 5, 28) y enseguida se pusieron a recabar más apoyos de ciudades peloponesias, logrando el de Mantinea y Elis y los calcideos de Tracia (Thuc. 5, 29; 5, 31). De esta manera, contrarrestarían a la alianza espartano-ateniense, pero, sobre todo, la influencia y control de Esparta en el Peloponeso. Para Argos, esta alianza era sin duda muy beneficiosa. Tras años de incomparecencia, ahora podía albergar, de nuevo, la idea de recuperar su hegemonía sobre la península, puesto que, esta vez, contaba con importantes apoyos. Además, a pesar de que Esparta y Atenas habían firmado una paz, la facción anti espartana en esta última ciudad había logrado representación con la elección de Alcibíades para la estrategia en 420 a.C. lo que quiere decir que sería muy presumible su apoyo en caso de entrar en conflicto con los lacedemonios, además de tener, ambas ciudades gobiernos de corte democrático. Finalmente, esta deducción acabó convirtiéndose en realidad cuando Alcibíades propuso aliarse con ellos fraguándose la ya mencionada Cuádruple Alianza. Cuando la alianza argivo-ateniense culminó, Argos comprendió que la participación de Corinto era necesaria. Su posición estratégica en el Peloponeso era vital para consolidar el aislamiento completo al que quedaría sometido Esparta ya que los beocios, que eran aliados suyos, no podrían enviarles ayuda, al menos por tierra, sin cruzar territorio hostil, mientras que la alianza controlaría todo el Golfo de Corinto. Por ese motivo, los argivos hicieron un último intento por ganarlos para su causa (Thuc. 5, 50, 5) reuniéndose con ellos. En verdad, las relaciones entre Argos y Corinto ya habrían comenzado incluso, como sugiere Westlake, antes del acuerdo entre Atenas y Esparta. Sin embargo, la enemistad declarada de éstos con Atenas, un devastador terremoto, una más que presumible división interna y, en mi opinión, el desplante que le había hecho Atenas rechazando una tregua particular con ellos, malograron un acuerdo que, finalmente, nunca vió la luz. A partir de ahí, el papel de Corinto pasará del alejamiento a la lucha contra ella.

 

   En 419 a.C. Alcibíades tomó unos cuantos hoplitas y partió por fin al Peloponeso llegando hasta Patras, donde sugirió a sus ciudadanos alargar sus muros hasta el mar (Thuc. 5, 52, 2) y construyó una fortificación que los corintios se encargaron de destruir. A Alcibíades no le quedó más remedio que retirarse sin conseguir lo que se proponía. Lo que sí había quedado claro en aquella acción del ateniense es que había entrado al Peloponeso conduciendo un ejército y los espartanos no habían actuado. Este hecho, sería interpretado como una causa de debilidad de la ciudad lacedemonia que ahora veía cuestionada su autoridad en un territorio que creía tener controlado. A pesar de no conseguir nada objetivo, esta campaña solo fue un anticipo de lo que estaba por llegar, el conflicto entre Argos y Epidauro que involucraría irremisiblemente a los atenienses y, por supuesto a Corinto y Esparta.

 

     Esparta pasa a la acción

 

   En 419 a.C. mientras los argivos se dedicaban a arrasar el territorio de los epidaurios, esperaban que los atenienses les auxiliaran en caso de necesitarlo. Pero entonces, una expedición espartana llegó por mar para atender a sus aliados epidaurios y sorteó la vigilancia ateniense que nada pudo hacer por interceptarla. En 418 a.C. los lacedemonios volvieron a preparar una expedición terrestre juntando tropas en Fliunte para marchar contra los argivos. Pero lejos de tener la intención de derrotarlos definitivamente, parecía que Agis se dedicara más a asombrar que a luchar. De hecho, la expedición que realiza Agis hasta Leuctra, parece más una simple maniobra de diversión que una estrategia seria de enfrentarse a la alianza argivo-ateniense. Pero, en cualquier caso, en una nueva expedición, Agis, a instancias de dos argivos, Trasilo y Alcifrón, aceptó los términos de una tregua de cuatro meses de duración. El freno que Agis, de manera casi unilateral impuso a la expedición negándose a vencer a los argivos, es explicado por Kagan instalándose en la creencia de que las expediciones lacedemonias no fueron más que una treta para ganar tiempo y conseguir que los oligarcas argivos lograran imponerse en la ciudad. Afirma que, de manera privada los argivos le habrían dicho “evita la batalla” y “dentro de unos meses no la necesitarás”. Si la decisión de Agis de aceptar la tregua había provocado gran malestar entre los aliados y en Esparta por no aprovecharse del mejor ejército del todos los tiempos (Thuc. 5, 60, 3) para derrotar a Argos, peor fue cuando los atenienses junto con eleos y mantineos pero sin los argivos, marcharon contra Orcómeno de Arcadia y la obligaron a capitular. Las críticas hacia la persona del monarca se recrudecieron y se decidió imponerle una multa de cien mil dracmas y derribar su casa (Thuc. 5, 63, 2). Seguramente en la actuación de Agis aún se encontraba la creencia de que no era prudente aun atacar a un miembro de la Cuádruple Alianza y eso sería lo que le habría  llevado a actuar de un modo independiente y poco razonable. Kagan explica que el hecho de que el castigo se le impusiera tras la capitulación de Orcómeno y no tras celebrar la tregua, quiere decir que, hasta el último momento los éforos también habrían confiado en  su estrategia de que Argos se avendría por sí sola a la causa espartana. En mi opinión, creo que habría que dar una posibilidad a que esa sanción ya estuviera en curso. Al fin y al cabo, como ya señalamos, era la enésima vez que Agis abortaba una expedición, lo cual empuja a pensar en el ánimo punitivo que existiría ya entre los éforos. Entre la concertación de la tregua y la llegada de Alcibíades que, a la postre, es quien dinamita la misma y sale con las tropas hacia Orcómeno, es probable que solo hubieran transcurrido algunos días, por lo que es perfectamente posible que en el transcurso que se decide la sanción  se vota y se comunica, perfectamente podría haberse producido la capitulación de Orcómeno. En cualquier caso, parece que aquella sentencia le sirvió para mudar su carácter, hasta ahora más negociador y embarcarse en el difícil proyecto de redimirse a través de lograr victorias en el campo de batalla (Thuc. 5, 63, 3). Aquellas promesas lograron el aplazamiento de las sanciones pero lo que no evitaron fue que diez espartiatas fueran designados como sus consejeros, sin los cuales no podría conducir al ejército fuera de Esparta (Thuc. 5, 63, 4).

 

  

 La batalla

   La batalla de Mantinea fue una auténtica lucha al modo hoplítico en falange, con dos cuadros bien encarados y enfrentados. Los aliados con Argos a la cabeza, marcharon a Tegea para tomar la ciudad. Aquella ciudad era la única salida de Esparta hacia el norte y su pérdida habría supuesto un auténtico cataclismo para los lacedemonios ya que habrían quedado completamente bloqueados y aislados. Agis, sin embargo, deseoso de restituir su imagen, marchó también a Tegea con unos 9000 efectivos, mientras que el bando de los argivos, atenienses y mantineos se situaría en 8000. Tan pronto como las tropas argivas y sus aliados divisaron a las tropas de Agis, marcharon hacia una colina próxima bien defendida y con un acceso difícil. Viéndolos allí parapetados, Agis dio orden de marchar contra ellos. No parece que fuera una decisión muy prudente en vista de la situación que había tomado el enemigo. Una colina obligaría a los lacedemonios a querer ascender por ella mientras los argivos solo tendrían que defenderla y hacer valer la inclinación natural del lugar para mantener su ventaja. Así debió de verlo también Farax, que ante la evidente obstinación de Agis por llegar al enemigo de manera desesperada para lavar su imagen, quiso aconsejarle que no enmendara un error con otro. Le sugirió detener el ataque y buscar una estrategia más inteligente que obligara a los argivos y sus aliados a descender de la colina y quedar en campo abierto.

 

   Retirado a los comarca de Tegea, a Agis se le ocurrió cambiar el curso del río Zanovistas y verter sus aguas hacia Mantinea. Esto se lograría haciendo converger el curso del Zanovistas con otro río de nombre Sarandapótamos y excavando un canal de tres kilómetros que hiciera anegar toda la llanura con el consecuente perjuicio para la ciudad. Dicho río era motivo de añeja disputa entre mantineos y tegeatas desde tiempo inmemorial ya que, al parecer, cada vez que Tegea y Mantinea tenían un conflicto, los primeros recurrían a la misma treta una y otra vez. Aunque la distancia entre el lugar en el que ahora se hallaba Agis y el lugar en el que estaban apostados los argivos era considerablemente grande (había todo un bosque de por medio) las mantineos no tardaron más que un día en descubrir con amargura lo que Agis, junto a sus aliados de Tegea, estaban tratando de hacer. Tan pronto se percataron del hecho, hicieron saber a los argivos que o bien abandonaban la colina o en cuestión de semanas todo el territorio sobre el que se asentaban quedaría inundado. Mientras Agis, con la certera creencia de que los argivos y sus aliados bajarían para impedirlo, comenzó a obrar para variar el rumbo de las aguas. En el bando argivo, un pequeño tumulto se armó entre sus generales a decir por la inevitable situación; algunos de ellos no comprendían ni por qué se había retirado el enemigo ni por qué no lo habían seguido y derrotado definitivamente. A resultas de tal conflicto, los generales argivos acordaron abandonar la colina y bajar a la llanura, a donde establecerían su campamento con el fin de enfrentar de una vez por todas al enemigo.

 

   Cuando Agis y sus espartanos regresaron, se encontraron la llanura ocupada por el enemigo que además, ya había adoptado la posición de combate. Sin tiempo para pensar, los lacedemonios hicieron lo propio y Agis se dispuso a dar las órdenes pertinentes de formación. El ala izquierda quedó ocupada por los esciritas, una unidad de infantería ligera, a la que siempre correspondía iniciar el combate; a su lado, los brasideioi u hombres de Brásidas. Se trataba del cuerpo expedicionario que el general Brásidas había utilizado en Anfípolis y que ya habían regresado a Esparta. Desde entonces y debido a su gran pericia técnica, constituyeron una unidad fundamental en el ejército espartano. Junto a ellos, los neodamodai, o esclavos espartanos que habían ganado su libertad, generalmente por sus servicios en la guerra. A continuación, las unidades propias de soldados lacedemonios, flanqueados en el ala derecha por unos cuantos tegeatas y en ambas alas, por los jinetes. Tal era la disposición del ejército espartano aquel día.

 

   En el lado argivo, la formación quedó de la siguiente manera: el ala derecha fue ocupada por los mantineos, por el hecho de que la batalla tuviera lugar en su territorio; junto a ellos, los aliados arcadios y un cuerpo selecto de mil argivos, que eran instruidos en las artes militares con cargo al erario público de su ciudad, a diferencia del resto. Los atenienses, por su parte, se encargaron del ala izquierda.

 

   Los argivos no quisieron o no supieron aprovechar la inicial desorganización del ejército espartano que, sin embargo, gracias a su pericia y disciplina, adoptó la formación de combate en un abrir y cerrar de ojos. El frente de los aliados ocupaba aproximadamente un kilómetro mientras que el del bando espartano sería unos cien metros mayor. El ala izquierda aliada era ligeramente superada en número pero lejos de compensar ese déficit, los argivos decidieron reforzar aún más el flanco derecho a fin de golpear con tal contundencia que la batalla quedara decidida antes de que el enemigo pudiera desbordarlos por la izquierda. Su idea no fue mala y Agis, en vista de que sus tropas pudieran ser desbordadas por su izquierda, ordenó a los esciritas y a los veteranos de Brásidas que marcharan aún más a la izquierda a fin de contener a los mantineos. Sin embargo, aquella maniobra tenía un peligro evidente como era la brecha que se abriría en la formación al despegarse estas últimas unidades del grueso de la tropa. Para compensar dicha fractura, Agis envió a Hiponoidas y Aristocles con sus compañías a cerrar el hueco formado. Según Donald Kagan, aquellas órdenes no tenían precedentes en la historia militar griega y según su propia opinión, respondieron más a la falta de experiencia del monarca que a su habilidad, la cual aún no había alcanzado. De hecho, aunque los esciritas obedecieron sus órdenes, los generales encargados de cubrir el hueco, no lo hicieron; se negaron a abandonar su lugar desacatando así sus órdenes, probablemente motivados por lo inoportuno e improvisado de la decisión.

 

   Como era de esperar, el flanco izquierdo desplazado de los lacedemonios fue aplastado por los mantineos que, junto a las tropas de élite argivas, marcharon después hacia el hueco creado en las filas lacedemonias. Aquello significaba que estaban a un solo paso de derrotar a Esparta y alcanzar la gloria. Sin embargo, el hecho de no enviar a alguna otra unidad que se ocupara de los esciritas y neodamodeis, mientras ellos avanzaban sobre el flanco derecho espartano, hizo que se desbarataran todos sus planes. Puede que aquella fuera una decisión para asegurarse el objetivo más fácil, pero sin duda constituyó un grave error finalmente. La débil acometida que protagonizó la parte de los aliados que tenía encomendada encargarse de la parte fuerte del ejército lacedemonio, hizo que sucumbieran ante las tropas de Agis que repelieron el ataque sin demasiado esfuerzo. Al contrario, los espartanos comenzaron a avanzar con una fuerza aplastante y provocaron que muchos de los aliados comenzaran a considerar la retirada en vista de la carga que se les venía encima. Mientras, el otro flanco aliado, afanado en perseguir esciritas y neodamodes, no fue capaz de ver el apuro por el que el otro ala de su formación estaba pasando y, aunque estaba logrando una mínima victoria, no intuyó el desastre general que se avecinó. La formación ateniense comenzó a quedar envuelta por el bando espartano y solo su caballería impidió una desbandada generalizada de los aliados.

 

   Ante el repentino cambio de los acontecimientos, Agis ordenó el envío de varias tropas de apoyo a los esciritas y neodamodes, que estaban siendo superados por los argivos. El flanco cubierto por los atenienses aprovechó esa marcha de espartanos hacia el otro flanco ¡para huir! Una vez que los apoyos llegaron al flanco izquierdo, a los argivos y sus aliados no les quedó más remedio que huir de la batalla. Sin embargo, cosecharon grandes bajas entre sus tropas. Solo los argivos mantuvieron casi intactos a todos sus hombres. Según se dice, el consejero Farax era partidario de no aniquilar a todos los argivos a fin de que la facción filo espartana de la ciudad se reforzara y arrastrara a Argos a una nueva alianza con Esparta.

 

   

  Consecuencias

   La batalla de Mantinea tenía muy poco que ofrecer a Esparta en caso de victoria y sí mucho que arrebatarle en caso de derrota. De hecho, suponía salvar in extremis un territorio que ya debía considerarse bajo su dominio pero que, por culpa de una actitud pasiva, se le había escapado a raíz de la paz firmada con Atenas en 421 a.C.. Una derrota en Mantinea, le habría hecho perder cualquier posibilidad de mantener una posición dominante no solo en Grecia sino en el mismo Peloponeso. Para Plutarco, su hegemonía se habría extinguido con la derrota y habría sido muy difícil contemplar una recuperación. De esta manera, es posible afirmar que para Alcibíades y los atenienses la batalla había supuesto también una victoria, puesto que aquella lucha no solo no le otorgó nuevos territorios a Esparta sino que además, aquello no comportó ningún peligro para Atenas. Aunque no había logrado salir victoriosa en esta batalla y arrebatarle a los lacedemonios parte de sus territorios de influencia, seguía conservando la iniciativa de la guerra y, lo más importante, dejaba a su ciudad fuera de peligro a causa de alejar el teatro de operaciones y volverlo a desplazar hacia la península peloponesia, algo que había experimentado con la campaña de Brásidas en Tracia.

 

   Aunque esta victoria fue meramente defensiva y en nada contribuyera al avance espartano dentro de la guerra, sí que logró, por el contrario, reconquistar para Esparta buena parte de un prestigio que se había perdido a partir del descontento que había surgido entre sus aliados merced al desamparo en que había dejado a éstos con la firma de ciertas cláusulas en el tratado con Atenas. En primer lugar, la victoria tiene especial efecto sobre Argos que por fin, sustituye al gobierno democrático por uno de corte oligárquico apoyado por Esparta (Thuc. 5, 81, 2). Ello le permitiría aliviar la situación en el Peloponeso neutralizando a la ciudad que más posibilidades tenía de arrebatarle la hegemonía del territorio. En segundo lugar, la primera cláusula del tratado hacía referencia expresa a la adhesión obligatoria al mismo del resto de ciudades del Peloponeso (Thuc. 5, 79, 1). Recordemos que la anterior alianza de Argos no solo era con los atenienses sino también con Mantinea y Elis y para Esparta era capital pacificar toda la península por lo que esta cláusula sería del máximo interés para los lacedemonios en tanto en cuanto sería de aplicación también a Elis y Mantinea (Thuc. 5, 81). Con Mesenia bajo control y Argos, Mantinea y Elis pacificadas por acuerdo, se podría decir que Esparta recuperaba, al menos en parte, una porción del dominio peninsular perdido con la alianza de Argos con Atenas. Pero hay más. Recordemos que Corinto se había negado a entrar en la Cuádruple Alianza, y junto a Tegea, Beocia y Mégara, seguía siendo aliada de Esparta. Esto significaba que, aunque el peligro de la batalla se había producido muy lejos de Atenas, ahora todas las regiones que circundaban el Ática tenían una mayor o menor vinculación a Esparta, por lo que ésta tendría buenos motivos para sentirse intimidada. Por tanto, las condiciones resultantes de la batalla, puede decirse que fueron para Esparta muy positivas, aunque eso sí, efímeras.

 

   El acuerdo con Argos tuvo una exigua duración y ya en el mismo verano de 417 a.C. el partido popular argivo atacó a los oligarcas filo espartanos aprovechando la celebración de las Gimnopedias en Esparta y su gobierno fue derrocado. Esparta se demoró una vez más en enviar auxilio a éstos y cuando quisieron marchar sobre la ciudad, se enteraron de la caída del gobierno. Con pocas esperanzas de restablecer la situación, los lacedemonios optaron por dar la vuelta y regresar a su patria (Thuc. 5, 82, 3). El reinstaurado gobierno democrático en Argos, por su parte, se apresuró, por temor a posibles represalias de Esparta, a reactivar su alianza con Atenas y, por si acaso, mientras esto se producía, levantó unos muros hasta el mar a fin de protegerse (Thuc. 5, 82, 5)

 

   El hecho de que Esparta hubiera vencido en la batalla, como vemos en este último ejemplo, no quiere decir que ya comenzara un proceso de cambio en su actitud política hacia la guerra. Como dijimos, de haber socorrido con éxito a Argos, su vinculación a todas las regiones circundantes del Ática, podría haberle valido para preparar un ataque definitivo sobre Atenas tan pronto como se hubiera sentido en condiciones, gozando, además de gran apoyo entre sus aliadas; en Argos, el mantenimiento del gobierno oligárquico, se habría plegado a sus exigencias; Corinto se habría visto liberada de la competencia que Atenas le hacía en el comercio marítimo y Beocia habría visto compensados los años de conflictiva vecindad con su región aledaña. Sin embargo, nada de esto se produjo. Al contrario, Esparta había ganado una batalla pero su mentalidad inmovilista y apática siguió siendo la misma a decir por el nulo auxilio que prestaron a Argos cuando los mismos oligarcas que sobrevivieron a la represión democrático-ateniense (Thuc. 5, 82, 2) les suplicaron que acudieran en su ayuda. Para observar un cambio de tendencia definitivo en la política espartana, habrá que esperar al menos tres años, cuando la llegada del proscrito Alcibíades y la campaña siciliana propicien ese cambio de estrategia que se extenderá en varios ámbitos hasta el final de la guerra.

 

 

Mapa de la Batalla de Mantinea.

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