sábado, 13 de enero de 2018

Augusto Progo de Lis Grecia Frente a Roma Historia de la Liga Aquea Libro II  Filopmen de Megalópolis 18. VIEJAS CUENTAS

18.
 VIEJAS CUENTAS
  
 El proceso de negociaciones entre Antioco y los romanos fue muy rápido. Antioco, sin ejército ni recursos, estaba dispuesto a aceptar cualquier exigencia para salvar, al menos, los territorios orientales de su monarquía. Roma, por su parte, no tenía el menor interés en la región, fuera de ponerla en manos de aliados fieles. Mayor dificultad presentaron, por tanto, los socios principales de los romanos, Éumenes II de Pérgamo y Rodas. El senado trató de hacer un reparto que conformara a los dos.
 ...a este lado de las montañas del Tauro, lo que había estado incluido en las fronteras del reino de Antioco sería asignado a Éumenes, salvo Licia y Caria hasta el río Meandro, que pertenecería a la república de los rodios. Las otras ciudades de Asia que habían sido tributarias de Atalo seguirán pagando tributo a su hijo Éumenes. Las que habían sido tributarias de Antioco quedarán libres y exentas de cargas. Tito Livio, 37. 55
 A principios de 189 la cuestión de Antioco estaba definitivamente cerrada. Pero la guerra con los etolios continuaba. A finales de 190, antes de que se confirmara la victoria sobre Antioco, una embajada etolia se presentó ante el senado, pero su gestión fue un completo fracaso.
 Introducidos en el senado los embajadores etolios, a pesar de que su propia causa y su situación aconsejaban reconocer la falta o el error, comenzaron a hablar de los servicios prestados al pueblo romano, y a recordar, casi como un reproche, su valor en la guerra contra Filipo, molestando a los oyentes con el tono casi insolente de su lenguaje. Tito Livio, 37. 49


 La Paz de Apamea. 188
 El senado rechazó, por tanto, la embajada etolia, y se preparó para una guerra de aniquilación. Uno de los cónsules de 189, Marco Fulvio Nobílior, recibió la orden de trasladarse a Grecia y tomar el mando de la campaña. Los fútiles intentos etolios por detener a los romanos fracasaron, lo que les decidió a enviar al general romano, a la desesperada, nuevos embajadores, con el objetivo de conseguir la paz a cualquier precio. La rendición forzó el sometimiento de la Liga Etolia a la autoridad de Roma, en condiciones equivalentes a las de una deditio.
 El pueblo de los etolios reconocerá lealmente la soberanía y la majestad del pueblo romano. No dejará que pase por su territorio ningún ejército que marche contra sus aliados y amigos, ni les prestará ninguna clase de ayuda. Tendrá los mismos enemigos que el pueblo romano, tomará las armas contra ellos y les hará la guerra junto con él. Tito Livio, 38. 11
 Los etolios se convertían así en vasallos de Roma, como pueblo derrotado, despojados de política exterior. Al empezar el verano de 189, por tanto, Grecia estaba, de nuevo, en paz. De cara al exterior, la Liga Aquea había llegado a ser el estado griego más sólido, cohesionado y poderoso. Pero en su política interior, ese verano marcó el inicio de nuevos problemas y conflictos. El primero fue de naturaleza, digamos, constitucional. Desde los orígenes de la federación la costumbre había hecho de Egio, en la costa del golfo de Corinto, una capital federal de facto, donde siempre se celebraba las principales asambleas federales. Pero ese año el estratego Filopemen decidió convocar la asamblea en Argos, que volvía así a la primera línea política tras el fiasco de la 2ª Guerra Macedónica, anunciando la presentación de una ley por la que a partir de entonces serían convocadas en distintas ciudades por rotación. Buscaba de esta forma extender la idea federal a toda la Liga, poniendo en pie de igualdad las distintas ciudades, así como arrebatar a los grupos más conservadores la ventaja de celebrar esas asambleas en una región donde el apoyo popular a sus posturas era significativo. Los damiurgos, por su parte, hicieron una convocatoria paralela en Egio. Los egienses, poco dispuestos a perder su privilegio, que sin duda iba unido a beneficios económicos y comerciales, pidieron al cónsul Nobílior que acudiera y reconviniera a Filopemen, pero el estratego no desistió de su propósito, y la asamblea de Argos reunió a la gran mayoría de las ciudades federadas.
 El éxito de Filopemen sería un equivalente del éxito de los líderes europeos, que a través de los distintos tratados de finales del siglo XX transformaron el Mercado Común Europeo en la actual Unión Europea. La Liga Aquea, como Europa en nuestros días, se presentaba ante el mundo griego como un ejemplo de cooperación interna, siempre bajo la sutil tutela romana. Nobílior, que se había presentado en Egio, encontrándose con una escasa asistencia, sancionó la reforma de Filopemen acudiendo después a Argos, donde pidió la movilización de una compañía de tropas auxiliares aqueas, los honderos acayos, para que participaran en una campaña menor, el asedio de Same, en Cefalenia.
 Estos, de Egio, Patras y Dime, según una costumbre de su pueblo, practican desde niños lanzando con la honda a mar abierto cantos rodados de los que suelen estar sembradas las playas, mezclados con la arena. Por eso manejan esta arma lanzando más lejos y con un tiro más preciso y más fuerte que el hondero balear... Habituados a atravesar a gran distancia anillos de pequeño diámetro hieren al enemigo no ya en la cabeza, sino en el punto del rostro al que apuntan. Tito Livio, 38. 29
 Los auxiliares fueron cedidos, y con ellos Nobílior pudo someter a los cefalenios. Pero otro problema más importante centró la atención de todos. Los espartanos se mostraban cada vez más inquietos desde que fueron incluidos a la fuerza en la Liga en 192, tras la muerte de Nabis. Las relaciones con el resto de la federación se iban complicando, puesto que no estaban dispuestos a ser absorbidos sin más, y defendían con tesón sus propias costumbres y su tradición de independencia, algo que los aqueos veían como un acto de hostilidad. El problema se agravaba por la presencia de los exiliados, los antiguos propietarios espartanos, establecidos en las costas de Lacedemonia desde las revoluciones sucesivas de Cleómenes, Licurgo, Macánidas y Nabis. La rivalidad entre los dos grupos de espartanos –exiliados y residentes– era feroz, con continuos choques entre ellos. En medio de ese conflicto, a finales del verano de 189, los espartanos de la ciudad atacaron por sorpresa la ciudad costera de Las. Sus habitantes, junto a los exiliados espartanos que vivían allí, pudieron rehacerse y rechazar el ataque, pero toda la población del litoral laconio, y sobre todo los exiliados, empezaron a temer por su futuro, y enviaron urgentemente mensajeros con peticiones de auxilio a las autoridades de la Liga.
 Las noticias indignaron a la opinión pública aquea, y Filopemen tuvo que enfrentarse al problema, que se arrastraba desde 192. Recordemos que ese año Filopemen había pactado con los espartanos partidarios de las reformas sociales y los repartos de propiedades su permanencia en el poder, dejando fuera a los exiliados. Para la Liga Aquea eso era ir contra sus propias ideas, puesto que los exiliados eran los antiguos propietarios, despojados de sus propiedades por las sucesivas reformas y revoluciones de los tiranos espartanos desde Cleómenes, mientras que los que mantenían el poder en la ciudad eran los defensores de las reformas revolucionarias, muchos de ellos antiguos esclavos, mercenarios y ciudadanos pobres. Filopemen vio que era el momento, al no haber grandes fuerzas romanas en Grecia, de restablecer el orden en Esparta de forma favorable a los aqueos, y consolidar la integración espartana en la Liga. Acusó a los espartanos de romper el acuerdo con Flaminio de 195, al atacar los poblados de la costa, y les exigió la entrega de los responsables del ataque.
 En Esparta el ultimátum fue recibido con temor, y abrió un violento debate sobre el camino a seguir. Parece que un importante grupo planteó la necesidad de aceptar los requerimientos aqueos, pero no conocemos demasiado sobre la lucha política en el interior de la ciudad. Estalló una revuelta, que costó la vida a treinta de los principales dirigentes espartanos, y se formó un nuevo gobierno, que se negó en redondo a cumplir las órdenes de Filopemen, declaró la retirada de Esparta de la Liga Aquea y envió embajadores al cónsul Nobílior, que aun estaba en Cefalenia, pidiéndole que se trasladara a Esparta y aceptara la entrega sin condiciones de la ciudad a los romanos, la deditio, a cambio de la protección del Senado. Cuando los aqueos recibieron la noticia se declaró la guerra a Esparta y Filopemen recibió el encargo de movilizar el ejército. El año estaba ya muy avanzado, y la guerra se limitó a correrías de saqueo en los territorios cercanos a Esparta, pero todos sabían que en la primavera Filopemen conduciría un ejército contra Esparta. En medio de esa tensión creciente intervino de nuevo el cónsul Nobílior, que convocó a todas las partes a una reunión en Elis. El cónsul, que quería mantener las buenas relaciones con la Liga Aquea, esperaba poder imponer una solución equilibrada, pero desde el inicio las conversaciones degeneraron en una riña general. Desbordado por el encono entre las dos facciones espartanas, la de los antiguos propietarios, que exigían la vuelta a la ciudad y la devolución de sus propiedades, y la de los seguidores de las ideas revolucionarias de Cleómenes y Nabis, que controlaban poder y bienes en la ciudad, el cónsul sólo acertó a pedir que la guerra cesara y se enviaran embajadores al senado en Roma.
 La embajada aquea fue dirigida por Diófanes y Licortas, lo que indica la existencia de tensiones internas. Diófanes había roto definitivamente con Filopemen, su antiguo protector, y se había acercado al partido pro romano de Aristeno. Esa facción, favorable a la vuelta de los exiliados a Esparta, propugnaba que se remitiera al senado la decisión definitiva. Su opinión no se basaba sólo en el sometimiento a la autoridad romana que defendían como partido, sino también en que esperaban que el arbitraje fuera favorable a la vuelta de los deportados, tal y como había intentado Flaminio en 192 contra la opinión de Filopemen. Licortas, por el contrario, defendía la tesis de Filopemen y del partido “nacional” de que se reconociera a la Liga la capacidad de solucionar la crisis de forma autónoma.
 Licortas, siguiendo instrucciones de Filopemen, pedía que se permitiera a los aqueos poner en práctica lo que habían decidido, que estaba de acuerdo con el tratado y con sus propias leyes, y que Roma les dejara, sin restricciones, la libertad que ella misma les había garantizado. Tito Livio, 38. 32
 El senado, sin embargo, no mostró demasiado interés en el problema. La política romana estaba, en esa época, muy agitada, con grandes personajes políticos enfrentados entre sí para que se les reconocieran sus respectivos méritos y adquirir una posición de privilegio en las instituciones romanas (era la época del juicio políico contra Cneo Cornelio Escipión el Africano, acusado de malversar la multa impuesta a Antioco de Siria). Una pelea casi comarcal en el Peloponeso no era algo demasiado importante cuando se estaba decidiendo sobre la situación en Asia Menor o el equilibrio de poder en todo el mundo griego. Aunque los espartanos consiguieron cierta simpatía en Roma, los aqueos eran universalmente respetados como los principales aliados de Roma en Grecia, y por la consideración que despertaba la tradición cultural de sus ciudades. La decisión del Senado, por tanto, fue ambigua y trató de contentar a todas las partes, sin entrar a fondo en la cuestión. Se confirmó la autonomía e independencia de los aqueos en sus asuntos internos, y se pidió a los espartanos que trataran de llegar a un acuerdo dialogado con los exiliados.
 Interpretando la respuesta del senado como una ratificación de sus planes, Filopemen movilizó en la primavera de 188 el ejército y avanzó hacia Esparta, con la opinión pública aquea agitada por las pasiones anti espartanas, sobre todo en Megalópolis y Argos. Fueron enviados embajadores a Lacedemonia para renovar las exigencias del año anterior.
 ...los embajadores reclamaron la entrega de los responsables de la defección de Esparta, y prometieron que si lo hacían la ciudad tendría paz, y los entregados no serían condenados sin un juicio previo. La mayoría de los ciudadanos, por miedo, guardó silencio. Los que habían sido reclamados por su nombre declararon espontáneamente que estaban dispuestos a ir, después de haber recibido de los embajadores garantías de que no se recurriría a la violencia antes de que pudieran hablar en su defensa. Salieron también otros ciudadanos eminentes, como defensores a título particular, y porque, por otra parte, consideraban que las causas afectaban a los intereses de la ciudad. Tito Livio, 38. 33
 Los espartanos reclamados marcharon entonces con los embajadores hacia el campamento aqueo, situado en la aldea de Compasio, en las cercanías de Esparta, pero al llegar se encontraron con una multitud furiosa, sobre todo exiliados espartanos, que se habían unido al ejército de Filopemen con la esperanza de recuperar su ciudad, apoyados por los aqueos más exaltados. Tras los insultos comenzó una pelea multitudinaria, que terminó trágicamente.
 ...la masa, enardecida... comenzó a lanzar piedras cuando uno gritó: “¡Machaquémoslos!”. Y de esta forma fueron muertos diecisiete... Al día siguiente fueron prendidos otros sesenta y tres que el estratego [Filopemen] había librado de la violencia, no porque quisiera salvarlos sino porque no quería que murieran sin haberse defendido. Entregados a las iras de la masa, después de pronunciar unas pocas palabras ante un auditorio hostil, fueron condenados todos y conducidos al suplicio. Tito Livio, 38. 33
 Los espartanos quedaron sumidos en el terror y la confusión, no sólo por la muerte de sus conciudadanos, sino, sobre todo, porque se trataba, en su mayor parte, del grupo dirigente de la ciudad. Filopemen presentó entonces nuevas exigencias: las murallas de la ciudad serían demolidas, los mercenarios de origen extranjero serían expulsados de la ciudad, los antiguos esclavos liberados por Nabis, algunos de ellos libres desde hacía ya quince años o más, debían salir del Peloponeso Por último, las leyes tradicionales espartanas, atribuidas a Licurgo, un legislador legendario, serían abolidas y los espartanos aplicarían las mismas leyes ciudadanas y educativas que el resto de la Liga Aquea. Sin capacidad de reacción, los espartanos admitieron todos los requerimientos. Todo rastro de la independencia o particularidad tradicional espartana quedaría borrado.
 Esas condiciones fueron incluso agravadas por una asamblea aquea en Tegea, donde salió a la luz todo el rencor y animosidad acumulados en algunas ciudades de la federación, sobre todo Megalópolis y Argos, a lo largo de décadas, incluso siglos de rivalidad. Esparta había sido completamente derrotada, y parecía que se intentaba añadir escarnio a la infamia. La asamblea aprobó ordenar a los espartanos que reintegraran a los exiliados en la ciudad. Se aprobó también mantener parte del ejército movilizado para apresar a los mercenarios y los antiguos esclavos expulsados de Esparta, que se estaban dispersando por el Peloponeso, con el fin de venderlos como botín. Con una parte del dinero recaudado se levantaría, en Megalópolis, un gran pórtico en recuerdo de la victoria. Por otro lado, la ciudad de Belemina y su territorio, hasta entonces espartano, fue atribuida a los megapolitanos.
 Para Filopemen la sumisión de Esparta fue un gran éxito, sobre todo dentro de su ciudad natal, Megalópolis. Recordemos que había iniciado su carrera política cuando, con su ciudad ocupada por Cleómenes III, se negó en redondo aceptar cualquier acuerdo con los espartanos. Su poder político e influencia sobre los megapolitanos se fortaleció de forma decisiva, como demuestra la opinión de Polibio, que en esos momentos era un prometedor joven megapolitano de veinte años, que como hijo de Licortas estaba destinado a altos cargos dentro de su ciudad y de la federación.
 Fue en efecto una empresa honesta restituir a la patria a los exiliados espartanos, fue conveniente humillar a la ciudad de los lacedemonios, desterrando a los que habían servido a la dinastía de los tiranos. Polibio, 21. 32
 Pero otros aqueos, sobre todo los rivales de Filopemen, partidarios de la colaboración con Roma, veían las cosas de forma distinta. Los espartanos, superados los primeros momentos de desorientación, enviaron embajadores a Roma para protestar por el trato recibido de los aqueos. Contaban no sólo con conseguir compasión ante la desgracia, sino también cierta simpatía entre algunos romanos, que miraban con recelo la expansión aquea. A principios de 187 el nuevo cónsul, Marco Emilio Lépido, remitió una carta a la Liga. En ella anunciaba que, en su opinión, la cuestión espartana no había sido solucionada teniendo en cuenta las decisiones del senado. La carta no era totalmente institucional, puesto que Lépido no había recibido mando alguno sobre Grecia, por lo que no tenía jurisdicción sobre la Liga, pero su recepción causó un claro temor. Filopemen se apresuró entonces a enviar su propia embajada, encabezada por Nicodemo de Elea, con el objetivo prioritario de impedir que el senado tomara alguna decisión sin escuchar las disculpas y justificaciones de los aqueos.
 Mientras, en el interior de la federación, el ambiente se iba enrareciendo. La política agresiva de Filopemen hizo temer a muchos que los romanos, cuando tuvieran noticia directa de lo ocurrido en Compasio el año anterior, reaccionarían de forma violenta. Después de todo, Filopemen claramente había sobrepasado lo prescrito por el Senado en la resolución del conflicto. Además, la excitación del año anterior se estaba enfriando, y muchos, sobre todo en las ciudades más alejadas de Esparta, debieron pensar que el tratamiento aplicado a los problemas espartanos era excesivo. Filopemen y el partido “nacional” perdieron apoyos importantes, lo que hizo que en las elecciones de estratego de la primavera el vencedor fuera Aristeno, el líder del partido pro romano, derrotando a Licortas, el delfín de Filopemen. Es probable que la mayoría de las ciudades aqueas se plantearan que, frente a las posibles represalias romanas, poner a la cabeza de la Liga a un dirigente claramente alineado con las políticas de Roma sería la manera de reducirlas o esquivarlas. Filopemen, que había dominado el poder en la Liga, directa o indirectamente, desde 193, se veía ahora reducido a la oposición.

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