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¿VICTORIA O DERROTA?
La parcial victoria del cónsul Quinto Marcio y de los pro romanos
en la política interna de la Liga Aquea no era suficiente para permitir a Roma
ver el futuro de forma halagüeña. El senado, enfrentado a una situación cada
vez más inquietante en el conjunto de Grecia, decidió movilizar todas las
energías romanas. A principios de 168 se apresuró el proceso de elección de
nuevos mandos, trámite al que se dio una urgencia y gravedad mayor que la que
se desplegó en años anteriores. Resultó elegido como cónsul asignado a la
provincia de Macedonia Lucio Emilio Paulo, miembro de una de las familias
patricias más antiguas y nobles de Roma, aunque no destacaba por su riqueza. Su
abuelo, Lucio Emilio, había muerto como cónsul en la batalla de Cannas. Desde
su juventud se dio a conocer como jefe militar preocupado por la disciplina de
sus tropas, lo que le dio fama de estricto. Su primer mando, como pretor, fue
en España, en 191, donde mostró habilidad y energía. En 182 fue elegido cónsul
y destinado al norte de Italia, luchando con éxito contra los ligures. En la
vida política de la ciudad, por el contrario, tuvo poca fortuna, y estaba
conceptuado como un aristócrata de conducta irreprochable pero sin gran
patrimonio ni habilidad política. Dos de sus hijos terminaron por ser adoptados
por dos de las familias más prestigiosas de Roma, los Fabios y los Escipiones.
No era, por tanto, un personaje destacado o influyente, pero fue precisamente
esa mezcla de austeridad y severidad lo que le empujó al mando en un momento de
crisis.
... parecióles a los romanos
que sería bueno dejarse de los favores y las consignas que daban los candidatos
al consulado, y llamar al mando a un hombre de juicio que supiera conducirse en
los negocios arduos. Este era Paulo Emilio, adelantado, sí, en edad, pues tenía
unos sesenta años, pero fuerte todavía y robusto, y rodeado de yernos e hijos
jóvenes y gran número de amigos y parientes poderosos en la república, los
cuales le inclinaban a que se prestase a los votos del pueblo que le llamaba al
consulado. Plutarco, Paulo Emilio,
10
Una vez en el cargo Emilio desplegó una gran actividad, que a
veces da la sensación de ser demasiado ampulosa y afectada, pero que tuvo como
resultado una febril movilización de las fuerzas romanas. Se decidió reforzar
el ejército de Macedonia, de dos legiones, añadiendo otras dos que llevaría el
cónsul. El pretor Anicio sería enviado a Iliria con diez mil aliados itálicos,
mientras que la flota sería engrosada con cinco mil hombres más, al mando del
pretor Cneo Octavio. Por último, una embajada dirigida por Cayo Popilio Lenate sería
enviada a Alejandría para detener la guerra entre Siria y Egipto.
La urgencia que se puso en los preparativos romanos hizo que
Emilio zarpara hacia Grecia antes de lo habitual, tomando el mando del ejército
en plena primavera. La llegada del nuevo general y los refuerzos provocó una
rápida reanimación de la moral de victoria, y empezó a prepararse el ataque
final a Macedonia. Llegó en ese momento al campamento la embajada enviada desde
Rodas, que tras anunciar que los rodios habían decidido mediar en el conflicto,
exigieron al cónsul que detuviera sus operaciones e iniciara conversaciones de
paz con Perseo bajo los auspicios de Rodas. La respuesta romana fue obvia.
Así, mientras unos opinaban
que los embajadores debían ser encarcelados y otros sacados a viva fuerza del
campamento sin darles respuesta, el cónsul declaró que les contestaría pasados
quince días. Entretanto, para que quedase claro el efecto que había tenido la
autoridad de los rodios con su propuesta de paz, se puso a hacer consultas sobre
la manera de hacer la guerra. Tito Livio 44. 35
Ante la solidez de las tropas macedonias, veteranas, muy bien
adiestradas y sólidamente fortificadas, Emilio, a pesar de la oposición de
algunos de sus oficiales, partidarios de un asalto frontal, decidió emplear una
maniobra de flanqueo. Una pequeña tropa, tras amagar con embarcar en la flota,
realizó una rápida marcha nocturna para asaltar un paso montañoso de acceso a
Macedonia y, tras derrotar a la guarnición enemiga, cogida por sorpresa,
amenazó con desbaratar el flanco derecho de Perseo. El ejército macedonio tuvo
que abandonar sus sólidas posiciones y, seguido por los romanos, terminó por
volver a atrincherarse cerca de la ciudad de Pydna.
Mientras, en Iliria, Anicio debía enfrentarse a la movilización de
las tropas del rey Gentio, que demostró una completa incapacidad militar. Tras
incorporar a su ejército las maltrechas fuerzas de Apio Claudio, el pretor
atacó rápidamente y con firmeza el territorio ilirio. Una tras otra las
ciudades ilirias se rindieron a los romanos sin combatir, mientras Gentio se
mantenía inactivo en su capital, que terminó siendo asediada. Un ataque de los
ilirios acabó en un costoso fracaso, y a los pocos días Gentio tuvo que
entregarse al pretor. La guerra en Iliria había durado apenas unas semanas.
Al
mismo tiempo en Pydna, a mediados del mes de junio, los dos principales
ejércitos estaban frente a frente, dispuestos a resolver la guerra en un único
combate. En ambos bandos oficiales y soldados estaban ansiosos por luchar, mientras
que sus generales permanecían a la expectativa. La causa de esta prudencia era
la diferencia entre las dos fuerzas, más sólida la falange macedonia, más
flexible la legión romana.
3ª Guerra Macedónica. Campaña de 168
Los más experimentados
sabían que el bando que iniciara el combate estaría en situación de
inferioridad. Un ataque de las legiones sería rechazado por la solidez de la
falange, mientras que si fuera ésta la que avanzara perdería cohesión, lo que
permitiría a los romanos fragmentarla y derrotarla. La batalla empezó de una
forma imprevista. Un eclipse de Luna –mal agüero para un rey– hizo que Perseo
se retirara a la mañana siguiente a la ciudad para ofrecer un sacrificio, algo
que Polibio achacó a la cobardía. A mediodía un combate parcial por una fuente
de agua fue progresivamente creciendo conforme nuevas fuerzas se unían a la
lucha. En cierto momento, y quizás por la ausencia del rey, la falange
macedonia empezó a avanzar hacia los romanos.
Emilio... cuando después los
macedonios, desprendiendo del hombro las adargas y recibiendo también a una
señal con las lanzas en ristre a los legionarios romanos, vio la fortaleza de
aquella reunión de escudos y el erizamiento de aquel frente de ataque, no dejó
de sorprenderse y concebir temor, por no haber visto nunca espectáculo tan
terrible; así que más tarde hacía mención frecuente de aquella sensación y de
aquel espectáculo. Plutarco, Paulo
Emilio 19
Los contraataques romanos fueron rechazados con graves pérdidas, y
Emilio llegó a pensar en un repliegue, pero fueron los suboficiales romanos los
que salvaron el día. Pequeños destacamentos fueron infiltrándose en los huecos
y vacíos que la formación de la falange iba dejando mientras avanzaba y
combatía, y paulatinamente los macedonios perdieron la formación, desordenaron
su despliegue y terminaron siendo superados. La retirada terminó en desastre y
la mayor parte de los macedonios cayó en la huída. Perseo se escabulló
rápidamente, acompañado de unos pocos fieles, primero a Pella, su capital, y luego
al asilo sagrado del santuario de los Dioscuros en Samotracia.
Cuando la noticia de la victoria en Pydna llegó a Roma, una
embajada rodia, que llevaba el encargo de actuar como mediadora y exigir a los
romanos detener las hostilidades, estaba a la espera de ser recibida por el
senado. En un gesto de soberbia, los senadores le dieron audiencia a los pocos
días, en medio de las celebraciones de la victoria, y los embajadores rodios
tuvieron que justificarse de forma apresurada: ciertamente la embajada venía
con el encargo de buscar la paz, preocupada Rodas por los enormes gastos a los
que se veían obligados los romanos y por los efectos que en Grecia tendría la
continuación de la guerra. Acabada ésta con la victoria de Roma, los rodios
felicitaban al pueblo romano y a toda Grecia por el fin de la guerra. La
respuesta romana fue extremadamente severa.
El senado respondió que los
rodios habían enviado aquella embajada no porque se preocupasen por los
intereses de Grecia o por los gastos del pueblo romano, sino para favorecer a
Perseo... Cuando habían oído que los romanos habían franqueado los desfiladeros
y pasado a Macedonia y que tenían cercado a Perseo, entonces habían enviado una
embajada, con el único propósito de salvar a Perseo de un peligro inminente. Tito
Livio 45. 3
En el momento de la victoria el senado no olvidaba las
displicencias y desafecciones de algunos estados y políticos griegos, y
demostraba con su respuesta que serían duramente castigados. La embajada rodia,
que para los romanos era la prueba más evidente de la deslealtad de los
griegos, fue despedida con una frialdad que no presagiaba nada bueno para
Rodas.
Perseo, refugiado en Samotracia, terminó por entender que su
derrota era definitiva cuando el hombre de confianza al que había encargado
preparar la huida de la isla, el cretense Oroandes, zarpó en solitario en
cuanto se hubo embarcado el tesoro real, dejando a Perseo abandonado en la
costa. Toda Macedonia se había rendido a los romanos, y el poco antes poderoso
ejército de Perseo se había disuelto tras la derrota. Ante esto se entregó al
cónsul romano. Terminaría sus días relegado en Italia. Mientras, la embajada de
Cayo Popilio, enviada a Egipto para detener la guerra entre los Ptolomeos y
Antíoco de Siria, hizo escala en la isla de Rodas, insistentemente llamado por
los asustados rodios. Una vez ante la asamblea, sus palabras no dejaron espacio
a la duda.
... pues Popilio recordó
todas las cosas hostiles que individual y colectivamente habían dicho y hecho
durante aquella guerra y, como hombre de carácter acre, con su expresión hosca
y su tono de voz acusatorio imprimía mayor dureza a lo que decía, de modo que
como no tenía ningún motivo personal para estar resentido contra la ciudad, por
la aspereza de un solo senador romano podían deducir cuál era el sentir de todo
el senado con respecto a ellos. Tito Livio 45. 10
Alarmados por la intransigente hostilidad romana los rodios
trataron de justificarse, enjuiciando y condenando a muerte a los pocos líderes
del partido anti romano que permanecían en la ciudad. Pero Popilio continuó su
viaje sin dar a Rodas ninguna señal de asentimiento. Era ya, tras la victoria
de Pydna, el representante del mayor poder que había conocido hasta entonces el
mundo mediterráneo. Esto quedó claramente plasmado cuando llegó a Egipto, al
campamento de Antíoco, levantado frente a una Alejandría asediada. El rey
sirio, rodeado de embajadores griegos que le pedían, inútilmente, que se
retirara de Egipto, fue al encuentro de Popilio, que le entregó en mano una carta
del senado en la que se le exigía la retirada a su reino. Cuando Antíoco pidió
un tiempo para discutir el mensaje con su consejo, el arrogante gesto de
Popilio fue el más evidente signo de la nueva situación internacional.
... tenía a mano un
sarmiento y trazó un círculo en el suelo alrededor de Antíoco, ordenándole
responder acerca del escrito antes de salir del redondel. El rey, estupefacto
ante tamaña acción de soberbia, tras meditarlo brevemente dijo que atendería
los consejos de los romanos. Entonces Popilio le estrechó la mano y todos los
demás le saludaron amistosamente. Polibio 29. 27. 4-6
Como veinte años antes tras la victoria frente a Antíoco III de
Siria, Roma se descubrió a sí misma sin ningún rival enfrente capaz de
desafiarla. Pero esta vez iba a asegurar su supremacía sometiendo a los estados
griegos a su total control diplomático. Para el mundo griego la victoria romana
implicó un terremoto político. Hasta Pydna, los estados griegos mantenían una
soberanía real bajo la tolerante tutela romana, y sus políticas tendían a
favorecer un cierto equilibrio diplomático que contrarrestara la hegemonía
romana y permitiera a Grecia conservar parte de su independencia. Esa fue, como
ya vimos, la política que con cierto éxito aplicó la Liga Aquea bajo la
dirección de Filopemen y sus sucesores, sobre todo Licortas y Arcón. Cierto es
que los enfrentamientos internos entre los distintos estados griegos, como en
el caso de los conflictos con Mesenia y Esparta, daban al senado romano la
capacidad de mediatizar esa autonomía. Pero tras cada crisis, la Liga fue capaz
de recuperar una política soberana, y mantener la ficción de una alianza entre
iguales con Roma. La 3ª Guerra Macedónica trastocó ese escenario en sus más
profundos cimientos. Los estados griegos habían jugado una arriesgada partida
contado con que Macedonia podría ser el poder que buscaban para equilibrar el
poderío romano, pero perdieron la apuesta. Roma era completamente consciente,
al final de la guerra, de la sorda hostilidad de la mayor parte de la sociedad
griega, que la consideraba como una conquistadora sólo consentida por su
superioridad militar. El poderío de Roma tenía que basarse, por tanto, en un
control más estrecho del mundo griego.
Cuando el senado romano discutió sobre la forma de intervenir en
Grecia, la opción más sencilla que se le presentó fue la de utilizar
políticamente los minoritarios grupos pro romanos existentes en cada estado
griego. Fundamentalmente se trataba de aristócratas, que bien por convicción,
bien por interés, consideraban que el dominio directo de Roma era la mejor
forma de asegurar la estabilidad política de Grecia. No debemos considerarlos
sin más, como hace Polibio en muchos casos, traidores a la causa de la libertad
griega. Ya hemos visto en muchas ocasiones que Roma no tenía, hasta entonces,
un interés territorial más allá del Adriático, contentándose con una influencia
a distancia que asegurara una red de aliados en el Mediterráneo oriental. Para
los aristócratas griegos conservadores la colaboración con Roma era un
instrumento de poder en la política interna, que les permitiría asegurar el
mantenimiento del orden social frente a la cada vez mayor pujanza de las ideas
populistas, favorables a una reforma social basada en la redistribución de la
tierra y la cancelación de las deudas.
El gran problema, en sociedades basadas en instituciones
representativas como eran la Liga y la mayor parte de las ciudades griegas, era
que esos grupos estaban en clara minoría en las asambleas, lo que les condenaba
a ser movimientos de oposición frente a aquellos que, aceptando la superioridad
romana, defendían una política de independencia nacional. Tras la victoria
romana, la cuestión para el senado era cómo llevar al poder a los pro romanos,
manteniendo al mismo tiempo una apariencia de democracia. Al final el ejemplo
de Rodas mostró el camino. Los rodios se encontraron, al final de la guerra,
con la hostilidad manifiesta de Roma. La forma de intentar congraciarse con
ella fue, como ya vimos, perseguir y condenar a todos sus líderes políticos
convictos o sospechosos de maniobrar en contra de Roma y a favor de Perseo. El
senado descubrió rápidamente que la amenaza, más o menos velada, de una guerra
punitiva sobre las indefensas ciudades griegas, le facilitaría dominar de forma
indirecta su acción política. Pronto los romanos comenzaron a presentar, en
asambleas y cortes reales, la disyuntiva entre depurar sus élites políticas de
líderes sospechosos de lo que entendían como ingratitud, o enfrentarse a la
enemistad de Roma. La repuesta fue la misma en casi todos los lugares. Un
ejemplo claro fue el de algunas ciudades epirotas que, apremiadas por la
inminencia de la venganza romana tras su alianza con Perseo, trataron de
aplacarla entregando a sus propios dirigentes, como fue el caso de la ciudad de
Pasarón. Cuando los líderes de la ciudad llamaron al pueblo a una resistencia
desesperada contra los romanos, emergió un movimiento popular espontáneo contra
sus dirigentes políticos.
¿Qué arrebato de locura os
arrastra, que hacéis de la ciudad un apéndice de la culpa de unos pocos
individuos? De hombres que se enfrentaron a la muerte por su patria sí que he
oído hablar repetidas veces, pero que considerasen justo que la patria
pereciera por ellos son estos los primeros que he encontrado. ¿Por qué no
abrimos las puertas y aceptamos un dominio que el mundo entero ha aceptado? Tito
Livio 45. 26.
Ese sentimiento era universal en toda Grecia, y pronto se
convirtió en la acción política básica en todas las ciudades y reinos. En todas
las asambleas los políticos conocidos por su buena relación con los romanos o
por su defensa de la política romana fueron enviados tanto al campamento del
cónsul victorioso, en Anfípolis, como a las embajadas destinadas al senado de
Roma.
Después de la derrota definitiva
de Perseo que puso fin a la guerra, desde todas partes se enviaron legados a
los generales [romanos] a
felicitarles... en todas las ciudades llevaban la voz cantante los considerados
amigos de Roma, que dispusieron embajadas y otras providencias... todos,
incluso sus enemigos políticos, cedieron a las circunstancias y evitaron
cuidadosamente enfrentamientos; los personajes citados habían alcanzado sin
trabajo sus objetivos. Polibio 30. 13.
Mientras
las ciudades se inclinaban sumisas ante el poder romano, el senado discutía en
Roma las condiciones que se impondrían a los estados derrotados. Se nombraron,
de acuerdo a la tradición romana, diez delegados senatoriales, los decemviri, encargados de establecer,
junto al cónsul victorioso, las disposiciones que restablecieran el orden en
Grecia. Con respecto a los reinos derrotados, Macedonia e Iliria, la decisión
era clara. Se abolirían las monarquías y los reinos serían fragmentados en
pequeñas repúblicas, cuatro en el caso de Macedonia, tres en el de Iliria. Esas
repúblicas serían libres, aunque sometidas al pago de un tributo, la mitad de
lo que antes satisfacían a sus monarcas. El Epiro sería entregado al saqueo del
ejército. En cuanto a la ordenación interna de los estados griegos nominalmente
aliados, el senado dejaba al libre criterio de la comisión y del cónsul Emilio
las decisiones a tomar, según la situación que encontraran.
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