sábado, 13 de enero de 2018

Augusto Progo de Lis Grecia Frente a Roma Historia de la Liga Aquea Libro I Arato de Sición

 7.
 LA RESISTENCIA A MACEDONIA

 En 222 Arato, a pesar de las críticas por su alianza con Macedonia, tenía razones para ver su actuación como una gran victoria, al recuperar la cohesión y estabilidad de la Liga Aquea tras las violentas tensiones políticas y sociales de la guerra con Cleómenes. La evolución interna de la federación parecía demostrar los beneficios de la sumisión a los reyes macedonios. Tanto Antígono Dosón como su sucesor, Filipo, mostraron una especial deferencia con la Liga Aquea, respetando sus instituciones y su libertad interna. Para los aqueos, sobre todo tras las experiencias con Cleómenes de Esparta, disponer de la ayuda del principal poder militar de Grecia les tuvo que hacer sentir una sensación de seguridad muy reconfortante. Sin embargo, al mismo tiempo estaban germinando las semillas de nuevas crisis. Para el resto de Grecia -espartanos, eleos, etolios, mesenios, atenienses...- la sumisión a un renovado imperio macedonio renacido no ere, en modo alguno, una opción de futuro. Para esos estados, la propaganda de los macedonios como protectores de la libertad de Grecia no era más que una retórica vacía, y no estaban dispuestos a aceptar que esa libertad pasara por el sometimiento a un poder que consideraban extranjero.
 Los etolios en particular, los grandes rivales de Macedonia en la Grecia central, se mostraron especialmente alarmados por el engrandecimiento del poder macedonio. Habían permanecido neutrales durante toda la Guerra de Cleómenes, a la expectativa de los acontecimientos y dispuestos a pactar con el vencedor. Ya vimos cómo habían intentado, sin éxito, mantener a los macedonios fuera de Grecia. La victoria de Antígono Dosón tuvo que preocuparlos en extremo. Como consecuencia, la Liga Etolia comenzó a mostrarse activa desde 221. Polibio, que siempre muestra en su obra una hostilidad tenaz a los etolios, culpa de esas acciones a su gusto por la piratería y el bandidaje.
 Hacía ya tiempo que los etolios soportaban con disgusto la paz y el subsistir con sus propios recursos, acostumbrados como estaban a vivir a costa de los vecinos, y además necesitaban de muchas provisiones, debido a su fanfarronería innata. Esta les ha esclavizado, y llevan una vida avara y brutal, sin respetar la propiedad privada. Todo lo consideran botín de guerra. Polibio, 4. 3

 Hay que observar, sin embargo, que los etolios también pensaban, desde un punto de vista nacional, que la hegemonía de Macedonia, su enemigo tradicional, amenazaba no sólo a su confederación sino también a la independencia de Grecia. Su política de neutralidad, por tanto, se transformó en otra más agresiva, e intentaron romper la red de alianzas creada por Antígono Dosón, en la suposición de que a la muerte de éste, su sucesor, Filipo, un joven de 17 años, sería incapaz de mantener unidos los intereses, a veces contrapuestos, de sus aliados.
 La guerra aqueo-etolia.222
 Las hostilidades se iniciaron en 221 en territorio de Mesenia, hostigada por bandas etolias con base en algunas pequeñas ciudades peloponesias. La Liga Aquea, poco dispuesta a permitir la intervención etolia en el Peloponeso, y envalentonada tras su victoria sobre Esparta y su nueva alianza con Macedonia, dio a Arato el encargo de impedir los ataques. Se demostró otra vez, en ese momento, la debilidad militar de Arato y de los aqueos, que fueron derrotados sin dificultad por los etolios en la batalla de Cafias. Inmediatamente sus extendieron sus operaciones de saqueo, atravesando el Peloponeso y retirándose a finales del verano por el istmo de Corintio.
 Esa derrota debilitó sustancialmente el liderazgo de Arato dentro de la Liga. Apareció entonces un difuso movimiento de oposición interna a su dominio político, que es difícil de contextualizar, pero que muy bien pudo tener su base en las ciudades del norte, las fundadoras de la Liga, cansadas de los conflictos a las que se veían arrastradas tanto por la política internacional de Arato como por los intereses de ciudades como Argos o Megalópolis, recientemente incorporadas a la federación. Sin embargo, la asamblea federal demostró que las pequeñas ciudades del norte estaban ahora en minoría dentro de la confederación, y por mayoría sostuvo a Arato en el poder, eligiéndole estratego en la primavera de 220. Los aqueos aprobaron movilizar un ejército para intervenir en apoyo de Mesenia, y buscaron colaboración mediante una alianza con Mesenia y Lacedemonia, que tras la derrota de Cleómenes eran nominalmente aliadas de la Liga Aquea. Además solicitaron la intervención de sus aliados macedonios contra los etolios.
 Pero los movimientos diplomáticos con los que Arato esperaba consolidar su predominio en el Peloponeso fracasaron. Por un lado, los etolios protestaron alegando que ellos no habían iniciado guerra alguna y que los problemas de Mesenia no tenían relación con la Liga Aquea. Si los aqueos se enfrentaban a los etolios, serían acusados de agresores por la opinión pública griega, como intrigantes para conseguir el dominio del Peloponeso. Por otro lado, tanto Mesenia como Esparta se mostraron remisas, buscando sus propias ventajas ante la guerra que se avecinaba y desconfiadas ante la cada vez más clara política expansiva de los aqueos, que recuperaban sus sueños de unificación de Grecia, ahora bajo la protección de Macedonia. Pero el mayor revés fue la tibia respuesta de la propia corte de Macedonia. Filipo convocó a sus aliados y, aunque aceptó la entrada de Mesenia en la alianza y le ofreció una difusa solidaridad ante los asaltos sufridos, rehusó intervenir directamente contra los etolios.
 Para los aqueos fue un gran golpe, por cuanto demostraba que su alianza con los macedonios los situaba en una posición subordinada, incapaces por su debilidad militar de seguir una política independiente y sometidos en realidad a la potencia macedonia, verdadero poder hegemónico en Grecia. De nuevo el paralelo con la situación de debilidad de los estados europeos tras la Segunda Guerra Mundial, cuando el Reino Unido, Francia o los Países Bajos se mostraron incapaces de defender no sólo sus intereses coloniales en Asia u Oriente Medio por sí mismos, sino siquiera de asegurar su propia soberanía frente a la presumible amenaza soviética sin el sostén del poder militar americano en los años 40 y 50 del siglo XX.
 Como demostración de la debilidad aquea, grupos etolios, apoyados por piratas ilirios, desembarcaron en el Peloponeso y saquearon la ciudad arcadia de Cineta, miembro de la Liga, sumida en un enfrentamiento interno de base social y económica. Posteriormente esas bandas se retiraron a Etolia, sin que Arato y los aqueos fueran capaces de intervenir. En esta situación Arato envió de nuevo desesperados mensajes en busca de ayuda. Mesenia y Lacedemonia, nominalmente aliadas, volvieron a negarse a intervenir, aplazando el envío de tropas y nada dispuestas a favorecer el estallido de un conflicto que fortificara la posición de la Liga y de sus protectores macedonios. Filipo de Macedonia, por el contrario, decidió por fin actuar, quizás sopesando la posibilidad de que la Liga terminara sucumbiendo a las presiones de sus vecinos. Dio órdenes a su general Taurión, al frente de las fuerzas macedonias en el Peloponeso, con base en Orcómeno, de intervenir en apoyo de los aqueos contra posteriores acciones etolias, y mientras inició la movilización de un ejército en Macedonia. Había decidido consolidar su poder en Grecia estrechando el control sobre sus aliados en el Peloponeso.
 Filipo llegó a Corinto demasiado tarde para intervenir en la lucha, pues los etolios se habían retirado ya a su territorio, pero utilizó su ejército para asegurar su dominio en la región. Los espartanos volvían a renovar su crisis interna. La facción favorable a la reforma social había aprovechado la situación de debilidad de los aqueos para derrocar de nuevo a los oligarcas apoyados por la Liga y recuperar el poder. Filipo se presentó entonces en Esparta y exigió explicaciones a los nuevos dirigentes. Sin embargo no intervino en la situación interna de la ciudad, y reconoció a los nuevos líderes a cambio de la promesa de permanecer dentro de la alianza macedonia. Era la primera manifestación de su simpatía por los movimientos populares contrarios al control económico y social de las aristocracias. Los reyes macedonios siempre habían mostrado su apoyo a los movimientos populares contrarios a las aristocracias oligárquicas locales, y a los demagogos que dominaban algunas ciudades con el apoyo del pueblo, y quizás Filipo pensara en ampliar su control sobre Grecia creando gobiernos “populares” de la misma forma que la Unión Soviética dominó Europa oriental apoyando gobiernos filo-comunistas a finales de los años cuarenta del siglo XX. Pero en 220 su principal preocupación era someter a la Liga Etolia, el tradicional enemigo de Macedonia en Grecia central. Con ese objetivo convocó una conferencia diplomática en Corinto, a la que asistieron todos sus aliados.
 La reunión se celebró en septiembre de 220 y rápidamente se convirtió en un coro de quejas contra los etolios. Beocios, focenses, acarnianos, epirotas y aqueos acusaron a la Liga Etolia de agresión en sus fronteras, recordando viejos pleitos y conflictos. No costó mucho que los delegados, Macedonia y sus aliados, votaran por unanimidad la guerra contra los etolios, justificándola en la agresividad de la Liga Etolia y en la necesidad de restaurar la independencia y libertad de las ciudades en disputa, que los etolios consideraban propias.
 Acordaron que los aliados se prestarían ayuda mutua en el caso de retención, por parte de los etolios, del territorio o de la ciudad de algunos de ellos contando a partir de la muerte de Demetrio, el padre natural de Filipo. Decretaron igualmente que restablecerían en todas partes las constituciones patrias en las ciudades que contra su voluntad se habían visto forzadas a ingresar en la Confederación etolia: los ciudadanos poseerían sus ciudades y territorios sin guarniciones, sin pagar tributos, como hombres libres, y vivirían según las leyes e instituciones ancestrales. Y restablecer sus leyes y el dominio de su templo [de Delfos], del que los etolios les habían privado con la intención de disponer por sí mismos de los asuntos de este santuario. Polibio, 4. 25
 
  Guerra de los Aliados 220-217.
 Tras el acuerdo Filipo se trasladó a Egio, donde ante la asamblea de la Liga Aquea renovó solemnemente el tratado de alianza. Este gesto, muy bien acogido por los aqueos, que dieron al rey todo tipo de honores y privilegios, mostraba el papel central que el rey reservaba a la Liga en su sistema de alianzas. Sin duda Arato creyó entender que Filipo le entregaba la dirección de los asuntos del Peloponeso bajo la benévola tutela del poder macedonio. Filipo regresó después a su reino, a preparar la campaña de la primavera siguiente contra Etolia. Los aqueos tenían ahora motivos para esperar que el año 219 fuera el de su triunfo definitivo. Sin embargo, desde muy pronto sus expectativas se convirtieron en desengaños primero, y en temores después.
 Primero Mesenia, que había sido aceptada como aliada en la asamblea de Corinto, se negó en redondo a enviar tropas o apoyar diplomáticamente a la Liga si no era conquistada previamente la ciudad etolia de Figalea, situada en su frontera y que reclamaban como propia. Polibio en su obra se queja amargamente de esta respuesta, que además partió del grupo supuestamente más próximo a las ideas de la Liga Aquea dentro de la política mesenia.
 Impusieron esta respuesta, contra el parecer del pueblo, los éforos en funciones, Enis y Nicipo y algunos otros del grupo oligárquico, unos ignorantes, al menos en mi opinión, que se apartaron grandemente de una decisión correcta. Yo afirmo que la guerra es algo terrible, pero no tanto, en modo alguno, que debamos soportarlo todo antes de entrar en un conflicto bélico. Polibio 4. 31
 Esto tuvo que ser completamente inesperado para los aqueos, que contaban con el apoyo de Mesenia, sobre todo si pensamos que las hostilidades se habían iniciado, precisamente, cuando la Liga Aquea intervino para protegerla de los etolios. Más grave era la situación en Esparta. Tras la visita de Filipo y su aceptación de un gobierno anti-oligárquico, que sin duda había reanimado a los grupos populares más favorables a la política de reformas sociales, los conflictos internos se reactivaron, y dieron lugar a un golpe de estado, –en el que fueron asesinados todos los magistrados–, que permitió la vuelta al poder de los partidarios más radicales del antiguo rey Cleómenes. Casi al mismo tiempo llegó la noticia de su muerte en el exilio egipcio, por lo que fue elevado al trono Licurgo, un plebeyo que pronto se convirtió en el primer tirano de Esparta. De forma inmediata los espartanos establecieron una alianza con Etolia contra la Liga Aquea.
 Por si faltara poco, los embajadores etolios enviados a Esparta consiguieron también el apoyo de los eleos. El bloque griego antimacedonio empezaba a tomar forma de alianza efectiva. Los aqueos, que esperaban que la intervención de Filipo de Macedonia les diera una posición de predominio en la región, se encontraron en la primavera acosados en el sur por Esparta, en el oeste por los eleos con apoyo etolio, y en la costa norte por incursiones por mar de los mismos etolios, mientras que Filipo permanecía en Macedonia, centrado en sus propias fronteras. Era tiempo de elecciones, y Arato, que era el estratego saliente y que por lo tanto no podía ser reelegido, presentó como candidato a su propio hijo, Arato el Joven, con la intención de mantener el control efectivo de la situación política. Sin embargo, la incapacidad militar de Arato volvió a ponerse de manifiesto. Preocupado por la amenaza espartana sobre Megalópolis, concentró en el sur las fuerzas aqueas, lo que permitió a los etolios saquear Egira, en la costa norte, y a los eleos, reforzados con un contingente etolio, penetrar en el corazón de Liga, y amenazar Dime, Tritea y Feras, tras vencer a sus milicias locales apresuradamente organizadas.
 Estas derrotas causaron una conmoción en la solidaridad de la federación. Las ciudades amenazadas, Dime, Tritea, Patrás, Feras, Egira, no sólo eran las ciudades fundadoras de la Liga. Desde hacía décadas no habían afrontado ningún peligro importante como el que enfrentaban ahora. Además ya habían mostrado anteriormente su descontento ante la progresiva inclinación del centro de poder de la confederación hacia las grandes ciudades peloponesias como Sición, Argos o Megalópolis. Con el grueso de las tropas defendiendo Megalópolis, las ciudades del norte solicitaron a Arato el Joven el envío urgente de tropas. Polibio arguye que el inexperto estratego fue incapaz de reunir los refuerzos pedidos, pero debemos suponer que en la estrategia de Arato el Viejo, el auténtico líder de la confederación, proteger Megalópolis del expansionismo espartano era mucho más importante que impedir la acción de bandas de saqueadores en la zona norte. Como consecuencia, las ciudades septentrionales recibieron buenas palabras pero ningún auxilio. Eso llevó a una crisis institucional grave.
 Los dimeos, los fareos y los triteos tomaron el acuerdo conjunto de negar a los aqueos el aporte de las contribuciones comunes. Reclutaron privadamente mercenarios, trescientos hombres de a pie y cincuenta de caballería, con los cuales aseguraron el país. Con esta conducta dieron la impresión de haber tomado unas decisiones excelentes en cuanto a sus problemas particulares, pero todo lo contrario en cuanto a la problemática general. En efecto: parecieron ser los iniciadores y cabecillas de una agresión perversa, y ofrecieron un pretexto a los que querían disolver la Liga aquea. Polibio, 4. 60.
 La crisis no pasó a mayores, y se volvió más adelante a la normalidad, pero demostró la debilidad esencial de la Liga: la aparición de intereses encontrados dentro de la confederación. En cualquier caso, la crisis no resolvió la delicada posición militar de los aqueos. Su principal apoyo, Filipo V de Macedonia, se encontraba en ese momento luchando con éxito en Acarnania contra los etolios, pero a fines del verano tuvo que regresar a su reino sin poder prestar ayuda a los desalentados aqueos. A principios del año 218 la Liga Etolia parecía en condiciones de ganar el control del Peloponeso la primavera siguiente, cuando repentinamente se mostró el genio militar del rey Filipo V, que entonces tenía unos veinte años. En mitad del invierno, cuando las operaciones militares estaban paralizadas, se presentó con seis mil soldados escogidos en Corinto, sin que nadie lo esperara. No podía aceptar perder la sólida base en Grecia que representaba su alianza con la Liga Aquea. Inmediatamente tomó el mando de las operaciones en el Peloponeso y, despreciando las dificultades del invierno, nieve incluida, atacó. La acometida cogió a eleos y etolios totalmente por sorpresa, desbaratando el grueso de su ejército. Pudo ocupar rápidamente varias ciudades, que entregó a los aqueos, y penetrar, sin oposición digna de mención, en el corazón del territorio eleo, que devastó a placer. Después se dirigió a Trifilia, comarca del sur de la Élide, que sometió rápidamente a pesar de los refuerzos enviados desde Etolia.
El Peloponeso, 219-218
 Mientras tanto, en Esparta la inestabilidad interna continuaba, y estalló una nueva revuelta contra Licurgo, con el apoyo activo de la Liga Aquea, seguramente el origen de la conspiración. La insurrección fue muy probablemente promovida por Arato, para devolver al poder a la oligarquía lacedemonia y para lograr cierta influencia en Esparta antes de que Filipo la conquistara, lo que parecía inevitable. Los aqueos empezaban a ver con temor a Filipo, tan reclamado el año anterior. Una cosa era que se obtuvieran refuerzos macedonios en la lucha contra espartanos, etolios y eleos, y otra muy distinta que el propio rey tomara el control de las contiendas del Peloponeso. Ya habían estallado conflictos entre oficiales aqueos y macedonios, y dentro de la corte macedonia se estaba formando un partido imperialista, favorable a la absorción de los pequeños estados aliados, dirigido por Apeles, canciller de Filipo.
 En cualquier caso la revuelta en Esparta fracasó, y Licurgo continuó en el poder. Para Arato el mayor peligro era ahora que Apeles llevara a la práctica sus planes, reducir a la Liga al papel de estado vasallo y mediatizar la soberanía de la federación, como ya había ocurrido con los tesalios, los beocios o los eubeos, que eran por entonces simples apéndices del reino de Macedonia. Al llegar la primavera de 218 Filipo se retiró a Argos para reorganizarse y planear los siguientes movimientos. El centro de interés pasó ahora a las elecciones aqueas, que debían celebrarse en mayo. Arato, previendo fuertes resistencias a su propio liderazgo, presentó como candidato a Timoxeno, un antiguo aliado, pero se encontró con la fuerte oposición de las ciudades del norte, sin duda resentidas todavía por la crisis del verano anterior.
 Además, Apeles el canciller macedonio, con la aquiescencia del rey, se dedicó a intrigar contra Arato, al que veía como un político demasiado activo, interesado en mantener a la Liga como un estado independiente de Macedonia. Como resultado de esas maniobras, –apoyadas tanto en el poderío macedonio como en las antiguas fidelidades que ciudades como Argos o Megalopolis mantenían hacia la monarquía macedonia– salió elegido estratego Epérato de Farea, un hombre del núcleo septentrional de la Liga, y Arato se vio apartado del poder. Muy significativamente, al llegar el verano Filipo se trasladó con su ejército al territorio de Dime y Farea, con la intención de entrar en la Élide desde el norte. Intentaba acercarse así a los intereses de las ciudades de la costa septentrional, las vencedoras en la asamblea anterior, para aumentar su influencia sobre el conjunto de la Liga aquea. Tras derrotar militarmente a los eleos intentó negociar con ellos la paz, pero inesperadamente sus proposiciones fueron rechazadas. Desde la sombra, Arato tenía todavía muchos resortes que manejar.
 

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