7.
LA RESISTENCIA A MACEDONIA
En 222 Arato, a pesar de las críticas por su alianza con
Macedonia, tenía razones para ver su actuación como una gran victoria, al
recuperar la cohesión y estabilidad de la Liga Aquea tras las violentas
tensiones políticas y sociales de la guerra con Cleómenes. La evolución interna
de la federación parecía demostrar los beneficios de la sumisión a los reyes
macedonios. Tanto Antígono Dosón como su sucesor, Filipo, mostraron una especial
deferencia con la Liga Aquea, respetando sus instituciones y su libertad
interna. Para los aqueos, sobre todo tras las experiencias con Cleómenes de
Esparta, disponer de la ayuda del principal poder militar de Grecia les tuvo
que hacer sentir una sensación de seguridad muy reconfortante. Sin embargo, al
mismo tiempo estaban germinando las semillas de nuevas crisis. Para el resto de
Grecia -espartanos, eleos, etolios, mesenios, atenienses...- la sumisión a un
renovado imperio macedonio renacido no ere, en modo alguno, una opción de
futuro. Para esos estados, la propaganda de los macedonios como protectores de
la libertad de Grecia no era más que una retórica vacía, y no estaban
dispuestos a aceptar que esa libertad pasara por el sometimiento a un poder que
consideraban extranjero.
Los etolios en particular, los grandes rivales de Macedonia en la
Grecia central, se mostraron especialmente alarmados por el engrandecimiento
del poder macedonio. Habían permanecido neutrales durante toda la Guerra de
Cleómenes, a la expectativa de los acontecimientos y dispuestos a pactar con el
vencedor. Ya vimos cómo habían intentado, sin éxito, mantener a los macedonios
fuera de Grecia. La victoria de Antígono Dosón tuvo que preocuparlos en
extremo. Como consecuencia, la Liga Etolia comenzó a mostrarse activa desde
221. Polibio, que siempre muestra en su obra una hostilidad tenaz a los
etolios, culpa de esas acciones a su gusto por la piratería y el bandidaje.
Hacía ya tiempo que los
etolios soportaban con disgusto la paz y el subsistir con sus propios recursos,
acostumbrados como estaban a vivir a costa de los vecinos, y además necesitaban
de muchas provisiones, debido a su fanfarronería innata. Esta les ha
esclavizado, y llevan una vida avara y brutal, sin respetar la propiedad
privada. Todo lo consideran botín de guerra. Polibio, 4. 3
Hay que observar, sin embargo, que los etolios también pensaban,
desde un punto de vista nacional, que la hegemonía de Macedonia, su enemigo
tradicional, amenazaba no sólo a su confederación sino también a la
independencia de Grecia. Su política de neutralidad, por tanto, se transformó
en otra más agresiva, e intentaron romper la red de alianzas creada por
Antígono Dosón, en la suposición de que a la muerte de éste, su sucesor,
Filipo, un joven de 17 años, sería incapaz de mantener unidos los intereses, a
veces contrapuestos, de sus aliados.
La guerra aqueo-etolia.222
Las hostilidades se
iniciaron en 221 en territorio de Mesenia, hostigada por bandas etolias con
base en algunas pequeñas ciudades peloponesias. La Liga Aquea, poco dispuesta a
permitir la intervención etolia en el Peloponeso, y envalentonada tras su
victoria sobre Esparta y su nueva alianza con Macedonia, dio a Arato el encargo
de impedir los ataques. Se demostró otra vez, en ese momento, la debilidad
militar de Arato y de los aqueos, que fueron derrotados sin dificultad por los
etolios en la batalla de Cafias. Inmediatamente sus extendieron sus operaciones
de saqueo, atravesando el Peloponeso y retirándose a finales del verano por el
istmo de Corintio.
Esa derrota debilitó sustancialmente el liderazgo de Arato dentro
de la Liga. Apareció entonces un difuso movimiento de oposición interna a su
dominio político, que es difícil de contextualizar, pero que muy bien pudo
tener su base en las ciudades del norte, las fundadoras de la Liga, cansadas de
los conflictos a las que se veían arrastradas tanto por la política
internacional de Arato como por los intereses de ciudades como Argos o
Megalópolis, recientemente incorporadas a la federación. Sin embargo, la
asamblea federal demostró que las pequeñas ciudades del norte estaban ahora en
minoría dentro de la confederación, y por mayoría sostuvo a Arato en el poder,
eligiéndole estratego en la primavera de 220. Los aqueos aprobaron movilizar un
ejército para intervenir en apoyo de Mesenia, y buscaron colaboración mediante
una alianza con Mesenia y Lacedemonia, que tras la derrota de Cleómenes eran
nominalmente aliadas de la Liga Aquea. Además solicitaron la intervención de
sus aliados macedonios contra los etolios.
Pero los movimientos diplomáticos con los que Arato esperaba
consolidar su predominio en el Peloponeso fracasaron. Por un lado, los etolios
protestaron alegando que ellos no habían iniciado guerra alguna y que los
problemas de Mesenia no tenían relación con la Liga Aquea. Si los aqueos se
enfrentaban a los etolios, serían acusados de agresores por la opinión pública
griega, como intrigantes para conseguir el dominio del Peloponeso. Por otro
lado, tanto Mesenia como Esparta se mostraron remisas, buscando sus propias
ventajas ante la guerra que se avecinaba y desconfiadas ante la cada vez más
clara política expansiva de los aqueos, que recuperaban sus sueños de
unificación de Grecia, ahora bajo la protección de Macedonia. Pero el mayor
revés fue la tibia respuesta de la propia corte de Macedonia. Filipo convocó a
sus aliados y, aunque aceptó la entrada de Mesenia en la alianza y le ofreció
una difusa solidaridad ante los asaltos sufridos, rehusó intervenir
directamente contra los etolios.
Para los aqueos fue un gran golpe, por cuanto demostraba que su
alianza con los macedonios los situaba en una posición subordinada, incapaces
por su debilidad militar de seguir una política independiente y sometidos en
realidad a la potencia macedonia, verdadero poder hegemónico en Grecia. De
nuevo el paralelo con la situación de debilidad de los estados europeos tras la
Segunda Guerra Mundial, cuando el Reino Unido, Francia o los Países Bajos se
mostraron incapaces de defender no sólo sus intereses coloniales en Asia u
Oriente Medio por sí mismos, sino siquiera de asegurar su propia soberanía
frente a la presumible amenaza soviética sin el sostén del poder militar
americano en los años 40 y 50 del siglo XX.
Como demostración de la debilidad aquea, grupos etolios, apoyados
por piratas ilirios, desembarcaron en el Peloponeso y saquearon la ciudad
arcadia de Cineta, miembro de la Liga, sumida en un enfrentamiento interno de
base social y económica. Posteriormente esas bandas se retiraron a Etolia, sin
que Arato y los aqueos fueran capaces de intervenir. En esta situación Arato
envió de nuevo desesperados mensajes en busca de ayuda. Mesenia y Lacedemonia,
nominalmente aliadas, volvieron a negarse a intervenir, aplazando el envío de
tropas y nada dispuestas a favorecer el estallido de un conflicto que
fortificara la posición de la Liga y de sus protectores macedonios. Filipo de
Macedonia, por el contrario, decidió por fin actuar, quizás sopesando la
posibilidad de que la Liga terminara sucumbiendo a las presiones de sus
vecinos. Dio órdenes a su general Taurión, al frente de las fuerzas macedonias
en el Peloponeso, con base en Orcómeno, de intervenir en apoyo de los aqueos
contra posteriores acciones etolias, y mientras inició la movilización de un
ejército en Macedonia. Había decidido consolidar su poder en Grecia estrechando
el control sobre sus aliados en el Peloponeso.
Filipo llegó a Corinto demasiado tarde para intervenir en la
lucha, pues los etolios se habían retirado ya a su territorio, pero utilizó su
ejército para asegurar su dominio en la región. Los espartanos volvían a
renovar su crisis interna. La facción favorable a la reforma social había
aprovechado la situación de debilidad de los aqueos para derrocar de nuevo a
los oligarcas apoyados por la Liga y recuperar el poder. Filipo se presentó
entonces en Esparta y exigió explicaciones a los nuevos dirigentes. Sin embargo
no intervino en la situación interna de la ciudad, y reconoció a los nuevos
líderes a cambio de la promesa de permanecer dentro de la alianza macedonia.
Era la primera manifestación de su simpatía por los movimientos populares
contrarios al control económico y social de las aristocracias. Los reyes
macedonios siempre habían mostrado su apoyo a los movimientos populares
contrarios a las aristocracias oligárquicas locales, y a los demagogos que
dominaban algunas ciudades con el apoyo del pueblo, y quizás Filipo pensara en
ampliar su control sobre Grecia creando gobiernos “populares” de la misma forma
que la Unión Soviética dominó Europa oriental apoyando gobiernos
filo-comunistas a finales de los años cuarenta del siglo XX. Pero en 220 su
principal preocupación era someter a la Liga Etolia, el tradicional enemigo de
Macedonia en Grecia central. Con ese objetivo convocó una conferencia diplomática
en Corinto, a la que asistieron todos sus aliados.
La reunión se celebró en septiembre de 220 y rápidamente se
convirtió en un coro de quejas contra los etolios. Beocios, focenses,
acarnianos, epirotas y aqueos acusaron a la Liga Etolia de agresión en sus
fronteras, recordando viejos pleitos y conflictos. No costó mucho que los
delegados, Macedonia y sus aliados, votaran por unanimidad la guerra contra los
etolios, justificándola en la agresividad de la Liga Etolia y en la necesidad
de restaurar la independencia y libertad de las ciudades en disputa, que los
etolios consideraban propias.
Acordaron que los aliados se
prestarían ayuda mutua en el caso de retención, por parte de los etolios, del
territorio o de la ciudad de algunos de ellos contando a partir de la muerte de
Demetrio, el padre natural de Filipo. Decretaron igualmente que restablecerían
en todas partes las constituciones patrias en las ciudades que contra su
voluntad se habían visto forzadas a ingresar en la Confederación etolia: los ciudadanos
poseerían sus ciudades y territorios sin guarniciones, sin pagar tributos, como
hombres libres, y vivirían según las leyes e instituciones ancestrales. Y
restablecer sus leyes y el dominio de su templo [de Delfos], del que los
etolios les habían privado con la intención de disponer por sí mismos de los
asuntos de este santuario. Polibio, 4. 25
Tras el acuerdo Filipo
se trasladó a Egio, donde ante la asamblea de la Liga Aquea renovó solemnemente
el tratado de alianza. Este gesto, muy bien acogido por los aqueos, que dieron
al rey todo tipo de honores y privilegios, mostraba el papel central que el rey
reservaba a la Liga en su sistema de alianzas. Sin duda Arato creyó entender
que Filipo le entregaba la dirección de los asuntos del Peloponeso bajo la
benévola tutela del poder macedonio. Filipo regresó después a su reino, a
preparar la campaña de la primavera siguiente contra Etolia. Los aqueos tenían
ahora motivos para esperar que el año 219 fuera el de su triunfo definitivo.
Sin embargo, desde muy pronto sus expectativas se convirtieron en desengaños
primero, y en temores después.
Primero Mesenia, que había sido aceptada como aliada en la
asamblea de Corinto, se negó en redondo a enviar tropas o apoyar diplomáticamente
a la Liga si no era conquistada previamente la ciudad etolia de Figalea,
situada en su frontera y que reclamaban como propia. Polibio en su obra se
queja amargamente de esta respuesta, que además partió del grupo supuestamente
más próximo a las ideas de la Liga Aquea dentro de la política mesenia.
Impusieron esta respuesta,
contra el parecer del pueblo, los éforos en funciones, Enis y Nicipo y algunos
otros del grupo oligárquico, unos ignorantes, al menos en mi opinión, que se
apartaron grandemente de una decisión correcta. Yo afirmo que la guerra es algo
terrible, pero no tanto, en modo alguno, que debamos soportarlo todo antes de
entrar en un conflicto bélico. Polibio 4. 31
Esto tuvo que ser completamente inesperado para los aqueos, que
contaban con el apoyo de Mesenia, sobre todo si pensamos que las hostilidades
se habían iniciado, precisamente, cuando la Liga Aquea intervino para
protegerla de los etolios. Más grave era la situación en Esparta. Tras la
visita de Filipo y su aceptación de un gobierno anti-oligárquico, que sin duda
había reanimado a los grupos populares más favorables a la política de reformas
sociales, los conflictos internos se reactivaron, y dieron lugar a un golpe de
estado, –en el que fueron asesinados todos los magistrados–, que permitió la
vuelta al poder de los partidarios más radicales del antiguo rey Cleómenes.
Casi al mismo tiempo llegó la noticia de su muerte en el exilio egipcio, por lo
que fue elevado al trono Licurgo, un plebeyo que pronto se convirtió en el
primer tirano de Esparta. De forma inmediata los espartanos establecieron una
alianza con Etolia contra la Liga Aquea.
Por si faltara poco, los embajadores etolios enviados a Esparta
consiguieron también el apoyo de los eleos. El bloque griego antimacedonio
empezaba a tomar forma de alianza efectiva. Los aqueos, que esperaban que la
intervención de Filipo de Macedonia les diera una posición de predominio en la
región, se encontraron en la primavera acosados en el sur por Esparta, en el
oeste por los eleos con apoyo etolio, y en la costa norte por incursiones por
mar de los mismos etolios, mientras que Filipo permanecía en Macedonia,
centrado en sus propias fronteras. Era tiempo de elecciones, y Arato, que era
el estratego saliente y que por lo tanto no podía ser reelegido, presentó como
candidato a su propio hijo, Arato el Joven, con la intención de mantener el
control efectivo de la situación política. Sin embargo, la incapacidad militar
de Arato volvió a ponerse de manifiesto. Preocupado por la amenaza espartana sobre
Megalópolis, concentró en el sur las fuerzas aqueas, lo que permitió a los
etolios saquear Egira, en la costa norte, y a los eleos, reforzados con un
contingente etolio, penetrar en el corazón de Liga, y amenazar Dime, Tritea y
Feras, tras vencer a sus milicias locales apresuradamente organizadas.
Estas derrotas causaron una conmoción en la solidaridad de la
federación. Las ciudades amenazadas, Dime, Tritea, Patrás, Feras, Egira, no
sólo eran las ciudades fundadoras de la Liga. Desde hacía décadas no habían
afrontado ningún peligro importante como el que enfrentaban ahora. Además ya
habían mostrado anteriormente su descontento ante la progresiva inclinación del
centro de poder de la confederación hacia las grandes ciudades peloponesias
como Sición, Argos o Megalópolis. Con el grueso de las tropas defendiendo
Megalópolis, las ciudades del norte solicitaron a Arato el Joven el envío
urgente de tropas. Polibio arguye que el inexperto estratego fue incapaz de
reunir los refuerzos pedidos, pero debemos suponer que en la estrategia de
Arato el Viejo, el auténtico líder de la confederación, proteger Megalópolis
del expansionismo espartano era mucho más importante que impedir la acción de
bandas de saqueadores en la zona norte. Como consecuencia, las ciudades septentrionales
recibieron buenas palabras pero ningún auxilio. Eso llevó a una crisis
institucional grave.
Los dimeos, los fareos y los
triteos tomaron el acuerdo conjunto de negar a los aqueos el aporte de las
contribuciones comunes. Reclutaron privadamente mercenarios, trescientos
hombres de a pie y cincuenta de caballería, con los cuales aseguraron el país.
Con esta conducta dieron la impresión de haber tomado unas decisiones
excelentes en cuanto a sus problemas particulares, pero todo lo contrario en cuanto
a la problemática general. En efecto: parecieron ser los iniciadores y
cabecillas de una agresión perversa, y ofrecieron un pretexto a los que querían
disolver la Liga aquea. Polibio, 4. 60.
La crisis no pasó a mayores, y se volvió más adelante a la normalidad,
pero demostró la debilidad esencial de la Liga: la aparición de intereses
encontrados dentro de la confederación. En cualquier caso, la crisis no
resolvió la delicada posición militar de los aqueos. Su principal apoyo, Filipo
V de Macedonia, se encontraba en ese momento luchando con éxito en Acarnania
contra los etolios, pero a fines del verano tuvo que regresar a su reino sin
poder prestar ayuda a los desalentados aqueos. A principios del año 218 la Liga
Etolia parecía en condiciones de ganar el control del Peloponeso la primavera
siguiente, cuando repentinamente se mostró el genio militar del rey Filipo V,
que entonces tenía unos veinte años. En mitad del invierno, cuando las
operaciones militares estaban paralizadas, se presentó con seis mil soldados
escogidos en Corinto, sin que nadie lo esperara. No podía aceptar perder la
sólida base en Grecia que representaba su alianza con la Liga Aquea.
Inmediatamente tomó el mando de las operaciones en el Peloponeso y,
despreciando las dificultades del invierno, nieve incluida, atacó. La acometida
cogió a eleos y etolios totalmente por sorpresa, desbaratando el grueso de su
ejército. Pudo ocupar rápidamente varias ciudades, que entregó a los aqueos, y
penetrar, sin oposición digna de mención, en el corazón del territorio eleo,
que devastó a placer. Después se dirigió a Trifilia, comarca del sur de la
Élide, que sometió rápidamente a pesar de los refuerzos enviados desde Etolia.
El Peloponeso, 219-218
Mientras tanto, en
Esparta la inestabilidad interna continuaba, y estalló una nueva revuelta
contra Licurgo, con el apoyo activo de la Liga Aquea, seguramente el origen de
la conspiración. La insurrección fue muy probablemente promovida por Arato,
para devolver al poder a la oligarquía lacedemonia y para lograr cierta
influencia en Esparta antes de que Filipo la conquistara, lo que parecía
inevitable. Los aqueos empezaban a ver con temor a Filipo, tan reclamado el año
anterior. Una cosa era que se obtuvieran refuerzos macedonios en la lucha
contra espartanos, etolios y eleos, y otra muy distinta que el propio rey
tomara el control de las contiendas del Peloponeso. Ya habían estallado
conflictos entre oficiales aqueos y macedonios, y dentro de la corte macedonia
se estaba formando un partido imperialista, favorable a la absorción de los
pequeños estados aliados, dirigido por Apeles, canciller de Filipo.
En cualquier caso la revuelta en Esparta fracasó, y Licurgo
continuó en el poder. Para Arato el mayor peligro era ahora que Apeles llevara
a la práctica sus planes, reducir a la Liga al papel de estado vasallo y
mediatizar la soberanía de la federación, como ya había ocurrido con los
tesalios, los beocios o los eubeos, que eran por entonces simples apéndices del
reino de Macedonia. Al llegar la primavera de 218 Filipo se retiró a Argos para
reorganizarse y planear los siguientes movimientos. El centro de interés pasó
ahora a las elecciones aqueas, que debían celebrarse en mayo. Arato, previendo
fuertes resistencias a su propio liderazgo, presentó como candidato a Timoxeno,
un antiguo aliado, pero se encontró con la fuerte oposición de las ciudades del
norte, sin duda resentidas todavía por la crisis del verano anterior.
Además, Apeles el canciller macedonio, con la aquiescencia del
rey, se dedicó a intrigar contra Arato, al que veía como un político demasiado
activo, interesado en mantener a la Liga como un estado independiente de
Macedonia. Como resultado de esas maniobras, –apoyadas tanto en el poderío
macedonio como en las antiguas fidelidades que ciudades como Argos o
Megalopolis mantenían hacia la monarquía macedonia– salió elegido estratego
Epérato de Farea, un hombre del núcleo septentrional de la Liga, y Arato se vio
apartado del poder. Muy significativamente, al llegar el verano Filipo se
trasladó con su ejército al territorio de Dime y Farea, con la intención de
entrar en la Élide desde el norte. Intentaba acercarse así a los intereses de
las ciudades de la costa septentrional, las vencedoras en la asamblea anterior,
para aumentar su influencia sobre el conjunto de la Liga aquea. Tras derrotar
militarmente a los eleos intentó negociar con ellos la paz, pero
inesperadamente sus proposiciones fueron rechazadas. Desde la sombra, Arato
tenía todavía muchos resortes que manejar.
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