17.
LA AMENAZA DE ORIENTE
A finales del año 194 una desasosegante pregunta recorría todo el
mundo griego: ¿Qué planes de futuro tenía Antioco III de Siria? Llegó al poder
en 223 enfrentado a otros pretendientes rivales. Tras duras luchas para
consolidar su trono se embarcó, en 212, en una repetición de la aventura de
Alejandro Magno un siglo antes. Recorrió durante ocho años los lejanos
territorios de oriente, llegando a alcanzar en el curso de sus expediciones,
que le valieron el apelativo de Antioco Magno, las fronteras de la India. De
regreso a Siria, en 204, pensó en repetir su aventura hacia occidente. Desde
203 presionó las fronteras del reino egipcio, lo que le permitió ocupar el
Líbano y Palestina en 198. Al año siguiente empezó su avance hacia Grecia
Tras ocupar algunas ciudades costeras de Asia Menor, las mismas
que Filipo había amenazado en 202-201, Antioco dio un paso más a principios de
196, al cruzar los estrechos y ocupar Lisimaquia, en la costa europea. El
senado romano, que se había desembarazado —justo a tiempo— de Filipo, comenzó a
temer una nueva guerra. La intranquilidad aumentó cuando se extendió la noticia
de que Aníbal Barca, el enemigo mortal de Roma, había huido de Cartago y se
había refugiado en la corte siria. Por todo el Mediterráneo la imagen de
Antioco III alcanzaba una estatura casi heroica, alimentada por los rumores
sobre la enorme riqueza traída de las tierras del este. Todo el mundo esperaba
que tras dominar, supuestamente, el mítico oriente, tarde o temprano
descargaría todo ese poderío sobre occidente, y se enfrentaría por el control
de Grecia, vacante tras la derrota de Filipo de Macedonia, con la creciente
fuerza de los bárbaros que llegaban de occidente, los romanos.
Campañas de Antioco III el Magno. 197-196
El senado envió el
primer aviso serio a Antioco con motivo de la declaración de libertad de Grecia
en 196: Roma no aceptaría que Antioco extendiera su reino en Europa y además
debía dejar libres las ciudades de la antigua área de influencia egipcia en
Asia Menor. Antioco simplemente no se dio por aludido, pero el senado había
marcado una línea, el punto de partida de un futuro conflicto. A principios de
193 una embajada de Siria llegó a Roma pidiendo un tratado de alianza y amistad
entre Siria y los romanos, y se mostró extrañada ante la desconfianza, incluso
agresividad, con la que fue recibido. Flaminio, ahora líder indiscutible de la
diplomacia romana en Grecia, respondió con total claridad.
... si él [Antioco] no se
mantiene dentro de los límites de Asia y pasa a Europa, los romanos tendrán
derecho a defender los tratados de amistad que ya tienen y a establecer otros
nuevos con las ciudades de Asia... el pueblo romano a su vez considera acorde
con su lealtad y su práctica constante no renunciar al compromiso que ha
adquirido de defender la libertad de los griegos. Tito Livio, 34. 58
Roma se veía a sí misma, cada vez más, como un poder global, cuya
influencia debía extenderse a todo el Mediterráneo, idea apoyada por el
progresivo dominio de las rutas comerciales por parte de los mercaderes de
origen italiano. Roma no podía aceptar, según ese concepto, ningún poder al
mismo nivel que el suyo. Cualquiera que lo intentara se vería enfrentado a
ella. Antioco, que estaba pensando en ese momento en una partición del
Mediterráneo, correspondiéndole a él la zona oriental, incluida Grecia, no
entendía todavía que Roma no aceptaría ningún reparto, y que la retirada de sus
tropas de Grecia en 194 no significaba, de ninguna manera, la renuncia a su
control.
Mientras en Grecia la situación se estaba complicando. Los
etolios, que todavía estaban resentidos por las decisiones de Flaminio en
197-196, se dedicaban a fomentar el rencor hacia Roma, intentando crear una alianza
anti-romana junto con Antioco III de Siria, Filipo de Macedonia y Nabis de
Esparta, con vistas a enfrentarse a una previsible intervención romana en
Grecia. Antioco, todavía indeciso, dio largas a las embajadas etolias. Filipo,
que no olvidaba la alianza entre etolios y romanos que fue la causa de su
derrota, las rechazó, pero Nabis, ansioso por recuperarse de las pérdidas
sufridas ante Flaminio y los aqueos, decidió actuar. Contando con que los
etolios le apoyarían y con que la intervención de Antioco se desarrollaría a
corto plazo, comenzó a atacar las ciudades costeras que había perdido, poniendo
bajo asedio el puerto de Giteo, defendido por los aqueos, a principios de 192.
Los aqueos mandaron inmediatamente una embajada a Roma pidiendo
instrucciones y el envío de ayuda. Sin embargo, la respuesta se retrasó, y
Filopemen, que era estratego en ese momento, decidió actuar inmediatamente, sin
esperar la llegada de la decisión del senado, muy de acuerdo con su estrategia
de operar sin tener en cuenta los deseos romanos. Comandó personalmente el
envío de ayuda a Giteo por mar, pero la operación resultó un desastre y Giteo
se rindió poco después a Nabis.
Filopemen no se desanimó con la derrota, y comenzó a hostigar a
Nabis por tierra, saqueando la frontera. Entonces llegaron noticias de Roma. En
ellas se pedía a los aqueos que se mantuvieran a la defensiva y esperaran la
llegada de Flaminio, enviado a Grecia por el senado para hacerse cargo de la
crisis, y la arribada de la flota de Atilio, que ya había llegado a Apolonia. A
pesar de esas indicaciones, Filopemen ordenó concentrar al ejército aqueo en
Tegea con vistas a un ataque sobre Esparta. No estaba dispuesto, en ningún
caso, a aceptar convertir la Liga en subordinada del poder romano, ni a ceder
el honor de la victoria, que esperaba para sí, a un general romano. Nabis
reaccionó rápidamente, y emboscó el camino de los aqueos mientras marchaban
hacia la ciudad.
Filopemen volvió a demostrar su gran habilidad y experiencia
táctica. Tomado por sorpresa con el ejército en columna de marcha, lanzó contra
los espartanos a una vanguardia de caballería, al mando de Licortas de
Megalópolis, mientras que con el resto del ejército establecía un campamento de
urgencia, una estrategia tomada de las legiones romanas. Así, cuando la
vanguardia se retiró, perseguida por los mercenarios de Nabis, el grueso de los
aqueos, sólidamente instalados, pudieron resistir y rechazar a los espartanos.
El ejército de Nabis comenzó a huir, dispersándose por el territorio, lo que
permitió a Filopemen destruirlo casi por completo. Según Livio sólo sobrevivió
un cuarto de sus fuerzas. Nabis se refugió en la ciudad, sin capacidad de
enfrentarse a los aqueos en campo abierto.
En ese momento llegó Flaminio desde Roma. Satisfecho con las promesas
de fidelidad y alianza de los aqueos ante el conflicto inminente, felicitó a
Filopemen por sus victorias y se centró en otros lugares de Grecia, sobre todo
en Etolia, donde se encontraba el núcleo de la oposición a la autoridad de
Roma. A principios del otoño se convocó una asamblea de la Liga Etolia, y
Flaminio se encaminó a ella. Pero los etolios, que ya no confiaban en la
imparcialidad del senado, y estaban ansiosos por conquistar, mediante las
armas, lo que consideraban que los romanos les habían hurtado tras la guerra
con Filipo, no le escucharon. Allí mismo votaron y aprobaron la alianza con
Antioco y un decreto en el que se le invitaba a trasladarse a Grecia.
Etolia se embarcaba en la guerra con Roma antes incluso de que
Antioco iniciara sus movimientos. Convocado el consejo etolio, los apocletos, en una reunión secreta, se
resolvió que había que agitar el ambiente en Grecia, en ese momento dominado
por la diplomacia romana. Se enviaron con urgencia tres mandos militares de
gran experiencia y total confianza a los tres puntos clave de Grecia. Diocles
fue enviado a Demetrias, la fortaleza que dominaba el norte de Grecia. Una vez
allí, aprovechando con gran habilidad los enfrentamientos internos de la
ciudad, consiguió introducir una fuerza de caballería en la fortaleza, expulsar
a los líderes del partido pro romano y hacerse con el control. El segundo
agente, Toante, fue enviado a Calcis, la ciudad que dominaba la Grecia central,
con una fuerza bastante poderosa, pero la tropa etolia fue descubierta cerca de
la ciudad, y sus dirigentes pro romanos, puestos en aviso, cerraron las
puertas.
El tercer agente, Alexámeno, fue enviado a Esparta con mil
hombres. Una vez allí, el etolio se presentó a Nabis como aliado al mando de
una fuerza de apoyo contra los aqueos, lo que le valió una calurosa bienvenida.
En los días siguientes Alexámeno se ganó la confianza del tirano espartano,
cabalgando junto a él en las revistas militares. Entonces, en una de ellas,
cuando Nabis pasaba revista al contingente etolio...
Alexámeno ordena a los
jinetes que tomen las lanzas y le miren atentamente; él, por su parte,
concentra su mente, confusa ante la idea de una acción de tanta trascendencia,
al acercarse el tirano se lanza sobre él, le atraviesa el caballo, lo derriba,
y una vez abatido lo acribillan los jinetes, y antes de que acudieran en su
ayuda desde el centro de la formación, expiró. Tito Livio, 35. 35
El pánico se desató entre las tropas espartanas, lo que fue
aprovechado por el etolio para, con sus hombres, asaltar el palacio de Nabis y
atrincherarse en él. La ciudad estaba en sus manos, pero Alexámeno tenía otras
preocupaciones, centradas en las creencias populares sobre la riqueza de Nabis.
...encerrado en el palacio,
dedicó un día y una noche a buscar los tesoros del tirano. Los etolios, que
pretendían aparecer como los libertadores de la ciudad, se entregaron al saqueo
como si la hubiesen conquistado. La indignación por lo ocurrido y el desprecio
mostrado hacia ellos dieron ánimos a los espartanos para unirse... Después
irrumpieron en el palacio y allí degollaron a Alexameno, que ofreció
resistencia con unos pocos hombres. Los etolios... fueron aplastados. Tito
Livio, 35. 36
La noticia de los dramáticos sucesos de Esparta se extendió por
toda Grecia, sorprendida y desconcertada por la osadía de los etolios. Tito
Flaminio se presentó inmediatamente ante los aqueos, y pidió al estratego,
Diófanes, que movilizara un ejército e interviniera en Lacedemonia. No se
sabía, en ese momento, las condiciones en las que quedaría Esparta, o si los
etolios volverían a intentar tomar su control. Bajo el mando de Flaminio, y
acompañadas de una reducida fuerza romana, las fuerzas aqueas se encaminaron
hacia la ciudad, llamando a los exiliados espartanos para que regresaran y se hicieran
cargo del poder.
Mientras, en Megalópolis, Filopemen, sin cargo público alguno en
la Liga, mantuvo la sangre fría y reaccionó inmediatamente. Tras reunir
precipitadamente una pequeña fuerza de caballería galopó sin detenerse hacia
Esparta, y entró en la ciudad enemiga antes de la llegada de Flaminio y
Diófanes, cuando la polis todavía no se había repuesto de la confusión y los
ciudadanos permanecían suspensos, paralizados por el temor. A título personal y
mostrando una audacia asombrosa, Filopemen convocó a los principales líderes
ciudadanos, los antiguos lugartenientes de Nabis, enemigos mortales de los
aqueos desde hacía treinta años, planteándoles una salida honorable: respetaría
su poder y posición en la ciudad e impediría la vuelta de los exiliados a
cambio de que aceptaran la incorporación de Esparta a la Liga Aquea. Los
líderes espartanos, desorientados tras la muerte de Nabis y enfrentados a un
futuro incierto, accedieron. Cuando los aqueos llegaron, al mando de Flaminio y
Diófanes, Filopemen les salió al paso, explicando que la ciudad estaba
tranquila y que solicitaría el ingreso en la Liga.
El paso de Filopemen tendría graves consecuencias en el futuro.
Recordemos de nuevo que los líderes espartanos con los que pacta son los
compañeros y seguidores de Nabis, el gran rival de la Liga, mientras que los
aliados espartanos de los aqueos permanecían exiliados en las ciudades de la
costa. Filopemen actuó, es evidente, forzado por las circunstancias y la
urgencia del momento. La guerra con Antioco era inminente, los etolios parecían
cada vez más peligrosos, no se podía permitir que Esparta quedara a merced de
cualquier aventurero. Pero por encima de todo, quizás no se volviera a
presentar ante los aqueos una oportunidad como esa. Permitir que fuera Tito
Flaminio el responsable de esa victoria, atacando la ciudad y restableciendo en
el poder a los exiliados, hubiera significado que la ciudad estaría bajo la
influencia de Roma, fortalecería la posición de dominio de los romanos en
Grecia y, lo más importante, justificaría nuevas intervenciones romanas en el
futuro. Filopemen consiguió para sí, por tanto, el prestigio de un éxito que
tuvo que ser visto por todo el mundo griego como una gran victoria de la
federación aquea. Aunque si hubiera podido prever en ese momento las
consecuencias posteriores, es posible que se lo hubiera pensado dos veces. Por
el momento, Filopemen se vio enfrentado a la rivalidad con Diófanes, su antiguo
partidario y, sobre todo, a la enemistad de Flaminio, que a partir de entonces
comenzó a mirar con prevención la figura del general megapolitano.
Pero nadie podía entonces conocer el futuro, aparte de que
acontecimientos más urgentes llamaban la atención de todos. Las acciones
etolias causaron un gran sobresalto, y parecía imprescindible asegurar para el
bando pro romano la posición clave de Calcis, ya que era previsible que los
esfuerzos etolios se centraran allí. El primero en reaccionar fue el rey
Éumenes de Pérgamo, que se trasladó con sus tropas, aunque Flaminio le sugirió
después que dejara sólo una guarnición y que pasara a Atenas. Los aqueos
también sentían temor ante la reacción en el Peloponeso occidental de los
eleos, tradicionales aliados de Etolia. Sin embargo Flaminio, muy probablemente
siguiendo los acontecimientos desde Corinto, consiguió tranquilizarlos. Con la
primavera un ejército consular llegaría a Grecia.
Mientras tanto, en Éfeso, Antioco de Siria todavía dudaba.
Atravesar el Egeo con el invierno cercano, dejando a la espalda peligrosos
enemigos potenciales como Pérgamo o Rodas, era arriesgado. Aníbal, como miembro
del consejo del rey, presionaba para mandar una flota a occidente, a Italia,
aunque su idea terminó por ser desechada como extravagante. Al final el rey se
dejó convencer por Toante, el embajador etolio. Toda Grecia –decía– esperaba su
llegada para sublevarse contra Roma, y con Demetrias en manos etolias tendría
una base perfecta para sus operaciones. Por fin se decidió, y ya avanzado el
otoño de 192, tras realizar un sacrificio a Atenea en la ciudad de Ilión,
quizás un símbolo de la venganza asiática por la guerra de Troya, se hizo a la
mar con cuarenta naves, diez mil soldados, quinientos caballos y seis
elefantes, que desembarcó en el puerto de Demetrias. Pocas fuerzas parecían
para retar el poderío romano.
Los etolios, inasequibles al desaliento, recibieron a Antioco con
todos los honores y le invitaron a presentarse en una asamblea, en la que el
rey trató de generar confianza.
La primera parte de su
discurso fue para disculparse por haber llegado con fuerzas mucho menores de lo
que todos pensaban y esperaban... por no ser aun la época del año propicia para
la navegación... en cuanto la primera estación del año abriera el mar a la
navegación, pensaba llenar toda Grecia de armas, soldados y caballos, y de
flotas toda la costa, y no iba a escatimar gastos ni fatigas ni peligros hasta
sacudir de su cerviz el dominio romano y hacer realmente libre a Grecia y dar a
los etolios la supremacía en ella. Tito Livio, 35. 44
El discurso planteaba los objetivos básicos de la alianza.
Eliminar la hegemonía romana sobre Grecia, sustituyéndola por la siria,
convirtiendo a la Liga Etolia en la potencia regional con el apoyo de Antioco.
Pero la grandilocuencia del rey hizo patente, para los más avisados, que la
guerra no empezaba con buen pie. Las dos partes parecían creer que estaban
usando a su aliado como instrumento de sus propios intereses, que coincidían en
el dominio de Grecia. Pero antes de decidir cuál de los dos aliados ganaría la
partida, quedaba por resolver un pequeño detalle: afrontar la previsible
reacción de Roma.
Muerto Nabis de Esparta, la última esperanza de Antioco III y
Etolia era Filipo de Macedonia, pero éste, todavía resentido con los etolios, y
echando en cara a Antioco que le había dejado sólo frente a los romanos para
ahora usurpar su anterior hegemonía, no sólo se negó a apoyarlo, sino que envió
una embajada a Roma ofreciendo sus fuerzas para expulsar a Antioco de Grecia.
La última opción de Antioco y los etolios era separar a la Liga Aquea de la
alianza con Roma, asegurando así su flanco sur y liberando fuerzas para
enfrentarse a la presumible ofensiva romana procedente del norte. Para ello se
envió una embajada a Egio, donde se congregó una asamblea federal a finales de
192.
Cuando los embajadores sirios y etolios llegaron a Egio, se
encontraron allí con Flaminio. Los embajadores trataron de impresionar a los
aqueos con una visión grandilocuente de las fuerzas con las que Antioco se
preparaba para luchar con los romanos.
...asustaban a los oyentes
dando los nombres de pueblos de los que apenas habían oído hablar, citando a
los das, medos, alimeos y cadusios. En cuanto a fuerzas navales, según ellos no
había puertos en Grecia capaces de darles cabida... era innecesario hablar de
dinero o de otras necesidades de la guerra, pues los propios oyentes sabían que
el oro había abundado siempre en los reinos de Asia. Tito Livo, 35. 48
Al final los embajadores pidieron a la asamblea que los aqueos no
intervinieran en la guerra, manteniendo la neutralidad. Entonces se dio la
palabra a Flaminio, que simplemente se dedicó a ridiculizar las exageraciones
del embajador sirio.
Ojalá pudiera poner ante
vuestros ojos, aqueos, las correrías de este gran rey... Veríais en el
campamento real algo parecido a un par de legiones mal completas. Veríais al
rey en unos casos casi mendigando trigo de los etolios para racionarlo entre
sus tropas, en otros buscando dinero prestado para pagar a sus mercenarios...
Mal hicieron al confiar Antioco en los etolios y los etolios en la vanidad del
rey. Tito Livio, 35. 49
No hubo ninguna discusión, y se votó por unanimidad confirmar la
alianza con Roma y la declaración de guerra a los etolios y a Antioco. A
petición de Flaminio se enviaron mil soldados a Calcis y el Pireo. Pero se
cometió un error por exceso de confianza. Al recibir la noticia de la
declaración de guerra aquea y el envío de tropas, Antioco decidió actuar en el
acto, mientras los soldados estaban en marcha. Envió fuerzas para sorprender
los refuerzos y, aunque los aqueos pudieron llegar indemnes a Calcis, una
cohorte romana con exceso de confianza se vio bloqueada en Delio, donde fueron
derrotados y masacrados por las fuerzas de Antioco, con la pérdida de unos
quinientos hombres.
La derrota romana, en un momento en que sus tropas todavía eran
escasas en la región, puesto que el grueso del ejército aún no había salido de
Italia, produjo una fuerte impresión, que Antioco aprovechó para reforzar su
acción diplomática. Los ciudadanos de Calcis, ante la amenaza del ejército de
Antioco, expulsaron a los líderes pro romanos y abrieron las puertas de la
ciudad. La guarnición aquea, junto a las tropas de Éumenes, consiguió llegar a
un acuerdo para abandonar la fortaleza a cambio de poder retirarse. Esto
permitió al rey asegurarse el dominio de toda Eubea. Antioco estableció su base
en Calcis, y comenzó a recibir nuevas adhesiones, como la de los epirotas, los
eleos y los mesenios. Al poco tiempo Beocia, hundida en una crisis social
interna muy grave, decidió establecer un acuerdo con Antioco. Parecía que, tras
un comienzo titubeante, el levantamiento contra Roma cobraba impulso. Pero no
había confianza. Los epirotas prometían declarar la guerra a Roma, pero sólo
cuando el rey llegara a sus fronteras, los eleos pedían protección contra la
amenaza de la Liga Aquea, y los beocios se negaron a romper completamente sus
relaciones con los romanos.
No obstante Antioco, más animado, resolvió ocupar Tesalia, el
camino de acceso de los romanos, y en cuyos territorios tenían un especial interés
los etolios. Pero después de unas semanas de campaña, se detuvo frente a
Larisa. En ese momento, a comienzos del invierno, comenzaron a llegar pequeñas
unidades de avanzada romanas y, ante la sorpresa de todos, Antioco se retiró a
Calcis. Una vez allí, todos comprendieron la razón. Antioco, viudo de cincuenta
y dos años, se casaba.
Enamorado de una joven de
Calcis, hija de Cleptólemo, por mediación de terceros en un principio y
personalmente después agobió con sus ruegos a su padre... Al final consiguió su
propósito, celebró la boda como si estuviera en plena paz, y olvidándose de sus
grandes proyectos y dejando de lado cualquier otra preocupación, pasó el resto
del invierno en banquetes y placeres. Tito Livio, 36. 11
Sus tropas se dispersaron por Beocia para pasar el invierno, sin
tomar precauciones militares. Filopemen aconsejó entonces a Diófanes, el
estratego de la Liga Aquea, que atacara a Antioco. Con las tropas enemigas
dispersas sin ninguna disciplina, y con el rey entretenido en Calcis, el ejército
aqueo se bastaría para derrotar a los sirios y expulsar a Antioco de Grecia, lo
que daría a la Liga un enorme prestigio y, lo que era más importante, impediría
que fueran los romanos los que lo consiguieran. Diófanes se negó, sin duda por
indicación o imposición de Flaminio. Las tropas romanas estaban en camino. Ante
esto Filopemen se quejó amargamente ante la asamblea.
...se lamentaba de no ser el general de los aqueos, y envidiaba,
como solía explicar, a los romanos la victoria. “Porque si yo fuera estratego,
con todos estos acabaría en las tabernas” Plutarco, Filopemen
Filopemen siempre suspiraría por esa ocasión perdida, puesto que
si hubiera conseguido derrotar a Antioco y expulsarlo de Grecia sin
intervención romana, es muy posible que el poder que Roma alcanzó tras la
guerra no hubiera sido tan amplio. De la misma forma, en nuestros días varios
estados europeos tratan de actuar de una forma semejante interviniendo, –en
solitario o formando parte de la diplomacia europea–, en diversos asuntos en
Medio y Cercano Oriente, África o Hispanoamérica. Y como en tiempos de
Filopemen, esos esfuerzos conducen a una cierta tensión en las relaciones entre
Europa y Estados Unidos, que hasta ahora ha quedado diluida en una comunidad de
intereses pero que, como veremos en la evolución de los acontecimientos en el
mundo griego, pueden ser las bases de futuros conflictos.
Mas en 191 pocos entre los aqueos, y menos el estratego Diófanes,
cada vez más cercano a las ideas de Aristeno de colaborar en todo con los romanos,
estaban dispuestos a arriesgarse a una derrota ante Antioco o al desagrado
romano. Además, otros asuntos más cercanos centraban el interés de la Liga. Los
eleos, que se habían aliado con el rey sirio, empezaban a desesperar de recibir
ayuda alguna de él o de los etolios mientras el rey permaneciera en Calcis. De
esa forma, cuando Diófanes reunió el ejército aqueo en la primavera y marchó
contra Élide, mandaron parlamentarios solicitando la paz, con la promesa de
que, una vez acabada la guerra y retirada la guarnición de Antioco, pedirían
ellos mismos la entrada en la federación. Está claro que los eleos, al
comprender que la guerra tenía un único final posible, y que la Liga sería en
el futuro el gran puntal de los romanos en Grecia, vieron una única salida
lógica.
En ese momento surgió la posibilidad de obtener para la Liga Aquea
la isla de Zacinto, en la costa occidental de Peloponeso. La isla había
pertenecido a Filipo de Macedonia, que la entregó al rey Aminandro de Atamania,
que la puso a su vez bajo el gobierno de Hierocles de Agrigento. Viendo la
causa de su soberano, aliado de Antioco, perdida, y su posición expuesta a
cualquier ataque de la flota romana, Hierocles entró en contacto con los aqueos
y les entregó la isla a cambio de un importante soborno. Entonces, tras el
éxito con los eleos, Diófanes decidió repetir la maniobra con los mesenios, a
los que envió una embajada exigiéndoles que renunciaran a los contactos con
Antioco y que aceptaran la adhesión de sus ciudades a la Liga Aquea. Los mesenios
rehusaron responder, por lo que Diófanes les declaró la guerra y empezó a
saquear su territorio. Justo en ese momento, a principios de mayo de 191,
llegaron las noticias de una gran victoria romana.
Mientras Antioco invernaba en Calcis y los aqueos estaban ocupados
en sus fronteras occidentales, los romanos habían desplegado sus fuerzas antes
de lo esperado. El cónsul Manio Acilio Glabrión llegó a Tesalia en primavera,
donde se reunió con las tropas de Filipo de Macedonia, que ya colaboraba abiertamente
con los romanos frente a los etolios. Antioco, cada vez más arrepentido de
haber hecho caso a las fantasías de los etolios, avanzó desde Calcis y se
fortificó en las Termópilas, Pero Glabrión atacó con firmeza, y el ejército de
Antioco, presa del temor a ser copado, inició la huida en medio del pánico
general, y fue aniquilado por la caballería romana lanzada en su persecución.
Antioco pudo llegar a Calcis, pero ante el avance de los romanos a través de
Focea y Beocia, y sin fuerzas con las que oponerse a ellos, abandonó todos sus
planes en Europa y se retiró a Asia, a Éfeso.
Las campañas romanas contra Antioco III. 191-190
La noticia de la
victoria romana provocó la euforia a los aqueos, puesto que la guerra parecía
acabar antes de empezar, pero en ese momento llegó Flaminio, llamado por los
mesenios, antiguos aliados de Roma, que a través de una embajada le habían
entregado sus ciudades mediante la deditio, una rendición sin condiciones a un
general romano que daba la esperanza de un tratamiento benévolo. Flaminio
despachó al punto un mensaje a Diófanes ordenándole que retirase de forma
inmediata el ejército que estaba asolando Mesenia y se reuniera con él.
Diófanes obedeció la orden al instante y se encontró con Flaminio en la
frontera de Mesenia. Éste le reconvino, sin demasiada aspereza, por lanzarse a
una intervención como esa sin su autorización como enviado del senado. Le dio
orden de licenciar el ejército, innecesario tras la derrota de Antioco, y de
convocar en su nombre una asamblea federal aquea. Asimismo, ordenó a los
mesenios que se incorporaran a la Liga sin más dilaciones, y que si tenían
alguna objeción, se la comunicaran.
Una vez reunida la asamblea aquea Flaminio pidió explicaciones
sobre la anexión de la isla de Zacinto. Diófanes trató de justificarla
discutiendo sobre los aspectos legales y jurídicos de la acción, pero Aristeno
y los miembros del partido pro romano lo acusaron de haber actuado contra su
criterio. Ellos habían exigido informar a Flaminio de la oportunidad de ocupar
la isla. Las recriminaciones continuaron hasta que alguien pidió que la
cuestión fuera sometida a la decisión de Flaminio. Éste se mostró benevolente.
Si yo considerara que la
posesión de la isla es provechosa para los aqueos, propondría al senado y al
pueblo romano que os permitieran quedaros con ella, pero veo que... a vosotros,
los aqueos, encerrados por el mar por todos lados, os resulta fácil unir lo que
queda dentro del Peloponeso y defenderlo... pero cuando el afán os lleva a
salir de esos límites, todo lo que queda fuera está desprotegido. Tito
Livio, 36. 32
Tras escucharle, Diófanes decidió no insistir, y la asamblea votó
la entrega de la isla a los romanos, el objetivo de Flaminio al convocar la
reunión. El comportamiento del romano ante la Liga fue, como había temido
Filopemen, el de un virrey, imponiendo a la Liga Aquea un límite definido a su
expansión: el Peloponeso. Derrotado Antioco, y con el ejército romano ocupando
el corazón de Grecia, no había razón para esperar que los romanos no utilizaran
su poder según sus propios intereses, forzando a los griegos a aceptar sin más
sus decisiones. No sólo Zacinto quedó bajo la autoridad de Roma, sino que
Mesenia, que parecía una presa fácil para los aqueos, estaba ahora bajo la
protección y tutela de Roma. Eso era, precisamente, lo que Filopemen había
evitado en Esparta al llegar a un acuerdo con los espartanos el año anterior,
adelantándose a la ocupación dirigida por Flaminio. Roma iba, paso a paso,
controlando de una forma cada vez más férrea la política griega, a la vez que
el concepto de autoridad romana se asentaba cada vez más profundamente en las
mentes de los políticos griegos.
Al mismo tiempo los etolios veían como su estado se desmoronaba
ante los ataques de Glabrión y Filipo de Macedonia. Flaminio se reunió con el
cónsul, aconsejándole que no permitiera a Filipo recuperar su poder a costa de
Etolia. Consiguió así convencerle de que aceptara una tregua, para permitir a
los etolios enviar una embajada a Roma a pedir la paz. Entonces los dos,
Flaminio y Glabrión, pasaron a Egio, a participar en la asamblea federal aquea.
Una vez allí los romanos trataron de abrir una discusión sobre el futuro de la
Élide y la cuestión de los exiliados espartanos que, a pesar de que Esparta
había entrado en la Liga, no podían regresar a su ciudad. Pero esa primavera
había sido elegido estratego Filopemen y las cosas fueron distintas que con
Diófanes.
Filopemen convenció a los eleos de que rechazaran la intervención
romana en su entrada en la Liga y que no entregaran sus ciudades, como les
había pedido Flaminio. Fueron ellos mismos los que solicitaron la adhesión, que
fue inmediatamente aceptada. En cuanto al problema de los exiliados espartanos,
Filopemen se negó en redondo a discutirlo con los romanos. Era un asunto
interno, y sería la asamblea aquea la que decidiría. Los exiliados espartanos,
defraudados en sus esperanzas, enviaron, por indicación de Tito Flaminio, una
embajada al senado, que mostró su perplejidad ante el hecho de que los
exiliados no hubieran vuelto todavía a la ciudad. Pero Filopemen había mostrado
que no estaba dispuesto a dejarse avasallar por los romanos. Esto hizo que el
antagonismo entre Filopemen y Flaminio se convirtiera en una enemistad personal
abierta.
Mientras tanto, la guerra continuaba. Los etolios trataron
torpemente de obtener un acuerdo de paz favorable, pero fueron rechazados por
el senado, que exigía una rendición sin condiciones. Continuaban combatiendo,
fiados en una ilusoria vuelta de Antioco a Grecia. Éste, por su parte, se
disponía a consolidar su posición en Asia Menor y atacó el reino de Pérgamo, lo
que movió a su rey, Éumenes, a enviar embajadores a Corinto. La embajada de
Pérgamo, tras recordar los méritos de Atalo, el anterior rey, respecto a la
Liga Aquea, y el acuerdo de amistad y colaboración que se había establecido en
198, informaba de que su reino había sido atacado por Seleuco, el hijo de
Antioco, y se encontraba asediado en su capital, por lo que solicitaba ayuda.
El consejo de damiurgos aqueos se reunió con urgencia, y resolvió enviar una
fuerza de mil hombres, que serían comandados por Diófanes de Megalópolis. Pero
esa no era la única fuerza que se dirigió a Asia. La flota romana, ahora al
mando de Regilo, se trasladó rápidamente hacia el puerto de Elea, donde se le
unió pronto la armada rodia. Asimismo, el nuevo cónsul, Lucio Cornelio
Escipión, avanzaba con su ejército a través de Macedonia, con el objetivo de
cruzar a Asia por los Dardanelos. Antioco, temeroso ante la cada vez más
amenazante presencia romana, pidió entablar negociaciones, pero Éumenes se negó
en redondo a dar su asentimiento a ningún acuerdo mientras estuviera bajo
asedio, y las conversaciones se suspendieron.
Las tropas enviadas por los aqueos desembarcaron en Elea poco
después, e inmediatamente fueron trasladadas a la amenazada Pérgamo, sorteando
el campamento de Seleuco. Diófanes, que se dio cuenta pronto de la
desorganización y la desidia que reinaban en el campamento sirio, recordó los
consejos de Filopemen el año anterior y se dispuso a lanzar un ataque nocturno
por sorpresa, a pesar de la desconfianza de los comandantes de la ciudad. Ante
el ataque el campamento de Seleuco se desmoronó en poco tiempo en medio del
desconcierto y los sirios se retiraron, perseguidos por los aqueos. El sitio
había terminado, y Antioco tuvo que retirar sus fuerzas del territorio de
Pérgamo. A mediados de verano la situación de Antioco empeoró aun más. Su
flota, comandada por Aníbal, fue derrotada de forma decisiva. El mar Egeo y el
Helesponto quedaron así en manos de los aliados. Antioco, cada vez más
inquieto, retiró sus fuerzas de Tracia, en la orilla europea de los estrechos.
Eso facilitó el paso del ejército romano a la orilla asiática. El rey volvió
entonces a intentar dar inicio a conversaciones de paz. Ofrecía abandonar todas
sus pretensiones en Europa, y liberar todas las ciudades costeras de Asia Menor
que los romanos le indicaran. Pero el cónsul estableció unas condiciones mucho
más duras. Debía abandonar la totalidad del Asia Menor al oeste de las montañas
del Tauro, y pagar la totalidad de los gastos de la guerra. Desalentados, los
embajadores se retiraron.
Los romanos y sus aliados avanzaron desde Pérgamo al final del
verano, hasta que Antioco les salió al paso cerca de Magnesia del Sípilo, en la
frontera de su reino. A pesar de la gran superioridad numérica del ejército del
rey, el cónsul buscó la batalla decisiva, confiado en su superioridad táctica y
en la experiencia de sus tropas. Los aqueos tomaron parte del combate,
integrados, junto a las fuerzas de Éumenes, en el flanco derecho. Al poco de
iniciada la batalla todo el flanco izquierdo de Antioco se derrumbó, y aunque
el propio Antioco consiguió derrotar al flanco izquierdo romano, su centro fue
totalmente aplastado por las legiones y tuvo que huir apresuradamente. Su
ejército había perdido cincuenta mil hombres, frente a apenas trescientos
cincuenta aliados. El rey envió inmediatamente embajadores al campamento
romano.
Más que tener algo que decir
nosotros, os preguntamos a vosotros, romanos, con qué medios propiciatorios
podemos expiar el error del rey y obtener de los vencedores la paz y el perdón.
Siempre habéis perdonado con la mayor magnanimidad a los reyes y a los pueblos
vencidos. Con mucha mayor generosidad y serenidad debéis hacerlo en esta
victoria que os ha hecho dueños del mundo. Finalizadas ya las contiendas con
todos los mortales, conviene que, como los dioses, veléis por el género humano
y seáis indulgentes con él. Tito Livio, 37. 45
Es posible que a Livio, escribiendo a finales del siglo I antes de
Cristo, se le fuera un poco la mano al expresarlo, pero está claro que al
terminar el año 190 los romanos descubrieron que ya no quedaba ninguna potencia
en el Mediterráneo capaz de desafiarlos de igual a igual.
No hay comentarios:
Publicar un comentario