Cuando murió
Alejandro, la reina Sisigambis, madre de Darío III, que había sido tratada siempre por él con los máximos
honores y el mayor respeto, adoptó un luto riguroso, rechazó la comida y el
agua hasta que murió al cabo de cinco días, como dice Diodoro,1
«dolorosamente pero no sin gloria», palabras lapidarias, probablemente no
suyas.
Desde este momento en adelante, Diodoro
es el historiador más importante para seguir las peripecias del cuerpo de
Alejandro, aparte de un breve capítulo de conclusión de la biografía de
Plutarco, que, como la mayor parte de las fuentes, rechaza la hipótesis del veneno.
Para demostrar la inverosimilitud de este acontecimiento refiere que, mientras
los generales del ejército se enfrentaban amenazadoramente cada uno para hacer
prevalecer su posición e interés, el cuerpo de Alejandro había sido olvidado, y
aunque estuviese en verano en lugares cálidos y húmedos había permanecido
intacto y no había dado ninguna señal de descomposición y por tanto de
envenenamiento.2 De hecho se consideraba que el cuerpo de un hombre
muerto envenenado se descomponía muy rápidamente y mostraba signos evidentes
de ello.
El cuerpo del héroe que no se corrompe y conserva,
en cambio, en el calor sofocante de junio en Babilonia su natural perfume es
el primer elemento del nacimiento de la leyenda de Alejandro. Todavía hoy en
los procedimientos de canonización de un santo se prevé el reconocimiento del
cuerpo para comprobar si se ha mantenido incorrupto. Sin embargo, el testimonio
ha sido seriamente tomado en consideración por algunos en el intento de
encontrar una explicación racional: el cuerpo del caudillo macedonio no se
habría corrompido simplemente porque Alejandro aún no estaba muerto, sino
solo en coma profundo.3
Este, en cualquier caso, no fue el
único elemento extraordinario que caracterizó el final del soberano. Se le
atribuye también una especie de profecía (por otra parte, nada descabellada
dada la situación) sobre las ásperas luchas que estallarían entre sus
compañeros por la sucesión. «Habrá una gran pugna entre mis amigos y estos
serán mis juegos fúnebres.» Era costumbre, en efecto, que con ocasión de los
funerales de un gran personaje tuvieran lugar combates de tipo gladiatorio normalmente
entre prisioneros de guerra.
Poco después nuestra fuente4
recuerda los preparativos para el funeral confiados a un tal Arrideo, que no
Filipo Arrideo, hermanastro de Alejandro a quien había
sido confiada la regencia con la supervisión
de Pérdicas hasta que Roxana diera un heredero. Había que construir un carro fúnebre para el traslado del
cuerpo de Alejandro al santuario de Amón en el oasis de Siwa, en Egipto. Y sin
ninguna duda la fuente de Diodoro afirma que, al cabo de dos años de trabajo
construyendo el carro fúnebre, el convoy dejó Babilonia en dirección a 1
Egipto.
Es una afirmación que podría tener
un sentido para el viaje de Alejandro al santuario de Amón en medio del
desierto, pero en cualquier caso deja perplejos a algunos y en parte, como
veremos, es contradicha por otros. Por otro lado, si bien es aceptable la idea
de que Alejandro quería ser enterrado en el santuario de Amón donde había recibido
la investidura divina, cabe plantear la hipótesis de que Pérdicas, que entonces
ejercía la regencia del reino, quisiera darle sepultura en la necrópolis real
de la antigua capital macedonia de Egas, la misma donde hace veinte años
Manolis Andronikos encontró la tumba inviolada y luego atribuida a Filipo II,
padre de Alejandro. Para
la autoridad macedonia de aquel tiempo, Egipto seguía siendo un país
extranjero y bárbaro, según el concepto griego, y Alejandro no debía ser
inhumado allí. Volveremos sobre el argumento en los capítulos siguientes. Por
ahora nuestras fuentes nos transmiten la imagen desolada del cuerpo de
Alejandro abandonado y sin custodia mientras sus compañeros andan a la greña
para hacer prevalecer cada uno su propio interés en la sucesión.5
La primera forma de acuerdo entre
los compañeros de Alejandro se produjo cuando Roxana dio a luz un
varón al que puso por nombre Alejandro IV. Este acuerdo preveía que cada uno de ellos sería
confiado al gobierno de una de las provincias, mientras que Pérdicas mantendría
la regencia del imperio en espera de que el niño alcanzase la mayoría de edad.
No sabemos cuánto tiempo pasó antes
de que alguien se preocupase de los restos mortales del gran caudillo.
Plutarco dice que algunos días, el tiempo que necesitaba Pérdicas para
estabilizar su liderazgo aunque fuese provisionalmente.6 Un
liderato que tenía un significado político e ideológico fundamental: la unidad
del imperio. Cuando este se consolidó, lo siguiente fue preocuparse del cuerpo
de Alejandro por el simple motivo de que era el símbolo físico de aquella
unidad. Por lo demás, el abandono inicial quizá era debido también a la
incertidumbre sobre el futuro ordenamiento del Estado. Además, la decisión de
devolverlo a la patria para que fuese enterrado en la necrópolis real de Egas
habría sido importante desde este punto de vista: habría significado que el
imperio era uno y sustancialmente macedonio. Hay que recalcar, sin embargo, que
en el estado actual de nuestros conocimientos no es posible establecer con
certeza cuál era el destino del féretro de Alejandro.
Se empezó, pues, a organizar el
funeral y construir el carro fúnebre (fig. 1) que había de conducirle a su última morada, quizá
también a la patria. El cuerpo, entretanto, fue embalsamado por unos
embalsamado-res caldeos y egipcios y recubierto de sustancias aromáticas puede
que como preparativo para un largo viaje. La descripción del carro fúnebre es
impresionante y quizá deriva de Jerónimo de Cardia, un funcionario de la
cancillería de Alejandro que casi con toda seguridad estaba presente en
Babilonia en aquellos días y asistió a los trabajos. Esta es probablemente su
descripción que nos llega a través de Diodoro: «En primer lugar se hizo un
sarcófago de hoja de oro martilleada
a la medida del cuerpo de Alejandro, que fue depositado y sumergido con gran
abundancia de especias para conservarlo y perfumarlo. Encima se colocó la tapa
también de oro macizo perfectamente adaptada a los bordes del sarcófago. Sobre
la tapa se depositó un paño de púrpura recamado de oro y sobre él su panoplia
[...] Al carro que tenía que llevarlo se le proveyó de una bóveda de oro
revestida de escamas. La cornisa de oro de abajo estaba grabada en relieve con
testas de íbice de las que pendían unas anillas doradas que sustentaban una
guirnalda brillante y policroma. En los extremos tenía unas borlas de hilo trenzado y de
estas pendían unas campanas, para que su sonido pudiera oírse a gran distancia
cuando se moviera el carro. En cada esquina de la bóveda de cada lado había
una Victoria de oro sosteniendo un trofeo. La bóveda descansaba sobre una
columnata de estilo jónico. Los intercolumnios estaban cubiertos por una malla
dorada [...] de la que pendían cuatro cuadros decorados, unidos entre sí en
secuencia, y cada uno del tamaño del lado en el que se encontraba. En una de
estas tablas había representado un carro decorado con adornos en
relieve y en él aparecía
Alejandro empuñando un magnífico cetro. En torno al rey había grupos de hombres
armados, uno de macedonios, otro de persas [...] de la guardia personal. El
segundo panel mostraba unos elefantes enjaezados para la guerra guiados por
sus mahout
indios,
seguidos de tropas macedonias en perfecto orden y con su impedimenta detrás. En
el tercer panel se veían unidades de caballería en formación de batalla. En el
cuarto panel había representada una escuadra naval en orden de combate. Al lado
de la entrada de la cella que contenía el sarcófago había dos leones [...]
Además, sobre las columnas había racimos de acanto que se extendían entre la
base y el capitel. En lo alto de esta construcción, al aire libre, había un
estandarte de púrpura que llevaba como escudo una corona de olivo en oro de
grandes dimensiones que brillaba con tanto esplendor que se podía ver cómo
refulgía a gran distancia.
»E1 carro tenía dos ejes sobre los
que giraban cuatro ruedas persas con los cubos de las ruedas y los rayos
dorados [...] Las partes salientes de los ejes tenían forma de cabezas de león
que sujetaban entre los dientes puntas de lanza. En el centro de cada uno de
los ejes había un amortiguador puesto de manera que, incluso en un terreno
accidentado, el féretro no sufriera golpes de retroceso. Tenía cuatro varales y
cada uno de ellos estaba uncido a cuatro tiros de cuatro mulos cada uno, en
total, sesenta y cuatro cuidadosamente seleccionados por su fuerza y tamaño.
Cada uno llevaba una corona dorada en torno a la testuz, dos cascabeles de oro
pendientes de los lados de la cabeza y un collar adornado de piedras
preciosas».
Aunque muchos detalles técnicos sean todavía poco
claros y la interpretación de determinados términos no segura,7 la
impresión que se tiene de esta descripción es, en cualquier caso, la de una
gran máquina barroca decididamente kitsch para nuestros gustos modernos, un templo semoviente
propiamente dicho construido para asombrar a quien lo viera pasar. El verdadero
problema, sin embargo, es otro. Si es fiable la descripción que ha llegado
hasta nosotros, no se comprende cómo un vehículo semejante habría podido
viajar. Es difícil imaginar cómo podían encontrar sitio entre los varales
sesenta y cuatro mulos y sobre todo cómo se podía maniobrar. Calculando que el
tiro fuese de dieciséis mulos por fila, habría sido de un ancho de al menos
dieciocho metros y de ocho a diez de largo, lo que es a todas luces imposible.
Ningún camino de entonces era tan ancho. Pero aunque imaginásemos que los mulos
estuvieran uncidos por pares tendríamos, en cualquier caso, una anchura de
nueve o diez metros, concebible en determinados caminos urbanos de grandes
metrópolis como Babilonia, pero sin duda no para los caminos que cruzaban el
territorio. También el largo de tiro habría sido excesivo: de un mínimo de una
decena de metros en la primera hipótesis a un máximo de una veintena en la
segunda. Podemos imaginar que los mulos estaban en realidad divididos en dos
tiros de treinta y dos que se turnaban (bastante más probable), de lo que
resulta una situación más razonable que cuatro pares de mulos por varal, pero
seguimos estando frente a un vehículo muy difícil de dirigir.
Además, en vista de que el cuerpo central del féretro
era de 5,6 x 3,7 metros
y el carro en total debía de ser no mucho más grande, el uso de sesenta y
cuatro mulos para el tiro parece por tanto muy desmesurado si tenemos en cuenta
un peso en conjunto que no debía de superar las dos toneladas, suponiendo, como
es lógico, que la columnata jónica fuese de madera. En resumen, si la
descripción de ese carro es más o menos verdadera, nos es imposible imaginar cómo
habría podido viajar hasta Macedonia a través de zonas montañosas y a menudo impracticables
o incluso atravesar las Puertas Cilicias, por donde, por unánime admisión de
todas nuestras fuentes, los camellos solo podían pasar de uno en uno, a menos
que el carro fuese desmontado cada vez que se presentaba este tipo de problema
y transportado por piezas.
Menos problemático sería, en cambio,
suponer un itinerario hacia Egipto, porque el territorio es más o menos todo él
llano, pero tampoco faltan los obstáculos: las zonas pantanosas de los Lagos
Amargos y del Delta, los cuatrocientos kilómetros de desierto abrasador y de
pista casi sin ninguna duda llena de arena en varios tramos que enlazaba el
Mediterráneo con el oasis de Siwa, si es allí adonde se dirigía el carro. Nos
encontramos frente a un rompecabezas se mire por donde se mire. Quizá el único
significado de ese inmenso tren era comunicar la idea de que en aquel carro
viajaban los restos mortales de un ser humano. Por
desgracia no conocemos
con precisión el itinerario y tampoco sabemos qué destino tuvo el carro, visto
que desde aquel momento en adelante no se vuelve a oír 11.ililar de él. Quizá
viajó solo durante un cierto trecho; quizá a partir de un determinado punto —no
sabemos dónde— fue desmantelado y el cuerpo de Alejandro prosiguió su viaje de
modo más discreto. En otras palabras, el carro habría sido preparado de manera
tan espectacular para la salida de Babilonia y para un primer (ramo de camino
y, a continuación, reducido a lo esencial, de modo que cuatro pares de mulos
en cada ocasión habrían bastado para tirar de él. Los otros mulos habrían
podido transportar las partes desmontadas para ser reensambladas posteriormente
una vez llegados al lugar de la sepultura. De este modo el cuerpo de Alejandro
podría haber llegado a cualquier parte, incluso a Macedonia.
Sin contar la
posibilidad de un transporte por mar que antiguamente se hacía mediante las
escalas de la Cilicia.
Un comentario especial merece la
serie de paneles (pinakes) que rodeaban, ocultándolo, el féretro, decorados
con escenas que evocaban los triunfos y el poderío tic Alejandro. Esa especie
de templo sobre ruedas, que luego sería imitado en la tapa de muchos sarcófagos
tanto griegos como romanos sobre todo en época imperial, también debía ser el
vehículo de propaganda de la grandeza del caudillo divinizado, mostrando a
quien quisiera verlo su poderío y lo vasto del dominio que había conquistado
tanto por tierra como por mar. El campanilleo continuo que anunciaba el paso y
el gran estandarte de púrpura con la corona de olivo en oro
que relampagueaba en lontananza debía simbolizar la gloria de sus victorias
junto con las estatuas de oro de Niké, diosa de la Victoria, que se erguían en
las cuatro esquinas. Todo debía provocar maravilla y asombro, y el propio autor
dice que cualquier descripción sería incapaz de transmitir su impacto visual
real.
El testimonio de Diodoro, a decir verdad, nos permite
seguir el féretro durante un cierto trecho, aunque la descripción del itinerario
sea vaga. Dice que la fama de este templo fúnebre semoviente atraía a grandes
multitudes: los habitantes de las ciudades a las que estaba a punto de llegar
salían al encuentro del convoy para escoltarlo hasta su destino y de ahí en
adelante durante un cierto trecho en dirección a la siguiente ciudad. Pero en
apoyo de cuanto hemos observado hasta ahora resulta que el carro, para avanzar,
necesitaba de una cuadrilla de mecánicos (tecnitai) y de camineros. La palabra griega para estos últimos es odopoioi, cuyo sentido literal es «constructores de
caminos», aparte, obviamente, de una nutrida escolta armada. Esto significa
que literalmente los caminos se construían o ampliaban o reparaban a medida que
avanzaba el carro. Se requirieron dos años para tener listo el carro, y es
imposible imaginar cuántos habrían sido necesarios para permitir a un
transporte —todo hay que decirlo— tan excepcional llegar a su destino.
Y es precisamente en lo que al
destino se refiere, como se ha visto, los testimonios se muestran en desacuerdo.
Para Diodoro —que, en cualquier caso, se remite a una fuente más antigua— el destino es simplemente
el oasis de Siwa.8
Pausanias,9 en cambio, dice que antes de la muerte de Pérdicas,
asesinado por su guardia personal cuando se disponía a invadir Egipto, Ptolomeo
fue al encuentro del féretro y convenció luego a los macedonios encargados de
llevar a Egas el cuerpo de Alejandro que se lo entregaran a él. Así pues, el
destino, según Pausanias, era simplemente Egas. También un fragmento de Arriano
llegado hasta nosotros a través de una cita10 deja claramente
entender que el cuerpo no debía ir a Egipto.
Menos claro es Estrabón," que al describir el
lugar de la tumba de Alejandro (sobre esto volveremos más adelante), dice que
Ptolomeo lo había llevado allí sustrayéndoselo a Pérdicas mientras este lo
llevaba consigo de Babilonia y estaba a punto de entrar en Egipto con el
propósito de apoderarse de él. No se menciona, por tanto, adonde estaba yendo
Pérdicas, pero se diría que el dirigirse hacia Egipto era una especie de desvío
para ocupar la tierra de los faraones.
De la lectura de Diodoro parece en
cambio colegirse que Ptolomeo había ido a hacerse cargo del cuerpo en los
confines con Siria para llevarlo a su último destino.12
En ese momento habían transcurrido
dos años y medio de la muerte del rey.
1. Epilupws men, ouk aklews de.. Diodoro, XVII, 118,3.
2.
Plutarco, Alejandro, 77, 5. Véase también Curcio Rufo, X,
9.
3.
Saunders, 2006, p. 29.
4.
Diodoro, XVIII, 26.
5. Véase nota 2.
6. Por Claudio Eliano, Varia Historia, XII,
64: «fue dejado
insepulto durante treinta días».
7. Para las características del carro fúnebre, cfr.
Mu-11er, 1905, y Bulle, 1906.
8. Diodoro, XVIII, 3,5: «El cuerpo del rey y la preparación del carro
que tenía que llevar el cuerpo a Anión fue asignado a Arrideo». Lo mismo dice
Curcio Rufo: «A todos rogaba que hicieran llevar su cuerpo al santuario de
Anión» (X,
5, 4). El Arrideo al que
es confiada la tarea de llevar el cortejo fúnebre no es Filipo Arrideo,
hermanastro de Alejandro, como cree Justino (XIII, 4, 6).
9. Pausanias, I, 6, 3: «[...] Convenció [Ptolomeo] luego a los macedonios encargados de
llevar a Egas el cuerpo de Alejandro para entregarlo a él».
10.
Jacoby, 1958, 156, 9,25.
11.
Estrabón, XVII, 1, 8: «Ptolomeo, hijo de Lago, sorprendió a Pérdicas
sustrayéndole el cuerpo mientras lo llevaba de Babilonia y desviaba hacia
Egipto deseoso de conquistar para sí aquel territorio».
12.
Diodoro, XVIII, 28,3: «Ptolomeo, además, para rendir honores a
Alejandro, fue a verle con un ejército hasta Siria y, tomando a su cargo el
cuerpo, lo trató con la máxima consideración».
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