sábado, 13 de enero de 2018

Augusto Progo de Lis Grecia Frente a Roma Historia de la Liga Aquea Libro II  Filopmen de Megalópolis 20. EL FINAL DE FILOPEMEN

20.
 EL FINAL DE FILOPEMEN

 Como anunciaban todas las previsiones, Mesenia se sublevó abiertamente en la primavera de 183. Los aqueos, preparados para aceptar el reto, eligieron como estratego para ese año a Filopemen, la octava ocasión en la que alcanzaba el cargo. El inmediato inicio de las operaciones demostró la evidente superioridad militar aquea, lo que forzó a los mesenios a aplicar una estrategia defensiva, con la esperanza de una intervención romana. Filopemen, por el contrario, intentó apresurar la victoria. La lucha, que no conocemos bien, se centró en el control de la costa del golfo de Mesenia, donde las ciudades de Abia, Turia y Faras se pusieron de parte de los aqueos.

 Filopemen, con setenta años de edad y de forma un tanto imprudente, tomó el mando directo del cuerpo de caballería. Le siguieron en la campaña gran parte de sus conmilitones políticos, incluido Licortas, su mano derecha. Recordemos que el núcleo fundamental del partido “patriota” aqueo se formó en torno al cuerpo de caballería que Filopemen organizó en 210, y es posible que, un cuarto de siglo después, decidieran revivir viejas glorias y compartir con su comandante la gloria militar.


 La Guerra de Mesenia. 183
 Pero en el curso de las operaciones, y mientras realizaba operaciones de descubierta en vanguardia, toda la unidad se vio atrapada por los mesenios en un desfiladero cerca de la ciudad de Corone. Filopemen, asustado ante la posibilidad de que la mayor parte de los líderes de la Liga cayeran prisioneros del enemigo, trató de organizar la retirada a través de las montañas. El repliegue se convirtió pronto, sobre un terreno muy áspero, en una huida desorganizada, lo que obligó a Filopemen a volverse atrás continuamente, recuperando el contacto con los rezagados. A su edad no pudo mantener mucho tiempo las energías, y terminó por caer desvanecido del caballo. Los aqueos, desesperando de su salvación, se dispersaron en solitario.
 La mayoría de ellos consiguió, sin embargo, ponerse a salvo, tras una angustiosa huída. Una vez reorganizados, y descubierta la ausencia de su comandante, trataron de volver sobre sus pasos al punto de la emboscada, pero no encontraron rastro alguno. En medio del desconcierto, llegó a los pocos días la noticia de que el estratego, herido pero vivo, se encontraba prisionero de los mesenios. Licortas tomó el mando y envió mensajes a Dinócrates, el general mesenio, exigiéndole que liberara a Filopemen. Entre tanto, empezó a organizar una movilización general de los aqueos.
 La captura de Filopemen fue, en principio, motivo de gran regocijo entre la población de Messene, a donde fue llevado, pero muy pronto comenzó la discusión sobre qué se podía hacer con su persona.
 ...al punto corrió entre los más la voz favorable de que era preciso tener presentes sus antiguos beneficios y la libertad que les había dado, redimiéndoles del tirano Nabis, pero unos cuantos, queriendo congraciarse con Dinócrates, proponían que se le diese tormento y se le quitase la vida, como enemigo poderoso y difícil de aplacar, y mucho más temible si lograba salvarse después de haberle maltratado y hecho prisionero. Plutarco, Filopemen
 El propio Dinócrates, temiendo que si Filopemen seguía vivo podría llevar a un conflicto interno –pensemos en que Mesenia había participado varios años en la política aquea, y que Filopemen tenía, sin duda, partidarios y clientes en la ciudad– decidió terminar con la vida del prisionero ofreciéndole un veneno. Al recibir la copa, Filopemen sólo preguntó por el destino de Licortas. Ante la respuesta de que había logrado escapar exclamó:
 Buena noticia me das, pues no todo lo hicimos desgraciadamente. Plutarco, Filopemen
 E inmediatamente tomó el veneno. La noticia de la muerte del estratego recorrió todo el mundo griego, y produjo una fortísima impresión entre los aqueos, que pronto se convirtió en indignación. Licortas, elegido nuevo estratego, decretó la movilización general de todas las ciudades de la Liga, que fue entusiásticamente seguida, y con todo el ejército entró en Mesenia saqueándola con gran brutalidad casi sin oposición, mientras los mesenios, incapaces de enfrentarse a los invasores, se refugiaban en fortalezas y ciudades.
 La situación de los mesenios terminó por hacerse desesperada en poco tiempo, puesto que Roma no estaba interesada en intervenir y enfrentarse a los aqueos por Mesenia, y Esparta tampoco se mostró dispuesta a secundar la revuelta. Dinócrates y los dirigentes rebeldes, cada vez más aislados, no pudieron impedir que el partido pro aqueo se hiciera con el control de la asamblea mesenia y pidiera una tregua para iniciar conversaciones de paz. La respuesta de Licortas fue clara.
 ... los mesenios disponían de un solo medio de avenirse con los aqueos: entregarle a él los promotores de la sedición y a los culpables de la muerte de Filopemen. En todo lo demás debían confiar la solución a los aqueos, y aceptar de inmediato una guarnición en su ciudadela. Polibio, 23. 16
 Las exigencias fueron aceptadas, y Dinócrates, el líder de la revuelta, se suicidó. El traslado de las cenizas de Filopemen a Megalópolis fue al mismo tiempo una ceremonia fúnebre y un desfile triunfal. La urna, llevada por Polibio, como primogénito de Licortas, el estratego en ejercicio –Filopemen no dejó descendencia– era seguida por todo el ejército y los prisioneros, y fue trasladada a una tumba en Megalópolis. Sobre ella fueron apedreados los cautivos mesenios, los responsables de su muerte, en un rito con resonancias homéricas. En ese momento se celebró una asamblea federal en la misma Megalópolis, en la que se aprobó la reintegración de Mesenia en la federación. Abia, Turia y Faras fueron separadas de Mesenia, convirtiéndose así en ciudades aqueas por derecho propio, premio recibido por su apoyo a la Federación.
 La Liga había recuperado el control del Peloponeso, pero necesitaba la aprobación explícita de Roma para confirmarlo. La postura de Roma ante el final de la guerra no tardó en llegar, aunque el mensaje recibido por los aqueos era ambiguo, pudiendo referirse tanto a los aqueos como a los mesenios.
 ...[los senadores] no evitaban ni desatendían los asuntos exteriores, aunque no les afectara de forma directa. Muy al contrario, le indignaba que algún asunto no les fuera remitido, y que no se decidiera según sus instrucciones. Polibio, 23. 17
 Licortas convocó rápidamente una asamblea en Sición para discutir el mensaje. En ella defendió que los romanos, al no referirse directamente a las cuestiones concretas del Peloponeso, estaban dejando a los aqueos libertad para resolverlas de acuerdo a sus principios e intereses. Parece claro que, ante la deliberada indeterminación del senado romano, y tras el triunfo sobre los rebeldes mesenios, Licortas intentaba crear una situación de facto ante la que los romanos terminaran cediendo. Planteó entonces en la asamblea la cuestión de Esparta.
 Los delegados espartanos, representantes del partido pro aqueo en la ciudad, pedían insistentemente ser aceptados en la Liga como ciudad federada. Diófanes y el partido pro romano, por el contrario, exigían el cumplimiento estricto de las decisiones de la comisión senatorial trasmitidas por Quinto Marcio. Al final la asamblea aprobó la incorporación de Esparta a la Liga y la vuelta de los exiliados, como pedían los romanos, pero excluyendo a todos aquellos exiliados que se habían señalado por su oposición a la Liga, sobre todo los sentenciados a muerte que habían podido huir tras la matanza de Compasio en 188 y, de los exiliados de la época de la tiranía, aquellos que, como Areo y Alcibíades, habían acusado a la Liga ante el senado romano.
 A continuación se grabó la estela y la ciudad [Esparta] fue miembro de la Liga aquea. De los primeros exiliados de la ciudad fueron admitidos aquellos que parecían no ser reos de ingratitud contra la Liga. Polibio, 23. 18
 Resuelta así la cuestión fueron enviados embajadores a Roma, para informar al senado y tratar de obtener la confirmación a estas decisiones. Pero los espartanos expulsados de la ciudad por el decreto aqueo enviaron a sus propios legados, intentando obtener de las autoridades romanas el derecho a regresar a la ciudad. Las audiencias en el senado se celebraron, como habitualmente, a principios del año 182. Los senadores, centrados en el desarrollo de una guerra en Asia Menor entre Éumenes II de Pérgamo y Farnaces del Ponto, prestaron poca atención a los embajadores aqueos, y aceptaron sin más, con cierto hastío, las disposiciones de la Liga sobre Mesenia y Esparta. Sin embargo, tras escuchar las protestas de los exiliados espartanos, les entregaron una carta destinada a la asamblea federal, en la que el senado pedía a los aqueos que permitieran la vuelta de los desterrados. No podemos tener dudas de que Roma intentaba, de buena fe, dar por concluido un conflicto que ya duraba varios años, sin entender del todo la profundidad de los odios y rencores que existían en el Peloponeso sobre la cuestión de Esparta.
 A la vuelta de los embajadores a Grecia se tomaron las decisiones definitivas. Mesenia fue incluida oficialmente en la Liga. El pago de los impuestos federales fue eximido durante tres años para permitir a los mesenios recuperarse de las graves pérdidas causadas por la guerra. Pero se tomó el acuerdo de no aceptar el regreso de los exiliados ni a Esparta ni a Mesenia. La carta del senado fue rechazada, considerándola simplemente como un gesto vacío de los senadores para librarse de las continuas súplicas de los representantes de los exiliados.
 Al mismo tiempo, la cuestión espartana amenazó con complicarse de nuevo en extremo. Surgió un nuevo demagogo, Querón, que adquirió un gran ascendiente en la ciudad. Era uno de los deportados por Filopemen tras la matanza de Comapasio en 188. Muy posiblemente se trataba de un seguidor de Nabis, que se convirtió pronto en el dirigente principal del grupo que todavía defendía la política de reforma social de Cleómenes III y Agis IV. Su objetivo fundamental desde entonces fue intentar buscar un acuerdo con los aqueos, con apoyo romano, que permitiera su regreso a Esparta. Lo más seguro es que volviera en 185, junto con el resto de exiliados, tras la intervención en el Peloponeso de Apio Claudio Pulcher. En los años siguientes fue aumentando su ascendiente en la ciudad, hasta el punto de participar en la embajada espartana enviada a Roma a principios de 182.
 Para entonces ya estaría desarrollando una acción política concreta: tratar de renovar la reforma social defendida por Cleómenes y Nabis en décadas anteriores.
 ... halagando a la masa y removiendo lo que hasta entonces nadie se había atrevido a remover, muy pronto se ganó gran reputación entre el pueblo. Primero requisó las tierras que los tiranos habían concedido a las hermanas y a las esposas, a las madres y a los hijos de los desterrados, y las repartió, sin ninguna equidad y a su antojo, entre los pobres. Luego, utilizando los bienes públicos como si fueran particulares, dilapidó los ingresos sin atender ni a leyes ni a la opinión común, ni a magistrados. Polibio, 24. 7
 Dando por descontada la hostilidad de Polibio, se puede ver en Querón el último intento de renovar las tradiciones espartanas de igualdad política y económica entre los ciudadanos. Cuando las noticias llegaron a oídos de los líderes de la Liga la reacción fue inmediata. El propio Licortas se presentó en Esparta y, tras encarcelar a Querón bajo su propia autoridad, lo juzgó y condenó a muerte. El poder fue recuperado rápidamente por los propietarios pro aqueos, y los intentos de aplicar una reforma social en Esparta se apagaron para siempre.
 En esa época la Liga Aquea cerró definitivamente su acuerdo diplomático con Egipto, que había ofrecido diez quinquerremes a la federación. Fue un triunfo del partido “patriota”, y sobre todo de Licortas, que había realizado grandes esfuerzos durante años para materializar la alianza. Sin embargo, ese éxito resultó efímero. No conocemos bien los pormenores de lo que sucedió a continuación, pero sí sus resultados: en las elecciones a estratego de la primavera de 182 resultó elegido Hipérbato, un miembro, quizás moderado, del partido pro romano. Sobre las causas de ese vuelco sólo podemos especular.
 Hay que tener en cuenta que en el mundo antiguo no existían partidos políticos organizados, que las asambleas que tomaban las decisiones no eran cuerpos electorales estables, y su desarrollo era, en la mayoría de los casos, muy turbulento. Un discurso, una personalidad fuerte, un rumor, podían cambiar el sentido de una votación de una hora para otra. Quizás el partido “patrota” presentó un candidato poco atrayente o, tras la muerte de Filopemen, surgieron luchas internas que dividieron el voto. Cabe incluso la posibilidad de que la crisis de Querón fuera una de las causas de la derrota del partido de Licortas. Los intentos de desarrollar una reforma social radical, con la redistribución de tierras y la cancelación de deudas como programa político, seguían siendo muy atractivos para los ciudadanos pobres de las ciudades de la Liga. Es posible que la acción de Licortas, propietario él mismo, al cortar de raíz toda posibilidad de reforma, le enajenara el apoyo de los ciudadanos menos favorecidos, el germen de lo que más adelante sería el partido “popular”.
 Una de las primeras acciones de Hipérbato como dirigente fue promover de nuevo la discusión sobre la postura de la Liga frente a las indicaciones, del senado romano, referidas al reintegro de los exiliados espartanos y mesenios a sus ciudades. El estratego, con el apoyo del partido pro romano, defendía la aplicación estricta de lo establecido por las autoridades romanas.
 ... ni la ley, ni las estelas, ni ninguna otra cosa, podía ser tenida por más vinculante. Polibio, 24. 8
 Por supuesto, contra estas sugerencias se levantaron vehementes protestas desde el partido “patriota”, sobre todo de su nuevo líder, Licortas, totalmente contrario a cualquier cesión a Roma en la política interna, siguiendo la postura que había defendido siempre Filopemen de mantener la autonomía de decisión de la Liga Aquea en los asuntos del Peloponeso, frente a las injerencias del senado romano. La federación debía enfrentarse tenazmente a las opiniones o deseos de los romanos cuando fueran contrarios a la política de los aqueos.
 ...ya que los romanos hacen lo que consideran justo y honesto cuando reciben peticiones prudentes de quienes se encuentran en desgracia. Pero si alguien les informa, de que las decisiones que toman, unas no se pueden cumplir, y otras son incompatibles con el honor y la fama de sus aliados, no suelen presionar o forzar en asuntos como este. De modo que si ahora les advertimos de que a los aqueos, el hecho de cumplir las exigencias de la carta les supone romper leyes y juramentos, y violar las normas establecidas en las estelas sobre la política conjunta de la Liga, los romanos se retractarán y convendrán en que nuestros reparos son fundados y que desoímos sus requerimientos de forma razonable. Polibio 24. 8
 Las posturas enfrentadas hicieron imposible tomar una decisión. Al final se decidió enviar una nueva embajada a Roma. Aquí se nos plantea un problema ¿qué mensaje tenía que trasmitir? Polibio, que es nuestra única fuente, declara que se había encargado a los embajadores que comunicaran el parecer de Licortas, pero eso es poco probable, puesto que, como ya vimos, no se había podido llegar a una decisión final. Conocemos los nombres de los embajadores. Dos de ellos, Arato de Sición, quizás el nieto de Arato el viejo, y Lidíades de Megalópolis, quizás hijo o nieto del tirano del siglo anterior, eran lo que podríamos llamar embajadores de prestigio. El tercero, sin duda el jefe de la embajada, era Calícrates de Leonte, un importante dirigente del partido pro romano.
 La embajada llegó a Roma a finales de 182 ó principios de 181, y el discurso de Calícrates sorprendió por lo radical y violento de sus ideas contra lo que hasta entonces habían expuesto los embajadores aqueos. En él presentó a los romanos toda una nueva estrategia política en lo referente a las relaciones entre los griegos y el senado. Empezó describiendo la situación política en la federación y, por extensión, en toda Grecia, con la opinión pública dividida en dos bandos, los favorables a Roma y los defensores de la autonomía griega, y el hecho evidente de que la mayoría de la población se inclinaba a apoyar a los segundos. Asimismo avisaba que los partidarios de Roma se estaban convirtiendo en una minoría en las instituciones democráticas griegas.
 Ya ahora hay algunos que, por no disponer de otro recurso para sus ambiciones de fama, están alcanzando las más altas honras en sus ciudades, porque se muestran contrarios a vuestros mandatos, batiéndose a favor de la continuidad y la vigencia de sus leyes y sus decretos. Polibio, 24. 9
 Esto se agravaba, a su juicio, por la política vacilante del senado respecto a los asuntos griegos, que envalentonaba a los partidarios de defender la libertad de decisión griega. Ahora el senado se enfrentaba, una vez más, a la negativa de los aqueos a cumplir sus exigencias sobre el problema de la vuelta de los exiliados espartanos. Ante eso, Calícrates aconsejó al senado que interviniera directamente con decisión.
 Si os es indiferente que los griegos os obedezcan y que hagan caso de vuestros edictos, os aconsejo que continuéis en vuestra posición actual, pero si queréis que se cumplan vuestras órdenes y que nadie desprecie vuestras exigencias, en tal caso os exhorto a que os desviéis de ella cuanto podáis. Debéis saber que, de otro modo, ocurrirá lo contrario a vuestras previsiones... Polibio, 24.
 El discurso de Calícrates era, sin duda alguna, compartido por muchos senadores, que tras dos décadas de diplomacia en Grecia se daban perfecta cuenta de la ambivalencia de las opiniones de los griegos sobre la tutela ejercida por Roma. Es posible, incluso, que lo expresado por Calícrates fuera el resultado de conversaciones de los líderes pro romanos de la Liga con los diplomáticos romanos, preocupados por la realidad de que las preferencias políticas de la masa de la población griega se inclinaba, paulatinamente, hacia posturas más hostiles a la hegemonía romana, en un proceso que ya vimos respecto a Macedonia en la segunda mitad del siglo III a. de C. Frente a este problema, los miembros del senado más interesados en Grecia veían la necesidad, cada vez más urgente, de aplicar una política más comprometida en los conflictos griegos.
 La respuesta del senado a la maniobra de Calícrates fue obvia. El embajador aqueo fue felicitado, y se redactó una respuesta en la que se ordenaba, de forma imperiosa, restituir todos los exiliados tanto a Esparta como a Mesenia, despachando así de un plumazo todos los logros de Filopemen y el partido “patriota” en la década anterior. Pero más importante aun fue el cambio de actitud del senado en lo referente a la política griega. A partir de ese momento apoyaría de forma activa a aquellos políticos griegos que siguieran las indicaciones romanas, y aceptaran las decisiones del senado. Los griegos tendrían desde entonces que contar con las maniobras de los embajadores romanos en sus procedimientos políticos. Polibio marca este momento como el principio de la decadencia de la Liga, el instante en el que Roma empezó a actuar como poder imperial consciente en Grecia, comparándola con la edad de oro que, para él, representaba el periodo en el que la defensa de la independencia nacional por parte de Filopemen dominaba la política aquea. Y responsabilizó de ello a Calícrates.
 ...distó tanto [Calícrates] de seguir debidamente sus instrucciones e informar, que ya de buenas a primeras no sólo atacó audazmente a sus adversarios políticos, sino que incluso se permitió reprochar al senado. Polibio, 24. 8
 No cabe duda de que a Polibio, como hijo de Licortas y miembro él mismo del partido “patriota”, le ciega la pasión política. Debemos considerar que eran los pro romanos los que controlaban las instituciones en ese momento, por lo que el mensaje que el embajador presentó ante el senado estaba en sintonía con lo que el gobierno federal defendía. Para Calícrates, por el contrario, su embajada representó un gran triunfo político. A su regreso, a principios de 181, sembró el temor en la federación anunciando con tintes sombríos la decisión del senado de imponer sus órdenes en Grecia si fuera necesario. Mediante amenazas redujo al silencio a sus rivales políticos y logró vencer en la elección de estratego de esa primavera. Calícrates fue así el primer político aqueo que, de forma consciente y directa, utilizó la autoridad y el poder de Roma -obviamente con la aquiescencia romana- para sus propios objetivos políticos personales. Una vez en el poder decretó, sin oposición reseñable, el regreso de los exiliados a Esparta y Mesenia, tal y como el senado había exigido, y la Liga Aquea entró en un periodo de penumbra mal conocido. Pero su éxito no fue, ni mucho menos definitivo. Sólo unos años después, en 173, el siguiente estratego conocido, Jenarco, era miembro del partido “patriota”. El recuerdo de Filopemen y de su ardiente defensa de la independencia aquea frente a Roma seguía vivo.
   

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