lunes, 8 de enero de 2018

VALERIO MASSIMO MANFREDI LA TUMBA DE Alejandro EL ENIGMA:9 Las fuentes antiguas

Ha llegado hasta nosotros la tumba de Ciro el Grande, íntegra aún en la meseta de Pasagarda, combinación entre un zigurat mesopotámico y una tienda nómada; ha llegado hasta nosotros la de Augus­to, aunque expoliada y reducida a una desnuda mole carcomida, la de Adriano, la de Tamerlán, la del Cid Campeador, la de Mahoma el Conquistador, la intacta del faraón Tutankhamón y la de Antíoco I, reyezuelo de Comagene, que se alza sobre un monte de dos mil metros, vigilada por catorce gigantes de piedra y toda­vía inviolada, aparte de los daños perpetrados por los arqueólogos; parece imposible que la de Alejandro de­sapareciera en la nada. Y, sin embargo, la tumba del más grande de los hombres del mundo antiguo de hecho se ha perdido y la documentación respecto a ella se redu­ce en total a muy pocas líneas. Aparte de ello, ninguna de las fuentes que han llegado hasta nosotros la describe de modo exhaustivo, como si se tratase de un objeto de escaso interés, especialmente si consideramos la abundancia de detalles con los que fue descrito por Jeróni­mo de Cardia el carro fúnebre del héroe, que leemos al trasluz de las páginas de Diodoro.
            Por ironías del destino, los pobres testimonios que nos quedan son vagos y contradictorios aparte del de Estrabón, que vio el monumento y habló de él con un mínimo de conocimiento de causa. Pero también aquí nos sentimos poco menos que burlados al leer, por una parte, la descripción tan precisa, extensa y detallada del lugar y de la bahía de Alejandría que pueden compa­rarse con cualquier informe técnico moderno y, por otra, las pocas, parcas palabras, dedicadas al mausoleo de Alejandro.
            Casi podemos afirmar que existieron descripciones más ricas y pormenorizadas o, desde luego, que el pro­yecto arquitectónico se conservó en los archivos reales o en los estantes de la Gran Biblioteca. El hecho es que hemos de contentarnos con lo que tenemos y sobre todo evitar la tentación de llenar los vacíos con la ima­ginación. Más de un comentarista piensa en una cons­trucción grandiosa, asombrosa, pero ello contrasta de modo flagrante con la parquedad descriptiva de las fuentes y con la ausencia casi total, en una civilización de lo maravilloso, de la adecuada memoria. La época que siguió fue precisamente la de los prodigios y las maravillas: la más majestuosa biblioteca del mundo, la nave más grande nunca construida, la estatua más alta nunca fundida en bronce, la torre de asedio semovien­te, el órgano hidráulico, los espejos ustorios, las grúas basculantes, la máquina de vapor de Herón y la paloma voladora, la propia torre del Faro levantada precisa­mente en Alejandría, en uso todavía en el siglo XIII, y el Heptastadion, también en Alejandría, de más de un ki­lómetro de largo, con dos vías acuáticas para la navega­ción interior que cruzaban por encima dos puentes y un acueducto. ¿Por qué el monumento fúnebre del Fundador de esa época extraordinaria fue tal que no impresionó el imaginario colectivo más que por el he­cho de haberse perdido en la nada?
            Pero volvamos a nuestras fuentes, las mismas de las que todos los comentaristas tratan de sacar las informa­ciones posibles: algunas las hemos citado ya, otras las ci­taremos ahora y las compararemos para ver qué nos di­cen y qué callan y cuánta verdad son capaces aún de transmitirnos y cómo han sido interpretadas.
            Obviamente conviene partir ante todo de Estra-bón,1 citado ya en parte por nosotros, que se dirigió a Alejandría entre el 24 y el 20 a.C. y permaneció en el lugar: «Y el cuerpo de Alejandro se lo llevó Ptolomeo para enterrarlo en Alejandría, donde descansa aún hoy, pero no en el mismo sarcófago de entonces, porque el actual es ualinh [yaline], mientras que aquel en el que lo puso era de oro. En efecto, se apoderó de él Ptolo­meo [XI], el llamado Kobbe y también Pareisactos ["ilegítimo"], pero al llegar a Siria fue inmediatamente expulsado, de manera que su robo no le fue de ningún provecho».
            Warmington, en su comentario a la edición Loeb,2 observa justamente que ese «inmediatamente» se debe referir a la sustitución del sarcófago y no a la subida al trono, porque Ptolomeo XI reinó largo tiempo, del 80 al 58 a.C. En la misma edición, la traducción de H. L. Jones3 interpreta yaline como glass, «vidrio», mencio­nando sin embargo en nota: «or, possibly, alabaster» («o, probablemente, alabastro»). Una versión —la segun­da— que preferimos porque una fusión de vidrio de esas dimensiones habría presentado problemas técnicos insuperables en esa época sin embargo muy avanzada técnicamente. Así pues, el sarcófago debía de ser de alabastro o a lo sumo de cristal de roca. En cuanto al sarcófago en el que Ptolomeo I lo colocó, era de oro y hay razones para dudar de que fuera el mismo en el que el cuerpo de Alejandro había llegado de Babilonia. Esto ha hecho pensar a algunos4 que el carro fúnebre llegara antes a Menfis y luego hasta Alejandría, aunque de la que debió de ser una ceremonia memorable no quede recuerdo alguno en ninguna de las fuentes. Aho­ra bien, es cierto que el silencio de las fuentes que han llegado hasta nosotros no implica de por sí que un acontecimiento no se produjera, pero puede resultar significativo si se asocia a otros elementos basados en simples indicios.
            Estrabón, en su bellísima descripción de Alejandría, dice unas pocas líneas antes: «[...] y la ciudad contiene magníficas zonas públicas, así como también palacios reales que ocupan un cuarto o quizá incluso un tercio de toda la extensión urbana, porque cada uno de los reyes ha querido por el gusto del esplendor añadir otros ornamentos a los monumentos públicos y tam­bién dedicarse a sus expensas a construir una residencia que añadir a las ya existentes [...] todas, en cualquier caso, unidas entre sí y también con el puerto. También el Museo forma parte de los palacios reales [...] y el sema, como es llamado, es parte integrante de los pala­cios reales, el recinto en el que estaban las tumbas de los reyes y la de Alejandro».
            Así pues, Estrabón nos dice que Alejandro fue ente­rrado por Ptolomeo I «en Alejandría, donde todavía hoy descansa».5 Y ya hay quien ha planteado un pro­blema: ¿ese «donde» (orom) significa exactamente «en el mismo lugar» o simplemente en Alejandría? Dicho de otra forma, ¿es posible que Alejandro hubiese sido se­pultado primero en otro lugar de la ciudad? No pocos estudiosos así lo sostienen y algunos dan este hecho por cierto.6 Estrabón, que no lo menciona, lo habría dado por sobrentendido por ser algo sabido, pero el he­cho resultaría evidente si tenemos en cuenta el testi­monio de Zenobio, que vivió en el siglo II d.C. Es­cribe este: «Habiendo Ptolomeo Filopátor puesto bajo custodia a su madre Berenice en el palacio y habiéndo­le confiado a Sisibio que la vigilase, aquella, que no so­portaba el castigo, se tomó [la infusión de] de una hier­ba mortal y bebido el veneno se murió. Trastornado por las pesadillas, construyó en medio de la ciudad el monumento conmemorativo que aún hoy es conocido como Sema y depositó en él, junto a ella, a todos los antepasados y también a Alejandro el Macedonio, y a ella le construyó un templo a orillas del mar que lla­maban de Berenice Salvadora».7
            Este pasaje habitualmente se interpreta como decisivo: Ptolomeo IV Filopátor, al final del siglo III, deci­dió enterrar a su madre, muerta tras suicidarse por su culpa, en una nueva zona monumental, en la que de­positó a todos sus antepasados y a Alejandro de Mace­donia. Esto implicaría que Alejandro antes se encon­traba en otra parte, muy probablemente en una zona central de la ciudad que habría tomado su nombre. Según esta hipótesis, se trataría de una construcción gigantesca, quizá inspirada incluso en el Mausoleo de Halicarnaso8 o bien no demasiado diferente de la pira de Hefestión, que quizá hubiera tenido que servir de modelo para el monumento fúnebre que nunca fue erigido.
            De esta construcción se habría perdido todo rastro en el espacio de menos de cien años y también su re­cuerdo. Una interpretación de las fuentes así elaborada ha logrado convencer también a los estudiosos de gran relevancia científica,9 que aceptan la idea de que Ale­jandro tuvo dos tumbas en su ciudad. Todo ello tam­bién gracias a la confusión que genera la aparición en los textos antiguos de dos nombres a menudo leídos como intercambiables: soma (cuerpo) y sema (signo, monumento). Para complicar más aún las cosas, uno de los nombres en las ediciones críticas puede aparecer en el texto y el otro en nota a pie de página como lectura alternativa, de modo que puede ocurrir que un estu­dioso acepte una versión en vez de la otra según le convenga más o menos a su propia teoría.10
            De todas formas, parece difícil creer que un monu­mento (la supuesta primera tumba de Alejandro) que debía ser grandioso e imponente, y situado en una po­sición central donde pudiera ser visto por todos, fuera completamente olvidado en un tiempo tan breve. Y, en cualquier caso, la hipótesis contradice la idea de que Estrabón no dice nada al respecto porque piensa que es sabido por todos. En realidad se sabe que la tumba del ecista, es decir, del fundador, estaba a menudo en una zona pública de la ciudad (generalmente el ágora), por­que era objeto de veneración por parte de los descen­dientes de los colonos; tal es el caso de Cirene y de Poseidonia, por ejemplo. Pero para Ptolomeo la tumba de Alejandro debía tener un significado ideológico pro­fundamente distinto: Alejandría no era la fundación de un grupo de colonos en busca de fortuna, sino el cen­tro de un imperio cuyo soberano (Ptolomeo I) debía establecer un concepto de legitimidad dinástica ligan­do la propia familia al soberano que oficialmente había sido declarado por el oráculo de Anión como su hijo, es decir, como faraón de Egipto. Por eso su tumba de­bía ante todo estar ligada al centro del poder, a la zona del palacio. Estrabón, como había hecho notar Achule Adriani," se sintió en el deber de recordar que el sar­cófago en el que estaba depositado Alejandro en los tiempos de su visita a Alejandría no era el original de oro macizo, sino el de alabastro con el que lo había sus­tituido Ptolomeo XI. ¿Cómo habría podido Estrabón callar sobre el cambio mucho más importante, el de todo el sepulcro?
            El arqueólogo italiano activo en Alejandría en los años treinta considera que Alejandro permaneció siempre inhumado en la que a continuación fue la necró­polis real y que Ptolomeo IV Filopátor, menos de cien años después, con ocasión de la muerte dramática de su madre Berenice II, reestructuró. Lo cual coincide per­fectamente con la anécdota mencionada por Suetonio sobre la visita de Octaviano al sepulcro de Alejandro. El rechazo a visitar también las tumbas de los Ptolomeos revela todo su desprecio por la dinastía para él corrup­ta y decadente que había tenido como última repre­sentante a la detestada Cleopatra.
            Aquí Adriani cita a continuación dos pasajes de la Farsalia de Lucano, a los que nos hemos ya referido. Lo que impresiona en su poema es el encarnizado despre­cio que muestra hacia Alejandro representado como un depredador sanguinario y afortunado al que esos mis­mos persas (partos) que habían masacrado a los legio­narios de Craso en Carre obedecían en cambio dócil­mente y se postraban ante él.12
            Ya hemos hablado del sorprendente silencio del Bellum Alexandrinum respecto a la tumba de Alejandro, pero Lucano no dejó escapar la oportunidad de evocar el encuentro entre los dos conquistadores representan­do a Julio César que desciende, impaciente, a la cáma­ra sepulcral del gran soberano excavada bajo tierra:13 «Effossum tumulis cupide descendit in antrum». Anterior­mente14 había recordado también la tumba de Alejan­dro: «Mientras guardas cerca de ti en una cueva consa­grada al Macedonio, y las cenizas de los reyes descansan bajo un montículo artificial».
            Son dos breves pero dignos pasajes de una atenta consideración. Chugg'3 examina la posibilidad de que, durante su viaje a Atenas, Lucano hubiera podido des­viarse a Alejandría y visitar la tumba de Alejandro, cosa que parece poco probable precisamente por el profun­do desprecio que el poeta demuestra por la figura del conquistador macedonio. Más probable es que bebiera de la experiencia de su tío, el filósofo Séneca, que ha­bía estado en Egipto y había escrito una obra, para no­sotros perdida, sobre los santuarios del país del Nilo.16
            Por los detalles que recuerda, el effosum antrum, es decir, la cámara excavada bajo tierra, y el extructus mons, esto es, el montículo artificial, no tenemos dudas en identificar la más clásica de las tumbas macedonias de cámara, rematada de un túmulo como la de Filipo II que ya hemos descrito. Y a partir de lo que hemos vis­to en la excavación de Manolis Andronikos, podemos razonablemente imaginar que en el interior estaba la kline funeraria para el banquete eterno del rey. Era esta la «manera macedonia» que probablemente se había practicado también en Menfis, donde el mismo Luca­no recuerda un culto a Alejandro,17 «el más grande de los reyes, Alejandro, que Menfis adora». Hay quien cree que la expresión de Lucano extructus mons significa simplemente la mole arquitectónica que dominaba la cámara funeraria. Pero es aquí donde radica el pro­blema.18
            Las tumbas de túmulo son muy antiguas y se ex­tendieron desde Europa hasta la China a través de los kurgan de las estepas. Estuvieron en uso entre los etruscos, los lidios, los frigios, los tracios, los macedonios, los celtas, los escitas, los mongoles, los chinos y gran número de otras poblaciones. Sustancialmente repre­sentan la monumentalización del simple túmulo que permanece en el terreno después de que se hayan en­terrado unos restos, como para indicar que la colina artificial que aparece a la vista domina el cuerpo de un gigante, de un hombre superior, de un soberano o de un semidiós. Así pues, si las palabras de Diodoro dicen que Alejandro fue primero sepultado en Menfis según la manera macedonia y si la excavación de Vergina nos demuestra explícitamente de qué se está hablando; si la descripción de Lucano nos confirma plenamente un sepulcro constituido por una tumba de cámara exca­vada por debajo del nivel del suelo y rematada de un túmulo, ¿cómo se explica la interrupción de una con­tinuidad ritual e ideológica entre la primera y la terce­ra tumba? ¿Por qué Ptolomeo IV, ya muy imbuido de la civilización egipcia, habría abandonado una tipolo­gía de arquitectura grandiosa y monumental como la del Mausoleo de Halicarnaso para volver a una más modesta tumba de túmulo? ¿Acaso no sabemos que los otros Ptolomeos fueron sepultados bajo «pirámides y mausoleos»? ¿Por qué le habría estado reservada solo a la tumba de Alejandro la tipología más arcaica? Y por si fuera poco, ¿en tono menor respecto al primer mausoleo alejandrino? ¿No sería más razonable pensar que las tumbas de los primeros Ptolomeos y la de Be­renice II fueron reagrupadas en torno a la del Funda­dor dentro del recinto que creaba así una especie de parque memorial para los primeros soberanos de la di­nastía?
            Pero hay una expresión en los anteriormente ci­tados versos de Lucano que es preciso explicar, y es cuando recuerda las cenizas de los reyes que descan­san bajo la mole de un monte artificial. ¿A qué se re­fiere ese plural? Si consideramos con Adriani19 que Ptolomeo Filopátor reestructuró la necrópolis real, cabe pensar que en la tumba de Alejandro encontra­ron cabida también los primeros Ptolomeos (en la tumba de Filipo en Vergina hay igualmente una se­gunda cámara con otra urna cineraria), mientras que los otros habrían sido colocados en las «pirámides y mausoleos» del resto de la necrópolis, pirámides que podemos imaginar parecidas a las pirámides de Cestia en Roma.
            Al configurar el aspecto de la tumba de Alejandro, Adriani llega hasta el extremo de pensar que el mauso­leo de Augusto en Roma podría haberse inspirado de algún modo en ella (fig. 9): una estructura interior de albañilería en la que tendría cabida el emperador con sus familiares (el primero en ser enterrado en ella fue su so­brino Marcelo) rematada de un gran túmulo. El mauso­leo de Augusto, que tuvo una evolución más monu­mental aún en el de Adriano (hoy Castal Sant'Angelo), según algunos estudiosos se inspira también en la tipo­logía de los túmulos etruscos sobre tambor de piedra que podemos ver en Cerveteri o en Populonia. Tam­bién se podría retroceder en el tiempo hasta la tumba de Lavinio, que los antiguos creían el heroon de Eneas y que fue excavada en los años ochenta por Sommella y Guaitoli no lejos de Pratica di Mare.20 Se trataba en rea­lidad de una tomba a cassone debajo de un túmulo, de un jefe indígena de la edad de hierro monumentalizada posteriormente entre los siglos IV y III a.C.
            El hecho de que el mausoleo de Augusto estuviese precedido por dos obeliscos21 es, de todas formas, un signo claro de la gran moda de corte egipcio, tanto en lo monumental como en lo religioso y cultural, que invade Roma después de la anexión de Egipto como provincia romana. En realidad, la pregunta de los ale­jandrinos a Augusto de si quería ver también las tum­bas de los Ptolomeos no tendría mucho sentido si ya se hubiesen encontrado al menos en parte en la misma tumba de Alejandro, y en este punto quizá tiene más sentido pensar como hace Chugg en un problema tex­tual y optar por regem en vez de por regum.22
            La tumba de Filipo en Vergina pasó inadvertida du­rante siglos precisamente por su aspecto exterior poco llamativo. Mutatis mutandis, algo parecido podría haber sucedido también a lo que quedaba de la tumba de Alejandro, cuando tuvo que atravesar un largo período de abandono.
            Si aceptamos la hipótesis de que el sema menciona­do por Estrabón era el recinto arquitectónico dentro del cual se alzaban el túmulo de Alejandro y los mo­numentos fúnebres de los Ptolomeos, hay que plantear el problema de dónde ubicarlo aquí todos los estu­diosos se remiten al testimonio de Aquiles Tacio, que vivió en la época del emperador Adriano, autor de una obra titulada Leucipa y Clitofonte, una historia de amor ambientada en Alejandría. Tenemos, por tanto, un tras-fondo escenográfico para la aventura del protagonista, que, tras entrar por la Puerta del Sol, es decir, por la puerta oriental de la vía Canópica, toma por el gran bulevar longitudinal de doble sentido que atravesaba la ciudad de una parte a otra. El protagonista habla en primera persona y cuenta23 que se ha encontrado, tras haber recorrido unos pocos estadios, «en el lugar que toma el nombre de Alejandro, en medio de los sopor­tales». También aquí, como vemos, los elementos de identificación son extremadamente escasos, pero no obstante preciosos en el panorama general de nuestra documentación. Suele considerarse que «el lugar que toma el nombre de Alejandro» debía de ser el de su tumba, que por consiguiente no debía de estar lejos del gran cruce entre la vía Canópica y la travesía prin­cipal normalmente conocida como Rl por los topó­grafos de la antigua Alejandría. Lo cual no excluye que no pudiera existir también un santuario dedicado al culto de Alejandro, que sin embargo se encontraría en otro lugar, quizá en el ágora o en una vasta zona pú­blica.
            La tumba de Alejandro es de nuevo mencionada por Dión Casio cuando describe el retorno a Alejan­dría de Septimio Severo después de su campaña victo­riosa contra los partos:24 «[Septimio Severo] indagó en todo, incluso en todo cuanto se hallaba cuidadosamen­te oculto. Era, en efecto, el tipo de persona que no deja de investigar sobre nada tanto humano como divino. Por consiguiente, hizo retirar de casi todos los santua­rios todos los libros que pudo encontrar que incluye­sen cualquier historia secreta y mandó sellar la tumba de Alejandro. Y ello para que nadie en el futuro pudie­se ver el cuerpo de Alejandro o leer lo que había escri­to en dichos libros».
            Se trata de una noticia bastante enigmática, y no menos enigmáticas son las expresiones del autor que nos transmite la noticia. Hay quien junta las dos accio­nes del emperador en una sola, por lo que el fragmen­to que hemos citado debería entenderse en el sentido de que los libros confiscados estarían encerrados en la tumba de Alejandro.25 Puesto que un acto semejante parece no tener sentido, es posible que se tratara de dos medidas por separado.
            Qué significa aquí «sellar» es difícil decirlo: quizá el aromos fue bloqueado y la entrada obstruida, o quizá la puerta de entrada fue simplemente atrancada con cerrojos. Tal vez el emperador romano se dio cuenta de que la custodia del recinto de las tumbas reales no re­sultaba eficaz y pensó que podía ser violada o vio una situación de abandono. Tal vez la gran difusión de todo tipo de supersticiones en una ciudad donde convivían no sin problemas muchas religiones y etnias diversas podía volverse contra la momia de Alejandro, que ha­bría podido sufrir daños si se hubieran sustraído de ella amuletos y reliquias. El emperador, tan sensible a los re­cuerdos del pasado hasta el punto de querer llevar con él en la expedición contra los partos, herederos de los persas, a los últimos descendientes de los Iguales de Esparta (aunque solo fuera como procedimiento propa­gandístico), hizo lo posible para proteger un símbolo que durante cinco siglos había mantenido vivo un concepto único y extraordinario de civilización.


1.     Estrabón, XVII, 1,8-9.
2.     En The Geography of Strabo, traducido al inglés por H. L. Jones, VIII, Londres, 1967 («The Loeb Clas­sical Library», 267), nota 7, p. 37.
3.     Ibid., nota 4.
4.     Así en Saunders, 2006, p. 67.
5.     Estrabón, op. cit.
6.     Saunders, ibid., y en Fraser, 1972, vol. II, notas 33-34. Véase también p. 66. También Chugg, 2007, acepta la idea de una primera tumba para Alejandro a partir de Zenobio.
7.     Zenobio, Proverbios, III, 94.
8.     Chugg, 2007, pp. 82-83, aduce entre los indicios que el soma, como el Mausoleo de Halicarnaso, habría tenido una «pyramidal superstructure»: así vierte la expre­sión extructus mons de Lucano, haciendo de ella, en úl­tima instancia, una simple cuestión de traducción.
9.     Cfr. nota 6.

10.     Por otra parte, en las fuentes mismas tenemos nombres distintos: soma, sema, témenos, mnemeion, mnema, términos que para los contemporáneos quizá tenían un significado conocido y que para nosotros constituyen un problema semántico no fácil de resolver.
11.     Adriani, 2000, p. 16.
12.     Farsalia, X, 20-24 y 47.
13.     Ibid., X, 19.
14.     Ibid.,VIII, 694.
15.     Chugg, 2007, pp. 80 y ss.
16.     La hipótesis es desarrollada por Thiersch, 1910, pp. 68 y ss.
17.     Lucano, Farsalia, X, 272.
18.     Chugg, 2007, op. cit.
19.     Adriani, 2000, p. 16: «Las palabras de Estrabón [...] impiden creer que el mnema de Filopátor era, como se entiende generalmente, algo totalmente nuevo».
20.     La excavación y la reproducción gráfica del monumento son tratados en AA.VV., Enea nel Lazio, 1981.
21.     Una reconstrucción ideal puede verse en la maqueta de Gismondi del Museo de la Civilización Romana en el EUR.
22.     Chugg, 2007, p. 80.
23.     Aquiles Tacio, Leucipa y Clitofonte, V, 13.
24.     Dión Casio, LXXVI, 225.

25.     Saunders, 2006, p. 86: «[...] Books and manuals on magic and alchemy, which he removed from circulation by sealing them up in Alexander Tomb», «los libros de magia y alquimia que apartó de la circulación encerrándolos en la tumba de Alejandro». Véase también la nota 23 con el parecer de E. Hornung.

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