Ha llegado
hasta nosotros la tumba de Ciro el Grande, íntegra aún en la meseta de
Pasagarda, combinación entre un zigurat mesopotámico y una tienda nómada; ha
llegado hasta nosotros la de Augusto, aunque expoliada y reducida a una
desnuda mole carcomida, la de Adriano, la de Tamerlán, la del Cid Campeador, la
de Mahoma el Conquistador, la intacta del faraón Tutankhamón y la de Antíoco I,
reyezuelo de Comagene, que se alza sobre un monte de dos mil metros, vigilada
por catorce gigantes de piedra y todavía inviolada, aparte de los daños
perpetrados por los arqueólogos; parece imposible que la de Alejandro desapareciera
en la nada. Y, sin embargo, la tumba del más grande de los hombres del mundo
antiguo de hecho se ha perdido y la documentación respecto a ella se reduce en
total a muy pocas líneas. Aparte de ello, ninguna de las fuentes que han
llegado hasta nosotros la describe de modo exhaustivo, como si se tratase de un
objeto de escaso interés, especialmente si consideramos la abundancia de
detalles con los que fue descrito por Jerónimo de Cardia el carro fúnebre del
héroe, que leemos al trasluz de las páginas de Diodoro.
Por ironías del destino, los pobres testimonios que
nos quedan son vagos y contradictorios aparte del de Estrabón, que vio el
monumento y habló de él con un mínimo de conocimiento de causa. Pero también
aquí nos sentimos poco menos que burlados al leer, por una parte, la
descripción tan precisa, extensa y detallada del lugar y de la bahía de
Alejandría que pueden compararse con cualquier informe técnico moderno y, por
otra, las pocas, parcas palabras, dedicadas al mausoleo de Alejandro.
Casi podemos afirmar que existieron
descripciones más ricas y pormenorizadas o, desde luego, que el proyecto
arquitectónico se conservó en los archivos reales o en los estantes de la Gran
Biblioteca. El hecho es que hemos de contentarnos con lo que tenemos y sobre
todo evitar la tentación de llenar los vacíos con la imaginación. Más de un
comentarista piensa en una construcción grandiosa, asombrosa, pero ello
contrasta de modo flagrante con la parquedad descriptiva de las fuentes y con
la ausencia casi total, en una civilización de lo maravilloso, de la adecuada
memoria. La época que siguió fue precisamente la de los prodigios y las
maravillas: la más majestuosa biblioteca del mundo, la nave más grande nunca
construida, la estatua más alta nunca fundida en bronce, la torre de asedio
semoviente, el órgano hidráulico, los espejos ustorios, las grúas basculantes,
la máquina de vapor de Herón y la paloma voladora, la propia torre del Faro levantada precisamente
en Alejandría, en uso todavía en el siglo XIII, y el Heptastadion, también en
Alejandría, de más de un kilómetro de largo, con dos vías acuáticas para la
navegación interior que cruzaban por encima dos puentes y un acueducto. ¿Por
qué el monumento fúnebre del Fundador de esa época extraordinaria fue tal que
no impresionó el imaginario colectivo más que por el hecho de haberse perdido
en la nada?
Pero volvamos a nuestras fuentes,
las mismas de las que todos los comentaristas tratan de sacar las informaciones
posibles: algunas las hemos citado ya, otras las citaremos ahora y las
compararemos para ver qué nos dicen y qué callan y cuánta verdad son capaces
aún de transmitirnos y cómo han sido interpretadas.
Obviamente conviene partir ante todo
de Estra-bón,1 citado ya en parte por nosotros, que se dirigió a
Alejandría entre el 24 y el 20
a .C. y permaneció en el lugar: «Y el cuerpo de Alejandro
se lo llevó Ptolomeo para enterrarlo en Alejandría, donde descansa aún hoy,
pero no en el mismo sarcófago de entonces, porque el actual es ualinh [yaline], mientras que aquel en el que lo puso era de oro.
En efecto, se apoderó de él Ptolomeo [XI], el llamado Kobbe y también Pareisactos
["ilegítimo"], pero al llegar a Siria fue inmediatamente expulsado,
de manera que su robo no le fue de ningún provecho».
Warmington, en su comentario a la
edición Loeb,2 observa justamente que ese «inmediatamente» se debe
referir a la sustitución del sarcófago y no a la subida al
trono, porque Ptolomeo XI
reinó largo tiempo, del
80 al 58 a .C.
En la misma edición, la traducción de H. L. Jones3 interpreta yaline
como glass, «vidrio», mencionando sin embargo en nota: «or,
possibly, alabaster» («o, probablemente, alabastro»). Una versión —la segunda—
que preferimos porque una fusión de vidrio de esas dimensiones habría
presentado problemas técnicos insuperables en esa época sin embargo muy
avanzada técnicamente. Así pues, el sarcófago debía de ser de alabastro o a lo
sumo de cristal de roca. En cuanto al sarcófago en el que Ptolomeo I lo colocó,
era de oro y hay razones para dudar de que fuera el mismo en el que el cuerpo
de Alejandro había llegado de Babilonia. Esto ha hecho pensar a algunos4
que el carro fúnebre llegara antes a Menfis y luego hasta Alejandría, aunque de
la que debió de ser una ceremonia memorable no quede recuerdo alguno en ninguna
de las fuentes. Ahora bien, es cierto que el silencio de las fuentes que han
llegado hasta nosotros no implica de por sí que un acontecimiento no se
produjera, pero puede resultar significativo si se asocia a otros elementos
basados en simples indicios.
Estrabón, en su bellísima
descripción de Alejandría, dice unas pocas líneas antes: «[...] y la ciudad
contiene magníficas zonas públicas, así como también palacios reales que ocupan
un cuarto o quizá incluso un tercio de toda la extensión urbana, porque cada
uno de los reyes ha querido por el gusto del esplendor añadir otros ornamentos
a los monumentos públicos y también dedicarse a sus expensas a construir una
residencia que añadir a las ya existentes [...] todas, en
cualquier caso, unidas entre sí y también con el puerto. También el Museo forma
parte de los palacios reales [...] y el sema, como es llamado, es parte
integrante de los palacios reales, el recinto en el que estaban las tumbas de
los reyes y la de Alejandro».
Así pues, Estrabón nos dice que
Alejandro fue enterrado por Ptolomeo I «en Alejandría, donde todavía hoy
descansa».5 Y ya hay quien ha planteado un problema: ¿ese «donde» (orom) significa exactamente «en el mismo lugar» o simplemente en Alejandría?
Dicho de otra forma, ¿es posible que Alejandro hubiese sido sepultado primero
en otro lugar de la ciudad? No pocos estudiosos así lo sostienen y algunos dan
este hecho por cierto.6 Estrabón, que no lo menciona, lo habría dado
por sobrentendido por ser algo sabido, pero el hecho resultaría evidente si
tenemos en cuenta el testimonio de Zenobio, que vivió en el siglo II d.C. Escribe
este: «Habiendo Ptolomeo Filopátor puesto bajo custodia a su madre Berenice
en el palacio y habiéndole
confiado a Sisibio que la vigilase, aquella, que no soportaba el castigo, se
tomó [la infusión de] de una hierba mortal y bebido el veneno se murió.
Trastornado por las pesadillas, construyó en medio de la ciudad el monumento
conmemorativo que aún hoy es conocido como Sema y depositó en él, junto
a ella, a todos los antepasados y también a Alejandro el Macedonio, y a ella le
construyó un templo a orillas del mar que llamaban de Berenice
Salvadora».7
Este pasaje habitualmente se
interpreta como decisivo: Ptolomeo IV Filopátor, al final del siglo III, decidió enterrar a su madre, muerta tras suicidarse
por su culpa, en una nueva zona monumental, en la que depositó a todos sus
antepasados y a Alejandro de Macedonia. Esto implicaría que Alejandro antes se encontraba
en otra parte, muy probablemente en una zona central de la ciudad que habría
tomado su nombre. Según esta hipótesis, se trataría de una construcción
gigantesca, quizá inspirada incluso en el Mausoleo de Halicarnaso8 o
bien no demasiado diferente de la pira de Hefestión, que quizá hubiera tenido
que servir de modelo para el monumento fúnebre que nunca fue erigido.
De esta construcción se habría
perdido todo rastro en el espacio de menos de cien años y también su recuerdo.
Una interpretación de las fuentes así elaborada ha logrado convencer también a
los estudiosos de gran relevancia científica,9 que aceptan la idea
de que Alejandro tuvo dos tumbas en su ciudad. Todo ello también gracias a la
confusión que genera la aparición en los textos antiguos de dos nombres a
menudo leídos como intercambiables: soma (cuerpo) y sema (signo,
monumento). Para complicar más aún las cosas, uno de los nombres en las
ediciones críticas puede aparecer en el texto y el otro en nota a pie de página
como lectura alternativa, de modo que puede ocurrir que un estudioso acepte
una versión en vez de la otra según le convenga más o menos a su propia teoría.10
De todas formas, parece difícil
creer que un monumento (la supuesta primera tumba de Alejandro) que
debía ser grandioso e
imponente, y situado en una posición central donde pudiera ser visto por
todos, fuera completamente olvidado en un tiempo tan breve. Y, en cualquier
caso, la hipótesis contradice la idea de que Estrabón no dice nada al respecto
porque piensa que es sabido por todos. En realidad se sabe que la tumba del
ecista, es decir, del fundador, estaba a menudo en una zona pública de la
ciudad (generalmente el ágora), porque era objeto de veneración por parte de
los descendientes de los colonos; tal es el caso de Cirene y de Poseidonia,
por ejemplo. Pero para Ptolomeo la tumba de Alejandro debía tener un
significado ideológico profundamente distinto: Alejandría no era la fundación
de un grupo de colonos en busca de fortuna, sino el centro de un imperio cuyo
soberano (Ptolomeo I) debía establecer un concepto de legitimidad
dinástica ligando la propia familia al soberano que oficialmente había sido
declarado por el oráculo de Anión como su hijo, es decir, como faraón de
Egipto. Por eso su tumba debía ante todo estar ligada al centro del poder, a
la zona del palacio. Estrabón, como había hecho notar Achule Adriani," se
sintió en el deber de recordar que el sarcófago en el que estaba depositado
Alejandro en los tiempos de su visita a Alejandría no era el original de oro
macizo, sino el de alabastro con el que lo había sustituido Ptolomeo XI.
¿Cómo habría podido
Estrabón callar sobre el cambio mucho más importante, el de todo el sepulcro?
El arqueólogo italiano activo en
Alejandría en los años treinta considera que Alejandro permaneció siempre
inhumado en la que a
continuación fue la necrópolis real y que Ptolomeo IV
Filopátor, menos de cien
años después, con ocasión de la muerte dramática de su madre Berenice
II, reestructuró.
Lo cual coincide perfectamente con la anécdota mencionada por Suetonio sobre
la visita de Octaviano al sepulcro de Alejandro. El rechazo a visitar también
las tumbas de los Ptolomeos revela todo su desprecio por la dinastía para él
corrupta y decadente que había tenido como última representante a la
detestada Cleopatra.
Aquí Adriani cita a continuación dos
pasajes de la Farsalia de Lucano, a los que nos hemos ya referido. Lo
que impresiona en su poema es el encarnizado desprecio que muestra hacia
Alejandro representado como un depredador sanguinario y afortunado al que esos
mismos persas (partos) que habían masacrado a los legionarios de Craso en Carre
obedecían en cambio
dócilmente y se postraban ante él.12
Ya hemos hablado del sorprendente
silencio del Bellum Alexandrinum respecto a la tumba de Alejandro, pero
Lucano no dejó escapar la oportunidad de evocar el encuentro entre los dos
conquistadores representando a Julio César que desciende, impaciente, a la
cámara sepulcral del gran soberano excavada bajo tierra:13 «Effossum
tumulis cupide descendit in antrum». Anteriormente14 había recordado también
la tumba de Alejandro: «Mientras guardas cerca de ti en una cueva consagrada
al Macedonio, y las cenizas de los reyes descansan bajo un montículo
artificial».
Son dos breves pero dignos pasajes
de una atenta consideración. Chugg'3 examina la
posibilidad de que, durante su viaje a Atenas, Lucano hubiera podido desviarse
a Alejandría y visitar la tumba de Alejandro, cosa que parece poco probable
precisamente por el profundo desprecio que el poeta demuestra por la figura
del conquistador macedonio. Más probable es que bebiera de la experiencia de su
tío, el filósofo Séneca, que había estado en Egipto y había escrito una obra,
para nosotros perdida, sobre los santuarios del país del Nilo.16
Por los detalles que recuerda, el effosum
antrum, es decir, la
cámara excavada bajo tierra, y el extructus mons, esto es, el montículo
artificial, no tenemos dudas en identificar la más clásica de las tumbas
macedonias de cámara, rematada de un túmulo como la de Filipo II
que ya hemos descrito. Y
a partir de lo que hemos visto en la excavación de Manolis Andronikos, podemos
razonablemente imaginar que en el interior estaba la kline funeraria
para el banquete eterno del rey. Era esta la «manera macedonia» que
probablemente se había practicado también en Menfis, donde el mismo Lucano
recuerda un culto a Alejandro,17 «el más grande de los reyes,
Alejandro, que Menfis adora». Hay quien cree que la expresión de Lucano extructus
mons significa simplemente la mole arquitectónica que dominaba la cámara
funeraria. Pero es aquí donde radica el problema.18
Las tumbas de túmulo son muy
antiguas y se extendieron desde Europa hasta la China a través de los kurgan
de las estepas. Estuvieron en uso entre los etruscos, los lidios, los frigios, los tracios, los
macedonios, los celtas, los escitas, los mongoles, los chinos y gran número de
otras poblaciones. Sustancialmente representan la monumentalización del simple
túmulo que permanece en el terreno después de que se hayan enterrado unos
restos, como para indicar que la colina artificial que aparece a la vista
domina el cuerpo de un gigante, de un hombre superior, de un soberano o de un
semidiós. Así pues, si las palabras de Diodoro dicen que Alejandro fue primero
sepultado en Menfis según la manera macedonia y si la excavación de Vergina nos
demuestra explícitamente de qué se está hablando; si la descripción de Lucano
nos confirma plenamente un sepulcro constituido por una tumba de cámara excavada
por debajo del nivel del suelo y rematada de un túmulo, ¿cómo se explica la
interrupción de una continuidad ritual e ideológica entre la primera y la
tercera tumba? ¿Por qué Ptolomeo IV, ya muy imbuido de la civilización egipcia, habría
abandonado una tipología de arquitectura grandiosa y monumental como la del
Mausoleo de Halicarnaso para volver a una más modesta tumba de túmulo? ¿Acaso
no sabemos que los otros Ptolomeos fueron sepultados bajo «pirámides y
mausoleos»? ¿Por qué le habría estado reservada solo a la tumba de Alejandro la
tipología más arcaica? Y por si fuera poco, ¿en tono menor respecto al primer
mausoleo alejandrino? ¿No sería más razonable pensar que las tumbas de los
primeros Ptolomeos y la de Berenice II fueron reagrupadas en torno a la del Fundador
dentro del recinto que creaba así una especie de
parque memorial para los
primeros soberanos de la dinastía?
Pero hay una expresión en los
anteriormente citados versos de Lucano que es preciso explicar, y es cuando
recuerda las cenizas de los reyes que descansan bajo la mole de un monte
artificial. ¿A qué se refiere ese plural? Si consideramos con Adriani19
que Ptolomeo Filopátor reestructuró la necrópolis real, cabe pensar que en la
tumba de Alejandro encontraron cabida también los primeros Ptolomeos (en la
tumba de Filipo en Vergina hay igualmente una segunda cámara con otra urna
cineraria), mientras que los otros habrían sido colocados en las «pirámides y
mausoleos» del resto de la necrópolis, pirámides que podemos imaginar parecidas
a las pirámides de Cestia en Roma.
Al configurar el aspecto de la tumba
de Alejandro, Adriani llega hasta el extremo de pensar que el mausoleo de
Augusto en Roma podría haberse inspirado de algún modo en ella (fig.
9): una estructura
interior de albañilería en la que tendría cabida el emperador con sus
familiares (el primero en ser enterrado en ella fue su sobrino Marcelo)
rematada de un gran túmulo. El mausoleo de Augusto, que tuvo una evolución más
monumental aún en el de Adriano (hoy Castal Sant'Angelo), según algunos
estudiosos se inspira también en la tipología de los túmulos etruscos sobre
tambor de piedra que podemos ver en Cerveteri o en Populonia. También se
podría retroceder en el tiempo hasta la tumba de Lavinio, que los antiguos
creían el heroon de Eneas y que fue excavada en los años ochenta por Sommella y
Guaitoli no lejos de Pratica di Mare.20 Se trataba en realidad de una tomba a cassone debajo de un
túmulo, de un jefe indígena de la edad de hierro monumentalizada
posteriormente entre los siglos IV y III a.C.
El hecho de que el mausoleo de Augusto estuviese
precedido por dos obeliscos21 es, de todas formas, un signo claro de
la gran moda de corte egipcio, tanto en lo monumental como en lo religioso y
cultural, que invade Roma después de la anexión de Egipto como provincia
romana. En realidad, la pregunta de los alejandrinos a Augusto de si quería
ver también las tumbas de los Ptolomeos no tendría mucho sentido si ya se
hubiesen encontrado al menos en parte en la misma tumba de Alejandro, y en este
punto quizá tiene más sentido pensar como hace Chugg en un problema textual y
optar por regem en vez de por regum.22
La tumba de Filipo en Vergina pasó
inadvertida durante siglos precisamente por su aspecto exterior poco
llamativo. Mutatis mutandis, algo parecido podría haber sucedido también a lo que
quedaba de la tumba de Alejandro, cuando tuvo que atravesar un largo período de
abandono.
Si aceptamos la hipótesis de que el sema
mencionado por Estrabón era el recinto arquitectónico dentro del cual se
alzaban el túmulo de Alejandro y los monumentos fúnebres de los Ptolomeos, hay
que plantear el problema de dónde ubicarlo aquí todos los estudiosos se
remiten al testimonio de Aquiles Tacio, que vivió en la época del emperador
Adriano, autor de una obra titulada Leucipa y Clitofonte, una
historia de amor ambientada en Alejandría. Tenemos, por tanto, un tras-fondo
escenográfico para la aventura del protagonista, que, tras entrar por la Puerta
del Sol, es decir, por la puerta oriental de la vía Canópica, toma por el gran
bulevar longitudinal de doble sentido que atravesaba la ciudad de una parte a
otra. El protagonista habla en primera persona y cuenta23 que se ha
encontrado, tras haber recorrido unos pocos estadios, «en el lugar que toma el
nombre de Alejandro, en medio de los soportales». También aquí, como vemos,
los elementos de identificación son extremadamente escasos, pero no obstante
preciosos en el panorama general de nuestra documentación. Suele considerarse
que «el lugar que toma el nombre de Alejandro» debía de ser el de su tumba, que
por consiguiente no debía de estar lejos del gran cruce entre la vía Canópica y
la travesía principal normalmente conocida como Rl por los topógrafos de la
antigua Alejandría. Lo cual no excluye que no pudiera existir también un
santuario dedicado al culto de Alejandro, que sin embargo se encontraría en
otro lugar, quizá en el ágora o en una vasta zona pública.
La tumba de Alejandro es de nuevo
mencionada por Dión Casio cuando describe el retorno a Alejandría de Septimio
Severo después de su campaña victoriosa contra los partos:24
«[Septimio Severo] indagó en todo, incluso en todo cuanto se hallaba
cuidadosamente oculto. Era, en efecto, el tipo de persona que no deja de
investigar sobre nada tanto humano como divino.
Por consiguiente, hizo
retirar de casi todos los santuarios todos los libros que pudo encontrar que
incluyesen cualquier historia secreta y mandó sellar la tumba de Alejandro. Y
ello para que nadie en el futuro pudiese ver el cuerpo de Alejandro o leer lo
que había escrito en dichos libros».
Se trata de una noticia bastante enigmática, y no
menos enigmáticas son las expresiones del autor que nos transmite la noticia.
Hay quien junta las dos acciones del emperador en una sola, por lo que el
fragmento que hemos citado debería entenderse en el sentido de que los libros
confiscados estarían encerrados en la tumba de Alejandro.25 Puesto
que un acto semejante parece no tener sentido, es posible que se tratara de dos
medidas por separado.
Qué significa aquí «sellar» es
difícil decirlo: quizá el aromos fue bloqueado y la entrada obstruida, o
quizá la puerta de entrada fue simplemente atrancada con cerrojos. Tal vez el
emperador romano se dio cuenta de que la custodia del recinto de las tumbas
reales no resultaba eficaz y pensó que podía ser violada o vio una situación
de abandono. Tal vez la gran difusión de todo tipo de supersticiones en una
ciudad donde convivían no sin problemas muchas religiones y etnias diversas
podía volverse contra la momia de Alejandro, que habría podido sufrir daños si
se hubieran sustraído de ella amuletos y reliquias. El emperador, tan sensible
a los recuerdos del pasado hasta el punto de querer llevar con él en la
expedición contra los partos, herederos de los persas, a los últimos
descendientes de los Iguales de Esparta (aunque solo fuera como procedimiento
propagandístico), hizo lo posible para proteger un símbolo que durante cinco
siglos había mantenido vivo un concepto único y extraordinario de civilización.
1. Estrabón, XVII, 1,8-9.
2.
En The Geography of Strabo, traducido al inglés por H. L.
Jones, VIII, Londres, 1967 («The Loeb Classical Library», 267), nota 7, p. 37.
3.
Ibid., nota 4.
4. Así en Saunders, 2006, p. 67.
5. Estrabón, op. cit.
6.
Saunders, ibid., y en Fraser, 1972, vol. II, notas 33-34. Véase también p. 66. También Chugg,
2007, acepta la idea de una primera tumba para Alejandro a partir de Zenobio.
7.
Zenobio, Proverbios, III, 94.
8. Chugg, 2007, pp. 82-83, aduce entre los indicios que el soma, como
el Mausoleo de Halicarnaso, habría tenido una «pyramidal
superstructure»: así vierte la expresión extructus mons de Lucano, haciendo de
ella, en última instancia, una simple cuestión de traducción.
9. Cfr. nota 6.
10.
Por otra parte, en las fuentes mismas tenemos nombres distintos: soma,
sema, témenos, mnemeion, mnema, términos que para los contemporáneos quizá
tenían un significado conocido y que para nosotros constituyen un problema
semántico no fácil de resolver.
11.
Adriani, 2000, p. 16.
12.
Farsalia, X, 20-24 y 47.
13.
Ibid., X, 19.
14.
Ibid.,VIII, 694.
15.
Chugg, 2007, pp. 80 y ss.
16. La hipótesis es desarrollada por Thiersch,
1910, pp.
68 y ss.
17. Lucano, Farsalia, X, 272.
18. Chugg, 2007, op. cit.
19. Adriani, 2000, p. 16: «Las palabras de Estrabón
[...] impiden creer que el mnema de Filopátor era, como se entiende
generalmente, algo totalmente nuevo».
20. La excavación y la reproducción gráfica del
monumento son tratados en AA.VV., Enea nel Lazio, 1981.
21. Una reconstrucción ideal puede verse en la maqueta
de Gismondi del Museo de la Civilización Romana en el EUR.
22. Chugg, 2007, p. 80.
23. Aquiles Tacio, Leucipa y
Clitofonte, V, 13.
24. Dión Casio, LXXVI, 225.
25. Saunders, 2006, p. 86: «[...] Books
and manuals on magic and
alchemy, which he removed from circulation by sealing them up in Alexander Tomb», «los libros de magia y alquimia que apartó de la circulación
encerrándolos en la tumba de Alejandro». Véase también la nota 23 con el
parecer de E. Hornung.
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