30.
TODO O NADA
Durante los primeros meses de 146 Critolao recorrió las
principales ciudades de la Liga, atizando el odio popular contra Roma y los
espartanos, y comprometiéndose a aplicar una política de reformas sociales que
favoreciera a los ciudadanos más pobres.
... intimó a los magistrados
a que no exigieran el pago a los deudores, y que no permitieran que nadie fuera
encarcelado por deudas. Debían demorar la devolución de los préstamos hasta la
decisión de la guerra [contra Esparta]. El
resultado de semejante demagogia fue que creyeran todas sus afirmaciones, y el
pueblo se mostró dispuesto para cualquier cosa que se le propusiera. Polibio
38. 11.
Una vez obtenido el apoyo popular con esas promesas, Critolao y
Dieo vieron llegado el momento de imponerse a los más moderados, que todavía
conservaban gran influencia en el cuerpo de magistrados. El estratego convocó
al final del invierno una asamblea en Corinto, el centro del movimiento
popular, donde podía contar con el apoyo incondicional de la masa de
trabajadores y artesanos que había protagonizado los disturbios anti espartanos
del año anterior. Allí se presentaron unos legados enviados por Metelo, el
gobernador de Macedonia, que trataba nuevamente de calmar a los aqueos,
pidiendo la apertura de conversaciones que solucionaran el conflicto con los
lacedemonios y que se reconociera la tutela del senado sobre los asuntos
griegos. La facción moderada de la asamblea defendió el inicio de las negociaciones,
y presentó una moción pidiendo la aceptación de los ofrecimientos romanos. Pero
la asamblea, dominada por una mayoría de obreros y artesanos, que procedentes
de Corinto y de otras ciudades de la Liga intervenían por primera vez en masa
en una reunión oficial, rechazó a los romanos entre abucheos. En ese momento
Critolao pidió la palabra y pronunció un incendiario discurso.
... con una audiencia
enfervorizada a su favor, verdaderamente enloquecida, atacó a los magistrados,
se burló de sus enemigos políticos y se despachó a gusto contra los legados
romanos. Dijo que admitía ser amigo de los romanos, pero que no toleraría
someterse a ningún dueño. Su aviso final fue manifestar que, si eran hombres,
no se verían privados de aliados, pero que si se comportaban como afeminados,
serían esclavizados. Polibio 38. 12
Los moderados trataron de resistirse, y el consejo de ancianos
aqueo, controlado por ellos, intentó intimidar al estratego retirándole la
escolta militar, una de sus prerrogativas como comandante en jefe. Esto provocó
una respuesta aun más violenta de Critolao.
... a ver si alguien se le
aproximaba, si se le acercaba, si se atrevía siquiera a rozarle la túnica.
Gritó que hacía ya mucho tiempo que se contenía, pero que ya no podía más y que
diría lo que sentía. “Porque debemos temer menos a los lacedemonios o a los
romanos que a aquellos de entre nosotros que colaboran con el enemigo. Sí,
algunos de aquí promueven más el interés de romanos y lacedemonios que el
nuestro propio”. Polibio 38. 13
Acto seguido acusó a los líderes de la facción moderada de
traicionar a la federación y de informar a los romanos de lo tratado en las
reuniones del consejo de gobierno de la Liga. Entre los acusados estaba
Estratio de Tritea, uno de los deportados regresados de Italia junto a Polibio
en 151, y que al contrario de éste se había reincorporado a la vida política
activa y se había convertido en uno de los dirigentes del ala moderada del
partido “nacional”. Estratio reconoció los contactos con los romanos y con otros
estados griegos, pero negó vehemente las acusaciones de traición. Mas Critolao
ya disponía del apoyo entusiasta de la asamblea, e hizo votar una moción en la
que se establecía la inmunidad judicial del estratego durante su mandato, para
impedir cualquier proceso de reprobación y protegerse de una posible acusación
una vez cumplido su periodo de mando, como les había ocurrido a Menálcidas y
Damócrito hacía poco tiempo. Asimismo hizo aprobar oficialmente la reanudación
de la guerra contra Esparta, lo que significaba la guerra con Roma. La Liga
Aquea se precipitaba hacia su destino.
La noticia de la declaración de guerra de la Liga a Esparta llegó
a Roma en poco tiempo, quizás en el peor momento posible. A principios de 146
Escipión Emiliano se preparaba, tras derrotar a los últimos ejércitos
cartagineses, para lanzar el asalto final contra la ciudad, que tuvo lugar en
abril. Polibio estuvo presente cuando su pupilo y amigo dio la orden de
destruir la que había sido la más importante ciudad del occidente mediterráneo.
Se volvió hacia mí, me cogió
de la mano diestra y exclamó: “Un momento glorioso, Polibio, pero no sé por qué
temo y presiento que llegue la ocasión en que otro dé la misma orden contra
nuestra patria”. Polibio 38. 21. 1
Escipión Emiliano no podía saber que esa premonición no se
cumpliría hasta pasados quinientos cincuenta y seis años, cuando el rey godo
Alarico saqueara Roma en 410 d. de C. En el momento de la destrucción de
Cartago, Roma estaba comenzando a consumar su destino y a crear un imperio que
se extendería por todo el Mediterráneo y gran parte de Europa.
El fin de la guerra en África dejaba al senado sin impedimentos
para concentrar sus fuerzas en Grecia. Inmediatamente se ordenó a uno de los
cónsules, Lucio Mummio, el alistamiento de un ejército de dos legiones, junto a
las habituales tropas auxiliares de los aliados itálicos, y su embarque hacia
Grecia. Pero antes incluso de que el cónsul comenzara a movilizar sus tropas,
Quinto Cecilio Metelo, el gobernador de Macedonia, resolvió actuar por su
propia cuenta, decidido a que los honores del triunfo y los beneficios del
botín les correspondieran a él y a su ejército. Se puso en marcha desde
Macedonia a través de Tesalia, enviando por delante unos legados que
presentaron un ultimátum a la Liga Aquea.
... ordenándoles liberar de
la Liga a los lacedemonios y a los otros estados mencionados en la orden de los
romanos, prometiendo que el pueblo romano les perdonaría enteramente por su
desobediencia en la ocasión previa. Pausanías, Acaya 15. 2
Los aqueos, excitados por Critolao y Dieo, rechazaron el
requerimiento y se prepararon para la guerra. Era el último esfuerzo griego por
presentar resistencia a la hegemonía romana. Se realizó un llamamiento al resto
de estados y ciudades para unirse en la defensa de la libertad de Grecia. No es
difícil imaginar la retórica empleada para intentar empujar a los griegos a la
lucha, basada en los recuerdos de las antiguas batallas contra persas,
macedonios o galos. Pero sólo beocios y eubeos respondieron, con ciertas
reticencias, a las exhortaciones aqueas. A pesar de ello el ejército federal
fue movilizado, y se decidió atacar Heraclea del Oeta, ciudad de la Liga
incluida en el decreto de segregación, cercana al paso de las Termópilas, que
era la clave del acceso a la Grecia central desde Tesalia. Pero mientras
Critolao, a la cabeza del ejército como estratego, comenzaba el asedio de la
ciudad, que se había independizado de la Liga por sí misma aprovechando el
decreto romano, llegó la noticia de la presencia cercana de las tropas de
Metelo. Se ordenó el repliegue, que pronto se convirtió en fuga desordenada a
través de las Termópilas.
La Guerra Acaica. 146
...sin atreverse [Critolao] siquiera
a apostar a los aqueos en el paso entre Heraclea y las Termópilas, y esperar
allí a Metelo. Tal fue su terror que hizo que se hundieran las brillantes
esperanzas inspiradas por el lugar, el sitio del esfuerzo de los lacedemonios
para salvar Grecia, y de la no menos gloriosa hazaña de los atenienses contra
los galos. Pausanías, Acaya
15. 3
Las experimentadas tropas romanas no tuvieron problemas para
alcanzar a los aqueos en retirada cerca de Escarfea, a la salida del
desfiladero, donde los masacraron, en abril o mayo de 146. Critolao murió
mientras huía, y su cuerpo nunca fue encontrado. Con el ejército destruido, una
unidad de caballería megapolitana, heredera del cuerpo de élite que Filopemen
había creado a finales del siglo anterior, se encontró aislada buscando una
ruta de escape hacia el Peloponeso. Trataron de refugiarse en Elatea, pero
fueron rechazados por la población, temerosa de los romanos. Intentaron
entonces seguir adelante, hasta que se vieron alcanzados por las vanguardias de
Metelo cerca de Coronea, en Beocia, donde fueron totalmente aniquilados. La fuerza
militar aquea se había desintegrado en apenas unos pocos días.
Metelo ocupó entonces sin oposición Beocia. Los tebanos, que
habían apoyado a la Liga, abandonaron su ciudad y huyeron a los montes
cercanos, aunque Metelo había ordenado a sus tropas respetar tanto la ciudad
como a los fugitivos. Piteas, el responsable de la alianza con los aqueos, huyó
al Peloponeso con su familia. Más adelante sería detenido y ejecutado. Mientras
tanto en la Liga, ante la situación de emergencia nacional creada, se convocó
una asamblea para elegir a un nuevo estratego en sustitución del desaparecido
Critolao. La asamblea tuvo lugar de nuevo en Corinto, y la presión del pueblo,
todavía enardecido contra Roma y dispuesto a sostener la resistencia, forzó la
elección de Dieo de Megalópolis. En ese momento se presentó ante la asamblea
Andrónidas, uno de los más importantes miembros del grupo pro romano, aliado
años antes de Calícrates de Leonte, y que ante el cariz que tomaban los
acontecimientos se había pasado al bando romano. Traía un mensaje de Metelo, en
el que se ofrecía la paz a cambio del cumplimiento del ultimátum presentado al
inicio de las operaciones.
Los miembros de la facción moderada solicitaron a la asamblea la
aceptación de las condiciones romanas. Estaban representados por personajes de
gran peso, como Estratio, líder histórico del partido “nacional”, superviviente
de los tiempos de Licortas y Arcón, Sosícrates, alto cargo militar, y otros
personajes desconocidos como Lagio o Arquito. La defensa de la moción tuvo
momentos dramáticos.
... Estratio, ya anciano, se
abrazó a Dieo y le rogaba que se aviniera a las ofertas de Cecilio... Polibio
38. 17
Pero Dieo y sus seguidores se mostraron inflexibles. Se celebró un
consejo, presidido por el estratego y compuesto por miembros prominentes del
grupo que le apoyaba, como Damócrito, el antiguo estratego de 148, que había
vuelto del exilio al inicio de las hostilidades y había pasado a formar parte
de la dirección del grupo de los nacionalistas radicales, y otros personajes
como Alcámenes, Teodectes o Arquícrates, desconocidos para nosotros.
Resolvieron rechazar los ofrecimientos de Metelo y encarcelar a todos aquellos
que habían defendido su aceptación. Sosícrates, que muy probablemente había
formado parte anteriormente del grupo dirigente radical –aunque ahora
reconociera la inutilidad de continuar la guerra–, fue condenado a muerte y
ejecutado bajo tortura. El mismo destino corrió Filino de Corinto, que sufrió
la pena junto con sus hijos. Estratio no fue perseguido, probablemente por su
edad y prestigio. Pero Andrónidas, que había trasmitido el mensaje romano, que
era un enemigo político declarado y traicionado a la Liga, y que había sido
maltratado por la multitud, fue en cambio liberado tras sobornar al estratego
con un talento. Ni siquiera en medio de la más violenta tormenta desaprovechaba
Dieo la oportunidad de obtener un beneficio.
Tras eliminar a la oposición, Dieo tuvo que enfrentarse a la
emergencia del momento. Envió urgentemente a Alcámenes con cuatro mil hombres,
los restos de la fuerza militar aquea, a Megara, con el objetivo de contener el
avance de Metelo protegido tras sus murallas. Pero era necesario alistar un
nuevo ejército. Para ello el estratego empleó procedimientos radicales.
...se presentó en Argos,
desde donde ordenó a todas las ciudades que concedieran la libertad a dos mil
esclavos que se encontraran en la flor de la edad y que hubieran nacido en las
casas de los dueños o se hubieran criado en ellas. Estos hombres deberían ser
armados y enviados a Corinto... obligó a hacer requisitorias especiales y a que
los ricos hicieran contribuciones particulares, no sólo los hombres, sino
también las mujeres. Al propio tiempo, ordenó a todos los que estaban en edad
militar se concentraran masivamente con armas en Corinto. Polibio 38. 15
Con estas medidas extraordinarias consiguió reunir apenas catorce
mil infantes y seiscientos jinetes. A cambio sumió a toda la federación en el
caos. Las medidas recuerdan poderosamente a las tomadas por Cleómenes III o el tirano
Nabis en Esparta en el pasado, la aplicación extrema del programa de revolución
social que permanecía latente en Grecia desde el siglo anterior. Especialmente
grave fue el expediente de liberar a los esclavos. Esto provocó una inmediata
inseguridad en todas las ciudades, por cuanto que en los esclavos que
permanecían en servidumbre se despertó la esperanza de una pronta liberación.
Las requisas indiscriminadas, necesarias ante los cuantiosos gastos provocados
por la guerra con Esparta, que se mantenía ya dos años, añadieron un tinte
pecuniario a la desesperanza general causada por la desalentadora perspectiva
de tener que enfrentarse a la potencia romana. Territorios enteros, como
Mesenia o la Élide, se sustrajeron a las exigencias del gobierno federal,
escudándose en la necesidad de preparar la defensa ante los previsibles ataques
de la flota romana a sus costas. El orden social e institucional se
desintegraba ante la inminente llegada de las tropas romanas.
... la consternación, por
las medidas que iban cayendo una tras otra, impedía a los hombres la reflexión
cuidadosa sobre el conjunto de la situación, lo cual les habría permitido ver
que se dirigían, ellos, sus mujeres y sus hijos a una ruina previsible. Por lo
demás, empujados y llevados violentamente como por un torrente impetuoso,
obedecían a la locura e incompetencia de su comandante. Polibio 38. 16
Las noticias del campo de batalla seguían siendo desastrosas. Las
tropas de Alcámenes huyeron en cuanto se vieron enfrentadas a las avanzadillas
romanas, y Megara se rindió sin combatir. Metelo avanzó sin resistencia a
través del Istmo y plantó su campamento frente a Corinto. Ningún ejército
hostil había entrado en territorio aqueo desde hacía cincuenta años. A la vista
de la ciudad Metelo renovó sus ofertas de detener la guerra si los aqueos se
sometían. Nuevamente fueron rechazadas por un Dieo cada vez más alejado de la
realidad. Pero cuando los romanos se preparaban para el asalto a la ciudad se
presentó, tras una presurosa travesía, el cónsul Mummio, nada dispuesto a ceder
a Metelo el honor de la victoria. Ordenó al pretor regresar a Macedonia con su
ejército, y se instaló en el campamento a esperar a que fueran llegando sus
tropas. Estas constaban de veintitrés mil soldados y tres mil quinientos jinetes,
aparte de contingentes enviados desde Pérgamo y Creta. Pero mientras todavía se
concentraban las legiones, los aqueos les sorprendieron con un ataque sobre sus
posiciones avanzadas.
El desprecio de los romanos [hacia
los aqueos] les llevó a no realizar una
vigilancia cuidadosa, y los aqueos, acometiéndoles de improviso, mataron a
algunos, y expulsaron del puesto a muchos más, tomando quinientos escudos. Pausanías
Acaya 16. 2
Alentado por esa victoria parcial, Dieo ordenó el avance de todo
el ejército, pero no se produjo ningún milagro. Las experimentadas tropas
romanas apenas encontraron dificultades para desbaratar el ataque, y tras
rechazar del campo de batalla a la caballería aquea al primer choque,
masacraron a la inexperta y apresuradamente alistada infantería, que intentó
inútilmente mantener sus posiciones. En ese momento Dieo abandonó el mando y
huyó a Megalópolis, desestimando la opción desesperada de reunir a los
supervivientes tras las poderosas murallas de Corinto y prepararse para un asedio.
Había descubierto, demasiado tarde, su locura al pensar que podía sostener una
guerra con Roma.
Mientras Dieo se refugiaba en su ciudad natal, la Liga Aquea se
desintegraba en una frenética huída hacia ningún lado. Polibio, que no estuvo
presente en esos acontecimientos, –todavía permanecía en África con Escipión
Emiliano– nos presenta una imagen dramática de la situación.
...unos se quitaban la vida
desesperados, otros huían de las ciudades campo a través; lo que sucedía en
ellas les horrorizaba, y las dejaban, pero sin rumbo fijo. Unos detenían a
otros para entregarlos al enemigo como reos por haberse opuesto a Roma, otros
prestaban declaración contra amigos, por más que en esos momentos no se
requiriera de ellos ese servicio. Otros se presentaban como suplicantes,
confesaban sus delitos y preguntaban cual era el castigo correspondiente,
cuando nadie hacía averiguaciones acerca de ello. Todo el país se encontraba
dominado por un embrujamiento trágico y extraño. La gente se tiraba a los pozos
o se despeñaba. Así que, según el dicho, incluso el enemigo se hubiera
conmovido... Polibio 38. 16
Sin un gobierno capaz de mantener un mínimo de orden, la
federación se disolvió en pocos días. La liberación de los esclavos, el
bandidaje, la búsqueda desesperada de una forma de proteger vidas y propiedades
de los horrores de un saqueo –los romanos tenían una bien ganada fama de
crueldad–, sumieron las ciudades aqueas en una anárquica confusión. Dieo, tras
comunicar a los ciudadanos de Megalópolis el alcance del desastre, mató a su
esposa para evitar que cayera en manos de los romanos y se suicidó a
continuación, envenenándose.
EPÍLOGO
Cuando Mummio entró en Corinto la halló casi totalmente despoblada
y sin defensa –de hecho dudó durante varios días, sospechando una trampa–. Una
vez ocupada, procedió a cumplir el mandato del senado, y dio la orden de
proceder a su saqueo y destrucción, a la vez que se demolían sus murallas. Los
pocos corintios supervivientes fueron vendidos como esclavos. La catástrofe de
Corinto fue una imagen que perduraría durante mucho tiempo, como el símbolo de
la dominación romana sobre Grecia y la eliminación definitiva de su
independencia. Mummio fue acusado de bárbaro, de permitir la destrucción
deliberada de las riquezas artísticas de una de las ciudades más prósperas de
Grecia. Los autores posteriores se recrearían representando a los soldados
romanos mientras jugaban a los dados sobre las obras de los pintores más
famosos, a Mummio amenazando al centurión encargado del transporte de las
irremplazables obras de arte de la ciudad con que se vería obligado a reponer
las pinturas y esculturas perdidas o dañadas, o el descubrimiento del “bronce
corintio”, descrito como resultado de los incendios: las numerosas estatuas de
la ciudad, al fundirse, dieron lugar a la aleación de los metales preciosos de
los que estaban elaboradas. Pero el cónsul tuvo especial cuidado en rescatar
las obras de arte más valiosas para enviarlas a Roma, y no hacía otra cosa que
cumplir, quizás demasiado al pie de la letra, el decreto del senado de arrasar
el centro de la revuelta anti romana, igual que unos meses antes Escipión
Emiliano había hecho con Cartago. Ningún otro gesto podía mostrar con más
claridad la intención romana de desalentar cualquier futuro rastro de rebeldía
entre los griegos.
Mummio no encontró más resistencia por parte de los aqueos, y
todas las ciudades se sometieron sin lucha, respirando aliviadas cuando los
romanos se mostraron satisfechos con la destrucción de Corinto. Terminada la
guerra el senado envió los habituales decenviros encargados de establecer con
el cónsul el escenario posbélico.
Las murallas de todas las
ciudades que habían hecho la guerra contra Roma fueron demolidas por Mummio,
desarmando a sus habitantes, incluso antes de que fueran despachados
comisionados desde Roma, y cuando estos llegaron, procedió a abolir las
democracias y a establecer gobiernos basados en una cualificación censitaria.
Fue impuesto un tributo sobre Grecia, y aquellos con propiedades tuvieron
prohibido adquirir propiedades en un país extranjero. Las confederaciones
nacionales, como la de los aqueos, los foceos o los beocios, o de cualquier
otro pueblo griego, fueron todas y cada una disueltas. Pausanías, Acaya 16. 9
La Liga Aquea había desaparecido. Los dirigentes nacionalistas
radicales que habían provocado la guerra fueron juzgados, sentenciados a muerte
o al exilio, y sus propiedades subastadas. Además las ciudades aqueas fueron
condenadas a pagar una indemnización de doscientos talentos a los espartanos y
se les prohibió todo tipo de actividad militar o contratación de mercenarios.
En ese momento llegó Polibio desde Roma, y pronto Mummio le encargó recorrer
las ciudades y reorganizar sus gobiernos. Polibio, gracias a sus estrechas relaciones
personales con el senado romano, se convirtió rápidamente en la principal
figura política de una Acaya exánime tras la derrota.
... al cabo de un tiempo,
Polibio logró que la población se sintiera satisfecha con la constitución
otorgada y que, en ningún aspecto, hubiera dificultades ni privadas ni públicas
surgidas de las leyes...si Polibio no hubiera trabajado en ello y no hubiera
redactado las leyes que gobernaran la jurisdicción pública, todo habría quedado
confuso y lleno de grandes enredos. Polibio 38. 5
Lo que puede hacer pensar que Polibio, aristócrata propietario él
mismo, pudo tener cierta influencia en la decisión romana de abolir las
democracias ciudadanas e imponer un modelo censitario. En cada ciudad los
propietarios se convirtieron en los únicos ciudadanos de pleno derecho,
monopolizando el poder y estableciendo oligarquías que, con apoyo romano,
restituyeron el orden social tradicional. Los últimos roces con Roma se
debieron a la presencia de los signos monumentales del pasado federal de la
Liga. Algunos romanos exigieron la demolición en las ciudades de las estatuas
honoríficas dedicadas a los grandes héroes de la Liga, sobre todo de las de
aquellos más caracterizados por sus ideas de unidad nacional griega y de
resistencia al dominio romano. Polibio protestó ante el cónsul y éste, de
acuerdo con los decenviros, ordenó volver a erigirlas.
Acogiéndose a esta
concesión, Polibio pidió al general romano la devolución de las estatuas que
habían sido transferidas del Peloponeso a Acarnania, las de Aqueo, Arato y
Filopemen. Plutarco, Filopemen
Roma, siempre sensible a las gestas históricas, sabía que el
recuerdo de las hazañas del pasado griego no podía ya ser un riesgo para su
imperio. Las ciudades griegas, ahora bajo el dominio romano, recuperaron
lentamente la normalidad, y continuaron su lenta decadencia histórica. Polibio,
honrado por las élites ciudadanas aqueas como el líder que había conseguido
suavizar las represalias romanas tras la derrota de 146, moriría al caer de su
caballo, ya anciano, con más de ochenta años de edad, hacia 125-120.
Algunos años después de la guerra muchos de los castigos y
sanciones impuestas a las ciudades y ciudadanos aqueos fueron revisados. Se
permitió adquirir propiedades fuera de Grecia y se eximieron las multas. Las
ciudades fueron recuperando su autonomía. Incluso se restauró formalmente una
confederación aquea despojada de todo poder de decisión. Sin embargo el dominio
romano sobre las ciudades griegas, a través del gobernador de la provincia de
Macedonia fue absoluto. Todos los conflictos internos o entre ciudades eran
remitidos a él, que actuaba como juez superior, con un único tribunal de
apelación posible, el senado romano. La política romana se basó en mantener el
control de los propietarios sobre la vida ciudadana, y sofocar cualquier atisbo
de conflicto entre las distintas ciudades. Y ciertamente tuvieron bastante
éxito. Las menciones a Grecia en las fuentes históricas fueron difuminándose,
señal inequívoca de la falta de conflictos importantes o grandes
acontecimientos.
Sin embargo, estamos en condiciones de intuir el mantenimiento de
la crisis económica y social, ahora silenciada por el monopolio de las
instituciones por los propietarios y la paz impuesta por la fuerza romana. Los
nuevos conflictos surgieron fuera de Grecia, en el reino de Pérgamo. A la
muerte de Atalo, el hermano de Éumenes, en 138, le sucedió en el trono un
sobrino, Atalo III. Éste tuvo fama de ser un individuo extraño, encerrado en su
palacio, sin contactos con el exterior, la mayor parte del tiempo. Corrió el
rumor de que se dedicaba a la hechicería. Tras su muerte en 133 se dio a
conocer que en su testamento daba la libertad a las ciudades de su reino, y
legaba el resto del territorio al pueblo romano, única autoridad en la que el
difunto rey confiaba para mantener la paz social y seguridad entre sus
súbditos. Roma se apresuró a aceptar el testamento. Al mismo tiempo Aristónico,
un hijo ilegítimo de Éumenes, intentó, con el apoyo de la población campesina y
el proletariado urbano, atraído con promesas de reforma social y mejora de sus
condiciones económicas, mantener una monarquía nacional independiente.
Aristónico fue derrotado en 130, y Roma instituyó su segundo territorio de
administración directa en el mundo griego, la provincia de Asia. La
tranquilidad en la región fue asegurada cediendo extensos territorios del
antiguo reino de Pérgamo a los reinos limítrofes, Bitinia, Capadocia y Galatia.
Durante las siguientes décadas la nueva provincia, con una rica
agricultura e importantes y prósperas ciudades, se convirtió en una oportunidad
de enriquecimiento rápido para comerciantes y publicanos italianos, que se
aprovecharon de la administración romana para obtener monopolios y
arrendamientos, que utilizados para imponer onerosos tributos a la población
griega terminaron por encauzar las esperanzas de reforma social hacia un
visible resentimiento contra Roma, sobre todo entre los ciudadanos pobres. Al
mismo tiempo surgió a finales del siglo II a. de C. la figura de Mitrídates VI Eupátor,
rey del Ponto, que en poco tiempo se convirtió en el monarca más poderoso del
Asia Menor y comenzó a extenderse a costa de sus vecinos.
El enfrentamiento con Roma llegó en 88, cuando Mitrídates atacó
sucesivamente Capadocia, Bitinia, Galatia y la propia provincia de Asia,
aprovechando que Italia estaba sumida en una guerra civil, causada por la
sublevación en 91 de los aliados itálicos de Roma, que exigían la igualdad de
derechos con los ciudadanos romanos. Las débiles fuerzas romanas en Asia se retiraron,
y Mitrídates, con una activa propaganda, se atrajo a la población con promesas
de reforma social y fomentando el odio contra Roma acumulado durante décadas de
extorsión tributaria. El rey del Ponto, dueño ahora de la mayor parte de Asia
Menor, pudo así ordenar el asesinato de todos los italianos presentes en la
provincia, lo que causó, de creer a las fuentes antiguas, ochenta mil muertos.
En Atenas una revuelta popular, dirigida por Aristón, se hizo con el poder y
llamó a Mitrídates. El rey, convencido de que las disputas internas en Italia
mantendrían a los romanos ocupados allí, instaló allí una base de operaciones,
mientras otro ejército comenzó a avanzar hacia Macedonia a través de los
Dardanelos y Tracia. El puerto de Delos, principal centro comercial del
Mediterráneo oriental, fue arrasado, y masacrados todos los comerciantes
italianos atrapados allí.
La irrupción de las fuerzas de Mitrídates provocó la natural
reacción en las ciudades griegas. Sabemos que beocios y eubeos siguieron los
pasos de los atenienses y se pasaron al bando del rey. Sólo la tenaz
resistencia del gobernador de Macedonia, que mantuvo a raya a las fuerzas de
Mitrídates, impidió que la rebelión anti romana se extendiera a toda Grecia. No
sabemos qué ocurrió en las ciudades aqueas. Es muy verosímil que en algunas los
grupos populares se hicieran con el poder y trataran de acercarse a rey del
Ponto. Pero la llegada, en el verano de 87, de un ejército al mando de Lucio
Cornelio Sila, eliminó cualquier tipo de esperanza de levantamiento contra Roma
y revolución social. En todas las ciudades los propietarios pro romanos se
pusieron al servicio de Sila, que tras derrotar a las fuerzas de Mitrídates
puso sitio a Atenas, conquistada y saqueada a principios de 86. Posteriormente
venció a los ejércitos de Mitrídates que avanzaban por tierra desde Tracia en
dos batallas sucesivas en Queronea y Orcómeno, en Beocia. En 85, con Grecia
libre de fuerzas asiáticas, Sila se dirigió a Asia Menor a combatir a
Mitrídates.
Tras el saqueo de Atenas la idea de la libertad griega desapareció
definitivamente, y el dominio romano fue universalmente aceptado. Aunque
nominalmente las ciudades griegas conservaron su autonomía, la soberanía romana
era incontestable. Durante las guerras civiles que marcaron el fin de la
República Romana, que sucesivamente enfrentaron a César con Pompeyo, a Octavio
y Marco Antonio contra los asesinos de César, y a Octavio y Marco Antonio entre
sí, Grecia se convirtió en el campo de batalla habitual, pero sin ningún tipo
de protagonismo propio, fuera del apoyo forzado a la facción que dominaba el
territorio en cada momento. Muy significativamente tanto Pompeyo como Junio
Bruto y Marco Antonio intentaron convertir Grecia en la plataforma desde la que
recuperar el poder en Italia, pero los tres fueron derrotados. El tiempo de
Grecia había pasado irremisiblemente.
El acontecimiento más importante de este periodo fue el
establecimiento, en el año 44, de una colonia de ciudadanos romanos en una
Corinto reconstruida. Esa colonia, al igual que otra establecida en Dime, fue
ocupada por veteranos de Cesar, licenciados tras su victoria sobre Pompeyo. La
reedificación de Corinto como ciudad romana marcó el inicio de la romanización
institucional de Grecia, visible en la cada vez más habitual concesión de los
derechos de ciudadanía romana a los miembros de las élites de las ciudades
griegas.
Este proceso fue completado por el heredero de César, Cayo Octavio
Turino, a partir del año 27 el emperador Augusto. En 22 Augusto transformó
Grecia en una nueva provincia romana, la Acaya, con capital en Corinto.
Paralelamente Augusto apoyó la renovación de las antiguas ligas nacionales. Se
revitalizaron así las confederaciones beocia, laconia, arcadia y aquea. Pero
estas nuevas ligas tuvieron un valor esencialmente simbólico. No tenían ningún
papel político, militar o institucional, fuera de una aparente unidad nacional,
sin valor real bajo el dominio imperial, y la recuperación de cultos y
costumbres tradicionales. Se convirtieron en poco más que mancomunidades
comarcales, cuyos cargos eran monopolizados por los propietarios locales, que
competían por un conjunto de honores –sacerdocios, cargos políticos menores,
embajadas, etc.–, sin ningún tipo de poder efectivo más allá de una
administración estrictamente local. Además Augusto tuvo la prudencia de no
incluir en esas federaciones renovadas a las ciudades más importantes, como
Corinto o Esparta, que permanecieron autónomas. La nueva Liga Aquea quedaba
restringida a las ciudades del norte del Peloponeso, con capital en Patrás, que
recibió el estatus privilegiado de colonia romana en el año 14.
Paulatinamente Grecia fue romanizándose institucionalmente. Se
mantenía el orgullo de superioridad cultural, comprensible si pensamos que los
grandes avances científicos, artísticos, literarios o filosóficos de la época
seguían siendo obra de griegos, patrocinados o no por las autoridades romanas.
No debemos olvidar que lo que llamamos civilización romana no es más que la
evolución de la cultura helenística bajo una pátina institucional romana.
Quizás ese sea el destino reservado a la civilización europea. Los helenos
seguían sintiéndose el centro cultural del mundo conocido, por más que la
situación económica de sus centros urbanos tradicionales seguía siendo desastrosa,
la actividad política de las ciudades pasaba por la sumisión a la autoridad
romana, y Grecia había quedado definitivamente fuera de los grandes ejes
políticos, económicos o culturales de la época, centrados en ese momento en
Roma y en las grandes ciudades del oriente helenístico –Éfeso, Antioquía,
Alejandría...–. Las ciudades griegas perdieron su vitalidad, transformándose
lentamente en centros provincianos con una esfera de acción meramente local.
Pero el embrujo del pasado griego se mantenía. El emperador Nerón,
seducido por los ideales educativos y culturales de la Grecia clásica, intentó,
de una forma desmañada, recuperarlos como base para la nueva Roma que trató de
modelar durante su reinado. Él mismo se dedicó con tesón a la música, uno de los
pilares de la educación griega, y llegó a considerarse al nivel de los
profesionales de la época. En 66 d. de C. emprendió un viaje a Grecia, para
participar en los grandes juegos de Olimpia, Delfos y Corinto –que se
celebraron fuera de fecha en su honor–, como citaredo, cantor, e incluso
auriga, ante el estupor y regodeo de los espectadores griegos, y la censura y
burla de los círculos más conservadores de Roma. Como resultado de esa
admiración sin límites por lo griego, al final de su viaje proclamó en el
estadio de Corinto la libertad de Grecia –copiando conscientemente el modelo de
Quincio Flaminio–, y devolvió a las ciudades la autonomía que habían perdido
con la creación de la provincia de Acaya bajo Augusto.
La víspera de su partida
galardonó a toda la provincia con la libertad, y a los jueces [de los
certámenes en los que había participado]
con la ciudadanía romana y una buena suma de dinero. Y él mismo anunció estas
recompensas de viva voz, desde el centro del estadio, el día de los juegos
Ístmicos. Suetonio Nerón 24. 2
Formalmente libres de la tutela romana las ciudades griegas
reanudaron entonces los enfrentamientos y rivalidades internas que habían
socavado, en los siglos anteriores, la independencia de Grecia, sumiendo en
poco tiempo al país en una auténtica guerra civil. La intervención de la
autoridad imperial resultó inevitable.
Vespasiano ordenó que
volvieran a pagar tributo y estuvieran sujetas a un gobernador romano, diciendo
que los griegos habían olvidado cómo vivir en libertad. Pausanías, Acaya 17. 4
Desde entonces Grecia quedó definitivamente inserta en el estado
imperial romano, renovado luego por el bizantino y el otomano, y la idea
nacional griega se diluyó en una imagen idealizada de su heroico pasado, hasta
su renovación con el desarrollo del nacionalismo griego anti turco, que dio
lugar a la Grecia moderna, a principios del siglo XIX.
¿Es éste el destino de Europa? No. Nuestro futuro depende de
nuestras acciones, no de nuestro pasado. Pero éste nos marca líneas de
tendencia que debemos tener en cuenta. Durante el último siglo los europeos se
han enfrentado a dos grandes totalitarismos ante los que se ha mostrado incapaz
de defenderse. Ahora, un nuevo poder, el estadounidense, se impone sobre
nosotros, con la diferencia esencial de que defiende un modelo de sociedad
occidental semejante al nuestro y no se muestra interesado en imponer por la
fuerza unos valores o modelos culturales específicos. Estados Unidos tiene,
desde nuestro punto de vista, sus fallas e imperfecciones, pero tras medio
siglo de predominio militar y económico en Europa occidental debemos reconocer
que las naciones europeas han evolucionado internamente con total autonomía, y
que los estadounidenses no han intervenido en la conformación de nuestras
sociedades y modelos de pensamiento.
Lo que nos lleva a la misma pregunta que se hizo Aristeno de
Megalópolis a principios del siglo II antes de Cristo. Si somos capaces de
resistir hagámoslo, pero si no lo somos, ¿porqué habríamos de hacerlo? El mundo
griego terminó integrándose en las instituciones romanas, dando lugar a lo que
universalmente se considera uno de los momentos culminantes de la historia de
la Humanidad. En nuestros días, la civilización europea occidental, con sus
principios esenciales de igualdad, libertad de conciencia, participación
política, libertad económica, se ve amenazada por la autocracia nacionalista
rusa o china, por el fundamentalismo islamista o por el populismo
hispanoamericano. Quizás haya llegado el momento de plantearnos una colaboración
aun más estrecha con los Estados Unidos, aceptando una posición subordinada
que, por otra parte, ya se estableció en una crisis todavía más grave, la
Segunda Guerra Mundial, como forma de atajar en el camino que nos conduce a un
mundo global más justo, más libre y más próspero. Vale.
No hay comentarios:
Publicar un comentario