Al final
también Evaristo Breccia, tras tomar nota de los resultados de sus
excavaciones, tuvo que rendirse. No había nada en la zona de la mezquita de
Nabi Daniel, ni a nivel de los subterráneos ni en los alrededores, ni tampoco
en Kom el Dick que pudiera referirse a la ciudad ptolemaica y, por
consiguiente, el capítulo para él estaba cerrado. Es posible que también en
aquella zona, a diferentes niveles, se hubieran podido encontrar vestigios del
asentamiento helenístico, pero las dificultades de una empresa semejante
habrían sido insuperables. Lo cual no supuso que se archivara el caso Nabi
Daniel - Kom el Dick; es más, las investigaciones de diferente carácter y
de diferente grado de preparación prosiguieron igualmente. También la prensa
del sector, como Arqueología Viva,1 siguió avalando la ubicación
de la tumba de Alejandro en la mezquita de Nabi Daniel. Por otra parte, para
quien trabajaba en el campamento había llegado el momento de mirar a otra
parte, hacia el este, hacia el cruce entre la vía Canópica, o Ll, y la
principal transversal, la Rl, en el área que se extendía al pie del promontorio
de Lochias
que hubiera
tenido que contener el mnema, la instalación funeraria con la tumba de
Alejandro y la de los primeros Ptolomeos. Fue el sucesor de Breccia
en la dirección del
Museo Greco-romano, el arqueólogo Achule Adriani, el que se movió en esta dirección
y formuló una hipótesis que rompía decididamente con el pasado.
En el cementerio latino de
Alejandría (fig. 15), en la zona sudeste de la península del Lochias, se habían sacado a la luz, ya a principios del
siglo pasado, los restos de un edificio monumental de extraordinaria calidad y
aspecto imponente que posteriormente fueron olvidados por largo tiempo.
Evaristo Breccia los había registrado y sobre todo había descrito,
pero lamentablemente no los había fotografiado ni había hecho un dibujo de
ellos, así como de otros elementos que ahora ya no existen: un recinto muy
vasto, de tipo trapezoidal constituido por un muro de bloques de caliza, «de
varios metros de alto y de ancho»,2 la misma caliza, se supone, que
formaba la superficie de apoyo del monumento mismo. Además, faltan los que él
definió como «los restos de un naos» (es decir, ¿de un templete votivo?)
y del arquitrabe de una puerta que debía de ser la norte, de la que ahora no
queda ya nada.
Dónde han ido a parar estos
materiales nadie lo sabe, pero la cosa despierta no pocos interrogantes visto
que no es fácil demoler y luego transportar estructuras tan grandes y pesadas
sin que quede rastro de ellas. Lo único cierto es que su pérdida es inestimable
con miras a la formulación de una hipótesis quizá definitiva sobre la tumba de
Alejandro. Breccia, aunque la cosa parece muy extraña, no había tenido
nunca ni tiempo ni posibilidad, absorbido como estaba por una gran cantidad de
otros compromisos tanto administrativos como científicos, de ocuparse de ello.
En cambio, Achule Adriani se aplicó ya en los primeros años de su cargo a
restaurarlos y posteriormente a estudiarlos. Se trataba de cuatro bloques
monolíticos gigantescos de alabastro de un peso de varias toneladas que, una
vez reensamblados, constituyeron una estructura coherente y muy imponente (figs.
16, 17, 18, 19, 20, 21).
Básicamente los bloques formaban un
vano con una entrada con puerta en el lado sur y totalmente abierto hacia el
norte (debido a la desaparición del segundo arquitrabe). No cabe ninguna duda
respecto al hecho de que guardaban coherencia entre sí, porque el bloque que
formaba con él el techo estaba encajado en la parte interior con la parte
superior del marco de la puerta que continuaba en el bloque vertical inferior
en las dos jambas de la abertura. La parte superior del marco de tipo dórico
estaba marcada por un listel en ligero realce. En el interior, los bloques
estaban cuidadosamente pulimentados revelando maravillosas venas y dibujos de
manchas de vivos colores, desde el color marfil hasta el ocre y el rojizo, que
hoy se pueden ver muy bien humedeciendo la superficie con un poco de agua y que
en la Antigüedad debían de ser destacadas mediante un bruñido con cera. El
exterior de los bloques era en cambio totalmente tosco, en el sentido de
que no estaba ni
mínimamente desbastado y presentaba una superficie casi natural con visibles
abultamientos creados por la lenta filtración de las aguas y un color gris
claro. Los restos habían sido encontrados a escasa distancia de la necrópolis
de Shatby en el lado oriental de la ciudad, en un lugar que debía de encontrarse
antiguamente dentro de la zona de los palacios reales y de sus inmediaciones, y
con toda probabilidad debía de haber formado parte de una tumba. Por los
testimonios recogidos, Adriani, como ya hemos dicho, se dio cuenta de que
algunas partes del monumento habían sido destinadas a otros usos o
reutilizaciones no mejor especificadas. La misma suerte que le había tocado,
según la descripción que dejó de él Breccia,3 al «períbolo» trapezoidal. Y es curioso hacer notar
aquí que Breccia utilizaba, quizá inconscientemente, el mismo término
de Estrabón que definía el recinto sagrado de la tumba de Alejandro.
Una vez que Adriani hubo terminado
la restauración en 1936, resultó una cámara rectangular a la que le faltaba la
pared norte y con una puerta de paso en la pared sur que había sido también de
alabastro con goznes y marcos de bronce. Esta puerta daba casi con toda
seguridad a otro ambiente que Adriani supone era la cámara funeraria
propiamente dicha. Quedan en el suelo de caliza las sedes de los pernos como
prueba de ello. Breccia intuyó enseguida que se encontraba ante un monumento
funerario y pensó en el Nemeseion que César mandó construir durante su
turbulenta estadía alejandrina para enterrar en él la cabeza de Pompeyo, al
que Ptolomeo XIV había hecho matar a traición y decapitar. De hecho, observa Adriani,4
no existía ningún apoyo consistente para tal hipótesis, a no ser una vaga
coincidencia topográfica con la zona en la que se identificaba en aquel tiempo
el lugar que César elegiría para expresar su aflicción hacia quien había sido
su yerno y luego rival asesinado. Su gesto se interpretó entonces como una
manifestación de hipocresía, mientras que es posible que él notase un sincero
desagrado por la acción vil de un reyezuelo sin ninguna talla humana y
política contra un gran hombre y un gran romano. El concepto del parce
sepulto por el que la muerte interrumpía inmediatamente cualquier animosidad
para dejar paso a la pie tas estaba además profundamente arraigado en
la mentalidad de César, como había demostrado varias veces. Pero aquel
monumento parecía demasiado lujoso e importante para constituir solo la parte
de una capilla como tenía que ser el templete funerario erigido por César,
que, por si fuera poco, en aquella situación disponía de bastante poco tiempo.
Adriani tuvo una intuición
revolucionaria que expuso primero con cierta cautela y luego con mayor
convicción aduciendo una cantidad de indicios de carácter histórico,
documental, tipológico-arquitectónico y topográfico extremadamente
significativos y, en última instancia, convincentes. La señal más importante
era de carácter tipológico: la cámara había sido construida para ser cubierta
por un terraplén; de ese modo se explicaba la superficie externa completamente
tosca, aparte de lo enorme de los bloques, verdaderos pedruscos,
lo cual demostraba que
el terraplén superior debía de ser imponente.
En otras palabras, parecía tratarse de una tumba de
tipo macedonio.
Precisamente como la de Filipo en
Vergina, a la que se refiere el propio Adriani, no sin ciertas reservas sobre
la identidad de quien estaba enterrado en ella.5 Quien desde el
interior observa, a través de la puerta sur, la escalera que desciende del
nivel superior tiene la impresión de ver la escena que imaginó Lucano en su
poema, la de César que baja ansioso a la cámara subterránea para contemplar las
facciones de Alejandro. En la cámara debía de erguirse el extructus mons, es
decir, el túmulo, lo que explica lo resistente de la estructura que sustentaba
la cámara y lo enorme de los bloques.
De ser las cosas así, es mucho más
verosímil que la sepultura de Alejandro en el interior del mnema de
Ptolomeo IV Filopátor tuviera que ser, excluida la de Menfis, la primera y la
última. No se explicaría por qué motivo la supuesta primera tumba de Alejandro
en su ciudad tenía que ser de tipología monumental y, se supone, inspirada en
mausoleos como el de Halicarnaso, y la construida posteriormente en el mnema
de Ptolomeo IV Filopátor de tipología más antigua, por no decir
arcaica.
Adriani consideraba, por
consiguiente, que la estructura en alabastro del cementerio latino era el
vestíbulo que llevaba, a través de la segunda puerta que ahora falta, a una
cámara más interior, esto es, a la del
sarcófago, donde se
encontraba también la kline funeraria, como en la de Vergina.
Adriani, por otra parte, aducía un indicio de carácter
topográfico, a saber: la insistencia de la tumba de Alejandro en la necrópolis
real que estaba sin duda anexa al gran distrito de los palacios. En efecto, lo
que había guiado a tantos investigadores hasta llegar Breccia
a buscar en las
cercanías de la mezquita de Nabi Daniel eran elementos no determinantes: en
primer lugar, la afirmación de Zenobio,6 que ponía el sema en
mese te polei, lo que no quiere decir que deba tomarse al pie de la letra
en el sentido de «en el centro de la ciudad», sino simplemente en el sentido de
«en medio de la ciudad», no fuera donde normalmente estaban las necrópolis, y
luego la de Aquiles Tacio.7 La posición del cementerio latino,
además, no es tan periférica: si observamos las últimas reconstrucciones
ideales de la ciudad de Alejandría en época ptolemaica, a fin de cuentas está
bastante cerca del gran cruce. La descripción en Aquiles Tacio del «paseo» de
su héroe a partir de la Puerta Oriental no choca con una ubicación al sudeste
de la península de Lochias. Por lo que respecta al uso del material,
Bonacasa," con autorización de la Dirección del Museo Greco-romano, mandó
realizar cuidadosos análisis mineralógicos de un pequeño muestrario recogido
en el exterior de la tumba. La estructura y la composición química del material
fueron posteriormente comparadas con las de las canteras antiguas presentes
en el Egipto Medio, y en un primer momento se llegó a circunscribir la posible
procedencia de un grupo de canteras en la base del delta: Bosra,
Guiza, Wadi
Gerrawi, Wadi Sannur, Sheikh Said y Zawiet Sultan, para concluir que los grandes bloques de la tumba
probablemente podrían haber salido de esta última. El alabastro está, en
cualquier caso, presente en casi todo el curso del Nilo y a menudo puede verse
en la superficie en forma de hermosísimos cantos rodados de todos los
colores, desde el marfil hasta el ocre pasando por el rojizo, como, por
ejemplo, en la zona de Dashur.
No asombra, por tanto, que Ptolomeo XI
utilizara este material
tan hermoso y abundante para realizar el segundo sarcófago de Alejandro después
de haberse apoderado del primero de oro macizo, y no se puede excluir que se
decantara por esta opción dado que el resto de la tumba estaba ya construido en
este precioso material.
En una situación general tan
compleja, el problema no puede decirse que está ciertamente resuelto. Para alguno
está demasiado al sur y hay quien considera aún posible encontrar en otra parte
la tumba de Alejandro y quizá su cuerpo. Una de estas hipótesis en particular
es efectivamente impresionante, por audaz, y si queremos concluir una
panorámica del estado de la búsqueda y de los resultados conseguidos conviene
agotar, dentro de los límites que nos hemos propuesto, el tema.
1.
Damiano Appia, 1994, p. 40.
2.
Breccia, 1922, p. 102 .Véase también la bibliografía posterior en
Adriani, 2000, p. 43, nota 35.
3.
Breccia, 1908, p. 230. Compara la cita textual de su descripción en
Bonacasa-Miná, Appendice I.
4. Adriani, 2000, p. 43.
5. Adriani, 2000, p. 48: «la cámara funeraria [...]
atribuida hipotéticamente a Filipo II».
6.
Zenobio, Proverbios, III, 94.
7. Aquiles Tacio, V, 3, describe a su protagonista que llega al «lugar
que lleva el nombre de Alejandro después de haber recorrido unos pocos
estadios desde la Puerta del Sol», oligoous
de ths polews stadious proelqwn, hlqon eis ton epwnumon Alexandrou topon...
8. Bonacasa-Miná, Appendice III
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