EL ORIGEN DEL ALFABETO
En el siglo vüi a.C., en algún lugar del Egeo se produjo un hecho
revolucionario. A alguien, quizá un comerciante de gran iniciativa que tenía
tratos con mercaderes del Levante, se le ocurrió una feliz idea. ¿Por qué no
adaptar los 22 signos del abyad1 fenicio para representar los sonidos de su
propio idioma? Pero no podía hacerlo de forma automática. En el consonantario
fenicio había signos para sonidos que no existían en griego, así que
aparentemente sobraban. Por otra parte, en las lenguas semíticas como el propio
fenicio, el hebreo o el arameo no era necesario escribir las vocales, pues
podían deducirse del contexto. Pero en las lenguas indoeuropeas, y en griego en
concreto, las vocales eran básicas, así que se necesitaba algún signo para
representarlas.
¿Qué hizo nuestro avispado comerciante? Tomó las letras fenicias que
le sobraban, como la aleto la yod, y se las asignó a las vocales del griego -en
este caso, a la «a» y la «i»-. Así se creó el primer alfabeto auténtico de la
historia, en el que cada fonema de la lengua griega se representaba con un
signo diferente.
Acabo de contar una versión muy abreviada sobre el origen del
alfabeto, pero las cosas no debieron de ser tan sencillas. Ni la fecha ni el
lugar de su creación están claras, aunque existe cierto consenso en que el
alfabeto empezó a extenderse por el mundo griego a partir del año 750.
En cuanto al creador, he hablado de un comerciante griego. ¿Por qué
no fenicio? Aquí nos traiciona nuestro punto de vista eurocentrista. Sin duda
había muchos navegantes y mercaderes semitas que conocían varios idiomas. Es
más natural pensar en un fenicio con conocimientos de escritura transcribiendo
lo que le dictaba un mercader griego, que no había escrito en su vida, y luego
enseñándole cómo lo había hecho. Pero, claro, los fenicios nunca han tenido tan
buena prensa como los griegos. ¿Hay profesor de fenicio en mi instituto? No.
Se puede objetar que los
fenicios no escribían las vocales y que, por tanto, no pudieron inventarlas.
Pero en los alfabetos semíticos de esta época -no sólo existía el
fenicio- se utilizaban cada vez más las llamadas matres lectionis. Estas
«madres de lectura» son signos que sirven de guía para señalar dónde está una
vocal. Los fenicios utilizaron como matres lectionis la alef la waw y la yod.
Las mismas letras que los griegos usaron para representar la «a», la «u» y la
«i». ¿Casualidad?
Los propios griegos reconocían su deuda con los fenicios, pues
llamaban a sus letras grámmata phoinikeía, o sea, «fenicias». Hay versiones
míticas en las que se atribuye su invención al fenicio Cadmo, que vino a Grecia
buscando a Europa, la princesa raptada por Zeus -la del toro fueraborda-, y que
acabó instalándose en Tebas.
En realidad, también se duda de si el alfabeto griego fue una
invención única, debida a un individuo concreto, o si se adaptó simultáneamente
en varios sitios.
No obstante, la hipótesis de un único creador es verosímil, ya que
existen otros ejemplos históricos. En el siglo iv d.C., el obispo Ulfilas
inventó el alfabeto gótico para traducir la Biblia a este idioma. En el ix, san
Cirilo creó el alfabeto cirílico para las lenguas eslavas. Por cierto, san
Cirilo era bizantino y se basó en su alfabeto, el griego, para inventarle uno a
un pueblo que no lo tenía. Exactamente el mismo favor que podría haber hecho
nuestro anónimo creador fenicio a los griegos de la Época Arcaica.
Al principio la escritura griega era torpe y vacilante. No es sólo
que muchos se torcieran, como los niños cuando se les quitan los renglones,
sino que ni siquiera tenían muy claro qué dirección seguir. Se empezó
escribiendo de derecha a izquierda, como los semitas, pero también en
bustrófedon, que significa «el camino del buey al arar». Del mismo modo que al
llegar al extremo del campo el agricultor y su buey daban la vuelta y araban un
nuevo surco en sentido contrario -actuar de otro modo habría sido una pérdida
de tiempo-, los primeros amanuenses llegaban al margen izquierdo de la página,
giraban las letras, escribían hasta el de recho, volvían a girarlas, seguían de
nuevo hasta el margen izquierdo... Leerlo debía de ser una juerga.
Evidentemente, los textos primitivos eran bastante breves.
LOS POEMAS DE HOMERO Y LA
ESCRITURA
En algún momento se creyó que Homero era autor de una serie de
Himnos en honor de los dioses, y también de la Batracomiomaquia (si lo han
leído de un tirón y sin trabucarse, enhorabuena), una parodia épica
protagonizada por ratones y ranas. Pero ni siquiera en la Antigüedad se tomaron
demasiado en serio estas atribuciones. De modo que nos conformaremos con hablar
de la Ilíada y la Odisea.
La primera de ambas obras es un poema de unos 15.600 versos,
divididos en 24 cantos. Su núcleo es la cólera de Aquiles, de la que ya hemos
hablado en el apartado dedicado a la Grecia micénica. En cuanto a la Odisea,
cuenta en unos 12.000 versos el azaroso regreso a su casa del héroe Ulises
-variante latinizada del nombre original Odiseo- tras la guerra de Troya.
Recomiendo a quienes no conozcan la obra homérica que empiecen por
la Odisea. En griego su estilo no posee la tensión dramática de la Ilíada, pero
su estructura es superior, con recursos narrativos que parecen propios de una
novela moderna. Por ejemplo, las célebres aventuras de Ulises con Polifemo, con
las Sirenas o con la maga Circe, que convertía a los hombres en cerdos -sí, sé
que hay mujeres que opinan que los hombres ya somos unos cerdos de entrada- se
nos cuentan en flashback y en primera persona. A Ulises tardamos varios
capítulos en encontrarlo, pero al oír hablar a diversos personajes sobre él,
cada uno con su propio punto de vista, nuestra curiosidad por conocerlo va
creciendo.Y el desenlace, la lucha contra los pretendientes, es espectacular,
aunque no apto para estómagos delicados. (Hay una escena espeluznante en la que
al traidor Melantio le cortan la nariz, las orejas y los genitales, y se los
tiran a los perros para que se los coman).
En la Antigüedad, estos poemas eran para los griegos como la Biblia
para algunos estadounidenses hoy: en ellos lo encontraban todo, y ya en la
Epoca Clásica se enseñaba a leer a los niños con ellos. Así, se podía afirmar
con razón que Homero era el educador de Grecia.
¿Qué se sabe de Homero?
Ciertas tradiciones contaban de él que era ciego, y en la isla de Quíos existía
una especie de gremio, el de los llamados «homéridas», que se decían
descendientes de él y se dedicaban a recitar sus poemas. Se tardaría al menos
veinticuatro horas en interpretar cada poema, pero no creo que esto fuera
demasiado problema en una época sin televisión ni otros entretenimientos. Del
mismo modo que nos plantamos ante la tele a cierta hora para ver nuestra serie
favorita, los antiguos griegos se sentarían en el ágora de su ciudad delante de
un rapsoda o un aedo para escuchar el tercer o cuarto episodio de las aventuras
de Ulises.
Existe cierto consenso para fechar los poemas a mediados del siglo
viii, entre el año 750 y, como muy tarde, el 700. Como se trata de la misma
época en que se empezó a difundir el alfabeto, se ha llegado a la siguiente
solución de compromiso: los poemas homéricos se compusieron de forma oral, pero
con el apoyo de la escritura.
¿Qué quiere decir esto? Que se compusieron oralmente es algo que
admite poca discusión. Los poemas están llenos de repeticiones a todos los
niveles, un recurso típico de la poesía oral, pues favorece la memorización
primero y la reproducción después. Tenemos, por ejemplo, los epítetos
constantes para los personajes divinos o humanos: «Aquiles el de los pies
ligeros», «Zeus el amontonador de nubes», «Atenea la de ojos de lechuza», etc.
Sin entrar en la función métrica, es evidente que cuando el rapsoda soltaba una
retahíla de éstas conseguía algo de tiempo para pensar en el verso siguiente. A
menudo las repeticiones afectan a varios versos. Si Zeus le da a su hijo
Hermes, mensajero de los dioses, un largo recado para que se lo lleve a
alguien, no pensemos que Homero resume luego: «Y Hermes se lo dijo». No:
volvemos a escuchar el mismo mensaje, palabra por palabra.
Todo esto, como digo, es propio de la poesía oral. El americano
Milman Parry comprobó en los años treinta que los guslari, una especie de
rapsodas serbios, utilizaban los mismos trucos para componer e incluso
improvisar sus larguísimos poemas épicos, acompañados por un violín de una sola
cuerda (sospecho que para nuestros oídos no acostumbrados debía sonar como si
alguien pisara un gato).
Pero la Ilíada y la Odisea
siguen siendo obras muy largas y de estructura demasiado compleja como para
guardarlas todas en la memoria RAM del cerebro. Así que muchos estudiosos creen
que Homero necesitó el apoyo de la escritura a modo de disco duro. O bien él
mismo escribía sus versos después de componerlos o se los dictaba a alguien.
Ahora bien, ya he dicho que los primeros textos escritos demuestran
cierta torpeza técnica, y además son siempre muy breves. En aquella época se
utilizaba la llamada scriptio continua: no había comas ni puntos ni separación
entre palabras. No por ponerle las cosas dificiles al lector, sino porque a
nadie se le había ocurrido la brillante idea de hacerlo de otro modo. Los
textos, más que leerse, se descifraban. De hecho, la palabra latina para «leer»
es lego, la misma que en griego significa «decir, hablar»: sabemos que los
antiguos leían en voz alta, y con cierto esfuerzo.
Resulta dificil de creer que allá por el año 700 se escribieran los
casi 16.000 versos de la Ilíada y los 12.000 de la Odisea. Con una escritura en
pañales de recién nacido, habría supuesto una labor titánica. ¿Y para qué?
Nadie habría sido capaz de leer aún un texto tan largo, y todavía no existían
talleres de copistas. Sin embargo, se sabe que siglo y medio después, hacia
540, Pisístrato ordenó que se hicieran copias unificadas y «oficiales» de los
poemas homéricos. Para el filólogo español Signes Codoñer, éste pudo ser el
momento en que se pusieron por escrito por primera vez y adquirieron la forma
que ahora conocemos. Los poemas homéricos representan una vasta corriente de
tiempo, que se extiende casi mil años. En ellos hay elementos genuinos de la
época micénica que ya debieron componerse en verso por aquel entonces, como el
«Catálogo de las naves». A ese núcleo original se le fue añadiendo más y más
material a lo largo de la Edad Oscura y a principios de la Edad Arcaica, y por
eso en la Ilíada y la Odisea conviven en alegre camaradería costumbres y
objetos de épocas diversas, como incineraciones y enterramientos, falanges y
carros de combate, o armas de hierro y armas de bronce. Es posible que hacia el
año 700 los poemas homéricos tuvieran una forma similar a la que conocemos
ahora, pero hasta su plasmación por escrito en la época de Pisístrato seguían
abiertos a las «aportaciones» de los rapsodas y aedos que seguían recitándolos.
Entonces, ¿qué pasa con Homero? ¿Existió o no existió? Me temo que
hubo muchos Homeros, desde la época micénica hasta la Atenas de Pisístrato.
Entre ellos, los principales, los de mayor talento, serían quienes
estructuraron el material épico para convertirlo en dos larguísimos relatos
unitarios, la Ilíada y la Odisea. Dicho esto, por comodidad seguiremos hablando
de «poemas homéricos» y de «Romero». ¿Para qué vamos a cambiarle el nombre si
no tenemos otro mejor?
Cerrando el capítulo de Homero
y de la escritura, aunque haya puesto en duda que el alfabeto sea obra
exclusiva de los griegos, lo que no se puede subestimar es la importancia de
esta creación. La escritura, una vez que se extendió por todo el mundo griego,
supuso una auténtica revolución intelectual.
Después de varios siglos de tradición oral, gracias al alfabeto por
fin había algo que quedaba grabado y no se transformaba. El relato que se
transmite sólo de forma oral, mientras no se está reproduciendo, permanece en
una especie de limbo, flotando entre las conexiones de las neuronas de aquellos
que lo conocen, pero sin llegar a concretarse. Es como si en los largos
intermedios entre las sesiones narrativas al calor de la lumbre, esa
información existiera sólo de forma virtual... y en el momento en que se
plasmaba de nuevo por boca de alguien era muy fácil que sufriese alteraciones.
Incluso los rígidos hexámetros de la poesía épica admitían improvisaciones o
cambios.
Sin embargo, un texto escrito puede permanecer escondido, enterrado
durante miles de años sin que nadie lo altere. Así, en el año 1890 apareció de
la nada en Egipto la Constitución de Atenas de Aristóteles, obra que había
estado perdida hasta entonces.
No es casual que, poco después de extenderse una escritura que ya no
es monopolio de una casta de escribas, apareciera en las ciudades jonias el
pensamiento crítico y racional. En la Antigüedad solía leerse en grupo,
principalmente por economía de tiempo y dinero: las copias eran muy caras, y ya
que alguien se tomaba la molestia de leer en voz alta, era lógico que otras
personas se aprovecharan de su esfuerzo. Pero, aun así, y a diferencia de la
tradición oral, la escritura permitía encerrarse a solas con la información que
transmitía. En esa soledad el pensamiento podía convertirse en individual y
volar con libertad, sin las trabas de la tradición establecida. No es exagerado
decir que la escritura permitió el nacimiento de la ciencia, la filosofia e
incluso la democracia.
LAAPARICIÓN DE LA MONEDA
Otra de las grandes innovaciones de la Época Arcaica es la acuñación
de moneda. Creada hacia el año 600, su uso se extendió durante las siguientes
décadas por todo el mundo griego. En aquel tiempo se estaban alcanzando de
nuevo los niveles de prosperidad a los que se había llegado en la casi olvidada
época micénica.
Según la tradición, las primeras monedas se acuñaron en Lidia. Dicho
reino estaba situado en la zona occidental de Asia Menor, limitado al oeste por
las ciudades griegas de la costa y al este por Frigia. A los lidios se les
atribuía una gran riqueza, y con razón. El río Pactolo, afluente del que
atravesaba Sardes, la capital de Lidia, arrastraba entre sus arenas pepitas de
electro,' una aleación natural de oro y plata. El mito explicaba la razón de
esta riqueza natural: en el vecino país de Frigia gobernaba el codicioso rey
Midas. Por ciertos servicios prestados, Dioniso le prometió otorgarle el don
que quisiera, algo que siempre da mal resultado en mitos y cuentos. Midas pidió
que todo aquello que tocase se convirtiera en oro. Como es bien sabido, no
tardó en arrepentirse, pues descubrió que el oro no se puede comer. (Algunos
restaurantes ofrecen platos decorados con minúsculas láminas de oro, pero me
temo que es poco alimenticio. Excepto para el dueño del local, claro).Tratando
de purificarse, Midas se lavó en las aguas del río Pactolo, que desde entonces
quedaron cargadas de oro.
Esta vez, la arqueología da la razón a la tradición. No me refiero a
la proverbial historia del rey Midas, por supuesto, sino a que se han
encontrado monedas lidias fabricadas en torno al año 600. ¿Por qué motivo se
acuñaron? Los metales preciosos llevaban usándose mucho tiempo como bien de
intercambio o de almacenamiento de riquezas. Pero cuando el rey lidio Giges
ordenaba troquelar las imágenes de un toro y un león sobre un disco de electro
o de oro quería decir algo así como: «No hace falta que le deis un bocado a
esta moneda para ver si se dobla ni que la frotéis contra una piedra de toque.
Mi sello y mi autoridad garantizan que es auténtica».
¿Para qué querría un rey fabricar tantos pequeños trozos de oro
exactamente del mismo peso? No para grandes transacciones: de haber querido
hacer un solo pago por, supongamos, una entrega de marfil procedente de Egipto,
le habría sido más cómodo hacerlo en lingotes de varios kilos. Pero ¿y si tenía
que hacer muchos pagos a la vez y asegurarse de que todos los que le habían
prestado servicios recibían la misma cantidad, y en un material que fuese
pequeño y fácil de transportar? Además, como hemos dicho, se trataba de una
paga garantizada: esos trabajadores no eran cualquier cosa y podían tomarse muy
a mal que alguien intentara timarlos. Estamos hablando de mercenarios.
Sabemos que había mercenarios
en Asia Menor desde mucho antes de la aparición de la moneda: en la primera
mitad del siglo vii el poeta Arquíloco ya se ganaba el pan con su lanza, como
él mismo afirma en uno de su poemas. Si hubiera vivido un poco más tarde,
seguro que le habría dedicado unos versos ingeniosos al brillo ambarino del
electro.
No debía de ser fácil convencer a los mercenarios de que el electro
era de ley, pues muchas monedas primitivas presentan perforaciones de punzón
practicadas para examinar el material de su interior. No obstante, aquel nuevo
invento tuvo éxito y se extendió primero a las ciudades jonias de Asia Menor.
Las primeras monedas griegas eran normalmente de plata. El oro era un lujo que
no todas las ciudades se podían permitir, salvo algunas excepciones, como
Mitilene, la principal ciudad de la isla de Lesbos, o Focea.
Allá por el año 550, varias ciudades griegas del continente imitaron
el ejemplo de los lidios y acuñaron su propia moneda.Así lo hizo Corinto, polis
que había logrado prosperar gracias a su situación estratégica: todo viajero
que quisiera entrar en el Peloponeso o salir de él debía atravesar territorio
de Corinto, y la ciudad disponía además de puertos en ambos lados del istmo. También
la isla de Egina, rival comercial de Atenas, acuñó su propio dinero.
En Atenas, a finales del siglo vi se empezaron a acuñar monedas en
las que aparecía representada el ave asociada a la diosa Atenea: la lechuza,
que le dio su nombre también a la moneda. Junto a ella, grababan las iniciales
AOE por Athenai, el nombre de la ciudad (debería ser AOH, con la letra «eta»,
que representa una «e» larga, pero todavía no se diferenciaban en la escritura
la breve de la larga).
EL SISTEMA MONETARIO ATENIENSE
En realidad, el sistema de monedas era equivalente al de pesos,
reglamentado, según la tradición, por el sabio Solón.
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El término óbolo se refería a un espetón de bronce o de cobre, pues
originalmente se utilizaban brochetas como bien de intercambio. La mina y el
talento se utilizaban más como unidades de cálculo, aunque también podían
fundirse lingotes de plata de ese peso y, en ocasiones, estamparlos con un
sello.
Es muy dificil calcular el poder adquisitivo de estas monedas comparándolo
con el que podrían tener hoy. Pero, básicamente, una dracma suponía el salario
diario de un artesano especializado.
En cierto modo, la moneda, como la escritura, influyó en el
desarrollo de la democracia. El dinero facilitaba la acumulación de riquezas
para aquellos cuyos ingresos no dependían de la tierra, es decir, la clase de
mercaderes y artesanos prósperos que le disputaban el poder a la aristocracia
terrateniente y tradicional. Más adelante, durante la segunda mitad del siglo v
y todo el siglo iv, la moneda suponía una forma cómoda de pagar a los
ciudadanos humildes -a todos, en realidad, pero los pobres eran los que más se
beneficiaban- por formar parte de los jurados populares, por asistir a la
asamblea o por participar de alguna otra forma en el gobierno de la ciudad.
EL ORIGEN DEL PENSAMIENTO CIENTÍFICO
Los grandes logros de la ciencia griega no llegarían hasta la Época
Helenística, pero las semillas de lo que algunos autores han denominado la
«revolución científica» de los griegos se sembraron en siglos anteriores, du
rante la Época Arcaica. Curiosamente, estas semillas aparecieron en las
márgenes del mundo griego, primero en Asia Menor y después en Italia.
Oficialmente, el primer
filósofo es Tales de Mileto, a quien le corresponde el honor de aparecer en
todas las listas de los Siete Sabios. No podemos contar nada demasiado fiable
de él, como tampoco de los demás filósofos de estos tiempos. Las fuentes para
estos primeros científicos son normalmente otros autores muy posteriores, como el
biógrafo, o más bien anecdotista, Diógenes Laercio. De las obras de los
pensadores sólo conservamos fragmentos, tan breves y dispersos que en muchas
ocasiones resultan muy dificiles de interpretar.
Tales «floreció»3 en Mileto, la ciudad más boyante de Jonia, una
polis cuya tradición griega venía ya de muy antiguo: en los textos hititas
aparece mencionada como Milawanda, una posesión de los micénicos. Durante la
Época Arcaica, Mileto prosperó como otras ciudades jonias gracias al comercio y
a la navegación, y se convirtió en lo que ahora, y ruego se me perdone el
tópico, podríamos llamar «crisol de culturas». Como ya he señalado en otro
pasaje, durante estos años la influencia de Oriente en Grecia fue enorme, algo
que se aprecia especialmente en las artes plásticas.
Tales, como los demás pioneros de la ciencia griega, se apartó de la
simple explicación mítica del mundo para buscar la arkhé. Esta arkhé era a la
vez la materia prima del universo y la fuerza rectora que lo domina, el
principio de todas las cosas: algo similar a la partícula única que los fisicos
llevan buscando desde principios del siglo xx, o a la superfuerza que se espera
que algún día unifique las cuatro fuerzas fundamentales de la fisica.
Pero arkhé también significa «origen». Tales y los demás pensadores
querían comprender de dónde viene el universo que nos rodea, de dónde
procedemos nosotros los humanos y cómo nos relacionamos con el resto de la
realidad. ¿Dónde encontró Tales la arkhé y qué tiene que ver con Oriente? Las
llamadas civilizaciones hidráulicas basaban su prosperidad en los grandes ríos,
el Tigris y el Éufrates en Mesopotamia, y el Nilo en Egipto. Tales, influido
tal vez por ellas, o llevado por su pura lógica, pensó que el agua era la
arkhé. Los demás estados de la materia no serían sino transformaciones del
agua, lo cual tiene cierta lógica: es fácil comprobar que el agua puede
adquirir el estado sólido y el gaseoso. Se trataba de una materia plástica y
versátil, imprescindible para la vida de plan tas y animales, y además llenaba
todo el horizonte que contemplaba Tales cuando se asomaba al oeste y veía las
aguas del Egeo. ¿Qué mejor candidato?
Su discípulo Anaximandro, que
floreció en torno al año 570, siguió los pasos de su maestro Tales, pero llevó
un paso más lejos la abstracción y llamó a la arkhé del universo tó ápeiron,
«lo indeterminado». Es como decir que la materia prima de la cerámica es el
barro amorfo, que tiene la posibilidad de convertirse en formas concretas bajo
la mano del alfarero. Fue Anaximandro el primero en componer un tratado en
prosa titulado Acerca de la naturaleza, y también dibujó un mapa de las tierras
conocidas. Este pensador se imaginaba la Tierra como un cilindro aplanado, una
especie de tarta gruesa en cuya parte superior nos encontramos nosotros como
muñequitos de boda. Pero en vez de afirmar que dicho cilindro se sostenía sobre
el lomo de una tortuga gigante o algo similar, intentó racionalizar, buscar
causas internas y coherentes que no necesitasen recurrir a fuerzas ni
divinidades externas a la naturaleza.
Anaxímenes, discípulo a su vez de Anaximandro, volvió a concretar
más la arkhé al postular que el elemento primario era el aire. Es un poco más
complicado defender que el aire puede convertirse en objetos sólidos, pues los
griegos no disponían de temperaturas ni presiones para solidificar gases, pero
Anaxímenes lo hizo. Agua, ápeiron, aire: así nos aprendíamos la lista
estudiando filosofia en bachillerato, y así se sigue haciendo.
Hemos hablado de maestros y discípulos, y se suele agrupar a estos
tres pensadores en la llamada escuela milesia. Seguramente se conocieron, pues
por cosmopolita que fuera Mileto no hablamos de una urbe con millones de
habitantes como NuevaYork. Pero no debemos fiarnos mucho cuando los biógrafos
griegos nos hablan de este tipo de vínculos -maestro y discípulo, amigo y
enemigo, amante y amado-, sobre todo si son muy posteriores a los hechos que
narran, pues tienden a inventarse relaciones y además se centran casi
exclusivamente en las anécdotas.
Por ejemplo, se nos cuenta que Tales era el típico sabio despistado
que, por andar con la mirada puesta en el cielo para contemplar las estrellas,
se cayó en un pozo. La esclava que lo sacó de allí se burló de él preguntándole
para qué le servía ser tan inteligente si no sabía ni dónde pisaba; lo cual me
recuerda a un número genial de Faemino y Cansado sobre la muerte de un supuesto
Fary, fisico nuclear: «Tantos estudios y cruza la calle sin mirar. ¡Será
gili... !». Para desquitarse, Tales demostró las aplicaciones de la ciencia
estudiando las estrellas y deduciendo que iba a haber una buena cosecha de
aceitunas, por lo que invirtió parte de su fortuna en prensas de aceite y se
forró especulando. Por su parte, Anaximandro fue capaz de predecir un
terremoto. ¿Tendría un sismógrafo casero?
Se ve que en la Antigüedad la
gente les exigía a los científicos los mismos imposibles que ahora: predecir
sequías y terremotos mirando las constelaciones o vaya uno a saber cómo. En
cualquier caso, si cuento estas anécdotas es para demostrar lo poco fiables que
son las tradiciones sobre los primeros filósofos.
En la segunda mitad del siglo vi, tras la conquista persa, Jonia
entró en decadencia, algunos filósofos emigraron al oeste y esparcieron en
Italia y Sicilia las semillas del pensamiento. Fue el caso de Jenófanes de
Colofón, crítico de Homero y Hesíodo, que visitó la ciudad de Elea. Allí, en el
siglo v, escribió Parménides el poema filosófico sobre el ser que tantos
quebraderos de cabeza sigue dando a sus intérpretes. También Pitágoras emigró
desde Samos para instalarse en la ciudad italiana de Crotona, donde fundó su
secta. Durante un tiempo, el centro de gravedad de la filosofia se situó en
Italia. Después, ya en la Época Clásica, el auge de Atenas como centro cultural
(y económico, que primum vivere deinde philosopharí) atrajo a muchos
pensadores, incluidos los sabios profesionales conocidos como «sofistas».
Por aquel entonces, se habían ido separando ciertas tendencias en el
pensamiento griego. Algunos filósofos mezclaban rasgos de místicos y de
científicos, como Pitágoras, Parménides y Empédocles. Otros prosiguieron por la
vertiente puramente científica, como Anaxágoras, amigo personal de Pericles.Y
hubo quienes se centraron sobre todo en el estudio del hombre: es el caso de
Sócrates, quien confesaba que en su juventud se había dedicado a estudiar los
fenómenos fisicos y los astros, pero que en su madurez apenas salía fuera de
las murallas de Atenas porque nada le enseñaban los árboles ni las piedras en
el campo, sino los hombres en la ciudad. Todavía Platón y Aristóteles
combinaron los intereses científicos con los morales y metafísicos, pero
después de ellos los caminos se apartaron cada vez más.
Por desgracia, cuando se
estudia a los sabios griegos en nuestros planes de filosofía prácticamente se
deja de lado a los verdaderos sucesores de Tales, Anaximandro y Anaxímenes, es
decir, a los científicos de la Época Helenística. Así, se quedan fuera de los
manuales o, como mucho, se convierten en una mera nota a pie de página nombres
como Eratóstenes, Eudoxo, Hiparco, Aristarco (creador de la primera teoría
heliocéntrica), o incluso, el gran Arquímedes, un genio que merece un sitio de
honor al lado de Newton, Gauss, Darwin o Einstein. La separación artificial y
absurda entre las culturas humanística y científica tiene buena parte de culpa
de ello. Es esa misma separación por la que mucha gente con una gran formación
en lo que se consideran «letras» presume casi con orgullo de su ignorancia
científica.
Esta actitud habría extrañado a los primeros pensadores de Mileto.
No hablaban latín, pero estoy seguro de que habrían dicho algo parecido a aquel
verso de Terencio que cité al principio de este libro: Homo sum, humani nil a
me alienum puto. «Hombre soy, y nada de lo humano me es ajeno».
' También escrito abjad. Término que se refiere
a un consonantario, una especie de alfabeto en que sólo se escriben las
consonantes.
2 El mismo nombre de élektron le daban los
griegos al ámbar, de donde, por la propiedad que tiene de magnetizar pequeños
materiales, proviene el término «electricidad». El ámbar y el electro tenían en
común el brillo entre amarillento y rojizo -parece que el electro usado en
Lidia tenía parte de que es dificil saber si el ámbar le prestó el nombre a la
aleación o viceversa. Probablemente ambos provengan de la raíz *(h)él-, la
misma que la de hélios, «sol». Observando el brillo del sol cuando se acerca el
crepúsculo puede comprenderse la razón.
s Para situar cronológicamente a estos primeros
filósofos se suele utilizar el término latino floruit, «floreció», o el griego
akmé (no, no se trata de la fábrica que suministra productos al Coyote para que
acabe con el Correcaminos). Ese florecimiento o plenitud lo atribuían los
antiguos a los cuarenta años, y nos sirve de eje para situar en el tiempo a
estos personajes.
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