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INDEPENDENCIA O SUMISIÓN
En ese momento, el verano de 218, el fracaso de los intentos de
Filipo V por lograr la sumisión de los eleos, dio lugar un confuso episodio. El
canciller Apeles acusó a Arato de haber aconsejado en secreto a los eleos
rechazar la paz, por su resentimiento con los macedonios por la pérdida de su
posición política y para obstaculizar el desarrollo del poderío macedonio en el
Peloponeso. Eso parece plausible. Ya vimos algo parecido cuando en 226-225
Arato maniobró para impedir cualquier acuerdo entre la Liga Aquea y el
victorioso Cleómenes de Esparta. Como entonces, Arato perseguía el doble
objetivo de impedir que la hegemonía del Peloponeso llegara a manos de un poder
externo a la Liga y de salvaguardar su propia situación de liderazgo personal
en un momento delicado. Pero Arato consiguió convencer a Filipo de su inocencia
en esas maniobras. Algo se nos escapa en las brumas del pasado. Quizás un
desacuerdo entre Filipo y su mentor Apeles, -en ese momento la figura
prominente en el gobierno macedonio- sobre la política a seguir con los aqueos.
Quizás el rey no viera con buenos ojos una estrategia que le enfrentaba con un
aliado sólido, que podía convertirse en un instrumento clave para consolidar la
hegemonía sobre Grecia. Fueron los primeros pasos del acercamiento político y
personal entre el joven rey, en un momento de exaltación tras una campaña
victoriosa, y el veterano y prestigioso estadista, con más de treinta años de
experiencia política.
El motivo para la reconciliación fue la falta de recursos del rey
para continuar sus campañas. La asamblea aquea, reunida en Egio para votar esos
subsidios, se mostró remisa a aprobarlos. Se mantenía la división interna,
nacida el año anterior, pero ahora eran Arato y sus aliados megapolitanos los
que dirigían la oposición, que el estratego Epérato se mostró incapaz de
superar. Pero Filipo encontró pronto la llave del problema.
Convenció a los magistrados
de que trasladasen la asamblea a Sición. Convocó a los dos Aratos, al padre y
al hijo, a una entrevista secreta, e inculpó a Apeles de todo lo sucedido. Les
rogó que perseveraran en su política inicial, a lo que ellos se prestaron con
agrado. Entonces Filipo se dirigió a los aqueos y, con la colaboración de los
dos jefes citados, logró todo lo que necesitaba para sus designios. En efecto:
los aqueos le entregaron inmediatamente cincuenta talentos para el inicio de la
campaña, decretaron abonar a las tropas el sueldo de tres meses y añadir,
además, diez mil medimnos de trigo. Además, durante el tiempo en que hiciera la
guerra conjuntamente con ellos en el Peloponeso, cobraría de los aqueos
diecisiete talentos mensuales. Polibio, 5. 1
Desde entonces Arato se convirtió en el principal consejero
político y militar de Filipo, y Apeles tuvo que retirarse del Peloponeso,
aunque conservando la confianza del rey, que le encargó de la regencia durante
el tiempo que permaneciera en campaña. Desde Calcis, donde estableció su sede,
Apeles prosiguió sus intrigas contra Arato, y continuó maniobrando para
aumentar su influencia entre los oficiales del ejército macedonio. Pero Arato
había recuperado el control político sobre los asuntos peloponesios.
Justo en ese momento Filipo decidió cambiar su estrategia militar,
sin duda por indicación de Arato. En vez de centrarse en las operaciones en el
Peloponeso, como había defendido Apeles, armó una flota, dispuesto a atacar en
su territorio a los etolios. Tras una acción fracasada en la isla de Cefalenia,
y a pesar de las presiones de los partidarios de Apeles en la corte y de los mesenios,
acosados por Esparta, Filipo trasladó su ejército a las costas etolias. Arato
había cumplido con su objetivo de alejar a los macedonios del Peloponeso. Los
etolios, cuyo ejército estaba combatiendo en Tesalia, fueron tomados por
sorpresa, y Filipo pudo alcanzar sin dificultades el centro político-religioso
de la Liga Etolia, el santuario de Termo, y saquearlo. Los etolios
reorganizaron apresuradamente sus tropas, pero Filipo pudo retirarse a la costa
sin dificultades, con un valioso botín.
Los partidarios macedonios de Apeles, amenazados por la creciente
influencia de Arato sobre el joven rey, intentaron reaccionar, y organizaron un
atentado contra él, que fracasó. Desde entonces el rey Filipo comenzó a
desconfiar de Apeles, y a estrechar su relación con Arato. Sin embargo, la
posición del aqueo, en medio de una corte macedonia hostil, seguía siendo muy
insegura. En el Peloponeso la posición de la Liga Aquea continuaba siendo
delicada, acosada por eleos y espartanos. Pero Filipo volvió a mostrar su
enérgica dirección militar. En sólo siete días trasladó su ejército desde la
costa etolia a la frontera de Esparta, sorprendiendo a enemigos y aliados.
Merodeó sin oposición todo el territorio espartano, y terminó por establecer su
campamento a la vista de la propia capital. Rechazados sin dificultades los
intentos del tirano Licurgo por desalojarle de sus posiciones, salió de
Lacedemonia tras demostrar su total superioridad militar.
218. La campaña de Filipo de Macedonia
Después de saquear sin
dificultades los principales territorios enemigos, Élide, Etolia y Esparta, el
prestigio de Filipo como líder militar creció, y pudo mirar con confianza al
futuro. En esos días, descansando en Corinto, recibió embajadores de Rodas y
Quíos, estados neutrales que, posiblemente por sugerencia de los etolios,
solicitaban el final de la guerra. Filipo contestó con evasivas, dando a
entender que estaba interesado en un acuerdo. Es obvio que veía la posibilidad
de obtener ventajas de las campañas del año que estaba terminando. Pero Filipo
tuvo que enfrentarse a una crisis interna inesperada. En el núcleo de su
ejército algunos altos oficiales, partidarios del canciller Apeles, y muy
posiblemente contrarios a la paz con los etolios y al papel de Arato junto al
rey, excitaron a sus soldados por la cuestión del reparto del botín, y lograron
que se amotinaran. A duras penas Filipo pudo apaciguar la protesta, puesto que
la asamblea del ejército macedonio tenía tradicionalmente la capacidad de
enfrentarse de igual a igual con el poder real. En esas circunstancias Apeles,
confiado en la fidelidad de algunos comandantes del ejército, decidió jugar sus
últimas cartas, y se presentó en el campamento con la intención de recuperar su
influencia, imponiendo su tutela al rey, al que consideraba un joven inexperto.
Pero se encontró con un cruel desengaño.
Apeles, ignorante de lo que
se pensaba acerca de él y persuadido de que si se entrevistaba con Filipo, lo
ordenaría todo según su parecer, corrió desde Calcis en ayuda de Leoncio. Cuando
hubo llegado a Corinto, Leoncio, Ptolomeo y Megaleas, jefes de los peltastas y
de los demás cuerpos más destacados, pusieron gran empeño en estimular a los
jóvenes para que le tributaran un gran recibimiento. Tras una recepción
teatral, debida al gran número de oficiales y soldados que le salieron al
encuentro, Apeles, así que llegó, se personó en la estancia regia. Iba ya a
penetrar en ella según una costumbre inveterada, pero un ujier, que cumplía
órdenes, le impidió el paso, afirmando que el rey estaba ocupado. Apeles no
esperaba esto, que le confundió y desconcertó largo rato; al final se volvió y
se fue. Y los demás le dejaron al instante sin ninguna clase de disimulo, de
manera que acabó por retirarse a sus aposentos, acompañado sólo de sus servidores.
Polibio, 5. 26.
Tras varios años de campañas, la posición del rey en el ejército
macedonio era incontestable. Rey-soldado a la manera tradicional, enérgica y
victoriosa, los soldados no podían dudar respecto a quién era su líder, a quién
debían fidelidad. Filipo, al desairar a Apeles y sus partidarios, los dejó sin
armas. Era impensable un ataque directo al monarca, que sería universalmente
rechazado por las tropas. Apeles descubrió, demasiado tarde, que toda
posibilidad de participar en el poder pasaba por conseguir la confianza de su
joven soberano. No es difícil pensar en la figura de Arato, excitando la
vanidad del rey ante las opiniones de que era demasiado joven e inexperto. Los
partidarios de Apeles huyeron en desbandada. Filipo decidió entonces que era el
momento de acabar con los que ya consideraba unos traidores que intentaban
mediatizar su poder, y ordenó la ejecución de los oficiales responsables de los
motines de Corinto. El resto de los conjurados con Apeles huyó o se suicidó.
Por último, ordenó la ejecución del propio Apeles y de su hijo. Con su muerte
desapareció definitivamente cualquier idea de tutelar al rey Filipo, que tomó
para sí todos los resortes del poder macedonio.
Una consecuencia imprevista de estos acontecimientos fue el fracaso
de las conversaciones de paz con los etolios, a pesar de los esfuerzos de los
embajadores rodios y quiotas. La Liga Etolia confiaba en que la crisis interna
conduciría a una situación de inestabilidad en el reino de Macedonia. También
ellos subestimaron el poder de Filipo. El invierno se iniciaba y las campañas
militares se paralizaron. Filipo se trasladó a Macedonia tras asegurar a sus
aliados, sobre todo a los aqueos, que la guerra continuaría el año siguiente,
en 217. La situación en el interior de la Liga Aquea continuaba entretanto
siendo extremadamente delicada. Epérato de Farea, el estratego aqueo, se mostró
como un general incompetente. Durante el verano fue incapaz de proteger las
ciudades del norte que le habían elegido, y los eleos, con el apoyo etolio,
llegaron incluso a ocupar el monte Panaqueo, donde se levantaba el santuario
federal dedicado a Zeus. Las ciudades del norte se desmoralizaron, y acudieron
de nuevo a la rebelión pasiva, negándose a pagar sus impuestos federales, como
habían hecho con Arato el año anterior.
Por otro lado, las grandes ciudades del sur tenían sus propios
problemas, sobre todo Megalópolis, donde los desórdenes provocados por la
destrucción de la ciudad a manos de Cleómenes cinco años antes, que afectó
fundamentalmente a los ciudadanos más modestos, amenazaban con encender un
enfrentamiento interno, especialmente grave por la rivalidad con la cercana
Esparta, siempre peligrosa. Por último, la falta de dinero generalizó la
deserción en el cuerpo de mercenarios, lo que acentuó la debilidad de la
confederación. Durante todo el invierno la Liga Aquea parecía al borde del
colapso, preocupada cada ciudad de sus problemas específicos. Para colmo llegó
la noticia de que etolios y espartanos estaban preparando una acción conjunta
contra Mesenia, lo que podría dejar a la Liga definitivamente aislada dentro
del Peloponeso.
En ese momento reapareció Arato de Sición. Fortalecido por su
amistad con Filipo de Macedonia y con su ayuda, Arato reafirmó rápidamente su
posición como líder de la Liga. Se atrajo a los descontentos con la situación
en la que él mismo había colaborado al mantener a los macedonios alejados del
Peloponeso. Pudo presentar su posición de influencia junto a Filipo de
Macedonia y su prestigio de político veterano como aval de su capacidad para
enfrentarse a la crisis. Las ciudades del norte, como Dime o Farea, opuestas a
él el año anterior, terminaron por aceptar que representaba la única solución
válida, y Arato consiguió la victoria en las elecciones a estratego federal en
mayo de 217. Inmediatamente inició una acción enérgica, tendente a renovar la
confianza aquea en la idea federal.
Arato encontró el cuerpo de
mercenarios de los aqueos muy bajo de moral y las ciudades muy poco dispuestas
a colaborar económicamente a su sostenimiento. La culpa era del general
anterior, Epérato, quien, como expuse anteriormente, había tratado erróneamente
y con negligencia los asuntos aqueos. Arato, no obstante, estimuló a los aqueos
y, apoyado en un decreto de ellos, se dedicó activamente a realizar
preparativos bélicos. Los decretos de los aqueos fueron los siguientes:
mantener ocho mil soldados mercenarios de a pie y quinientos jinetes; de tropas
de élite de los aqueos, tres mil hombres de infantería y trescientos jinetes.
Entre estos últimos habría quinientos infantes megalopolitanos que se armaban
con escudo de bronce y cincuenta jinetes. Formarían también tropas argivas en
igual número. Polibio, 5. 91.
Se trataba, esencialmente, de resucitar la fe en que la federación
era la solución a los problemas de cada una de las ciudades. Tuvo especial
cuidado en asegurar la protección de las ciudades del norte, para evitar la
repetición de los conflictos de años anteriores. También se aseguró la
colaboración de los mesenios, amenazados por espartanos y etolios. Por último,
medió en los conflictos internos de Megalópolis, reafirmando la unidad entre
los distintos partidos. Tras apaciguar las pugnas internas de la Liga y
devolver la confianza a los aqueos, Arato pudo encadenar varios éxitos
militares durante el verano. Consiguió impedir la acción concertada entre
etolios y espartanos contra Mesenia, un ejército al mando de Lico de Farea
derrotó dos veces a los eleos en las cercanías de Dime, y la armada aquea
realizó varias incursiones fructíferas en la costa etolia. La Liga Aquea había
sorteado de nuevo los peligros que la acosaban y mantenido la cohesión interna,
pero los acontecimientos internacionales la arrastraban a nuevas dificultades.
En el lejano occidente el enfrentamiento entre los romanos y Aníbal, la Segunda
Guerra Púnica, había estallado con violencia, y el cartaginés había cruzado los
Alpes. Todos los políticos griegos sabían que de esa guerra surgiría un poder
hegemónico en todo el Mediterráneo. Esa perspectiva iba ocupando el centro del
interés político, y acrecentaba los deseos de llegar a la paz en Grecia, para
poder enfrentarse a las previsibles dificultades futuras.
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